martes, 16 de noviembre de 2010

Žižek y las nuevas tareas de la izquierda radical


LLUIS ROCA JUSMET
http://textosdezizek.blogspot.com/
La izquierda, plantea Žižek, vive una de las peores crisis de su historia. Una de las causas es la incapacidad para enfrentarse con su propio trauma, que es el estalinismo. La izquierda no tiene una teoría de lo que fue el estalinismo, prefiere correr un tupido velo y esto la lleva a veces a utilizar el lenguaje de la derecha liberal para explicarlo. Hay en el estalinismo, dice Žižek, algo enigmático y desconocido. El estalinismo tiene algo de verdad, la de la Revolución de Octubre. Es un discurso perverso a través del cual habla el Gran Otro de la Historia. Nos convertimos en el objeto de goce de este Gran Otro, en su instrumento. Hay también un retorno de lo reprimido, que es la muerte de la Revolución de Octubre. Lo reprimido vuelve contra todo el mundo. Aquí no hay chivo expiatorio, todos son culpables y cualquiera puede ser eliminado. Es algo totalmente diferente del nazismo, que es un discurso paranoico, centrado en la figura del chivo expiatorio, en la violencia irracional desencadenada contra éste. El estalinismo no contiene lo que el nazismo tiene de simulacro, de mentira, de espectáculo.

La primera opción que Žižek critica es, por supuesto, la de la izquierda liberal, la de la Tercera Vía, que viene a ser una alternativa de gestión del tardocapitalismo globalizador. Žižek le reconoce una coherencia al plantear un capitalismo con rostro humano y defender mejoras dentro del propio sistema. Pero la paradoja es que, al someterse a las reglas del capitalismo universalista sin defender los intereses de ningún grupo en particular, puede convertirse en el mejor gestor del sistema y defender su funcionamiento global mejor que la propia derecha. En esta línea, Žižek critica la falsa consistencia de este universalismo, en nombre del cual Rawls plantea su teoría de la justicia y Rorty sus reglas formales para salvaguardar el espacio privado de la autocreación individual. No hay individuos racionales que actúen en función de sus intereses racionales como base del contrato social. Porque estos individuos racionales, no mediados ni por el deseo ni por la fantasía, no existen. Tampoco pueden existir esas reglas formales que se convierten en ley universal (Rorty). Todas las reglas, cualquier ley, están impregnadas de goce, que es el alimento del superyó. El deber es una obscenidad, no hay ley universal que no sea patológica.

La segunda opción es la marxista-leninista dogmática (muy bien representada en el trotskismo), la cual mantiene un viejo discurso que considera que el proletariado aún posee la homogeneidad que ha perdido, y que el movimiento obrero mantiene una acción revolucionaria reiteradamente traicionada por sus dirigentes. Sus análisis ocultan su incapacidad para entender el presente y para ofrecer nuevas alternativas, ya que se basa en análisis superados y en posturas históricamente derrotadas. Los marxistas-leninistas se convierten así en una secta que mantiene una especie de fetichismo acerca de la clase obrera y su potencial revolucionario. Entrarían dentro de lo que Lacan llamaba el “narcisismo de la cosa perdida”.

Estamos, por lo tanto, si nos ceñimos a estas dos opciones de la izquierda que constituyen un callejón sin salida, obligados a elegir entre unos principios sin oportunidad o un oportunismo sin principios. Žižek entra más a fondo en el análisis de las otras dos opciones que se presentan como renovadoras de la izquierda. Una sería la propuesta que plantea nuevas salidas a este impasse, y que es la que recogen Toni Negri y Michael Hardt en el libro Imperio. Estos autores consideran que en la fase actual del capitalismo (que, según ellos, tiene por una parte un carácter corporativo y, por otra, está dominado por el trabajo inmaterial) se dan las condiciones objetivas para una superación del capitalismo. Lo único que se necesitaría son dos condiciones: la primera es socializar este capitalismo corporativo, transformando en propiedad pública lo que es propiedad privada; y la segunda sería consolidar este trabajo inmaterial, que implica en sí mismo un dominio espontáneo de los productores, porque son ellos mismos los que regulan directamente estas relaciones sociales. Pero Žižek cuestiona que podamos interpretar estas formas de trabajo inmaterial en un sentido autogestionario, y que este capitalismo que los autores anteriores llaman “corporativo” signifique una politización de la producción. Antes bien, Žižek entiende este doble proceso en sentido contrario, como una despolitización total.



