miércoles, 25 de mayo de 2011

25 de Mayo de 1810: ¿Golpe pro-británico o revolución democrática?


En estos días en que se celebra un nuevo aniversario del 25 de Mayo de 1810 puede ser útil reflexionar aquel acontecimiento, su naturaleza histórica, sus protagonistas.

La versión tradicional difundida por la Historia Oficial (es decir, la fundada por Mitre y divulgada por los historiadores liberal-conservadores) responde a una interpretación elitista, anti-latinoamericana y especialmente pro-imperialista, que resulta muy nociva para nuestras luchas de liberación. Sus rasgos principales son los siguientes: l) Se trataría de una revolución separatista, profundamente antihispánica y pro-británica; 2) Habría sido impulsada por “la gente decente” de Buenos Aires, es decir, los ricos señorones, dueños de esclavos, reunidos en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, siendo escasa o nula la presencia popular; 3) Su objetivo fundamental residiría en abrirse al comercio con los ingleses, trabado por el monopolio español; 4) Su programa estaría dado por “La Representación de los Hacendados”, documento redactado por Mariano Moreno y presentado al Virrey, a favor del comercio libre, en 1809; 5) Sería -aunque no demasiado- un movimiento “argentino” pues French y Berutti habrían repartido cintas celestes y blancas en los días previos al 25; 6) Las ideas de esta revolución habrían sido difundidas por los soldados ingleses que, derrotados después de las invasiones de 1806 y 1807 y teniendo a la ciudad por cárcel, concurrían a las reuniones de la clase alta porteña, donde persuadían acerca de las bondades de la libertad y la democracia; 7) El movimiento tendría dos protectores: uno, Lord Strangford, el cónsul inglés en Río de Janeiro, que apoyaba y brindaba sugerencias a los revolucionarios del Plata, y años más tarde, George Canning, el primer ministro inglés, quien procedió a reconocer nuestra independencia. Esta versión se completa sosteniendo que a partir de ese día de mayo, dejamos atrás un oscuro período de superstición, indolencia y autoritarismo, para recibir una avalancha de ideas y mercaderías inglesas que nos modernizaron, sacándonos de la modorra colonial y conectándonos con el mundo del progreso, aunque nuestras masas bárbaras siempre se manifestaron renuentes a ingresar a esa “civilización”.

Como se comprende, “este” 25 de mayo responde a la visión de la burguesía comercial del puerto de Buenos Aires. Se trataría de un mero golpe oligárquico y antinacional y por tanto, carecería de sentido convocar a alumnos y maestros en las escuelas para conmemorarlo sino, más bien, habría que repudiarlo. Por el contrario, se festeja su efemérides –aunque enmascarando los propósitos de dominación con frases edulcoradas- pues, tal como se lo presenta, sirve para legitimar las políticas de apertura económica, los proyectos elitistas, la simpatía por los anglosajones, así como la mirada desde Buenos Aires puesta en Europa o Estados Unidos dando la espalda al resto de América Latina.

El lector pensará, seguramente, que esta versión debe haber sido superada ampliamente por las nuevas investigaciones históricas y que habrá quedado reducida a alguna revistita infantil para nenes medio tontuelos. Efectivamente, debería ser así, pero resulta que –con algunos agregados interdisciplinarios que remozan la vieja versión- aún hoy prevalece en los diversos niveles de la enseñanza.

