lunes, 23 de agosto de 2010

Trotsky y la cuestión judía- 70 Aniversario del asesinato de Trotsky


Por Arlene Clemesha

La trayectoria y las ideas de Trotsky con relación al judaísmo presentan un múltiple interés. Primero, obviamente por el propio origen judío de Trotsky. Pero también se debe tomar en consideración el peso del antisemitismo en la tradición histórica rusa, en especial como política de gobierno de la autocracia zarista; el amplio uso del antisemitismo en la lucha de Stalin contra la oposición trotskista en la URSS, como mostró recientemente Dimitri Volkogonov; y finalmente la importancia del Holocausto perpetrado por el nazismo, como paradigma de la barbarie contemporánea.

La conferencia de Karlsruhe y el II Congreso del POSDR

Los primeros registros de una declaración de Trotsky sobre la "cuestión judía" datan de 1903. Trotsky tenía 23 años, era marxista desde los 17, y ya integraba la dirección del movimiento socialdemócrata ruso. En julio de ese año, durante el II Congreso del POSDR (Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia), Trotsky participó del debate contra la corriente judía que terminó retirándose del partido. Pero, uno o dos meses antes, Trotsky fue invitado a una pequeña y poco recordada conferencia en Karlsruhe, organizada por esa misma corriente judía del partido, el Bund.

El Bund (en idisch, "unión", abreviatura de Unión General de los Trabajadores Judíos de Polonia, Lituania y Rusia) era una organización judía dentro del partido de Rusia. Se formó en 1897, un año antes del POSDR, y en 1898 fue el principal organizador del congreso de formación de éste. Hasta 1903 el Bund era la mayor organización socialdemócrata del imperio ruso, con mayor estructura y número de integrantes, con la más extendida publicación clandestina de periódicos y traducciones, y con mayor circulación y contrabando de literatura revolucionaria.

Participaron de la conferencia de Karlsruhe un integrante del Bund local, Trotsky y el teórico bundista Vladimir Medem, quien a través de su libro de memorias proporciona una descripción del evento. Medem relata una discusión que duró alrededor de dos horas. Después de la intervención del "camarada de Karlsruhe" exponiendo el programa nacional del Bund, Trotsky intervino con una respuesta crítica, contestada inmediatamente por Medem. Algunos jóvenes sionistas del público tomaron la palabra para exponer sus ideas, que fueron respondidas por Trotsky "con humor y buenas maneras". El debate siguió y culminó con una discusión, en términos "muy duros", entre Medem y Trotsky sobre la política del POSDR para combatir el antisemitismo.

El primero acusó al partido de descuidar la tarea. Trotsky rebatió la crítica afirmando, en primer lugar, que el partido combatía el antisemitismo a través de la distribución de volantes sobre el tema, y en segundo lugar, que en realidad no había que combatir específicamente el antisemitismo porque la solución para eliminar un sentimiento anticuado, herencia de la ignorancia imperante en la era medieval, era elevar el nivel general de conciencia de las masas.

Medem registró la antipatía que sintió por Trotsky desde ese momento y la mala sensación que le causó su discurso, que no pasaba de "una manera de ocultar para sí mismo la real y grave responsabilidad de los socialistas rusos" (1).

Era uno de los momentos más delicados para los judíos. En abril de 1903 (poco antes de la conferencia de Karlsruhe) ocurrió, en el imperio ruso, más específicamente en la porción ucraniana de la "zona de residencia", el mayor pogrom visto hasta entonces.

Los barrios judíos de Kichinev fueron destruidos, las casas devastadas, con cientos de judíos heridos y muertos. Fue el tristemente célebre "pogrom de Kichinev", que "shockeó" al mundo e incorporó a todos los idiomas el término ruso pogrom, que significa masacre. Esta fue incitada por agentes de policía del zar y por las Centurias Negras, pero la masa de los pogromistas era el pueblo, obreros y trabajadores como los judíos que perseguían. La confianza de los obreros judíos en sus hermanos de clase rusos resultó seriamente debilitada.

Fue ese espíritu de desconfianza el que Trotsky denunció durante el II Congreso del POSDR como una de las principales fuentes de discordia entre ellos y el Bund. La organización judía presentó sus demandas al congreso: autonomía dentro del partido, con el derecho de elegir su propio comité central y elaborar su propia política en las cuestiones referentes a la población judía; el reconocimiento del Bund como el único representante de la socialdemocracia entre los judíos; y la "autonomía cultural" en lugar de la simple "igualdad de derechos" que el partido defendía para los judíos, o sea, la reunión de los judíos alrededor de instituciones culturales propias, sin depender de un territorio común. La "autonomía cultural" resultaría en la defensa del derecho de los judíos a conducir sus propios asuntos culturales dentro de Rusia, como la educación en idisch.

La mayoría del congreso, formada por los "iskristas" (Iskra era el nombre de la revista que publicaban), estaba en contra del Bund porque veía en sus exigencias un separatismo que crearía precedentes para otros grupos y pondría en riesgo la unidad del partido. Quedó a cargo de los iskristas judíos, Martov y Trotsky rebatir las exigencias del Bund. Martov fue miembro del grupo fundador del Bund y Trotsky tomó la palabra como "representante de los iskristas de orígen judío". Esa fue una de las raras ocasiones en que Trotsky se refirió a sí mismo como judío, como lo recuerda Isaac Deutscher (2).

El debate no fue menos difícil por haberse sostenido "entre judíos". Trotsky rebatió enérgicamente las tres exigencias del Bund y tomó la palabra diez veces durante el debate, llevando a los representantes de la organización judía a una furiosa indignación.

En lo que se refiere a la "cuestión nacional" (la "autonomía nacional-cultural"), el Bund estaba dividido. La mitad del partido judío creía, en ese momento, que el futuro llevaría a la asimilación de los judíos y que nada debería ser hecho para separarlos, ya sea territorialmente o apenas en forma "cultural". Como recuerda Medem, "nosotros los bundistas no habíamos hecho de nuestro programa nacional una condición sine qua non y no salimos del partido por causa de su rechazo (...) Nuestro congreso [el V Congreso del Bund, 1903, NdA] sobre este asunto, se había dividido en dos" (3).

Con relación a la educación en idisch, ningún socialdemócrata podía seriamente oponerse al derecho de un pueblo o nación al propio idioma. La oposición, como quedó evidenciado en escritos posteriores de Lenin y Trotsky, era a la división de la educación en el imperio, en educación pública para los rusos y escuelas particulares en idisch para los judíos.

En un artículo publicado en Severnaya Pravda, Nº 14, agosto de 1913, Lenin escribe, respecto de la política oficial del Estado: "La expresión extrema del nacionalismo [ruso, NdA] actual está en el proyecto para la nacionalización de las escuelas judías, formulado por el oficial de educación del distrito de Odessa, y bien recibido por el Ministro de ‘Educación’ Pública. ¿Pero cuál es el significado de esa nacionalización? Ella significa segregar a los judíos en escuelas judías especiales (nivel secundario). Las puertas de todos los demás establecimientos de enseñanza *privados y públicos* serían completamente cerradas a los judíos... Ese proyecto, extremadamente perjudicial, incidentalmente demuestra el error de la llamada ‘autonomía nacional-cultural’, o sea, la idea de sacar la educación de las manos del Estado y pasarla a cada nación separadamente" (4).

Pero en lo que decía respecto al status del Bund dentro del POSDR, la organización judía no estaba dispuesta a ceder. Su decisión estaba tomada desde 1901: los judíos defendían la transformación del POSDR en una federación de organizaciones nacionales. La conquista de la autonomía política y organizativa del Bund dentro del POSDR era vista como una cuestión de sobrevivencia de la organización judía (5). Para Trotsky, lo que estaba en juego era más que una "cuestión judía". El partido no podía conceder la autonomía al Bund, abandonar el modelo de partido por el cual venía luchando, centralizado y no un conjunto suelto de organizaciones. Y no podía aprobar la exclusividad del Bund de la representación de los trabajadores judíos, sin ceder a la división del movimiento obrero por nacionalidad.

Como describe Deutscher, "la exigencia de que el Bund fuese reconocido como el único representante del partido entre los trabajadores judíos significaba afirmar que sólo los judíos estaban autorizados a llevar el mensaje socialista a los trabajadores judíos y organizarlos. Eso, dijo Trotsky, era una expresión de falta de confianza en los miembros no judíos del partido, un desafío a sus convicciones y sentimientos internacionalistas". "El Bund *dijo Trotsky en medio de una tormenta de protestas* es libre para no confiar en el partido, pero no puede esperar que el partido vote su no confianza en sí mismo". El objetivo del socialismo, argumentó Trotsky, era "barrer las barreras entre razas, religiones y nacionalidades, y no colaborar para levantarlas" (6).

Según la visión de Enzo Traverso, "cuando se trató de comprender las causas profundas de la escisión entre el Bund y la social-democracia, su análisis [de Trotsky, NdA] se reveló menos abstracto que el de los bolcheviques. En el congreso de fundación del POSDR, la autonomía del Bund era puramente técnica, pero percibió que poco a poco lo ‘particular’ se había sobrepuesto a lo ‘general’: de representante del POSDR en el seno del proletariado judío, el Bund se había transformado en representante de los trabajadores judíos vis-a-vis al partido social-demócrata. El congreso de 1903, en el fondo, sancionó una escisión que ya existía en la realidad" (7).

El Bund anunció su retirada del partido durante el congreso en Londres. Su salida no era totalmente inesperada, pero no por eso fue menos grave para ambas partes. El Bund se retiró del congreso llevándose consigo 25.000 del total de 34.000 miembros del POSDR (8).

Robert Wistrich sugirió que Lenin deseaba la retirada del Bund del congreso para facilitar su victoria en los dos debates siguientes que llevaron a la escisión entre mencheviques y bolcheviques, y usó a Trotsky para provocar al grupo adversario: "Trotsky, representando a la Unión Social-Demócrata de los Trabajadores de Siberia, fue de hecho el instrumento de Lenin para forzar al Bund a abandonar el congreso de Londres. De esa forma, con Martov ayudó, sin intención, a forjar una mayoría bolchevique en las sesiones siguientes" (9). No obstante, no tenemos motivos para suponer que Trotsky actuó por otras convicciones que no fueran las propias. En todos sus escritos siguientes sobre la "cuestión judía", fuesen cartas, entrevistas, capítulos o pasajes de sus libros, Trotsky mantuvo su oposición al modelo bundista de partido y a cualquier forma de separación de los trabajadores judíos del movimiento obrero del país en que vivieran.

Más sobre el movimiento obrero judío

En 1903 Trotsky también escribió su primer artículo dedicado exclusivamente a la "cuestión judía", titulado "La desintegración del sionismo y sus posibles herederos", publicado en Iskra, Nº 56, 1º de enero de 1904. El artículo era un comentario sobre el VI Congreso Sionista (Basilea, agosto de 1903), donde Trotsky también profundiza en las críticas hechas al Bund verbalmente durante el II Congreso de la Socialdemocracia de Rusia.

Durante el congreso de Basilea, Theodor Herzl, creador del movimiento sionista, anuncia que no había esperanza de obtener Palestina en un futuro próximo, y propone a Uganda como hogar nacional judío, por lo menos hasta que se pueda obtener la "tierra prometida", entonces parte del imperio turco. Por poco no se produjo una ruptura en el joven movimiento y Herzl tuvo que intervenir, utilizando su influencia y carisma para mantener la unidad del movimiento (unidad que duró hasta dos años después de su muerte, producida en 1904).

Trotsky no dejó de notar la diversidad de los grupos que formaban el movimiento sionista y pronosticó su fracaso: "El congreso de Basilea, repito, es apenas una demostración de desintegración e impotencia. El señor Herzl podrá ligarse durante algún tiempo a una u otra ‘patria’. Decenas de agitadores y centenas de hombres simples podrán apoyar su aventura, pero el sionismo como movimiento ya fue condenado a perder todo derecho a la existencia en el futuro. Esto está claro como el sol del medio día" (10).

Con la supuesta liquidación del sionismo y la desintegración política del "conglomerado de camadas sociales que componían el movimiento", el interés de Trotsky estaba en saber qué organización de izquierda heredaría a la izquierda sionista "compuesta por la intelligentzia y/o semi-intelligentzia de la democracia burguesa" (11).

El Bund, en un panfleto de la misma época, "El Congreso Sionista en Basilea", también pronosticó el fin del sionismo y demostró la misma preocupación por transformarse en el heredero de la izquierda del movimiento.

La posibilidad de que el Bund de hecho incorporase la militancia de izquierda sionista fue el motivo por el que Trotsky reitera su crítica de julio de 1903 y demuestra, primero, que el Bund no podía atraer militantes desilusionados con el sionismo porque en su polémica contra los sionistas, terminó incorporando de ellos su esencia nacionalista. En segundo lugar, si el Bund eventualmente se transformase en el sucesor del movimiento, acabaría "desviando al proletariado judío del camino revolucionario socialdemócrata..." (12).

