miércoles, 22 de diciembre de 2010

Trotsky y la cuestión judía III parte (Arlene Clemesha)


El sionismo
A fines de 1903, Trotsky analizó el sionismo en el artículo citado, “La desintegración del sionismo y sus posibles herederos”, calificándolo como una utopía reaccionaria que separaba a los trabajadores judíos del movimiento obrero mediante la promesa irrealizable de la construcción de una nación judía bajo el capitalismo. Treinta años después, la situación política en el mundo, principalmente en lo que respecta a los judíos se había alterado. Los judíos presenciaban el desarrollo general del antisemitismo en Europa, el crecimiento acentuado del antisemitismo oficial en la URSS, la ascensión del nazismo, la persecución a los judíos de Alemania, y la irrupción de los conflictos entre los colonos judíos y los árabes en Palestina.
En 1934, Trotsky, respondiendo a la pregunta de si los cambios que se estaban viviendo en el mundo exigían un nuevo examen de la cuestión judía por parte de los comunistas, afirmó: “Tanto el Estado fascista en Alemania como la lucha árabe-judía permiten una nueva verificación, mucho más clara aún del principio de que la cuestión judía no puede ser resuelta en el cuadro del capitalismo. No podría decir si el judaísmo será construido nuevamente como una nación. Pero no puede haber, en nuestro planeta, algo como la idea de que uno tiene más derecho a la tierra que otro… El callejón sin salida en que se encuentra el judaísmo alemán y el callejón sin salida en que se encuentra el sionismo están inseparablemente ligados al callejón sin salida del capitalismo mundial como un todo” (57).
Trotsky, en la entrevista siguiente, en México, en 1937, reiteró su oposición al sionismo y reafirmó que las condiciones materiales para la construcción nacional judía (mudanza voluntaria en masa de los judíos, economía planificada, planeamiento topográfico, un tribunal proletario internacional para resolver el conflicto judío-árabe) sólo serían dadas por una revolución proletaria. Pero en el lugar de la duda de antes (“yo no sabría decir si el judaísmo será construido nuevamente como nación…”), Trotsky expresó la certeza de que “la nación judía se mantendrá durante todo un período por llegar”, y concluía que era obligación del socialismo proveer las condiciones materiales necesarias para el pleno desarrollo nacional y cultural judío (58).
Trotsky, en la misma entrevista, intentó explicar el cambio en su visión de la existencia de una nación judía: “Durante mi juventud, estaba más inclinado a creer que los judíos de los diferentes países serían asimilados y que la cuestión judía desaparecería de una manera casi automática. El desarrollo histórico del último cuarto de siglo no confirmó esa perspectiva. El capitalismo decadente sacó a la superficie, en todas partes, un nacionalismo exacerbado, una de sus expresiones es el antisemitismo. La cuestión judía se exacerbó sobre todo en el país capitalista más desarrollado de Europa, Alemania” (59).
Además del retroceso del proceso de asimilación de los judíos, en gran parte debido al crecimiento del antisemitismo, un segundo motivo para el cambio de su posición previene, dice Trotsky, del propio desenvolvimiento cultural de la nación judía, especialmente del desarrollo del idisch. A fines del siglo XIX el idisch era considerado, por los mismos judíos, como su idioma venido de la miseria y la opresión sufrida en los guetos de Europa oriental y el imperio zarista. Fue recién al iniciarse el siglo XX que se transformó en un idioma que condujo al florecimiento literario y artístico (teatral) de los judíos de Europa oriental y de los países de inmigración reciente, como Francia, Estados Unidos y Argentina. En palabras de Trotsky, “los judíos de diferentes países crearon su prensa y desarrollaron el idioma idisch como un instrumento adaptado a la cultura moderna. Por lo tanto, debemos trabajar con el hecho de que la nación judía existirá durante todo un período por venir” (60).
El cambio de visión de Trotsky de la asimilación de los judíos y su apoyo a la idea de que se otorgara un territorio para los judíos que quisieran vivir en común y desarrollarse nacionalmente bajo un régimen socialista, llegó a ser interpretado como un “leve cambio” de Trotsky a favor del sionismo. En palabras de Glotzer, “al final de su vida, Trotsky fue compelido a cambiar, aunque levemente, parte de su posición en relación al sionismo” (61). La misma afirmación fue hecha por Knei-Paz cuando escribió que “en ese artículo ["La desintegración del sionismo y sus posibles herederos", NdA] Trotsky definió de una vez por todas *o casi, ya que treinta años después expresaría un leve cambio de opinión* su hostilidad con relación al sionismo” (62).
Debe decirse que Trotsky no alteró una posición de principios cuando cambió su visión de la asimilación de los judíos. El propio proceso de asimilación sufrió un retroceso a comienzos del siglo. Ningún estudioso de la cuestión judía puede negar que a fines del siglo XIX los judíos de Europa central y occidental estaban en vías de integrarse a la población de los países en que vivían, a través de casamientos mixtos, de la creciente diversificación profesional y del propio abandono de la religiosidad y de las costumbres judías. Así como no se niega que ese proceso fue revertido drásticamente en el período de entreguerras, con el crecimiento del antisemitismo entre la población y a nivel del Estado, mediante la (re) implantación de medidas legales restrictivas.