Ello no impide que algunos niños inteligentes y algunos universitarios con vocación histórica formulen algunas dudas: ¿Por qué, si la revolución era independentista, no declaró la independencia sino que la proclamó recién 6 años después, en condiciones mundiales mucho más desfavorables que las de 1810? ¿Cómo es posible que los miembros de la Primera Junta de Mayo jurasen por Fernando VII? ¿Si el movimiento nacía “por odio a España”, como señala Mitre en las primeras páginas de su biografía de San Martín, por qué dos españoles (Matheu y Larrea) integraban la Primera Junta? ¿Como es esto de que ningún testigo vió las cintas celestes y blancas de que habla Mitre, sino, en cambio, cintas blancas, los primeros días, en señal de paz y cintas rojas, el 25, amenazando sangre? ¿Cuál es la razón por la cual la bandera española continuó flameando en el Fuerte y otras instituciones oficiales hasta 1814? ¿Qué explicación hay que darle al regreso de San Martín –un “gallego” que estuvo en España desde los 6 hasta los 33 años y dio 30 batallas como militar español– para venir al Río de la Plata a sumarse a una revolución antiespañola? ¿Eran enemigos de España los hombres de Mayo, a pesar de que casi todos ellos tenían padres españoles e incluso desempeñaban cargos en la burocracia estatal? Los historiadores discípulos de Mitre han intentado, de una u otra manera, responder a algunos de estos interrogantes, con argumentos que si resultaban más o menos aceptables en 1880, hoy deben ser calificados de pueriles. Por ejemplo: San Martín volvió en 1812 porque “recibió un llamado de las fuerzas telúricas” o tuvo nostalgias de los pajaritos y los árboles de su Yapeyú natal, donde solo vivió cuatro años. Otra es más conocida y logró hacer camino: la jura por Fernando VII era solo “una máscara” para evitar que España se diera cuenta del propósito de los revolucionarios y los reprimiera. Hoy, las ciencias sociales, han avanzado lo suficiente como para explicar que ningún grupo revolucionario llegado al poder puede jurar por la contrarrevolución, pues si así contenta al enemigo, en cambio, enfrenta a su base social, que se ocupará bien pronto de derrocarlo por traidor. O a la inversa, si su base social sabe que se trata de una picardía, es un secreto a voces que también conocen los enemigos y carece de sentido instrumentarlo.

Abandonemos, pues, esta versión por insuficiente y esperemos que los maestros e historiadores se decidan a polemizar sobre el tema, para encontrar la verdad y para que los alumnos no se aburran con fábulas inconsistentes.

La revolución desde otra óptica

Juan Bautista Alberdi sostuvo, en sus “Pequeños y grandes hombres del Plata”, una posición distinta a la que hemos reseñado. Pero, como se sabe, Alberdi, en sus años altos, tuvo el coraje de enfrentar a la oligarquía mitrista -especialmente definiéndose a favor del Paraguay en la Guerra de la Triple Alianza- de manera tal que sus ideas han sido condenadas por la cátedra y la Academia. Veamos, sin embargo, su planteo: La Revolución de Mayo “es un detalle de la Revolución de América, como ésta es un detalle de la revolución de España, como ésta lo es de la Revolución Francesa y europea” (“Pequeños y grandes hombres del Plata”, edit. Fernández Blanco, Bs As, 1962, página 64). Es decir, se trataría, en todos los casos, -no de revoluciones separatistas, independentistas – sino de revoluciones democráticas, por la libertad y los derechos del hombre, la división de poderes, etc., dirigidas contra el absolutismo, la monarquía, la Inquisición, la esclavitud, los tributos serviles, etc.

En principio, pues, en el Río de la Plata, se trataría de un movimiento que integraría el proceso de cambio que recorre toda Hispanoamérica por entonces, bajo la influencia tanto de la revolución española de l808 como de la Francesa de 1789. De manera tal que, desde el vamos, los ingleses no jugarían el rol protagónico que les adjudica Mitre y que a este historiador-político-militar le sirve –en 1862, como presidente- para legitimar sus concesiones ferroviarias, bancarias, etc. al capital inglés, al cual juzga “la fuerza que impulsa el progreso en la Argentina” (Bartolomé Mitre. Discurso 7/3/1861. Archivo Mitre)

Pero, además, si se trata de una revolución democrática no puede ser elitista, no la promueven los ricos –que gozan plenamente su “democracia absolutista” al tiempo que le niegan la libertad a los demás- sino aquellos que tienen derechos por conquistar. Entonces, tampoco su objetivo es el comercio libre (que por otra parte, ya había sido implantado por el virrey Cisneros en l809), ni la representación de los hacendados puede ser su programa, sino que debió existir otro proyecto, otro conjunto de ideas capaces de unificar a quienes ansiaban el cambio.

Alberdi, aislado por la oligarquía, no logró discípulos, pero, sin embargo, quienes bucearon en los acontecimientos producidos en el resto de América y en España en la primera década del siglo XIX , advirtieron que el planteo alberdiano resultaba muy interesante y permitía disipar dudas y equívocos que presentaba la versión mitrista.

