viernes, 3 de junio de 2011

IDENTIDAD SOCIAL Y NACIONAL América Latina: ¿mito o realidad?


Por Angel Rodriguez Kauth - Revista Topía

1-INTRODUCCION:

Para escribir sobre la identidad social y nacional de América Latina, es preciso tener en cuenta que dicho subcontinente no es otra cosa que un recorte del mundo más amplio donde aquel está inscripto y del cual forma parte.
América Latina no es el mundo, es solamente un trozo de él, un espacio y un tiempo inserto en el mundo que gira dentro de las reglas astronómicas que regulan el movimiento de las galaxias. A los pueblos de América Latina y del Caribe les (nos) ha tocado en suerte ser uno de los espacios más desfavorecidos -al igual que el continente africano- en cuanto hace a la distribución de la miseria, con todo lo que ésta conllleva de peyorativo.
Humildemente entiendo que tanto el Mundo -como nuestro subcontinente- solamente podrá ser reconstruido, o se construirá de una manera diferente, o, en definitiva, se destruirá (1); no por las veleidades que pudiera tener un investigador social o de cualquier otra índole; sino que aquello sucederá -fundamentalmente- en relación directa con el protagonismo de sus pueblos (2), los que merced a su libre decisión -y a una sensible y talentosa conducción política (3)- determinarán sus destinos más allá de lo que se pueda definir desde éste paper.
Repitiendo al maestro M. Weber puedo decir que "El destino de una época de cultura que ha comido del árbol de la ciencia, consiste en tener que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mundo, no a partir del resultado de una investigación, por acabada que sea, sino siendo capaces de crearlo; que las cosmovisiones jamas pueden ser producto de un avance en el saber empírico, y que, por lo tanto los ideales supremos que nos mueven con la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, solo en la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para otras personas como para nosotros los nuestros" (Weber, 1973, pág. 46).
Por ello, es conveniente tener presentes las palabras de A. Hirschman (1971) acerca de que las teorías del efecto perverso, que son las que sostienen que es necesario renunciar a cualquier proyecto de cambio social, dado que los intentos de mejorar la suerte de la sociedad producirán siempre, inevitablemente, algunos desenlaces contrarios a los deseados. Digo que es preciso tenerlas presentes para no renunciar a la lucha por mejorar la realidad, aunque esto sea hecho desde una visión particularísima, por temor a que aparezcan efectos no deseados. Y en este momento se renueva la lucha por conquistar la historia... aquellos serán combatidos, oportunamente, con los antídotos que para ese particular momento se crean convenientes y necesarios.
Si bien es cierto la palabra globalización hoy está convertida en un vocablo de moda dentro del espacio de los países del llamado Primer Mundo (4); es preciso tener presente que al término globalización suele considerárselo, más veces de las necesarias y prudentes, como que viene asociado a otro, pero al que se lo mantiene en secreto: se trata del concepto de fragmentación. Y acá vale la pena de distraer algunos renglones tratando de determinar que significa la palabra fragmento. Desde el punto de vista aritmético -del álgebra para ser más preciso- cuando se habla de fracción se lo está haciendo para referirse a un número racional no entero y, si se lo quiere leer desde la perspectiva de la metalurgia, se está haciendo referencia al objeto -físico- que ha sido sometido a un esfuerzo superior al correspondiente para su coeficiente de resistencia a la fractura. De todo lo cual se puede leer que a `nuestra' América (5), en los intentos globalizadores que se han pergeñado en otros contextos -con la complicidad de los gobiernos gendarmes de los intereses de aquéllos que han dibujado tal garabato- se la está haciendo perder su entereza debido a que se le está exigiendo una tensión mayor a las posibilidades de soportar las mismas de que están dotados sus habitantes.
Para abonar lo anteriormente dicho, solamente recurriré a unos datos de las estadísticas (6) sobre la situación económica en nuestra América. Durante 1997 la inversión extranjera en América Latina alcanzó la cifra récord de 45 mil millones de dólares, algo más de 10 mil millones de lo que fuera invertido el año anterior. Asimismo el Producto Bruto Interno subió 1.8 puntos con respecto a 1996, es decir, pasó del 3.3% al 5.1% del PBI, tomando como bloque al subcontinente latinoamericano. Pero también en los números macroeconómicos hay que señalar que la desocupación -o paro- creció desde el inicio de la década en un 3.3%, alcanzando niveles promedio del 8% para la región y picos del 18%, como es para el caso argentino durante el año 1996 y hasta principios de 1998. Asimismo, en el período que va desde el inicio de la década de los '90, ha aumentado en 30 millones el número de personas que viven bajo la línea de la pobreza extrema, sumando en la actualidad algo más de 220 millones de habitantes que sobreviven en las peores condiciones imaginables. Se podría seguir con infinidad de cifras más acerca de indicadores económicos y financieros, pero se volverían redundantes y hasta escamoteadores de la realidad, como siempre ha ocurrido cuando se los ha utilizado con propósitos espurios, como es el del diletantismo expositivo.

