La propuesta es un Israel para todos los israelíes, un Israel para todos sus ciudadanos. Para los electores que llevan en sus corazones los valores de la izquierda: paz, justicia, igualdad, democracia, derechos humanos para todos, feminismo, protección del medio ambiente, separación entre estado y religión. Hablo de una izquierda renovada que defina un nuevo modelo del Estado de Israel, con una sociedad civil participativa. Soy un israelí postsionista, no antisionista.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Palestina: Las consecuencias de 1948 por Edward W. Said. Cap. I, II y III- Completo en español
Capítulo I
Permítanme comenzar con mi propia experiencia de 1948, y lo que significó para muchas de las personas de mi entorno. Hablo largo y tendido sobre ello en mi autobiografía titulada Out of Place [3]. Mi propia familia cercana se libró de los peores estragos de la catástrofe: teníamos una casa en El Cairo y mi padre tenía un negocio allí. Por eso, aunque permanecimos en Palestina durante casi todo el año 1947, cuando nos fuimos en diciembre de aquel año, no tuvimos que soportar el carácter catastrófico y desgarrador de la experiencia colectiva (cuando 780.000 palestinos, literalmente dos terceras partes de la población del país, fueron expulsados por las tropas sionistas y su proyecto). Yo tenía 12 años en aquel tiempo, por lo que sólo tengo un recuerdo un tanto limitado y no muy consciente de lo que ocurrió. Sólo dispongo de escasos recuerdos, aunque algunas cosas puedo evocarlas claramente, con especial lucidez. Una de ellas es que todos los miembros de mi familia, tanto materna como paterna, se convirtieron en refugiados durante este periodo; ninguno de ellos permaneció en nuestra Palestina, es decir, la parte de territorio controlado por el Mandato británico que no incluía la orilla este del río Jordán, la cual fue entregada a Jordania [4] . Por lo tanto, aquellos de mis parientes que vivían en Jaffa, Safad, Haifa y Jerusalén Oeste quedaron sin hogar de repente, y en muchos casos arruinados, desorientados y atemorizados de por vida. Pude ver de nuevo a la mayoría de ellos tras la caída de Palestina, pero su situación económica había empeorado y sus rostros mostraban preocupación, enfermedad y desesperación. Mi familia extendida perdió sus propiedades y sus hogares y, como tantos palestinos de su tiempo, soportaron el dolor, no tanto como un desastre político sino como si se tratase de un desastre natural. Esto se grabó en mi memoria de manera permanente, sobre todo por los rostros que yo una vez recordé contentos y tranquilos, pero que ahora estaban envejecidos por la preocupación del exilio y la ausencia del un hogar. Muchas familias e individuos tenían sus vidas rotas, habían consumido sus energías y su tranquilidad había quedado destruida para siempre, en el contexto de una serie de trastornos que parecían no tener fin. Esto es lo que me resultaba, y todavía me resulta, más patético. Uno de mis tíos fue de Palestina a Alejandría, de allí a El Cairo, de El Cairo a Bagdad, de Bagdad a Beirut, y ahora, a sus ochenta años, vive en Seattle como un hombre triste y taciturno. Ni él ni su familia cercana se han llegado a recuperar por completo. Esto sirve como ejemplo de una historia más amplia de pérdidas y expulsiones que hoy todavía continúa.
Lo segundo que recuerdo es que, para mi tía paterna, una viuda de mediana edad con ciertos recursos económicos y la única persona de mi familia que de algún modo se las arregló para mantenerse cuerda tras las secuelas de la nakba [5], Palestina supuso estar al servicio de los desdichados refugiados, muchos miles de los cuales acabaron sin dinero ni trabajo, perdidos y viviendo como indigentes en Egipto. Ella les dedicó su vida, en vista de la intransigencia y la sádica indiferencia del gobierno. De ella aprendí que mientras la mayoría acostumbra a defender la causa de palabra, sólo unas pocas personas están dispuestas a hacer algo al respecto. Por lo tanto, como palestina que era, convirtió en su deber de por vida ponerse al servicio de los refugiados –escolarizando a sus hijos, convenciendo a los doctores y los farmacéuticos para que los trataran y les dieran medicinas, encontrando trabajos para los hombres y, sobre todo, permaneciendo allí por ellos, con una presencia entusiasta, comprensiva y, por encima de todo, desinteresada. Sin ningún tipo de asistencia administrativa ni financiera, ha sido para mí una figura ejemplar desde mi temprana adolescencia, una persona frente a la que mis propios esfuerzos terriblemente modestos siempre resultaron discretos y, por desgracia, también se mostraron deficientes. La tarea para nosotros durante toda mi vida iba a ser literalmente interminable, y ya que provenía de una tragedia humana tan profunda, la cual ha calado de un modo tan extraordinario en la vida social y familiar de sus gentes hasta en los más pequeños detalles, ha sido y continúa siendo necesario recordarla, darla a conocer y tratar de remediarla. Para nosotros los palestinos, una enorme sensación colectiva de injusticia continúa aplastando nuestras vidas con un peso que no ha disminuido. Si ha habido algo, algún delito en concreto que el actual grupo de líderes palestinos ha cometido, éste es, en mi opinión, su formidable habilidad y capacidad para olvidar: cuando hace poco le preguntaron a uno de ellos qué sentía con la llegada de Sharon al Ministerio de Exteriores de Israel, considerando que era responsable del derramamiento de sangre de tantos palestinos, este líder dijo alegremente que estamos preparados para olvidar la historia –y este es un sentimiento que no puedo compartir ni, me apresuro a añadir, perdonar fácilmente.
En contraste, es necesario recordar la declaración de Moshé Dayán [6] en 1969:
“Llegamos a este país que ya estaba poblado por árabes y establecimos aquí un país hebreo, es decir, un Estado judío. En bastantes áreas del país tomamos las tierras de los árabes. Las aldeas judías se construyeron en el lugar de las árabes, de las que ni siquiera sé sus nombres. Pero no me culpo, pues estos libros de geografía ya no existen; y no sólo los libros, sino tampoco las aldeas árabes. Nahalal [la aldea del propio Dayan] se levantó en el lugar de Mahalul, Gevat en el lugar de Jibta, [el Kibbutz] Sarid en el lugar de Haneifs y Kefar Yehoshua en el lugar de Tel Shaman. No hay un lugar construido en este país donde no haya habido antes población árabe.” [7]
Lo que también me duele de las primeras reacciones palestinas es hasta qué punto fueron poco adecuadas. Aunque durante veinte años después de 1948 hubo algunas tentativas de infiltrarse en Israel, se intentaron algunas acciones militares, se trató de escribir algo y se llevaron a cabo algunos intentos de agitación, los palestinos se vieron inmersos en los problemas de la vida diaria, disponiendo de poco tiempo para organizarse, analizar y planificar. A excepción del trabajo desarrollado en el Ahram Strategic Institute de Mohammed Hassanein Haykal, Israel fue un cero a la izquierda para la mayoría de los árabes, incluso para los palestinos. Su lenguaje desconocido, su sociedad inexplorada, su gente y las historias de su movimiento en gran parte negadas y reducidas a eslóganes y frases de fácil uso. Vimos y experimentamos su conducta hacia nosotros pero nos llevó mucho tiempo comprender lo qué veíamos o lo que experimentábamos.
