miércoles, 22 de diciembre de 2010

Trotsky y la cuestión judía I Parte por Arlene Clemesha


La trayectoria y las ideas de Trotsky con relación al judaísmo presentan un múltiple interés. Primero, obviamente por el propio origen judío de Trotsky. Pero también se debe tomar en consideración el peso del antisemitismo en la tradición histórica rusa, en especial como política de gobierno de la autocracia zarista; el amplio uso del antisemitismo en la lucha de Stalin contra la oposición trotskista en la URSS, como mostró recientemente Dimitri Volkogonov; y finalmente la importancia del Holocausto perpetrado por el nazismo, como paradigma de la barbarie contemporánea.
La conferencia de Karlsruhe y el II Congreso del POSDR
Los primeros registros de una declaración de Trotsky sobre la “cuestión judía” datan de 1903. Trotsky tenía 23 años, era marxista desde los 17, y ya integraba la dirección del movimiento socialdemócrata ruso. En julio de ese año, durante el II Congreso del POSDR (Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia), Trotsky participó del debate contra la corriente judía que terminó retirándose del partido. Pero, uno o dos meses antes, Trotsky fue invitado a una pequeña y poco recordada conferencia en Karlsruhe, organizada por esa misma corriente judía del partido, el Bund.
El Bund (en idisch, “unión”, abreviatura de Unión General de los Trabajadores Judíos de Polonia, Lituania y Rusia) era una organización judía dentro del partido de Rusia. Se formó en 1897, un año antes del POSDR, y en 1898 fue el principal organizador del congreso de formación de éste. Hasta 1903 el Bund era la mayor organización socialdemócrata del imperio ruso, con mayor estructura y número de integrantes, con la más extendida publicación clandestina de periódicos y traducciones, y con mayor circulación y contrabando de literatura revolucionaria.
Participaron de la conferencia de Karlsruhe un integrante del Bund local, Trotsky y el teórico bundista Vladimir Medem, quien a través de su libro de memorias proporciona una descripción del evento. Medem relata una discusión que duró alrededor de dos horas. Después de la intervención del “camarada de Karlsruhe” exponiendo el programa nacional del Bund, Trotsky intervino con una respuesta crítica, contestada inmediatamente por Medem. Algunos jóvenes sionistas del público tomaron la palabra para exponer sus ideas, que fueron respondidas por Trotsky “con humor y buenas maneras”. El debate siguió y culminó con una discusión, en términos “muy duros”, entre Medem y Trotsky sobre la política del POSDR para combatir el antisemitismo.
El primero acusó al partido de descuidar la tarea. Trotsky rebatió la crítica afirmando, en primer lugar, que el partido combatía el antisemitismo a través de la distribución de volantes sobre el tema, y en segundo lugar, que en realidad no había que combatir específicamente el antisemitismo porque la solución para eliminar un sentimiento anticuado, herencia de la ignorancia imperante en la era medieval, era elevar el nivel general de conciencia de las masas.
Medem registró la antipatía que sintió por Trotsky desde ese momento y la mala sensación que le causó su discurso, que no pasaba de “una manera de ocultar para sí mismo la real y grave responsabilidad de los socialistas rusos” (1).
Era uno de los momentos más delicados para los judíos. En abril de 1903 (poco antes de la conferencia de Karlsruhe) ocurrió, en el imperio ruso, más específicamente en la porción ucraniana de la “zona de residencia”, el mayor pogrom visto hasta entonces.
Los barrios judíos de Kichinev fueron destruidos, las casas devastadas, con cientos de judíos heridos y muertos. Fue el tristemente célebre “pogrom de Kichinev”, que “shockeó” al mundo e incorporó a todos los idiomas el término ruso pogrom, que significa masacre. Esta fue incitada por agentes de policía del zar y por las Centurias Negras, pero la masa de los pogromistas era el pueblo, obreros y trabajadores como los judíos que perseguían. La confianza de los obreros judíos en sus hermanos de clase rusos resultó seriamente debilitada.
