Alain
Lipietz: De Mao a Diputado Verde del Parlamento Europeo. Es politécnico, ingeniero
de la Escuela Nacional de Puentes y Calzadas, investigador en el Centro
Nacional de Investigación Científica (CNRS), es uno de los pocos intelectuales
en haberse comprometido políticamente con un partido. Recorrido que lo llevó del
marxismo a la ecología política, en ruptura con un medio de ingenieros
tradicionalmente productivista. A la vez investigador, político electo político y militante
incansable, la acción para él, nunca va separada del análisis. Nota
aclaratoria agregada. C.B.
Introducción.
Desde los años ochenta, un
sentimiento de impotencia se difundió por todo el globo, pero en particular en
los países que venían de una experiencia democrática. El voto parece no tener
sentido: después de la elección, todos los dirigentes adoptan, a pesar de las
promesas, "la sola política posible, dictada por las exigencias de la
globalización". Y ésta lleva a la mayoría una serie de problemas: inseguridad,
pobreza, exclusión...
Este sentimiento de
"vaciamiento de lo político" tiene una doble dimensión: en los
contenidos de lo que se llama la "política", o sea "lo que se
hace", las estrategias y los objetivos parecen reducirse a la
infrapolítica, a la simple optimización de la competencia, que parece
traducirse en el abandono de toda pretensión social; en las formas y los
espacios -lo que se llama "lo político", o sea "cómo y con quién
se hace"- la definición misma de la polis de los hombres
y las mujeres parece reducirse a una serie de individuos en competencia, apenas
atemperada por reglamentaciones abstractas caídas del cielo (de Bruselas, de la
OMC) y, en general, desfavorables.
Pero la sociedad no es un
mercado. El deseo, la necesidad de sociedad, se traducen en reacciones
identitarias: integralismos en el Tercer Mundo, populismos autoritarios y
xenófobos en el Norte. En Francia y mas todavía en Austria, la mayoría de los
países europeos conoce desde los años ochenta y noventa tendencias de este
tipo.
El ascenso del Frente
Nacional en Francia parece haber sido bloqueado por sus propias contradicciones
y sobre todo por las esperanzas suscitadas por los éxitos de la izquierda
plural en Francia. En las elecciones europeas de 1999, los Verdes franceses
conocieron un crecimiento espectacular, como si, después de quince años de
desesperanza, la "necesidad de política" renaciera y se dirigiera
hacia la ecología política.
Extraña elección, pensarán
muchos. ¿No es comunmente percibida la ecología como un rechazo simplista de la
política y de lo político, una atracción íntima hacia las flores y los pájaros?
Vamos a rectificar esta imagen y redefinir lo que es la ecología como política,
para después analizar que aporta una respuesta a la crisis de la política y de
sus contenidos, a la crisis de lo político y de sus formas.
¿Qué es la ecología
política?
La palabra
"ecolo", de uso corriente en Francia, se refiere a la visión
reductora y caricaturesca de la ecología por una gran parte de la opinión
pública. Se pasa además de la derisión a la perplejidad cuando a la palabra
ecología se añade el término política. No hay duda de que la
ecología política, a los ojos de esta opinión pública por lo menos, no adquirió
un status de "noción clara y distinguida". ¿Qué es
entonces la ecología? ¿Y qué es la ecología política?
¿Qué es la ecología ?
Según el Petit Robert,
este término aparece en la segunda mitad del siglo XIX. Término de biología, la
ecología es -en su origen- una disciplina científica. Es la ciencia que estudia
la relación triangular entre los individuos de una especie, la actividad
organizada de esta especie, y su medio ambiente, que es a la vez condición y
producto de esta actividad, condición de vida de esta especie. El ecologista
que se interesa por los castores se dedicará a analizar su relación con el
medio en donde viven: el bosque, los ríos, pero también las barricadas que
construyen, o sea la naturaleza transformada por su actividad. Mirará la
capacidad de ese sistema de subvenir a las necesidades de la población de
castores, la manera como esa población se reproduce, se organiza, etcétera.
Aplicada al hombre, la ecología se vuelve el estudio de la relación entre la
humanidad y su ambiente, o sea la manera cómo la primera transforma al segundo
y éste permite a la primera sobrevivir. Así como el ambiente de los castores no
se reduce a los bosques y a los ríos, el ambiente de los hombres no es
simplemente la naturaleza salvaje, sino que incluye también la naturaleza
transformada por su actividad. La ecología humana es, entonces, el análisis de
la interacción compleja entre el medio ambiente (medio de vida de la humanidad)
y el funcionamiento económico, social y político de las comunidades humanas.