Así, en 1916, José León Suárez publica “Carácter de la revolución americana. Un nuevo punto de vista más verdadero y justo sobre la independencia hispanoamericana”, donde retoma aquella interpretación sosteniendo que entre 1808 y 1811, en España y en América, los revolucionarios democráticos, émulos de los franceses del 89, se levantaron contra el absolutismo que los oprimía allá y aquí. El ensayo recogió importantes coincidencias, especialmente por parte de latinoamericanistas y antiimperialistas a quienes repugnaba el nacimiento de la Patria parida y acunada por los británicos, aunque también es cierto que la vieron con simpatía algunos hispanistas de derecha quienes querían reforzar la filiación hispánica de nuestros países, pero se les atravesaba en la garganta la reivindicación democrática.

Entre quienes bregaban ya contra el imperialismo y a favor de la unión latinoamericana, se encontraba Manuel Ugarte quien escribió inmediatamente a José L. Suárez: “El punto de vista en que usted se coloca es el único razonable y verdaderamente filosófico en estos tiempos... En una conferencia que di, en 1910, en el Ayuntamiento de Barcelona, tuve ocasión de concretar esa manera de ver... Aquello fue un gesto regional, como el que pudiera hacer aquí una provincia. Su admirable trabajo confirma la tesis, que no es suya, ni mía, sino de toda la generación emancipada de los odios y reintegrada por el sentimiento y el estudio de la realidad a su filiación y su destino” (M. Ugarte, comentario en “Carácter de la revolución americana”, de J. L. Suárez. Edit. librería”La Facultad”, Bs As, 1917, página 94). Ugarte había sostenido en su conferencia de 1910: “Ninguna fuerza puede ir contra sí misma, ningún hombre logra insurreccionarse completamente contra su mentalidad y sus atavismos, ningún grupo consigue renunciar de pronto a su personalidad para improvisarse otra nueva. Españoles fueron los habitantes de los primeros virreinatos y españoles siguieron siendo los que se lanzaron a la revuelta. Si al calor de la lucha surgieron nuevos proyectos, si las quejas se transformaron en intimaciones, si el movimiento cobró un empuje definitivo y radical fue a causa de la inflexibilidad de la Metrópoli. Pero en ningún caso se puede decir que América se emancipó de España. Se emancipó del estancamiento y de las ideas retrógradas que impedían el libre desarrollo de su vitalidad.. ¿Cómo iban a atacar a España los mismos que en beneficio de España la habían defendido, algunos años antes, las colonias, contra la invasión inglesa?...Si el movimiento de protesta contra los virreyes cobró tan colosal empuje fue porque la mayoría de los americanos ansiaba obtener las libertades económicas, políticas, religiosas y sociales que un gobierno profundamente conservador negaba a todos, no sólo a las colonias, sino a la misma España... No nos levantamos contra España, sino a favor de ella y contra el grupo retardatario que en uno y en otro hemisferio nos impedía vivir” (M.Ugarte, “Mi campaña hispanoamericana”, Edit Cervantes, España, 1922, pág 23). Otro socialista, Enrique Del Valle Iberlucea, en 1912, sustentaba una interpretación semejante. (E. Del Valle Iberlucea, “Las cortes de Cadiz”, Edit. M. García, Bs As, 1912) Más tarde, en otros países latinoamericanos aparecieron historiadores que avalaron esta interpretación, como así también investigadores españoles (Eduardo García del Real, Augusto Barcia Trelles, entre otros). Uno de los argumentos más fuertes reside en que en la mayor parte de las revoluciones de Hispanoamérica aparecían españoles liberales jugando destacado papel a favor de la revolución (Larrea, Matheu, Arenales, Alvarez Jonte, Blas Parera, Chilavert, entre otros), así como americanos de origen pero fuertemente influidos por largos años de estadía en España (San Martín, Carrera, Alvear, Zapiola, Iriarte, Blanco Encalada). Asimismo, son comunes los casos de nativos americanos que juegan roles importantes en el bando absolutista (Goyeneche, Olañeta, Pío Tristán, Michelena). Asimismo, en la casi totalidad de las revoluciones, las juntas triunfantes juraban por Fernando VII y recién años después -cuando Fernando VII, que era promesa de democracia, gira a la derecha y reprime brutalmente a los revolucionarios a partirde l8l4- estalla con fuerza el reclamo de independencia, pues resulta condición fundamental para no caer bajo el absolutismo restaurado.