Las reivindicaciones que exigen Negri/Hardt al Estado (renta básica, ciudadanía global, derecho a la reapropiación intelectual) son una modalidad del discurso histérico, que lo que hace es pedir al Amo demandas imposibles de cumplir. La última crítica se dirige al nuevo sujeto político que nos plantean estos autores, y que es la Multitud. La Multitud, como nuevo sujeto revolucionario, es definida retóricamente como la multiplicidad singular de un universal concreto, la carne de la vida, la pura potencialidad de un conjunto amorfo que adquiere forma en la acción. Sería, para entendernos, la gente que sale a la calle para manifestarse contra la globalización o contra la Guerra de EEUU en Irak. Žižek señala que hay aquí una idealización del término, que elimina la ambivalencia originaria de la propuesta inspirada en Spinoza, quien señalaba también el peligro de esta multitud, que podía transformarse en una turba violenta e irracional unificada por el Líder. Al eliminar esta vertiente negativa, lo que señalan ambos autores es únicamente el aspecto que, en virtud de la diversidad de sus miembros, presenta la Multitud como resistencia colectiva flexible. Pero esta resistencia colectiva, nos advierte Žižek, tampoco puede transformarse en un trabajo político positivo, debido a la ambigüedad de la propuesta que conlleva esa misma diversidad (como ejemplo de disolución de una multitud flexible, Žižek recuerda su experiencia dentro de la oposición política al socialismo real). Žižek señala también las limitaciones del movimiento antiglobalización. La acción directa como resistencia acaba haciéndole el juego al Sistema, porque no propone alternativas políticas. No podemos tampoco entender la lucha de la izquierda como un conjunto de luchas parciales. Es necesario plantear una alternativa global.

La cuarta postura es lo que Žižek denomina la política pura, representada por teóricos como Alain Badiou y Ernesto Laclau. Su alternativa es lo que ellos denominan la democracia radical, cuya lógica se enfrenta necesariamente a la del capitalismo globalizador. Aquí Žižek cuestiona la necesidad de mantener las reglas formales de la democracia, que él considera parte de lo que llama la “farsa liberal”. ¿Por qué hay que respetarlas?, se pregunta. Lo que plantean estos autores es que hay que mantener el valor de la democracia, que es el de transformar al enemigo en adversario, es decir, no en alguien a quien destruir sino en un oponente a mantener. Se trata de compartir los principios ético-políticos de la democracia. La alternativa se plantea en términos de política pura, con una demanda incondicional de igualdad, que como tal sería anticapitalista porque entraría en contradicción con el sistema, pero que no cuestionaría su esfera básica, que es la de la economía capitalista. Por eso, Žižek plantea que en última instancia es necesario criticar el capitalismo y su forma política, que es la democracia liberal parlamentaria. No podemos considerar que esta forma política, producto de un sistema socioeconómico, vaya a acabarse con éste.


Hay que cuestionar explícitamente la estructura económica del capitalismo, afirma Žižek, y la forma del capitalismo, que es la lucha de clases. Las luchas culturales eluden este antagonismo principal y radical. Hay que volver a la economía política en el sentido en que era reivindicada por Marx, en lugar de permanecer en la esfera exclusiva de la política o de la economía, aunque es ésta la que desempeña el papel central. Hay que mantener la lucha socialista global contra el capitalismo, pero planteando la lucha en los términos de la etapa actual del capitalismo de mercado global. Para ello hay que repensar la izquierda, pero asumiendo sus propios traumas. El trauma, como sabemos por el psicoanálisis, viene dado por lo insoportable. La izquierda no puede negar lo peor de su historia, tiene que asumirlo, explicarlo y aprender de sus errores.

Žižek plantea que hay que repensar la izquierda asumiendo el trauma de lo insoportable de su propia historia. Hay que oponerse al discurso del Amo, sea en su versión autoritaria o en la versión actual del discurso universitario, que como hemos comentado es el discurso de la élite dirigente de los expertos. También hay que oponerse al discurso histérico, que consiste en exigir al Amo, es decir, al Estado, reivindicaciones que es imposible que nos proporcione. La cuestión es cómo se haya de concretar este discurso alternativo. Hay que luchar por mantener un espacio vacío que posibilite lo diferente, lo que podríamos llamar el Acontecimiento, que es lo único que puede posibilitar una transformación radical. En este sentido, Žižek nos advierte que aunque los viejos regímenes comunistas (cuya única supervivencia es Cuba) tengan un contenido positivo que puede ser peor en ciertos aspectos que el del propio capitalismo, hay que reconocer que han abierto un espacio diferente del que nos ofrece éste. Han abierto nuevas posibilidades, aunque hayan resultado fallidas.

La democracia es paradójica: es posible por su imposibilidad, es una ficción simbólica que supone que todos somos sujetos para el otro. En la democracia parlamentaria de tipo liberal que vivimos, hay unas elecciones en las que suspendemos el orden jerárquico, las relaciones de poder. Hacemos como si fuéramos todos iguales, pero su resultado depende de un mecanismo cuantitativo de contabilización en el que dominan las anécdotas, la publicidad y la manipulación. Es decir, la irracionalidad, el azar. Pero esta ficción, como la de los derechos humanos, tiene eficacia simbólica, funciona en la medida en que hacemos como que nos la creemos.

