El 6 de octubre se cumple un nuevo
aniversario de la Guerra de Iom Kipur de 1973, que representó una inflexión en
la historia de nuestra sociedad. Uri Avnery nos brinda este agudo análisis político
del conflicto en cuestión, también conocido como Guerra del Ramadán o Guerra
de Octubre, que fue un
enfrentamiento armado a gran escala entre Israel, Egipto y Siria.También fue la última gran guerra convencional en
múltiples frentes en el conflicto árabe-israelí . C. B.
En español: revisado y compaginado por
Carlos Braverman
Estoy sentado aquí
escribiendo este artículo a 39 años desde el momento en que las sirenas
comenzaron a gritar, anunciando el comienzo de la guerra.
Un minuto antes, reinaba total tranquilidad,
igual que ahora. No hay tráfico, no hay actividad en la calle, a excepción de
unos pocos niños montados en sus bicicletas. La sacralidad del Yom Kippur, el
día más sagrado para los judíos, reinaba. Y entonces...
Inevitablemente, la memoria comienza a
trabajar.
Este año se liberaron muchos documentos
nuevos para su publicación. Abundan los libros y artículos críticos.
Los culpables supremos son Golda Meir y Moshe
Dayan.
Han sido acusados antes, desde el día después
de la guerra, pero sólo por los superficiales delitos militares conocidos en
ese momento como “El fallo”. Así se llamó por el fracaso en la movilización de
las reservas, y no mover a tiempo los tanques al frente, a pesar de los muchos
indicios de que Egipto y Siria estaban a punto de atacar.
Ahora, por primera vez, se está investigando
el verdadero error: el trasfondo político de la guerra. Los resultados tienen
una relación directa con lo que está sucediendo ahora.
Se tiene constancia de que en febrero de
1973, ocho meses antes de la guerra, Anwar Sadat envió a su ayudante de
confianza, Hafez Ismail, al todopoderoso Secretario de Estado de EE.UU., Henry
Kissinger. El delegado ofreció el inicio inmediato de las negociaciones de paz
con Israel. Había una condición y una fecha: todo el Sinaí, hasta la frontera
internacional, tendría que restituirse a Egipto sin ningún tipo de
asentamientos israelíes y el acuerdo tenía que alcanzarse en septiembre, a más
tardar.
A Kissinger le gustó la propuesta y la transmitió
de inmediato al embajador israelí, Yitzhak Rabin, quien estaba a punto de
terminar su mandato. Rabin, por supuesto, inmediatamente informó a la Primera
Ministra, Golda Meir. Ella rechazó la oferta rápidamente. Se produjo una
acalorada conversación entre el embajador y la Primera Ministra. Rabin, que
estaba muy cerca de Kissinger, estaba a favor de aceptar la oferta.
Golda trató la iniciativa en su conjunto como
otro truco árabe para inducirla a abandonar la península del Sinaí y eliminar
los asentamientos construidos en territorio egipcio.
Después de todo, el verdadero propósito de
estos asentamientos -incluida la brillante ciudad blanca nueva, Yamit- era
precisamente para evitar el retorno de toda la península a Egipto. Ni ella ni
Dayan soñaban con abandonar el Sinaí. Dayan ya había hecho la declaración la
famosa que él prefería "Sharm al-Sheik, no a la paz sin Sharm
al-Sheik" (Sharm al-Sheik, que ya había sido rebautizado con el nombre
hebreo Ophira, se encuentra cerca de la punta sur de la península, cerca de los
pozos de petróleo a los que Dayan también estaba poco dispuesto renunciar).
Incluso antes de las nuevas revelaciones, el
hecho de que Sadat había hecho varias gestiones de paz no era ningún secreto.
Sadat había manifestado su voluntad de llegar a un acuerdo en sus negociaciones
con el mediador de la ONU, el doctor Gunnar Jarring, cuyos esfuerzos se habían
convertido en una broma en Israel.
Antes de eso, el anterior presidente egipcio,
Gamal Abd-al-Nasser, había invitado a Nahum Goldman, presidente del Congreso
Judío Mundial (y por un tiempo presidente de la Organización Sionista Mundial)
a entrevistarse en El Cairo. Golda había impedido esa reunión, y cuando el
hecho se supo se levantó una tormenta de protestas en Israel, incluyendo una
famosa carta de un grupo de estudiantes de duodécimo grado diciendo que sería
difícil para ellos servir en el ejército.
Todas estas iniciativas egipcias pudieron
rechazarse como maniobras políticas. Pero no corrió la misma suerte un mensaje
oficial enviado por Sadat al Secretario de Estado. Así, recordando la lección
del incidente Goldman, Golda decidió mantener en secreto todo el asunto.
Así se creó una situación increíble. Esta
desafortunada iniciativa, que podría haber sido un punto de inflexión
histórico, se puso en conocimiento solo de dos personas: Moshe Dayan e Israel
Galili.
El papel de este último necesita explicación.
Galili fue la eminencia gris de Golda, así como de su predecesor, Levy Eshkol.
Conocí a Galili bastante bien y nunca entendí el de dónde vino su fama de
brillante estratega. Ya antes de la fundación del Estado fue el máximo
representante de la organización militar ilegal Haganah. Como miembro de
un kibutz,
era oficialmente socialista pero en la realidad era un nacionalista de línea
dura. Fue quien tuvo la brillante idea de levantar los asentamientos en
territorio egipcio, con el fin de imposibilitar la devolución del norte del
Sinaí.
De manera que la iniciativa de Sadat era
conocida sólo por Golda, Dayan, Galili y Rabin y el sucesor de Rabin en
Washington, Simcha Dinitz, un don nadie que era lacayo de Golda.