Trotsky apenas adecuó su visión al cambio de la realidad empírica. No podemos deducir un supuesto apoyo a la idea sionista por los cambios de la visión de Trotsky del problema judío en la época del surgimiento del nazismo y del “antisemitismo soviético”. Trotsky se oponía a la idea sionista y se mantenía firme en la creencia de que la salvación de los judíos dependía del fin del régimen capitalista.
Según Harari, si Trotsky veía a los judíos como una “nación sin territorio” y aun así condenaba el sionismo como una “utopía irrealizable”, fue porque desconocía el gran avance de la colonización judía de Palestina: “No se debe reprochar a Trotsky porque, debido a su carencia de conocimientos sobre lo que pasaba en Eretz Israel, no sabía de la lucha ininterrumpida, fundamentalmente por parte del obrero hebreo de Palestina, tanto contra el imperialismo inglés como contra la ‘fuerza reaccionaria de los musulm anes’ (según la definición de Trotsky), por el hecho de que para él se llama ‘inmigración’ una lucha por la ‘aliá’ por todos los medios. No conocía el alcance de la ‘aliá’ a Eretz Israel…” (63) (“aliá”: traslado de los judíos a Israel).
Como vimos, Trotsky no condenó al sionismo debido a su ignorancia de los esfuerzos de colonización judía de Palestina. Pero en la medida en que aumentaba su interés por el problema, se quejaba de la falta de información más precisa. El judío polaco y revolucionario Hersh Mendel cuenta, en su libro de memorias, que se encontró clandestinamente con Trotsky en 1934 en Versailles. El encuentro fue a pedido de Trotsky (el contacto con Mendel fue hecho por el hijo mayor de Trotsky, Lyova Sedov) para discutir el carácter del régimen de Pilsudski en Polonia. Antes de la despedida, dice Mendel, Trotsky “preguntó si yo tenía alguna noticia del movimiento de los trabajadores judíos en Palestina. No preparado para la pregunta, no sabía qué decirle. Entonces me pidió que le juntara los materiales apropiados. Transmití el pedido de Trotsky a los camaradas de Polonia y rápidamente olvidé el asunto. En la historia del movimiento internacional, conocía una serie de revolucionarios judíos que ocasionalmente recordaban que pertenecían al pueblo judío, pero que luego no lo tenían en mente. Pensé que con Trotsky sería lo mismo. Pero él no era el tipo de persona que se olvidaba de las cosas que consideraba importantes…” (64).
Enzo Traverso nos provee otro interesante “testimonio del creciente interés de Trotsky por la cuestión judía en los años treinta”. Se trata del relato de la visita de Beba Idelson (dirigente socialista-sionista palestina) a Trotsky, en 1937, en México. “El se informó sobre la vida judía en Palestina en general e hizo diversas preguntas sobre la naturaleza de los kibutz, la relación entre judíos y árabes, la situación económica del país, la universidad y la biblioteca judías de Jerusalén, etc. Beba Idelson escribió: ‘No le hablaba como se habla a un extranjero. Sentía que estaba hablando a un judío, a un judío errante, sin patria. Eso me hizo sentir muy próxima y me dio la seguridad para dirigirme a un hombre que podía comprenderme. Trotsky jamás se volvió sionista, pero ya no era indiferente a la idea de una nación judía’…” (65).
Para algunos autores, el error de Trotsky fue creer en la proximidad de la revolución mundial. Su análisis de la situación mundial en todos los otros aspectos era tan perfecto que, si no fuese por esa creencia ciega, Trotsky habría apoyado el proyecto sionista o por lo menos algún proyecto de construcción de una nación judía aun bajo el capitalismo, lo que se cree habría salvado a los judíos (o por lo menos a gran parte de ellos) del holocausto.
El 19 de febrero de 1939, Trotsky fue buscado por Ruskin, un renombrado abogado judío de Chicago, que quería incluir al revolucionario exiliado de reputación mundial en su programa de ayuda a los judíos de Europa, “presumiendo que los orígenes judíos de Trotsky lo transformaban en un posible participante en cualquier movimiento con esos propósitos”. Pero Trotsky le respondió que “sólo la revolución internacional puede salvar a los judíos” (66).
El hecho es que, sin el apoyo de las potencias imperialistas, el proyecto no tenía medios por hacer lo que, en ultima instancia, era necesario: evacuar a los judíos de Europa. El sionismo no era visto como una salvación para los judíos ante el avance arrollador del nazismo y la inminencia de la guerra en Europa, como siempre señalaba Trotsky. Trotsky “rechazaba la idea de que el programa de marchar a Palestina de los sionistas pudiese suministrar un refugio inmediato a los judíos, frente a Hitler. La solución inmediata era la revolución socialista” (67).