En la interpretación de Harari, en ese artículo Trotsky llega a indicar la posibilidad de que se cree una nueva organización de izquierda, no nacionalista como el Bund, para absorber a la izquierda del movimiento sionista (13). Para otros autores, Trotsky no está haciendo una apelación para la creación de una organización judía, pero sí está alertando a la socialdemocracia de la necesidad de incorporar esos obreros judíos a sus propias filas (14).

Lo cierto es que en 1903-1904 Trotsky demuestra, ante la falsa previsión de desintegración del sionismo, la preocupación por aproximar el movimiento obrero judío al movimiento revolucionario socialdemócrata de Rusia.

Los ‘pogroms’ de 1905

En 1905, Trotsky, como presidente del Soviet de San Petesburgo (el primer soviet de la historia), intervino en la creación de las unidades de auto-defensa judía en Kiev y San Petesburgo y promovió la participación conjunta de judíos y no-judíos en la resistencia contra los actos de vandalismo. Como recuerda Glotzer, ese acto inauguró una serie de intervenciones de Trotsky contra las manifestaciones anti-judías, hasta su asesinato en 1940 (15). Las primeras unidades de auto-defensa fueron creadas por el Bund en 1903 y fueron conocidas por la sigla BO (Beovie Otriady). Pero durante la revolución de 1905 (y la reacción contra ella) los pogroms se multiplicaron de tal forma que los esfuerzos aislados del Bund no lograron defender, prácticamente, a la población judía.

Albert Glotzer cuenta que Trotsky, después de la derrota de la revolución de 1905, estaba impactado por la atrocidad de los pogroms y escribió más que nadie en el partido contra las masacres. En su libro 1905, hace una descripción viva y minuciosa del pogrom de Odessa, de más de tres páginas, de las cuales reproduciremos algunos fragmentos, mostrando que la policía, la iglesia y otros órganos ligados al imperio prepararon el pogrom, divulgaron rumores mentirosos sobre los judíos, incitaron a la población y hasta condujeron la masacre: "Todo el mundo sabe con antelación cuando va a haber un pogrom: se distribuyen llamamientos, artículos odiosos aparecen en el órgano oficial Goubernskia Viedomosti (La Información Provincial) (...) rumores siniestros son divulgados entre la masa ignorante: ‘los judíos están listos para atacar a los ortodoxos’; ‘los socialistas profanaron un verdadero ícono’; ‘los estudiantes despedazaron un retrato del zar’ (...) Cuando llega el gran día, el oficio divino es celebrado en la catedral: el sermón es pronunciado. Al frente del cortejo patriótico marcha el clero, con un retrato del zar prestado del distrito policial y con innumerables estandartes nacionales. Al comienzo se rompen las vidrieras, los transeúntes son maltratados y se bebe en abundancia. La música militar repite incansablemente el himno ruso: ‘¡Dios salve al emperador!’ *es el himno de los pogroms (...) Protegida por el frente y por la retaguardia por patrullas de soldados, por un escuadrón de cosacos, guiados por policías y provocadores, acompañados por mercenarios (...) el bando se precipita a través de la ciudad en un carnaval de locura y sangre... El pordiosero es amo de la situación. Un esclavo temeroso, hasta aquel momento, perseguido por la policía, muerto de hambre, ahora siente que ninguna barrera se puede oponer a su despotismo (...) El puede todo, se atreve a todo... ‘¡Dios salve al emperador!’. Por un lado, un joven que vio la muerte tan cerca que sus cabellos se emblanquecieron en pocos minutos. Por el otro, un niño de diez años que perdió la razón sobre los cadáveres mutilados de sus padres. O el médico graduado que conoció todos los horrores de la toma del Port-Arthur sin vacilar, pero que no pudo soportar algunas horas del pogrom de Odessa (...) Otros caen de rodillas delante de los oficiales, de los policías, delante de los asesinos, extienden sus brazos, besan las botas de los soldados y suplican. La respuesta viene entre carcajadas insensatas. ‘Vos quisiste la libertad, ¡aprovechá su dulce sabor!’ En esas palabras se resume la moral, la infernal política de los pogroms..." (16).

Trotsky analiza la condición social de los judíos

En 1911 comenzó el "Caso Beillis", la acusación de asesinato ritual contra Mendel Beillis, un desconocido trabajador judío de Kiev. Las acusaciones contra Beillis fueron hechas por el Ministerio de Justicia, comandado por Schelovitov, antisemita notorio. El proceso terminó en 1913, con la inocencia de Beillis pero con la victoria del gobierno zarista que, con toda la murmuración creada sobre la "naturaleza maligna y asesina de los judíos, etc.", consiguió fomentar el antisemitismo al punto de crear el clima para la irrupción de una onda de pogroms en Kiev.

Trotsky escribió en un artículo, en noviembre de 1913, para Die Neue Zeit, publicación socialdemócrata dirigida por Karl Kautsky, que el proceso antisemita le causó náuseas, y comparó el Caso Beillis con el Caso Dreyfus, ocurrido en Francia entre 1894 y 1906. Para Trotsky las semejanzas eran superficiales, puesto que el antisemitismo francés era un juego de chicos al lado de la política criminal del zar Nicolás II. Para Trotsky, el antisemitismo en Rusia se había vuelto un medio de gobierno, una política de Estado (17).

Trotsky viajó por los Balcanes, entre 1912 y 1913, como corresponsal del diario liberal ruso Kievskaya Mysl. Entre sus varios artículos envió al diario uno llamado "La cuestión judía en Rumania y la política de Bismarck". El artículo fue enviado, en el verano de 1914, al diario berlinés antibelicista dirigido por Rudolf Breitscheid, Auslandspolitik Korrespondenz, siendo publicado el 4 y 25 de abril de 1918, después de terminar la guerra, porque al comienzo de la guerra había "perdido su actualidad", como decía la nota introductoria del artículo en el diario (18).

Trotsky inicia el artículo (que firma con su nombre completo, Lev Davidovitch Bronstein) diciendo que "la verdadera Rumania se manifiesta a través de la cuestión judía" (19). Aquí, los judíos no poseían derechos, sólo obligaciones, como el servicio militar obligatorio, y restricciones profesionales que terminaban creando los rótulos de "judíos usurarios", "aprovechadores" y así en adelante. "El país estaba penetrado por el odio a los judíos: los pequeños comerciantes temían su competencia; profesionales y funcionarios estatales estaban preocupados por la posibilidad de que los judíos conquistaran la ciudadanía y de esa forma tomaran sus puestos; profesores y padres, ‘agentes’ de los propietarios rurales patrióticos, convencían al campesinado de que todos los males de debían a los judíos". Pero, ¿por qué los judíos eran tolerados? De acuerdo con Trotsky, el régimen rumano necesitaba al judío: primero, para actuar como el "intermediario" entre el propietario de las tierras y el campesino, entre el político y sus clientes, para realizar todo el ‘trabajo sucio’; en segundo lugar, para ser el blanco de la indignación de la población rumana insatisfecha, para ser el eterno chivo expiatorio" (20).

Reiterando la afirmación de que la situación de los judíos expresaba de forma extremadamente clara la situación general de Rumania, Trotsky dice que "las condiciones de parálisis feudal, restricción legal, corrupción política y burocrática no sólo degradan económicamente a las masas judías, sino que también promueven su degradación espiritual. Puede haber innumerables argumentos para decir que los judíos son una nación aparte, pero es un hecho incuestionable que los judíos reflejan las condiciones económicas y morales del país en que viven y que igualmente aislados artificialmente de la mayoría de la población, pertenecen integralmente a ella (21).

Trotsky llegó a los siguientes números sobre la composición social de los judíos, basándose en sus propias investigaciones: Los judíos constituían el 4% de la población rumana. Debido a las restricciones legales que pesaban sobre ellos, con la prohibición de poseer tierras, vivir en las aldeas y una limitación sobre la cantidad de tierra que podían arrendar, 4/5 de los judíos vivían en las ciudades. La concentración de los judíos en las ciudades los transformaba en un factor bastante importante en la vida del país. Pero Trotsky alerta que "es superfluo decir hasta qué punto carece de lógica tipificar el judaísmo rumano como una clase explotadora (...) La mayor parte de los judíos estaba asentada en Moldavia y estaba compuesta por pequeños artesanos: costureros, zapateros, relojeros y finalmente aquellos seres que constituían una incógnita no sólo desde el punto de vista económico sino también desde un punto de vista fisiológico, o sea que su posibilidad de existencia física constituye una incógnita" (22).

Trotsky señala que la mitad de la población judía de Rumania estaba compuesta por familias de obreros y pequeños artesanos (30.000 familias o 150.000 almas). La otra mitad de la población judía estaba dividida entre varias ocupaciones, como propietarios de pequeños comercios, industriales, prestamistas, cerca de 500 médicos, 40 abogados, algunos ingenieros y un total de 2 profesores.

Los judíos de Rumania, dice Trotsky, eran víctimas de un sistema social y hasta de una maniobra diplomática internacional, por no decir conspiración, como demostraban los eventos de 1878. Durante el Congreso de Berlín, realizado ese año, estadistas de Europa occidental, y Bismark en particular, impusieron la igualdad de derechos de los judíos de Rumania como pre-condición para garantizar la independencia de ese Estado. Pero luego quedó claro, dice Trotsky, que la verdadera preocupación de Bismark era la adquisición a precios elevados, por parte de Rumania, de las participaciones de los banqueros alemanes, muchos de los cuales eran judíos, en los ferrocarriles rumanos, que hasta ese momento sólo habían dado pérdidas.

La "pre-condición judía" fue rápidamente olvidada ni bien la transacción comercial fue resuelta satisfactoriamente para Bismark. De esa forma, el gobierno rumano reconoció, en 1879, que la religión no podía ser un obstáculo para obtener los derechos civiles en Rumania y emancipó a los 900 judíos que lucharon en la guerra ruso-turca de 1876-1878. Luego de que las potencias occidentales desviaron sus ojos del "problema judío", la monarquía maniobró para mantener a sus judíos en su tradicional estado de opresión, estableciendo que ellos eran ciudadanos extranjeros y sólo podían naturalizarse individualmente.

Cada judío como individuo debía presentar un pedido de naturalización que, tras pasar por toda la burocracia del Estado, demandaría de 15 a 30 años y una suma de dinero para soborno fuera del alcance de la mayoría. En los 34 años siguientes a la promulgación de la ley se emanciparon no más de 400 judíos. Por lo tanto, de los casi 300.000 judíos rumanos, en 1913, quedaban aproximadamente 450 judíos emancipados desde 1879 (la otra mitad ya había fallecido) y otros 400 más obtuvieron su emancipación individual. Los otros 299.150 permanecieron como antes.

Por lo tanto Trotsky, en este artículo, investigó la historia más reciente de la región, la tentativa de emancipación de los judíos de 1879 y, quejándose de la falta de un censo oficial, investigó los números de la población judía y su composición social. Trotsky criticó al gobierno rumano y demostró una gran solidaridad con los judíos y la injusticia practicada contra ellos.

Glotzer cuenta que Trotsky estaba shoqueado por el salvajismo del antisemitismo oficial de la monarquía rumana y por la indiferencia de Europa y de los judíos europeos frente al sufrimiento de los judíos de los Balcanes. En esa región atrasada de Europa, principalmente en Rumania, el antisemitismo se había vuelto, en palabras de Trotsky, "una religión de Estado".

Como dice Harari, "el artículo es un testimonio muy importante de la actitud de Trotsky con relación a la cuestión judía y hasta hoy continúa siendo actual para todos aquellos a quienes les importa el destino de los judíos y ven que éste es determinado en gran medida por las intrigas de los grandes Estados" (23). Según Glotzer, causa extrañeza a los historiadores del socialismo que se ocuparon de la "cuestión judía" que Trotsky interviniese tanto sobre el asunto, ya que no se consideraba judío (24). Para Knei-Paz, la sensibilidad de Trotsky en ese artículo para con el sufrimiento de los judíos, que considera uno de los mejores artículos de Trotsky sobre la "cuestión judía", casi produce la impresión en el lector de que Trotsky se identificaba no sólo con "el sufrimiento" sino con "el sufridor", el judío (25).

Concluyendo el artículo, Trotsky nota que hasta el momento los judíos no habían conseguido organizarse para una acción política efectiva. Habían formado una "Unión" que basaba su programa en la aproximación con la oligarquía gobernante y el patriotismo rumano. Trotsky llega a la conclusión de que era obligación del partido del proletariado luchar para integrar en sus filas, y desde un punto de vista político, a todos los elementos "cuya existencia y desenvolvimiento no se moldeaban al régimen existente" (26). La socialdemocracia era la única defensora de los derechos de los judíos en general (no sólo de los trabajadores), ya que los otros partidos existentes, conservadores y liberales, no tenían un compromiso siquiera con la lucha por un gobierno democrático en Rumania.

