martes, 26 de abril de 2011

Salud mental y capitalismo por Guillermo Renduele


La crisis de sobreacumulación de capital en la que estamos inmersos tiene hondas repercusiones sobre la salud. Para entender esto hace falta entender la salud asociada al sistema productivo en que los trabajadores venden su fuerza de trabajo. Hay que apostar a la grande. No es cuestión de que el estrés, cual infección vírica, se convierta en una plaga por culpa de la incertidumbre. Las cosas no funcionan así o, al menos, no sólo así.

Sin determinismo biológico

Los problemas de salud mental no se pueden considerar enfermedades. No tienen una causa biológica que las ‘determine’. Ni siquiera la herencia, por mucho que los suplementos de salud de los periódicos informen del descubrimiento del gen asociado a tal o cual comportamiento o enfermedad. Incluso en el caso de la esquizofrenia, sabemos que lo que mejor puede predecir una buena evolución son los logros formativos y laborales, las habilidades sociales, las condiciones económicas, la tolerancia familiar y la poca implicación de la familia en las decisiones sobre el tratamiento. Lo mismo que sabemos que la pobreza, la etnia de pertenencia y el género son buenos predictores de la probabilidad de padecer un trastorno mental grave. Y también sabemos que las tasas de recuperación de personas diagnosticadas de esquizofrenia varió en el siglo XX dependiendo de la fase de ciclo en que estuviera el capitalismo. En época de crisis la recuperación clínica y social disminuye notablemente.

Más débiles, menor atención

En este momento la privatización conllevará que los más susceptibles de sufrir los efectos de la crisis recibirán menor atención. Para hacernos conscientes de las influencias socioeconómicas en la salud mental no hay como buscar en los papeles de instituciones no sospechosas de bolchevismo: en su informe titulado Los determinantes sociales de la salud. Los hechos probados, la OMS deja bien clara la relación entre actividad productiva, privación y salud.

La atención sanitaria en los sistemas occidentales de seguridad social nace como estrategia de la clase dominante para garantizar que la fuerza de trabajo no escaseara. Son sistemas de seguridad social paliativos, que no hacen de la prevención socioeconómica (la seña de identidad de los modelos de salud revolucionarios) uno de sus pilares.

Pero ya en 1987 y en 1993 el Banco Mundial advertía de la “necesidad” de acometer reformas, como las actuales, en pos de la parasitación de lo público por parte de un capital sin ámbitos donde seguir generando plusvalor. Desde entonces, todos los gobiernos del Estado español (la democracia parlamentaria burguesa no entiende de siglas) han ido profundizando en las vías para la privatización: desde el Informe Abril, hasta la Ley 15/97, con argumentos de ‘manual de privatización’, a excepción de la ‘financiación directa’ por parte del paciente, la más impopulosa medida. Por lo demás (autonomía competitiva hospitalaria, ‘libre elección de médico’, acuerdos cooperativos hoy plasmados en las Entidades de Base Asociativa, contención y primas ante la reducción del gasto farmacéutico y de pruebas...) está todo inventado. Y, como no puede ser de otra manera, existe un correlato ideológico que ayuda a sostener la situación.

Ese correlato se sustenta en la negación de las causas sociales de la pérdida de salud, así como en la culpabilización de la víctima. Serán los comportamientos individuales, dicen, los que nos salven de caer en las enfermedades. Que cada uno de nosotros se preocupe por una buena prevención conductista, que si falla ya paliarán el síntoma. Pero en salud mental la contradicción es aún más clara. La culpabilización de la víctima se hace al mismo tiempo que la construcción social de mentes donde la tolerancia a la demora temporal, al refuerzo inmediato, al hedonismo y a la conquista compulsiva y veloz de objetivos de consumo. Como solución, te ponen en bandeja el consumo de psicofármacos.

Malestar en la vida cotidiana

Por otro lado, la asfixia presupuestaria de los últimos años en los recursos de salud mental y la privatización están empezando a conseguir que los mismos profesionales opten por reducir el tiempo de atención a las personas que acuden por problemas emocionales a los centros de salud mental, casi acusándoles de robar el tiempo a los pacientes que están “realmente graves”. Y puede que tengan algo de razón, pero la persona que acude a consulta de salud mental necesita entender qué le ocurre, no que le digan que es un egoísta. Es una estrategia muy parecida a la de las urgencias hospitalarias cuando protestan de que acuden a ellas usuarios con “simples gripes”. Esto no hace más que esconder lo evidente de los recortes presupuestarios y sus consecuencias. Al final, nosotros mismos culpabilizaremos a las víctimas y ellos cuadrarán su círculo.

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