En julio de 1940, un mes antes de ser asesinado, Trotsky escribió, bajo el impacto de la nueva norma del gobierno británico, restringiendo la inmigración judía a Palestina, el siguiente pasaje (encontrado después de su muerte entre sus escritos): “La tentativa de resolver la cuestión judía con la emigración de los judíos a Palestina puede ser vista ahora por lo que es, un trágico blef para el pueblo judío. Interesado en conquistar la simpatía de los árabes, que son más numerosos que los judíos, el gobierno inglés modificó nítidamente su política en relación a los judíos, y renunció a su promesa de ayudarlos a fundar un ‘hogar propio’ en tierra extranjera. El próximo desarrollo de los asuntos militares podría transformar a Palestina en una trampa mortal para centenas de miles de judíos. Nunca estuvo tan claro como está hoy, que la salvación del pueblo judío está inseparablemente ligada al derrumbe del sistema capitalista” (68).
Trotsky se opuso al sionismo durante toda su vida porque lo veía como un movimiento irrealizable y reaccionario, porque no tenía recursos propios, era dependiente del imperialismo británico que le daba o le retiraba su apoyo de acuerdo a su conveniencia, tenía que enfrentar al nacionalismo árabe, y finalmente alejaba a los trabajadores judíos del movimiento revolucionario socialista. Pero, analizando la evolución de la cuestión judía en las décadas iniciales del siglo XX, Trotsky formuló la concepción de la construcción nacional judía dentro de un régimen socialista mundial: “Exactamente los mismos métodos que para resolver la cuestión judía bajo el capitalismo tienen un carácter utópico y reaccionario (sionismo), tendrán bajo un régimen de federación socialista, un significado verdadero y saludable. Eso era lo que yo quería esclarecer. ¿Cómo un marxista o un demócrata consistente puede hacer objeción a eso?” (69).
Podría criticarse a Trotsky por haber llegado tarde (década del treinta) a la conclusión de que sería la obligación del gobierno proletario generar las condiciones para el desarrollo pleno de la nación judía. Tal vez una mirada más atenta al judaísmo ucraniano, polaco y lituano, menos volcado a los grandes centros urbanos, que los judíos cosmopolitas de las grandes ciudades de Rusia o de Europa occidental, hubiera posibilitado llegar a esa conclusión aún en 1917. Pero incluso así no se podía proponer una solución para la “cuestión judía” separando a los judíos en “porción occidental” y “porción oriental”. Los judíos de Europa occidental, en vías de asimilación, parecían indicar el camino que sería seguido por el judaísmo como un todo.
Birobidjan
La idea de crear un territorio judío en la Unión Soviética surgió en los círculos del Partido Comunista en 1925. El 4 de septiembre de 1926, la sección judía del partido, Yevsektsia, adoptó una resolución declarando deseable el establecimiento de un territorio autónomo judío. El 28 de marzo de 1928 quedó oficialmente decidido por el Presidium del Comité Ejecutivo de la URSS, orientar toda colonización judía para la región de Birobidjan, en Siberia oriental, cerca de China y el Río Amur.
Según Weinstock, el territorio autónomo judío fue creado de manera puramente administrativa. Los verdaderos interesados no fueron consultados y la iniciativa contó con la oposición de una parte de la OZET (organización de colonización agrícola judía en la URSS). Birobidjan, que debería abrigar a las colonias agrícolas judías, estaba situado en una región siberiana árida, escogida en razón de intereses estratégicos: poblar el extremo oriente ruso e impedir el avance chino.
Dice Weinstock: “Según los planificadores, a lo largo del primer plan quinquenal debía surgir de la nada un centro birobidjanés con decenas de miles de colonos judíos. Esas visiones utópicas no se condecían con la dura realidad. Las condiciones climáticas y económicas eran tan rigurosas que dos tercios de los colonos retornaron a sus hogares. Lo que no impidió que Birobidjan fuese declarado ‘Distrito autónomo judío’ el 31 de octubre de 1931. De 1928 a 1933 cerca de 20.000 judíos se instalaron allí definitivamente. Cuando la región fue proclamada ‘Provincia autónoma’ el 7 de mayo de 1934, su población judía no pasaba de un quinto del total de habitantes. (Llegó a 23,8% en 1937). A fines de 1937 contaba con 20.000 judíos birobidjanos, estando apenas el 5% empleado en la agricultura” (70).
En 1937, interrogado sobre su visión de la creación de la “Provincia autónoma” judía de Birobidjan, Trotsky respondió que no poseía información privilegiada (recordemos que Trotsky dejó la URSS en el período de la creación del proyecto), pero que su evaluación personal era que aquella sólo podía ser una experiencia muy limitada. Trotsky reconocía que para que los judíos mantuvieran una existencia nacional normal les faltaba un territorio propio. Pero la URSS, dice Trotsky, incluso en un estadio de desarrollo socialista mucho más avanzado que el entonces existente, aún sería muy pobre para resolver su propio problema judío (71).