En eso reside la
diferencia significativa entra la ecología de la especie humana y la ecología
de las demás especies animales. Los hombres, en efecto, son animales no
solamente sociales sino también políticos. Desde su origen la ecología humana
tiene otra característica específica que se remonta al principio de la
humanidad, alhomo habilis: la capacidad de producir utensilios. Aunque
algunos chimpansés mostraron su capacidad de transformar ciertos objetos en
utensilios, éstos siguen siendo muy rudimentarios. El hombre, al contrario, no
ha dejado de mejorar sus utensilios y por ende su capacidad de acción y de
transformación de su medio, por la vía de la "domesticación" de
plantas y animales desde la revolución neolítica. Durante miles de años, se
trató simplemente de luchar contra el hambre y la intemperie. Vivir lo más
posible en armonía con el orden del mundo, tal parecía ser la sabiduría de esos
hombres. Pero desde alrededor de cuatro siglos ocurrió un viraje radical: antes
se trataba de someterse al orden de la naturaleza, después de doblegarla a
nuestros deseos. La marcha de la ciencia y de sus aplicaciones técnicas no han
terminado desde entonces para fomentar el sentimiento de los humanos de ser
realmente "maestros y propietarios de la naturaleza". En el curso de
la segunda mitad del siglo XX, después de la Segunda Guerra Mundial, este
movimiento de emancipación llegó a sus límites. Los milagros de la técnica y de
la tecnología empezaron a mostrar lagunas; accidentes "imprevisibles"
se multiplicaron y extendieron sus efectos a la escala planetaria (mareas
negras, Chernobyl). Mientras que los primeros gritos de alarma del Club de
Roma, en los años setenta, ponían todavía el acento en la insuficiencia de los
recursos naturales, los trabajos científicos más recientes ponen énfasis en los
graves desequilibrios ecológicos que generan las contaminaciones industriales
(destrucción de la capa de ozono, efecto sierra, crecimiento de los océanos,
calentamiento del clima). La toma de conciencia de los efectos perturbadores de
la actividad humana y del progreso técnico -fuera de los accidentes- creció y
se extendió. El crecimiento de esta nueva inquietud llevó a cierto número de
observadores a intentar discernir mejor los mecanismos económicos y políticos
generadores de desequilibrios ecológicos.
Es sobre esta base
conceptual e histórica de la ecología como se constituyó la ecología política;
ésta se profundizó después en un análisis crítico del funcionamiento general de
las sociedades industriales avanzadas, análisis que dio lugar a una reflexión
paralela acerca de los medios necesarios para avanzar hacia otra forma de
desarrollo.
De la ciencia a la
política
El paso de la ciencia a la
ecología política introdujo la cuestión del sentido de lo que hacemos, lo cual
implica una serie de interrogaciones: ¿en qué medida nuestra organización
social, la manera en que producimos, en que consumimos, en qué medida estos
diversos factores modifican nuestro medio ambiente? Con más precisión, ¿cómo
pensar la combinación, la interpenetración, de estos factores en su acción sobre
el medio ambiente? ¿Los efectos de estas modificaciones sobre los individuos
son favorables o no? La ecología política nos dice cuáles son los efectos de
nuestros comportamientos y prácticas. Aclara los enredos, pero no toca a ella
sino a los hombres escoger el modo de desarrollo que desean, en función de
valores que evolucionan en el debate público.
Tomando en serio los
desequilibrios ecológicos generados por la actividad humana, la ecología
política es llevada a cuestionar la modernidad y a desarrollar un análisis
crítico del funcionamiento de nuestras sociedades industriales. Este análisis
pone en causa un conjunto de valores y de conceptos claves sobre los cuales
descansa nuestra cultura occidental.