Durante la revolución y la guerra civil en la URSS

Trotsky no escribió sobre la cuestión judía durante el período de la revolución y la guerra civil en Rusia. Pero la cuestión judía, por lo que revela su autobiografía, entre otros estudios, estaba presente en lo cotidiano de ese período agitado. Trotsky, en Mi Vida, escribió que un día después de la revolución de octubre rechazó el importante cargo de Comisario de Asuntos Internos (ministro del Interior), que Lenin insistía tomara a su cargo, para "no colocar en las manos de los enemigos un arma como mi judaísmo".

Trotsky explica su actitud diciendo que "ya había mencionado que la instancia nacional, tan importante en la vida de Rusia, no había cumplido papel alguno en mi vida. En mi juventud los impulsos nacionales y pre-conceptos irracionales ya me parecían incomprensibles, y en algunos casos me causaban repugnancia. La educación marxista profundizó ese estado de ánimo y lo convirtió en internacionalismo activo. La vida en diversos países, el conocimiento del idioma, de la política y de la cultura de cada uno, hicieron que ese internacionalismo penetrase en mi carne y en mi sangre. Y si en el año 1917, y posteriormente, utilicé mi judaísmo como argumento para no aceptar alguna nominación, lo hice sólo por consideraciones políticas" (27).

Cuando la prensa mundial se refería a la Revolución Rusa casi siempre mencionaba el origen judío de Trotsky, uno de sus principales líderes. La prensa judía, dice Glotzer, expresaba orgullo por los orígenes judíos de Trotsky, a pesar de que casi siempre condenaba su bolchevismo (!)(28), mientras que Trotsky intentaba desvincular su imagen de la de un judío. Cuando en 1918 una delegación de judíos pidió a Trotsky usar su influencia con los bolcheviques para que fuese mantenida la igualdad de derechos que la revolución de febrero les había concedido por primera vez en la historia de Rusia, Trotsky respondió: "No soy un judío sino un internacionalista". Notamos que la intención de Trotsky tampoco era oponerse a los derechos de los judíos. Trotsky resaltó, en su Historia de la Revolución Rusa, para mérito de la revolución de febrero, que abolió las 650 leyes restrictivas de los derechos judíos en Rusia.

El rabino-jefe de Moscú, Jacob Maze (a veces escrito como Mazeh), en 1921 "en la cúspide de su poder político, después de la consolidación de la revolución bolchevique, lo visitó en nombre de los judíos privados nuevamente de muchos derechos (...) [la campaña anti-religiosa era dirigida indiscriminadamente contra todas las religion es, NdA]. Trotsky respondió: "Yo soy un revolucionario y bolchevique, no un judío". Rabbi Maze retrucó: "Los Trotskis hacen la revolución y los Bronsteins pagan la cuenta". Antes de ese episodio, consta que Trotsky le dijo a un grupo de judíos que lo visitó, que "los judíos no le interesaban más que los búlgaros". Según Vladimir Medem, Trotsky dijo que no se consideraba ni judío ni ruso, apenas un socialdemócrata (29).

De hecho, había una campaña antisemita dentro de Rusia, y fuera también, dirigida contra la revolución. "En el auge de la guerra civil, la agencia de noticias blanca, en Yekaterinburg, publicó un panfleto titulado ‘Tristes Recordaciones sobre los bolcheviques’. Su autor, Sergei Auslender, pintó el perfil de los líderes bolcheviques, sobre todo el de Trotsky: ‘Ese especulador internacional subyugó a Rusia, está fusilando a los viejos generales del ejército, vive en el palacio del Kremlin y comanda el ejército ruso... El sabe cómo extraer lo que hay de peor y más podrido en sus esclavos’. En noviembre de 1921, un panfleto titulado ‘Bolchevismo judío’ fue publicado en Munich con un prefacio de Alfred Rosenberg, el ideólogo nazi. El objetivo de ese trabajo era mostrar que la Revolución Rusa, en su contenido, ideas y liderazgo, era profundamente judía: ‘Desde el día de su surgimiento, el bolchevismo es una empresa judía’. Manipulando el número de Comisarios del Pueblo judíos, Rosenberg intentó mostrar que ‘la dictadura proletaria sobre el pueblo arruinado, semi-hambriento, fue un plan trazado en los albergues de Londres, Nueva York y Berlín’. Sus principales ejecutores también eran judíos, el principal entre ellos, Trotsky-Bronstein, y su objetivo era la revolución mundial. Ese tipo de calumnia tenía por objetivo desacreditar no sólo a la revolución sino también a sus líderes" (30).

Mandel sugiere que Trotsky era más conciente que el propio Lenin (que como líder de la revolución y jefe del nuevo Estado soviético se mostró un riguroso e incansable combatiente del antisemitismo) de los horrores potenciales del antisemitismo en Rusia (31). La preocupación de Trotsky por evitar, de todas las maneras, actitudes que pudieran dar margen a nuevas irrupciones de antisemitismo en Rusia se mostró justificada durante la guerra civil. Durante ese período, los ejércitos blancos de Petlioura y Koltchak, con la ayuda del ejército anarquista anti-bolchevique de Nestor Makhno, dejaron en Ucrania un saldo de más de 1.000 pogroms, 125.000 judíos muertos y 40.000 heridos, sin contar la destrucción general causada por los saqueos (32). Para Wistrich, los ataques a los judíos durante la guerra civil "eran, por lo menos en parte, una reacción contra el ‘Zhid’ Trotsky y los ejércitos bolcheviques bajo su comando" (33). Lo que sugiere Wistrich debe ser tomado en consideración. Significa que los pogroms de los bandos blancos y anti-bolcheviques en general fueron, en gran medida, un acto de venganza contra una revolución que veían como "obra de judíos". Según Mandel, las masacres de los blancos dejaron "el mayor número de víctimas judías antes de la masacre nazi" (34).

Pero el antisemitismo no era exclusividad de los opositores de la revolución de octubre. Existía dentro de Rusia como herencia del zarismo, y Trotsky se vio obligado a combatirlo dentro del propio Ejército Rojo. Como jefe del Ejército, Trotsky llegó a mandar a los judíos al frente de batalla para evitar comentarios antisemitas que acusaban a los judíos de permanecer en los bastidores, en cargos administrativos, y no tomar las armas para defender la revolución. Trotsky permitió, a pedido del partido sionista de Rusia, la formación del batallón Poale Sion, pero, conciente del antisemitismo de sus soldados, sugirió que los batallones judíos entrasen en aquellos regimientos donde hubiese también batallones de otras nacionalidades, para "evitar el chauvinismo que resulta de la separación de las nacionalidades, y que infelizmente surge cuando se constituyen unidades militares nacionales totalmente independientes" (35).

Antes de la revolución, era generalizada la creencia de que los judíos eran "cobardes" y evitaban el servicio militar, lo que explica que Trotsky, como jefe del Ejército Rojo, fuese visto como un "ruso auténtico", "un luchador", "uno de los nuestros", según un cosaco citado en Mi Vida. Las palabras del cosaco no constituían un caso aislado. Otros ejemplos semejantes aparecen en la literatura de ficción de la época. En un cuento de la conocida escritora Seipulina, un campesino decía: "Trotsky es uno de los nuestros, él es ruso y bolchevique. Lenin es judío y comunista". En Sal, de Isaac Babel, publicado originariamente en 1923, una mujer, que tiene su sal (un producto escaso en la época) requisada por un soldado, le dice: "Yo perdí mi sal, lo reconozco y no temo la verdad. Pero a ustedes sólo les preocupa salar los a zhid Lenin y Trotsky". El soldado: "Que en este momento no se hable de los judíos, ciudadana saboteadora; los zhids no tienen nada que ver con eso y a propósito, ya que habla de Lenin, no tengo nada que decir, pero si se trata de Trotsky, él es descendiente del heroico y temido gobernador de Tambov..." (36).

En ese momento de revolución y guerra civil, Trotsky lidió con el problema antisemita, en la medida en que se imponía en los pogroms de los ejércitos adversarios, en la propaganda anti-bolchevique y dentro del propio Ejército Rojo. Más tarde, Trotsky dirá que el antisemitismo constituyó un problema con el que resultó, en verdad, difícil lidiar y combatir durante el reflujo revolucionario del período stalinista.

En el exilio

El próximo escrito de Trotsky dedicado a la "cuestión judía" fue una carta-respuesta al Klorkeit ("Claridad", en idisch, el órgano del grupo judío de la Oposición Comunista de Izquierda de Paris) escrita desde el exilio, en Turquía, el 10 de mayo de 1930 y publicada en Klorkeit, Nº 3, Paris, mayo de 1930, con el título "El papel de los trabajadores judíos en el movimiento general de los trabajadores de Francia".

Trotsky agradece al grupo por una carta, que le llevaba informaciones, por primera vez, sobre el estado del movimiento obrero judío en Europa Occidental. En su respuesta, Trotsky explica el papel especial que los 60.000 obreros judíos podrían ejercer en el movimiento obrero de Francia, por su situación de inmigrantes y por su posición entre las camadas más bajas del proletariado francés, mal organizado y que carecía de la influencia internacionalista y del ánimo de lucha típicos del obrero judío. Trotsky usa el ejemplo del Bund para alertarlos contra el papel que no debe cumplir la prensa idische: "Es claro que no servirá arrancar a los trabajadores judíos del movimiento obrero de cada país específico, como fue el caso con la prensa del ‘Bund’ judío, sino por el contrario, aproximarlos a lo cotidiano de esa clase obrera" (37).

En esa carta como en otra siguiente, escrita desde Prinkipo, Turquía, el 9 de mayo de 1932, al diario idische de la Oposición Comunista de Nueva York, Unser Kamf (publicada en ese diario el 1º de junio de 1932 bajo el título: "El papel del obrero judío en el movimiento combativo internacional"; y traducida enseguida al inglés, fue publicada en The Militant del 11 de junio de 1932, como "Saludos al Unser Kamf"), Trotsky no se opone a la formación de grupos judíos dentro de la Oposición. Principalmente en la segunda carta, se nota que saluda con bastante ánimo la creación de diarios idisches, afirmando que "la existencia de una publicación judía independiente no sirve para separar a los trabajadores judíos, sino que por el contrario, para hacer más proclives a las ideas que unen a los trabajadores en una sola familia revolucionaria internacional" (38).

La carta que Trotsky recibió de la Oposición de Izquierda de Paris, en 1930, le requería su opinión sobre la transformación de Klorkeit en órgano internacional del proletariado judío. En esa ocasión Trotsky respondió que la idea era interesante pero que aún no tenía claro cuál sería, en ese caso, la relación del diario con los movimientos nacionales y con las organizaciones de la Oposición. Trotsky apenas indica que el diario tendría que tornarse más teórico-propagandístico, que no podría tratar de las cuestiones políticas específicas de cada país por separado, y se abstiene de dar una respuesta más definitiva.

Trotsky es quien toma la iniciativa de escribir al Unser Kamf, en 1932, para decir que su aparición fue un paso adelante de gran importancia, certificando en la misma carta que el grupo neoyorquino rechaza intransigentemente (sic) el principio bundista de federación de las organizaciones nacionales. Trotsky incentiva al diario a "desarrollarse y a fortalecerse para poder ejercer su influencia más allá de las fronteras de EE.UU. y Canadá: en América del Sur, Europa y Palestina".

Trotsky en ese momento no duda sobre la importancia, para la Oposición, de un diario idische de características internacionalistas y circulación mundial, incluyendo al "viejo mundo y la URSS". Trotsky, en esa carta, también atribuye un papel especial al proletariado judío, que ya no se limita a las fronteras de este o aquel país, o a la influencia positiva que pueda tener sobre los sectores aún desorganizados del proletariado de Francia o de EE.UU. Los judíos, dice Trotsky, por las condiciones históricas a las que fueron sometidos, se tornan especialmente suceptibles a las ideas del comunismo científico e internacionalista por su propia dispersión por el mundo. Debido a eso apenas (¿sería necesario más?) la Oposición Comunista de Izquierda podía contar con una gran influencia entre los proletarios judíos. Con un trabajo adecuado de la Oposición en un medio obrero judío, y un diario idische de circulación mundial, Trotsky vislumbraba la posibilidad de que las ideas de la Oposición ganaran terreno en Rusia a través de los obreros judíos. Los vínculos, de cultura y lengua comunes, que ponen en contacto a los trabajadores judíos de todo el mundo, podrían ayudar significativamente en la difusión de las ideas de la Oposición dentro de Rusia, el centro de la revolución mundial (39).

