jueves, 16 de junio de 2011

La quimera de la seguridad alimentaria por Carmen San José Y Consuelo Ibañez


Europa se enfrenta a otra grave crisis alimentaria en la que ya han muerto 27 personas y más de 3.000 han enfermado, principalmente alemanes, en relación con la ingestión de algún alimento contaminado por una cepa enterohemorrágica de Escherichia Coli (O104:H4), la cual se ha encontrado en las heces de los enfermos. La E. Coli es un germen habitual - no patógeno - del intestino humano. Algunas cepas (O104) habitan en el intestino de las vacas, y también para ellas son inocuas, pero en otro huésped pueden adquirir gran virulencia, produciendo diarreas hemorrágicas y fallo renal, el llamado síndrome hemolítico urémico.
La contaminación es de tipo fecal oral, esto significa que a través de las heces de los animales que son portadores de la misma pasa al suelo, a las aguas, y las hortalizas y verduras se contaminan cuando se riegan o abonan. También la carne se puede contaminar al ser manipulada en el matadero, y a su vez contaminar otros alimentos, por ejemplo verduras y hortalizas al servirlas juntas y crudas. Por último, una mala higiene de las personas puede contaminar también los alimentos y a otras personas, en contactos muy estrechos.
Lo primero a tener en cuenta es que para que la E. Coli EH aparezca en un alimento e infecte a las personas ha tenido que ocurrir algún tipo de contaminación del mismo, y ser tomado crudo o poco cocinado, pues de lo contrario no habría gérmenes, ya que el calor destruye esta bacteria.
Cuando las autoridades alemanas dijeron que estaban analizando unos 700 alimentos, ¿por qué no informaron si estaban investigando otros alimentos en los que es posible encontrar el germen ? Como la carne, salchichas, agua embotellada, leche, agua de riego, vehículos que trasladan las verduras, salas de despiece y empaquetado de carne, etc. Pues éstos son los que más frecuentemente se asocian a enfermedades por E. Coli.
Se pone de manifiesto que nos encontramos ante una nueva crisis alimentaria que, como otras anteriores - vacas locas, gripe aviar, etc-, está relacionada con la forma de producción, distribución, almacenaje y consumo actual de los alimentos. Es decir, no estamos ante un tipo de enfermedad que ha aparecido por casualidad, estamos ente una crisis alimentaria fruto de un tipo de producción de alimentos en el que se busca prioritariamente el negocio, sin importar la salud de las poblaciones.
En las últimas décadas la producción de alimentos para el consumo humano ha seguido un patrón en el que priman las grandes explotaciones intensivas - consumidoras de recursos como el agua, fertilizantes y semillas transformadas genéticamente - para obtener una alta rentabilidad.
Si se trata de la ganadería, se realiza igualmente en explotaciones intensivas, con animales estabulados, en condiciones extremas - sin importar el ensañamiento con los mismos - con el objetivo de obtener el mayor rendimiento económico. También en la producción de pescado se han incorporado desde hace años técnicas similares.
Por otra parte, las redes de distribución de alimentos están hoy día en manos de unas pocas multinacionales que han destruido los mercados de cercanía y provocado la desaparición de los pequeños productores. Esto añade riesgos, por las complicadas condiciones de conservación, manipulación, envasado y transporte a grandes distancias y en grandes cantidades.
La justificación habitual del gran negocio que es la alimentación es el crecimiento de la población mundial, que hace necesario proporcionar alimentos baratos y en cantidad suficiente.
Esto no es cierto. Sólo una pequeña parte del mundo occidental es la que consume estos alimentos. Si fuera verdad ese objetivo altruista, ¿cómo es que se están sustituyendo grandes extensiones de cultivos tradicionales en África y Latinoamérica por otros ajenos? Sabemos que lo que en realidad hacen las grandes empresas agroquímicas es propiciar la dependencia, tanto de las semillas (se usan deliberadamente simientes estériles), como de los variados productos que precisan éstas variedades para ser viables económicamente (pesticidas, abonos, etc ); ésto encarece los alimentos de primera necesidad y obliga a los pueblos que sufren esa colonización a cambiar sus hábitos alimentarios.
Además, el propio estilo de consumo alimentario occidental, con gran consumo de proteínas de origen animal, ha sido inducido desde las grandes corporaciones - productoras, farmacoquímicas, distribuidoras, etc - en su propio beneficio. Es precisamente está forma absurda de despilfarrar los recursos – y no sólo los alimentarios - lo que no es sostenible. Es también lo que nos hace cada día más vulnerables.

Carmen San José y Consuelo Ibañez son médicas

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