Fue ese espíritu de desconfianza el que Trotsky denunció durante el II Congreso del POSDR como una de las principales fuentes de discordia entre ellos y el Bund. La organización judía presentó sus demandas al congreso: autonomía dentro del partido, con el derecho de elegir su propio comité central y elaborar su propia política en las cuestiones referentes a la población judía; el reconocimiento del Bund como el único representante de la socialdemocracia entre los judíos; y la “autonomía cultural” en lugar de la simple “igualdad de derechos” que el partido defendía para los judíos, o sea, la reunión de los judíos alrededor de instituciones culturales propias, sin depender de un territorio común. La “autonomía cultural” resultaría en la defensa del derecho de los judíos a conducir sus propios asuntos culturales dentro de Rusia, como la educación en idisch.
La mayoría del congreso, formada por los “iskristas” (Iskra era el nombre de la revista que publicaban), estaba en contra del Bund porque veía en sus exigencias un separatismo que crearía precedentes para otros grupos y pondría en riesgo la unidad del partido. Quedó a cargo de los iskristas judíos, Martov y Trotsky rebatir las exigencias del Bund. Martov fue miembro del grupo fundador del Bund y Trotsky tomó la palabra como “representante de los iskristas de orígen judío”. Esa fue una de las raras ocasiones en que Trotsky se refirió a sí mismo como judío, como lo recuerda Isaac Deutscher (2).
El debate no fue menos difícil por haberse sostenido “entre judíos”. Trotsky rebatió enérgicamente las tres exigencias del Bund y tomó la palabra diez veces durante el debate, llevando a los representantes de la organización judía a una furiosa indignación.
En lo que se refiere a la “cuestión nacional” (la “autonomía nacional-cultural”), el Bund estaba dividido. La mitad del partido judío creía, en ese momento, que el futuro llevaría a la asimilación de los judíos y que nada debería ser hecho para separarlos, ya sea territorialmente o apenas en forma “cultural”. Como recuerda Medem, “nosotros los bundistas no habíamos hecho de nuestro programa nacional una condición sine qua non y no salimos del partido por causa de su rechazo (…) Nuestro congreso [el V Congreso del Bund, 1903, NdA] sobre este asunto, se había dividido en dos” (3).
Con relación a la educación en idisch, ningún socialdemócrata podía seriamente oponerse al derecho de un pueblo o nación al propio idioma. La oposición, como quedó evidenciado en escritos posteriores de Lenin y Trotsky, era a la división de la educación en el imperio, en educación pública para los rusos y escuelas particulares en idisch para los judíos.
En un artículo publicado en Severnaya Pravda, Nº 14, agosto de 1913, Lenin escribe, respecto de la política oficial del Estado: “La expresión extrema del nacionalismo [ruso, NdA] actual está en el proyecto para la nacionalización de las escuelas judías, formulado por el oficial de educación del distrito de Odessa, y bien recibido por el Ministro de ‘Educación’ Pública. ¿Pero cuál es el significado de esa nacionalización? Ella significa segregar a los judíos en escuelas judías especiales (nivel secundario). Las puertas de todos los demás establecimientos de enseñanza *privados y públicos* serían completamente cerradas a los judíos… Ese proyecto, extremadamente perjudicial, incidentalmente demuestra el error de la llamada ‘autonomía nacional-cultural’, o sea, la idea de sacar la educación de las manos del Estado y pasarla a cada nación separadamente” (4).
Pero en lo que decía respecto al status del Bund dentro del POSDR, la organización judía no estaba dispuesta a ceder. Su decisión estaba tomada desde 1901: los judíos defendían la transformación del POSDR en una federación de organizaciones nacionales. La conquista de la autonomía política y organizativa del Bund dentro del POSDR era vista como una cuestión de sobrevivencia de la organización judía (5). Para Trotsky, lo que estaba en juego era más que una “cuestión judía”. El partido no podía conceder la autonomía al Bund, abandonar el modelo de partido por el cual venía luchando, centralizado y no un conjunto suelto de organizaciones. Y no podía aprobar la exclusividad del Bund de la representación de los trabajadores judíos, sin ceder a la división del movimiento obrero por nacionalidad.
