miércoles, 6 de abril de 2011

“El comienzo de un cambio de época”


Escrito por DIETER BEDNARZ, ERICH FOLLATH y VOLKHARD WINDFUHR
Amr Moussa es el secretario general de la Liga Árabe y uno de los favoritos para la próxima elección presidencial en Egipto. En esta entrevista con Der Spiegel -que tuvo lugar antes de que la Liga Árabe le pidiera al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que impusiera una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio-, Moussa analiza las perspectivas de la democracia en Oriente Medio, los riesgos de una guerra civil en Libia y anticipa lo que él espera de Occidente.
¿El dictador Muammar Khadafy está bombardeando al pueblo libio y usted, como principal dirigente de la Liga Árabe, formada nada menos que por veintidós países, se limita a adoptar una actitud contemplativa?
Eso es exactamente lo que no estamos haciendo. Por primera vez en la historia de nuestra organización hemos suspendido a uno de los países-miembro porque su gobierno está reprimiendo al pueblo. En sendas declaraciones, hemos condenado las acciones emprendidas por Khadafy y hemos manifestado nuestra solidaridad con los libios, cuya lucha por la libertad de expresión y la democracia apoyamos incondicionalmente. Además, hemos acudido a las Naciones Unidas y a la Unión Africana -dos organizaciones de las que Libia también es miembro- para analizar la imposición de una zona de exclusión aérea a la fuerza aérea de Khadafy.
¿Están tratando de influir sobre él? ¿Cuándo fue la última vez que habló usted con el líder libio?
Considerando la forma en que está actuando ahora, una llamada telefónica no tiene el menor sentido. A Khadafy le está faltando la capacidad de comprensión de la situación que Ben Alí, el ex presidente de Túnez y Hosni Mubarak, el de Egipto, mostraron cuando dieron un paso al costado. Khadafy cree ciegamente que las protestas están siendo controladas desde el exterior y que el pueblo libio sigue adorándolo.

¿Cree que Khadafy es irracional, o más bien calculador y despiadado?
No estoy en condiciones de analizar su salud mental. La situación es demasiado grave para ocuparse de algo así.
Khadafy envió un emisario a la Liga Árabe. ¿Qué pretendía ese enviado?
No me reuní con él. Nosotros ya hemos adoptado resoluciones con respecto a Libia y tomaremos las decisiones que correspondan en la próxima reunión de la Liga Árabe. Además, Libia y Khadafy son cuestiones en las que debe intervenir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas…
…que debería aprobar la imposición de la zona de exclusión aérea, para darle una legitimidad internacional. Ésa sería una medida muy polémica. Robert Gates, el secretario de Defensa de Estados Unidos, la ha caracterizado como un acto de guerra. Primero habría que bombardear las bases antiaéreas libias para impedir que los aviones de reconocimiento sean derribados.
No soy un experto en cuestiones militares. Cómo se implementará la zona y quiénes lo harán, es algo que está por verse. La Liga Árabe podría tomar parte de esas acciones, y yo estoy dispuesto a abogar porque así sea.
¿Es decir que usted apoyaría una intervención militar internacional en un Estado árabe?
Para ustedes será una intervención militar. Yo estoy hablando de una campaña humanitaria. El objetivo de la imposición de una zona de exclusión aérea es apoyar al pueblo libio en su lucha por la libertad y contra un régimen cada vez más inhumano.

¿Quién estaría al mando de esa campaña humanitaria?
Eso depende de la resolución que tome el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Liga Árabe, la Unión Africana, los europeos, todos deberíamos participar. Acabo de hablar con el ministro de Relaciones Exteriores italiano (ndr: Franco Frattini), y ayer me llamó su par inglés (ndr: William Hague). Estamos tratando de coordinar nuestras iniciativas.
Mientras usted se dedica a estas consultas, Khadafy sigue con sus bombardeos. El régimen libio ha emprendido una guerra abierta contra sus ciudadanos.
Se trata de una revolución, pero todavía no es una guerra civil. Lo que nos mueve es el deseo de proteger a la población civil, no por intereses estratégicos ni por el petróleo. Para nosotros, lo que cuenta es la gente.
No todos los libios están pidiendo apoyo internacional contra Khadafy. Hay entre ellos quienes creen que pueden derrocar al déspota sin esa ayuda. Una intervención extranjera heriría el orgullo que sienten por estar haciendo esta revolución recurriendo a sus propias fuerzas.
Nosotros, los egipcios, sabemos mejor que nadie lo importante que es derrocar a un autócrata recurriendo a las propias fuerzas. Es un sentimiento maravilloso, y abrigo la esperanza de que los libios lo experimenten con la misma intensidad que nosotros. Por otra parte, las revoluciones que se están sucediendo en las naciones árabes no siguen todas el mismo derrotero, pero el cambio es inevitable. E irreversible.