La tendencia general en todo el mundo árabe fue pensar en las soluciones militares frente a ese país apenas conocido, con el resultado de una amplia y repentina militarización de todas las sociedades del mundo árabe casi sin excepción; los golpes de Estado se sucedieron uno tras otro de un modo casi constante y, peor aún, cada vez que avanzaba lo militar, disminuía de igual modo y en dirección opuesta la democracia en el ámbito social, político y económico. Recordándolo ahora, el hecho de que el nacionalismo árabe asumiera la hegemonía dejó muy poco margen de actuación a las instituciones civiles democráticas, sobre todo porque el lenguaje y las ideas de ese mismo nacionalismo prestaban poca atención al papel de la democracia en la evolución de esas sociedades. Hasta ahora, la presencia de un supuesto peligro para el mundo árabe ha provocado el constante aplazamiento de cuestiones tales como la libertad de prensa, la educación despolitizada, o la libertad para investigar, penetrar y explorar nuevos ámbitos de conocimiento. Nunca se ha hecho una inversión masiva en el terreno educativo, a pesar de los intentos en gran medida satisfactorios para disminuir el índice de analfabetismo llevados a cabo por el gobierno de Nasser en Egipto y por otros gobiernos árabes. Se creía que, dado el constante estado de emergencia provocado por Israel, tales asuntos, que sólo pueden ser el resultado de una planificación y una reflexión a largo plazo, eran lujos que no podíamos permitirnos. En lugar de eso, las armas obtenidas a gran escala sustituyeron al auténtico desarrollo humano, con unos resultados negativos que todavía sufrimos hoy en día. Los países árabes seguían comprando el treinta por ciento de las armas mundiales en 1998-99. Junto a la militarización se produjo la persecución sistemática de colectivos, principalmente judíos aunque no exclusivamente, cuya presencia entre nosotros durante generaciones se consideró peligrosa de repente [8] . Por un lado, sé que los sionistas jugaron un papel activo para estimular el malestar entre los judíos de Irak, Egipto y en otros lugares [9] , pero, por otro lado, me parece incuestionable que hubo una agitación xenófoba la cual decretó a nivel oficial que éstas y otras de las llamadas comunidades “extranjeras” debían ser arrancadas de nuestro entorno. Y eso no fue todo. En nombre de la seguridad militar, en países como Egipto se produjo una tenaz, indigna y descomunal campaña contra los disidentes, sobre todo de izquierdas, aunque también contra pensadores independientes, cuya vocación de hombres y mujeres críticas e inteligentes concluyó brutalmente en prisión, acompañada de mortíferas torturas y ejecuciones sumarísimas. Cuando se recuerdan estas cosas en el contexto de 1948, el vasto panorama de desprecio y crueldad es lo que destaca como resultado inmediato de la propia guerra.
Junto a todo esto, se produjo un malísimo trato hacia los propios refugiados. Este sigue siendo el caso, por ejemplo, de los entre 40.000 y 50.000 refugiados palestinos residentes en Egipto que deben presentarse todos los meses en la comisaría local; se restringen sus oportunidades profesionales, educativas y sociales, y los acompaña una sensación general de exclusión, a pesar de su nacionalidad y lengua árabes. La situación en el Líbano es todavía más desesperada. Casi 400.000 refugiados palestinos han tenido que soportar, no sólo las masacres de Sabra, Shatila, Tell el Zaatar, Dbaye y otros lugares, sino que han permanecido confinados en un terrible aislamiento durante casi dos generaciones. No tienen derecho a trabajar en al menos sesenta profesiones, no disponen de suficiente cobertura médica, no disfrutan de libre tránsito, y son objeto de sospecha y desprecio. Han heredado en parte –y volveré sobre esto más tarde– el manto de oprobio arrojado sobre ellos por la presencia de la OLP (y desde 1982 su ausencia no lamentada) [10] , y por eso algunos libaneses de a píe todavía los consideran como una especie de “enemigo en casa” que debe ser rechazado y/o castigado de cuando en cuando. En Siria existe una situación del mismo tipo, aunque no tan grave. En cuanto a Jordania, aunque en su favor hay que decir que fue el único país donde se concedió la nacionalidad a los palestinos, existe una clara fractura entre la mayoría desfavorecida de ese colectivo muy numeroso y la clase dirigente jordana, por razones que apenas necesitan ser explicadas aquí. Podría añadir, sin embargo, que para la mayoría de estas situaciones –todas ellas consecuencia de 1948–, donde los refugiados palestinos subsisten formando grandes grupos en distintos países árabes, no es previsible que existan soluciones simples, y mucho menos dignas o justas. También merece la pena preguntar por qué se ha condenado a la prisión y al aislamiento a unas personas que, por razones muy comprensibles, acudieron en tropel a los países vecinos cuando fueron expulsadas del suyo, a unos países donde todo el mundo pensó que los recibirían y los apoyarían. Pero ocurrió más bien todo lo contrario: excepto en Jordania, no fueron bien recibidos –otra desagradable consecuencia de la primera expulsión de 1948.
Esto nos conduce a un asunto especialmente significativo. En concreto, la aparición de un nuevo estilo en el discurso político a partir de 1948, tanto en Israel como en los países árabes. Para los árabes, libros de referencia como Ma´anat al-Nakba (“El significado del desastre”), de Constantine Zurayk, dieron a conocer la idea según la cual, debido a los sucesos de 1948, había surgido una situación absolutamente sin precedentes que requería mantenerse en un estado de alerta y vitalidad también sin precedentes. Lo que encuentro más interesante que la propia aparición de un nuevo discurso u oratoria políticos –con todas sus fórmulas, tabúes, circunloquios, eufemismos y, a veces, arrebatos inútiles– es su total “impermeabilidad” (por acuñar un término) respecto a sus homólogos. Quizá pueda afirmarse que este bloqueo respecto al otro tenga su origen en la incompatibilidad entre la conquista sionista y la expulsión de los palestinos, pero los acontecimientos al margen de esa oposición básica llevaron a una separación de ambos bandos a un nivel oficial, la cual nunca fue del todo real, aún cuando a nivel popular hubiera un verdadero acuerdo de intereses al respecto. De este modo, sabemos que Nasser, cuyo discurso implacable y decidido iba más allá que ningún otro, estaba en contacto con Israel a través de varios intermediarios como Sadat y, por supuesto, Mubarak. Esto es incluso más cierto en relación a los gobernantes jordanos, y algo menos con respecto a Siria, aunque también se dio el caso. No estoy expresando un simple juicio de valor sobre este punto, pues tales contrastes entre la teoría y la práctica son bastante habituales entre todos los políticos. Lo que estoy indicando es que se desarrolló una especie de “ortodoxia de la hipocresía” dentro de los campos árabe e israelí que, de hecho, estimuló y sacó provecho de los peores aspectos de ambas sociedades. La tendencia hacia la ortodoxia, la repetición de ideas aceptadas de manera acrítica, el miedo a lo nuevo, uno o más tipos de doble discurso, etc., han tenido una vida extremadamente activa.
