jueves, 2 de junio de 2011

Bahrein, el reino olvidado por Nadia Aissaoui Y Ziad Majed


Cuando las masacres cometidas por el régimen de Bachar el Asad en Siria son hoy los acontecimientos más preocupantes en la región (ver nuestro artículo: "Siria: el miedo ha cambiado de campo"), cuando la situación en Libia no deja de complicarse, Yemen parece prepararse para emprender una nueva etapa con la salida probable de Ali Abdallah Saleh, Bahrein conoce acontecimientos cuya importancia es eclipsada por la actualidad árabe dominante. Los últimos meses han estado sucedidos por una contestación popular reprimida por los "servicios de seguridad nacional" y por una intervención militar saudita venida en socorro del régimen de Manama que acusa a Irán de orquestar una tentativa de derrocamiento.

Un repaso histórico para comprender mejor la situación

La agitación política y los levantamientos populares en Bahrein no son recientes. Cuando el país se convirtió en un emirato independiente al fin del protectorado británico en 1971, era, en su jerarquía política y sus estructuras sociales, el producto de tres siglos durante los cuales Irán, Gran Bretaña, tribus árabes de Kuwait, de Qatar y de la península (Arabia Saudita hoy) jugaron un papel importante. Gobernado por al familia sunita Al-Khalifa desde 1783 (una familia descendiente de la tribu Beni-Atba que emigró de la península hacia Kuwait y Qatar antes de instalarse en Bahrein), el emirato es un lugar de mezcla étnica y confesional. Coexisten en el país árabes (en gran mayoría) y persas, divididos ambos entre chiítas (65%), sunitas (33%) así como minorías no musulmanas. A ello se han añadido, desde el boom petrolero de 1973, inmigrantes extranjeros (provenientes en particular del Medio Oriente y del Asia del sureste) que constituyen hoy cerca del 30% de la población. La legitimidad del reino de los Al-Khalifa no ha logrado nunca la unanimidad. La mayoría chiíta del país se ha considerado siempre políticamente marginada. La manifestación de su desacuerdo a comienzos de los años 1970 tomó la forma de marchas, de concentraciones y de huelgas fomentadas por organizaciones liberales y de izquierdas cuyas reivindicaciones iban de la participación en el poder al cambio del régimen. El ritmo de las manifestaciones se moderó de alguna forma entre 1975 y 1980 gracias a la mejora notable de la situación económica (subida de los precios del petróleo) y financiera con la transferencia de una parte de las actividades bancarias de un Líbano hundido en la guerra civil. La revolución iraní de 1979 y la llegada al poder el imán Jomeini influenciaron considerablemente la comunidad chiíta de Bahrein islamizando su discurso y las formaciones políticas que la representaban. Por otra parte, para frenar la revolución iraní, Arabia saudita favoreció el ascenso de un sunismo salafista mientras las políticas de los Al-Khalifa, que se sentían amenazados, se endurecieron. Es así como los años 1980 fueron teatro de conflictos y de confrontaciones entre el poder y los opositores chiítas, y de tensiones crecientes entre chiítas y sunitas. Este clima perduró durante los años 1990 con su carga de violencias esporádicas, arrestos de opositores políticos y discriminación socioeconómica contra las bases populares de la oposición y sus regiones (a menudo rurales). En 1999 y 2000, un cambio político importante se produjo tras la muerte del emir Issa Al-Khalifa y el paso del poder a su hijo Hamad. El nuevo emir proclamó su ambición de operar una transición hacia una monarquía constitucional. Se abrió a la oposición y autorizó a los disidentes exiliados a entrar en el país. Los presos políticos fueron liberados y apareció una prensa independiente. En 2002, se adoptó una nueva constitución, asegurando el paso del emirato hacia la monarquía. Se organizaron elecciones parlamentarias para elegir un parlamento que, juntamente con el "consejo consultivo" (Majliss al-Choura) designado por el rey, tomó a su cargo el poder ejecutivo. Bahrein atraviesó así una fase de estabilidad relativa. Pero en 2005, se asiste a una reanudación con fuerza de las tensiones y de las medidas represivas. Los opositores acusan al entorno conservador del rey, igual que a su tío (que es también su primer ministro), de trabajar por abortar el proceso político emprendido, de llevar a cabo una contraofensiva para reforzar su dominio sobre el país. Estas críticas atacan particularmente la vuelta de las prácticas discriminatorias hacia los ciudadanos (chiítas en particular), la marginación del parlamento, las presiones sobre las organizaciones de la sociedad civil y el impulso dado a las corrientes extremistas sunitas. Personalidades políticas chiítas acusan igualmente a las autoridades de proceder a la naturalización de sirios, jordanos y demás ciudadanos extranjeros de confesión sunita para modificar el equilibrio demográfico del país. En cuanto a las autoridades de Manama, imputan a los opositores chiítas tentativas de debilitamiento del régimen, complicidades con Irán y una veleidad de inspirarse (o incluso de reproducir) el modelo confesional iraquí de después de Saddam Hussein. Hay que saber que Irak, que cuenta con cerca del 60% de chiítas (oprimidos y marginados bajo Saddam), adoptó después de 2003 una ley electoral proporcional y cuotas para los puestos claves del poder. Lo que ha permitido, luego, a los chiítas jugar un papel muy importante, incluso dominante, en la política iraquí.