El antisemitismo ruso y la lucha contra la Oposición Trotskista

Los escritos siguientes de Trotsky sobre la "cuestión judía" abarcaron aspectos variados del problema, como la "asimilación" de los judíos y la utilización del idisch, el problema de la "región autónoma judía" del Birobidjan, el antisemitismo en la URSS, el sionismo, el conflicto árabe-judío en Palestina y el ascenso del nazismo.

El primero de sus artículos, "Sobre el problema judío", en verdad una entrevista realizada en París, publicado en Class Struggle (publicación perteneciente a un grupo de corta vida, la Communist League of Struggle, liderada por Albert Weisbord), en febrero de 1934. En octubre del mismo año Trotsky escribió una "respuesta a una pregunta sobre Birobidjan", dirigida al Ykslagor, un grupo judío de la Oposición de Izquierda en la URSS, que trabajaba en condiciones de severa represión.

Otra entrevista, titulada apenas "Entrevista con corresponsales judíos en México", realizada el 18 de enero de 1937, fue publicada en idisch el 24 de enero, en el periódico socialista judío de Nueva York, Forverts, y al día siguiente, en forma fragmentada, en Inglaterra, en el Boletín diario de la ITA (agencia judía de noticias). La entrevista también fue publicada íntegramente en inglés, en la revista mensual de los trotskistas de EE.UU., Fourth International, en diciembre de 1945. La entrevista fue realizada en la casa del pintor mexicano Diego Rivera y estaban presentes P. Rozenberg por parte de la ITA, tres redactores del periódico idische publicado en México, Unzer Veg, y la secretaria que traducía las preguntas al francés. Todas las respuestas fueron dadas por escrito, también en francés (40).

Trotsky produjo el 22 de diciembre de 1938 su último escrito dedicado exclusivamente a la cuestión judía: una carta a un amigo en EE.UU., publicada como "Llamamiento a los judíos norteamericanos amenazados por el fascismo y el antisemitismo" en la ya mencionada Fourth International, de diciembre de 1945. Pero ese no fue su último comentario sobre el asunto. La preocupación por la "cuestión judía" impregna varios de sus artículos sobre el fascismo y sobre la situación mundial. Hasta poco antes de su asesinato, Trotsky continúa demostrando una gran preocupación por el destino de los judíos, como muestra un pasaje de "La guerra imperialista y la revolución proletaria mundial" (el manifiesto de la Conferencia de Emergencia de la Cuarta Internacional realizada en mayo de 1940), que volveremos a mencionar más adelante (41).

Mencionamos por último el artículo de Trotsky, "Thermidor y antisemitismo", escrito el 22 de febrero de 1937 y publicado en The New International, mayo de 1941. El artículo analiza un asunto específico: el crecimiento del antisemitismo en la URSS después de la muerte de Lenin y su utilización contra Trotsky y sus aliados de la Oposición Comunista. El término "thermidor", de acuerdo con el calendario proclamado por la Revolución Francesa, designa el mes en que los radicales jacobinos, liderados por Robespierre, fueron vencidos por un ala reaccionaria de la revolución, que no obstante no llegó a restaurar el régimen feudal. Trotsky usó el término en analogía histórica, para designar la toma del poder por la burocracia conservadora stalinista en el cuadro de las relaciones estatales de producción. Más allá de una simple analogía, el título del artículo indica cuál será su tesis central. Para Trotsky, la persistencia del antisemitismo en Rusia no se debía a la incapacidad de la revolución de combatirlo, sino a la necesidad de la contra-revolución stalinista de rescatarlo.

Como recuerda Glotzer, Trotsky fue el primero en denunciar el uso del antisemitismo por Stalin en las disputas internas del partido, primero en forma indirecta y velada, y después abiertamente, "hasta transformarse, de hecho, en tema dominante en el nuevo clima político impuesto bajo el stalinismo" (42). Pero las denuncias de Trotsky de que el antisemitismo venía utilizándose en forma creciente desde 1923, fueron recibidas con incredulidad y hasta indignación por los militantes y simpatizantes comunistas que no comprendían que la Rusia revolucionaria, que en 1917 había eliminado toda restricción legal a los judíos, y había penado rigurosamente el antisemitismo como un crimen y representaba el pensamiento progresista en el mundo, podía permitir el desarrollo del odio irracional a los judíos.

El editor del diario judío de Nueva York The Day, B.Z. Goldberg, y un conocido columnista del mismo diario, Aaron Glanza, son dos ejemplos de simpatizantes comunistas que manifestaron su indignación por las denuncias de Trotsky publicadas en la ya mencionada "Entrevista con corresponsales judíos en México" (24 de enero de 1937), en el diario Forverts, competidor de The Day.

Goldberg criticó a Trotsky en dos artículos, el 26 y 27 de enero de 1937: "En lo que se refiere a la cuestión judía, Trotsky hizo algo que es característico de todo político mediocre: utilizó la cuestión judía con objetivos políticos propios. Lo que es absolutamente indigno de León Trotsky. Para atacar a Stalin, Trotsky cree justificable proclamar que la Unión Soviética es antisemita... ¿Eso es verdad señor Trotsky? ¿Y si no es verdad, es correcto decir tal cosa? No importa qué tipo de reacción existe en este momento en la Unión Soviética *y yo no pretendo defender a Stalin o a la Unión Soviética*, lo que no puede ser dicho del actual régimen es que oprime a las minorías nacionales... El mismo Trotsky sabe que toda nacionalidad no sólo es libre en la URSS, sino que ésta garantiza la protección y preservación de su lengua y cultura, lo que vale para los judíos también... (Trotsky) también declara que los líderes bolcheviques están utilizando esa tendencia antisemita para desviar hacia los judíos la insatisfacción de las masas con la burocracia... Hasta el judío más ortodoxo, o el más conservador, dirá: ‘Stalin puede ser un desgraciado pero no permitirá que el antisemitismo se difunda en la Unión Soviética’..." (43).

En otras palabras, Glanz dijo aproximadamente lo mismo, cuando escribió a Max Shachtman, en México: "La entrevista de Trotsky sobre el antisemitismo en Rusia es incomprensible y dolorosa. Debo decir que, particularmente, considero esa acusación desafortunada. Nuestros judíos son muy sensibles a lo que dice respecto al antisemitismo, como creo que es lógico. En el cuadro de la judeofobia mundial, la posición oficial de la URSS que pena al antisemitismo con la muerte, es una excepción única, la única isla habitable, por así decir, que trata el asunto de esa manera. Los judíos de todas las clases y de todos los países aprecian eso tremendamente, y con toda razón. Por lo tanto, a no ser que Trotsky pueda facilitar pruebas, no debería haber hecho la acusación... Mi profunda estima por el grandioso exiliado se mantiene, es claro, inalterable. Transmítale mis saludos y el deseo de que le sea dada la oportunidad de presentar la verdad al mundo" (44).

Para Trotsky, declaraciones como las de Goldberg y Glanz eran típicas de un pensamiento ingenuo y poco dialéctico, acostumbrado a contraponer, en dos campos distintos e impermeables, el antisemitismo fascista alemán a la emancipación de los judíos realizada por la Revolución Rusa. El antisemitismo existía en la Unión Soviética, dice Trotsky, y tenía dos fuentes: la tradicional, que no desaparece en apenas una o dos generaciones, y el nuevo odio a la burocracia transformado, por ignorancia y simplificación de la realidad, en odio a los judíos. A pesar de que los judíos constituían apenas el 4,2% de la población de la Unión Soviética en 1917, llegaban a representar el 10%, 15% y hasta 25% de la población de las grandes ciudades. Los profesionales y funcionarios públicos en general se reclutaban en el medio urbano y no entre los campesinos (en gran medida semi-analfabetos). Los judíos en Rusia poseían desde hacía siglos una tradición urbana y una preocupación por el aprendizaje y la especialización profesional que los ubicaba en condiciones especiales de aptitud para los nuevos puestos de la administración pública.

Como afirmó Trotsky en 1937: "El régimen soviético, en la actualidad, inició una serie de nuevos fenómenos que, por causa de la pobreza y el bajo nivel cultural de la población, fueron capaces de generar nuevamente un clima antisemita. Los judíos forman típicamente una población urbana. Constituyen un porcentaje considerable de la población urbana en Ucrania, en la Rusia Blanca y hasta en la Gran Rusia. El régimen soviético, más que cualquier otro en el mundo, necesita de un gran número de funcionarios públicos. Los funcionarios públicos son reclutados entre la población más culta de las ciudades. Los judíos naturalmente ocuparon una porción desproporcionadamente grande de la burocracia, principalmente en sus niveles medio y bajo (...) El odio de los campesinos y trabajadores por la burocracia es un hecho fundamental en la vida soviética. El despotismo del régimen, la persecución a toda crítica, el atrofiamiento de todo pensamiento vivo, finalmente las farsas judiciales, son apenas el reflejo de este hecho básico. Incluso a través de un pensamiento apriorístico es imposible no concluir de que el odio por la burocracia asumirá una coloración antisemita" (45).

Trotsky escribe, un poco más adelante, en el mismo artículo: "Todo observador honesto y serio, especialmente aquel que vivió algún tiempo entre las masas trabajadoras, es testigo de la existencia del antisemitismo, no del viejo y hereditario, sino del nuevo antisemitismo ‘soviético’...".

En el cuadro de este nuevo clima antisemita creado en la URSS, por la mezcla de las antiguas creencias antisemitas y las impresiones recientes acerca de que los judíos eran los nuevos explotadores de los trabajadores rusos, es que Stalin hace uso del antisemitismo para sus maniobras políticas, cada vez con más éxito. Para muchos en el mundo entero, el desprecio, para decir lo mínimo, de Stalin por los judíos sólo quedó claro cuando los ministros de Relaciones Exteriores ruso y alemán, Molotov y Von Ribbentrop, estrecharon sus manos con la firma del pacto Hitler-Stalin.

Como recuerda Arkady Vaksberg, "el hecho de que Stalin era un antisemita convencido y hasta fanático, sólo comenzó a discutirse recientemente. Los numerosos libros y artículos dedicados a él en los años veinte, treinta y después, se refieren a sus cualidades varias, los diversos aspectos de su personalidad que de ninguna forma pueden ser consideradas virtudes *su sed por el poder, de venganza, crueldad, traición, rencor, hipocresía, etcétera*. Pero su ‘antipatía’ hacia los judíos, igualmente poderosa, que fue el estímulo para una serie de actos criminales, no fue mencionada hasta bien recientemente. Hasta Trotsky, en su clásico de dos volúmenes, Stalin, silencia al respecto ese importante ‘detalle’..." (46). Hasta hace poco, era común decir que Stalin sólo se volvió antisemita a finales de los años 1940.

Aunque Vaksberg esté en lo cierto al decir que Trotsky no divisaba el antisemitismo personal de Stalin, no se pueden negar los esfuerzos de Trotsky para denunciar y luchar contra la utilización del antisemitismo por Stalin en el partido, desde los altos niveles a la base en las fábricas, como muestra el episodio narrado por el mismo Trotsky: "No sólo en el interior, inclusive en Moscú, en las fábricas, el ataque a la Oposición en 1926 asumía un carácter abiertamente antisemita. Muchos agitadores decían abiertamente: ‘Los judíos ya están conspirando’. Yo recibí centenas de cartas deplorando los métodos antisemitas en la lucha contra la Oposición. En una de las sesiones del Politburó escribí una nota a Bujarín: ‘Ya debe haber oído decir que hasta en Moscú los métodos demagógicos de las Centurias Negras (antisemitismo, etc) están siendo usados contra la Oposición’. Bujarín me respondió evasivamente, en el mismo pedazo de papel: ‘Casos aislados, es claro, ¡son posibles!’. Escribí nuevamente: ‘Lo que tengo en mente no son casos aislados, sino una agitación sistemática entre los secretarios del partido de las grandes industrias de Moscú. ¿Me acompañaría a la fábrica de Skorokhod para investigar un caso de esos? (conozco innumerables ejemplos)’; Bujarín respondió: ‘Bueno, entonces vamos’. Intenté en vano hacerle cumplir su promesa. Stalin se lo prohibió categóricamente" (47).

El episodio ocurrido un año después, en 1927, narrado por Leonard Schapiro, es bastante revelador: "Entre los papeles de Trotsky hay un registro de una reunión realizada en el partido en 1927 para exigir la expulsión de Trotsky, que fue una de las miles organizadas por el Secretariado como parte de la campaña por esa expulsión. La voz principal enfatizaba que la nacionalidad de Trotsky impedía que fuera un comunista ya que ‘mostraba que él debía estar a favor de la especulación’..." (48).

