sábado, 29 de septiembre de 2012

Feminismo de clase



Alizia Stürtze
La Haine
La afroamericana Angela Davis, gran activista por la igualdad racial, sexual y económica; y especializada en el estudio de los mecanismos visibles y latentes del racismo, critica en sus libros "Women, Race and Class" y "Women, Culture and Politics" (en referencia sobre todo a la sociedad estadounidense, cuna del feminismo occidental) el dominio que sobre el movimiento feminista ejercen las privilegiadas mujeres blancas y las consecuencias que ésto tiene: la lucha por la igualdad es deficiente, hay un racismo latente, las preocupaciones u objetivos giran en torno a preocupaciones que responden a sus intereses de clase y no tanto a los de sus hermanas negras, latinas o asiáticas; así, las mujeres blancas de clase media pueden conseguir sus objetivos particulares sin por ello asegurar ningún progreso ostensible para las mujeres del Tercer Mundo o las racialmente oprimidas.
Es el viejo debate sobre si el feminismo debe ser o no un "feminismo de clase", que parece haber quedado totalmente aparcado desde que las clases dejaron milagrosamente de existir tras la caída de la URSS. En todo caso creo que un feminismo de clase, tendente a una jerarquización y a una valoración diferentes de los problemas, habría priorizado (por encima de la condena al sistema patriarcal dominante en gran parte del Tercer Mundo) la condena sistemática del ajuste estructural impuesto por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional causante de una creciente pobreza y de la reducción de los servicios públicos y, como consecuencia, de la acentuación de una tragedia que, según parece, no capta lo más mínimo la atención del movimiento feminista occidental actual a quien aparentemente no interesa la mujer en su función reproductora.
Con lo anterior me estoy refiriendo al hecho de que se calcula que en el Tercer Mundo anualmente mueren unas 600.000 mujeres jóvenes (unas 1.600 al día) durante el embarazo y el parto, y mientras por cada una que muere aproximadamente otras 30 sufren infecciones, lesiones e incapacidades por la misma causa; lo que significa que por lo menos 12 millones de mujeres al año sufren durante el embarazo y el parto una serie de daños que tendrán un profundo efecto en sus vidas, y constituye sin duda "la mayor y más oculta tragedia de nuestros tiempos . . ., tragedia que podría aligerarse introduciendo métodos aceptables para todos los países y para todas las culturas". Sólo que esto requeriría de un trabajo mucho más oscuro y menos lucido que el que subyace a ciertas campañas sensacionalistas.
El mencionado "Women, Culture and Politics" recoge un artículo titulado "Women in Egypt" basado en la participación de Angela Davis en diversas conferencias y debates en torno al tema "Mujeres y Sexo" celebrados en El Cairo en 1985 y en el que se discutieron los temas tan del gusto occidental de la circuncisión femenina y del velo. Voy a recoger con entrecomillado, algunas de las opiniones emitidas por mujeres progresistas árabes y africanas sobre "esas salvadoras blancas, de clase media . . . que sólo defienden sus intereses y no los de las mujeres pobres (defienden el derecho al aborto pero se callan ante la práctica de la esterilizacion involuntaria a mujeres del Tercer Mundo) . . . y que siempre están prestas a caer en la actitud racista de creer que sólo con su ayuda conseguirán sus pobres hermanas negras salir de la opresión."
La Asociación de Mujeres Africanas para la Investigación y el Desarrollo, por ejemplo, señala:
"Esta nueva cruzada occidental (la antiablacionista) se basa en los prejuicios morales y culturales de la sociología judeo-cristiana occidental . . . en un intento de impactar en su público, han caído en el sensacionalismo y se han vuelto insensibles a la dignidad de esas mujeres que quieren 'salvar'. No tienen conciencia alguna del racismo latente que semejantes campañas evocan en países donde el prejuicio etnocéntrico está tan arraigado. Y en su convicción de que se trata de una 'causa justa', olvidan que estas mujeres de una diferente raza y una diferente cultura son también seres humanos, y que la solidaridad sólo puede existir desde el respeto mutuo y desde la autoafirmación." En opinión de la Doctora Elbaz, de la Asociación para la Solidaridad de las Mujeres Arabes, "la campaña occidental contra la circuncisión femenina crea la impresión de que ésta constituye el eje de la opresión de la mujer musulmana y de hecho distrae la atención de los verdaderos problemas de la desigualdad de las mujeres que no han hecho sino aumentar desde que Egipto estableció estrechos vínculos con EEUU e Israel. Esta actitud 'protectora' de las mujeres occidentales, además de mostrar una gran miopía por su parte, está relacionada con interiorizados mecanismos coloniales y con su sentido de superioridad. Ellas deciden cuáles son nuestros problemas, cómo debemos enfrentarnos a ellos, sin ni tan siquiera molestarse en adquirir las herramientas para conocer nuestras preocupaciones, sin conocer nuestra cultura, nuestro nivel de desarrollo. Nos oponemos a su modo de relacionarse con nuestros problemas."
Para la Dra. Zayat, respetada líder de causas progresistas, "es una ofensa que se insista en considerar el velo y la circuncisión femenina como las características más marcadas de la opresión de la mujer en Africa. Es lo único que se conoce de nosotras. Se nos define en términos de una sexualidad que nos es ajena. Todo ello refleja la internacional división del trabajo impuesta al Tercer Mundo por las países capitalistas occidentales . . . Queremos emanciparnos, queremos liberarnos, pero desde un punto de vista económico (es decir, añade A. Davis, enfrentándonos aisladamente a la desigualdad sexual no resolveremos los problemas asociados con el estado de dependencia económica de la mujer ni su exclusión del poder político)."
Según la Dra. Sadawi, pionera feminista, "la mutilación genital está condicionada por los elementos socioeconómicos. Su abolición universal sólo será posible en la medida en que se dé un proceso de integración de la mujer al trabajo (sólo un 10% lo tiene), se combata el analfabetismo (el 70% de la población femenina es analfabeta) y mejore su estatuto social. Y eso sólo lo podemos hacer desde dentro, desde una lucha que refleje las interconexiones complejas entre opresión económica, sexual y cultural a la que no es en absoluto ajeno Occidente."
Parece claro que para estas mujeres la opresión sexista no es una forma aislada de opresión que, una vez solucionada, trae consigo la liberación de la mujer, sino una de las formas que la explotación adopta, entre las que también hay que incluir el racismo, la xenofobia, la pobreza, la enfermedad, el hambre y, desde luego, el dominio cultural. El imperialismo (aunque se disfrace de humanitarismo) y su acompañante ideológico que es el eurocentrismo, tienen un papel de primer orden y las mujeres occidentales les hacemos flaco favor apoyando sensacionalistas campañas contra el velo o la mutilación genital que sirven para distorsionar la condición real de las mujeres árabes y africanas y, a la postre, para aceptar o justificar la flagrante injerencia occidental económica, política y cultural en el Tercer Mundo, al creer (aunque sea inconscientemente y sin mala intención) en la superioridad de nuestros valores y, consecuentemente, en nuestra misión civilizadora o salvadora frente al salvajismo y la barbarie.
Está claro que las citas anteriormente expuestas por mujeres no sitúan en el mismo plano, ni muchísimo menos, tándems del tipo imperialismo/velo-circuncisión femenina o pobreza/derecho a participar en el alarde o al orgasmo clitoridiano. Nos acusan de olvidar que con nuestra ética y nuestra moralidad, con nuestros vacíos eslóganes de humanitarismo, paz, civilización, democracia, estamos ocultando la "real politik" practicada por el imperialismo occidental, que no está causando sino más frustración y más miseria a las mujeres del Tercer Mundo. Se quejan de que no respetamos su cultura que, con sus prohibiciones y sus prescripciones, les ha servido para relacionarse socialmente, con la naturaleza y el conjunto del cosmos y que no puede ser sustituída de prisa y corriendo por la ideología occidental extranjera sin causar un gran desequilibrio (la introducción publicitaria del modelo de mujer occidental "liberada" les está causando, dicen, graves trastornos). Protestan por nuestra ocultación de la responsabilidad de la Iglesia que controla gran parte de los centros de salud de muchos de esos países y que ha prohibido los medios contraceptivos, contribuyendo a hipotecar su porvenir e incluso a propagar el SIDA.
Se podrá argŸir que del 85 aquí han pasado muchas cosas y que lo que se dice en este artículo y en los dos libros de Davis en general está ya "pasado". Opino justo lo contrario. El papel central que en ellos se atribuye a la penetración del neoliberalismo occidental en el empeoramiento de la situación de la mujer en esos países, expresado en términos socio- económicos y, por tanto, de género, no ha hecho sino aumentar, en cuanto que en estos 10 últimos años, las exigencias de privatización de lo público y de recorte de los gastos sociales por parte del boss occidental (lo que se llama 'ajuste estructural') han derivado en una aún mayor destrucción de las estructuras tradicionales económicas y sociales y consecuentemente en un empeoramiento del estatuto de la mujer, que ve desaparecer su función productora dentro de la estructura familiar clásica.
En todo caso, espero haber explicado la razón básica de otro artículo mio, anterior a este, en el que no pretendía otra cosa que introducir más elementos de juicio a la hora de debatir sobre la condición de la mujer en el Tercer Mundo, aprender a valorar mejor el sentido sensacionalista de ciertas campañas mediáticas y comprender que no podemos participar en ellas en el modo que quiere el poder, es decir, permitiendo que se utilicen para justificar moralmente cualquier intervención occidental.
Desde mi perspectiva, la mejor ayuda que podemos prestar a las mujeres del Tercer Mundo es condenar por principio y desde una posición abiertamente antiimperialista, todas las "intervenciones humanitarias" internacionales que no sirven más que a los intereses de las grandes potencias y que, encima, "maquillan" la creciente presión del BM y del FMI. Y apoyar sólo a aquellas organizaciones que defiendan proyectos reales de reconstrucción, solidarizarnos más con los movimientos de liberación, luchar contra esta reconstrucción de la autoridad "ética" del imperialismo y, desde luego, colaborar en la solución de las necesidades más reales y urgentes de esas mujeres como la reducción de la mortalidad y de los traumas por maternidad y otras enfermedades de la pobreza (la malaria, por ej.), bastante más prioritarias a mi entender que las campañas antiablacionistas, aunque no tan del gusto del sensacionalismo mediático y del gran público occidentales, metidos en plena cruzada anti-islámica. Tampoco nos vendría mal, de paso, atemperar algo nuestro etnocentrismo (la creencia de que nuestra representación del mundo es la más justa) y ese superior sentido misionero con que a los hombres y mujeres occidentales parece nos ha marcado la civilización judeo-cristiana.

viernes, 28 de septiembre de 2012

GLOBALIZACIÓN NEOLIBERAL Y DEMOCRACIA



Por José Antonio Estévez Aráujo*

Tres libros publicados recientemente en España abordan el tema de los efectos de la globalización neoliberal sobre la democracia. Uno es el de Sidney Tarrow titulado El nuevo activismo transnacional (Barcelona, Hacer, 2010). El segundo es la monumental obra de Saskia Sassentitulada Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales (Buenos Aires, Katz, 2010) y el más reciente de todos ellos, el texto de Gerardo Pisarello titulado Un largo Termidor. La ofensiva de un constitucionalismo antidemocrático (Madrid, Trotta, 2011).