Como describe Deutscher, “la exigencia de que el Bund fuese reconocido como el único representante del partido entre los trabajadores judíos significaba afirmar que sólo los judíos estaban autorizados a llevar el mensaje socialista a los trabajadores judíos y organizarlos. Eso, dijo Trotsky, era una expresión de falta de confianza en los miembros no judíos del partido, un desafío a sus convicciones y sentimientos internacionalistas”. “El Bund *dijo Trotsky en medio de una tormenta de protestas* es libre para no confiar en el partido, pero no puede esperar que el partido vote su no confianza en sí mismo”. El objetivo del socialismo, argumentó Trotsky, era “barrer las barreras entre razas, religiones y nacionalidades, y no colaborar para levantarlas” (6).
Según la visión de Enzo Traverso, “cuando se trató de comprender las causas profundas de la escisión entre el Bund y la social-democracia, su análisis [de Trotsky, NdA] se reveló menos abstracto que el de los bolcheviques. En el congreso de fundación del POSDR, la autonomía del Bund era puramente técnica, pero percibió que poco a poco lo ‘particular’ se había sobrepuesto a lo ‘general’: de representante del POSDR en el seno del proletariado judío, el Bund se había transformado en representante de los trabajadores judíos vis-a-vis al partido social-demócrata. El congreso de 1903, en el fondo, sancionó una escisión que ya existía en la realidad” (7).
El Bund anunció su retirada del partido durante el congreso en Londres. Su salida no era totalmente inesperada, pero no por eso fue menos grave para ambas partes. El Bund se retiró del congreso llevándose consigo 25.000 del total de 34.000 miembros del POSDR (8).
Robert Wistrich sugirió que Lenin deseaba la retirada del Bund del congreso para facilitar su victoria en los dos debates siguientes que llevaron a la escisión entre mencheviques y bolcheviques, y usó a Trotsky para provocar al grupo adversario: “Trotsky, representando a la Unión Social-Demócrata de los Trabajadores de Siberia, fue de hecho el instrumento de Lenin para forzar al Bund a abandonar el congreso de Londres. De esa forma, con Martov ayudó, sin intención, a forjar una mayoría bolchevique en las sesiones siguientes” (9). No obstante, no tenemos motivos para suponer que Trotsky actuó por otras convicciones que no fueran las propias. En todos sus escritos siguientes sobre la “cuestión judía”, fuesen cartas, entrevistas, capítulos o pasajes de sus libros, Trotsky mantuvo su oposición al modelo bundista de partido y a cualquier forma de separación de los trabajadores judíos del movimiento obrero del país en que vivieran.
Más sobre el movimiento obrero judío
En 1903 Trotsky también escribió su primer artículo dedicado exclusivamente a la “cuestión judía”, titulado “La desintegración del sionismo y sus posibles herederos”, publicado en Iskra, Nº 56, 1º de enero de 1904. El artículo era un comentario sobre el VI Congreso Sionista (Basilea, agosto de 1903), donde Trotsky también profundiza en las críticas hechas al Bund verbalmente durante el II Congreso de la Socialdemocracia de Rusia.
Durante el congreso de Basilea, Theodor Herzl, creador del movimiento sionista, anuncia que no había esperanza de obtener Palestina en un futuro próximo, y propone a Uganda como hogar nacional judío, por lo menos hasta que se pueda obtener la “tierra prometida”, entonces parte del imperio turco. Por poco no se produjo una ruptura en el joven movimiento y Herzl tuvo que intervenir, utilizando su influencia y carisma para mantener la unidad del movimiento (unidad que duró hasta dos años después de su muerte, producida en 1904).
Trotsky no dejó de notar la diversidad de los grupos que formaban el movimiento sionista y pronosticó su fracaso: “El congreso de Basilea, repito, es apenas una demostración de desintegración e impotencia. El señor Herzl podrá ligarse durante algún tiempo a una u otra ‘patria’. Decenas de agitadores y centenas de hombres simples podrán apoyar su aventura, pero el sionismo como movimiento ya fue condenado a perder todo derecho a la existencia en el futuro. Esto está claro como el sol del medio día” (10).
Con la supuesta liquidación del sionismo y la desintegración política del “conglomerado de camadas sociales que componían el movimiento”, el interés de Trotsky estaba en saber qué organización de izquierda heredaría a la izquierda sionista “compuesta por la intelligentzia y/o semi-intelligentzia de la democracia burguesa” (11).