Quiero decir que, en el caso árabe, la hostilidad verbal y militar hacia Israel condujo a una ignorancia mayor, y no menor, sobre este país y, en consecuencia, a los desastrosos resultados políticos y militares de los años sesenta y setenta. El culto a las armas que implica adoptar únicamente soluciones militares para los problemas políticos prevaleció hasta tal punto que eclipsó el principio por el cual las acciones militares de éxito deberían proceder de unas fuerzas armadas motivadas, conducidas con valor, y educadas y equilibradas desde el punto de vista político, lo cual sólo podría brotar de una sociedad civil. Tal modelo nunca se dio en el mundo árabe, y raramente fue planteado o puesto en práctica. Además, se consolidó una cultura nacionalista que estimuló, en vez de mitigar, el aislamiento árabe respecto al resto del mundo moderno. Israel pronto fue percibido no sólo como un Estado judío, sino como un Estado occidental, y como tal fue rechazado por completo, incluso como objeto de estudio adecuado para aquellos que estuvieran interesados en informarse sobre el enemigo.
Partiendo de esta premisa, circularon una serie de ideas tremendamente equivocadas, entre las cuales estaba la de pensar que Israel no era una verdadera sociedad, sino un pseudo-estado improvisado; sus ciudadanos estarían allí sólo el tiempo suficiente para marcharse empujados por el miedo; Israel era una absoluta quimera, una “supuesta” o “presunta” entidad, no un verdadero Estado. La propaganda sobre este asunto era burda, infundada e ineficaz. El conflicto cultural y dialéctico –esto sí que era real– se desplazó de un escenario local –por decirlo así– a un escenario mundial, y allí también fuimos derrotados, excepto a los ojos del Tercer Mundo. Nunca dominamos el arte de plantear nuestras demandas frente a Israel en términos humanos, no se elaboró ningún discurso, no se usó ni se presentó ninguna estadística, no surgió ningún portavoz cualificado y perspicaz. Nunca aprendimos a hablar con un solo discurso, en lugar de varios discursos contradictorios. Recordemos los días inmediatamente anteriores y posteriores a la debacle de 1948, cuando personas como Musa al-Alami, Charles Issawi, Walid Khalidi, Albert Hourani, y otros como ellos emprendieron una campaña para informar sobre el caso palestino al mundo occidental, del cual Israel obtenía su principal apoyo. Ahora comparemos esos primeros esfuerzos, que pronto se desvanecieron debido a las luchas internas y la envidia, con el discurso oficial de la Liga Árabe, o el de uno o varios de los países árabes. Éste era (y, por desgracia, continúa siendo) rudimentario, mal estructurado, impreciso y no lo bastante meditado. En resumen, la tragedia palestina, desmañada hasta la vergüenza, especialmente en lo que se refiere al contenido humano mismo, era de una magnitud enorme, mientras que el argumento y el plan sionistas respecto a los palestinos resultaba absolutamente escandaloso. En claro contraste, el sistema israelí de información era eficaz y profesional en la mayoría de los casos, y casi siempre se imponía en occidente. Se reforzaba en lugares del mundo como África y Asia con la exportación de conocimientos agrícolas, tecnológicos y académicos, algo en lo que los árabes nunca se implicaron realmente. El hecho de que el discurso de los israelíes fuera un tejido de medias verdades es menos importante que el hecho de que fuera una creación destinada a promover una causa, una imagen y una idea acerca de Israel que marginaba a los árabes y que, en muchos sentidos, los deshonraba.
Bibliografía de consulta
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Notas
[1] Traducido del texto inglés titulado From the War for Palestine: Rewriting the History of 1948 , 2001. (Nota de la Redacción).
[2] Edward Wadie Said (Jerusalén, 1935-Nueva York, 2003), fue un activista por los derechos del pueblo palestino, crítico político y teórico literario. Fue autor y columnista de fama mundial y miembro del Consejo Nacional Palestino entre 1977 y 1991. Es autor de una gran cantidad de artículos y libros especializados, muchos de ellos traducidos al castellano, de los cuales podemos destacar los siguientes: Gaza y Jericó. Pax Americana , Editorial Txalaparta, Navarra, 1995; Palestina. Paz sin territorios , Editorial Txalaparta, Navarra, 2000; Cubriendo el Islam , Editorial Debate, Barcelona, 2005; Humanismo y crítica democrática , Editorial Debate, Barcelona, 2006; Orientalismo , Ediciones Debolsillo, Barcelona, 2007. En relación con el mismo autor, véase también Shelley Walia, Edward Said y la historiografía , Editorial Gedisa, Barcelona, 2004; Varios, El orientalismo al revés: homenaje a Edward W. Said , Editorial La Catarata, Madrid, 2007. (Nota de la Redacción).
[3] Véase Out of Place: a Memoir , Londres, 1999.
[4] En 1922, los británicos dividieron el Mandato británico de Palestina, al establecer el emirato semiautónomo de Transjordania en la orilla este del río Jordán, gobernado por el príncipe hachemita Abdalá I, aunque todavía bajo la administración de un alto comisionado británico. El mandato sobre Transjordania terminó el 22 de mayo de 1946; el 25 de mayo, el país se convirtió en el Reino Hachemita de Transjordania, con Abdalá I como primer Rey de Jordania. La orilla oeste del río Jordán fue la llamada Cisjordania, la cual permaneció bajo administración jordana desde 1948 hasta 1967, fecha en la que el territorio fue conquistado por Israel durante la Guerra de los Seis Días. Jordania no dejó oficialmente de reclamarlo hasta 1988. Hoy día se encuentra parcialmente bajo administración militar israelí y parcialmente bajo la Autoridad Nacional Palestina. (Nota de la Redacción).
[5] Nakba es un término árabe que significa “catástrofe” o “desastre”, y utilizado para designar al éxodo palestino (Nota de la Redacción).