¿Qué fue lo que desencadenó estos inesperados levantamientos? ¿Dónde están las raíces comunes?
La gente se lanza a las calles porque está frustrada y porque no tiene perspectivas para el futuro. Porque está siendo mal gobernada. Y porque está cansada de que se la prive de su libertad de expresión. El otro elemento importante es que en todo el mundo árabe estos levantamientos están siendo impulsados, sobre todo, por los jóvenes.
En su opinión, ¿hay otros autócratas que van a ser derrocados?
Sí. Esto es sólo el principio. Por mi parte, no puedo menos que rendirle homenaje al pueblo tunecino, cuya valiente rebelión fue la que dio comienzo a todo este proceso. Y estoy orgulloso de mis compatriotas, los egipcios, quienes tanto han logrado con su coraje y su temple. Lo que sucede en nuestro país siempre ha tenido un impacto crítico sobre el mundo árabe. Por eso, fue la revolución que se produjo en El Cairo la que abrió las puertas al cambio. Dicho de otro modo, el régimen libio no será el último en caer. Preveo un efecto dominó.

¿Quién será el próximo? ¿El presidente Ali Abdullah Saleh, de Yemen; Abdelaziz Bouteflika, de Argelia, o el rey Hamad Ibn Isa Al Khalifah, de Bahrein?
En Yemen, la situación es sumamente tensa. Pero no esperarán que yo analice con ustedes la situación de cada uno de los países árabes y profetice el próximo derrocamiento…
La insatisfacción está empujando a la gente a protestar, incluso, en un país tan rico y conservador como Arabia Saudita.
Es que estamos experimentando una efervescencia sin precedentes en todo Oriente Medio. La región ha entrado en un proceso que presagia un cambio radical en un lapso sorprendentemente breve. Y a pesar de que este cambio todavía está asociado a riesgos y contratiempos, al mismo tiempo es una oportunidad única, el comienzo de una época completamente nueva. Lo que estamos experimentando en este momento en el mundo árabe es el descubrimiento de la verdadera democracia.

¿Qué quiere decir?
En Occidente, son muchos quienes piensan que la democracia significa poner una boleta en una urna. Para ellos, eso es suficiente. Ésta es también la visión superficial que nos transmiten los países occidentales, y es un modo de entorpecer nuestras posibilidades de desarrollo. Pero ahora, nosotros hemos descubierto que la democracia es algo más: el respeto por los derechos humanos, el cumplimiento de los derechos y las leyes fundamentales, el desarrollo de instituciones independientes. Al emprender este camino, estamos remontándonos al momento en que nuestra historia se detuvo: el Parlamento de 1866, una institución que fue minada una y otra vez por los golpes de Estado. De modo que no nos proponemos imitar a Occidente, y no vamos a permitir que nos den instrucciones. Lo que queremos es hacer nuestra propia experiencia.
Los autócratas de Oriente Medio afirman sistemáticamente que son el último baluarte contra el extremismo religioso. Su lema es: yo o el caos.
Ése era el argumento de Mubarak. El extremismo existe en todas las sociedades, en todas partes, no solamente en Oriente Medio, ni tampoco solamente en el Islam. El extremismo no es simplemente el resultado de un fervor religioso. La responsabilidad que nos cabe a todos nosotros es luchar contra estas fantasías sangrientas de superioridad con todas nuestras fuerzas.
Ése fue también el modo en que Mubarak justificó su régimen represivo.
En Occidente, algunos círculos se mostraron demasiado bien dispuestos a aceptarlo. Resultaba muy cómodo tener como socio a un hombre fuerte.

