lunes, 16 de agosto de 2010

Israel revisa su historia, los nuevos historiadores Por Ethan Bronner


17 de diciembre de 1999 Archivo
NUEVA YORK.- Al comienzo del actual año lectivo, los estudiantes israelíes de primer año del secundario llevaban en sus mochilas las herramientas de una conciencia nacional en transición. Sus manuales de historia del siglo XX, que presentaban la clásica visión sionista de la fundación del Estado de Israel, en 1948, habían sido revisados para incorporar elementos de una versión antagónica. En los nuevos textos, el término palestino designa no sólo un pueblo, sino también un movimiento nacionalista de larga data. Sus cuestionarios didácticos piden a los estudiantes que se pongan en el lugar de los árabes palestinos residentes en Jerusalén o Jaffa cuando los sionistas llegaron y construyeron sus asentamientos. Les dicen que la Guerra de la Independencia (1948), librada contra el mundo árabe, no fue tan desigual como les hicieron creer en la primaria: los combatientes judíos estaban mejor entrenados que los árabes y, salvo en las semanas iniciales, llevaban cierta ventaja militar.
La preparación de los nuevos textos empezó en 1994, bajo el gobierno liberal de Rabin, y prosiguió calladamente con el conservador Netanyahu; salieron en agosto, sin publicidad previa, siendo primer ministro Ehud Barak. Han generado considerables controversias. Sin embargo, nada se ha hecho para reemplazarlos.
El filósofo francés Ernest Renan definió una nación como "un grupo de personas unidas por una visión equivocada del pasado y el odio a sus vecinos". Evidentemente, entre los responsables de los manuales hay quienes creen que Israel encaja en esa descripción. Lo mismo piensa Avi Shlaim, profesor del St. Antony´s College (Oxford) y destacado revisionista israelí, cuyas obras inspiraron, en parte, los nuevos textos. El hecho de que éstos hayan aparecido casi simultáneamente con la publicación de The Iron Wall ("El muro de hierro", Nueva York, W. W. Norton & Company), donde Shlaim analiza las relaciones entre Israel y el mundo árabe desde 1948, y Righteous Victims ("Víctimas virtuosas", Nueva York, Alfred A. Knopf), de Benny Morris, obra aún más significativa que reseña el conflicto árabe-sionista desde 1881 hasta 1999, marca un viraje en la historiografía y la autopercepción israelíes.
La epopeya cuestionada
La historia tradicional pinta el sionismo como un movimiento puro, casi ingenuo, de jóvenes socialistas que huyeron del antisemitismo europeo y, a partir de la década de 1880, retornaron a su tierra ancestral, Palestina, una franja árida y abandonada, con una pequeña población judía y otra árabe más numerosa pero, aun así, insignificante.
Los sionistas compraron tierras a precios exorbitantes y tendieron la mano a los árabes locales, en un gesto de amistosa cooperación. Tras el exterminio, por los nazis, de un tercio de la población judía mundial, la comunidad internacional comprendió su situación y, en 1947, la ONU votó la partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Este arreglo regocijó a los judíos, pero los árabes, inflamados de odio y arrogancia, les declararon la guerra. A lo largo de 1948, la diminuta comunidad judía, escasamente armada, rechazó -y finalmente venció- no sólo a las bandas palestinas, sino también a los ejércitos bien entrenados de numerosos Estados árabes. Durante el conflicto, los gobiernos árabes exhortaron a los palestinos a emigrar; así, sus ejércitos podrían operar rápida y eficientemente. Esto generó cientos de miles de refugiados palestinos. Terminada la guerra, Israel intentó hacer las paces con sus vecinos, pero ellos rechazaron sus propuestas y explotaron cínicamente el problema de los refugiados.