El Bund, en un panfleto de la misma época, “El Congreso Sionista en Basilea”, también pronosticó el fin del sionismo y demostró la misma preocupación por transformarse en el heredero de la izquierda del movimiento.
La posibilidad de que el Bund de hecho incorporase la militancia de izquierda sionista fue el motivo por el que Trotsky reitera su crítica de julio de 1903 y demuestra, primero, que el Bund no podía atraer militantes desilusionados con el sionismo porque en su polémica contra los sionistas, terminó incorporando de ellos su esencia nacionalista. En segundo lugar, si el Bund eventualmente se transformase en el sucesor del movimiento, acabaría “desviando al proletariado judío del camino revolucionario socialdemócrata…” (12).
En la interpretación de Harari, en ese artículo Trotsky llega a indicar la posibilidad de que se cree una nueva organización de izquierda, no nacionalista como el Bund, para absorber a la izquierda del movimiento sionista (13). Para otros autores, Trotsky no está haciendo una apelación para la creación de una organización judía, pero sí está alertando a la socialdemocracia de la necesidad de incorporar esos obreros judíos a sus propias filas (14).
Lo cierto es que en 1903-1904 Trotsky demuestra, ante la falsa previsión de desintegración del sionismo, la preocupación por aproximar el movimiento obrero judío al movimiento revolucionario socialdemócrata de Rusia.
Los ‘pogroms’ de 1905
En 1905, Trotsky, como presidente del Soviet de San Petesburgo (el primer soviet de la historia), intervino en la creación de las unidades de auto-defensa judía en Kiev y San Petesburgo y promovió la participación conjunta de judíos y no-judíos en la resistencia contra los actos de vandalismo. Como recuerda Glotzer, ese acto inauguró una serie de intervenciones de Trotsky contra las manifestaciones anti-judías, hasta su asesinato en 1940 (15). Las primeras unidades de auto-defensa fueron creadas por el Bund en 1903 y fueron conocidas por la sigla BO (Beovie Otriady). Pero durante la revolución de 1905 (y la reacción contra ella) los pogroms se multiplicaron de tal forma que los esfuerzos aislados del Bund no lograron defender, prácticamente, a la población judía.
Albert Glotzer cuenta que Trotsky, después de la derrota de la revolución de 1905, estaba impactado por la atrocidad de los pogroms y escribió más que nadie en el partido contra las masacres. En su libro 1905, hace una descripción viva y minuciosa del pogrom de Odessa, de más de tres páginas, de las cuales reproduciremos algunos fragmentos, mostrando que la policía, la iglesia y otros órganos ligados al imperio prepararon el pogrom, divulgaron rumores mentirosos sobre los judíos, incitaron a la población y hasta condujeron la masacre: “Todo el mundo sabe con antelación cuando va a haber un pogrom: se distribuyen llamamientos, artículos odiosos aparecen en el órgano oficial Goubernskia Viedomosti (La Información Provincial) (…) rumores siniestros son divulgados entre la masa ignorante: ‘los judíos están listos para atacar a los ortodoxos’; ‘los socialistas profanaron un verdadero ícono’; ‘los estudiantes despedazaron un retrato del zar’ (…) Cuando llega el gran día, el oficio divino es celebrado en la catedral: el sermón es pronunciado. Al frente del cortejo patriótico marcha el clero, con un retrato del zar prestado del distrito policial y con innumerables estandartes nacionales. Al comienzo se rompen las vidrieras, los transeúntes son maltratados y se bebe en abundancia. La música militar repite incansablemente el himno ruso: ‘¡Dios salve al emperador!’ *es el himno de los pogroms (…) Protegida por el frente y por la retaguardia por patrullas de soldados, por un escuadrón de cosacos, guiados por policías y provocadores, acompañados por mercenarios (…) el bando se precipita a través de la ciudad en un carnaval de locura y sangre… El pordiosero es amo de la situación. Un esclavo temeroso, hasta aquel momento, perseguido por la policía, muerto de hambre, ahora siente que ninguna barrera se puede oponer a su despotismo (…) El puede todo, se atreve a todo… ‘¡Dios salve al emperador!’. Por un lado, un joven que vio la muerte tan cerca que sus cabellos se emblanquecieron en pocos minutos. Por el otro, un niño de diez años que perdió la razón sobre los cadáveres mutilados de sus padres. O el médico graduado que conoció todos los horrores de la toma del Port-Arthur sin vacilar, pero que no pudo soportar algunas horas del pogrom de Odessa (…) Otros caen de rodillas delante de los oficiales, de los policías, delante de los asesinos, extienden sus brazos, besan las botas de los soldados y suplican. La respuesta viene entre carcajadas insensatas. ‘Vos quisiste la libertad, ¡aprovechá su dulce sabor!’ En esas palabras se resume la moral, la infernal política de los pogroms…” (16).