En relación con los efectos del neoliberalismo sobre la democracia, Naomi Kleindecía en su libro La doctrina del shock algo extraordinariamente acertado: una de las estrategias centrales del neoliberalismo ha consistido en colocar sus principios fundamentales fuera del alcance de los mecanismos representativos. Poner esos principios en la constitución o en los tratados europeos era una manera de "blindarlos” y sustraerlos al juego político ordinario. El ejemplo de la independencia de los bancos centrales es el más claro desde el punto de vista de la autora canadiense. Así, el Consejo Nacional Sudafricano fue obligado a consagrarlo en la constitución como una de las condiciones para la transición en el país del apartheid. En Europa, el euro trajo consigo el Banco Central más independiente del mundo. Su única misión es mantener la estabilidad de los precios. La Reserva Federal norteamericana, al menos, tiene que velar también por el mantenimiento del empleo.

La estrategia de situar los principios del neoliberalismo fuera del alcance de la democracia se pone también claramente de manifiesto en los principios de política económica incluidos en la "constitución europea” desde el Tratado de Maastricht. La reciente reforma de la Constitución Española ha tenido como objetivo "internalizar" el Pacto de Estabilidad y Crecimiento incluido en los Tratados. Lo que se ha hecho al constitucionalizarlo es reforzar su exigibilidad. Ahora no estará protegido únicamente por los mecanismos de defensa propios del derecho europeo sino también por los instrumentos jurídicos de defensa de la constitución. Resulta igualmente inalcanzable que antes y, además, su protección jurídica se ha reforzado. La idea de poner los principios del neoliberalismo fuera del alcance de la democracia es un leitmotiv adecuado para rastrear lo que ha sucedido con las posibilidades de participación de las personas en el gobierno (o la "gobernanza”) del mundo globalizado. Nos puede servir también como hilo conductor para rastrear y comparar las tesis defendidas por los tres libros reseñados.

El más antiguo de los tres es el de Tarrow, publicado en su lengua original en 2005. Sidney Tarrow es uno de los más respetados e interesantes estudiosos de los movimientos sociales. En "El nuevo activismo transnacional” analiza los procesos de "globalización desde abajo” en terminología de Boaventura de Sousa Santos. Es decir, Tarrow analiza las formas de actuación, las alianzas, la difusión de las reivindicaciones, etc. conducentes a dotar a los movimientos de protesta y a sus reivindicaciones de una dimensión transnacional. En el libro aparecen desde la lucha de los agricultores franceses contra las imposiciones de Bruselas, hasta el movimiento zapatista; desde la yihad islamista internacional, hasta el Foro Social Mundial. Juntos, pero no revueltos. La inclusión del islamismo combatiente no parece responder a una toma de postura sobre su legitimidad, sino al interés por el estudio de los procesos que han llevado a la transnacionalización del mismo.
El libro de Tarrow llega, desde el punto de vista histórico, hasta la época de apogeo del Foro Social Mundial. De todas formas, su exposición no está organizada cronológicamente. Los capítulos analizan tipos de procesos de transnacionalización del activismo. Y resultan enormemente ricos en datos y estudios de mecanismos de difusión de ideas y configuración de organizaciones de muy diverso tipo.

Una de las bases del análisis de Tarrow es la distinción entre "globalización” e "internacionalización". La "globalización” se refiere a los fenómenos de desregulación y liberalización generadores de mercados tendencialmente mundiales. La internacionalización se refiere a lo ocurrido en el "campo político internacional” (por utilizar la terminología de Bourdieu). Ese espacio estuvo durante muchos siglos fuertemente acotado, permitiendo sólo a los estados y a las organizaciones interestatales el acceso al mismo. Con la globalización, la situación se ha vuelto mucho más compleja. Nuevos actores "privados” han entrado en el campo, como las grandes corporaciones multinacionales y sus asociaciones. También están presentes dentro del campo político internacional diversas ONG’S transnacionales con legitimación para participar en las conferencias de instituciones internacionales como la ONU. Asimismo, han aparecido nuevas instituciones internacionales no ya interestatales, sino con carácter supraestatal: desde la OMC en el ámbito global hasta la UE en el espacio europeo.

Por otro lado, los actores del campo político internacional no pueden ser contemplados ya como instituciones unitarias configuradas de forma burocrática y centralizada. Muchos de ellos se han desestructurado y forman redes con fragmentos de otras instituciones y con sujetos privados. Saskia Sassenpresta una especial atención al "descoyuntamiento” del estado fruto del proceso de globalización. Determinados fragmentos institucionales del estado, como los bancos centrales o los funcionarios encargados de la defensa de la competencia forman redes transnacionales con sus homónimos en otros estados o en instituciones supraestatales. Estas redes pueden ser formales o informales, estar o no sujetas a la supervisión de los respectivos estados y permitir o no la participación de sujetos privados (especialmente empresas y asociaciones empresariales). En cualquier caso tienen un extraordinario poder en el campo político internacional y su actuación es absolutamente opaca quedando fuera del alcance de cualquier mecanismo de control o participación por parte de las personas "de a pie”.

Todo eso ofrece un panorama enormemente complejo, distante y falto de transparencia. A la complejidad de la dinámica del campo jurídico internacional se añade la fluidez del cambio de escala nacional-internacional. En efecto, la distinción interno-externo es una de las que más claramente ha entrado en crisis con la globalización. Hoy día nos encontramos, por ejemplo, ante una gran confusión entre las acciones de policía y las acciones de guerra. En otros tiempos, sin embargo, quedaba claro el carácter interno de la actuación policial e internacional de la guerra (salvo el caso de las guerras civiles). Esa fluidez del cambio de escala se manifiesta en el hecho de que una decisión o protesta nacional pueda adquirir trascendencia mundial (como la "ocupación” de Wall Street), que una decisión adoptada en otro continente pueda tener consecuencias locales tremendamente graves (por ejemplo, la decisión de la sede central de una transnacional de cerrar sus plantas en un determinado país), que las decisiones adoptadas por las instituciones políticas de un estado tengan efectos enormemente perjudiciales para la población de otro cuyos integrantes no han podido influir en el proceso (como ocurre con las consecuencias de la política económica alemana para los países del sur de Europa) o que los movimientos que protestan en un país puedan conseguir apoyo de otros movimientos de países diferentes para lograr sus objetivos.

El incremento de complejidad del campo político tanto nacional como internacional (en caso de tener todavía algún sentido esa distinción) da lugar según Tarrow a nuevas amenazas para los movimientos sociales, pero también a nuevas "oportunidades”. Ese es el aspecto más discutible del planteamiento de este autor. Pues su texto transmite siempre la impresión de que el balance entre las nuevas amenazas y las nuevas oportunidades es equilibrado: que lo que se pierde por un lado, se gana por otro. Los movimientos sociales tienen que transnacionalizar sus luchas para conseguir objetivos antes susceptibles de ser alcanzados a escala nacional (el libro editado por Boaventura de Sousa Santosy César A. Rodríguez Garavito El derecho y la globalización desde abajo está lleno de casos que lo demuestran). Pero no creo que las nuevas "oportunidades” que crea la transnacionalización del campo político compensen la mayor dificultad derivada de la necesidad de buscar alianzas internacionales para conseguir objetivos que antes se podían alcanzar movilizándose sólo a escala local o nacional. El planteamiento de Tarrow suena un poco a "hacer de la necesidad virtud”. Sin embargo, el hecho de que se multipliquen los casos de globalización desde abajo no significa que la capacidad real de incidencia de los movimientos sociales se haya mantenido, ni mucho menos aumentado con la globalización. En realidad, la globalización ha aumentado mucho el poder de los "de arriba” y ha disminuido enormemente el poder de los "de abajo” y Tarrow, sin embargo transmite la sensación de que todos han salido ganando.

Gerardo Pisarello sostiene en su libro "Un largo Termidor" la tesis de que con la globalización las constituciones han adquirido un fuerte componente oligárquico en detrimento de su componente democrático. Pisarello habla en ese sentido de que en la actualidad las constituciones tienen un carácter claramente "mixto".

El proceso de "oligarquización" es especialmente evidente en el caso de la Unión Europea. Los lobbies que representan a las empresas y a las asociaciones patronales tienen una influencia determinante en las decisiones de las instituciones europeas. Desde 1986, tras la aprobación del Acta Única, se optó porque la comunicación de la Comisión Europea con la "sociedad civil" se hiciera por medio del sistema de lobbies. Y aunque las asociaciones ecologistas o de consumidores son consultadas por la Comisión, su capital cultural económico y social no se puede comparar con el de los 15.000 lobbistas de las empresas presentes en Bruselas.