Trotsky no se oponía a la idea general contenida en el proyecto de Birobidjan: “Ningún individuo progresista y que usa el cerebro podrá hacer objeción a que la URSS designe un territorio especial para los ciudadanos que se sienten judíos, usan la lengua judía preferentemente respecto a cualquier otra y desean vivir como una masa compacta”. Pero tampoco cerraba los ojos para los grandes problemas que envolvía la creación de la “Provincia autónoma” y al hecho de que “inevitablemente reflejará todos los vicios del despotismo burocrático” (72).
Birobidjan no iba a producir las condiciones materiales para el desarrollo cultural judío y por lo tanto no realizaría aquello que, según Trotsky (en carta de 1934), sería la obligación de un gobierno proletario: “El sionismo aleja a los trabajadores de la lucha de clases a través de la esperanza irrealizable de un Estado judío bajo el capitalismo. Pero es obligación de un gobierno obrero crear para los judíos, así como para cualquier otra nación, las mejores circunstancias para su desarrollo cultural. Eso significa, ‘inter ali’: proveer, para aquellos judíos que así lo desean, sus propias escuelas, su propia prensa, su propio teatro, etc.; un territorio separado para su desarrollo y administración propias. El proletariado internacional se comportará de la misma forma cuando sea la dirección de todo el globo. En la esfera de la cuestión nacional no debe haber restricción; por el contrario, debe haber una asistencia material plena para las necesidades culturales de todas las nacionalidades y grupos étnicos. Si este o aquel grupo nacional está predestinado a desaparecer (en el sentido nacional), entonces deberá ser por un proceso natural, nunca como consecuencia de dificultades territoriales, económicas o administrativas” (73).
Además de las mencionadas dificultades, Birobidjan quedaba muy lejos de Moscú o cualquier otro centro urbano importante. Sobrevivir allí no era fácil y reemprender la vida en la ciudad de origen era más difícil aún, motivo por el cual Birobidjan fue frecuentemente comparado con un gueto. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, Birobidjan, en palabras de Pierre Teruel-Mania, pasó de gueto a un verdadero campo de concentración. Con el avance de las tropas nazis, la URSS evacuó toda una población de Polonia ocupada por el Ejército Rojo (cerca de un millón de judíos), transportándola a la fuerza en vagones de carga hasta los Urales y Siberia.
El motivo de ese desplazamiento forzado habría sido la desconfianza de Stalin de que los polacos, inclusive los judíos entre ellos, podían apoyar la invasión nazi contra la Unión Soviética. Stalin, sin proponérselo, salvó a esos judíos de morir en los campos de concentración y exterminio nazis. Pero, por otro lado, los confinó y dejó morir de hambre y frío en las regiones semi-desérticas de Siberia, en particular en Birobidjan. El número de muertos, según los sobrevivientes, llegó a las 600.000 almas o más. “Lo cierto es que en 1946, cuando los polacos ‘refugiados de la URSS’ fueron autorizados a volver a casa, no se contaba con más de 150.000 judíos. Centenas de miles perecieron de frío y de hambre en el gueto de Birobidjan, en Siberia oriental *de hecho, un campo de concentración” (74).
El nazismo
Trotsky fue, seguramente, el primer líder político (de cualquier ideología) en alertar al mundo de dos peligros representados por el ascenso del nazismo en Alemania: una nueva guerra mundial y el exterminio físico de los judíos. En junio de 1933, Trotsky escribía que “el plazo que nos separa de una nueva catástrofe europea está determinado por el tiempo necesario para el rearme alemán. No se trata de meses pero tampoco de años. Si Hitler no es detenido a tiempo por las fuerzas internas de Alemania, algunos años bastarán para que Europa se encuentre nuevamente arrojada a una guerra” (75). El cambio de actitud de los jefes nazis, que en ese momento hacían declaraciones pacifistas, sólo podía “asombrar a los más bobos”, dijo Trotsky. Los nazis recurrirían a la guerra como única forma de responsabilizar a los enemigos externos por los desastres internos. En palabras de Volkogonov, “Trotsky previó la Segunda Guerra Mundial en el inicio de la década de 1930″ (76).
En el análisis de Trotsky, Hitler, en toda su mediocridad, no creó política o teoría propia; su metodología política fue prestada de Mussolini, que conocía la teoría de la lucha de clases de Marx lo suficientemente bien como para utilizarla contra la clase trabajadora. Su teoría de raza, la debía a las ideas de racismo de un diplomático y escritor francés, el conde Gobineau. La habilidad política de Hitler consistió en traducir la “ideología del fascismo al idioma del misticismo alemán” y así movilizar, como hizo Mussolini en Italia, las clases intermedias contra el proletariado (el único que podría haber barrido con el avance nazi).
Dice Trotsky que antes de convertirse en poder de Estado, el nacional-socialismo prácticamente no tenía acceso a la clase trabajadora. Tampoco la gran burguesía, incluso aquella que apoyaba al nacional-socialismo con su dinero, veía a aquel partido como suyo. La base social sobre la cual el nazismo se apoyó para su ascensión fue la pequeña burguesía, arrasada y pauperizada por la crisis en Alemania. Fue también en ese medio que los mitos antisemitas encontraron su campo de propagación más fértil.