Puede afirmarse que mientras, en España, la revolución -inicialmente nacional en tanto pugna por rechazar al invasor napoleónico - se transforma en democrática a partir del estallido popular y la formación de Juntas (1808), en América, las revoluciones -inicialmente democráticas (ocurridas entre 1809 y 1811), bajo la influencia de la española y la francesa- se convierten en nacionales o independentistas (a partir de 1814) cuando fracasa el proceso español, se anula la Constitución progresista de Cádiz y se reinstala el absolutismo.

Los hechos

Un relato abreviado de los acontecimientos desarrollados en España y en América quizás facilite la comprensión de esta tesis y permita iluminar de manera distinta los acontecimientos de Mayo.

La invasión del ejército napoleónico sobre territorio español, así como la abdicación que el Gran Corso le impone a Carlos IV y a su hijo Fernando VII, detenidos en Bayona, provoca la insurrección del pueblo español el 2 de mayo de 1808. Se trata de una revolución nacional, contra el invasor, defendiendo la soberanía de España, pero inmediatamente asume al mismo tiempo otro carácter: el pueblo se organiza en Juntas y reclama, entonces, no sólo expulsar a los franceses, sino sus derechos democráticos impugnando las viejas instituciones absolutistas. Las juntas diversas unifican su representación en la Junta Central de Sevilla. Así, 1808 es el 89 español. Estas juntas, en su propósito de ser coherentemente democráticas, declaran -el 22 de enero de 1809- que “las tierras americanas no son colonias sino provincias”, iguales a las de España, por lo cual, al convocarse a las cortes constituyentes, se les reconoce representación. Y más aún: la Junta de Cádiz, el 28/2/1810, informa a los americanos de los cambios producidos y les señala que la Junta que ellos han constituido debe ser modelo que deben tomar en América, es decir, los incita a formar Juntas. Esta información no es demasiado conocida, pero sí puede recordarse que el levantamiento del 1º de enero de 1809, en Buenos Aires, aunque de contenido españolista contra la preponderancia francesa, proclama: “Juntas como en España”.

Esto significa que la revolución que recorre el territorio español, se extiende a América, explicándose por esta razón la sincronía de los levantamientos insurreccionales (La Paz l809, Caracas, Buenos Aires, Chile y Nueva Granada en 1810, Méjico, Paraguay y la Banda oriental, en l811). A la luz de esta interpretación resulta coherente, tanto la metodología juntista, como también la jura por Fernando, a quien tanto en España como en América se juzga una posibilidad democrática, deslindándolo del resto de la familia real corrompida.

El levantamiento de las nuevas banderas democráticas se torna urgente en América cuando en España el proceso se derechiza con la disolución de la Junta central de Sevilla y la instalación del Consejo de Regencia, al mismo tiempo que Napoleón domina ya casi todo el país ibérico. Ambas noticias llegan a América en los primeros meses de l8l0 y apresuran los estallidos revolucionarios.

Ahora bien, ¿qué clases sociales se enfrentan en Buenos Aires en ese mes de mayo de l8l0? Por un lado, se encuentran los defensores del absolutismo, sector integrado por los comerciantes monopolistas (registreros, ligados a casas matrices de España, beneficiados por el monopolio), es decir, “los godos”. Sus apellidos interesan porque luego reaparecen integrando la oligarquía argentina: Martínez de Hoz, Pinedo, Alzaga, Santa Coloma, Sáenz Valiente, Ocampo, Lezica, Beláustegui, Arana, Oromí, Ezcurra... En general, son dueños de esclavos, rentistas y ostentan escudos nobiliarios en las puertas de sus casas. Junto a ellos, el Virrey , los oidores (integrantes de la Audiencia) y la burocracia estatal, es decir, el funcionariado privilegiado vinculado al poder, que cuenta, además, con el apoyo de la cúpula eclesiástica y de alguna fuerza armada.

En la vereda opositora se ha gestado un frente antiabsolutista constituido por comerciantes nuevos, la pequeña burguesía y sectores populares.