Las organizaciones empresariales y patronales europeas no sólo influyen en el proceso legislativo ordinario, sino que también han tenido un gran peso en el proceso constituyente. Son consultadas respecto a las modificaciones de los Tratados ejerciendo una influencia determinante en la redacción de los mismos. Así, por ejemplo, la proliferación de agencias independientes en el seno de la Unión Europea ha sido fruto fundamentalmente de la presión empresarial. Las grandes corporaciones prefieren que sean agencias "independientes" las que lleven a cabo las tareas de regulación porque les resulta relativamente fácil "colonizarlas". El caso de la Agencia Europea del Medicamento lo pone claramente de manifiesto.

Aparte de la posición privilegiada de los lobbies empresariales, la Comisión Europea ha expresado en repetidas ocasiones su desprecio hacia la voluntad popular. En un documento del año 2001 que sigue siendo representativo de la mentalidad de la "Eurocracia", el Libro Blanco sobre la Gobernanza Europea, la Comisión hace una agria crítica de los resultados del referéndum irlandés de ese mismo año que dijo no al Tratado de Niza. Los irlandeses son el único pueblo de Europa que tiene derecho a decidir por referéndum si aprueba o no las modificaciones de los tratados europeos. Eso es así por una disposición constitucional que considera dichos tratados como reformas de la constitución que deben ser sometidas a plebiscito. La Comisión Europea critica el no irlandés debido a la "escasa calidad del debate que lo precedió". Después adopta una posición que cabría calificar de "despotismo ilustrado" pues considera que el problema es que los ciudadanos europeos no se dan cuenta de los muchos beneficios que reciben gracias a la acción de la Unión Europea. Decir que el problema es de "visibilidad" y no de democracia conlleva afirmar que el pueblo, en este caso el irlandés, se equivocó. Obviamente también se equivocaron más tarde el pueblo francés y el holandés cuando votaron que no al proyecto de Constitución Europea. Por eso el contenido del proyecto de constitución ha sido trasladado al Tratado de Lisboa, aprobado sin intervención de los pueblos afectados (salvo el irlandés que tiene el derecho de pronunciarse en virtud de su constitución). Está claro que si existe una contradicción entre la voluntad de las instancias europeas y la voluntad del pueblo a quien hay que disolver, naturalmente, es al pueblo.

La manera como se utiliza el "derecho fuerte” (hard law) y el "derecho débil” (soft law) a nivel supraestatal también es una forma de poner el neoliberalismo fuera del alcance de la democracia. El AMI (Acuerdo Multilateral de Inversiones) fue un intento de crear un derecho internacional fuerte que protegiese las inversiones de las transnacionales en países extranjeros. Como muy bien recuerda Pisarello el AMI fracasó. Pero si analizamos los tratados bilaterales de inversiones firmados desde entonces (por ejemplo el firmado entre España y Bolivia) veremos que el objetivo del AMI se ha alcanzado por medio de las disposiciones contenidas en los mismos. En estos tratados se protege a los inversores extranjeros frente a las expropiaciones, frente a la normativa social o ambiental que les pudiera perjudicar y, sobre todo, se establece un régimen de solución de conflictos ajeno al estado destinatario de las inversiones y favorable a los intereses de las transnacionales: el centro internacional de arbitraje del Banco Mundial (CIADI). Mientras tanto, las empresas transnacionales regulan la "responsabilidad social" que tienen en los países destinatarios de sus inversiones o a los que deslocalizan la producción mediante subcontratación por medio de "códigos de conducta" que ellas mismas elaboran y que no pueden ser alegados ante instancia judicial alguna.

La combinación de derecho duro neoliberal y derecho blando social es especialmente patente en la UE. Si comparamos, por ejemplo, los artículos de la Versión Consolidada del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea en materia de defensa de la competencia (101-106) con los referidos al empleo y la política social (145-161) nos daremos cuenta inmediatamente de la diferencia de lenguaje. Para defender la competencia, la UE dicta normas obligatorias, prohíbe taxativamente determinadas actuaciones tanto a las empresas como a los estados y la Comisión tiene facultades para sancionar a quien las viole (uno de los últimos sancionados ha sido la empresa Microsoft por incluir programas suyos en el paquete del sistema operativo Windows). El lenguaje relativo al empleo y la política social es completamente diferente. En los artículos correspondientes se habla de "coordinación" de las políticas de los estados, de respetar la "diversidad" de las prácticas nacionales, de la realización de "informes", de que el Consejo, a propuesta de la Comisión elaborará "orientaciones" y "recomendaciones" dirigidas a los estados, del "aprendizaje mutuo", de las famosas "mejores prácticas", de competencias legislativas que deben ejercerse por unanimidad y de la prohibición de armonizar determinadas políticas a nivel europeo.

Esa estrategia de reservar el hard law y las competencias fuertes para el derecho neoliberal y dejar el soft law, la falta de competencias y la exigencia de que las decisiones se adopten por unanimidad para las políticas sociales es funesta. Es un mecanismo que debilita sistemáticamente los resortes del estado asistencial y los derechos laborales sin que las personas de a pie puedan hacer nada para cambiarlo por medio de los mecanismos de representación política; pues, como hemos visto, les ha sido sustraído el poder constituyente por lo que a los tratados europeos se refiere (con excepción del referido caso del pueblo irlandés).

Pero la obra maestra del neoliberalismo para situarse fuera del alcance de la democracia (especialmente en Europa) ha sido otra distinta de las anteriores. Ha consistido en convencer a los socialdemócratas de que la política neoliberal es la única política económica posible. Como señala Pisarello, el episodio decisivo fue el fracaso del último proyecto reformista serio en un país europeo: el de la coalición social-comunista francesa a principios de los 80. Sus intentos de introducir cambios estructurales y la nacionalización de algunas entidades bancarias obtuvieron como respuesta huidas de capitales y presiones de los mercados financieros internacionales. El fracaso sirvió de "aviso para navegantes", aceleró el proceso de integración del mercado europeo, y convirtió masivamente a los socialdemócratas al neoliberalismo. Al no existir diferencias de fondo entre los planteamientos de política económica en los socialdemócratas y de los partidos expresamente neoliberales, los ciudadanos no tienen en realidad más opción que elegir el neoliberalismo o no votar. Una anécdota que cuenta Pisarello resulta enormemente significativa a ese respecto: interrogada Margaret Thacher sobre cuál fue el mayor éxito de su carrera política,
ella respondió: "mi mayor triunfo político ha sido... Tony Blair".

*Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Barcelona, redactor de Mientras Tanto y colaborador de Alba Sud

VIRAJE ESTRATÉGICO DE LOS EE.UU.



La segunda guerra fría y América del Sur Por  Raúl Zibechi

La “guerra contra el terror” inaugurada por George W Bush tras los atentados del 11 S, está siendo desplazada por la “contención” de China, la nueva estrategia delineada por el Pentágono para cercar y, eventualmente, ahogar a la potencia asiática, con el objetivo de mantener la supremacía global. El último viraje del imperio involucra de lleno a Sudamérica.

Noviembre fue el mes en que se plasmó el cambio de rumbo. “En nuestros planes y presupuestos para el futuro, vamos a asignar los recursos para mantener nuestra fuerte presencia militar en esta región”, dijo Barack Obama el 17 de noviembre ante el parlamento australiano. En la edición de noviembre de Foreing Policy, la secretaria de Estado Hillary Clinton hizo algunas precisiones. “Durante los últimos diez años hemos dado ingentes cantidades de recursos a Irak y Afganistán. En los próximos diez años, debemos ser inteligentes acerca de dónde invertimos nuestro tiempo y energía, de forma que logremos la mejor posición posible para mantener nuestros liderazgo”.

En la próxima década, según Clinton, Estados Unidos realizará la mayor inversión “diplomática, económica, estratégica y demás, en la región Asia-Pacífico”. Como en toda estrategia estadounidense, lo militar y lo económico forman una sola política. En lo inmediato, se adelanta el despliegue de 250 infantes de marina en Darwin (norte de Australia), hasta alcanzar los 2.500 militares. Hasta ahora el Pentágono cuenta con bases en Japón, Corea del Sur, Taiwán y Guam, pero al establecerse en Australia forma una tenaza sobre la salida de China al océano Pacífico.
Esta política forma parte del objetivo no declarado de formar una “OTAN del Pacífico” para presionar y cercar a China.

El segundo paso no es militar sino económico. Consiste en un ambicioso acuerdo de libre comercio entre varios países del Pacífico denominado Acuerdo de Asociación Trans-pacífico, TPP(1). Hasta ahora se trata de nueve países: Australia, Brunei, Chile, Estados Unidos, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. China es dejada fuera y se consigue romper la ASEAN, la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, donde ese país tiene un papel hegemónico.

Según Michael T. Klare, el nuevo centro de gravedad de la política estadounidense supone el abandono de Oriente Medio, que durante medio siglo fue su prioridad, para focalizarse en la que considera su principal adversaria. La lectura del Pentágono sostiene que el talón de Aquiles de la economía china son las importaciones de petróleo que llega al país necesariamente por el Mar del Sur de China, donde Obama prevé su mayor despliegue militar(2).

La respuesta de China sigue consistiendo en apostar al diálogo, pero fortaleciendo sus estructuras defensivas. A diferencia de las potencias occidentales, que ascendieron a caballo de las guerras de conquista (desde España y Portugal hasta Inglaterra y Estados Unidos), el ascenso chino se basa en el comercio y la diplomacia. Esa diferencia es a la vez su potencial mayor, en la medida que no es una potencia agresiva, pero a la vez su debilidad, ya que puede ser desplazada por la fuerza como sucedió en Libia.

