martes, 24 de agosto de 2010

La batalla por Israel por Carlos Braverman


La mayoría de los críticos de Israel, especialmente en el extranjero, ven al país como algo monolítico y unidimensional. Creen que todos sus ciudadanos judíos marchan al mismo paso tras su gobierno derechista, inmersos en una ideología oscura, apoyando la ocupación y los asentamientos y perpetrando crímenes de guerra. Esto, por cierto, es una imagen clónica de lo que piensan los admiradores de Israel de todo el mundo, los cuales también ven a Israel como algo monolítico donde todos los ciudadanos desfilan orgullosamente detrás de sus valientes y decididos líderes Benjamin Netanyahu, Ehud Barak y Avigdor Lieberman.
La verdad está muy lejos de estas dos caricaturas. Todas las sociedades humanas son complejas y tienen múltiples facetas, y la sociedad israelí, es más compleja que la mayoría. La exigencia de que se revele la verdad sobre este asunto, lo que hoy investiga la Comisión Turkel, es una parte de la batalla por la democracia israelí, por el buen nombre de la Corte Suprema y desde luego tiene que ver directamente con la esencia del Estado.
Algunos ven Israel como una batalla entre dos grandes bloques: por un lado, la derecha nacionalista, religiosa, militarista y antidemocrática, y por otro la izquierda liberal, democrática, secular y amante de la paz.
Cualquier persona con una imagen así en su cabeza se imagina algo parecido a la batalla de Waterloo, en la que dos grandes ejércitos chocan en el campo de batalla y uno vence al otro. Sin embargo, la lucha de Israel es más parecida a un enfrentamiento medieval en el que el choque de dos ejércitos se convierte en un cuerpo a cuerpo entreverado de miles de duelos individuales que pueden prolongarse durante mucho tiempo.
La batalla por Israel se compone, en efecto, de cientos de miles de pequeñas batallas que se libran en mil y un escenarios diferentes. Todos los ciudadanos israelíes están involucrados por activa o por pasiva —jueces y profesores, oficiales del ejército y políticos, votantes y soldados, activistas y espectadores, periodistas e ídolos juveniles, obreros y magnates, rabinos y antirreligiosos, activistas del medio ambiente y activistas sociales—, cada uno de nosotros con sus acciones y sus omisiones, toma parte en esta batalla en la que se ventila el carácter de nuestro Estado. La lucha contra la ocupación y contra los asentamientos forma parte de esta guerra. La guerra misma es por la personalidad de la sociedad israelí, una sociedad todavía en formación. El resultado de esta guerra está lejos de haberse decidido. Perder una batalla, o incluso varias, no será algo decisivo, porque habrá más batallas en los próximos días. Cuando millones de personas están involucradas —hombres y mujeres, jóvenes y viejos, judíos y árabes, occidentales y orientales, ortodoxos y seculares, ricos y pobres, veteranos y nuevos inmigrantes, todo el amplio espectro de la sociedad israelí—, nada es seguro por adelantado. Ese fue, después de todo, el propósito de todo el ejercicio histórico de la creación de Israel: tomar nuestro destino en nuestras propias manos y ser responsables de las consecuencias.

*Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judeo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Tel Aviv). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).Derechos reservados de la presente traducción Instituto Campos Abiertos Israel ISBN 965 387 008 9 זכויות יוצרים

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