martes, 19 de abril de 2011

ASIA CENTRAL, EL PRÓXIMO DOMINÓ por Paul Quinn-Judge y Gabriela Keseberg Dávalos


El riesgo de colapso en los países centroasiáticos aumenta en la medida que su infraestructura desaparecen por falta de inversión económica y voluntad política.
De modo lento pero seguro, la infraestructura material y humana de Asia Central está desapareciendo: las rutas, plantas eléctricas, hospitales y escuelas, así como la última generación de especialistas, quienes se ocupan de su funcionamiento y fueron entrenados por los soviéticos. Los regímenes de la postindependencia hicieron poco esfuerzo para mantener o reemplazar tanto la tecnología que está desgastándose, como al personal que está jubilándose o falleciendo. Los fondos destinados a este fin han sido carcomidos por la corrupción y este colapso ya ha generado protestas. Incluso ha derrocado a un gobierno.
Todos los países de la región se encuentran afectados por esta situación de una manera u otra. Sin embargo, los dos más pobres, Kirguizistán y Tayikistán, están desesperados. Sus propios especialistas dicen que en los próximos años no habrá maestros para sus niños ni doctores para tratar a los enfermos. Los cortes de electricidad en Tayikistán en invierno ya son una tradición. Llegan a durar hasta más de doce horas en las zonas rurales. También en Kirguizistán las fallas en el sistema eléctrico son cada vez más comunes. Expertos en ambos países están preocupados por el muy probable y catastrófico colapso general, especialmente en el sector de energía. A menos que se lleve a cabo un cambio en las políticas, se enfrentarán con un futuro de rutas desgastadas, escuelas e instituciones médicas dirigidas por jubilados, o una nueva generación de maestros, doctores o ingenieros, cuyos títulos serán comprados en vez de obtenidos por mérito propio. Estos problemas son exacerbados por otras vulnerabilidades políticas, como la expansión de la insurgencia, el envejecimiento de un autócrata en Tayikistán y un Estado kirguís peligrosamente debilitado.
Uzbekistán y Turkmenistán van en la misma dirección. Es difícil decir cuán grave está la situación, ya que no existe información confiable o es secreta. Lo que sí salta a la vista es que las extravagantes y optimistas declaraciones públicas no se reflejan para nada en la realidad. Los hospitales modelo con fachada de mármol de Turkmenistán y las falsas declaraciones de prosperidad de Uzbekistán no son la solución para los problemas de estos países. Incluso Kazajistán, el único país que funciona en la región, pasará por una dura prueba dada las deficiencias en su infraestructura. Tiene grandes problemas en especial en el área de transporte y en el de entrenamiento de su plantilla técnica. Cualquier sueño de diversificación económica y de modernización deberá esperar.
El dilema actual que viven estos cinco países tiene varias causas. Cuando formaban parte de la URSS, estaban incorporados en un mismo sistema, sobre todo en las áreas de transporte y de energía. Estas interdependencias han sido difíciles de deshacer, y han producido serios desbalances. Durante la era soviética, todos estaban obligados a trabajar juntos. Ahora en cambio no necesitan tener ni tienen buenas relaciones entre ellos, en especial cuando se trata de temas energéticos. La educación y los servicios de salud se vieron afectados con el término de la red de seguridad social. Pero mucho peor es que los gobiernos de la región parecen haber creído que su herencia soviética duraría para siempre. Los fondos que debían ser destinados a reformas, para la educación, entrenamiento y mantenimiento, fueron por lo general mal utilizados e insuficientes.
Las consecuencias de esta negligencia son demasiado terribles como para ser ignoradas. El rápido deterioro de la infraestructura profundizará la pobreza y la alienación del Estado. La desaparición de los servicios básicos proveerá a los islamistas radicales, ya fuertes en muchos Estados centroasiáticos, de más argumentos contra los líderes regionales. Les dará espacio para establecer redes de apoyo y de influencia. El desarrollo económico y la reducción de la pobreza se tornarán una ilusión, mientras que los países más pobres se volverán aún más dependientes de la exportación de mano de obra. De hecho, la ira por la fuerte disminución de los servicios básicos jugó un papel fundamental en los disturbios que llevaron al derrocamiento del presidente kirguís, Kurmanbek Bakíev, en abril de 2010. Este rencor puede expresarse de manera similar en otros Estados de la región en un futuro no muy lejano, especialmente en Tayikistán.
Además, los eventos dentro de uno de los cinco países pueden tener un efecto nocivo para con sus lindantes. De hecho, un brote de polio en Tayikistán en 2010 requirió una campaña de inmunización en los vecinos Kirguizistán y Uzbekistán, y se reportó infecciones en lugares tan lejanos como Rusia. Igualmente, Asia Central puede ser afectada de manera negativa por sus vecinos de la región: un mayor declive en la infraestructura tiene posibilidades de coincidir con más inestabilidad en Afganistán, y un posible desbordamiento de la insurgencia desde allí.
Las necesidades son claras, y existen soluciones al debilitamiento de la infraestructura. El problema fundamental es que las élites gobernantes de Asia Central no están dispuestas a dar los pasos necesarios para cumplir con los prerrequisitos fundamentales. Esto equivale a nada menos que el repudio total de los valores y del comportamiento de los líderes regionales. Necesitarían purgar la corrupción de sus gobiernos, dejar de usar los recursos de sus países para sí mismos y sus familias y crear una meritocracia con sueldos decentes que liberaría a los oficiales de la necesidad de depender de la corrupción. Estos cambios se encuentran tan lejos de la realidad actual que los gobiernos extranjeros y los donantes seguramente los tacharán de idealistas. Pero sin un cambio organizado desde arriba, existe el grave riesgo de un cambio caótico desde abajo.
Los donantes no están haciendo nada para prevenir esta situación. Su acercamiento cauteloso parece mayormente inspirado por el deseo de no enojar a los líderes regionales que por utilizar los medios financieros que tienen a disposición para generar un cambio verdadero. La ayuda económica es utilizada generalmente para cumplir con planes anuales o para avanzar con objetivos geopolíticos más amplios. Sin la participación de los donantes, el status quo se mantendrá por algunos años más, pero no más que eso. El colapso de la infraestructura podría debilitar a los regímenes, creando una enorme incertidumbre en una de las partes más frágiles del mundo.

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