La burguesía comercial en formación se halla integrada preponderantemente por comerciantes ingleses a los cuales el virrey ha otorgado permisos precarios de radicación y que muy pronto, si no se producen cambios en el poder, deberían levantar sus tiendas e irse a comerciar a otra parte ( El 18 de diciembre de l809 se les otorgó autorización por 4 meses, el 18 de abril de l8l0 se les dio prórroga por 30 días y ya en los días de mayo, nadie se preocupa de ellos, hasta que producida la revolución, consiguen radicación definitiva). Entre otros, pueden citarse algunos apellidos ingleses que luego reaparecen en diversos momentos de nuestra historia: Robertson, Parish, Billinghurst, Miller, Craig, O’Gorman, Amstrong, Lynch, Gowland, Wilde, Brittain, Mackinnon, Dillon, Twaites. Gibson. Ramsay... Integran también ese grupo algunos comerciantes nativos que vienen del contrabando y ligan su suerte ya tempranamente al capital inglés. Entre otros: Aguirre, Riglos, Sarratea, Escalada y García. Este sector concurre a la revolución para terminar con el absolutismo y establecer una amplia libertad comercial que permita una estrecha conexión con el comercio mundial. (Del 25 de Mayo visto desde esta óptica nos hablan Mitre y la Historia Oficial). En cambio, los demás integrantes del frente democrático desean concluir con el viejo régimen pero con un proyecto distinto: que el pueblo gobierne a través de sus representantes, asegurando los derechos del hombre y del ciudadano, la libertad de imprenta y el libre pensamiento, integrando el movimiento al estallido que conmueve por entonces al resto de la América Española e incluso, también al de España si allí prevalecen las fuerzas modernizadoras. En esa pequeña burguesía se destacan varios abogados, como Moreno, Castelli, Belgrano y Paso, con el apoyo de unos seiscientos activistas que pertenecen a los sectores sociales de menores ingresos, conocidos como “Los Chisperos”, “La Legión Infernal”, o “los manolos”, en las crónicas españolas. Allí, liderando, se encuentran French, cartero de la ciudad y Berutti, empleado de la Tesorería del Gobierno. Allí, se destacan también Agustín Donado, gráfico, que se desempeña en la imprenta oficial, Buenaventura de Arzac que “no es nada”, según lo trata despectivamente un informe, Francisco “Pancho” Planes, abogado de exaltada posición revolucionaria, Felipe Cardoso, Vicente Dupuy, Francisco Mariano de Orma y otros, ignorados por la Historia Oficial y a quienes, en los informes del virrey y de la Audiencia, así como en los testimonios y recuerdos de época, se los designa como “la chusma” que vertía “especies subversivas”. También apoyan algunos sacerdotes populares como Alberti, Grela y Aparicio, este último recorriendo los cuarteles y arengando a la tropa, con dos trabucos al cinto.

En los sucesos que se desarrollan en la semana de Mayo, los militantes encabezados por French y Berutti juegan un rol decisivo pues son ellos los que exigen y logran el Cabildo Abierto del 22 de mayo e incluso participan del mismo utilizando invitaciones falsas que ha “fabricado” Donado en la imprenta de Expósitos, como también son ellos quienes forman piquetes en las esquinas del Cabildo impidiendo el ingreso de algunos señorones reaccionarios. Son ellos también los que se movilizan contra la Junta tramposa del día 24 (dos absolutistas, dos revolucionarios y el Virrey como quinto miembro para desempatar), especialmente después que se contactan con Mariano Moreno, ese hombre que tenía la mente clara y sabía lo que había que hacer, por lo cual French lo apoda “el sabiecito del Sur”. Llegado el día 25 y cuando el “sordo” Cisneros y el síndico Leiva apelan a toda clase de dilaciones e incluso intentan que la fuerza armada reprima al pueblo en la Plaza, French, Berutti, Planes y otros ingresan a la planta alta del Cabildo y exigen por la fuerza –cuchillos y trabucos en mano- la designación de una Primera Junta, cuyos integrantes ellos mismos presentan, y firman, en primer término: “Por mí y ante de los seiscientos, Antonio Luis Beruti, por mí y a nombre de seiscientos Domingo French, siguiéndole entre otras, las firmas de Manuel Alberti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña, Tomás Guido” (Historia de la Nación Argentina. Academia Nacional de la Historia, Edit. El Ateneo, Bs As, 1969, tomo V, pág. 47)