[6] Moshé Dayán (1915-1981) fue Jefe del Estado Mayor del ejército israelí y ministro de Asuntos Exteriores. (Nota de la Redacción).
[7] Discurso pronunciado en el Instituto Israelí de Tecnología (Technion) de Haifa. Citado en el periódico Ha'aretz, 4 de abril de 1969.
[8] Para saber más sobre la presencia de comunidades judías en el mundo árabe y musulmán, véase Haim Zafrani, “ Los judíos del occidente musulmán ”, en revista Alif Nûn nº 44, diciembre de 2006. (Nota de la Redacción).
[9] En el año 1950 comenzaron en Bagdad ciertos actos terroristas: ante las reticencias de los judíos iraquíes en inscribirse en las listas de inmigración de Israel, los servicios secretos israelíes no dudaron, para convencerlos de que estaban en peligro, en arrojar bombas contra ellos. El ataque contra la sinagoga Shem-Tou causó tres muertos y decenas de heridos. Así comenzó el éxodo bautizado como “Operación Ali Baba”. Véase Roger Garaudy, Palestina, tierra de los mensajes divinos , Editorial Fundamentos, Madrid, 1987, págs
344-345. En este texto el autor cita las propias fuentes israelíes de donde obtiene la información, entre ellas el semanario israelí Ha´olam Hazeh o el mismo Tribunal de primera instancia de Tel Aviv. (Nota de la Redacción).
[10] En 1975, cuando comenzaron los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes libaneses por el control del Estado, la OLP se unió a las fuerzas del Movimiento Nacional Libanés , un grupo de distintos sectores libaneses de izquierdas. En 1982, después de una campaña de ataques cerca de la frontera entre Israel y el Líbano, el ejército israelí invadió el Líbano y expulsó a la OLP después de una larga guerra. (Nota de la Redacción).
Capítulo II
Recordándolo ahora, el conflicto dialéctico nacido a raíz de los acontecimientos de 1948 y de los cuales fue su consecuencia, aumentó de un modo sin parangón en cualquier otro lugar del mundo. Durante algún tiempo adoptó parte de la vehemencia y del protagonismo de la Guerra Fría, en cuyo contexto se desarrolló durante casi treinta años. Lo extraño fue que, al igual que durante los propios acontecimientos de 1948, no hubo verdaderos interlocutores palestinos hasta 1967, cuando la OLP comenzó a adquirir importancia. Hasta entonces sólo fuimos conocidos como los refugiados árabes que huyeron porque sus líderes así se lo dijeron. Seguiríamos sin ser tenidos en cuenta, incluso después de que las investigaciones de Erskine Childers y Walid Khalidi pusieran completamente en duda esas afirmaciones y demostraran hace treinta y ocho años la existencia del Plan Dalet [3]
Y lo que es peor, aquellos palestinos que permanecieron en Israel después de 1948 se encontraron especialmente aislados por su condición de israelíes árabes, rechazados por el resto de los árabes, sometidos al yugo de la administración militar de los judíos israelíes y, hasta 1967, a la estricta ley marcial que les fue impuesta y se les aplicó por no ser judíos. Lo extraño de este conflicto dialéctico, en comparación, digamos, con la guerra de propaganda entre americanos y japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, tal y como lo relató John Dower [4] , es que la campaña de desinformación israelí, al igual que el propio movimiento sionista, no dejó ningún resquicio para la existencia del oponente indígena, alguien cuya tierra, sociedad e historia simplemente le fueron arrebatadas sobre el terreno. Hemos sido en gran medida invisibles, excepto en algunas ocasiones, cuando surgíamos como fedayines y terroristas o, según una expresión que se empleaba, formando parte de las amenazantes hordas árabes que deseaban ahogar al joven Estado judío.
Uno de los aspectos más lamentables de esta situación es que incluso la palabra “paz” adquirió para los árabes un siniestro desagradable significado, justo en el momento en que los propagandistas israelíes la empleaban a la menor oportunidad. “Queremos la paz con los árabes”, solían decir, y, por supuesto, la repetición de esta frase bastaba para que Israel deseara fervientemente la paz, al contrario que los árabes, feroces, vengativos e inclinados a la violencia gratuita. Sin embargo, el asunto en cuestión entre israelíes y palestinos nunca fue la paz, sino la posibilidad de que estos últimos pudieran recuperar sus propiedades, su nacionalidad y su identidad, todas ellas borradas por el nuevo Estado judío. Además, a los palestinos nos parecía que la paz con Israel era una forma de exterminio que nos dejaba sin existencia política: significaba aceptar los acontecimientos de 1948, la pérdida de nuestra sociedad y nuestra patria, como algo definitivo e inapelable. Por lo tanto, cada vez más alejados de Israel y de todo lo que representaba, la idea de la separación entre los dos pueblos adquirió vida propia, a pesar de que significaba cosas diferentes para cada uno. Los israelíes la deseaban para vivir en un Estado puramente judío, libre del recuerdo y de la presencia de sus residentes no judíos. Los palestinos la deseaban como un modo de regresar a su primitiva existencia como los dueños árabes de Palestina. La idea de la separación ha operado de un modo constante desde 1948 y ahora ha alcanzado su apogeo y su conclusión lógica en unos acuerdos de Oslo completamente parciales y absolutamente inviables. Fueron muy escasos los momentos en que palestinos o israelíes trataron de concebir su historia y su cultura –para bien o para mal, estrechamente vinculadas– unidas, complementarias y asociadas, en lugar de pensar en términos de mutua exclusión. Resulta impresionante la absoluta distorsión de los puntos de vista acerca de la historia y del futuro que esta actitud ha traído consigo, y requiere que aquí mostremos algunos ejemplos y hagamos algunos análisis.