Debilidad estructural

La crisis de los Estados Unidos es más grave que la que atraviesa la Unión Europea. “Ahora insolvente se tornará ingobernable, arrastrando a los estadounidenses y a quienes depende de él a conmociones económicas, financieras y monetarias, geopolíticas y sociales violentas y destructivas”, asegura el Boletín Europeo de Anticipación Política (Geab No. 60, 16 de diciembre).

En los próximos cuatro años el país que diseñó el mapa global desde 1945, vivirá siempre según este pronóstico, “parálisis institucional y la desarticulación del bipartidismo tradicional”, una espiral de recesión-depresión-inflación y “la descomposición del tejido socio-político”. Es cierto que semejante pronóstico suena apocalíptico, pero ¿quién hubiera pensado que la agencia S&P llegaría a degradar la calificación del país?

A escala internacional Estados Unidos cada vez tiene menos aliados.
Immanuel Wallerstein recuerda que sólo en noviembre y la primera mitad de diciembre la Casa Blanca “ha tenido confrontaciones con China, Pakistán, Arabia Saudita, Israel, Alemania y América Latina” (La Jornada, 18 de diciembre). Los fracasos se extienden: Obama envió al secretario del tesoro, Timothy Gethner a Europa para sugerir alternativas a la crisis y fue olímpicamente ignorado; fue humillado por Pakistán y luego por Irán, ya que al parecer el drone que “aterrizó” en ese país no sufrió un accidente sino que fue bajado por un ciberataque.

Pero la situación más grave es la interna. Un estadounidense de cada seis recibe bonos de alimentación así como uno de cada cuatro niños; el
57 por ciento de los niños vive en hogares pobres; el 48,5 por ciento vive en grupos familiares asistidos por el Estado, frente a un 30 por ciento en 1983 (The Economic Collpase, 16 de diciembre). Llama la atención el agravamiento de la situación social en pocos años: desde
2007 el ingreso familiar cayó un siete por ciento; en zonas de California el precio de la vivienda cayó un 63 por ciento, el precio promedio de una casa en Detroit es de 6.000 dólares y el 18 por ciento de las viviendas de Florida están vacías. Un niño de cada cinco experimenta episodios de vida en la calle.

Todos los días aparecen datos nuevos que revelan el deterioro social y moral del país. La revista Pediatrics, de la Academia de Pediatras, reveló que a los 23 años uno de cada tres estadounidenses ha sido arrestado en algún momento. En 1965 sólo lo habían sido el 22 por ciento a esa edad (USA Today, 19 de diciembre). Según los autores del estudio, esos datos no significan que haya una mayor criminalidad juvenil, sino que “obedece a leyes más estrictas” ante situaciones de escándalo público o consumo de sustancias prohibidas. Concluyen que los arrestos de jóvenes tienen consecuencias nefastas para su desarrollo y alientan “comportamiento violento y conductas antisociales”. Si el estudio discriminara los arrestos que sufren negros e hispanos, los resultados hubieran sido escandalosos.

Un cerco a la integración

En una situación interna e internacional tan grave, el viraje estratégico puede, como señala Klare, llevar al mundo a una situación “extremadamente peligrosa”. En su opinión, compartida por otros analistas, estamos ingresando en una nueva guerra fría que no excluye “el dominio y la provocación militar” con fuerte énfasis en el control de los hidrocarburos del planeta. Si el objetivo de Estados Unidos frente a China consiste en “poner de rodillas a su economía, mediante el bloqueo de sus vías de suministro de energía”, esa política -que no es
nueva- es de hecho un anuncio para el resto del mundo. Recordemos dos
hechos: Sudamérica aporta el 25 por ciento del petróleo que importa Estados Unidos y los mayores descubrimientos de crudo en la última década están en aguas territoriales brasileñas.

Las exportaciones de Venezuela al país asiático están en el punto de mira. Las inversiones chinas en ese país acumulan 40 mil millones de dólares desde 2007. PDVSA exporta 430 mil barriles diarios de petróleo a China pero las estatales chinas CNPC y Sinopec planean multiplicar por diez su bombeo de crudo en el país hasta llegar a 1,1 millones de barriles diarios en 2014, para lo cual han recibido cinco áreas en la Faja Petrolífera del Orinoco, que requieren unos 20.000 millones de dólares en inversiones cada una (Reuters, 20 de diciembre).

El viraje de Obama cuando insiste en que “Estados Unidos es un país del Pacífico”, cuando siempre había sido un país Atlántico, no sólo implica tejer alianzas en Asia sino también en América Latina. El TPP incluye a Chile y Perú y espera involucrar a México. En paralelo, el 5 de diciembre en Mérida los cuatro países de la Alianza del Pacífico (Chile, México, Perú y Colombia) acordaron lanzar el bloque comercial en junio de 2012, crear un mercado integrado con sus bolsas de valores y eliminar las tarifas aduaneras luego de 2020.

Para Andrés Oppenheimer, “veremos una división de facto de América Latina, entre un bloque del Pacífico y un bloque del Atlántico” (La Nación, 13 de diciembre). El análisis conservador desestima la recién estrenada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). En efecto, el columnista de La Nación (que además escribe en The Miami Herald y es analista político de CNN en Español) sostiene que en la cumbre presidencial de Caracas hubo apenas “discursos poéticos sobre la unidad regional”, sin ninguna consecuencia económica.

Una de las tendencias más importantes que se ha disparado luego de la crisis de 2008, es hacia la conformación de bloques regionales y comerciales, que redunda en un retorno del proteccionismo. La reciente decisión del Mercosur de elevar el arancel externo del 14 al 35 por ciento, forma parte de esa tendencia que busca proteger a la región ante la exportación de los países centrales de los productos que no pueden consumir internamente.

Con la crisis se redujo la demanda de Europa y Estados Unidos, lo que está provocando que países emergentes como China e India acumulen stocks de mercancías que pretenden colocar a precios muy bajos, lo que está afectando las industrias de la región, en particular a Brasil y Argentina. Ciertamente, los países que no tienen un importante sector industrial, como Paraguay y Uruguay, no se benefician con ese tipo de medidas pero, sin embargo, pueden obtener mayores cuotas de exportación hacia los grandes de la región.

Brasil toma nota

En Brasil ha ganado espacio la convicción de que debe enfrentar nuevas amenazas y que ellas provienen de los países centrales, en particular de los Estados Unidos. Lo interesante es que esa convicción atraviesa a toda la sociedad, arriba y abajo.

Cinco días después del discurso de Obama ante el parlamento australiano, militares brasileños filtraron a la prensa un informe interno del Ministerio de Defensa sobre la situación del equipamiento de las diversas armas. La prensa conservadora tituló que buena parte del material bélico se había convertido en “chatarra” y aseguraba que de las cien embarcaciones de combate de la Marina apenas 53 están navegando y que sólo dos de sus 24 aviones A-4 están operativos (O Estado de Sao Paulo, 22 de noviembre).

La difusión del “informe secreto” se produjo en un momento en que diversos sectores, incluyendo al ministro de Defensa, Celso Amorim, presionan para acelerar el proceso de modernización y equipamiento de las fuerzas armadas, y muy en particular de la Marina encargada de defender la Amazonia verde y la azul, en referencia a las dos principales riquezas del país: biodiversidad y petróleo. Otro de los puntos neurálgicos es la compra de 36 cazas a Francia que lleva más de dos años paralizada. Sin embargo, la prensa no destaca los importantes avances que se están realizando en la fabricación de submarinos con importante transferencia de tecnología.

El general de brigada (retirado) Luiz Eduardo Rocha Paiva, miembro del Centro de Estudios Estratégicos del Ejército con amplia trayectoria militar y formación estratégica, analizó el reciente viraje estadounidense advirtiendo que la “pérdida de espacios” de la superpotencia y sus aliados repercute directamente sobre la región sudamericana y Brasil. Vale la pena reproducirlo extensamente porque refleja la mirada de buena parte de los gobernantes, militares o no, del país. “Los conflictos llegaron a nuestro entorno. El fracaso o éxito limitado de Estados Unidos y sus aliados en áreas distantes resultarán en presiones para imponer condiciones que aseguren el acceso privilegiado a las riquezas de América del Sur y del Atlántico Sur” (O Estado de Sao Paulo, 20 de diciembre).

Rocha Paiva destaca la creciente influencia de China en la región, la presencia de Rusia e Irán en países como Venezuela y concluye: “Los Estados Unidos reaccionarán a la penetración de rivales en su área de influencia y eso afectará el liderazgo de Brasil en el proceso de integración regional y en la defensa de su patrimonio y su soberanía”.
Por eso apuesta a reforzar el poder militar defensivo ante la nueva realidad.

Tan interesante como su mirada global es la que hace de la región. “No son los vecinos la razón para reforzar el poder militar del país, sino su ascenso como potencia económica global, la participación destacada en el comercio mundial y la codicia por nuestros recursos y posición geoestratégica. Todo eso sacó a Brasil de su posición periférica y lo colocó en las rutas de cooperación y conflicto”. Concluye advirtiendo que a Brasil le puede suceder en el siglo XXI, lo mismo que a China en el XIX: “Las potencias rivales se pueden unir para presionar y amenazar al país” (3).

Esa percepción sobre las amenazas que enfrenta es compartida por una porción mayoritaria de los brasileños. Un reciente estudio del Instituto de Investigación Económica Aplicada (IPEA por sus siglas en portugués), entre casi cuatro mil personas, muestra que el 67 por ciento piensa que existe una amenaza militar extranjera por los recursos naturales de la Amazonia. Un 63 por ciento cree que los yacimientos hidrocarburíferos en el mar pueden sufrir ataques militares externos(4).