2-ACERCA DEL IMAGINARIO QUE TRANSITA LA IDENTIDAD SOCIAL Y CULTURAL:

El imaginario de la identidad nacional, o de la identidad social-política, es una parte constitutiva de toda sociedad y de toda cultura. Si no se tiene en consideración la aprehensión del imaginario que transita los caminos de cualquiera sea la identidad que se aborde (nacional, social, política, étnica, lingüística, etc.), esta quedará -de alguna manera- mutilada, ya que la dimensión de lo imaginario conduce al conocimiento de la subjetividad y de lo inconsciente. W. Hegel (1984) hace una bella descripción -lindante con lo poético- de lo que es el imaginario (pág. 154) y desde ésa lectura es posible entenderlo como el conjunto de representaciones y referentes a partir de los cuales una sociedad o una cultura alcanza a percibirse, a pensarse, a sentirse e, incluso, a soñarse. De esta manera dicha sociedad o cultura es capaz de construir una imagen de si misma a partir de lo cual dicha imagen podrá ser coherente o incoherente y, cualquiera sea la posibilidad que adopte, tendrá posibilidades de funcionar. Para esto el estudio de los mitos y las leyendas populares puede ser un útil ayudante para el investigador que le interese recorrer tales senderos.
Sería posible pensar que en "nuestra" América es más difícil alcanzar una identidad nacional a partir de la ausencia de mitos arcaicos -tanto de contenidos religiosos, como no religiosos- acerca de las epopeyas de fundación. En Europa cada pueblo tiene hasta una mitología particular. En América Latina dichas mitologías fueron apagadas o borradas con la sangre de los nativos. Freud (1939) sostiene que es absolutamente normal y necesario que los pueblos tengan estos orígenes de creencias comunes para dar lugar al sentimiento de nacionalidad.
La identidad social, o la nacional, puede ser descripta por cualquier colectivo de personas a partir de la respuesta que se ofrezca a los interrogantes de ¿Quiénes somos? y ¿Qué deseamos?. La primera pregunta pareciera tener una respuesta obvia, mientras que la segunda puede aparecer como tomada de los pelos. Pero no es tan así. La respuesta a qué es lo que se desea como colectivo, sociedad o cultura, será un indicador válido para conocer los propósitos de futuro y de presente de aquellas. En el deseo está impresa la falta y lo que se siente como perdido es lo que se pretende alcanzar. Pero en este tema -nuevamente- entra a poner su incordio el viejo K. Marx con el argumento de la falsa conciencia. Si el inconsciente marca como faltante aquello que no se corresponde con la realidad objetiva de los protagonistas, entonces se estará ante la presencia de una falsa conciencia de clase -como expresión inconsciente- en cuanto a identidad social y política.
Sin embargo, es preciso -al hablar de identidad nacional o social- comprender que este no es un concepto estático, que se presenta como en estado de congelamiento, sino que -por el contrario- es un concepto altamente dinámico y cambiante. Para quienes prefieren ubicarse en una posición estática, esto puede ser descripto algo así como que la identidad nacional de un pueblo se testimonia de una manera, siempre fue de ese modo y está condenada a tener el mismo dibujo de identidad para sus pobladores. Normalmente, desde posiciones pretendidamente nacionalistas, chauvinistas y folklóricas, no se tiene en consideración que el concepto va adoptando y adaptando perfiles diferentes, según sea el momento histórico que le toca transcurrir por el imaginario social de los pueblos que lo portan. En todo caso, la identidad nacional de los pueblos iberoamericanos, desde el período en que Iberoamérica estaba habitada por aborígenes hasta la actualidad, solamente tiene como constante una continuidad geográfica, la que vio la luz durante el Siglo XIX. A partir de que se puso en marcha la gran corriente inmigratoria, proveniente de Europa hacia nuestras costas, hecho que ocurrió desde finales de aquél siglo y hasta aproximadamente 1930, la identidad de nuestros pueblos fue modificándose. Ese movimiento migratorio fue cambiando la identidad -nacional, social y cultural- de cada uno de los pueblos integrados en una Nación/Estado; de tal suerte fue aquel fenómeno, que se ha ido constituyendo una identidad nacional diferente a la existente en la época precolombina y, en estos momentos en que los aluviones inmigratorios se producen dentro del espacio geográfico de toda América -en especial entre países limítrofes-, entonces es posible hablar de una suerte de "latinoamericanización" de nuestros pueblos. Cosa esta que fundamentalmente está afectando -por ejemplo- a los Estados Unidos de Norteamérica, merced a la "invasión" de hispanohablantes que llegan del resto del continente.
En este lugar no puede dejar de recordarse que América Latina no es un mosaico de culturas ibéricas e indígenas, también en ella han participado activamente las culturas africanas -Brasil, Cuba, Haití, etc.- las europeas centrales y orientales y, en la actualidad, las corrientes inmigraciones asiáticas que están dejando marcada su impronta.
Obvio es que todos estos episodios de características migratorias-inmigratorias conllevan en su seno la modificación de las pautas de cualquier metodología con que se pretenda estudiar la identidad de tales pueblos.