Según el análisis de Trotsky, la política antisemita de Stalin se intensificó juntamente con la profundización de la lucha contra la Oposición, y era ejecutada primordialmente en función de esa lucha. En un primer momento, entre 1923 y 1926 (cuando el judío Zinoviev y el medio judío Kamenev aún apoyaban a Stalin), la utilización del antisemitismo por parte de Stalin fue realizada de forma sutil y encubierta. Constantes referencias, en los diarios y eventos públicos, se hacían contra los "pequeñoburgueses de las ‘pequeñas ciudades’..." que apoyaban a Trotsky —una referencia al Shtetl, típica pequeña ciudad judía de la porción Oeste del antiguo imperio zarista.

La campaña de combate contra la Oposición, en 1926, asumió un tono abiertamente antisemita, y Trotsky escribe que "en los meses de preparación para la expulsión de las oposiciones del partido, las detenciones, los exilios (en el segundo semestre de 1927), la agitación antisemita, asumirán un carácter devastador. El slogan ‘abajo la Oposición’ frecuentemente tomaba la apariencia del viejo slogan ‘abajo los judíos y salve a Rusia’ ..." (49).

Según Trotsky, proporcionalmente no había más judíos en la Oposición que en el partido en general o en la burocracia, pero Stalin estaba determinado a descubrir a los que lo eran y hacerlo público. Después que Kamenev y Zinoviev pasaron a la oposición, fueron llamados Rozenfeld y Radomislyski. El hijo menor de Trotsky, que se llamaba Serguei Sedov porque usaba el nombre de la madre, no judía, pasó a ser llamado Bronstein, a pesar de que el nombre "Trotsky" era mucho más conocido que Bronstein y esclarecía mejor la filiación de Serguei, si eso era lo que se buscaba.

Los métodos antisemitas de Stalin eran, según Trotsky, como mínimo repugnantes. El que jamás tuvo en consideración su origen nacional, que en más de una ocasión enfatizó que no pertenecía a nacionalidad alguna, que era sólo socialdemócrata e internacionalista, fue llevado a reconocer que "el antisemitismo había levantado cabeza juntamente con el anti-trotskismo". Como recuerda Isaac Deutscher, "Trotsky, en su juventud, en los términos más categóricos había repudiado la demanda de ‘autonomía cultural’ para los judíos, que el Bund presentó en 1903. Lo hizo en nombre de la solidaridad del judío y no-judío con el socialismo. Casi un cuarto de siglo después, cuando emprendía la lucha desigual contra Stalin y se dirigia a las células del partido en Moscú para exponer sus puntos de vista, se encontró con alusiones a su judaísmo y hasta con insultos antisemitas abiertos. Las alusiones y los insultos provenían de miembros del partido, que él, junto con Lenin, había guiado durante la revolución y la guerra civil" (50).

Stalin dio la señal de largada para impulsar la campaña antisemita, y los otros miembros del alto comando soviético se embarcaron con mucha facilidad y desenvoltura. Según Glotzer, Bujarín y los miembros del Politburó, Rykov y Tomsky, pueden ser citados entre los que apoyaron a Stalin en todas sus medidas para alcanzar el poder absoluto, inclusive en el antisemitismo (51).

Purgas y antisemitismo

En 1936 comenzaron los "Procesos de Moscú", juicios farsescos contra la Oposición que Stalin en ese momento quería eliminar. La fabricación de los procesos, con pruebas falsas y la utilización del antisemitismo para dar mayor "legitimidad" a la condena del acusado, llevó a Trotsky a comparar los "Procesos de Moscú" con otros juicios antisemitas ocurridos en la historia: los casos Beillis y Dreyfus.

Los métodos (antisemitismo, acusaciones falsas y sensacionalismo) y los objetivos (desviar la atención de las masas de los verdaderos culpables y los reales problemas del país) eran tan semejantes en los dos casos, que Trotsky afirmó que los casos Beillis y Dreyfus fueron los antecedentes históricos de los "Procesos de Moscú". Como dice Volkogonov, "los procesos de Moscú no fueron apenas una purga general, fueron realizados para destruir a Trotsky moral, política y psicológicamente; la orden para aniquilarlo físicamente ya había sido dada mucho antes" (52).

El Estado soviético promovía el antisemitismo general del país y perseguía a los judíos (Trotsky y los opositores no eran los únicos judíos perseguidos, ni el antisemitismo stalinista concluyó luego de su eliminación: vease el caso del "Complot de los Médicos" en 1952 y el destino de Leopold Trepper, a manos de la policía rusa después de la Segunda Guerra Mundial, entre otros tantos ejemplos), al mismo tiempo que condenaba a muerte a los antisemitas. Stalin mantuvo la orden de condenar el antisemitismo mientras lanzaba su propia campaña antisemita. Según Vaksberg, no fueron sólo los procesos antisemitas las que crecieron en los años treinta, sino también los propios anti antisemitas (53). El Estado soviético fingía combatir el antisemitismo mientras promovía el antisemitismo.

Los procesos de Moscú consiguieron reunir las dos acusaciones *judaísmo y antisemitismo*... en la misma víctima: "El último proceso de Moscú, por ejemplo, fue escenificado con la intención muy mal encubierta de presentar a internacionalistas como judíos infieles capaces de venderse a la Gestapo alemana. Desde 1925 y principalmente desde 1926, la demagogia antisemita, bien camuflada, inatacable, se da de la mano con juicios simbólicos contra supuestos pogromistas" (54).

En la medida en que el dictador derrotó a Trotsky y sus aliados con métodos antisemitas, es lícito indagar si Trotsky fue derrotado porque era judío, como sostienen Wistrich y Volkogonov. Wistrich afirma inclusive que Winston Churchil no tenía dudas de que el judaísmo de Trotsky fue central para su derrota: "El era además un judío. Nada podía alterar eso", diría el estadista británico (55).

Dimitri Volkogonov, basándose en un episodio que envolvió al antiguo populista Vasiliev, afirma que "no todo el mundo aceptaba a Trotsky como líder. Entre los bolcheviques estaban aquellos que no perdonaban su pasado no bolchevique, mientras que para la población en general, sus orígenes judíos confundían. La acusación de que Lenin estaba ‘rodeado de judíos’, fue hecha con bastante frecuencia. Entre la correspondencia que Lenin recibió sobre el asunto, estaba el telegrama de un antiguo miembro de la Voluntad del Pueblo [Narodnaya Volia, NdA], un simpatizante bolchevique llamado Makari Vasiliev: ‘Para salvar al bolchevismo, debería separar a una serie de bolcheviques extremamente respetados y populares: el gobierno soviético sería beneficiado con la renuncia inmediata de Zinoviev, Trotsky y Kamenev, cuyas presencias en los puestos más elevados e influyentes, no refleja el principio de autodeterminación nacional’. Vasiliev también exigió el ‘auto-alejamiento de Sverdlov, Ioffe, Steklov, y su reemplazo por personas de origen ruso’..."(56). No es necesario decir que Lenin ignoró al viejo populista Vasiliev.

Está claro que Stalin persiguió a Trotsky por la amenaza que representaba a su poder y no porque era judío. En el período en que Stalin persiguió y expulsó de Rusia a Trotsky y sus aliados, durante las décadas de 1920-1930, difícilmente perseguía judíos sólo por odio racial. No dejaba de ser peligroso contraponerse a los principios establecidos anteriormente por Lenin. O sea que Stalin, en la mayoría de los casos, no perseguía a los judíos porque era antisemita. Pero como en el fondo lo era, no le importaba utilizar y fomentar el antisemitismo de las masas rusas para legitimar la persecución a sus opositores. Pero todo indica que durante la década del ‘40 la poca racionalidad que había en la política antisemita de Stalin desaparece por completo y la persecución a los judíos (por más inexplicable que sea a través del análisis histórico) pasa a ser parte de los devaneos de una mente enferma.

El sionismo

A fines de 1903, Trotsky analizó el sionismo en el artículo citado, "La desintegración del sionismo y sus posibles herederos", calificándolo como una utopía reaccionaria que separaba a los trabajadores judíos del movimiento obrero mediante la promesa irrealizable de la construcción de una nación judía bajo el capitalismo. Treinta años después, la situación política en el mundo, principalmente en lo que respecta a los judíos se había alterado. Los judíos presenciaban el desarrollo general del antisemitismo en Europa, el crecimiento acentuado del antisemitismo oficial en la URSS, la ascensión del nazismo, la persecución a los judíos de Alemania, y la irrupción de los conflictos entre los colonos judíos y los árabes en Palestina.

En 1934, Trotsky, respondiendo a la pregunta de si los cambios que se estaban viviendo en el mundo exigían un nuevo examen de la cuestión judía por parte de los comunistas, afirmó: "Tanto el Estado fascista en Alemania como la lucha árabe-judía permiten una nueva verificación, mucho más clara aún del principio de que la cuestión judía no puede ser resuelta en el cuadro del capitalismo. No podría decir si el judaísmo será construido nuevamente como una nación. Pero no puede haber, en nuestro planeta, algo como la idea de que uno tiene más derecho a la tierra que otro... El callejón sin salida en que se encuentra el judaísmo alemán y el callejón sin salida en que se encuentra el sionismo están inseparablemente ligados al callejón sin salida del capitalismo mundial como un todo" (57).

Trotsky, en la entrevista siguiente, en México, en 1937, reiteró su oposición al sionismo y reafirmó que las condiciones materiales para la construcción nacional judía (mudanza voluntaria en masa de los judíos, economía planificada, planeamiento topográfico, un tribunal proletario internacional para resolver el conflicto judío-árabe) sólo serían dadas por una revolución proletaria. Pero en el lugar de la duda de antes ("yo no sabría decir si el judaísmo será construido nuevamente como nación..."), Trotsky expresó la certeza de que "la nación judía se mantendrá durante todo un período por llegar", y concluía que era obligación del socialismo proveer las condiciones materiales necesarias para el pleno desarrollo nacional y cultural judío (58).

Trotsky, en la misma entrevista, intentó explicar el cambio en su visión de la existencia de una nación judía: "Durante mi juventud, estaba más inclinado a creer que los judíos de los diferentes países serían asimilados y que la cuestión judía desaparecería de una manera casi automática. El desarrollo histórico del último cuarto de siglo no confirmó esa perspectiva. El capitalismo decadente sacó a la superficie, en todas partes, un nacionalismo exacerbado, una de sus expresiones es el antisemitismo. La cuestión judía se exacerbó sobre todo en el país capitalista más desarrollado de Europa, Alemania" (59).

Además del retroceso del proceso de asimilación de los judíos, en gran parte debido al crecimiento del antisemitismo, un segundo motivo para el cambio de su posición previene, dice Trotsky, del propio desenvolvimiento cultural de la nación judía, especialmente del desarrollo del idisch. A fines del siglo XIX el idisch era considerado, por los mismos judíos, como su idioma venido de la miseria y la opresión sufrida en los guetos de Europa oriental y el imperio zarista. Fue recién al iniciarse el siglo XX que se transformó en un idioma que condujo al florecimiento literario y artístico (teatral) de los judíos de Europa oriental y de los países de inmigración reciente, como Francia, Estados Unidos y Argentina. En palabras de Trotsky, "los judíos de diferentes países crearon su prensa y desarrollaron el idioma idisch como un instrumento adaptado a la cultura moderna. Por lo tanto, debemos trabajar con el hecho de que la nación judía existirá durante todo un período por venir" (60).

El cambio de visión de Trotsky de la asimilación de los judíos y su apoyo a la idea de que se otorgara un territorio para los judíos que quisieran vivir en común y desarrollarse nacionalmente bajo un régimen socialista, llegó a ser interpretado como un "leve cambio" de Trotsky a favor del sionismo. En palabras de Glotzer, "al final de su vida, Trotsky fue compelido a cambiar, aunque levemente, parte de su posición en relación al sionismo" (61). La misma afirmación fue hecha por Knei-Paz cuando escribió que "en ese artículo ["La desintegración del sionismo y sus posibles herederos", NdA] Trotsky definió de una vez por todas *o casi, ya que treinta años después expresaría un leve cambio de opinión* su hostilidad con relación al sionismo" (62).

Debe decirse que Trotsky no alteró una posición de principios cuando cambió su visión de la asimilación de los judíos. El propio proceso de asimilación sufrió un retroceso a comienzos del siglo. Ningún estudioso de la cuestión judía puede negar que a fines del siglo XIX los judíos de Europa central y occidental estaban en vías de integrarse a la población de los países en que vivían, a través de casamientos mixtos, de la creciente diversificación profesional y del propio abandono de la religiosidad y de las costumbres judías. Así como no se niega que ese proceso fue revertido drásticamente en el período de entreguerras, con el crecimiento del antisemitismo entre la población y a nivel del Estado, mediante la (re) implantación de medidas legales restrictivas.

Trotsky apenas adecuó su visión al cambio de la realidad empírica. No podemos deducir un supuesto apoyo a la idea sionista por los cambios de la visión de Trotsky del problema judío en la época del surgimiento del nazismo y del "antisemitismo soviético". Trotsky se oponía a la idea sionista y se mantenía firme en la creencia de que la salvación de los judíos dependía del fin del régimen capitalista.