Más interesantes aún son las respuestas cuando la pregunta gira en torno a qué país puede constituir una amenaza militar en los próximos veinte años para Brasil. El 37 por ciento piensa en Estados Unidos. Muy lejos, Argentina con el 15 por ciento. Debe destacarse que esa era la hipótesis de guerra más probable desde la independencia hasta la creación del Mercosur, incluyendo a la dictadura militar (1964-1985) cuyo despliegue principal era en dirección sur. Esta percepción revela que los cambios en la estrategia militar de Brasil, que se plasmaron en la última década y sobre todo en la “Estrategia Nacional de Defensa”, publicada en 2008, cuenta con un amplio respaldo social.

El posicionamiento estratégico de un país madura en tiempos largos y la aplicación de la nueva estrategia se hace realidad en décadas. El Brasil de arriba y el de abajo coinciden en que el país es vulnerable ante probables amenazas externas. Tal vez esa percepción haya comenzado a cambiar el 8 de diciembre, cuando dos soldadores del equipo franco-brasileño que trabajan en los astilleros de la DCNS (Direction des Constructions Navales) en Cherburgo, de un total de 115 aprendices que están trabajando para transferir tecnología, comenzaron a soldar la última unión de las secciones del primero de los cuatro submarinos Scorpene destinados a Brasil (DefesaNet, 8 de diciembre). En adelante, se fabricarán en el astillero de la Marina en Rio de Janeiro.

- Raúl Zibechi, periodista uruguayo, es docente e investigador en la Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor de varios colectivos sociales.

Notas

1) El Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económico fue firmado en 2005 por cuatro países: Brunei, Chile, Nueva Zelanda y Singapur. Los demás, incluyendo Estados Unidos, se fueron incorporando progresivamente.

2) “Jugando con fuego. Obama amenaza a China”, Sin Permiso, 11 de diciembre.

3) Se refiere a las dos guerras del opio cuando Inglaterra y Francia se unieron contra China.

4) “O sistema de indicadores de percepçao social. Defensa Nacional”, IPEA, 15 de diciembre de 2011.

L'Shanah Tova, Jatima Tovah con justicia y equidad por Carlos Braverman



Traté en este año hebreo que terminó y creo que cumplí el objetivo, de mostrar en esta página una visión no convencional de la vida social y política de Israel, del judaísmo y del mundo. Por supuesto lo hice también en la vida no virtual, en el día a día de trabajo por los derechos civiles y humanos en la vida política de mi país. Como israelí judío, entiendo que el judaísmo y sus preceptos están orientados a la construcción de una sociedad con justicia social y equidad distributiva, fundamentalmente a la elevación y superación de esa misma sociedad. Estamos entonces obligados a no ser cautivos de la neutralidad y nos debemos al compromiso con el prójimo. Creo que lo hice así al trabajar por el fin de la ocupación, por los derechos de todos ciudadanos sin excepciones, por la fraternidad y convivencia entre los pueblos, por la paz, contra las exclusiones y el racismo y por los segmentos de población más débiles. Estuve trabajando con y por los que más sufren la alta concentración de riqueza y los estragos del capitalismo neoliberal salvaje. Pido en estas Altas Celebraciones de 5773- 2012 que todos seamos bien inscritos y sellados en el Libro de la Vida. Que todos tengamos así igualdad de oportunidades y crecimiento para encarar los desafíos que implican vivir con dignidad y construyamos esa sociedad que se supere de acuerdo a nuestros preceptos.
L'Shanah Tova, Jatima Tovah Ve Jag Sucot Sameaj
Carlos Braverman
*Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Militante por la coexistencia judeo-árabe y un camino alternativo a la globalización neo-liberal. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Tel Aviv).
Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).
Derechos reservados: Instituto Campos Israel ISBN963-03- 0316- 2 מסת"ב


lunes, 24 de septiembre de 2012

La islamofobia inconsciente




De La islamofobia a debate. La genealogía del miedo al islam y la construcción de los discursos antiislámicos de Casa Árabe/ Ministerio de Relaciones Exteriores de España



Introducción
GEMA MARTÍN MUÑOZ
Profesora de sociología del mundo árabe e islámico de la Universidad Autónoma
de Madrid. Directora general de Casa Árabe-IEAM
RAMÓN GROSFOGUEL
Profesor de estudios étnicos en la Universidad de Berkeley (California) e
investigador en la Casa de las Ciencias Humanas en París
Desde finales de la Guerra Fría, una serie de «miedos sociales» se han ido difundiendo
por las democracias occidentales, entre los cuales, el miedo a lo musulmán
parece haberse convertido en uno los más destacados. Se ha acudido
así a «valores occidentales», como la libertad de expresión, la igualdad de género
o la identidad nacional, para cuestionar la presencia musulmana en los grandes
espacios metropolitanos de Occidente. Para algunos, estos «miedos sociales» o
«alarmas moralistas» no son sino la expresión de una creciente islamofobia.
Otros, en cambio, opinan que se trata de ejemplos de un problema real con las
comunidades islámicas y que hablar de islamofobia resulta, en el mejor de los
casos, sólo un intento de distracción o incluso, en el peor de los casos, una especie
de censura cultural que pretende cubrir y proteger a los extremistas musulmanes
y a su intolerancia.
Los que no concebimos la islamofobia como una cuestión de controversias
sino como una auténtica categoría analítica tenemos que afrontar las fortalezas
y debilidades de nuestra formulación de la misma. En el ámbito conceptual, la
islamofobia carece, en efecto, de una definición, una implementación y una
comprensión coherentes y consistentes. El artículo de Javier Rosón incluido
en el presente libro expone las numerosas definiciones existentes del concepto
de islamofobia y la falta de claridad de muchas de ellas. Si bien esto es lo que
ha permitido que el término se haya difundido tan ampliamente, también lo
está condenando a resultar ineficaz y vacío de contenido analítico como instrumento
de justicia social: para algunas personas, no supone más que otra expresión
de victimismo; para otras, se trata de retórica vacía; y para la opinión
pública y los actores políticos, suele representar una forma de desviar la cues-
8
tión hacia derroteros ambiguos y llenos de tópicos. Por lo tanto, existe el riesgo
de que el término islamofobia acabe convirtiéndose en una fuente de conflicto,
en vez de constituirse en una fuente crítica que facilite la igualdad y la justicia
social.
Con el objetivo de contribuir a un debate en profundidad sobre el concepto
de islamofobia, Casa Árabe-IEAM y el Programa de Estudios Étnicos Comparativos
del Departamento de Estudios Étnicos de la Universidad de Berkeley
(California) organizaron una conferencia sobre esta cuestión, para explorar el
valor analítico y conceptual de este término desde una perspectiva interdisciplinar.
Las ponencias presentadas en esta publicación formaron pues parte de
la conferencia internacional titulada La islamofobia a debate, celebrada en la
sede de Casa Árabe de Madrid los días 28 y 29 de mayo de 2009. El propósito
de la conferencia consistía en llevar a cabo un debate académico sobre este fenómeno
en las democracias occidentales, prestando especial atención a Europa
occidental. Queríamos explorar los usos y abusos de la islamofobia como concepto.
Se trata de una forma de discriminación creciente en el ámbito europeo
occidental que está afectando a la vida social y a las oportunidades de millones
de ciudadanos del continente. Nos preocupa pues que dicho concepto sea cuestionado
y negado, así que nuestro objetivo consiste en abrir un debate académico
serio y profundo para lograr una mayor aclaración conceptual del mismo.
Los textos incluidos en esta publicación abordan las siguientes preguntas:
¿cómo se define la islamofobia?, ¿se trata de una forma de discriminación religiosa?,
¿de una forma de racismo?, ¿cómo podemos hacer operativo este concepto
como instrumento para la investigación social?, ¿cuáles son las
manifestaciones de este tipo de discriminación en Europa occidental?, ¿cómo
influyen en dichas manifestaciones las diversas identidades nacionales, tradiciones
culturales y sistemas políticos de los diferentes países?, ¿cuáles son las
manifestaciones históricas del fenómeno?, ¿cuál es la genealogía del concepto?
Cada vez es más común que los partidos políticos con discursos islamófobos
incrementen sus cuotas de votos en Europa occidental. No obstante, como señala
Abu Zayd en su texto, puesto que hay millones de europeos musulmanes,
difamar el islam supone difamar a la propia Europa. Esta idea según la cual lo
islámico y lo europeo serían dos realidades separadas está abocada al fracaso,
en la medida en que el número de europeos musulmanes es cada vez mayor.
No cabe duda de que el 11 de septiembre y sus secuelas, entre ellas el discurso
de la guerra contra el terror, forman parte del ambiente que explica el reciente
incremento de la islamofobia. Como analiza Farish Noor en esta publicación,
9
tras el discurso de la guerra contra el terror, el mundo ha quedado dividido en
términos culturales, religiosos y civilizatorios. Sin embargo, no es menos cierto
que antes del 11 de septiembre ya existían discursos islamófobos, con especificidades
de largo recorrido histórico en los diferentes países europeos. Como
señala José María Perceval en su texto, la islamófobos constituye una de las
formas de discriminación con mayor arraigo en Europa. Por ejemplo, ya en los
siglos XVI y XVII existía en España la discriminación de los «moriscos», que condujo
a su expulsión en 1609.
Más aún, Vincent Geisser viene a demostrar, en su ensayo sobre Francia, que
la islamofobia se remonta a los tiempos cristianos medievales. Pero, desde su
punto de vista, las peculiaridades nacionales francesas han conducido a la modernización
de la vieja islamofobia, transformándola en una especie de «nuevo
racismo». Este autor relaciona la desviación francesa de la vieja islamofobia
cristiana con la colonización del oeste de África y de Oriente Medio en el siglo
XIX, así como con el proyecto de la Ilustración francesa del siglo XVIII. No obstante,
Heiko Henkel, en su texto, no concibe la islamofobia como una forma
de «nuevo racismo»; en sus análisis del asunto de las caricaturas de Mahoma
en Dinamarca, considera dicho concepto como una forma de xenofobia fuertemente
arraigada en el nacionalismo étnico danés. Si bien, desde su propio
punto de vista, el fenómeno no puede reducirse a esto, sino que forma parte
de la lucha de los musulmanes por su legítimo lugar en la sociedad danesa.
Según Henkel, la crisis de las caricaturas ha sido un «drama transicional» en la
lucha por dicho reconocimiento. El actual énfasis en la «secularidad» es producto
del fomento de la «danesidad» como distintivo de europeidad. Esta identificación
se construye políticamente mediante la expulsión nacional de los daneses musulmanes,
lo que conduce a reacciones islamófobas. Laura Navarro García argumenta
además, en su texto, que las representaciones mediáticas de los
musulmanes, no sólo en Dinamarca, sino en todo Occidente, son una de las
mayores fuentes de estereotipos.
Algo contra lo que hay que luchar es lo que Gema Martín Muñoz denomina
explicaciones culturales de hechos políticos. El culturalismo es un elemento
común en los discursos islamófobos; contribuye a una estrategia para consagrar
e incrementar la sensación de superioridad de lo occidental sobre lo islámico.
Se niega así la entidad política de los actores sociales pertenecientes a una comunidad
étnica, religiosa o nacional y cualquier suceso particular es juzgado
generalizándolo al conjunto del sistema de creencias (religiosas o de otra índole)
de toda una población. Las determinaciones culturales conducen así al esencialismo
y a estereotipos que se convierten en obstáculos para la superación
10
de la discriminación. «Culturizando» lo que, de hecho, no son sino cuestiones
de discriminación racial o étnica, la islamofobia funciona como un mecanismo
para reorientar la búsqueda de las causas de exclusión social de las comunidades
musulmanas al interior de las mismas. Problemas que son el resultado de desigualdades
económicas, sociales y políticas acaban siendo representados como
propios de la «excepcionalidad islámica». Pues la «culturización» de conflictos
que, en realidad, son de naturaleza política desemboca en la negación de la entidad
y subjetividad políticas de los musulmanes. Como plantea Salman Sayyid
en su ponencia, el rechazo por parte del orientalismo occidental de toda entidad
política de las comunidades musulmanas está en el origen mismo de la islamofobia
y constituye además una de las principales fuentes de incomprensión y
de generación de estereotipos. Sayyid propone, de hecho, la necesidad de un
cuestionamiento de las representaciones de la identidad musulmana como una
«identidad religiosa», para recuperar la dimensión política de los sujetos musulmanes
y para devolverles su humanidad, suprimida por los estereotipos islamófobos.
Ramón Grosfoguel argumenta además que las propias ciencias
sociales son a menudo cómplices de estos estereotipos y prejuicios, pues sus
fundamentos parten de una islamofobia epistémica.
En resumen, esperamos que esta publicación constituya una contribución académica
a las cuestiones esbozadas, así como un instrumento para los investigadores
sociales, útil para superar prejuicios y barreras institucionales que están
generando ciudadanos de segunda en el seno mismo de Europa occidental.