En contra de los posibilismos estrechos de la izquierda liberal hay que recuperar el gesto de Lenin, continúa Žižek, un gesto que consiste en defender que la alternativa de la izquierda pasa por plantear lo que es imposible según los parámetros establecidos por la ideología dominante. Hay que arriesgarse, si queremos salir del marco de lo establecido. Pero Žižek considera, también con Marx, que es reaccionaria toda posición nostálgica. En este sentido, no propone oponerse a la globalización en nombre de particularismos nacionales. La lógica del capitalismo global es genuinamente multiculturalista, y no representa el dominio de una cultura a nivel mundial (en este sentido, el neoconservadurismo americano es expresión de intereses particulares). De lo que se trata, plantea, no es de oponerse a la globalización sino de radicalizarla, es decir, universalizarla. Y para ello hay que luchar contra las exclusiones que conlleva esta globalización capitalista.



Universalizar la globalización no es plantear la hegemonía de una particularidad, como podría ser la europea. (Aquí vale la pena leer el artículo de Immanuel Wallerstein sobre el universalismo universalista contra el universalismo europeo). Es cierto que la universalidad es necesariamente una hegemonía, pero ésta es diferente de las otras, porque es la hegemonía de lo abyecto. Lo que esto quiere decir es que, mientras la supuesta universalidad crea formas de segregación, son los excluidos los que muestran el fracaso de esta universalidad y, por tanto, los que representan la posición de verdad de la universalidad. El ejemplo histórico es el Demos griego, la voz de los excluidos que no formaban parte de las clases dominantes y que introdujeron la universalidad de la ciudadanía en la Polis. O la del Tercer Estado francés ante las jerarquías establecidas de la nobleza y la Iglesia. No podemos identificar el significante democracia, por usar la expresión de Žižek, con el sistema parlamentario ni con unas reglas formales, porque si lo hacemos desde la izquierda estamos desperdiciando nuestro propio patrimonio, nuestra propia tradición. Vale la pena reivindicar aquí aportaciones como la de Jacques Rancière (al que Žižek se refiere a menudo). Pero justamente hay que reivindicar la democracia como el movimiento de los sin-parte, de los excluidos, tal como plantea Rancière.

El capitalismo se presenta como lo universal en cuanto a igualdad de derechos. Marx detecta la fisura del capitalismo, ya que todo universal tiene una excepción que lo niega. La igualdad formal, la libertad formal que formula el capitalismo es negada por el obrero, ya que su libertad es la que le encadena al capitalista, pues él es simplemente una mercancía. Lo que hay que hacer entonces, y aquí hay que eliminar la ambigüedad del propio Žižek, es reivindicar la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Algunos de estos derechos son compatibles con la lógica del capitalismo (derecho a la propiedad y algunas libertades individuales) y otros van directamente contra su lógica (los derechos sociales). Luchar por ellos es luchar contra la lógica del sistema, y cada victoria permite mejorar este mundo.

En contra de los nacionalismos hay que recuperar lo universal (lo que nos une) y lo singular (lo propio de cada uno) como la mejor herencia de la Ilustración radical. La denuncia de lo privado que plantea Kant frente a lo público pasa por considerar como lo privado este narcisismo de las pequeñas diferencias, del que se nutre el nacionalismo.

Žižek critica la falta de consistencia de las viejas alternativas de izquierdas y, al mismo tiempo, de las luchas dispersas y múltiples de los altermundistas y culturalistas. Es necesaria una alternativa y un trabajo político global, que plantean nuevamente la necesidad del partido que organice y centralice políticamente las luchas. Por otra parte, existen experiencias alternativas como las comunidades de hackers o lo que se llama luchas estético-políticas. Finalmente, las experiencias de las favelas en sus luchas de supervivencia y solidaridad nos hacen pensar en un nuevo proletariado que no tiene nada que perder.

Žižek tiene contradicciones y se equivoca, pero creo que nos da las claves del puzzle que en estos momentos la izquierda radical debe plantear:
1) Recuperar la lucha de clases como la principal vía emancipadora. La necesidad de organizar políticamente esta lucha a través de un partido, ya que este combate es global. El enemigo es el capitalismo.
2) Reivindicar la emancipación desde una concepción democrática no liberal, que dé la palabra a los excluidos.
3) Defender una globalización de derechos y de oportunidades en la que cada cual pueda desarrollar su singularidad. Crítica de los nacionalismos y particularismos.
4) Potenciar experiencias alternativas a las que genera la lógica del sistema.

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