Por todo esto es que resulta un ex-abrupto pretender hablar de una identidad argentina, o colombiana, o lo que fuese. No existe una conjunción clara que tipifique a los habitantes de un país, en todo caso se podrán encontrar distribuciones estadísticas y alguna idiosincrasia particular hacia determinados temas o valores muy puntuales para su análisis. Todo esto se ve avalado tanto desde la físico-química -por la teoría de la falta de certidumbres o del caos (Prigogine, 1997)-, como desde la propia filosofía (Balandier -entre otros muchos-, 1996) respectivamente.
Tanto Latinoamérica, como los países que la componen no son una estructura de color uniforme. "Nuestra" América está dividida, pero no en dos partes o en tres, está dividida en múltiples partes. Intentar unificar criterios de identidad nacional o social es un absurdo intelectual que no respeta en lo más mínimo a la realidad que transitamos. Nuestras culturas se encuentran fraccionadas por diferencias lingüísticas que no solamente hacen a los diferentes idiomas aborígenes que por ella se hablan, sino que también están referidas -y principalmente- al sentido connotativo que tienen las palabras, los referentes sociales, para los actores que transitan por los diversos espacios culturales en que nos movemos.
Pero la división no solamente es histórica, también es actual, de la política contemporánea. La mal llamada guerra sucia -que tuvo lugar durante la década de 1970 en Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y la mayor parte de los países centroamericanos y del Caribe- marcó un hito insoslayable para separar a los habitantes de nuestros pueblos. Por un lado una inmensa mayoría que clama por justicia ante los episodios genocidas que se vivieron, mientras que del otro lado hay una minoría que pretende ponerle punto final a los hechos calificados -por ellos mismos o por sus mandados- como de obediencia debida. El centenar de miles de muertos que recuerda la historia reciente de la represión, durante los años '70 y '80, en toda la América ibérica, están reclamando una respuesta. Y esa respuesta separa las aguas de los que pretenden una reivindicación histórica con el juicio y castigo a los culpables del genocidio y la tortura, frente a aquellos otros que quieren que los atropellos que cometieron sean considerados como actos heroicos y que se ignoren sus consecuencias catastróficas. El imaginario colectivo de América Latina está fracturado al menos -en este tema- en dos partes claramente diferenciadas.
También se encuentra fracturado en muchas más partes entre aquellos que disponen de la riqueza y aquellos otros que comen las sobras de la riqueza construida sobre la explotación de ellos mismos. Esto es insoslayable, no puede existir bajo tales condiciones de contradicciones insuperables -en las condiciones actuales de desmovilización de las clases obreras- una identidad nacional, social o cultural en "nuestra" América. Quizás existan episodios que unan a los habitantes de un mismo espacio territorial, como es cuando juegan dos equipos de fútbol que dicen representar a distintos lugares o países. Entonces es como que aflorara la necesidad de identificarse unos con otros a través de un grito de gol representado por una camiseta de fútbol pero que, como en el caso argentino, en 1978, vino acompañado de la consigna oficial de los argentinos somos derechos y humanos. La que paradójicamente se expresaba en momentos en que el país era bañado por la sangre de los mártires en la lucha contra los invasores del Poder, como por víctimas inocentes del genocidio impuesto desde un pretendido Estado de Derecho, el cual se instaló en el Poder por la razón de la fuerza y en desmedro de la fuerza de la razón, que es la que se corresponde con un quehacer político democrático.
Por último, en esto del imaginario social que transita la identidad nacional, no deben olvidarse los afanes egoístas con que algunos manejan tal conceptualización, para el caso de quienes se manejan en la alta economía y en las finanzas. Valga el ejemplo del propietario de una gran fábrica de caramelos argentina -Arcor- que cree que la identidad nacional se recuperará el día que se exporten más caramelos -obvio que de su marca- al exterior (Brea, 1998). Sin dudas que el imaginario de la nacionalidad pasa también por lo económico y financiero, pero no exportando caramelos ni armamentos, sino manteniendo y recuperando la independencia económica de nuestros pueblos, los cuales están viendo perder su patrimonio soberano sobre los recursos estratégicos que hacen a la defensa y soberanía nacional. Un ejemplo paradigmático al respecto, es el argentino, que en lo que va de la década de los '90 ha visto como el gobierno menemista ha entregado y malvendido -en operaciones muchas de ellas dolosas- el patrimonio que muchos años de esfuerzos le costó al pueblo hacer suyos. Valgan como ejemplos de lo que vengo señalando la denacionalización de la línea aérea de bandera, la telefonía, el petróleo, la distribución de gas y electricidad y hasta las plantas nucleares, entre otras muchas otras empresas que hoy son de propiedad extranjera. Y esto mismo se está repitiendo por todo el subcontinente.