La islamofobia inconsciente
GEMA MARTÍN MUÑOZ
Profesora de sociología del mundo árabe e islámico de la Universidad Autónoma
de Madrid. Directora general de Casa Árabe-IEAM

De La islamofobia a debate. La genealogía del miedo al islam y la construcción de los discursos antiislámicos de Casa Árabe/ Ministerio de Relaciones Exteriores de España

El término islamofobia se abre paso en las sociedades occidentales sin que
exista una definición consensuada, ni una enunciación jurídica establecida, o
una aceptación generalizada sobre su pertinencia. Esto es sintomático tanto
de una nueva realidad emergente cada vez más extendida, como de la falta de
conciencia de nuestras sociedades sobre el desarrollo de este fenómeno.
El término islamofobia ha provocado una importante controversia, incluyendo
posturas que cuestionan su validez o que simplemente rechazan su existencia.
Es un neologismo que empezó a utilizarse en la década de 1990 para referirse
a las percepciones globales negativas y peyorativas sobre el islam y a la discriminación
contra los musulmanes por prejuicios y razones de odio racial. Si
bien su uso se ha consolidado y generalizado especialmente después de 2001,
ya en 1997 el think tank británico Runnymede Trust, especializado en la investigación
sobre diversidad cultural y étnica, definió ese término en un informe
donde se identificaban las actitudes que alimentan la islamofobia:1 la interpretación
del islam como un bloque monolítico, estático y opuesto al cambio; percibido
como separado y otro; sin valores en común con otras culturas, ni influye
ni es influido por ellas; su consideración como inferior a Occidente; es estimado
como bárbaro, irracional, primitivo y sexista; es visto como violento, agresivo,
peligroso, que apoya el terrorismo y está inmerso en un choque de civilizaciones.
La hostilidad hacia el islam es utilizada para justificar prácticas discriminatorias
contra los musulmanes y su exclusión de la sociedad mayoritaria, mientras la
hostilidad antimusulmana es percibida como algo natural o normal.
Aunque esta definición ha sido criticada e incluso rechazada desde el ámbito
académico e intelectual, así como por los medios de comunicación y diferentes
35
1 Runnymede Trust, Islamophobia: a Challenge for Us All, Londres: Runnymede Trust, 1997.
instancias gubernamentales, fundamentalmente organismos internacionales,
se ha generalizado el uso de ese término, lo que significa admitir la existencia
de ese problema y sus potenciales consecuencias: exclusión social, desprotección
de los derechos fundamentales y probabilidad de desórdenes. En 2004 el Consejo
de Europa avanzó una definición de la islamofobia:
El temor o los prejuicios hacia el islam, los musulmanes y todo lo relacionado
con ellos. Ya tome la forma de manifestaciones cotidianas de racismo y discriminación
u otras formas más violentas, la islamofobia constituye una violación
de derechos humanos y una amenaza para la cohesión social.2
En realidad, los organismos internacionales de defensa de los derechos fundamentales
han empezado a observar con preocupación el desarrollo de comportamientos
de intolerancia y discriminación hacia los musulmanes, alertando
sobre el riesgo de que arraigue un nuevo fenómeno racista que perturbe las
relaciones sociales y desafíe la protección de los derechos humanos. Además
de la atención dedicada por el Consejo de Europa en el informe anteriormente
citado, en el seno de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea
(OSCE) esta preocupación ha venido siendo también objeto de interés
creciente. En la conferencia Antisemitismo y otras formas de intolerancia, celebrada
en Córdoba en 2005, la cuestión de la islamofobia se abordó por primera vez
en una sesión plenaria, si bien fue en 2007 cuando la presidencia española de
la OSCE organizó por primera vez una conferencia monográfica al respecto:
Discriminación e intolerancia contra los musulmanes.3
Pero han sido los informes del Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia
(EUMC, por sus siglas en inglés), actualmente Agencia Europea de Derechos
Fundamentales, dedicados al seguimiento del desarrollo de la islamofobia
desde 2001, los que de manera más palmaria están poniendo de manifiesto el
crecimiento de esas actitudes y comportamientos antimusulmanes. Su último
informe de 2007, Musulmanes en la Unión Europea, discriminación e islamofobia,
constata una realidad patente: la islamofobia existe en forma de discriminación
y otras expresiones de intolerancia, y va en aumento si tenemos en cuenta los
informes anteriores. Asimismo, el segundo informe cualitativo anejo al anterior,
Percepciones sobre discriminación e islamofobia. Voces de miembros de las comunidades
musulmanas en la UE, nos confirma que, en efecto, existe un sentimiento afianzado
de esa realidad entre los musulmanes que viven en nuestros países.
36
2 Ingrid Ramberg, Islamophobia and its Consequences on Young People, Budapest: Consejo de Europa, 2004.
3 Organization for Security and Co-operation in Europe, Conference on Intolerance and Discrimination against
Muslims, Córdoba, 9-10 octubre 2007, .
37
No obstante, dicho informe alerta sobre la escasez de fuentes para poder conocer
la situación real que se da en cada uno de los países europeos. A pesar de ello,
confirma la existencia de este fenómeno, el cual probablemente tendría un alcance
mayor si las bases de datos integrasen la caracterización específica de
incidentes islamófobos, lo que no ocurre en la mayor parte de los casos. De
nuevo, el problema surge de la falta de conciencia social sobre una cuestión
que conviene atajar antes de que la reacción sea tardía. Si no se reconocen estos
actos como de intolerancia racista no se pondrán los medios para identificarlos,
recogerlos y, a continuación, tomar medidas para prevenirlos. Por ello, una de
las propuestas en que más insiste el informe es la de integrar en las bases de
datos policiales, judiciales, etc., los incidentes y actos que tengan una clara tendencia
antimusulmana, catalogados como tales. Trabajo éste que debería realizarse
en cooperación con las comunidades musulmanas en los respectivos
países occidentales.
Las tendencias que recoge este informe se reflejan de forma preocupante en la
discriminación antimusulmana dentro de ámbitos tan determinantes para
la integración como el empleo, la educación y la vivienda. Si a ello se une el
sentimiento de denigración y humillación que pueden sentir los ciudadanos
musulmanes, sobre todo los jóvenes, ante la implacable insistencia en presentar
su fe, cultura e identidad como fuentes inherentes de decadencia, fundamentalismo
y terrorismo, el resultado se planteará más en términos de conflicto
social que de inclusión pacífica. Nunca perdamos la perspectiva de que el mejor
caldo de cultivo para el odio y la radicalización son la discriminación, los guetos
y el desprecio hacia la cultura y la identidad de un pueblo.
Todo ello confirma que el problema de las conductas antimusulmanas, por razones
de intolerancia hacia ciudadanos adscritos a la identidad islámica, ha ido adquiriendo
relevancia, lo que requiere ser conscientes de su existencia y de la necesidad
de articular medidas y acciones que lo contengan y prevengan. Sin embargo,
definir la islamofobia requiere que haya un amplio reconocimiento político y
social de su realidad, lo que no es el caso en la actualidad. Éste es un debate aún
pendiente, que requiere de criterios racionales y empíricos que la definan de
acuerdo con los estándares internacionales sobre racismo e intolerancia.
La herencia histórica
Sin duda, la proximidad geográfica e histórica siempre implica relaciones complejas
y competitivas entre los grupos geopolíticos vecinos. Éste ha sido el caso
del mundo europeo y el musulmán desde la Edad Media y ha traído consigo
la transmisión de una memoria histórica en conflicto. La rivalidad entre islam
y cristianismo, entre al-Andalus y los reinos cristianos, entre los imperios europeos
y el otomano, generó conflictos de intereses e ideologías estigmatizadoras
del otro. No hay más que leer el libro de Amin Maalouf Las cruzadas vistas por
los árabes4 o ver la película del cineasta egipcio Yusuf Shahin, Saladino, para
darse cuenta de la interpretación completamente opuesta de los acontecimientos
que nos dan estos autores árabes con respecto al imaginario cristiano y europeo.
Pero los trastornos que esta situación ocasionó no impidieron una realidad
social incuestionable: el Imperio bizantino mantuvo una estrecha relación con
el oriente omeya y abbasí, incluso mayor que con los reinos cristianos europeos;
entre al-Andalus y los reinos cristianos hubo continuos intercambios económicos
y culturales; y la islamización del occidente medieval es un hecho histórico innegable,
en Sicilia, la Península Ibérica y los Balcanes. Lamentablemente, la
historiografía dominante no hace hincapié en estos aspectos de intercambio y
comunicación, sino en la confrontación; todo ello responde a una gradual elaboración
ideológica.
La expulsión de musulmanes y judíos de al-Andalus junto al descubrimiento
de América significaron el punto de arranque de una concepción que percibe
a Europa como una identidad cerrada que se proclama la única depositaria de
los atributos de la humanidad, tratando como inferiores a los otros pueblos.
Durante el Renacimiento se llevó a cabo la elaboración ideológica que sustenta
esa concepción europea, que se prolonga hasta la actualidad, haciendo una interpretación
selectiva de la historia en la que Oriente desaparece del pensamiento