“El pequeño burgués necesita una instancia superior, más allá de la naturaleza y de la historia, para protegerse de la competencia, la inflación, la crisis y la venta en remate público. A la evolución, a la concepción materialista, al nacionalismo *en los siglos XX, XIX y XVIII* se opone el idealismo nacional como fuente de inspiración heroica. La nación de Hitler es una sombra mitológica de la propia pequeña burguesía, delirio patético que le muestra su reinado milenario sobre la Tierra. Para elevar a la nación por encima de la historia, se le da el apoyo de la raza. La historia es considerada como la emanación de la raza. Las cualidades de la raza son construidas independientemente de las diversas condiciones sociales. Al rechazar la concepción económica como inferior, el nacional-socialismo desciende a una etapa más baja: del materialismo económico recurre al materialismo zoológico (…) Del sistema económico contemporáneo, los nazis excluyen al capital usurario y bancario como si fuese el demonio. Ahora bien, es precisamente en esa esfera donde la burguesía judía ocupa un lugar importante. Los pequeños burgueses se inclinan delante del capital en su conjunto, pero declaran la guerra al maléfico espíritu de acumulación bajo la forma de un judío polaco con una larga capa pero que, muy frecuentemente, no tiene un centavo en sus bolsillos. El pogrom se convierte en la prueba más elevada de la superioridad de la raza” (77).
La verdadera causa del éxito de Hitler, según Trotsky, no fue la fuerza de su ideología sino la falta de una alternativa: “No hay ninguna razón para ver la causa de esos fracasos [de las Internacionales socialista y comunista, NdA] en la potencia de la ideología fascista. Mussolini jamás tuvo ideología alguna y la ideología de Hitler nunca fue tomada en serio por los obreros. Las capas de la población que en un momento dado fueron seducidas por el fascismo, principalmente la clase media, ya tuvieron tiempo de desilusionarse. El hecho de que la pequeña oposición existente se limite a los medios clericales protestantes y católicos, no se explica por la potencia de las teorías semi delirantes, semi charlatanas de la ‘raza’ y de la ‘sangre’, sino por el quiebre estrepitoso de las ideologías de la democracia, de la socialdemocracia y del Comintern” (78).
El segundo pronóstico de Trotsky *el exterminio de los judíos* estaba relacionado con su pronóstico de la irrupción de una nueva guerra mundial, pero no dependía de ésta. En 1938, Trotsky afirmaba que “el número de países que expulsa a los judíos crece sin parar. El número de países que pueden aceptarlos decrece… Podemos, sin dificultad, imaginar lo que espera a los judíos con el mero inicio de la próxima guerra mundial. Pero igualmente sin guerra, el próximo desarrollo de la reacción mundial significa con seguridad el exterminio físico de los judíos” (79). Estas líneas fueron escritas, como recuerda Harari, “bien antes de que los hornos de Hitler comenzasen su tarea, cuando el mundo entero era indiferente en relación al problema de los judíos” (80).
En el mismo artículo, de diciembre de 1938, Trotsky no sólo alerta contra el peligro del exterminio de los judíos, sino también contra la proximidad de esa catástrofe, y lanza un llamamiento a todos los elementos progresistas para que fueran al auxilio de la revolución mundial. Para los judíos, incluyendo a su burguesía, esta tarea era prácticamente una obligación, ya que, en un momento en que Palestina aparecía como una “trágica ilusión”, Birobidjan como una “farsa burocrática” y los países de Europa y del nuevo mundo cerraban sus fronteras para la inmigración judía, sólo la revolución podía salvarlos de la masacre: “La Cuarta Internacional fue la primera en proclamar el peligro del fascismo e indicar el camino para la salvación. La Cuarta Internacional llama a las masas populares a no dejarse engañar para encarar abiertamente la realidad amenazadora. La salvación reside sólo en la lucha revolucionaria… Los elementos progresistas y perspicaces del pueblo judío tienen la obligación de venir al auxilio de la vanguardia revolucionaria. El tiempo apremia. Un día ahora equivale a un mes o hasta un año. Lo que hagan, ¡háganlo rápido!” (81).
Al contrario de los autores que afirman que el pronóstico tan preciso de Trotsky no tenía implicancias prácticas, o que Trotsky no dio soluciones a la altura de sus previsiones (82), Peter Buch escribe que “para Trotsky no era cuestión de ‘esperar’ por el socialismo. Eran necesarias medidas prácticas para salvar a los judíos de los carniceros nazis. Con la derrota de la revolución socialista en Europa, solamente una campaña internacional poderosa para revelar los verdaderos planes de Hitler y forzar a los países de Occidente a abrir sus puertas y ofrecer asilo a los judíos, principalmente EE.UU. e Inglaterra, podía ayudar a los judíos. Trotsky planteó una acción masiva por la demanda de asilo para los judíos amenazados. Tal demanda era capaz de unir a todos los verdaderos opositores al fascismo, socialistas o no, en un movimiento de masas que podría haber salvado a millones de las cámaras de gas…” (83).
