sábado, 11 de diciembre de 2010

PASANDO REVISTA AL COMPLEJO MEDIÁTICO-HUMANITARIO por Bernard Duterme


Aunque superficialmente considerada parezca indispensable y magnánima, la ayuda humanitaria – del Norte hacia el Sur –sigue planteando problemas. Porque es muy a menudo compulsiva, arbitraria y se siente suficiente. Y tiene tendencia a enmendar lo hecho. En efecto en lo referente al tratamiento de las catástrofes en los países pobres, existen muchas “variantes”, es decir reflejos, impulsos que cualesquiera fuere el contexto, se repiten, para mejor o para peor, con menor o mayor intensidad: 1) la alarma mediática; 2) la aceleración compasiva; 3) el desborde humanitario: 4) la recaída mediática, compasiva, humanitaria…, y finalmente 5) la despolitización del problema que atraviesa las cuatro primeras. Análisis de un fenómeno ambivalente.

Nuevamente el año 2010 ha venido a confirmar que en materia de catástrofes y de intervenciones humanitarias, no todo es lo mismo. Y esto, en perfecta contradicción con uno de los fundamentos teóricos originales de la ideología caritativa intervencionista: según la cual una víctima es igual a otra víctima, cualesquiera fuere su país, el color (de la piel o político), su religión, su sexo, su edad, su cultura, etc. Si por necesidad fuera, independientemente de la gravedad del drama o de la eficacia de la operación, se comprenderá entonces que un sufrimiento pakistaní tiene decididamente menos chance de suscitar la compasión occidental, cristiana o laica que un sufrimiento haitiano: que treinta y tres mineros chilenos, enfocados por las cámaras, existen mucho más que los miles de mineros chinos que mueren todos los años en el fondo de las minas; que la liberación de un puñado de secuestrados europeos tendrá mayor peso que los inundados de Bangla Desh y de Indonesia, que los hambrientos africanos, que los 20 mil muertos diarios por la pobreza…Así es. Esto no es nuevo. Lo que choca, es la negación de estas pasiones de variable geometría, o por lo menos el mantenimiento de la ilusión del complejo mediático-humanitario magnánimo, incondicional y misericordioso. Sin agotar aquí la eterna controversia entre ayuda urgente y acción estructural de largo plazo, o la de la legitimidad de la intervención y de la “responsabilidad de proteger” lo que salta a la vista, es la lógica implacable del “dispositivo intervencionista”, sus pasos obligados. En materia de tratamiento de catástrofes en países pobres existen “variantes”, es decir reflejos, impulsos que se repiten con menor o mayor intensidad, para mejor o para peor cualesquiera fuere el contexto. Detallemos cinco:

Primera variable: la alarma mediática. Es indispensable pero también es – a menudo – sensacionalista, superficial y ampulosa. Es sabido que, cuando se trata de informar de un desastre a la opinión pública, se tienen todos los derechos. Sobre todo el de simplificarlo al máximo, poniendo el foco en lo “más llamativo” Con el micrófono en la mano, la expresión contrita, como al margen sobre un fondo de sangre y de desorden, el periodista “destacado en ese infierno desde las primeras horas del drama” ante el telespectador estupefacto. Imágenes espectaculares, “testimonios conmovedores”, “relatos exclusivos”: “Fuimos los primeros en llegar al lugar…los daños son considerables…reina el caos…Las primeras cifras hablan de miles de muertos…Llega ayuda… Nuestros militares salvan vidas…La gente está agradecida… pero hay saqueos…Habrá que realizar la reconstrucción…Esto es, Clara, todo lo que puedo informar desde aquí sobre la situación” Las expresiones de este tipo se repiten hasta el cansancio, mientras la emoción no cede. La exageración descriptiva sigue hasta la saturación.