Según Harari, si Trotsky veía a los judíos como una "nación sin territorio" y aun así condenaba el sionismo como una "utopía irrealizable", fue porque desconocía el gran avance de la colonización judía de Palestina: "No se debe reprochar a Trotsky porque, debido a su carencia de conocimientos sobre lo que pasaba en Eretz Israel, no sabía de la lucha ininterrumpida, fundamentalmente por parte del obrero hebreo de Palestina, tanto contra el imperialismo inglés como contra la ‘fuerza reaccionaria de los musulm anes’ (según la definición de Trotsky), por el hecho de que para él se llama ‘inmigración’ una lucha por la ‘aliá’ por todos los medios. No conocía el alcance de la ‘aliá’ a Eretz Israel..." (63) ("aliá": traslado de los judíos a Israel).

Como vimos, Trotsky no condenó al sionismo debido a su ignorancia de los esfuerzos de colonización judía de Palestina. Pero en la medida en que aumentaba su interés por el problema, se quejaba de la falta de información más precisa. El judío polaco y revolucionario Hersh Mendel cuenta, en su libro de memorias, que se encontró clandestinamente con Trotsky en 1934 en Versailles. El encuentro fue a pedido de Trotsky (el contacto con Mendel fue hecho por el hijo mayor de Trotsky, Lyova Sedov) para discutir el carácter del régimen de Pilsudski en Polonia. Antes de la despedida, dice Mendel, Trotsky "preguntó si yo tenía alguna noticia del movimiento de los trabajadores judíos en Palestina. No preparado para la pregunta, no sabía qué decirle. Entonces me pidió que le juntara los materiales apropiados. Transmití el pedido de Trotsky a los camaradas de Polonia y rápidamente olvidé el asunto. En la historia del movimiento internacional, conocía una serie de revolucionarios judíos que ocasionalmente recordaban que pertenecían al pueblo judío, pero que luego no lo tenían en mente. Pensé que con Trotsky sería lo mismo. Pero él no era el tipo de persona que se olvidaba de las cosas que consideraba importantes..." (64).

Enzo Traverso nos provee otro interesante "testimonio del creciente interés de Trotsky por la cuestión judía en los años treinta". Se trata del relato de la visita de Beba Idelson (dirigente socialista-sionista palestina) a Trotsky, en 1937, en México. "El se informó sobre la vida judía en Palestina en general e hizo diversas preguntas sobre la naturaleza de los kibutz, la relación entre judíos y árabes, la situación económica del país, la universidad y la biblioteca judías de Jerusalén, etc. Beba Idelson escribió: ‘No le hablaba como se habla a un extranjero. Sentía que estaba hablando a un judío, a un judío errante, sin patria. Eso me hizo sentir muy próxima y me dio la seguridad para dirigirme a un hombre que podía comprenderme. Trotsky jamás se volvió sionista, pero ya no era indiferente a la idea de una nación judía’..." (65).

Para algunos autores, el error de Trotsky fue creer en la proximidad de la revolución mundial. Su análisis de la situación mundial en todos los otros aspectos era tan perfecto que, si no fuese por esa creencia ciega, Trotsky habría apoyado el proyecto sionista o por lo menos algún proyecto de construcción de una nación judía aun bajo el capitalismo, lo que se cree habría salvado a los judíos (o por lo menos a gran parte de ellos) del holocausto.

El 19 de febrero de 1939, Trotsky fue buscado por Ruskin, un renombrado abogado judío de Chicago, que quería incluir al revolucionario exiliado de reputación mundial en su programa de ayuda a los judíos de Europa, "presumiendo que los orígenes judíos de Trotsky lo transformaban en un posible participante en cualquier movimiento con esos propósitos". Pero Trotsky le respondió que "sólo la revolución internacional puede salvar a los judíos" (66).

El hecho es que, sin el apoyo de las potencias imperialistas, el proyecto no tenía medios por hacer lo que, en ultima instancia, era necesario: evacuar a los judíos de Europa. El sionismo no era visto como una salvación para los judíos ante el avance arrollador del nazismo y la inminencia de la guerra en Europa, como siempre señalaba Trotsky. Trotsky "rechazaba la idea de que el programa de marchar a Palestina de los sionistas pudiese suministrar un refugio inmediato a los judíos, frente a Hitler. La solución inmediata era la revolución socialista" (67).

En julio de 1940, un mes antes de ser asesinado, Trotsky escribió, bajo el impacto de la nueva norma del gobierno británico, restringiendo la inmigración judía a Palestina, el siguiente pasaje (encontrado después de su muerte entre sus escritos): "La tentativa de resolver la cuestión judía con la emigración de los judíos a Palestina puede ser vista ahora por lo que es, un trágico blef para el pueblo judío. Interesado en conquistar la simpatía de los árabes, que son más numerosos que los judíos, el gobierno inglés modificó nítidamente su política en relación a los judíos, y renunció a su promesa de ayudarlos a fundar un ‘hogar propio’ en tierra extranjera. El próximo desarrollo de los asuntos militares podría transformar a Palestina en una trampa mortal para centenas de miles de judíos. Nunca estuvo tan claro como está hoy, que la salvación del pueblo judío está inseparablemente ligada al derrumbe del sistema capitalista" (68).

Trotsky se opuso al sionismo durante toda su vida porque lo veía como un movimiento irrealizable y reaccionario, porque no tenía recursos propios, era dependiente del imperialismo británico que le daba o le retiraba su apoyo de acuerdo a su conveniencia, tenía que enfrentar al nacionalismo árabe, y finalmente alejaba a los trabajadores judíos del movimiento revolucionario socialista. Pero, analizando la evolución de la cuestión judía en las décadas iniciales del siglo XX, Trotsky formuló la concepción de la construcción nacional judía dentro de un régimen socialista mundial: "Exactamente los mismos métodos que para resolver la cuestión judía bajo el capitalismo tienen un carácter utópico y reaccionario (sionismo), tendrán bajo un régimen de federación socialista, un significado verdadero y saludable. Eso era lo que yo quería esclarecer. ¿Cómo un marxista o un demócrata consistente puede hacer objeción a eso?" (69).

Podría criticarse a Trotsky por haber llegado tarde (década del treinta) a la conclusión de que sería la obligación del gobierno proletario generar las condiciones para el desarrollo pleno de la nación judía. Tal vez una mirada más atenta al judaísmo ucraniano, polaco y lituano, menos volcado a los grandes centros urbanos, que los judíos cosmopolitas de las grandes ciudades de Rusia o de Europa occidental, hubiera posibilitado llegar a esa conclusión aún en 1917. Pero incluso así no se podía proponer una solución para la "cuestión judía" separando a los judíos en "porción occidental" y "porción oriental". Los judíos de Europa occidental, en vías de asimilación, parecían indicar el camino que sería seguido por el judaísmo como un todo.

Birobidjan

La idea de crear un territorio judío en la Unión Soviética surgió en los círculos del Partido Comunista en 1925. El 4 de septiembre de 1926, la sección judía del partido, Yevsektsia, adoptó una resolución declarando deseable el establecimiento de un territorio autónomo judío. El 28 de marzo de 1928 quedó oficialmente decidido por el Presidium del Comité Ejecutivo de la URSS, orientar toda colonización judía para la región de Birobidjan, en Siberia oriental, cerca de China y el Río Amur.

Según Weinstock, el territorio autónomo judío fue creado de manera puramente administrativa. Los verdaderos interesados no fueron consultados y la iniciativa contó con la oposición de una parte de la OZET (organización de colonización agrícola judía en la URSS). Birobidjan, que debería abrigar a las colonias agrícolas judías, estaba situado en una región siberiana árida, escogida en razón de intereses estratégicos: poblar el extremo oriente ruso e impedir el avance chino.

Dice Weinstock: "Según los planificadores, a lo largo del primer plan quinquenal debía surgir de la nada un centro birobidjanés con decenas de miles de colonos judíos. Esas visiones utópicas no se condecían con la dura realidad. Las condiciones climáticas y económicas eran tan rigurosas que dos tercios de los colonos retornaron a sus hogares. Lo que no impidió que Birobidjan fuese declarado ‘Distrito autónomo judío’ el 31 de octubre de 1931. De 1928 a 1933 cerca de 20.000 judíos se instalaron allí definitivamente. Cuando la región fue proclamada ‘Provincia autónoma’ el 7 de mayo de 1934, su población judía no pasaba de un quinto del total de habitantes. (Llegó a 23,8% en 1937). A fines de 1937 contaba con 20.000 judíos birobidjanos, estando apenas el 5% empleado en la agricultura" (70).

En 1937, interrogado sobre su visión de la creación de la "Provincia autónoma" judía de Birobidjan, Trotsky respondió que no poseía información privilegiada (recordemos que Trotsky dejó la URSS en el período de la creación del proyecto), pero que su evaluación personal era que aquella sólo podía ser una experiencia muy limitada. Trotsky reconocía que para que los judíos mantuvieran una existencia nacional normal les faltaba un territorio propio. Pero la URSS, dice Trotsky, incluso en un estadio de desarrollo socialista mucho más avanzado que el entonces existente, aún sería muy pobre para resolver su propio problema judío (71).

Trotsky no se oponía a la idea general contenida en el proyecto de Birobidjan: "Ningún individuo progresista y que usa el cerebro podrá hacer objeción a que la URSS designe un territorio especial para los ciudadanos que se sienten judíos, usan la lengua judía preferentemente respecto a cualquier otra y desean vivir como una masa compacta". Pero tampoco cerraba los ojos para los grandes problemas que envolvía la creación de la "Provincia autónoma" y al hecho de que "inevitablemente reflejará todos los vicios del despotismo burocrático" (72).

Birobidjan no iba a producir las condiciones materiales para el desarrollo cultural judío y por lo tanto no realizaría aquello que, según Trotsky (en carta de 1934), sería la obligación de un gobierno proletario: "El sionismo aleja a los trabajadores de la lucha de clases a través de la esperanza irrealizable de un Estado judío bajo el capitalismo. Pero es obligación de un gobierno obrero crear para los judíos, así como para cualquier otra nación, las mejores circunstancias para su desarrollo cultural. Eso significa, ‘inter ali’: proveer, para aquellos judíos que así lo desean, sus propias escuelas, su propia prensa, su propio teatro, etc.; un territorio separado para su desarrollo y administración propias. El proletariado internacional se comportará de la misma forma cuando sea la dirección de todo el globo. En la esfera de la cuestión nacional no debe haber restricción; por el contrario, debe haber una asistencia material plena para las necesidades culturales de todas las nacionalidades y grupos étnicos. Si este o aquel grupo nacional está predestinado a desaparecer (en el sentido nacional), entonces deberá ser por un proceso natural, nunca como consecuencia de dificultades territoriales, económicas o administrativas" (73).

Además de las mencionadas dificultades, Birobidjan quedaba muy lejos de Moscú o cualquier otro centro urbano importante. Sobrevivir allí no era fácil y reemprender la vida en la ciudad de origen era más difícil aún, motivo por el cual Birobidjan fue frecuentemente comparado con un gueto. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, Birobidjan, en palabras de Pierre Teruel-Mania, pasó de gueto a un verdadero campo de concentración. Con el avance de las tropas nazis, la URSS evacuó toda una población de Polonia ocupada por el Ejército Rojo (cerca de un millón de judíos), transportándola a la fuerza en vagones de carga hasta los Urales y Siberia.

El motivo de ese desplazamiento forzado habría sido la desconfianza de Stalin de que los polacos, inclusive los judíos entre ellos, podían apoyar la invasión nazi contra la Unión Soviética. Stalin, sin proponérselo, salvó a esos judíos de morir en los campos de concentración y exterminio nazis. Pero, por otro lado, los confinó y dejó morir de hambre y frío en las regiones semi-desérticas de Siberia, en particular en Birobidjan. El número de muertos, según los sobrevivientes, llegó a las 600.000 almas o más. "Lo cierto es que en 1946, cuando los polacos ‘refugiados de la URSS’ fueron autorizados a volver a casa, no se contaba con más de 150.000 judíos. Centenas de miles perecieron de frío y de hambre en el gueto de Birobidjan, en Siberia oriental *de hecho, un campo de concentración" (74).

El nazismo

Trotsky fue, seguramente, el primer líder político (de cualquier ideología) en alertar al mundo de dos peligros representados por el ascenso del nazismo en Alemania: una nueva guerra mundial y el exterminio físico de los judíos. En junio de 1933, Trotsky escribía que "el plazo que nos separa de una nueva catástrofe europea está determinado por el tiempo necesario para el rearme alemán. No se trata de meses pero tampoco de años. Si Hitler no es detenido a tiempo por las fuerzas internas de Alemania, algunos años bastarán para que Europa se encuentre nuevamente arrojada a una guerra" (75). El cambio de actitud de los jefes nazis, que en ese momento hacían declaraciones pacifistas, sólo podía "asombrar a los más bobos", dijo Trotsky. Los nazis recurrirían a la guerra como única forma de responsabilizar a los enemigos externos por los desastres internos. En palabras de Volkogonov, "Trotsky previó la Segunda Guerra Mundial en el inicio de la década de 1930" (76).