Hace tiempo que los investigadores árabes, y algunos neutrales, desecharon esta versión por falsa y tendenciosa, pero hasta mediados de la década del 80 nada tuvo de objetable para la mayoría de los israelíes. Luego, al abrirse los archivos del Estado y madurar una joven generación de historiadores, muchos de ellos formados en el exterior (Shlaim y Morris son dos ejemplos eminentes), los israelíes empezaron a cuestionar elementos clave de esa historia. La tildaron de mito y se declararon dispuestos a escribir la "nueva historia" (de ahí su apodo colectivo "los neohistoriadores"). A comienzos de los años 90, cuando ya habían acumulado la masa crítica de un auténtico movimiento académico, desencadenaron la tormenta.
La vieja historia era una epopeya en torno a la pregunta: ¿cómo sucedió este milagro? La nueva ha tendido a centrarse en los hechos deslucidos y explicables. Los archivos del Estado contienen claras pruebas de duplicidades, planes para trasladar a los árabes fuera del país y rechazos de gestos conciliadores de los Estados árabes.
Fascinante y tendenciosa
"Los historiadores revisionistas israelíes [...] creen que el Israel de posguerra fue más intransigente que los Estados árabes y, por ende, le corresponde una mayor responsabilidad por el atolladero político subsiguiente al cese formal de las hostilidades. [...] Por ejemplo, los archivos de la Cancillería israelí están repletos de evidencias de sondeos conciliadores por parte de los árabes y su disposición a negociar con Israel desde septiembre de 1948 en adelante."
ƒste es un pasaje bastante representativo de Shlaim. Revela a un historiador con una misión y un conjunto de opiniones formadas. En Collusion Across the Jordan ("Colusión a través del Jordán", 1988) pormenorizó la cooperación, hasta entonces no documentada, entre los sionistas y el reino hashemita de Jordania, en los años 40, para dividir a Palestina y sojuzgar su movimiento nacionalista. The Iron Wall , más que un trabajo de investigación original, es un intento de crear la primera historia postsionista de Israel desde su creación hasta el presente. Es una obra fascinante pero tendenciosa, y sólo en parte lograda.
Toma su título del de un artículo escrito en 1923 por Zeev Jabotinsky, fundador filosófico y político del sionismo derechista. Jabotinsky tuvo poca paciencia con los primeros sionistas laboristas que abogaban por una solución pacífica del naciente conflicto con los árabes. Negaba toda posibilidad de que los palestinos y demás pueblos árabes aceptaran el objetivo sionista de constituir una mayoría judía en Palestina.
El sionismo sólo podría triunfar si los judíos construían un "muro de hierro", o sea, una fuerza militar, impenetrable para los árabes. Shlaim sostiene que, si bien este pensamiento fue rechazado inicialmente por Ben-Gurion y sus colegas, a poco fue aceptado por todos los líderes sionistas y pasó a ser la idea rectora nacional. Israel ya no tuvo prisa por establecer acuerdos de paz con sus vecinos. Por el contrario, sus líderes comprendieron que, desde el punto de vista militar y diplomático, eran más fuertes que los árabes y abstenerse de concertar una paz apresurada convendría mejor a los intereses nacionales a largo plazo. Así pues, como lo demuestra Shlaim, desoyeron o rechazaron las primeras gestiones de paz de Siria y Jordania, y aun del Egipto de Nasser, y en ocasiones llegaron al engaño. Tan sólo después de esto, los líderes árabes decidieron que no podían confiar en los israelíes ni abrigar esperanzas de paz.
Sin duda, Shlaim presenta evidencias que urgen a revaluar la historia tradicional israelí. En los últimos quince años, se ha aprendido mucho de investigadores como él. Pero si los primeros historiadores israelíes fueron demasiado tolerantes con las maquinaciones sionistas, Shlaim peca de lo contrario: confía en la palabra de Nasser y habla sin escepticismo del "principio árabe" ("los líderes árabes se negaron a firmar el acuerdo porque, por cuestión de principio, se oponían al reconocimiento formal de Israel"). Su historia es un correctivo tonificante a la versión un tanto mítica que se narraba hasta ahora, pero sus opiniones políticas son estridentemente obvias y, en realidad, Shlaim nunca contempla la posibilidad de que Jabotinsky tuviese razón, que sólo un muro de hierro podía garantizar la seguridad de Israel en sus primeras décadas.