La naturaleza
Ya hemos mencionado el
sentimiento de potencia y de dominación sobre la naturaleza que se ha
desarrollado progresivamente a partir del siglo XVII. Tal exaltación narcisista
construyó un forma de oposición, de antagonismo, entre el hombre y la
naturaleza, así el hombre -participando de la naturaleza- parecía de alguna
manera haberse separado de ella. En particular, la comparación del hombre con
las otras especies animales permitía hacer manifiesta la diferencia,
explicitando su metamorfosis. El desprecio a la naturaleza hacía de golpe
banales las prácticas más degradantes hacia ella, hacia los animales y también
hacia los pueblos indígenas, que los europeos descubrían y juzgaban "no
civilizados". La ecología política considera que han sido largamente
superados los limites de lo aceptable y que llegó la hora de una
reconsideración general de la prácticas pero también de las representaciones,
unas y otras relacionadas entre sí. Los hombres hacen íntimamente parte de la
naturaleza, la respiran y se alimentan de ella. No hay tampoco que caer en el exceso
opuesto de una sacralización de la naturaleza. La ecología política retoma la
oposición entre naturaleza y cultura relativizándola. Nos parece más
fecundo interesarse en la complejidad del mundo vivo, más que en la oposición
entre hombre y naturaleza. El hombre y su medio ambiente no cesan de
transformarse mutuamente; es por ende importante convencerse que ambos están
envueltos en una evolución permanente (coevolución).
El progreso
Después de Hiroshima,
Chernobyl y los agujeros de la capa de ozono, o más recientemente la crisis de
las vacas locas, hay que reconocer que el progreso ya no aparece lineal y sin
limites: el progreso técnico no es necesariamente sinónimo de emancipación
humana ni de mejoramiento del medio ambiente. A pesar de esto, la ecología
política no trata de rechazar la idea de progreso ni de caer en el
catastrofismo antitécnico, trata de volver a dar al progreso técnico su lugar,
porque nada permite considerarlo virtuoso "por naturaleza".
Para los ecologistas, el
desarrollo de las capacidades humanas no es un valor en sí. La tecnología se
introdujo en nuestro mundo cotidiano trayendo consigo una nueva vulnerabilidad,
una nueva dependencia. La técnica no llegará nunca a eliminar todos los
riesgos, en cambio, provocará nuevos. Después de haber intentado domesticar a
la naturaleza, necesitamos ahora aprender a domesticar el progreso mismo. Lo
cual implica tener siempre presente las dos caras del progreso: solución a las
crisis, por un lado, y generación de crisis ecológicas, por otro.
El progreso de las
técnicas nos dice lo que se puede hacer, no nos dice si esto es bueno o dañino.
No es debido a que en el mañana la ciencia y la técnica nos permitirán, sin
duda, escoger el sexo, el color de los ojos y del cabello de nuestros hijos y de
las generaciones futuras, que la elección de estas manipulaciones se impone a
nosotros. Para la ecología política, la cuestión de los valores es
independiente del cambio técnico y anterior a su aplicación. Si el progreso de
la humanidad ya no debe ser juzgado a partir de los avances de la técnica, nos
damos cuenta que entre la razón ecológica y ecología política falta un eslabón:
principios superiores capaces de orientar nuestras elecciones y nuestras
acciones, que tengan la fuerza y la contundencia del "no matarás".
La ecología política
avanza sobre problemas que ningún contrato social o pacto fundador entre
individuos libres regula. Obliga a redefinir los valores que guiarán el
proyecto de sociedad ecologista. Redefinir la vía de una moral para el siglo XXI,
pensarla, difundirla y ponerla en práctica no es una cuestión simple. Se pueden
esbozar algunas líneas. La vía debe buscarse del lado de una unión entre
fraternidad y responsabilidad extendida a la naturaleza y a las generaciones
futuras. Escogiendo anteponer algunos valores más que definir un modelo de
sociedad, en la construcción de la sociedad ecológica futura, es claro que la
ecología política espera que el camino a recorrer sea largo, incierto y
constantemente en definición. Pero allí reside la dinámica de un movimiento que
vive en contacto directo con la realidad de las sociedades modernas, la de las
sociedades en devenir.
La responsabilidad
La fuerza de las
tecnologías actuales es tal que las consecuencias sobre el medio natural, sobre
las otras especies vivas, vegetales o animales, se multiplican. Más allá de los
accidentes ecológicos, el simple funcionamiento de muchas industrias se sitúa
en un nivel tal que la mayor parte produce efectos dañinos sobre el medio
ambiente.
Más allá de la elección de
circular en coche o en tren, el calentamiento producido por ambos influye sobre
el clima. Degradamos el ambiente que nos hace vivir. Hay algo milagroso en
nuestra tierra, hay también horror, pero la belleza del mundo es uno de estos
milagros; si la sacrificamos, ¿qué quedará? Este ambiente que nos hace la vida
posible, que puede ser fuente de felicidad, o mejor dicho de felicidad de estar
en el mundo, este ambiente es lo que hacemos de él, es también lo que dejamos a
nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, es la cuna y la casa que
preparamos para acogerlos. Desear hijos, darles luz sin preocuparnos de un
mundo degradado que les fabricamos: ¡qué contradicción!