En el análisis de Trotsky, Hitler, en toda su mediocridad, no creó política o teoría propia; su metodología política fue prestada de Mussolini, que conocía la teoría de la lucha de clases de Marx lo suficientemente bien como para utilizarla contra la clase trabajadora. Su teoría de raza, la debía a las ideas de racismo de un diplomático y escritor francés, el conde Gobineau. La habilidad política de Hitler consistió en traducir la "ideología del fascismo al idioma del misticismo alemán" y así movilizar, como hizo Mussolini en Italia, las clases intermedias contra el proletariado (el único que podría haber barrido con el avance nazi).

Dice Trotsky que antes de convertirse en poder de Estado, el nacional-socialismo prácticamente no tenía acceso a la clase trabajadora. Tampoco la gran burguesía, incluso aquella que apoyaba al nacional-socialismo con su dinero, veía a aquel partido como suyo. La base social sobre la cual el nazismo se apoyó para su ascensión fue la pequeña burguesía, arrasada y pauperizada por la crisis en Alemania. Fue también en ese medio que los mitos antisemitas encontraron su campo de propagación más fértil.

"El pequeño burgués necesita una instancia superior, más allá de la naturaleza y de la historia, para protegerse de la competencia, la inflación, la crisis y la venta en remate público. A la evolución, a la concepción materialista, al nacionalismo *en los siglos XX, XIX y XVIII* se opone el idealismo nacional como fuente de inspiración heroica. La nación de Hitler es una sombra mitológica de la propia pequeña burguesía, delirio patético que le muestra su reinado milenario sobre la Tierra. Para elevar a la nación por encima de la historia, se le da el apoyo de la raza. La historia es considerada como la emanación de la raza. Las cualidades de la raza son construidas independientemente de las diversas condiciones sociales. Al rechazar la concepción económica como inferior, el nacional-socialismo desciende a una etapa más baja: del materialismo económico recurre al materialismo zoológico (...) Del sistema económico contemporáneo, los nazis excluyen al capital usurario y bancario como si fuese el demonio. Ahora bien, es precisamente en esa esfera donde la burguesía judía ocupa un lugar importante. Los pequeños burgueses se inclinan delante del capital en su conjunto, pero declaran la guerra al maléfico espíritu de acumulación bajo la forma de un judío polaco con una larga capa pero que, muy frecuentemente, no tiene un centavo en sus bolsillos. El pogrom se convierte en la prueba más elevada de la superioridad de la raza" (77).

La verdadera causa del éxito de Hitler, según Trotsky, no fue la fuerza de su ideología sino la falta de una alternativa: "No hay ninguna razón para ver la causa de esos fracasos [de las Internacionales socialista y comunista, NdA] en la potencia de la ideología fascista. Mussolini jamás tuvo ideología alguna y la ideología de Hitler nunca fue tomada en serio por los obreros. Las capas de la población que en un momento dado fueron seducidas por el fascismo, principalmente la clase media, ya tuvieron tiempo de desilusionarse. El hecho de que la pequeña oposición existente se limite a los medios clericales protestantes y católicos, no se explica por la potencia de las teorías semi delirantes, semi charlatanas de la ‘raza’ y de la ‘sangre’, sino por el quiebre estrepitoso de las ideologías de la democracia, de la socialdemocracia y del Comintern" (78).

El segundo pronóstico de Trotsky *el exterminio de los judíos* estaba relacionado con su pronóstico de la irrupción de una nueva guerra mundial, pero no dependía de ésta. En 1938, Trotsky afirmaba que "el número de países que expulsa a los judíos crece sin parar. El número de países que pueden aceptarlos decrece... Podemos, sin dificultad, imaginar lo que espera a los judíos con el mero inicio de la próxima guerra mundial. Pero igualmente sin guerra, el próximo desarrollo de la reacción mundial significa con seguridad el exterminio físico de los judíos" (79). Estas líneas fueron escritas, como recuerda Harari, "bien antes de que los hornos de Hitler comenzasen su tarea, cuando el mundo entero era indiferente en relación al problema de los judíos" (80).

En el mismo artículo, de diciembre de 1938, Trotsky no sólo alerta contra el peligro del exterminio de los judíos, sino también contra la proximidad de esa catástrofe, y lanza un llamamiento a todos los elementos progresistas para que fueran al auxilio de la revolución mundial. Para los judíos, incluyendo a su burguesía, esta tarea era prácticamente una obligación, ya que, en un momento en que Palestina aparecía como una "trágica ilusión", Birobidjan como una "farsa burocrática" y los países de Europa y del nuevo mundo cerraban sus fronteras para la inmigración judía, sólo la revolución podía salvarlos de la masacre: "La Cuarta Internacional fue la primera en proclamar el peligro del fascismo e indicar el camino para la salvación. La Cuarta Internacional llama a las masas populares a no dejarse engañar para encarar abiertamente la realidad amenazadora. La salvación reside sólo en la lucha revolucionaria... Los elementos progresistas y perspicaces del pueblo judío tienen la obligación de venir al auxilio de la vanguardia revolucionaria. El tiempo apremia. Un día ahora equivale a un mes o hasta un año. Lo que hagan, ¡háganlo rápido!" (81).

Al contrario de los autores que afirman que el pronóstico tan preciso de Trotsky no tenía implicancias prácticas, o que Trotsky no dio soluciones a la altura de sus previsiones (82), Peter Buch escribe que "para Trotsky no era cuestión de ‘esperar’ por el socialismo. Eran necesarias medidas prácticas para salvar a los judíos de los carniceros nazis. Con la derrota de la revolución socialista en Europa, solamente una campaña internacional poderosa para revelar los verdaderos planes de Hitler y forzar a los países de Occidente a abrir sus puertas y ofrecer asilo a los judíos, principalmente EE.UU. e Inglaterra, podía ayudar a los judíos. Trotsky planteó una acción masiva por la demanda de asilo para los judíos amenazados. Tal demanda era capaz de unir a todos los verdaderos opositores al fascismo, socialistas o no, en un movimiento de masas que podría haber salvado a millones de las cámaras de gas..." (83).

Trotsky no veía la amenaza de exterminio de los judíos como producto de las características intrínsecas y pluriseculares del pueblo alemán *como afirma una corriente historiográfica del nazismo y, más recientemente, Daniel J. Goldhagen (84)*, sino como un problema creado por el capitalismo como un todo, siendo que la "cuestión judía es más crítica en el país capitalista más avanzado de Europa, Alemania" (85). Isaac Deutscher recuerda que "en una frase memorable, animada por la premonición de las cámaras de gas, Trotsky resumió así la esencia del nazismo: ‘Todo lo que la sociedad, si se hubiese desarrollado normalmente (por ejemplo, en dirección al socialismo), debería haber expulsado... como el excremento de la cultura, está ahora brotando por su garganta: la civilización capitalista está vomitando la barbarie no digerida’..." (86). Trotsky escribió sobre el peligro del antisemitismo en Estados Unidos si llegara a tornarse tan crítico o peor que en Alemania: "La victoria del fascismo en ese país [Francia, NdA] significaría el fortalecimiento de la reacción, y el crecimiento monstruoso del antisemitismo violento en todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos" (87). Pasajes como éste son sintomáticamente olvidados por aquellos que no consiguen explicarlos o ridiculizarlos.

En una carta a Glotzer, escrita el 14 de febrero de 1939, Trotsky va un poco más lejos en su previsión de la irrupción de un antisemitismo violento en Estados Unidos: "Hay 400.000 judíos en Palestina, pero Ruskin y sus asociados pretenden llevar allí 500.000 más. (¿Cómo? ¿Cuándo?) Yo le respondí que estaban preparando una bella trampa a los judíos en Palestina. Antes de trasladar a esas 500.000 personas, tendremos una cuestión palestina interna con los 2.500.000 judíos de Estados Unidos. Con la declinación del capitalismo americano, el antisemitismo se volverá más y más terrible en Estados Unidos *en todo caso, más importante que en Alemania. Si la guerra viene, y vendrá, un gran número de judíos caerá como las primeras víctimas de la guerra y serán prácticamente exterminados". Glotzer tanto glorifica a Trotsky por su previsión de la solución final, como lo ridiculiza por sus visiones del antisemitismo en Estados Unidos: "Trotsky estaba totalmente fuera de la verdadera América. Allí sus abstracciones no le sirvieron" (88).

Para Traverso, basta recordar que Trotsky denunciaba constantemente el cierre de las fronteras de los países de Europa y Estados Unidos para la inmigración judía *una acción criminal de las democracias occidentales a la altura del bandidaje del propio nazismo*, para notar que "la referencia implícita a Estados Unidos, que se oponía a acoger a los judíos europeos amenazados por Hitler, demuestra que Trotsky veía en el antisemitismo un producto del sistema imperialista como un todo, y no exclusivamente la consecuencia del delirio nazi" (89). Se debe recordar que no fueron sólo las democracias occidentales las que cerraron sus fronteras para la inmigración de los judíos huyendo del nazismo. "Antes de la firma del pacto Hitler-Stalin, durante la persecución de los judíos en Alemania, Austria y Checoslovaquia, la URSS stalinista era el único país de Europa *hasta la España franquista concedía el derecho de asilo a los judíos* en negar asilo a los judíos perseguidos por Hitler" (90).

Trotsky llamó a una Conferencia de Emergencia de la IVª Internacional en mayo de 1940, que produjo un documento ("La Guerra Imperialista y la Revolución Proletaria Mundial") donde se lee uno de sus últimos comentarios sobre el "problema judío" y su inserción en el problema más general del destino de la humanidad como un todo: "En el mundo del capitalismo en descomposición no hay vacantes. La cuestión de admitir cien refugiados más se torna un gran problema para una potencia mundial como Estados Unidos. En la era de la aviación, el telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión, los viajes de país a país están paralizados por pasaportes y visas. El período de desgaste del comercio exterior y la declinación del comercio interno es, al mismo tiempo, el período de la intensificación monstruosa del chauvinismo y especialmente del antisemitismo. En el período de su ascenso, el capitalismo sacó al pueblo judío del gueto y lo utilizó como instrumento de su expansión comercial. Hoy la sociedad capitalista decadente está intentando exprimir al pueblo judío por todos sus poros; diecisiete millones de individuos sobre 2.000 millones que habitan el globo, o sea, menos del 1%, ¡no encuentran más un lugar sobre nuestro planeta! En medio de la inmensidad de las tierras y de las maravillas de la tecnología, que conquistó los cielos para el hombre así como la tierra, la burguesía consiguió convertir nuestro planeta en una prisión atroz..." (91).

Conclusión

Trotsky no escribió extensamente sobre la "cuestión judía". La reunión de todos sus escritos, incluyendo entrevistas y párrafos retirados de artículos que no son específicos de la "cuestión judía", completarían nada más que un folleto. Pero sus reflexiones sobre el tema, de la primera a la última, ocuparon un largo período de tiempo, desde 1903 hasta su muerte, en 1940. Diversos autores afirman que a lo largo de esos 37 años, Trotsky alteró su visión de la "cuestión judía".

Ernest Mandel sustenta que Trotsky pasó de una visión asimilacionista típicamente semi-internacionalista (que decía que "la consolidación del sistema burgués de producción y de la sociedad burguesa llevarían inevitablemente a la emancipación judía... y a su asimilación") a una visión que llegaba a superar a la de Marx y Engels (92). Enzo Traverso afirma que "el cambio de perspectiva entre 1933 y 1938 no puede ser explicado sólo por una profundización de la reflexión teórica sobre el antisemitismo: proviene también de una dicotomía inherente al pensamiento de Trotsky. Se trata de la contradicción entre su "filosofía espontánea", hecha de una adhesión superficial a la tradición filosófica del marxismo de la IIª Internacional (una tradición dominada por las figuras de Plejanov y de Kautsky) y su ruptura práctica, es decir, no sistematizada, con todas las formas del marxismo positivista y evolucionista" (93).

Abandonando su visión inicial *la creencia en la asimilación de los judíos y la caracterización del antisemitismo como un resquicio de la era medieval, sinónimo de atraso e ignorancia* Trotsky habría alterado supuestamente su visión de la "cuestión judía", por una visión "más lúcida", que defendería la solución territorial y vería el antisemitismo como la expresión más aguda de la barbarie moderna. Pierre Vidal Naquet escribe que "de todos los grandes dirigentes marxistas del siglo XX, Trotsky es probablemente quien más se aproxima, hacia el final de su vida, a una visión lúcida de la cuestión judía y de la amenaza nazi" (94).