3-UN SINTOMA LATINOAMERICANO: LA INDOLENCIA APRENDIDA:

Hasta hace unos años atrás, no más de veinte, era común oír decir -y aún se oye por estas tierras- que los pueblos hispanoamericanos vivían -y viven- bajo el síntoma de la indolencia (Martín-Baró, 1987), el cual no era otra cosa que una estrategia de penetración que se había dibujado desde las grandes metrópolis de entonces -siempre asociadas, de una u otra forma, a los intereses del viejo imperio Vaticano- para someter a nuestros pueblos; todo esto armado y sostenido bajo la creencia -inculcada por una penetración sutil y permanente de los instrumentos hegemónicos de los Estados títeres- de que nosotros mismos éramos indolentes. Tal calificativo permitía justificar plenamente nuestros índices de pobreza misérrima, rampantes con la indignidad, a la vez que facilitaba justificar la explotación de estos pueblos por parte de los sectores llamados "poderosos" -ya sean agrícolas, ganaderos, industriales o de servicios- que se habían puesto a las órdenes de los intereses foráneos, pero que gracias a dicha maniobra sacaban jugosas ganancias, merced al uso perverso de tal ardid engañoso (Galeano, 1975).
Vale repetir en este lugar un propósito que se testimonia en palabras... bellas palabras, pero que no son más que eso... solemnes palabras. Cuando finalizó la reunión cumbre sobre Seguridad Alimentaria, organizada por la FAO en Roma, en noviembre de 1996, se produjo el siguiente texto oficial de la misma: "Nosotros, jefes de Estado y de Gobierno, reunidos para la Cumbre mundial sobre alimentación, prometemos consagrar nuestras voluntades políticas y nuestras intenciones, comunes y nacionales, con el fin de obtener la seguridad alimentaria para todos y hacer un esfuerzo constante para eliminar el hambre en todos los países, con el objetivo inmediato de reducir a la mitad, para el 2015, la cantidad de personas actualmente subalimentadas". Si se analiza con un poco de atención y, con otro poco de suspicacia, se advertirá que dicho discurso está plagado de buenas intenciones... las mismas con que está alfombrado el camino del infierno. Pierdan cuidado Señores Jefes de Estado y de Gobierno, para el año 2015 ya estarán reducidas más de la mitad de las personas que hoy sufren hambre o subalimentación, pero no será gracias a vuestras buenas intenciones plasmadas en un papel, sino que simplemente será porque se habrán muerto... ¡de hambre!, lo que no es poco. Tampoco este problema se soluciona con discursos altisonantes, presentados con alta carga ideológica, como el expresado en dicha reunión por F. Castro cuando cargó las tintas sobre el capitalismo, el neoliberalismo, las leyes del mercado salvaje y la deuda externa, las que -según sus dichos- producen el fenómeno de la subalimentación, explícitamente no deseado en el discurso verborrágico alegre y fácil, aunque implícitamente poco se haga para solucionar el problema. Tampoco los contradiscursos ideológicos que se vertieron en dicha reunión sirven para mucho, son precisamente los que salieron de las bocas denunciadas por Castro y que -en buena manera- son las responsables de las calamidades por todos conocidas y reconocidas.
La solución no es sencilla, aunque tampoco es tan difícil como para no darse cuenta que pasa por el protagonismo de los pueblos en cuanto a elegir las formas de gobierno que mejor les convienen para solucionar de ésa manera el problema que los acucia: el hambre. Ya Bonalumi (1997) advirtió sobre las diferentes y diferenciadas lecturas que hay sobre el hecho en cuestión, cuando observa que las distintas posturas expresadas -en aquella reunión de la FAO- no llegaron a una confrontación ni a una síntesis, cada hablante dijo lo suyo y no escuchó a los demás (7), ya que se han expresado a través de la ética de la convicción y no por la ética de la responsabilidad (Weber, 1929); con lo cual las convicciones no se movilizan un ápice en función del discurso expresado por otro que se encuentre en una posición ideológica opuesta.
Más, en este punto se cae en un cuello de botella casi insalvable, cual es que son precisamente los responsables de los males sociales que nos agobian los que nos han arrastrado a esta situación, son los mismos que se ocuparon -con altísima eficacia- de restarnos tal protagonismo a través de lo que antes llamara el síntoma indolente.
El síntoma de la indolencia no se presenta aislado en las personas que lo padecen; según un estudio que realizamos hace menos de una década, el mismo es acompañado por los síntomas de la indefensión, el fatalismo, la impotencia, la obediencia/sumisión, el presentismo, la externalidad y la anomia; todos los que se asocian para provocar el llamado síndrome fatalista (Rodriguez Kauth, 1992, 1997), el cual aqueja psicológica y psicosocialmente a nuestros ciudadanos y habitantes de lo que se ha dado en llamar -de manera no muy precisa- la América Latina y que hoy se ha mezclado en ese contubernio conocido como mercados emergentes. Esto significa que somos económicamente pobres y, nada de lo que hagamos como individuos o colectivos podrá sacarnos de tal estado; hemos sido, somos y seguiremos siendo pobremente enfermos y los adelantos tecnológicos en medicina no son para nuestro pueblo (8); etc. En definitiva, estamos en las manos de poderes divinos que han dado patente de corso a quiénes dirigen nuestros destinos y, sobre los cuáles, ninguna influencia podemos ejercer, solamente nos queda nada más que obedecerlos ciegamente y a pies juntillas.
¿Qué tienen que ver estos síntomas y el síndrome fatalista con los Estados y la identidad nacional de las personas que habitan sus territorios?. Seguramente ya más de un lector se habrá hecho tal pregunta y a partir de ésta introducción intentaré responder a sus legítimos requerimientos.

4-IDENTIDAD NACIONAL, NACIONALISMOS Y DISCRIMINACION:

Al respecto -y para ir introduciéndonos al tema de la identidad nacional, desde una perspectiva política- debo advertir que algunos ideólogos del populismo ramplón pretenden hacer del uso -y abuso- del concepto de identidad nacional un instrumento de carácter abarcativo y totalizador. Es decir, se trataría de una identidad sola y única para todos los miembros de una comunidad nacional, hecho que los terminaría sumiendo -a todos- en el anonimato de la masificación.
En esta conceptualización de la identidad que vengo de resumir, se da por supuesta la necesidad de integrar un Estado jurídico legal con las bases del país real que lo habita, intento éste que aparece -en general- transitando por canales diferentes. Lo erróneo de todo esto es que -históricamente- no se conoce de la existencia de entidades nacionales (9) que hayan sido totalmente unitarias y unívocas en su concepción y tránsito por la pretendida "identidad nacional".
Las luchas de los intereses personales -poco atendidas por las ciencias humanas después que exitosamente lo hicieran J. Locke (1698), J. S. Mill (1963) y K. Marx (1852)- y las luchas de los intereses sectoriales de tipo económico -atendida por algunos analistas solamente desde el punto de vista de las luchas de clases- hacen que la identidad nacional que porten los distintos agentes sociales tenga -al menos- un objetivo diferente entre sí. Y esto se produce de este modo porque no se puede desconocer que la identidad nacional va de la mano acompañada por la identidad social, es decir, la identificación de clase -o de fracción de clase- de cada actor o sector social en particular dentro de un mismo espacio geográfico e histórico.
Al ser el objetivo diferente esto ocurre porque las bases ideológicas sobre las cuales se asientan han de tener que ser diferentes. Esto es obvio hasta para el menos conocedor del tema, los países fracturados -en al menos- dos sectores socioeconómicos contrapuestos, dónde aquellos que representan al 5% de la población absorben el 90% de la riqueza, no pueden caminar juntos la misma concepción de identidad nacional con la mayoría que solamente dispone del 10% de la riqueza. Necesariamente aquella identidad ha de ser opuesta y controvertida entre ambos sectores. No son las banderas nacionales las que identifican a los hombres (10), sino que son los intereses particulares y de clase los que lo hacen. Caso contrario véase a la evolucionada Europa en sus disputas intestinas por los acuerdos para llegar a integrar la tan ansiada (11) Comunidad Económica Europea.
El planteo que respecto al tema de la identidad hace el filósofo social argentino Carlos Cullen (1981) peca de ingenuidad -o de ideologismo ingenuo- al pretender la integración de los dos países que transitan paralelamente el mismo espacio territorial. Simplemente su propuesta es atender a determinados intereses ideológicos -los propuestos por él- para imponerles a los otros -los demás miembros del país jurídico- con lo cual, en definitiva, no hace mas que dar vuelta el mango de la sartén.
Para hablar de la identidad de un pueblo, de una Nación, de un Estado, o de cualquier configuración que represente a una multivariedad de individuos en un espacio real o imaginario, es preciso que primero los tratadistas se pongan de acuerdo acerca de a cual tipo de identidad van a estar haciendo referencia. Se puede tanto estar hablando de identidades nacionales (de naturaleza étnicas), religiosas, políticas, sociales (clasistas), deportivas, etc. Cualquiera de ellas tiene en la actualidad suficiente peso específico como para llegar a matar a otro individuo -del bando contrario o del propio bando- en su nombre (12), lo que se expresa en la actualidad bajo el título de fundamentalismo.
Los conflictos actuales -que se presentan a lo ancho y a lo largo del planeta- de tipo racial o interracial, no son otra cosa que conflictos políticos o clasistas; aunque pretenda escondérselos bajo la mascarada racista. Vale recordar que el racismo del Tercer Reich era una excusa sobre la que volaban los intereses de clase de sectores obreros que no habían sido satisfechos en sus demandas por los partidos de izquierda (Reich, 1933), como así también los intereses de los grandes grupos industriales y financieros alemanes de entonces. Lo mismo ocurre para con los conflictos de tipo religioso, como son los de los fundamentalismos islámicos en la actualidad. Para aceptar la certeza de estas afirmaciones véase, por ejemplo, el entrecruzamiento que se produce entre la actualidad de los países árabes, su relación con la riqueza petrolera y la consecuencia del estar presente el fundamentalismo no solamente como expresión religiosa, sino fundamentalmente como forma de vida. Los jóvenes árabes no tienen mayormente oportunidades de vida dentro de su sistema social acotado por la vergüenza de la miseria, la única oportunidad que encuentran es la de reivindicar una creencia religiosa que ha sido capaz de convencerlos de que con ella recuperarán la dignidad perdida merced a llevar adelante la matanza de infieles.
La identidad social y/o nacional es un fenómeno cultural que permite, a los individuos miembros de una sociedad o cultura, diferenciarse de los ajenos e identificarse con los propios, llevando de esta manera a la formación de una conciencia individual y social. Dicho esto del modo en que está expresado, es posible llegar a confundir el concepto de identidad con el tan temido de la discriminación y, en este temor, hay algo de razón en su expresión. Para producirse el proceso de identificación es preciso discriminar a los otros (Rodriguez Kauth, 1998) sin necesidad de transitar los peligrosos caminos en que peyorativamente se habla de discriminación como forma patológica de relacionarse -o, mejor dicho, no relacionarse- con los otros y hasta a agredirlos por las diferencias coyunturales que los separan. En este punto nada mejor que recordar la metáfora anarquista del Archipiélago, que dice: que al mismo no debe definírselo como un conjunto de islas separadas por el agua, sino que en todo caso son un conjunto de islas unidas por el líquido elemento (Rodriguez Kauth, 1997,b).
Hablar de identidades nacionales o culturales corre el riesgo de estar bastante cercano a la concepción autoritaria de los nacionalismos xenófobos. "El nacionalismo es la creencia en la primacía de una nación particular, real o construida" (Hall, 1993). En tanto que Camilo José Cela -Premio Nobel de Literatura en 1989- solía decir que "El nacionalismo es creer que el lugar donde uno ha nacido es el mejor del mundo"; mientras que "el patriotismo es creer que el lugar donde se ha nacido merece que le demos nuestro amor". Como se desprende de estas breves y azarosas definiciones, el peligro que enunciaba al principio del párrafo es certero. En nombre de la identidad nacional -próxima a ser agredida por algún grupo extranjero-, en la historia de la humanidad se han cometido las más bárbaras atrocidades. El Siglo XX, que parecía inaugurarse bajo la prédica del internacionalismo proletario, ha sido protagonista y testigo de lo que vengo afirmando. La exacerbación del sentimiento de identidad con una nacionalidad -o cultura- ha sido el instrumento que han utilizado los déspotas de derecha como de izquierda y hasta de los pretendidos centrismos. En la medida en que se depositan las lealtades individuales y grupales en una nacionalidad o cultura, se comienzan a percibir como enemigas de la misma a las otras naciones o culturas. Se trata de un proceso maniqueo donde todo lo mío es blanco y lo de los otros es negro, no existe lugar para el resto del espectro lumínico. De ahí a la discriminación por las diferencias entre los nacionales y los no nacionales existe un pequeño y sutil paso que no resulta difícil atravesar cuando los pueblos encuentran en tales discursos "nacionalistas" un lugar de donde tomarse para encontrar la ilusión de una identidad perdida y, en cuyo nombre, hay que empuñar las armas para su rescate.
A diferencia de otros episodios políticos y sociales o económicos, el nacionalismo surge como un capricho que se repite una y mil veces de una misma forma sin aprender de la experiencia de otros episodios similares.