No existe duda de que el sector popular, como cabeza del frente democrático, impone a la Primera Junta para reemplazar al virrey. Sus integrantes juran, entonces, en nombre del Rey Fernando VII porque éste resulta aún una posibilidad democrática tanto para los españoles liberales como para los americanos de la misma filiación ideológica. Por esta razón, la base social de la revolución acepta no sólo esa jura sino que continúe flameando la bandera española en el Fuerte y que dos españoles integren el nuevo gobierno (Larrea y Matéu ) Subsisten también la Real Audiencia (cuyos integrantes, junto con el virrey, son detenidos y desterrados el 22 de junio, por su confabulación contrarrevolucionaria) y el Cabildo (a cuyos integrantes se los confina recién en octubre de 1810, por probárseles reuniones conspirativas). También son desterrados, meses después, varios ricachones, no por españoles, sino por enemigos de esa revolución que dirige ese Moreno para quien –según manifiesta horrorizado “el godo” Pinedo- “ya todos somos iguales, máxima que vertida así en la generalidad ha causado tantos males ...y aún faltan padecimientos por este maldito desorden” (Manuel Arroyo y Pinedo, en “La primera polémica sobre la revolución deMayo”, de Raúl Molina, folleto, pág 73).

Como se sabe, la primera decisión de la Junta es convocar a todos los pueblos a sumarse e inmediatamente organizar dos expediciones -una al Paraguay, la otra, al Alto Perú- así como vincularse a Artigas en la Banda Oriental, para insertarse plenamente en la revolución que está estallando en las distintas ciudades latinoamericanas.

Poco después, Moreno redacta el Plan de Operaciones que constituye el verdadero programa de la Revolución, documento que Bartolomé Mitre “pierde”, distraídamente, para poder mantener a la “Representación de los Hacendados” –alegato por el comercio libre- como objetivo del movimiento.

Sin embargo, la aparición de nuevas copias del Plan, como asimismo de referencias de Fernando VII y de su hermana, Carlota Joaquina, respecto a ese documento , lo tornan hoy indiscutible. Allí se ratifica el proyecto latinoamericano, se plantea la destrucción del absolutismo en América y asimismo se formula un proyecto insólito para esa época: que el Estado reemplace, a una burguesía nacional inexistente, para promover el desarrollo económico. ¿A través de qué capitales? De los que se obtengan expropiando a los mineros del alto Perú pues como afirma Moreno, con argumentos sumamente actuales, “las fortunas agigantadas en pocos individuos ...no sólo son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas, que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que ocupan, pero que si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes, no habría un solo individuo que no las disfrutase...”

Como se advierte, esta revolución igualitaria y expropiatoria nada tiene que ver con aquella del comercio libre y el abrazo con los ingleses de que nos habla la Historia Oficial. Los comerciantes anglo-criollos –que participan en el movimiento por su interés de mantener su radicación en Buenos Aires- logran, recién en setiembre de 1811, elevar sus hombres al Primer Triunvirato (Rivadavia y García): “son los hombres de peso y de pesos”, según los califica Vicente Fidel López. Pero pierden posiciones el 8 de octubre de 1812 cuando San Martín y Alvear derrocan a ese organismo y surge el segundo Triunvirato integrado por los morenistas que recién han vuelto de su confinamiento.

A través de la década, en sucesivos avances, la burguesía comercial anglo-criolla refuerza sus posiciones y a principios de 1820, recién se hallará plenamente en el poder, siempre representada por Rivadavia y García. Es el período en que se inicia “la contrarrevolución”, le escribe Vicente López y Planes al General San Martín, quien acuerda con ese juicio.(Cartas de enero y mayo de 1830, Archivo San Martín) Su proyecto se despliega en esos años: empréstito Baring Brothers, libre importación, sociedades mixtas del Estado con capitales ingleses, Banco de Descuentos y Banco Nacional en poder de los comerciantes extranjeros, política antilatinoamericana contra San Martín y Bolívar, disgregación de la Banda Oriental y del Alto Perú.

Esta sí es la política contrarrevolucionaria de la burguesía comercial –rivadaviana en esa época, mitrista, en los años 60- que la Historia Escolar celebra como triunfo de “la civilización contra la barbarie”. Pero, por supuesto, no es el programa de Mariano Moreno y los revolucionarios de Mayo.

Buenos Aires, mayo 2002
Publicado además en Cuadernos para la Emancipación - 2002


Norberto Galasso
Centro Cultural "E. S. Discépolo

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