Es correcto decir que Trotsky abandonó la visión de la asimilación de los judíos, que formuló la idea de construcción nacional judía dentro de una sociedad comunista avanzada y que incluyó (como Lenin) en su análisis del antisemitismo la noción de una "destilación químicamente pura de la cultura del imperialismo", o sea que era la expresión de la modernidad y de la propia decadencia de la sociedad capitalista y no sólo un resquicio cultural de una sociedad antepasada (una afirmación no anula la otra), y que dejó de pronunciar frases del tipo "el antisemitismo desaparecerá como desaparecerá el capitalismo", pasando a decir también que el proletariado actuaría cuando fuese dueño del planeta, para garantizar el fin del antisemitismo y la solución de la cuestión judía.

Pero todas esas alteraciones no cambiaron la visión fundamental de Trotsky acerca de la "cuestión judía", la cual siempre estuvo asociada al destino de la revolución proletaria mundial. El artículo de Trotsky de 1913, sobre la política de Bismark para Rumania, arriba analizado, demuestra que Trotsky tenía una visión clara de la utilización de los judíos en función de maniobras y conspiraciones políticas internacionales, entre las naciones más avanzadas; por políticos de naciones donde los judíos se estaban "integrando" hace décadas a la población local, como era el caso de Alemania. La asimilación de los judíos no era siquiera garantía de la preservación de sus derechos ciudadanos.

Justamente porque la visión de Trotsky nunca fue "asimilacionista" hasta sus últimas consecuencias, no marginalizaba al movimiento obrero judío (como hizo la II Internacional antes de 1914). Desde 1903-1904, Trotsky creía que el movimiento obrero judío, como tal, tenía un papel importante que cumplir actuando conjuntamente con el movimiento obrero general y dentro de los movimientos obreros de los diferentes países. Más aún, en sus primeros escritos, como "la desintegración del sionismo y sus posibles herederos" (1903) y "La cuestión judía en Rumania y la política de Bismark" (1913), Trotsky dijo que la "intelligentzia" y los sectores medios de la población judía, inclusive los que eran parte del movimiento sionista, deberían apoyar a la socialdemocracia porque sólo ella lucharía por los derechos de los judíos. En la década de 1930, cuando un calumniador lanzó el rumor de que Trotsky recibía dinero de los judíos ricos de EE.UU., éste escribió que eso no era verdad, pero que si la burguesía judía ofreciera su ayuda, ciertamente la aceptaría, porque era obligación de los judíos apoyar al único movimiento que podría salvar, literalmente, su piel (95). Trotsky no concebía la emancipación política (la conquista de la igualdad de derechos del ciudadano) y la asimilación, como una posible solución para el problema judío. La revolución de febrero de 1917 jamás habría resuelto la "cuestión judía".

Por el mismo motivo, la visión de Trotsky está extremadamente próxima a la visión de Marx de La Cuestión Judía de 1843. Trotsky no supera la visión de Marx, la expresa en los ejemplos vivos de los problemas políticos de su época. El verdadero sentido del artículo de Marx sobre la "cuestión judía" tiende a ser distorsionado por las palabras duras y los términos aparentemente antisemitas. Pero una lectura atenta del artículo demuestra que Marx sostenía, en el momento justo en que la asimilación de los judíos parecía indicar el fin del "problema judío", que la sociedad capitalista jamás dejaría al judío olvidar que era judío. La emancipación final de los judíos del judaísmo y de la sociedad como un todo sólo podría ocurrir con la superación del sistema capitalista de producción, con la revolución proletaria mundial.

Con palabras bien diferentes, y en contextos distintos, Trotsky expresó desde temprano la misma visión de Marx a pesar de no haberse referido jamás a su artículo. Fue la visión dialéctica de Trotsky la que le permitió alcanzar la formulación de la idea de la construcción nacional judía después de la revolución socialista mundial (como necesidad y no como deseo personal) y a prever, de manera tan precisa, el trágico destino de los judíos después del fracaso de la revolución en Europa. La originalidad de la visión de Trotsky sobre la "cuestión judía" fue haber alcanzado, sin depender de la lectura del texto de Marx y a partir de sus propios conocimientos teóricos y de la observación aguda de la realidad, la esencia de La Cuestión Judía.

1. Vladimir Medem, De mi Vida. Buenos Aires, Ediciones Bund, 1986, págs. 262-263.

2. Isaac Deutscher, The Prophet Armed. Nueva York, Vintage Books, 1954, pág. 74.

3. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 279. Sobre el V Congreso del Bund y la decisión de excluir la discusión sobre el programa nacional de las propias actas del congreso, ver pág. 273.

4. V. I. Lenin, "The nationalization of Jewish schools", en: Daniel Rubin (ed.), Anti-Semitism and Zionism. Nueva York, International Publishers, 1987, pág. 63.

5. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 279.

6. Cf. I. Deutscher, Op. Cit . págs. 74-75.

7. Enzo Traverso, Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997, pág. 154.

8. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 281.

9. Robert Wistrich, Revolutionary Jews from Marx to Trotsky. Londres, Harrap, 1976, pág. 193. También encontramos en Glotzer la afirmación de que "el académico marxista David Riazanov dice que Trotsky fue el instrumento de Lenin sobre la cuestión". Albert Glotzer. "Yo no soy un judío sino un internacionalista", en: Trotsky: Memoir & Critique. Nueva York, Buffalo, Prometheus Books, pág. 212.

10. Citado por Jejíel Harari, "Trotsky y la cuestión judía". Raíces. Testimonio 31, sdp, pág. 4.

11. Idem.

12. Citado por Peter Buch, "Introducción", en: Leon Trotsky. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 7.

13. Cf. J. Harari, Op. Cit. págs. 4-5.

14. Cf. Baruch Knei-Paz, The Social and Political Thought of Leon Trotsky. Oxford, Clarendon, 1979, pág. 541; Peter Buch, Op. Cit. pág. 7.

15. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 212.

16. León Trotsky, 1905. Paris, Minuit, 1969, págs.121-123.

17. Cf. B. Knei-Paz, Op. Cit . págs. 346. Según Enzo Traverso, "es interesante notar que Trotsky fue el único dirigente marxista de primer nivel en intervenir sobre esta cuestión: Otto Bauer, Karl Kautsky, Victor Adler, Jorge Plejanov y Lenin no interferirán, en esa ocasión, en el silencio del movimiento socialista sobre el anti-semitismo" (E. Traverso. Trotsky et la question juive. Quatrième Internationale . Paris, 1990, pág. 76).

18. Cf. J. Harari, Op. Cit. pág. 5.

19. Citado por B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 542.

20. Idem, pág. 543.

21. Idem, pág. 544.

22. Citado por J. Harari, Op. Cit. pág. 6.

23. Idem, pág. 5.

24. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 213.

25. B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 542.

26. Citado por J. Harari, Op. Cit. pág. 7.

27. Idem, pág. 7.

28. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 209.

29. Todos los pasajes se encuentran en: A. Glotzer, Op. Cit. pág. 208.

30. Dimitri Volkogonov, Trotsky. The eternal revolutionary. Nueva York, Free Press, 1996, págs. 206-207.

31. Ernest Mandel, Trotsky Como Alternativa. São Paulo, Xamã, 1995, pág. 203.

32. Cf. Meir Talmi, Análisis histórico del problema, en: Nahum Goldman et al. Nacionalidad Oprimida. "La minoria judía en la URSS". Montevideo, Mordijai Anilevich, 1968, pág. 26.

33. R. Wistrich, Op. Cit. pág. 199.

34. E. Mandel, Op. Cit. pág. 203.

35. Citado por R. Wistrich, Op. Cit. pág. 199.

36. Citado por J. Harari, Op. Cit. pág. 8.

37. Leon Trotsky, "Letter to Klorkeit and to the Jewish workers in France". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 15.

38. Leon Trotsky, "Greetings to Unser Kamf", Idem, pág. 16.

39. Cf. Leon Trotsky, "Letter to Klorkeit and to the Jewish workers in France", Idem, págs. 14-17.

40. Cf. J. Harari, Op. Cit. pág. 12.

41. Los artículos de Trotsky aqui citados se encuentran publicados en Leon Trotsky, On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994.

42. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 218.

43. Citado por A. Glotzer, Op. Cit. págs. 222-224.

44. Idem.

45. León Trotsky, "Thermidor and anti-Semitism", On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 23.

46. Arkady Vaksberg, Stalin Against the Jews. Nueva York, Vintage, 1995, págs. 15-16.

47. León Trotsky, Op. Cit.. pág. 26.

48. Citado por A. Glotzer, Op. Cit. pág. 218.

49. León Trotsky, Op. Cit. pág. 26.

50. Isaac Deutscher, Los Judíos no Judíos. Buenos Aires, Kikiyon, 1969, pág. 37.

51. Cf. A. Glotzer, Op. Cit . págs. 217-218.

52. D. Volkogonov, Op. Cit. pág. 381.

53. Cf. A. Vaksberg, Op. Cit . pág. 70.

54. León Trotsky, "Interview with Jewish correspondents in Mexico". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 21.

55. Cf. R. Wistrich, Op. Cit . pág. 201.

56. D. Volkogonov, Op. Cit. págs. 92-93.

57. León Trotsky, "On the ‘Jewish Problem’ ". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 18.

58. Cf. León Trotsky, "Interview with Jewish correspondents in Mexico", Idem, pág. 20.

59. Idem.

60. Idem. Obsérvese que el idish casi desapareció en las décadas siguientes a las masacres de los judíos de Europa por el nazismo.

61. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.

62. B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 541.

63. J. Harari, Op. Cit. pág. 11.

64. Hersh Mendel, Memoirs of a Jewish Revolutionary. Londres, Pluto Press, 1989, pág. 308.

65. Enzo Traverso, "Trotsky et la question juive". Quatrième Internationale, Paris, 1990, pág. 80.

66. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.

67. John O’Mahony, "Trotskyism and the Jews". Workers’ Liberty Nº 31, Londres, mayo 1996, pág. 30.

68. Ugo Caffaz, "Trockij e la questione ebraica". Le Nazionalità Ebraiche. Florência, Vallechi, 1974, pág. 108

69. León Trotsky, "Thermidor and Anti-Semitism", On the Jewish Question, Nueva York, Pathfinder, 1994, págs. 28-29.

70. Nathan Weinstock, Le Pain de Misère. Vol. III, Paris, La Découverte, 1986, pág. 43.

71. Cf. León Trotsky, "Interview with Jewish correspondents in Mexico". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, págs. 20-21.

72. León Trotsky, "Thermidor and Anti-Semitism", Idem, pág. 28.

73. León Trotsky, "Reply to a question about Birobidjan", Idem, pág. 19.

74. Pierre Teruel-Mania, De Lénine au Panzer-Communisme. Paris, François Maspero, 1971, pág. 112.

75. León Trotsky, "¿Qué es el nacionalsocialismo?" El Fascismo. Buenos Aires, CEPE, 1973, pág. 85.

76. D. Volkogonov, Op. Cit. pág. 415.

77. León Trotsky, Op. Cit. págs. 77-78, 80-81, signos de pregunta míos.

78. León Trotsky, "La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IVª Internacional. Programa de Transición para la Revolución Socialista. Caracas, Avanzada, 1975, pág. 38.

79. León Trotsky, "Appeal to American Jews menaced by fascism and anti-semitism". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 29.

80. J. Harari, Op. Cit. pág. 15.

81. León Trotsky, Op. Cit. pág. 30.

82. Cf. R. Wistrich, Op. Cit . pág. 206; B. Knei-Paz. Op. Cit. pág. 554.

83. Peter Buch, Op. Cit. pág. 4-5.

84. Daniel Jonah Goldhagen, Os Carrascos Voluntários de Hitler. O povo alemão o holocausto. São Paulo, Companhia das Letras, 1997.

85. León Trotsky, "Interview with Jewish correspondents in Mexico". On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 20.

86. Isaac Deutscher, Los Judios no Judios. Buenos Aires, Kikiyon, 1969.

87. León Trotsky, "Appeal to American Jews menaced by Fascism and anti-Semitism". Op. Cit., pág. 29.

88. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.

89. Enzo Traverso, Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997. págs. 221-222.

90. P. Teruel-Mania, Op. Cit. pág. 111.

91. León Trotsky, "Imperialism and anti-semitism". Op. Cit., pág. 30.

92. Ver E. Mandel, Trotsky Como Alternativa. São Paulo, Xamã, 1995, págs.199, 202 y 206.

93. E. Traverso. Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997, pág. 222.

94. P. Vidal-Naquet, Los Judíos, la Memoria y el Presente. Mexico, FCE, 1996, pág. 205, signos de pregunta míos.

95. Cf. León Trotsky. Appeal to American Jews menaced by fascism and anti-semitism. Op. Cit., pág.

No hay comentarios:

Publicar un comentario