Trotsky no veía la amenaza de exterminio de los judíos como producto de las características intrínsecas y pluriseculares del pueblo alemán *como afirma una corriente historiográfica del nazismo y, más recientemente, Daniel J. Goldhagen (84)*, sino como un problema creado por el capitalismo como un todo, siendo que la “cuestión judía es más crítica en el país capitalista más avanzado de Europa, Alemania” (85). Isaac Deutscher recuerda que “en una frase memorable, animada por la premonición de las cámaras de gas, Trotsky resumió así la esencia del nazismo: ‘Todo lo que la sociedad, si se hubiese desarrollado normalmente (por ejemplo, en dirección al socialismo), debería haber expulsado… como el excremento de la cultura, está ahora brotando por su garganta: la civilización capitalista está vomitando la barbarie no digerida’…” (86). Trotsky escribió sobre el peligro del antisemitismo en Estados Unidos si llegara a tornarse tan crítico o peor que en Alemania: “La victoria del fascismo en ese país [Francia, NdA] significaría el fortalecimiento de la reacción, y el crecimiento monstruoso del antisemitismo violento en todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos” (87). Pasajes como éste son sintomáticamente olvidados por aquellos que no consiguen explicarlos o ridiculizarlos.
En una carta a Glotzer, escrita el 14 de febrero de 1939, Trotsky va un poco más lejos en su previsión de la irrupción de un antisemitismo violento en Estados Unidos: “Hay 400.000 judíos en Palestina, pero Ruskin y sus asociados pretenden llevar allí 500.000 más. (¿Cómo? ¿Cuándo?) Yo le respondí que estaban preparando una bella trampa a los judíos en Palestina. Antes de trasladar a esas 500.000 personas, tendremos una cuestión palestina interna con los 2.500.000 judíos de Estados Unidos. Con la declinación del capitalismo americano, el antisemitismo se volverá más y más terrible en Estados Unidos *en todo caso, más importante que en Alemania. Si la guerra viene, y vendrá, un gran número de judíos caerá como las primeras víctimas de la guerra y serán prácticamente exterminados”. Glotzer tanto glorifica a Trotsky por su previsión de la solución final, como lo ridiculiza por sus visiones del antisemitismo en Estados Unidos: “Trotsky estaba totalmente fuera de la verdadera América. Allí sus abstracciones no le sirvieron” (88).
Para Traverso, basta recordar que Trotsky denunciaba constantemente el cierre de las fronteras de los países de Europa y Estados Unidos para la inmigración judía *una acción criminal de las democracias occidentales a la altura del bandidaje del propio nazismo*, para notar que “la referencia implícita a Estados Unidos, que se oponía a acoger a los judíos europeos amenazados por Hitler, demuestra que Trotsky veía en el antisemitismo un producto del sistema imperialista como un todo, y no exclusivamente la consecuencia del delirio nazi” (89). Se debe recordar que no fueron sólo las democracias occidentales las que cerraron sus fronteras para la inmigración de los judíos huyendo del nazismo. “Antes de la firma del pacto Hitler-Stalin, durante la persecución de los judíos en Alemania, Austria y Checoslovaquia, la URSS stalinista era el único país de Europa *hasta la España franquista concedía el derecho de asilo a los judíos* en negar asilo a los judíos perseguidos por Hitler” (90).
Trotsky llamó a una Conferencia de Emergencia de la IVª Internacional en mayo de 1940, que produjo un documento (“La Guerra Imperialista y la Revolución Proletaria Mundial”) donde se lee uno de sus últimos comentarios sobre el “problema judío” y su inserción en el problema más general del destino de la humanidad como un todo: “En el mundo del capitalismo en descomposición no hay vacantes. La cuestión de admitir cien refugiados más se torna un gran problema para una potencia mundial como Estados Unidos. En la era de la aviación, el telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión, los viajes de país a país están paralizados por pasaportes y visas. El período de desgaste del comercio exterior y la declinación del comercio interno es, al mismo tiempo, el período de la intensificación monstruosa del chauvinismo y especialmente del antisemitismo. En el período de su ascenso, el capitalismo sacó al pueblo judío del gueto y lo utilizó como instrumento de su expansión comercial. Hoy la sociedad capitalista decadente está intentando exprimir al pueblo judío por todos sus poros; diecisiete millones de individuos sobre 2.000 millones que habitan el globo, o sea, menos del 1%, ¡no encuentran más un lugar sobre nuestro planeta! En medio de la inmensidad de las tierras y de las maravillas de la tecnología, que conquistó los cielos para el hombre así como la tierra, la burguesía consiguió convertir nuestro planeta en una prisión atroz…” (91).