No creo que nadie pueda pensar honestamente que, desde 1948, los palestinos no hayan sido las víctimas y los israelíes los vencedores. Por mucho que tratemos de disfrazar o dulcificar esta afirmación bastante cruda, su verdad brilla en cualquier caso a través de las tinieblas. El argumento habitual de Israel y sus partidarios es que los propios palestinos se lo buscaron: ¿por qué se fueron? ¿por qué los árabes declararon la guerra? ¿por qué no aceptaron el plan de partición de 1947? y así sucesivamente. Debe quedar claro que nada de esto justifica la posterior conducta del Estado de Israel, tanto hacia sí mismo como hacia sus víctimas palestinas, donde ha prevalecido a lo largo de los años una crueldad extrema, una actitud inhumana y una falta de clemencia casi sádica a la hora de reprimir a los palestinos. La opinión habitual de los judíos, expresada con frecuencia por los israelíes, según la cual Israel está en serio peligro y los judíos siempre serán el objetivo de los antisemitas mientras éstos tengan una oportunidad, se refuerza apelando al Holocausto, a los siglos de antisemitismo cristiano y a la diáspora judía, y es un sentimiento poderoso y justificable en muchos sentidos. Yo he declarado públicamente que está justificado que los judíos –incluso los judíos americanos, cuyas experiencias no han sido tan traumáticas como las de sus correligionarios europeos– sientan la agonía del Holocausto como algo propio, incluso en el presente, pero sigo preguntándome si el uso de ese sentimiento puede servir como única justificación para mantener reiteradamente a los palestinos en un estado de sumisión más o menos constante. Además, ¿están justificados los exagerados (por no decir algo peor) discursos oficiales sobre la seguridad israelí, dado el miserable destino que han corrido los palestinos? El enorme número de soldados, las obsesivas y excesivas medidas antiterroristas, el encierro permanente de los palestinos, los interrogatorios, la justificación legal de la tortura desde hace doce años, la apuesta nuclear, biológica y química, la discriminación contra los israelíes palestinos, el terror y el desprecio, la belicosidad, y un largo etcétera, ¿acaso no son una especie de distorsión enorme en el modo de percibir y de vivir la realidad, todas ellas medidas basadas en y alimentadas por un separatismo extremo, por no hablar del sentimiento xenófobo según el cual Israel debe ser y debe permanecer a toda costa como un Estado judío en peligro, aislado y despreciado? Uno tiene la impresión de que el lenguaje y el discurso de Israel –hay excepciones, por supuesto– generalmente transmite un rechazo a encajar en la historia común de la región, excepto en esos términos de separatismo extremo.
Aquí nos encontramos con el análisis que hace Adorno [5] sobre las distorsiones del lenguaje en el dominado y el dominador:
“El lenguaje del dominador se vuelve contra los amos y rechaza servir a sus intereses, pues los amos, al buscar el poder, abusan del lenguaje para imponerse. El lenguaje de los sometidos, por su parte, ha sellado por sí solo la dominación, lo que además les priva de la justicia prometida a todos aquellos lo bastante libres como para expresarse sin rencor, con una voz no censurada e independiente. El lenguaje proletario está dictado por el hambre. Los pobres mastican las palabras para llenar sus vientres. Del espíritu objetivo del lenguaje esperan el sustento que la sociedad les negó; aquellos cuyas bocas están llenas de palabras no tienen nada más entre sus dientes. Por eso se vengan del lenguaje. Al estarles vedado amarlo, mutilan el cuerpo del lenguaje, y por eso, impotentes, repiten con fuerza la deformación que a ellos les infligieron.” [6]
La fascinante cualidad de este pasaje es la imagen de distorsión infligida al lenguaje, repetida, reproducida, introvertida e incapaz de proporcionar ningún sustento. Y así me parece que ha sido la interacción entre los discursos oficiales del sionismo y del nacionalismo palestino desde 1948. El primer discurso es el dominante, pero en el proceso retuerce el lenguaje para ponerlo al servicio de una serie interminable de tergiversaciones que no sirven a sus intereses (Israel es hoy más inestable, es menos aceptado por los árabes, y provoca más aversión y resentimiento). El segundo discurso emplea el lenguaje como un medio para compensar la insatisfacción provocada por el fracaso de su propia realización política. Durante años después de 1948, los palestinos han permanecido ignorados y han sido una ausencia deseada e impuesta en el discurso israelí, en el cual se han amontonado las imágenes de esta ausencia –el nómada, el terrorista, el fellah, el árabe, el fanático, etc. [7]. Por su parte, el discurso oficial de los palestinos ha afirmado plenamente su presencia, aunque se trate de una presencia que, en términos dialécticos, a quedado prácticamente anulada como poder político, de ahí que se exprese en un lenguaje como el del poema de Darwish, Sajjil Ana ‘Arabi [8] –“Estoy aquí, toma nota”– o mediante un boato ridículo que incluye guardias de honor y bandas de gaiteros que Yasir Arafat se permitió como jefe de Estado. A lo largo de los años, son las distorsiones del lenguaje las que han aumentado, y no el grado de realismo.
Este punto resulta difícil tratar de explicarlo, así que permítanme que lo formule de otro modo. La historia moderna de la lucha por la autodeterminación palestina puede considerarse como un intento de enderezar las perturbaciones en el modo de vida y en el lenguaje que han quedado grababas tan dramáticamente como consecuencia de 1948. La resistencia palestina siempre ha estado presente, y aunque es cierto que ha habido algunos avances aislados –la intifada y el vigor mostrado por la OLP antes de 1991 son dos de los más notables–, en general, la evolución ha sido más lenta que en el caso sionista, o incluso se ha retrocedido. Allí donde ha estado en juego la lucha por la tierra siempre hemos perdido con claridad, pues Israel, ya sea por medios violentos o pacíficos, ha impuesto su actual dominio sobre más y más tierra palestina. Por supuesto, aquí estoy hablando de soberanía, poder militar y asentamientos, y lo comparo con lo que yo llamaría “indicios de reacción” de los palestinos, tales como las múltiples tentativas dialécticas por afirmar la existencia de un Estado palestino, por negociar con Israel sobre las condiciones israelíes de seguridad (no sobre las palestinas), y el desorden general, el descuido y la despreocupación –ausencia de preparativos, mapas, expedientes, datos y estadísticas entre los negociadores palestinos en el proceso de Oslo– que ha caracterizado lo que sólo puede ser juzgado como una falta total de seriedad para enfrentarse con la realidad efectiva –en contraste con la retórica palestina– de las incautaciones.
Como ya dije antes, esto multiplica las perturbaciones provocadas por el estado previo de pérdidas e incautaciones: en lugar de rectificar, ellos dan lugar a nuevos trastornos, las perturbaciones se reproducen y sus amplios efectos se extienden a todos los niveles, desde la guerra hasta el aumento del número de refugiados, más propiedades abandonadas e incautadas, más frustración, más ira, más humillación, etc. Por esta razón continúa vigente la sorprendentemente apropiada e incluso impactante frase de Rosemary Sayigh, “demasiados enemigos” [9] –lo patético es que los palestinos, a raíz de un aumento del enfrentamiento dialéctico, incluso se han convertido en sus propios enemigos a través de una violencia inútil y autoinfligida.
