jueves, 28 de abril de 2011

¿El regreso de los franceses? por Michel Rocard


PARÌS – ¿Cuánto cuesta borrar el pasado propio como potencia colonial? Túnez ha sido independiente durante 55 años, y Costa de Marfil durante 51 años; sin embargo, Francia una vez más está desempeñando un papel decisivo en estos países. Naturalmente, muchos africanos están convencidos de que Francia está interviniendo sólo para defender las vidas de unos pocos miles de sus ciudadanos, y no sus intereses económicos y estratégicos, que son desdeñables para los primeros y nulos para los segundos.
El daño que infligieron la esclavitud y el colonialismo en estos países ha dejado un legado pesado. Y, aunque se han ocupado de sus asuntos durante décadas, Francia todavía tiene una obligación de amistad que le prohíbe olvidar y le exige adoptar un cierto modo de conducta.
Costa de Marfil goza de una gran riqueza agrícola (junto con oro, diamantes y hierro); Túnez posee grandes depósitos de fosfato; Libia tiene petróleo; y los tres tienen un clima relativamente moderado. Pero ninguno experimentó un despegue económico cuando se independizaron. ¿Por qué?
El historiador y sociólogo francés Emmanuel Todd sostuvo que, en todas partes en el mundo, el despegue económico normalmente se produce 60 o 70 años después que el 50% de la población está alfabetizada. Es más, cuanto más alta la edad promedio de matrimonio para las mujeres, más rápido se propaga el alfabetismo. Cuanto más tiempo una mujer tuvo que vivir sola y adquirir conocimiento, más fuerte es su deseo y su capacidad para transmitírselo a sus hijos.
El norte de Alemania y el sur de Escandinavia fueron las primeras regiones en experimentar un alfabetismo masivo, que fue seguido por un desarrollo económico más rápido unas décadas despúes. Estos son lugares donde la edad promedio de las mujeres a la hora de casarse rondó los 23 años durante algún tiempo. En el mundo árabe y gran parte de África, las mujeres se casan, en promedio, alrededor de los 15 años.
Túnez, Egipto y Libia son tres casos claros de furia popular masiva contra el subdesarrollo económico y las dictaduras a las que, con justa causa, se responsabilizó. La principal diferencia entre los tres países es que en Túnez y Egipto, el desarrollo económico había llegado lo suficientemente lejos como para dar lugar a una pequeña clase media comerciante y asalariada, que inició las rebeliones y cuyos miembros eran suficientes en número como para tener éxito –al menos en lo que concierne a deponer a los dictadores.
Libia es totalmente diferente. La furia allí, alimentada por la miseria y la insuficiencia de alimentos, es popular, no burguesa. Las fuerzas de resistencia son demasiado pocas, mientras que el ejército –una herramienta clave del progreso social para los pobres- sigue estando en manos de la dictadura. La rebelión no pudo imponerse por sí misma; desde el principio, se debía esperar una represión terrible y sangrienta.
Costa de Marfil no se parece en nada al norte de África: sus problemas son absolutamente locales, étnicos y religiosos. El primer presidente de la República, Félix Houphouet-Boigny, fue electo cuando se declaró la independencia en 1960 y permaneció en el poder hasta que murió en 1993 –siempre cauteloso de construir gobiernos con representantes de todas las tribus, y con un equilibrio entre los católicos del sur y los musulmanes del norte.
El sucesor de Houphouet-Boigny, Henri Konan Bédié, no tenía ni su talento ni su valentía. Bédié fundamentó su poder en los católicos del país y su gobierno en los miembros de las tribus. E inventó un concepto legitimador de identidad marfileña (Ivoirité), que estaba pensado en gran medida para descalificar a los musulmanes del norte como extranjeros, porque sus tribus se extendían a Mali y Burkina Faso.
Esta política encendió un conflicto latente, con un golpe militar en 1999 que puso en el poder al general Robert Gueï. Pero Gueï duró apenas tres años: su asesinato en 2002 colocó a las partes enfrentadas del país en un camino hacia la guerra civil.
En este clima tenso, al candidato del norte, Alassane Ouattara, musulmán y ex alto funcionario del Fondo Monetario Internacional, se le negó el derecho a presentarse en la elección presidencial de 2005. El ganador, el sureño Laurent Gbagbo, luego se negó a admitir su derrota a manos de Ouattara en 2010, lo que llevó a un conflicto violento y al miedo de una prolongada y potencialmente genocida guerra civil.
Tanto en Libia como en Costa de Marfil, las masacres de civiles eran previsibles. En ambos casos, el interrogante en París y otras capitales era si intervenir o no. Y en ambos casos, Francia tenía un interés obvio en no intervenir, para borrar su pasado colonial (mucho más en Costa de Marfil que en Libia, donde Italia había sido el colonizador europeo). Pero decenas de miles de ciudadanos franceses viven en Costa de Marfil. Francia tenía que protegerlos.
En Libia, la violencia injustificable del coronel Muammar el-Qaddafi llevó la situación firmemente bajo el ámbito del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y la “responsabilidad de proteger” a los civiles amenazados por sus propios gobiernos, recientemente proclamada por las Naciones Unidas. Los civiles libios ahora están bajo la protección del derecho internacional. Sólo una decisión internacional podría haberlo logrado. De hecho, el voto del Líbano a favor de la intervención militar en Libia no sólo realza su legitimidad, sino que también plantea la sospecha de que hasta Irán condena la brutalidad de Qaddafi.
Una vez que se tomó la decisión de intervenir, Francia, con las mayores fuerzas armadas en el Mediterráneo, infelizmente se convirtió en el más visible de los países intervinientes –siendo unos pocos los que podían unírsele, el Reino Unido y Estados Unidos-. Desafortunadamente, la solidaridad internacional para la protección armada de poblaciones en peligro todavía no existe realmente.
El peligro es que, en gran parte de África, los ex imperialistas son sospechados de seguir siéndolo, lo que podría hacer que el desarrollo del derecho internacional pareciera ser un simple juego de poder. Esto resulta aún más evidente en Costa de Marfil: son las Naciones Unidas las que explícitamente exigieron que Francia, la única presencia extranjera, implementara la resolución que ratificó a Ouattara como el presidente electo y a Gbagbo como el usurpador. Francia hizo el trabajo bastante bien, ya que dejó, por ejemplo, en manos de las fuerzas de Ouattara el arresto de Gbagbo. Se evitó la guerra civil.
En rigor de verdad, es una simple estupidez creer que Francia está intentando restablecer su imperio extinto. Los imperialismos extintos ya no tienen sentido. Los verdaderos problemas de hoy son marcadamente diferentes de cuando prevalecían los imperios coloniales, y necesitan ser abordados de un modo no imperialista. De manera que lo que realmente se necesita hoy en día es que la población mundial se convenza de la necesidad de un organismo de control internacional efectivo para la paz y los derechos humanos.

Michel Rocard fue primer ministro de Francia y líder del Partido Socialista.

Copyright: Project Syndicate, 2011.
www.project-syndicate.org

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