Por increíble que pueda parecer, el Ministro
de Relaciones Exteriores, Abba Eban, jefe directo de Rabin, no fue informado.
Tampoco lo fueron todos los demás ministros, el Jefe de Estado Mayor y los
demás líderes de las fuerzas armadas, incluidos los jefes de Inteligencia del
Ejército, así como los jefes del Shin Bet y el Mossad. Era un secreto de
Estado.
No hubo debate al respecto, ni público ni
secreto. Septiembre llegó y pasó, y el 6 de octubre, las tropas de Sadat
golpearon en el canal y lograron una exitosa sorpresa que sacudió el mundo
(igual que los sirios en los Altos del Golán).
Como resultado directo del gran error de
Golda, 2.693 soldados israelíes murieron, 7.251 resultaron heridos y 314 fueron
hechos prisioneros (junto con decenas de miles de egipcios y sirios muertos).
Esta semana varios comentaristas israelíes
lamentaron el silencio total de los medios de comunicación y de los políticos
de la época.
Bueno, no tan así. Varios meses antes de la
guerra, en un discurso en la Knesset, advertí a Golda Meir de que si el Sinaí
no se devolvía pronto, Sadat iniciaría una guerra para salir del callejón sin
salida.
Yo sabía de lo que estaba hablando. Por
supuesto, no tenía ninguna idea acerca de la misión de Ismail, pero en mayo de
1973 asistí a una conferencia de paz en Bolonia. La delegación de Egipto estaba
dirigida por Khalid Muhyi al-Din, un miembro del grupo original Oficiales
Libres que hicieron la revolución de 1952. Durante la conferencia me llevó
aparte y me dijo en confianza que si no le devolvían el Sinaí antes de
septiembre Sadat iniciaría una guerra. Sadat no se hacía ilusiones de victoria,
dijo, pero esperaba que una guerra obligara a los EE.UU. e Israel a iniciar las
negociaciones para la devolución del Sinaí.
Mi advertencia fue completamente ignorada por
los medios de comunicación. Ellos, como Golda, tenían por el ejército egipcio
un desprecio abismal y a Sadat lo consideraban un imbécil. La idea de que los
egipcios se atrevieran a atacar al invencible ejército israelí parecía
ridícula.
Los medios de comunicación adoraban a Golda,
igual que el mundo entero, en especial las feministas. (Un famoso cartel mostraba
su cara con la inscripción: "¿Pero ella puede escribir?") En
realidad, Golda era una persona muy primitiva, ignorante y obstinada. Mi
revista, Haolam Hazeh, la atacaba
prácticamente todas las semanas, lo mismo que yo en la Knesset. (Me pagó con el
cumplido único de declarar públicamente que estaba lista para "montar las
barricadas" para sacarme de la Knesset).
La nuestra era una voz que clamaba en el
desierto, pero al menos hemos cumplido una función: En su “Marcha de la
Locura", Barbara Tuchman estipulaba que una política podría ser calificada
como una locura si hubiera habido al menos una voz de alerta en contra de ella
en tiempo real.
Tal vez incluso Golda habría reconsiderado si
no hubiera estado rodeada de periodistas y políticos que le cantaban alabanzas,
celebrando su sabiduría y coraje y aplaudiendo cada una de sus estúpidas
declaraciones.
El mismo tipo de personas, incluso algunas de
las mismas personas, ahora están haciendo lo mismo con Binyamin Netanyahu.
Una vez más, estamos mirando el mismo
magnífico error de frente.
Una vez más, un grupo de dos o tres están
decidiendo el destino de la nación. Únicamente Netanyahu y Ehud Barak toman
todas las decisiones, "manteniendo sus cartas cerca de su pecho".
¿Atacar o no atacar a Irán? Mantienen a los políticos y a los generales en la
oscuridad. Bibi y Ehud lo saben mejor. No hay necesidad de ninguna otra
opinión.
Pero más revelador que las amenazas que
hielan la sangre sobre Irán es el silencio total sobre Palestina. Las ofertas
de paz de los palestinos se ignoran, igual que las de Sadat en su época. Los
diez años de la Iniciativa de Paz Árabe, avalada por todos los árabes y todos
los Estados musulmanes, no existen.
Una vez más florecen y se expanden los
asentamientos con el fin de impedir la devolución de los territorios ocupados.
(Vamos a recordar a todos los que decían en aquellos días, que la ocupación del
Sinaí era "irreversible". ¿Quién se atrevería a levantar Yamit?)
Una vez más, una multitud de aduladores,
estrellas de los medios y políticos compiten entre sí en la adulación de
"Bibi, el Rey de Israel". ¡Qué bien puede expresarse en inglés
estadounidense! ¡Cómo convencen sus discursos en la ONU y en el Senado de los
EE.UU.!
Bueno, Golda, con sus 200 palabras de mal
hebreo e inglés primitivo, era mucho más convincente, y le gustaba la adulación
de todo el mundo occidental. Y al menos ella tenía el tino de no impugnar al
presidente estadounidense en ejercicio (Richard Nixon) durante una campaña
electoral.
En aquellos días, llamé a nuestro gobierno
“la nave de los locos". Nuestro gobierno actual es peor, mucho peor.
Golda y Dayan nos llevaron al desastre.
Después de la guerra, su guerra, fueron echados, no por elecciones, no por
ninguna comisión de investigación, sino por las masivas protestas populares que
acumuló el país.
Bibi y Ehud nos están llevando a otro
desastre mucho peor. Algún día, serán expulsados por las mismas personas que
los adoran ahora, si sobreviven.
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