Capítulo III
Para Israel y sus partidarios –especialmente los liberales occidentales– nada de esto ha importado mucho, a pesar de que han sido constantes el elogio a Israel y/o un silencio embarazoso y unánime cuando se ha perdonado a Israel por actuaciones normalmente no permitidas a ningún otro país. Una de las principales consecuencias de 1948 resulta irónica: dado que han aumentado los efectos de esas incautaciones altamente productivas (para Israel), la tendencia ha sido la de pasar por alto su origen y concentrarse en responder al “problema” en el presente, de un modo pragmático, realista y calculado. El actual proceso de paz sería impensable si los líderes palestinos no hubieran renunciado oficialmente a recordar –lo cual deploro– lo que les ocurrió desde 1948 en adelante. Y, sin embargo, ellos no podrían ocupar la posición que ocupan sin esa experiencia absolutamente real de pérdida y desposesión, vivida en detalle y con intensidad, de la cual 1948 es su origen y su símbolo permanente. Así, se genera una terrible dinámica por la cual, la revisión de nuestros errores y nuestros desastres se plantea a nivel colectivo sin la fuerza, las enseñanzas e incluso el recuerdo de nuestro pasado. Siempre nos encontramos en el punto de partida, buscando una solución ahora, como si ese mismo “ahora” pudiera soportar toda la carga de nuestras limitaciones históricas y nuestro sufrimiento humano.
Tanto en el caso israelí como en el palestino creo que existe una fractura esencial entre lo individual y lo colectivo, la cual resulta bastante llamativa, sobre todo en la medida en que lo colectivo es lo falso, tal y como dijo Adorno en cierta ocasión. Zeev Sternhell ha demostrado en su análisis histórico de la literatura sobre la fundación de Israel que la idea de lo colectivo ignorando cualquier noción de lo individual estaba muy arraigada en lo que él llama socialismo nacionalista de Israel [10] . Afirma que la iniciativa sionista buscó la conquista y la liberación de algo denominado de un modo casi místico como “la tierra”. A un nivel humano, el resultado fue la completa subordinación del yo individual a un yo colectivo, supuestamente representado por la nueva entidad judía, una especie de organismo supracolectivo en el cual las partes que lo constituyen resultan insignificantes frente al todo. Muchas de las instituciones del Estado, sobre todo la Histadrut y la Agencia Judía [11] , rechazaban cualquier cosa que pudiera sonar a individualismo o a iniciativa personal, pues nada importaba más que el supuesto bien colectivo. Así, para Ben Gurión, el nacionalismo estaba por encima de cualquier otra cuestión [12] . En consecuencia, un estilo de vida austero, el sacrificio personal y los valores de los pioneros constituían la esencia de la misión israelí. Sternhell rastrea con más detalle que nadie a quien yo conozca el tipo de complicaciones y contradicciones que esta visión trajo consigo –por ejemplo, a pesar de prevalecer una ideología de absoluto igualitarismo (a menudo conocida en el extranjero como “socialista”), los líderes y los militares de la Histadrut recibían un sueldo más alto que los agricultores, quienes, según una frase hecha, “estaban ganando la batalla a la tierra baldía”. Sin embargo, estas complicaciones y contradicciones no se plantearon hasta que Israel se convirtió en un Estado independiente. “La ideología de los pioneros, con sus principios fundamentales –conquista de la tierra, reforma del individuo y realización personal– no era una ideología para el cambio social; no era una ideología que pudiera fundar un Estado laico y liberal ni poner fin a la guerra contra los árabes. [13] ” Debe añadirse que esta ideología tampoco podría desarrollar una noción de ciudadanía, ya que fue concebida con el fin de crear un Estado para el pueblo judío, y no para sus ciudadanos en su condición de individuos. Por lo tanto, el proyecto del sionismo no sólo era este moderno Estado completamente nuevo sino, como Sternhell dijo, la negación absoluta de la diáspora.
Si mirásemos en los anales del baazismo, el nasserismo o el nacionalismo árabe en general, sería extremadamente difícil descubrir un verdadero interés por la noción de ciudadanía en la ideología o la práctica análogas al sionismo que dominaron entre los árabes en el periodo posterior a 1948. Muy al contrario, si acaso se produjo el reflejo exacto del corporativismo sionista, excepto que en el nacionalismo árabe no se da la mayor parte de ese exclusivismo étnico y religioso del nacionalismo judío. En sus aspectos básicos, el nacionalismo árabe es, por lo general, integrador y pluralista, aunque, como en el sionismo, se percibe un aire casi mesiánico y semiapocalíptico en las descripciones de sus principales textos (tanto del nasserismo como del baazismo) sobre el renacimiento, el nuevo individuo árabe, la aparición y el nacimiento de una nueva política, etc. Como indiqué antes, incluso en el énfasis en la unidad árabe que hace el nasserismo, uno siente que se ha perdido la esencia del individualismo y la iniciativa humanas y, del mismo modo, en la práctica, esta esencia simplemente no forma parte las prioridades de la nación en periodos de emergencia. Ahora, el aparato estatal de seguridad en los países árabes, el cual ya ha sido bien descrito por expertos, politólogos, sociólogos e intelectuales, resulta ser, en conjunto, una cuestión desagradable y lamentable; concibe el poder estatal como un monopolio represor y es coercitivo cuando se trata de asuntos relacionados con el bienestar general. Pero, una vez más, el escandaloso silencio en torno a toda la cuestión de qué significa ser ciudadano, y sobre el propio concepto de ciudadanía, implica ir más allá del servicio a la patria o de estar dispuesto a sacrificarse por un bien mayor. Respecto a la cuestión de las minorías nacionales, surgen ciertas ideas aquí y allá, pero nada en la práctica, debido al fantástico mosaico de identidades, sectas y grupos étnicos dentro del mundo árabe [14]. La mayoría de la literatura académica y científica que he leído sobre el mundo árabe –la mejor y la más reciente de la cual es crítica y muy de vanguardia– habla de clientelismo, burocracia, jerarquías patriarcales, notables, etc, pero, por desgracia, dedica poco tiempo a hablar sobre muwatana (ciudadanía) como una clave para entender el panorama de recesión sociopolítica y económica y de decadencia que ahora está teniendo lugar. En verdad, la obligación de rendir cuentas es algo que se han dejado al margen del planteamiento crítico casi por completo.