¿Y ahora? ¿La cooperación se tornará menos conveniente y más impredecible para nuestros políticos?
No subestimen a Occidente con una generalización. Hay muchos dirigentes que aprecian auténticamente el despertar de nuestra democracia. Entre ellos, debo destacar a la canciller Angela Merkel. Ella ha experimentado lo que es la falta de libertad y el triunfo que representa conseguir esa ansiada libertad. Me encantaría recibirla pronto en el nuevo Egipto.
Usted fue funcionario del viejo Egipto durante veinte años. Fue embajador de su país ante las Naciones Unidas y ministro de Relaciones Exteriores de Mubarak. ¿Está arrepentido de haberle sido leal durante tanto tiempo?
No puedo negar que fui parte del gobierno. Pero mi lealtad fue siempre hacia Egipto, no hacia Mubarak. Nunca pertenecí a su partido. Como ministro de Relaciones Exteriores representé los intereses de mi país, y lo hice a conciencia. No tengo motivos para arrepentirme de lo que hice mientras ocupé el cargo. Pero siempre tuve ideas propias. Por eso, después de diez años, tuve que alejarme.
Mubarak lo transfirió a la Liga Árabe. ¿Fue porque usted se había hecho demasiado popular para su gusto y temía que se convirtiera en su rival, como creen muchos?
Tuve una relación de trabajo constructiva con Mubarak durante un largo tiempo hasta que, en 2005, el presidente insistió en imponer enmiendas a la Constitución que estaban enderezadas a fortalecer aún más sus facultades para controlar la vida política del país. Esa iniciativa fue un ataque a la dignidad de nuestro país, e hizo añicos nuestra relación. En enero de 2011, en la cumbre económica de las naciones árabes, le manifesté claramente a Mubarak cuáles eran, en mi opinión, los males de nuestro país: la insatisfacción de los jóvenes, su falta de oportunidades, sus demandas de libertad y su deseo de compartir el poder, y la indignación que les inspiraba la corrupción.

¿Mubarak no lo escuchó?
Me sentí abrumado al comprobar lo poco que entendía acerca de lo que estaba pasando en Egipto. Era evidente que no podía tomarle el pulso a la realidad.
Sin embargo, usted apoyó la idea de que Mubarak se quedara en el palacio presidencial hasta el término de su mandato, en setiembre de 2011, y justamente en el momento en que la revolución estaba en su punto más alto. ¿Por qué?
Quería que su salida fuera honorable, pero con dos condiciones: que no se postulara a una reelección y que no impusiera a su hijo como candidato a sucederlo. En principio, él estuvo de acuerdo.
Pero eso no fue suficiente para los cientos de miles de manifestantes congregados en la Plaza Tahrir, que no se cansaban de cantar a voz en cuello: “¡Basta ya!, ¡Basta ya!”.
Es verdad. Mubarak se dio cuenta demasiado tarde. Una vez que el régimen reprimió brutalmente al pueblo, ya no hubo ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo. Cuando eso sucedió, me presenté dos veces en la Plaza de la Liberación (la Plaza Tahrir). Me conmovió la calidez con que me recibieron los manifestantes.

¿Eso lo alentó a presentarse como candidato a presidente?
Estoy disponible. Pero todavía no sabemos cuándo se van a llevar a cabo las elecciones. Tampoco está claro todavía si habrá primero elecciones parlamentarias o presidenciales. Yo preferiría que las presidenciales se hicieran antes. Sería muy importante que antes de las parlamentarias hubiera nuevos partidos convenientemente instalados ante la opinión pública para que el Parlamento que resulte de esas elecciones sea realmente representativo del pueblo.
Con el mayor respeto por su vitalidad, este año usted va a cumplir setenta y cinco años, lo que no lo convierte exactamente en el abanderado de los jóvenes egipcios que se pusieron al frente de la revolución.
No creo que mi edad sea una desventaja. El nuevo Egipto necesita sangre fresca, pero también políticos con experiencia.
Una de las primeras encuestas sugiere que usted es uno de los favoritos en la carrera presidencial.
¿Cuándo piensa renunciar a su cargo como jefe de la Liga Árabe?
Más allá de una candidatura, hace un tiempo que decidí que después de diez años en la jefatura de la Liga Árabe no debía aspirar a seguir ejerciendo ese cargo. Sé que soy uno de los favoritos, pero he actuado en política lo suficiente como para no darle demasiado crédito a las encuestas. También hay otros candidatos.