La solidaridad
El principio de propiedad
y el poder económico que se deriva no deberían dar a sus detentores el derecho
de gravitar sin medida sobre la vida de los demás. Peor es lo que pasa ante
nuestros ojos. Ese poder llega a veces, indirectamente pero de manera
determinante, hasta un derecho de vida o muerte. Empuja a muchos hasta la desesperación
porque se sienten incapaces de encontrar un lugar en la sociedad, ganarse la
vida, sobrevivir dignamente, sea que hayan sido dejados de lado desde la
juventud, sea que hayan sufrido un despido a los cuarenta años, a esta edad
crítica donde las reconversiones se vuelven para algunos infranqueables pero
donde las obligaciones familiares se hacen aplastantes. En el Derecho y su
funcionamiento implacable, en su carácter algo sacralizado, hay un riesgo de
pérdida de sentido profundo. La riqueza de los individuos se constituye siempre
a partir de la cooperación social. Un individuo aislado sin lazo con sus
congéneres no llegaría a sobrevivir. Si un individuo se enriquece, lo debe a
toda la cadena de sus similares que han construido el mundo donde nació y a sus
contemporáneos que han participado directamente o indirectamente a su
enriquecimiento. ¿No llevaría esto a un deber de reciprocidad que se traduciría
en un deber de solidaridad mínimo? Una sociedad que tiende a eliminar el
principio del dono, ¿no corre el riesgo de deshacerse, de descomponerse? La
simple solidaridad pero también la deuda directa nos impone el deber de no
quedar sordos a los males de un continente entero. Africa se desangra y no
somos inocentes.
La autonomía
La responsabilidad sería
sólo aparente si no se acompañara de la autonomía. Esta implica la reconquista
por lo individuos y las colectividades humanas del control de sus actividades
de producción, de su vida cotidiana y de sus decisiones públicas. Se trata de
traducir en actos cierto número de fórmulas: "tomar en mano sus
actividades", "participar", "ver las consecuencias de
nuestros actos". Es en distintos niveles donde pueden situarse las
implicaciones: a nivel de la empresa, a nivel de la vida ciudadana local,
regional, nacional.
II
Volver a poner el
contenido en el centro de la política
De los enunciados
precedentes surge una evidencia: la ecología es una inmensa oferta de
contenidos nuevos, o más bien un gran llamado a ocuparse del contenido. Fija
objetivos, redefine medios y estrategias, cosas que parecían haber desaparecido
de la "política", reducida a la competencia por el poder entre
hombres y partidos intercambiables y "alternantes".
La esperanza
revolucionaria se disolvió, el comunismo fracasó, el proyecto socialista
decepcionó. Portadora de grandes ambiciones a lo largo de todo el siglo, la
política se encuentra hoy debilitada. Que de esto gane modestia no sería un
mal, pero su impotencia actual y su desdibujamiento frente a la economía son
extremadamente peligrosos. Una sociedad sin proyecto político, dejada a las
simples fuerzas del mercado, envuelta en la espiral del "producir
más", no puede sino conducir a un crecimiento de las desigualdades y la
multiplicación de las crisis ecológicas. Es, entonces, urgente volver a dar sentido
y contenido a la política.
La impasse del
productivismo
Las revoluciones agrarias
e industriales capitalistas han hecho posible poner fin a las crisis de
carencia (hambrunas). Han permitido al Occidente alimentar, dar un hogar,
vestir, siempre más individuos con siempre menos trabajo. El modelo capitalista
primero ha ofrecido la garantía de la supervivencia y después, concluida la
Segunda Guerra Mundial, con el nacimiento de una nueva variante de capitalismo,
que muchos economistas llaman fordismo, la de poder "vivir bien" o
más bien aumentar el poder de consumo. El modelo capitalista conoció diferentes
variantes, pero todas se caracterizan por un rasgo común: el productivismo.
Este productivismo, con su dinámica de producir siempre más, alcanzó hoy sus
límites.
Después de treinta años
(1945-1975) de crecimiento económico, el modelo fordista entró en crisis:
crisis económica que desemboca en los años ochenta en una variante mucho más
liberal de capitalismo, pero también, paralelamente, en una crisis ecológica.