Contagio de la primavera árabe

Las revoluciones tunecina, egipcia y yemení han dado un nuevo tono a la oposición en Bahrein. Esta última no ha tardado en organizar durante todo el mes de febrero manifestaciones y a ocupar la famosa plaza (rotonda) de la Perla en la capital. Incluso si los eslóganes utilizados no hacían alusión en forma alguna a la cuestión confesional, la diferenciación confesional (vertical) en la sociedad (sunita/chiíta) era difícilmente disimulable. Es a golpe de contramanifestaciones como el poder ha organizado su ofensiva política y securitaria, exacerbando de paso las tensiones comunitarias. Ante la agravación de la situación con de una lado el poder que incriminaba a Irán y al Hezbolá libanés, y del otro una oposición determinada, la intervención de las fuerzas de los estados del "CCG"(Consejo de Cooperación del Golfo, llamadas "Escudo de la península" (mayoritariamente sauditas) no se ha hecho esperar. Tuvo lugar a demanda del régimen Al-Khalifa con el pretexto de parar una tentativa de golpe de estado. El 16 de marzo, los campamentos de la plaza de la Perla fueron desmantelados. Se contó una veintena de víctimas, decenas de heridos y centenares de presos (incluyendo numerosas mujeres). La rotonda de la Perla fue arrasada igual que la estela erigida en 1981 como símbolo de la "fraternidad" con ocasión de la celebración de la reunión del CGG en Manama. Una autopista va a reemplazar a la plaza y reducir a la nada toda posibilidad de concentración en ese lugar, en otro tiempo público. Luego, una guerra de comunicados acusadores ha estallado entre Arabia saudita, Irán, Bahrein y Hezbolá. Revistas y publicaciones han sido prohibidas, funcionarios del estado y profesores universitarios han sido despedidos, y el trabajo de los periodistas ha sido dificultado. Sin embargo, la oposición continúa llamando a la movilización en los barrios mayoritariamente chiítas, en el espacio virtual (Facebook, foros), a través de las cadenas por satélite (religiosas). Discusiones interminables alimentan el debate sobre lo que es considerado como una injerencia de Arabia saudita en los asuntos de Bahrein para contrarrestar una instrumentalización de orden confesional y por tanto una implicación iraní.

Una represión silenciada

El hecho de que Bahrein esté cogida entre sus dos grandes vecinos saudita e iraní así como la diferenciación confesional que le atraviesa hacen que la cobertura de la mayor parte de los medios árabes (a menudo pertenecientes a los estados del CCG) esté mitigada. Al mismo tiempo, la inquietud de los países occidentales, en particular de los Estados Unidos, es tal que se contentan con tímidos llamamientos a la calma y las reformas. Hay que recordar que los Estados Unidos disponen en Bahrein de su mayor base naval en la región. El temor a la influencia iraní así como la falta de orientación de los países europeos en particular con la experiencia libia, dejan manga ancha al poder de Manama para aplastar la protesta.

Posiciones de los vecinos y de los países árabes

Irán ha apoyado abiertamente las reivindicaciones de la oposición bahreiní a la vez que negaba cualquier tipo de injerencia. Arabia saudita así como la mayoría de los países árabes incluyendo Siria (aliado de Irán) apoyan al régimen de Manama y la intervención de las fuerzas del "Escudo de la península". En cuanto al Líbano, está dividido entre la corriente del Futuro del antiguo primer ministro Saad Hariri, que apoya al poder, y Hezbolá que, por su parte, apoya a la oposición. Las autoridades de Bahrein han anunciado por otra parte una prohibición de viajar con destino al Líbano y han amenazado a los residentes libaneses de expulsión con motivo de la injerencia de Hezbolá en los asuntos internos del reino. Por su parte, el jefe del gobierno iraquí ha mostrado su condena de las prácticas de Manama, por lo que Manama ha anunciado su negativa a participar en la próxima reunión de la Liga Árabe que se supone tendrá lugar las próximas semanas en Bagdad. Lo que puede provocar bien un retraso bien una anulación de la reunión, cosa que no deja de solucionar un problema para países como Siria cuyo régimen está demasiado absorbido en la represión de su pueblo, Egipto y Túnez en plena transición y por tanto centrados en sus desafíos internos y en las prioridades de sus vecinos más directos.

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