No soy el único que ha dicho, sin embargo, que una de las consecuencias más brillantes de 1948 es la aparición de nuevas voces críticas, aquí y allá, en los mundos árabe e israelí (incluidas sus diásporas) cuya visión es crítica e integradora a la vez. Con esto me estoy refiriendo a escuelas de pensamiento como la de los “nuevos historiadores” israelíes, a sus homólogos árabes, y a muchos de los más jóvenes especialistas occidentales en este campo de estudio, cuyo trabajo es abiertamente revisionista y políticamente comprometido. Quizá hoy en día sea posible hablar del inicio de un nuevo ciclo en el que la lógica de la segregación y el separatismo ha llegado a una especie de punto de saturación, y un nuevo proceso podría estar dando comienzo, vislumbrado aquí y allá, dentro del angustiado repertorio de comunitarismo que por ahora todo árabe y judío que reflexione siente en cierto modo como su último refugio. Por supuesto, es cierto –y es una obviedad decirlo– que, como consecuencia de 1948, los sistemas estatales de la región han hecho lo único que podían hacer, es decir, ofrecer lo que pretende ser una especie de espacio político homogéneo para gente que tiene algo en común como los sirios, los jordanos, los israelíes, los egipcios, etc. Los palestinos han aspirado y continúan aspirando a un grado de semejante de identidad con su tierra, a cierta unidad de la nación, ahora dispersa, con su territorio de origen. Sin embargo, la dificultad para aceptar al otro permanece en el sionismo, el nacionalismo palestino, y el nacionalismo árabe y/o islámico. Por decirlo de algún modo, existe una presencia del otro, irreductible y heterogénea, que siempre debe ser tenida en cuenta pero que, desde los acontecimiento de 1948 y como consecuencia de los mismos, se ha vuelto cada vez más problemática y menos deseable.
¿Cómo mirar entonces hacia el futuro? ¿Cómo luchar y trabajar por él, si todos los proyectos –tanto los separatistas o los que proponen la eliminación del otro como los que pretenden volver al Antiguo Testamento o a la época dorada del Islam– simplemente no bastan ni son eficaces? Lo que deseo proponer es un intento para desarrollar la aparición de una estrategia política e intelectual basada en una paz y una coexistencia justas, basadas a su vez en la igualdad. Esta estrategia se apoya en tomar plena conciencia de lo que fue 1948 para los palestinos y los israelíes, en el sentido de que expurgar el pasado y quitarle importancia a sus efectos no puede estar al servicio de ningún tipo de futuro decente. Quiero sugerir aquí la necesidad de un nuevo modelo de sociedad, el cual facilite una visión crítica del discurso ideológico y sea compatible con un verdadero concepto de ciudadanía y con una auténtica política democrática.
No debemos concebir la historia de ambos pueblos como separadas desde un punto de vista ideológico, sino unidas y complementarias. En este momento, ni la historia palestina ni la israelí son nada en sí mismas, la una sin la otra. Al hacer esto, tarde o temprano nos enfrentaremos al hecho de que las pretensiones sionistas son básicamente incompatibles con la expulsión de los palestinos. La injusticia cometida contra los palestinos resulta fundamental en la historia de ambos pueblos, pues también es el resultado del antisemitismo occidental y del Holocausto.
La construcción de lo que Raymond Williams [15] denominó una identidad mixta emergente, se basa en esa historia compartida y común, pero también en los aspectos irreconciliables y antinómicos. Lo que tendremos entonces será una conciencia de Palestina/Israel superpuesta y necesariamente sin resolver, pero forjada través de su historia y no a pesar de ella.
También se requiere la exigencia de unos derechos e instituciones basados en una idea común de ciudadanía, y no en el exclusivismo étnico o religioso, los cuales deberían culminar en la creación de un Estado único y un nuevo planteamiento global de la Ley del Retorno [16] y del regreso de los palestinos. La idea de ciudadanía debería estar basada en una coexistencia justa y solidaria y en la eliminación gradual de las diferencias étnicas.
El papel fundamental de la educación, con un énfasis especial en el Otro, es un proyecto a muy largo plazo en el que las comunidades de la diáspora o del exilio y los grupos de investigación deben jugar un papel central. En la actualidad hay al menos dos o quizá más modelos de investigación enfrentados. En su favor hay que decir que todos estos modelos reconocen el estado transitorio de las investigaciones sobre Israel/Palestina, su carácter precario, en rápida evolución, aunque fragmentario y desigual.
Por supuesto, el objetivo ideal sería que los expertos y los intelectuales activistas alcanzaran un consenso sobre la necesidad de un nuevo modelo integrador que reorientaría las energías dispersas y en conflicto, con la cuales todos hemos tenido que batallar, hacia vías de colaboración más fructíferas. Pienso que esto no puede tener lugar sin cierto acuerdo de base, un pacto o compromiso cuyas líneas maestras deberían aceptar en primer lugar que la historia del Otro resulta válida pero también está incompleta tal y como se presenta habitualmente y, en segundo lugar, deberían admitir que, a pesar de la oposición entre ambas comunidades, éstas sólo pueden continuar su marcha juntas y no separadas, en un marco más amplio basado en la idea de igualdad para todos. Por supuesto, se trata de un objetivo laico y en ningún caso religioso, y creo que necesita cobrar ímpetu gracias a exigencias de carácter secular, y no religiosas o exclusivistas. La secularización requiere desmitificación, coraje y una actitud necesariamente crítica hacia uno mismo, la sociedad y los demás. Pero también requiere un discurso de emancipación y tolerancia para todos, y no sólo para nuestra propia comunidad.
A aquellos que ponen en duda todo esto y lo califican de utópico y poco realista, simplemente les diría: mostradme qué otra opción resulta factible en la actualidad. Mostradme un proyecto de segregación que no esté basado en la memoria mutilada, la injusticia permanente, el conflicto absoluto o el apartheid. No existe ni uno siquiera, de ahí el valor de lo que he tratado de resumir aquí.
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Notas
[1] Traducido del texto inglés titulado From the War for Palestine: Rewriting the History of 1948 , 2001. Segunda parte del artículo publicado con el título “Las consecuencias de 1948 (I) ”, en la revista Alif Nûn nº 59, abril de 2008. (Nota de la Redacción).
[2] Edward Wadie Said (Jerusalén, 1935-Nueva York, 2003), fue un activista por los derechos del pueblo palestino, crítico político y teórico literario. Fue autor y columnista de fama mundial y miembro del Consejo Nacional Palestino entre 1977 y 1991. Es autor de una gran cantidad de artículos y libros especializados, muchos de ellos traducidos al castellano, de los cuales podemos destacar los siguientes: Gaza y Jericó. Pax Americana , Editorial Txalaparta, Navarra, 1995; Palestina. Paz sin territorios , Editorial Txalaparta, Navarra, 2000; Cubriendo el Islam , Editorial Debate, Barcelona, 2005; Humanismo y crítica democrática , Editorial Debate, Barcelona, 2006; Orientalismo , Ediciones Debolsillo, Barcelona, 2007. En relación con el mismo autor, véase también Shelley Walia, Edward Said y la historiografía , Editorial Gedisa, Barcelona, 2004; Varios, El orientalismo al revés: homenaje a Edward W. Said , Editorial La Catarata, Madrid, 2007. (Nota de la Redacción).
[3] Véase Khalidi, Walid, “Plan Dalet: Master Plan for the Conquest of Palestine”, en Middle East Forum, 37(9), 22-28, noviembre de 1961; Erskine Childers, “The Other Exodus”, en The Spectator, Londres, 12 de mayo de 1961.