Esta última, no tan directamente perceptible por la opinión pública, no es
menos amenazante. La búsqueda de la economía del trabajo y de la acumulación de
capital, dos pilares del fordismo como del liberalismo, se hizo a costa de la
Tierra. Cuando el regreso del liberalismo ha resucitado las crisis ligadas a la
pobreza (enfermedades ligadas al hambre y la insalubridad, no solamente en el
Tercer Mundo sino también en los países ricos), en el corazón mismo del sistema
capitalista se dibujó un nuevo tipo de crisis ecológicas: las crisis de
abundancia, herencia envenenada de los milagros técnico-económicos de la
posguerra. Este nuevo tipo de crisis es mayormente amenazante porque sobrepone
efectos locales (destrucción del paisaje, contaminación del aire,
envenenamiento de las capas freáticas) y efectos globales, es decir, que se
perciben en todo el mundo cuando provienen de disfuncionamientos localizados en
sociedades particulares.
El sistema productivista
respondió al problema de la carencia con la cantidad. Empujó hasta el exceso
esta respuesta cuantitativa produciendo un problema de calidad. Hay que cambiar
de dirección: retomar el control de la economía, establecer las condiciones de
un nuevo desarrollo domesticando las fuerzas de mercado y de la ciencia;
repensar nuestro modelo de desarrollo partiendo de un reexamen de nuestras
necesidades. Llegó la hora de poner la pregunta esencial: ¿producir para qué?
Un nuevo modelo de
desarrollo: el desarrollo sustentable
Según la definición
adoptada por la ONU, el desarrollo sustentable es el que permite satisfacer las
necesidades de la generación actual, empezando por los que menos tienen, sin
comprometer la posibilidad para las generaciones futuras de satisfacer las
suyas.
La idea de desarrollo
sustentable tiene una doble dimensión. En el tiempo presente, supone que este
modelo de desarrollo responde a las necesidades de cada uno. En perspectiva,
supone que este modelo pueda durar. El desarrollo sustentable incluye también
la idea de redistribución (o de justicia social) porque propone un orden en la
satisfacción de las necesidades: empezar por lo que menos tienen.
Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo
reorientar nuestro desarrollo para hacerlo sustentable? El primer imperativo es
economizar el factor Tierra, dando prioridad a las tecnologías que economicen
energía y sean más respetuosas del medio ambiente. El segundo imperativo
consiste en establecer nuevas regulaciones añadiendo a la protección social la
protección del medio ambiente. Las herramientas existen, desde los medios
reglamentarios (leyes y normas), medios económicos (ecoimpuestos, permisos
negociables) pasando por los acuerdos de autolimitación y los códigos de buena
conducta. Algunos permiten revertir los daños; otros, indemnizar por los daños
y algunos más, prevenir mediante la disuasión. Es sin duda la vía del impuesto
disuasivo la más prometedora porque, además del efecto protector para el medio
ambiente, proporciona a la colectividad recursos nuevos que pueden ser
destinados a otras políticas, por ejemplo para bajar el costo del trabajo, en
el cuadro de una política de empleo, lo que nos lleva al efecto redistributivo
del modelo de desarrollo sustentable. Los pobres no tiene en general los medios
de contaminar y son también, en muchos casos, los más afectados por los
múltiples efectos de la contaminación; por eso, serán los grandes beneficiarios
de una reorientación general hacia el desarrollo sustentable. Los perdedores,
en el corto periodo, podrán ser las clases medias, para las cuales las
restricciones al uso libre y gratuito del medio ambiente harían desvanecer el
sueño de una generalización del modelo de la sociedad de consumo, cuando no
perciben el carácter insostenible y peligroso de este modelo para su propia
salud. Es entonces necesario acoplar las nuevas políticas ecologistas a las
reformas sociales, sin las cuales las primeras no serían legitimas.
Desde el punto de vista
del interés general, razonando a largo plazo, el desarrollo sustentable se
vuelve una evidencia. Desgraciadamente, esto no se impone y más bien triunfa la
formula "después de mí, el diluvio". ¿Cómo hacer que las fuerzas
sociales y políticas lo tomen en cuenta? Seguramente podrá hacerse por medio de
un intenso debate ideológico y cultural dirigido a modificar la percepción de los
riesgos y de las ventajas, hacer progresar los valores y las normas de la
ecología. Mas allá de la política y sus contenidos, es lo político, su campo y
sus métodos lo que hay que reconstruir.
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