5-IDENTIDAD NACIONAL Y CIUDADANIA:

Un tema que me preocupa particularmente -en lo que se refiere a la identidad social y nacional de la población- es el que hace a la ciudadanía. Existe una suerte de hipocresía institucional (Rodriguez Kauth, 1993) del ser ciudadano. El término ciudadano es un referente con un alto nivel de abstracción social y de intemporalidad. La noción de ciudadanía conlleva mezclar en una misma fuente a las diferencias de género, étnicas, religiosas, idiomáticas y, fundamentalmente, de clase social.
Téngase presente que el referente lingüístico ciudadano suele ser equívocamente utilizado, ya que jurídicamente hace referencia al individuo al que le asisten los derechos y obligaciones de aquél que es miembro de un Estado/Nación. Sin embargo, a poco de andar se puede observar que tal espacio político está -salvo en El Vaticano- compuesto tanto por ámbitos geográficos urbanísticos como rurales y, la palabra ciudadano etimológicamente hace lugar al "natural o habitante de una ciudad", aunque -por extensión errónea- se le adjudican las características legales de la ciudadanía (Ossorio, 1992). Cualquiera puede ser habitante de una ciudad sin necesidad de tener los atributos del "ciudadano" del país, como por ejemplo, los extranjeros que, en muchos Estados, tienen prohibido el voto o la posibilidad de ser presidentes de la Nación; derecho del que gozan aquellos que hayan nacido en tal Estado, aunque estén residiendo en otro.
Asimismo, no se puede dejar de observar que la tan esquiva ciudadanía se puede obtener de diferente formas: a) por nacimiento en el país de que se trate (13); b) por adopción o naturalización, la pueden obtener los extranjeros que llevan un determinado tiempo de residencia, aunque siempre le han de quedar vedados los accesos a determinadas actividades; c) por opción, es decir, la que efectúan los hijos de nativos nacidos en el extranjero; d) por matrimonio, cosa común en el derecho anglosajón, donde el cónyuge adquiere la nacionalidad del nativo del lugar de residencia; y e) la moderna doble ciudadanía o nacionalidad, que permite tener semejantes derechos en dos o más Estados soberanos, hecho que está ocurriendo al amparo de la Comunidad Europea, aunque todavía se mantenga restringido el derecho electoral y el de acceso a determinadas magistraturas locales.
Teóricamente -desde una perspectiva legal- se es ciudadano cuando se asumen obligaciones y se tienen derechos; esto no es más que una creencia (errónea) de que se tienen los derechos expresados en altisonantes proclamas constitucionales. El concepto de ciudadano es ambiguo y confuso, por no decir difuso. Para ilustrar tal afirmación recurriré a meros ejemplos que cualquiera puede reconocer en su historia personal o en la de algún vecino: a) El empleado de una oficina que se supone que tiene -como buen ciudadano- "el derecho a la libre expresión", pero que oculta o disimula sus convicciones políticas (raciales, musicales, deportivas o lo que a Ud. se le ocurra) frente al patrón, porque las suyas son contrarias a las de éste y -en consecuencia- teme represalias; b) El ciudadano que sabe de sus derechos a la propiedad privada, pero que sin embargo no se toma la molestia de denunciar un pequeño asalto o robo de que fue víctima, ya que conoce de la inutilidad de la policía para resolver esos menesteres; c) El ciudadano que queda despedido de su empleo, sabe que goza de derechos, pero no hay legislación que se las haga cumplir y que en caso de que la haya, deberá litigar con estudios jurídicos que lo destrozarán del mismo modo que perros de presa y, en consecuencia, prefiere rumiar en voz baja su desazón, pero no litigar; d) La muchacha que es violada pero que evita denunciarlo a la policía porque van a terminar violándola a ella nuevamente, o se la va a acusar de haber provocado al violador con su presencia femenina; e) También está el ciudadano que tiene que disfrazar sus impulsos sexuales no aceptados -homosexualidad- por la convención social para evitar ser discriminado; f) Las ciudadanas que tienen el derecho de hacer de su vida lo que les plazca, pero que tienen que aguantarse llevar en su vientre un hijo producto de una violación aberrante porque la moral marcada por la vigencia pacata de lo curialesco así la obliga; g) Y la que viven en la actualidad los jubilados argentinos -y que alcanza a los no ciudadanos- que también aportaron a las cajas de previsión social durante decenas de años, a sabiendas de que tenían derecho a cobrar una jubilación en consonancia con sus aportes, pero que hoy son bastardeados en sus derechos, aunque tienen que cumplir con las obligaciones que les marcó el Estado (14).
Todos estos -y muchos más- pueden ser considerados como casos de ambigüedad, a la hora de tener que definir la ciudadanía en términos de la identidad que porten aquellos que se consideren a sí mismos como ciudadanos o que se los pretenda definir como tales. El solo hecho de pertenecer a una ciudadanía legalmente estructurada no es razón suficiente como para operar en condición de facilitador de una identidad nacional y/o social.