Trotsky analiza la condición social de los judíos
En 1911 comenzó el “Caso Beillis”, la acusación de asesinato ritual contra Mendel Beillis, un desconocido trabajador judío de Kiev. Las acusaciones contra Beillis fueron hechas por el Ministerio de Justicia, comandado por Schelovitov, antisemita notorio. El proceso terminó en 1913, con la inocencia de Beillis pero con la victoria del gobierno zarista que, con toda la murmuración creada sobre la “naturaleza maligna y asesina de los judíos, etc.”, consiguió fomentar el antisemitismo al punto de crear el clima para la irrupción de una onda de pogroms en Kiev.
Trotsky escribió en un artículo, en noviembre de 1913, para Die Neue Zeit, publicación socialdemócrata dirigida por Karl Kautsky, que el proceso antisemita le causó náuseas, y comparó el Caso Beillis con el Caso Dreyfus, ocurrido en Francia entre 1894 y 1906. Para Trotsky las semejanzas eran superficiales, puesto que el antisemitismo francés era un juego de chicos al lado de la política criminal del zar Nicolás II. Para Trotsky, el antisemitismo en Rusia se había vuelto un medio de gobierno, una política de Estado (17).
Trotsky viajó por los Balcanes, entre 1912 y 1913, como corresponsal del diario liberal ruso Kievskaya Mysl. Entre sus varios artículos envió al diario uno llamado “La cuestión judía en Rumania y la política de Bismarck”. El artículo fue enviado, en el verano de 1914, al diario berlinés antibelicista dirigido por Rudolf Breitscheid, Auslandspolitik Korrespondenz, siendo publicado el 4 y 25 de abril de 1918, después de terminar la guerra, porque al comienzo de la guerra había “perdido su actualidad”, como decía la nota introductoria del artículo en el diario (18).
Trotsky inicia el artículo (que firma con su nombre completo, Lev Davidovitch Bronstein) diciendo que “la verdadera Rumania se manifiesta a través de la cuestión judía” (19). Aquí, los judíos no poseían derechos, sólo obligaciones, como el servicio militar obligatorio, y restricciones profesionales que terminaban creando los rótulos de “judíos usurarios”, “aprovechadores” y así en adelante. “El país estaba penetrado por el odio a los judíos: los pequeños comerciantes temían su competencia; profesionales y funcionarios estatales estaban preocupados por la posibilidad de que los judíos conquistaran la ciudadanía y de esa forma tomaran sus puestos; profesores y padres, ‘agentes’ de los propietarios rurales patrióticos, convencían al campesinado de que todos los males de debían a los judíos”. Pero, ¿por qué los judíos eran tolerados? De acuerdo con Trotsky, el régimen rumano necesitaba al judío: primero, para actuar como el “intermediario” entre el propietario de las tierras y el campesino, entre el político y sus clientes, para realizar todo el ‘trabajo sucio’; en segundo lugar, para ser el blanco de la indignación de la población rumana insatisfecha, para ser el eterno chivo expiatorio” (20).
Reiterando la afirmación de que la situación de los judíos expresaba de forma extremadamente clara la situación general de Rumania, Trotsky dice que “las condiciones de parálisis feudal, restricción legal, corrupción política y burocrática no sólo degradan económicamente a las masas judías, sino que también promueven su degradación espiritual. Puede haber innumerables argumentos para decir que los judíos son una nación aparte, pero es un hecho incuestionable que los judíos reflejan las condiciones económicas y morales del país en que viven y que igualmente aislados artificialmente de la mayoría de la población, pertenecen integralmente a ella (21).