Walid Khalidi, historiador palestino, introdujo una tesis en 1961 según la cual el éxodo palestino fue planeado por adelantado por la dirección sionista: el llamado Plan Dalet, ideado por el alto comando de Haganah en marzo de 1948, que estipuló, entre otras cosas, que si los palestinos en las aldeas controladas por las tropas judías se oponían a su marcha, deberían ser expulsados por la fuerza. El plan Dalet estaba dirigido a establecer la soberanía judía sobre la tierra asignada a los judíos por los Naciones Unidas (resolución 181), y para preparar la tierra para la inminente invasión de Palestina por los estados árabes, después del establecimiento inminente del estado de Israel. Khalidi y Childers también juzgan falsa la acusación de que los líderes árabes hicieran llamamientos por radio a los árabes de Palestina para que éstos abandonaran sus tierras. Es más, consideraron que esto había sido una estrategia de desinformación por parte de las autoridades israelíes. Los autores afirman que los discursos de políticos árabes señalados por las fuentes israelíes no hubieran tenido ningún efecto sobre la población sin la radio, el único medio de comunicación de masas del momento. Por ello, revisaron las retransmisiones de radio del año 1948 en Palestina, a partir de los archivos de la BBC en Chipre (el más importante archivo radiofónico palestino de la época). En ellos no encontraron una sola llamada al éxodo por parte de los líderes árabes y en cambio sí encontraron declaraciones de estos mismos líderes emplazando a la población árabe a quedarse en Palestina. (Nota de la Redacción).
[4] Véase John Dower, Embracing Defeat: Japan in the Wake of World War II, Norton & Company, 1999.
[5] Theodor Adorno (1903-1969) fue un filósofo, sociólogo y psicólogo alemán de origen judío y uno de los más importantes representantes de la Escuela de Frankfurt, de la teoría crítica y de la filosofía marxista. (Nota de la Redacción).
[6] Theodor Adorno, Minima moralia. Reflections from damaged life, Londres, 1974, p. 102.
[7] Entre los muchos ejemplos de esa ausencia de los palestinos en el discurso oficial israelí podemos citar las declaraciones de Golda Meir –primera ministra de Israel entre 1969 y 1974– al Sunday Times, el 15 de junio de 1969: “El pueblo palestino no existe [...] No es como si hubiéramos venido a expulsarlos y a ocupar su país, es que no existen.” (Nota de la Redacción).
[8] La traducción del título del poema en castellano sería “toma nota, soy un árabe”. Mahmud Darwish es un poeta palestino nacido en Acre en 1941 y uno de los literatos más reconocidos dentro del mundo árabe actual. Una buena parte de su obra ha sido publicada al castellano, dentro de la cual podemos destacar: Poesía escogida (1966-2005) , Pre-Textos, Valencia, 2008; El fénix mortal , Cátedra, Madrid, 2000; Estado de sitio , Cátedra, Madrid, 2002; Menos rosas , Hiperión, Madrid, 2001; El lecho de una extraña , Hiperión, Madrid, 2005; Mural, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 2003; Memoria para el olvido , Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 1997; Once astros , AECI, Madrid, 2000. (Nota de la Redacción).
[9] Véase Rosemary Sayigh, Too Many Enemies: The Palestinian Experience in Lebanon , Zed Books, Londres, 1994.
[10] Véase Zeev Sternhell, The Founding Myths of Israel: Nationalism, Socialism, and the Making of the Jewish State, Princeton Univ. Press, 1999.
[11] La Histadrut era una especie de organización sindical que impartía una fuerte formación ideológica y servía como empresa comercializadora de productos y de adquisición de tierras. La Histadrut se hacía cargo de los recién llegados. Les buscaba trabajo y alojamiento, pero también se ocupaba de la puesta en marcha de las explotaciones agrícolas, como el kibbutz o el moshav. Lograba precios más ventajosos para sus productos y podía ofrecer cantidades inusitadas en Palestina por las tierras en que estaba interesada. La Agencia Judía (en hebreo sojnut) fue una organización gubernamental judeo-sionista creada en 1923 con el objetivo de ejercer como representante de la comunidad judía palestina durante el Mandato Británico de Palestina. Recibió reconocimiento oficial en 1929. Su denominación en la etapa del Mandato (1921-1948) fue Agencia Judía para Palestina. A partir de los años treinta se convirtió en el gobierno de facto de la población judía palestina, cuyos líderes eran elegidos por todos los judíos del mandato. Fue la matriz del futuro gobierno israelí proclamado en 1948. Tras la proclamación del Estado de Israel pasó a denominarse Agencia Judía para Israel y se convirtió en un órgano gubernamental encargado de la inmigración judía hacia Israel ( aliyá ).Véase David Solar, “ El nacimiento de Israel (I) ”, en revista Alif Nûn nº 59, abril de 2008. (Nota de la Redacción).
[12] Para comprender hasta qué punto la importancia de la nación estaba por encima del individuo, podemos citar las palabras que pronunció Ben Gurión el 7 de diciembre de 1938: “Si supiera que es posible salvar a todos los niños judíos de Alemania llevándolos a Inglaterra, o sólo a la mitad de ellos dirigiéndolos a Erezt Israel, yo escogería la segunda opción.” Véase Yoab Gelder, “Zionist Policy and the Fate of European Jewry (1939-1942)”, en Yad Vaskem Studies, Jerusalén, vol. XII, p. 199. (Nota de la Redacción).
[13] Zeev Sternhell, ob.cit.
[14] Para más información sobre la diversidad étnica y religiosa dentro del mundo árabe, véase Haim Zafrani, “ Los judíos del occidente musulmán ”, en revista Alif Nûn nº 44, diciembre de 2006; Joseph Maila, “Los árabes cristianos: del ‘problema de Oriente’ a la reciente situación política de las minorías”, en revista Alif Nûn nos 56 (enero de 2008) y 57 (febrero de 2008). (Nota de la Redacción).
[15] La gran originalidad de este autor consiste en que abordó sus investigaciones desde una perspectiva “marxista culturalista”, siendo muy consciente de las implicaciones de la cultura en los procesos históricos y el cambio social. Williams se conformó como un “marxista de la subjetividad” cuyo interés fue introducir en el pensamiento de dicha línea la centralidad de la conciencia, de la acción orientada por los valores, en oposición al “marxismo de la objetividad”, que atribuía el cambio social a una serie de fuerzas ajenas a la voluntad consciente de los hombres. (Nota de la Redacción).
[16] Esta ley de 1950, todavía vigente, otorga a todo judío, quien quiera que sea y provenga de donde provenga, el derecho a establecerse en Israel y adquirir la ciudadanía israelí. (Nota de la Redacción).
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