europeo, consolidándose el mito de que éste surge de una sola fuente original
grecorromana. Es decir, el mito fundador del pensamiento europeo excluyó
autoritariamente toda aportación oriental y, con ella, el determinante papel
que tuvo el pensamiento islámico, a quien se debe no sólo la recuperación y
relectura del pensamiento griego, sino también una rica aportación filosófica
racional. Esta expulsión alimentará la concepción de dos universos aislados y
sin un patrimonio común.
Entre los siglos XIX y XX se produjo un intenso proceso histórico que reforzó
este pensamiento etnocéntrico. Fue el momento en que Europa tuvo que conciliar
las ideas de la Ilustración con un mercantilismo en expansión que desbordaba
las fronteras nacionales. El pensamiento europeo se vio en la necesidad
38
4 Amin Maalouf, Les Croisades vues par les Arabes, París: Jean Claude Lattés, 1983. [Edición española: Las
cruzadas vistas por los árabes, Madrid: Alianza, 1989.]
de elaborar la justificación moral y ética del ejercicio de dominación política y
explotación económica que aparejaba la expansión colonial. Así surgió la dualidad
entre civilización y barbarie, el concepto de raza y el principio de la superioridad
cultural europea frente a los otros, apropiándose de la representación
universal de la modernidad y la civilización. El colonialismo se convertía en
una obligación moral y una misión histórica: llevar la civilización a los pueblos
«salvajes» o atrasados. A partir de ese momento, se emplearon argumentos culturales
para justificar lo que en realidad eran acciones políticas. Con ello, para
utilizar lo cultural al servicio de la política, se elaboró un pensamiento que
trataba a las otras culturas como inferiores y, sobre todo, les negaba cualquier
capacidad de evolución y progreso. Esos valores se atribuían en exclusiva al
modelo europeo.
Desde entonces, la cultura europea se considerará superior a la de los otros
pueblos. Y su etnocentrismo mirará a las demás culturas desde una perspectiva
esencialista: como entes cerrados, inmutables y monolíticos, incapaces de progresar
y evolucionar, características que determinan todo su devenir histórico.
En consecuencia, se tenderá a considerar que las nociones de progreso, dinamismo
y modernización son valores inherentes a la cultura europea, que deben
ser universalmente imitados.
Así, por ejemplo, el acta de la Conferencia de Berlín de 1885, por la que las
potencias europeas se repartieron el continente africano, decía que éstas debían
«instruir a los indígenas y hacerles comprender y apreciar las ventajas de la civilización
». Joseph Chamberlain, ministro británico responsable de las colonias
entre 1895 y 1903, afirmará la superioridad de la raza blanca y su civilización
asegurando que «nuestra dominación es la única que puede asegurar la paz, la
seguridad y la prosperidad a tantos pueblos que nunca antes conocieron esos
beneficios. Llevando a cabo esta obra civilizadora cumpliremos nuestra misión
nacional en beneficio de los pueblos bajo la sombra de nuestro ámbito imperial».
Por su parte, el francés Jules Ferry proclamaba en el Parlamento el 28 de julio
de 1885 el deber «de las razas superiores de civilizar a las inferiores».5
En aquellas zonas islámicas del mundo donde se habían erigido grandes civilizaciones,
se desarrolló el discurso del agotamiento e incapacidad del islam para
salir del oscurantismo en que vivían frente al progreso de la civilización europea.
De esta manera se llevaba a cabo un proceso de desacreditación del legado cul-
39
5 Citados por Sophie Bessis en su magnífico libro L’Occident et les Autres. Histoire d’une suprématie, París: La
Découverte, 2002. [Edición española: Occidente y los otros, historia de una supremacía, Madrid: Alianza, 2003.]
tural e histórico del islam, que será presentado como incapaz de progresar y
modernizarse. En otras palabras, todos los elementos culturales pertenecientes
al ámbito del islam, incluida la lengua árabe, eran catalogados como regresivos
y un obstáculo para la evolución moderna; con ello, se forjaba un imaginario
europeo lleno de prejuicios hacia lo islámico y se volvía a excluir autoritariamente
su legado intelectual y cultural del mundo de la modernización.
Cuando más tarde se desarrolle el pensamiento europeo anticolonial, denunciará
los métodos políticos de dominación y económicos de explotación utilizados
durante el periodo colonial, pero no cuestionará la vocación occidental de ser
el modelo cultural universal. Progreso y desarrollo no podían ser fruto más
que de la reproducción mimética del mundo occidental.
La explicación cultural de los hechos políticos
Otro hito histórico que ha fortalecido el sentimiento de superioridad occidental
sobre el islam y ha nutrido la percepción antiislámica dominante en las sociedades
occidentales ha tenido lugar en los albores de la década de 1990, con la
legitimación del orden unipolar y su compañera de viaje, la globalización. Esta
nueva situación ha generado una dinámica en la que Occidente busca explicar
buena parte del origen de los conflictos en la diferencia cultural. En consecuencia,
se va a reforzar la visión esencialista de la cultura de los otros y, desde
luego, de la islámica. No es infrecuente, por tanto, la interpretación del islam
como fuente global de la historia y el devenir de árabes y musulmanes, presuponiendo
así un islam determinista y omnipresente. Estos análisis se aproximan
a las sociedades musulmanas como si fuesen entes completos que no evolucionasen,
incapaces de transformar por ello su identidad, sus concepciones, su
cultura y sus instituciones de acuerdo con las nuevas circunstancias y situaciones.
La cuestión estriba en que el recurso a las perspectivas esencialistas permite
convertir en «excepción islámica» situaciones que en realidad afectan a muchas
otras áreas de la geografía mundial y cuyo origen es debido a factores políticos,
sociales y económicos. De esa manera, no ha sido difícil predisponer a la opinión
pública occidental para que piense que todo lo que ocurre en el mundo musulmán
se debe a una ola irracional de fanatismo cultural y religioso antioccidental,
ocultando el verdadero origen de las resistencias políticas.
No hay que olvidar que fue la guerra del Golfo la primera expresión de ese
nuevo orden. No sólo representó la supremacía de los Estados Unidos en el
mundo, sino que también se utilizó para consolidar la autolegitimación de la
40
supremacía de Occidente frente a los otros, particularmente árabes y musulmanes.
Lo que en teoría era una contienda para destronar a un tirano concreto
en un país árabe determinado se convirtió en una cruzada cultural global que fue
muy útil para movilizar a su favor a casi todos en Occidente. El resultado
fue el establecimiento, con la anuencia social en general, de las líneas fundamentales
de la política occidental en la zona: protección de los intereses de
Israel, protección de las fuentes energéticas del Golfo, apoyo a las dictaduras
árabes aliadas de Occidente y construcción de un nuevo orden mundial basado
en Estados legítimos y Estados «parias», rogue states, que permite identificar
supuestas y aleatorias amenazas para justificar unos enormes gastos militares
en la zona.
La promoción de la democracia y de los derechos humanos quedaron relegados
—basta con leer los informes de Amnistía Internacional y Human Rights
Watch—, mientras en Occidente se elaboraba toda una literatura ad hoc para
eludir el verdadero análisis político y justificar la política occidental en la zona,
centrando la atención en la «cuestión cultural», tan querida por la sociedad occidental.
La teoría del choque de civilizaciones, desarrollada por el estadounidense Samuel
P. Huntington en 1993,6 va a ser la base ideológica sobre la que se sustente la
formalización de la supremacía occidental y la estigmatización cultural de aquellos
actores que se resistan a aceptar la hegemonía política, económica y militar de
Occidente en aquellas zonas donde tiene importantes intereses. En buena medida,
el discurso sobre el conflicto de civilizaciones entre el islam y Occidente es el
instrumento a través del cual se busca legitimar ante nuestras sociedades los
efectos que causa la política occidental en el mundo musulmán. La fórmula es
la siguiente: si la explicación de lo que ocurre se basa en un determinismo cultural
y religioso antioccidental, las responsabilidades de la acción política y militar
de Occidente quedan soslayadas. Tras la expresión huntingtoniana «el islam
tiene sus fronteras ensangrentadas» se translucía una explicación culturalista
que liberaba a Occidente de toda responsabilidad en ese «baño de sangre».
En realidad, la principal aportación de Huntington provenía de haber sabido
articular en una teoría algo que ya existía desde hacía mucho tiempo: el sentimiento
de superioridad cultural occidental y su imaginario antiislámico en
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6 Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, New Haven: Yale University
Press, 1995. [Edición española: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona:
Paidós, 1998.]
un momento en el que buena parte de la atención de la comunidad internacional
se centraba en Oriente Próximo.
Como consecuencia inevitable de esa centralidad en el ámbito internacional
de los conflictos en Oriente Próximo y del fuerte impacto del terrorismo, la
cuestión «islámica» ha recibido también una gran cobertura en los medios de
comunicación. Pero el tratamiento que se da al mundo musulmán en los medios