Segunda variante: el impulso compasivo. Es indispensable pero – a menudo – también ingenuo, selectivo e irracional. Es sabido que, cuando se da, cuando se desea el bien se tienen todos los derechos. En primer término el de preferir una urgencia a otra, a un determinado beneficiario, a un pequeño desesperado que a otro, en razón de criterios no siempre conscientes ni confesables pero reales: criterios de proximidad o emocionales, de confianza, de reconocimiento, de disponibilidad, de peso moral o mediático. A igual gravedad, dos catástrofes diferentes no tienen las mismas chances de apiadarnos. Inmediatamente el derecho de exigir al beneficiario elegido, la víctima escogida, por el voluntario o por el periodista que no refrene ese “formidable impulso de generosidad” que sea digno de él, que sea reconocido, que esté desconsolado… “Tengo dos manos, quería ayudar allí, MSF me ha dicho que no era posible…Es criminal!” “Todos debemos colaborar, podría sucedernos a nosotros” “las calles están llenas de chicos perdidos… ¿porqué impedir las adopciones?”

Tercera variante: el desborde humanitario Es indispensable pero también- a menudo – compulsivo, suficiente y arbitrario. Es sabido que cuando se va a salvar vidas, se tienen todos los derechos. En primer término, atender lo más urgente, instalarse y plantar su bandera – les fue necesario a los socorristas usamericanos contar con una gran presencia de espíritu para no olvidar los banderines que debían distribuir, antes de abordar el avión de carga en que se dirigían al lugar del drama. El derecho inmediato de mirar por encima del hombro las realidades y a los actores locales, de fortalecer la idea de un Norte celoso al servicio del Sur invariablemente caótico”. Nuestros interlocutores locales no son confiables, solo debemos contar con nosotros mismos” Poco importa que en la mayoría de las catástrofes las solidaridades de proximidad salvan de hecho muchas más vidas que las brigadas humanitarias, se impone el derecho de injerencia. Se trata de un deber moral y de un desafío logístico. Exclusivamente. Cualquier otra consideración debe ser soslayada. El impulso intervencionista se halla justificado y es desinteresado.

Cuarta variante, inevitable: la recaída mediática compasiva, humanitaria…El retiro, el abandono. En el frenesí unánime de los primeros días de la catástrofe como en el debilitamiento gradual de las semanas posteriores, los tres polos actuantes son intrínsecamente interdependientes. Nada de donantes sin periodistas, nada de ayudas humanitarias sin donantes, nada de periodistas sin audiencia…se retroalimentan mutuamente. La urgencia ha pasado, va a ganar el cansancio, la candente actualidad ocurre en otra parte y el país golpeado deja la primera plana. Las necesidades permanecen en su totalidad, todavía es necesario realizar elecciones decisivas, las relaciones de fuerzas podrían cambiar…demasiado tarde, nunca se sabrá en qué condición de mayor o menor vulnerabilidad se encontrará la región ante un próximo sismo, ante un huracán. Solo un grupo cambiante de “desarrollistas” incondicionalmente obedientes, más o menos alineados con la agenda de sus contrapartidas locales, se mantendrá en el lugar.

La última variable – la despolitización del problema – atraviesa las cuatro primeras. Domina permanentemente el tratamiento de las catástrofes en los países pobres. Y tiende a entorpecer el desarrollo del conjunto. La descontextualización del desastre, su consideración como algo natural, como consecuencia de la “fatalidad” Los errores cometidos no son tenidos en cuenta, sí la “maldición” o las “malas decisiones arquitectónicas” de los locales. La lectura dominante elimina en efecto toda interrogación fastidiosa y condiciona la alarma, el impulso y el desborde ¿Cómo es que se llegó a esta situación? ¿Porqué una situación similar provocó en otro lugar cien veces menos víctimas? Por el desmantelamiento de la capacidad de los Estados, pre condicionados por la liberalización, la evasión fiscal, el dumping alimentario, la liquidación de la agricultura alimentaria, la concentración de la tierra, las presiones agroexportadoras, la deforestación, el éxodo rural, la densificación urbana… Registros todos poco analizados, intereses poco cuestionados, orientaciones pocas veces puestas en tela de juicio. El conjunto de estas variables tienden a invalidar las acciones humanitarias: responden a su propia lógica más que a la de los países donde es imprescindible intervenir.

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