Dudas y coincidencias
En cambio, Benny Morris escribe con la fría imparcialidad de un clínico, con lo cual su crónica es menos vívida, pero más responsable y creíble. Righteous Victims es un excelente trabajo historiográfico que reúne y confronta los últimos estudios sobre el tema. Probablemente, será por un tiempo el relato más sofisticado y matizado del conflicto entre sionistas y árabes. Un detalle interesante: Morris se esfuerza poco por presentar su historia como un correctivo. Casi nunca juzga, y pone especial cuidado en mostrar las complejidades, coincidencias y dudas. Asimismo, deja en claro que escribir la historia es una tarea continua.
Profesor de historia en la Universidad Ben-Gurion de Israel, Morris es más conocido por su libro The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949 ("El origen del problema de los refugiados palestinos. 1947-1949"), publicado en 1988, una de las piedras angulares no sólo de la "nueva historia", sino también de toda investigación seria de la cuestión palestino-israelí. Su último libro sale favorecido por su tono prudente, meticuloso, y el haber tomado como punto de partida la llegada de los primeros sionistas, en 1881. Muestra de qué modo las pautas tempranas de desacuerdo mutuo se reiteraron décadas después. En la vigorosa versión de Morris, la rebelión árabe de 1936-1939 se asemeja sorprendentemente a la intifada palestina de 1987-1993.
El autor señala por igual los errores conceptuales de los primeros colonos judíos, fruto de su eurocentrismo, y el desprecio histórico de los musulmanes por los judíos "como objetos, apocados y serviles". Pone al descubierto la hipocresía de los líderes sionistas desde Theodor Herzl, que afirmaba públicamente que el sionismo beneficiaba a los palestinos y en su diario confesaba: "Debemos expropiar de a poco". También propone la interpretación sopesada de que el sionismo se adelantó unos veinticinco años al nacionalismo palestino: esto habría de incidir enormemente en el conflicto entre uno y otro.
Verdades complejas
Morris presenta la mejor explicación, paso a paso, de cómo ganaron los sionistas la Guerra de la Independencia o, entre los palestinos, la naqba ("desastre"). Da el crédito debido a los sucesivos temores de los judíos, en vez de desecharlos tildándolos de "pura pose" como lo han hecho algunos neohistoriadores. Al relatar el operativo de rescate en Entebbe (1976), no teme dar al comando israelí el matiz heroico que merece. Muestra de lleno las ironías de la historia (los líderes de la intifada ganaron sus credenciales y establecieron sus conexiones en las cárceles israelíes) y lo que en un momento llama "una simetría perceptual cruda y embrutecedora". En suma, es la nueva historia tal como la desearíamos: no integrando una campaña política o académica, sino persiguiendo sinceramente la compleja verdad.
En lo tocante a las primeras fases del conflicto árabe-israelí, ambos libros son de lectura obligada para quienes se interesen por el tema. La historia reciente -la guerra del Líbano (1982), el acuerdo de paz de Oslo (1993)- les deparará pocas sorpresas, por cuanto ya ha sido documentada ampliamente, al modo revisionista, por periodistas y políticos israelíes.
La historia del formidable éxito de Israel todavía escapa a una explicación simple. Morris lo dice claramente: "Cada victoria puede explicarse a la luz de factores concretos y específicos, pero, visto en conjunto, el éxito del emprendimiento sionista ha sido nada menos que un milagro". Los historiadores sionistas tradicionales (y los sionistas en general) verán con agrado que, aun en la nueva historia, queda cierta sensación de maravilla.
Traducción de Zoraida J. Valcárcel
El autor dirige la sección Educación de The Times. Fue corresponsal en Jerusalén de Reuters (1983-1985) y The Boston Globe (1991-1997).

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