occidentales tiende a reforzar los estereotipos. En particular, construye una
narrativa mediática de lejanía, apenas aparecen los individuos sino las masas
y casi siempre en relación con situaciones de violencia o fanatismo, de manera
que implícitamente transmiten la duda sobre el estado de civilización de esos
pueblos. También la presentación del islam como la clave abstracta que explica
el total devenir de esas poblaciones, representando un mundo que evoluciona,
el nuestro, y otro islámico, condenado a un ciclo repetitivo de miseria y violencia
sin esperanza de salir de él, como si sus ciudadanos no fueran sino pasivas correas
de transmisión de un destino comunitario ya señalado. Y finalmente, la
búsqueda y selección de lo más excepcional y extremista como la representación
de la mayoría: la utilización del «fundamentalismo islámico» con carácter de
representación global de los musulmanes.
Si todos son uno
Nuestra relación histórica con el islam ha acumulado toda una serie de percepciones
negativas dominadas por prejuicios y estereotipos. Se ha interiorizado
una imagen reduccionista y monolítica de nosotros y ellos, las dos «culturas»,
como si se tratase de universos cerrados, donde millones de seres humanos
identificados como occidentales o musulmanes representaran culturas uniformes
ajenas, cuando no antagónicas, la una de la otra. Esta concepción de las culturas,
cuando se trata de la relación entre el mundo musulmán y nosotros, es fruto de
un proceso de elaboración occidental en el que el islam, y por tanto todos los
individuos que lo integran, se ha representado de manera ficticia y etiquetado
ideológicamente como una fuerza global dominante, de manera que retrata el
comportamiento y la definición cultural de toda esa enorme masa de personas
como una entidad uniforme. Todos son uno, ignorando la gran diversidad que
se extiende por una inmensa área geográfica a través de todos los continentes.
Y ese uno es percibido como ajeno, separado y sin valores en común con nosotros,
inferior y dominado por el fanatismo, el fundamentalismo y la irracionalidad.
La combinación de hostilidad y reduccionismo que alimenta esta
representación recreada de un Homo islamicus amenazante, retrógrado y violento,
le hace objeto de intervenciones terapéuticas o punitivas.
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Los atentados del 11 de septiembre en los Estados Unidos, así como los de
Madrid y Londres que años después los siguieron, han elaborado una perversa
alquimia en la que esos estereotipos se han traducido en sospecha y miedo. La
percepción de los musulmanes como un bloque monolítico y estático se ha extendido
al fenómeno terrorista, provocando una fuerte tendencia a verlos como
una potencial «arma oculta de Ben Laden», recordándoles su presencia indeseada
en nuestro territorio y exigiéndoles justificar su lealtad e integridad. Las leyes
antiterroristas se han basado en normas preventivas en las que el origen nacional
y confesional rige los criterios de control y seguridad, reforzando la estigmatización
social de las comunidades musulmanas en los países occidentales. El
impacto del fenómeno terrorista ha colocado bajo sospecha generalizada aquellos
espacios y actores vinculados al islam, como mezquitas e imanes; las prioridades
de control y seguridad se imponen socialmente sobre los aspectos relacionados
con la integración, cuyas políticas se centran más en la prevención del terrorismo
que en la promoción de la igualdad y los derechos fundamentales.
En consecuencia, la opinión pública y el sentimiento social se han centrado en
la necesidad de adoptar «medidas preventivas» para defenderse de la presencia
de musulmanes en «nuestro suelo». Así, desde 2002 todos los estudios sociológicos,
nacionales e internacionales, muestran de manera creciente un sentimiento
de rechazo hacia los musulmanes y de estrecha vinculación entre
terrorismo e inmigración musulmana. Como esos sentimientos se presentan
como expresión de patriotismo y autodefensa, las sensibilidades islamófobas
que despiertan encuentran legitimación y exculpación social. De ahí que podamos
hablar de una islamofobia inconsciente, que no se percibe como discriminación
sino como protección y autodefensa, siendo muchos los reacios a
llamar a esta actitud por su nombre.
Es un hecho muy significativo que los partidos de extrema derecha que se están
consolidando en los diferentes países europeos han evolucionado desde posiciones
xenófobas generales hacia una especialización en el discurso explícitamente
antimusulmán. De esta manera, inflaman los sentimientos islamófobos
a la vez que, a diferencia de la xenofobia en general, lo difunden con más legitimación
social, sacando partido de la islamofobia inconsciente.
Con respecto a los límites entre islamofobia y libertad de expresión, ésta no
puede ser un valor absoluto que, desprovisto de todo sentido de responsabilidad,
se convierta en el abuso de ese derecho. Un lenguaje racista y xenófobo no
puede justificarse en la protección de los derechos fundamentales. La crisis
que se generó en torno a las caricaturas del profeta Mahoma exige una reflexión
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que, en mi opinión, no puede quedar reducida a la cuestión de la libertad de
expresión enfrentada a la no aceptación de una cultura de la sátira y la caricatura;
ante dicha dualidad no sería necesario plantearse ninguna respuesta compleja.
Tampoco creo que el fundamento clave esté en lo sagrado o intocable del hecho
religioso, aunque se utilice un doble rasero al rechazar el periódico danés hacer
el mismo «experimento» con Jesucristo, ya que también existe el derecho de
los no creyentes a no verse constreñidos por doctrinas religiosas que no comparten.
Pero lo que convirtió en un polvorín la publicación de las caricaturas
en el periódico danés Jyllands-Posten es el carácter islamófobo y la incitación
al odio que se derivaba de la representación del fundador del islam como terrorista.
La idea subyacente se manifestaba con nitidez: si el fundador de esa
comunidad era un terrorista, todos sus miembros lo son.
Se transmitía así un peligroso mensaje que estigmatizaba y humillaba a una
parte muy importante de la humanidad. A partir de ahí, la cuestión no es religiosa,
sino política, porque concierne a algo tan detestable como el racismo
y la xenofobia; y, en este sentido, sí que la libertad de expresión no puede ser
un valor absoluto que, en ausencia de cualquier tipo de responsabilidad, derive
en el abuso de ese privilegio. Poco importa en esta cuestión si hay regímenes
despóticos en el mundo musulmán que no respetan los derechos de sus propios
ciudadanos o de otros, si un presidente en Irán no cesa de hacer declaraciones
aberrantes, o si existen grupos terroristas que sólo representan a una minoría.
La existencia de esas realidades no puede servir de argumento para justificar
ningún tipo de racismo o intolerancia, dado que su objetivo son ciudadanos,
individuos, seres humanos que, además de tener que soportar esas situaciones
de opresión e injusticia, son insultados, ofendidos y tratados como inferiores.
Desde que se desencadenó la crisis de las caricaturas ha faltado un criterio que
fuese tan claro en la defensa de la libertad de expresión como en la denuncia
rotunda del mensaje islamófobo que transmitían, sosteniendo que la incitación
al odio y la xenofobia no tienen ninguna cabida en el sistema democrático europeo.
Una respuesta diferente habría favorecido una reconciliación ética con
todos los musulmanes ofendidos por esas caricaturas y contribuido a apaciguar
los ánimos.
Tampoco podemos recrear una situación aparentemente «ideal» desde la perspectiva
de algunos sectores de nuestras sociedades que esperan que la identidad
musulmana de esos ciudadanos se diluya e incluso vaya desapareciendo en su
proceso de integración europea. El mejor musulmán es el que deja visiblemente
de serlo. De ahí la tendencia a distinguir entre el «musulmán bueno» y el «musulmán
malo». El primero sería el occidentalizado, que se proclama laico y, en
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muchas ocasiones, sin tener cualificación científica, corrobora nuestros estereotipos
demonizando al islam y sus supuestas «patologías». A ellos se los eleva
como únicos posibles embajadores de su sociedad y su cultura, si bien con frecuencia
son la cortina de humo que nos impide el conocimiento eficaz de la
diversa realidad musulmana. El resto, si no prueban ser «buenos», son considerados
presuntamente «malos».
Esa no es la realidad que hay que abordar en nuestros países, sino la de la integración
y normalización ciudadana de un número importante de personas
que son musulmanas y no desean dejar de serlo. Para lograrlo debemos aceptar
la visibilidad física, humana y territorial de un colectivo que hoy día ya forma
parte de la identidad europea. Lo que no significa que los musulmanes no asuman
los principios legales que el Estado de derecho impone a todos los ciudadanos,
independientemente de su raza, género y religión. La primera premisa
nunca debe excluir a la segunda. Pero la mejor manera de lograr la segunda es
que no se excluya a la primera.
Bibliografía
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2002.
HUNTINGTON, Samuel P., The Clash of Civilizations and the Remaking of World
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MAALOUF, Amin, The Crusades Through Arab Eyes, Nueva York: al Saqi Books,
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Report], Budapest: Consejo de Europa, 2004.