6-IDENTIDAD, INMIGRACION Y AUTONOMIAS:

Al hablar de identidad nacional -en el marco de "nuestra" América- es imposible dejar de pensar que es lo que ocurrió durante los procesos de mezcla de nacionalidades entre los hijos de inmigrantes, los cuáles se casaban con miembros de otras comunidades nacionales y, simultáneamente, el lugar en el cual se deposita de identidad individual con alguno de los progenitores, por parte de la progenie. Posiblemente, el análisis del entrecruzamiento de estos ejemplos pueda ofrecer una matriz válida de las combinaciones infinitas que participan para la elaboración de una identidad nacional.
Quizás, la vertiente más auténtica de elaboración de la identidad nacional sea aquella que construye el propio actor del proceso, es decir, la que más arriba hemos definido como la ciudadanía por adopción. Es que en tal operatoria se pierden los matices de autoridad -lindante con lo autoritario- de portar una identidad nacional por el mero hecho de haber nacido en un territorio determinado. La identidad por adopción supone que quien ha hecho tal elección ha sido por convicción o por conveniencia. Si se trata del primer caso, se está frente a una "adopción" de identidad nacional genuina, es decir, que responde a lo que el lenguaje poético del escritor uruguayo Eduardo Galeano llamara sentipensamientos. Estos no son otra cosa que la síntesis dialéctica entre lo que la psicología clásica ha separado -de modo arbitrario-como "áreas" cognitivas y emocionales. Quien haya obrado de la manera expuesta inmediatamente más arriba, eligió una identidad nacional para tenerla como referente de su condición humana. En cambio, si se trata del caso de la adopción por conveniencia, entonces nos hallamos frente a lo que oportunamente definiera y ejemplificara como hipocresía (Rodriguez Kauth, 1993). En esta situación la pretendida identidad nacional sirve para satisfacer intereses -materiales o espirituales- que van más allá del interés por pertenecer a tal o cual comunidad nacional en tanto ésta es capaz de contener los afectos, pensamientos y acciones del actor social. Sobre esta forma oportunista de haber ingresado muchos inmigrantes a la América Latina, el autor de esta comunicación puede dar un ejemplo de su historia familiar que es más que elocuente. Mi abuela materna, que llegó a la Argentina al término de la primera Guerra Mundial, crió a sus hijos dentro del ámbito de la religión católica, apostólica y romana. Sin embargo, tuve la oportunidad de conocer su registro de inmigración al país y me encontré con la sorpresa de que figuraba como de religión "protestante". Sin dudas que la pobre mujer observó que en un lugar católico como la Argentina, era preferible dejar de lado su convicción -e identidad- religiosa para poder sobrevivir en un espacio dónde ni siquiera conocía el idioma y debía mantener tres hijos ella sola. Esto último no pretende ser una disculpa para con mi abuela materna, simplemente tiene la pretensión de ser un relato vívido acerca de como se produjeron los episodios de acomodamiento a las nuevas circunstancias por parte de los inmigrantes que vinieron a poblar estas tierras.
Algo semejante ocurre con la identidad social. Se suele llamar -peyorativamente- "desclasados" a aquellos que se identifican, con lo que se conoce como una falsa conciencia de clase, y que hacen su identificación social con los sectores dominantes de la sociedad, cuando su propia raigambre histórica -personal y familiar- está al lado de los sectores populares -y hasta marginales- de la sociedad en que se desenvuelven. En cambio no se utiliza la misma adjetivación peyorativa para quienes optan o adoptan una identidad social diferente a la heredada "en menos", es decir, para quienes teniendo una historia familiar -por ejemplo de origen oligárquico- se identifican con los sectores populares y luchan por las reivindicaciones de aquellos. Casos paradigmáticos en esto nos lo ofrece la historia reciente con los casos de Bakunin en la Europa Oriental y el Che Guevara y Fidel Castro en América Latina, al que se le deben agregar el de miles de intelectuales que militan en el campo popular para apoyar las demandas reivindicatorias y revolucionarias de aquél. Para el caso de los "desclasados" se está frente a lo que hemos definido bajo el nombre de los oportunistas; en tanto que para los segundos se estaría ante aquellos que han tenido en cuenta el sentido de la oportunidad, aún a costas de perder beneficios materiales y sociales.