Conclusión
Trotsky no escribió extensamente sobre la “cuestión judía”. La reunión de todos sus escritos, incluyendo entrevistas y párrafos retirados de artículos que no son específicos de la “cuestión judía”, completarían nada más que un folleto. Pero sus reflexiones sobre el tema, de la primera a la última, ocuparon un largo período de tiempo, desde 1903 hasta su muerte, en 1940. Diversos autores afirman que a lo largo de esos 37 años, Trotsky alteró su visión de la “cuestión judía”.
Ernest Mandel sustenta que Trotsky pasó de una visión asimilacionista típicamente semi-internacionalista (que decía que “la consolidación del sistema burgués de producción y de la sociedad burguesa llevarían inevitablemente a la emancipación judía… y a su asimilación”) a una visión que llegaba a superar a la de Marx y Engels (92). Enzo Traverso afirma que “el cambio de perspectiva entre 1933 y 1938 no puede ser explicado sólo por una profundización de la reflexión teórica sobre el antisemitismo: proviene también de una dicotomía inherente al pensamiento de Trotsky. Se trata de la contradicción entre su “filosofía espontánea”, hecha de una adhesión superficial a la tradición filosófica del marxismo de la IIª Internacional (una tradición dominada por las figuras de Plejanov y de Kautsky) y su ruptura práctica, es decir, no sistematizada, con todas las formas del marxismo positivista y evolucionista” (93).
Abandonando su visión inicial *la creencia en la asimilación de los judíos y la caracterización del antisemitismo como un resquicio de la era medieval, sinónimo de atraso e ignorancia* Trotsky habría alterado supuestamente su visión de la “cuestión judía”, por una visión “más lúcida”, que defendería la solución territorial y vería el antisemitismo como la expresión más aguda de la barbarie moderna. Pierre Vidal Naquet escribe que “de todos los grandes dirigentes marxistas del siglo XX, Trotsky es probablemente quien más se aproxima, hacia el final de su vida, a una visión lúcida de la cuestión judía y de la amenaza nazi” (94).
Es correcto decir que Trotsky abandonó la visión de la asimilación de los judíos, que formuló la idea de construcción nacional judía dentro de una sociedad comunista avanzada y que incluyó (como Lenin) en su análisis del antisemitismo la noción de una “destilación químicamente pura de la cultura del imperialismo”, o sea que era la expresión de la modernidad y de la propia decadencia de la sociedad capitalista y no sólo un resquicio cultural de una sociedad antepasada (una afirmación no anula la otra), y que dejó de pronunciar frases del tipo “el antisemitismo desaparecerá como desaparecerá el capitalismo”, pasando a decir también que el proletariado actuaría cuando fuese dueño del planeta, para garantizar el fin del antisemitismo y la solución de la cuestión judía.
Pero todas esas alteraciones no cambiaron la visión fundamental de Trotsky acerca de la “cuestión judía”, la cual siempre estuvo asociada al destino de la revolución proletaria mundial. El artículo de Trotsky de 1913, sobre la política de Bismark para Rumania, arriba analizado, demuestra que Trotsky tenía una visión clara de la utilización de los judíos en función de maniobras y conspiraciones políticas internacionales, entre las naciones más avanzadas; por políticos de naciones donde los judíos se estaban “integrando” hace décadas a la población local, como era el caso de Alemania. La asimilación de los judíos no era siquiera garantía de la preservación de sus derechos ciudadanos.
Justamente porque la visión de Trotsky nunca fue “asimilacionista” hasta sus últimas consecuencias, no marginalizaba al movimiento obrero judío (como hizo la II Internacional antes de 1914). Desde 1903-1904, Trotsky creía que el movimiento obrero judío, como tal, tenía un papel importante que cumplir actuando conjuntamente con el movimiento obrero general y dentro de los movimientos obreros de los diferentes países. Más aún, en sus primeros escritos, como “la desintegración del sionismo y sus posibles herederos” (1903) y “La cuestión judía en Rumania y la política de Bismark” (1913), Trotsky dijo que la “intelligentzia” y los sectores medios de la población judía, inclusive los que eran parte del movimiento sionista, deberían apoyar a la socialdemocracia porque sólo ella lucharía por los derechos de los judíos. En la década de 1930, cuando un calumniador lanzó el rumor de que Trotsky recibía dinero de los judíos ricos de EE.UU., éste escribió que eso no era verdad, pero que si la burguesía judía ofreciera su ayuda, ciertamente la aceptaría, porque era obligación de los judíos apoyar al único movimiento que podría salvar, literalmente, su piel (95). Trotsky no concebía la emancipación política (la conquista de la igualdad de derechos del ciudadano) y la asimilación, como una posible solución para el problema judío. La revolución de febrero de 1917 jamás habría resuelto la “cuestión judía”.