¿Quién es su principal adversario? ¿El Premio Nobel de la Paz, Mohammed El Baradei?
Es alguien a quien aprecio mucho. Me encantaría competir con él.
Y en cuanto a usted, ¿cuál es su plataforma política?
Estoy a favor de la economía de mercado, pero esto no significa que debamos olvidar las cuestiones sociales y la justicia social.
La Hermandad Musulmana, una organización política islámica, también se propone ganar votos planteando cuestiones de justicia social.
La Hermandad Musulmana es parte de la sociedad y tiene sus seguidores. Eso es indiscutible. Pero ellos no desempeñaron un papel fundamental en la revolución egipcia. Por supuesto, tienen todo el derecho de construir un partido independiente y de participar en elecciones libres y justas. Lo que deben hacer es presentarle a la sociedad una plataforma política. Eso es mejor que marginarlos y perseguirlos, como hizo Mubarak.

¿Cuáles cree que pueden ser las perspectivas de la Hermandad Musulmana en las elecciones?
Son una fuerza considerable. Pero no creo que lleguen al poder.
Su vecino, Israel, teme que la influencia de la Hermandad Musulmana esté creciendo hasta el punto de convertirse en un verdadero peligro y que los extremistas religiosos anulen el tratado de paz entre Egipto e Israel. ¿Es un temor justificado?
Nuestras políticas serán moderadas y orientadas a mantener el equilibrio regional. Yo, como presidente, naturalmente mantendría vigentes todos los acuerdos internacionales, entre ellos los que hemos suscripto con Israel.
Usted sí, pero probablemente la Hermandad Musulmana no.
Si contra todos los pronósticos, se convirtieran en la fuerza política más importante del país, Israel tendría que convivir con ellos. La democracia es la democracia. Lo siento mucho, pero uno no puede elegir por su cuenta quién va a ganar una elección.
También se considera que usted es extremadamente crítico a la hora de opinar acerca de la política israelí.
Egipto defiende incondicionalmente la postura árabe común con respecto a Israel. Los palestinos necesitan su Estado propio, un Estado que sea viable, e Israel tiene que retirarse de los territorios ocupados. La primera medida, la más urgente, se relaciona con el bloqueo de la Franja de Gaza…
… que es controlada por el grupo islámico revolucionario Hamas…
… un bloqueo que tiene que ser levantado inmediatamente.
Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel, está muy lejos de hacerlo. Aun así, ¿usted estaría dispuesto a sentarse frente a él para discutir un acuerdo político al respecto?
Ante todo, Netanyahu debería demostrar que está interesado en llegar a un acuerdo de paz justo. Eso haría que las tensiones en la región disminuyeran considerablemente.
Usted estuvo en Israel cuando era ministro de Relaciones Exteriores de Egipto. En ese entonces, se negó a ir a Yad Vashem a visitar el Memorial en homenaje al Holocausto.
Eso pasó hace muchos años. En ese momento, no quise que me impusieran una agenda. Pero siempre manifesté claramente mi repugnancia por los crímenes que cometieron los nazis contra los judíos.
Una condición previa para que en su país hubiera una verdadera democracia sería que los militares egipcios renunciaran al poder que todavía detentan.
Estoy convencido de eso. Hasta ahora, han mostrado una enorme responsabilidad. Como usted sabe, en este momento se están limitando a administrar la transición. Como con todas las otras fuerzas democráticas, estoy en contacto permanente con los jefes militares. Pero en Egipto la nueva era sólo comenzará cuando nuestra constitución sea reformada y el primer presidente elegido libremente se haga cargo de sus funciones.
Los crímenes del pasado, ¿deberían ser castigados o perdonados?
Lo fundamental es el imperio de la ley. Los criminales deben ser castigados. No se trata de una cuestión de venganza. Para nosotros, lo importante es encarar el futuro.
¿Mubarak debería ser perdonado? ¿Está usted en contacto con él?
No, no estoy en contacto con él. Está viviendo en su residencia en Sharm el-Sheik, junto al Mar Rojo, y muy bien custodiado. Mubarak debería apartarse completamente de la vida política. El ex presidente es ahora un ciudadano como cualquier otro. Hosni Mubarak también tendrá que someterse al imperio de la ley. En el nuevo Egipto todos somos iguales.

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