Tal es el caso de las confesiones públicas de errores -como es el caso de saltos hacia atrás no oportunistas- de los cuales se puede ejemplificar en este momento con dos figuras que son del patrimonio de la literatura universal. André Gide marchó en dirección al comunismo durante la década de los años '20 y huyó del mismo horrorizado por el stalinismo durante los años '30. Otro tanto ocurrió con J. P. Sartre, quién renuncia a una carrera política meritoria dentro del Partido Comunista Francés. También en "nuestra" América tuvimos algunos ejemplos al respecto, voy a citar el del argentino José Ingenieros, quien en su momento -1902- se aleja del esclerosado Partido Socialista para adherir -en 1918- a la Internacional Comunista que, en esos momentos, aparecía desde Moscú como la gran panacea universal de la liberación social y nacional. A este ejemplo, puede sumarse el del mexicano Felipe Carrillo Puerto, primer gobernador socialista de América, en el sureño Estado de Yucatán, el cual hace el mismo giro político de Ingenieros, aunque sus esfuerzos fueron vanos ya que fue asesinado -fusilado- por una sublevación militar en 1924. Otro caso destacable es el del guatemalteco Juan José Arévalo, quién desde su exilio en la Argentina -donde trabajó en la década del '40 en nuestra por entonces Universidad Nacional de Cuyo y dónde sembró su paso de enseñanzas independentistas- regresado a su país encabeza un gobierno que se opone a las pretensiones hegemónicas de los Estados Unidos de Norteamérica, sobre todo en el mercado bananero, para terminar también siendo asesinado por los gendarmes locales del imperialismo, en 1951, bajo las balas del futuro dictador Carlos Castillo Armas.
En los casos de Gide y Sartre, el compromiso contraído consigo mismo -con su propio Yo- y que para ellos significaban la Verdad, hicieron que ambos protagonistas renunciaran al compromiso público que habían asumido con el Partido Comunista. En ninguno de estos casos, así como también está plagada la historia de otros muchos, aunque menos resonantes que los que he traído para ejemplificar, se trata de una confesión egoísta acerca de los errores cometidos en el pasado. Mas bien, y siguiendo la tipología de Durkheim (1948) podemos considerarlas confesiones altruistas, se abjura de un pasado en función de que este no cumple con las pretensiones de Verdad por las que transita el protagonista. De estos casos se pueden extraer variados ejemplos de la historia del pasado, de la historia en que aún estaban vigentes las ideologías y en que todavía no se había sancionado el fin de las utopías. Evidentemente que tratar de traer algún ejemplo concreto de nuestra realidad actual resultaría muy difícil, tan difícil -creo- que ni siquiera me tomaré el trabajo de intentarlo. Pueden ocurrir en personajes anónimos, pero no en aquellos que están en la marquesina de la publicidad y la propaganda sirviendo a la parafernalia del consumo y del Nuevo Orden Internacional. En estos el fin justifica los medios como única premisa de orden moral y como axioma de vida. En definitiva, pueden identificarse social -y hasta nacionalmente- con cualquiera, con cualquiera que le ofrezca buenos dividendos económicos o políticos a sus pretensiones siempre ambiciosas y nunca totalmente satisfechas para sus pretensiones.
Mucho del revival nacionalista que está viviendo el fin del siglo, bajo la forma de regionalismos o procesos pretendidamente independentistas de autonomías regionales, tienen este último color que acabo de pintar.
P. Waldmann (1993) al inicio de su artículo señala que los procesos regionalistas e independentistas aparecen en Europa (y el resto del mundo) después de 15 años de finalizada la Guerra, es decir, cuando se lavó la sangre derramada en los campos de batalla. Incluso estos movimientos toman el lenguaje de los movimientos de liberación africanos y latinoamericanos. Asimismo señala que "... llamó la atención que los movimientos regionalistas estuvieran en conexión temporal con un impulso de industrialización y modernización. Para algunos (vascos, por ejemplo, esto venía del siglo pasado), pero para las zonas periféricas europeas sólo fueron incorporadas al término de la Segunda Gran Guerra. Sus consecuencias fueron la disolución de vínculos sociales tradicionales, una elevada movilidad horizontal, una progresiva urbanización de la región, creciente secularización y la modificación del estilo de vida de la población".
Lo que no debe confundirse es a los movimientos separatistas actuales, que representan una suerte de balcanización de los Estados soberanos, con los movimientos de liberación nacional y popular que transitaron victoriosos por la América hispánica, Africa y Asia durante los años '60 y '70 y que lograron -en algunos casos- la independencia de sus patrones colonizadores.
Es de sospechar que una de las causas de estos intentos independentistas pueda encontrarse en el discurso anarcocapitalista que postula de manera tremendista la desaparición del Estado. Antiguamente se tenía menos conciencia de la dependencia del Estado Central y éste no era presentado como un enemigo por el solo hecho de ser Estado. Hoy aparece el Estado como un enemigo en la medida en que sus límites están lejos del alcance de sentido para el pueblo. Por eso, los que luchan por las autonomías, creen que hay que atomizar y fraccionar al Estado en mil pedazos, porque de ésa manera alguna de las partes va a estar tan cercana a los protagonistas, que prácticamente va a terminar siendo igual a ellos. Lo cual es un disparate político, al Estado hay que limitarlo en sus potestades, hay que retirarle el poderío que mantiene con los aparatos hegemónicos e ideológicos con que amansa y domina a los pueblos. Porque la verdadera y única identidad que puede existir como forma "sana" de expresarse, es la que se ofrece bajo la forma de la identidad en la lucha por alcanzar los anhelados objetivos de la clase social de pertenencia.

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