Trotsky llegó a los siguientes números sobre la composición social de los judíos, basándose en sus propias investigaciones: Los judíos constituían el 4% de la población rumana. Debido a las restricciones legales que pesaban sobre ellos, con la prohibición de poseer tierras, vivir en las aldeas y una limitación sobre la cantidad de tierra que podían arrendar, 4/5 de los judíos vivían en las ciudades. La concentración de los judíos en las ciudades los transformaba en un factor bastante importante en la vida del país. Pero Trotsky alerta que “es superfluo decir hasta qué punto carece de lógica tipificar el judaísmo rumano como una clase explotadora (…) La mayor parte de los judíos estaba asentada en Moldavia y estaba compuesta por pequeños artesanos: costureros, zapateros, relojeros y finalmente aquellos seres que constituían una incógnita no sólo desde el punto de vista económico sino también desde un punto de vista fisiológico, o sea que su posibilidad de existencia física constituye una incógnita” (22).
Trotsky señala que la mitad de la población judía de Rumania estaba compuesta por familias de obreros y pequeños artesanos (30.000 familias o 150.000 almas). La otra mitad de la población judía estaba dividida entre varias ocupaciones, como propietarios de pequeños comercios, industriales, prestamistas, cerca de 500 médicos, 40 abogados, algunos ingenieros y un total de 2 profesores.
Los judíos de Rumania, dice Trotsky, eran víctimas de un sistema social y hasta de una maniobra diplomática internacional, por no decir conspiración, como demostraban los eventos de 1878. Durante el Congreso de Berlín, realizado ese año, estadistas de Europa occidental, y Bismark en particular, impusieron la igualdad de derechos de los judíos de Rumania como pre-condición para garantizar la independencia de ese Estado. Pero luego quedó claro, dice Trotsky, que la verdadera preocupación de Bismark era la adquisición a precios elevados, por parte de Rumania, de las participaciones de los banqueros alemanes, muchos de los cuales eran judíos, en los ferrocarriles rumanos, que hasta ese momento sólo habían dado pérdidas.
La “pre-condición judía” fue rápidamente olvidada ni bien la transacción comercial fue resuelta satisfactoriamente para Bismark. De esa forma, el gobierno rumano reconoció, en 1879, que la religión no podía ser un obstáculo para obtener los derechos civiles en Rumania y emancipó a los 900 judíos que lucharon en la guerra ruso-turca de 1876-1878. Luego de que las potencias occidentales desviaron sus ojos del “problema judío”, la monarquía maniobró para mantener a sus judíos en su tradicional estado de opresión, estableciendo que ellos eran ciudadanos extranjeros y sólo podían naturalizarse individualmente.
Cada judío como individuo debía presentar un pedido de naturalización que, tras pasar por toda la burocracia del Estado, demandaría de 15 a 30 años y una suma de dinero para soborno fuera del alcance de la mayoría. En los 34 años siguientes a la promulgación de la ley se emanciparon no más de 400 judíos. Por lo tanto, de los casi 300.000 judíos rumanos, en 1913, quedaban aproximadamente 450 judíos emancipados desde 1879 (la otra mitad ya había fallecido) y otros 400 más obtuvieron su emancipación individual. Los otros 299.150 permanecieron como antes.
Por lo tanto Trotsky, en este artículo, investigó la historia más reciente de la región, la tentativa de emancipación de los judíos de 1879 y, quejándose de la falta de un censo oficial, investigó los números de la población judía y su composición social. Trotsky criticó al gobierno rumano y demostró una gran solidaridad con los judíos y la injusticia practicada contra ellos.
Glotzer cuenta que Trotsky estaba shoqueado por el salvajismo del antisemitismo oficial de la monarquía rumana y por la indiferencia de Europa y de los judíos europeos frente al sufrimiento de los judíos de los Balcanes. En esa región atrasada de Europa, principalmente en Rumania, el antisemitismo se había vuelto, en palabras de Trotsky, “una religión de Estado”.