Por el mismo motivo, la visión de Trotsky está extremadamente próxima a la visión de Marx de La Cuestión Judía de 1843. Trotsky no supera la visión de Marx, la expresa en los ejemplos vivos de los problemas políticos de su época. El verdadero sentido del artículo de Marx sobre la “cuestión judía” tiende a ser distorsionado por las palabras duras y los términos aparentemente antisemitas. Pero una lectura atenta del artículo demuestra que Marx sostenía, en el momento justo en que la asimilación de los judíos parecía indicar el fin del “problema judío”, que la sociedad capitalista jamás dejaría al judío olvidar que era judío. La emancipación final de los judíos del judaísmo y de la sociedad como un todo sólo podría ocurrir con la superación del sistema capitalista de producción, con la revolución proletaria mundial.
Con palabras bien diferentes, y en contextos distintos, Trotsky expresó desde temprano la misma visión de Marx a pesar de no haberse referido jamás a su artículo. Fue la visión dialéctica de Trotsky la que le permitió alcanzar la formulación de la idea de la construcción nacional judía después de la revolución socialista mundial (como necesidad y no como deseo personal) y a prever, de manera tan precisa, el trágico destino de los judíos después del fracaso de la revolución en Europa. La originalidad de la visión de Trotsky sobre la “cuestión judía” fue haber alcanzado, sin depender de la lectura del texto de Marx y a partir de sus propios conocimientos teóricos y de la observación aguda de la realidad, la esencia de La Cuestión Judía.
Referencias
57. León Trotsky, “On the ‘Jewish Problem’ “. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 18.
58. Cf. León Trotsky, “Interview with Jewish correspondents in Mexico”, Idem, pág. 20.
59. Idem.
60. Idem. Obsérvese que el idish casi desapareció en las décadas siguientes a las masacres de los judíos de Europa por el nazismo.
61. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.
62. B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 541.
63. J. Harari, Op. Cit. pág. 11.
64. Hersh Mendel, Memoirs of a Jewish Revolutionary. Londres, Pluto Press, 1989, pág. 308.
65. Enzo Traverso, “Trotsky et la question juive”. Quatrième Internationale, Paris, 1990, pág. 80.
66. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.
67. John O’Mahony, “Trotskyism and the Jews”. Workers’ Liberty Nº 31, Londres, mayo 1996, pág. 30.
68. Ugo Caffaz, “Trockij e la questione ebraica”. Le Nazionalità Ebraiche. Florência, Vallechi, 1974, pág. 108
69. León Trotsky, “Thermidor and Anti-Semitism”, On the Jewish Question, Nueva York, Pathfinder, 1994, págs. 28-29.
70. Nathan Weinstock, Le Pain de Misère. Vol. III, Paris, La Découverte, 1986, pág. 43.
71. Cf. León Trotsky, “Interview with Jewish correspondents in Mexico”. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, págs. 20-21.
72. León Trotsky, “Thermidor and Anti-Semitism”, Idem, pág. 28.
73. León Trotsky, “Reply to a question about Birobidjan”, Idem, pág. 19.
74. Pierre Teruel-Mania, De Lénine au Panzer-Communisme. Paris, François Maspero, 1971, pág. 112.
75. León Trotsky, “¿Qué es el nacionalsocialismo?” El Fascismo. Buenos Aires, CEPE, 1973, pág. 85.
76. D. Volkogonov, Op. Cit. pág. 415.
77. León Trotsky, Op. Cit. págs. 77-78, 80-81, signos de pregunta míos.
78. León Trotsky, “La agonía mortal del capitalismo y las tareas de la IVª Internacional. Programa de Transición para la Revolución Socialista. Caracas, Avanzada, 1975, pág. 38.
79. León Trotsky, “Appeal to American Jews menaced by fascism and anti-semitism”. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 29.
80. J. Harari, Op. Cit. pág. 15.
81. León Trotsky, Op. Cit. pág. 30.
82. Cf. R. Wistrich, Op. Cit . pág. 206; B. Knei-Paz. Op. Cit. pág. 554.
83. Peter Buch, Op. Cit. pág. 4-5.
84. Daniel Jonah Goldhagen, Os Carrascos Voluntários de Hitler. O povo alemão o holocausto. São Paulo, Companhia das Letras, 1997.
85. León Trotsky, “Interview with Jewish correspondents in Mexico”. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 20.
86. Isaac Deutscher, Los Judios no Judios. Buenos Aires, Kikiyon, 1969.
87. León Trotsky, “Appeal to American Jews menaced by Fascism and anti-Semitism”. Op. Cit., pág. 29.
88. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 230.
89. Enzo Traverso, Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997. págs. 221-222.
90. P. Teruel-Mania, Op. Cit. pág. 111.
91. León Trotsky, “Imperialism and anti-semitism”. Op. Cit., pág. 30.
92. Ver E. Mandel, Trotsky Como Alternativa. São Paulo, Xamã, 1995, págs.199, 202 y 206.
93. E. Traverso. Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997, pág. 222.
94. P. Vidal-Naquet, Los Judíos, la Memoria y el Presente. Mexico, FCE, 1996, pág. 205, signos de pregunta míos.
95. Cf. León Trotsky. Appeal to American Jews menaced by fascism and anti-semitism. Op. Cit., pág. 29.

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