Como dice Harari, “el artículo es un testimonio muy importante de la actitud de Trotsky con relación a la cuestión judía y hasta hoy continúa siendo actual para todos aquellos a quienes les importa el destino de los judíos y ven que éste es determinado en gran medida por las intrigas de los grandes Estados” (23). Según Glotzer, causa extrañeza a los historiadores del socialismo que se ocuparon de la “cuestión judía” que Trotsky interviniese tanto sobre el asunto, ya que no se consideraba judío (24). Para Knei-Paz, la sensibilidad de Trotsky en ese artículo para con el sufrimiento de los judíos, que considera uno de los mejores artículos de Trotsky sobre la “cuestión judía”, casi produce la impresión en el lector de que Trotsky se identificaba no sólo con “el sufrimiento” sino con “el sufridor”, el judío (25).
Concluyendo el artículo, Trotsky nota que hasta el momento los judíos no habían conseguido organizarse para una acción política efectiva. Habían formado una “Unión” que basaba su programa en la aproximación con la oligarquía gobernante y el patriotismo rumano. Trotsky llega a la conclusión de que era obligación del partido del proletariado luchar para integrar en sus filas, y desde un punto de vista político, a todos los elementos “cuya existencia y desenvolvimiento no se moldeaban al régimen existente” (26). La socialdemocracia era la única defensora de los derechos de los judíos en general (no sólo de los trabajadores), ya que los otros partidos existentes, conservadores y liberales, no tenían un compromiso siquiera con la lucha por un gobierno democrático en Rumania.
Referencias
1. Vladimir Medem, De mi Vida. Buenos Aires, Ediciones Bund, 1986, págs. 262-263.
2. Isaac Deutscher, The Prophet Armed. Nueva York, Vintage Books, 1954, pág. 74.
3. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 279. Sobre el V Congreso del Bund y la decisión de excluir la discusión sobre el programa nacional de las propias actas del congreso, ver pág. 273.
4. V. I. Lenin, “The nationalization of Jewish schools”, en: Daniel Rubin (ed.), Anti-Semitism and Zionism. Nueva York, International Publishers, 1987, pág. 63.
5. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 279.
6. Cf. I. Deutscher, Op. Cit . págs. 74-75.
7. Enzo Traverso, Les Marxistes et la Question Juive. Paris, Kimé, 1997, pág. 154.
8. Cf. V. Medem, Op. Cit. pág. 281.
9. Robert Wistrich, Revolutionary Jews from Marx to Trotsky. Londres, Harrap, 1976, pág. 193. También encontramos en Glotzer la afirmación de que “el académico marxista David Riazanov dice que Trotsky fue el instrumento de Lenin sobre la cuestión”. Albert Glotzer. “Yo no soy un judío sino un internacionalista”, en: Trotsky: Memoir & Critique. Nueva York, Buffalo, Prometheus Books, pág. 212.
10. Citado por Jejíel Harari, “Trotsky y la cuestión judía”. Raíces. Testimonio 31, sdp, pág. 4.
11. Idem.
12. Citado por Peter Buch, “Introducción”, en: Leon Trotsky. On the Jewish Question. Nueva York, Pathfinder, 1994, pág. 7.
13. Cf. J. Harari, Op. Cit. págs. 4-5.
14. Cf. Baruch Knei-Paz, The Social and Political Thought of Leon Trotsky. Oxford, Clarendon, 1979, pág. 541; Peter Buch, Op. Cit. pág. 7.
15. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 212.
16. León Trotsky, 1905. Paris, Minuit, 1969, págs.121-123.
17. Cf. B. Knei-Paz, Op. Cit . págs. 346. Según Enzo Traverso, “es interesante notar que Trotsky fue el único dirigente marxista de primer nivel en intervenir sobre esta cuestión: Otto Bauer, Karl Kautsky, Victor Adler, Jorge Plejanov y Lenin no interferirán, en esa ocasión, en el silencio del movimiento socialista sobre el anti-semitismo” (E. Traverso. Trotsky et la question juive. Quatrième Internationale . Paris, 1990, pág. 76).
18. Cf. J. Harari, Op. Cit. pág. 5.
19. Citado por B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 542.
20. Idem, pág. 543.
21. Idem, pág. 544.
22. Citado por J. Harari, Op. Cit. pág. 6.
23. Idem, pág. 5.
24. A. Glotzer, Op. Cit. pág. 213.
25. B. Knei-Paz, Op. Cit. pág. 542.
26. Citado por J. Harari, Op. Cit. pág. 7.

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