sábado, 30 de julio de 2011

15-M. Otra política es posible. Otra izquierda es necesaria


Por Jaime Pastor
La irrupción del Movimiento 15-M, la derrota electoral del PSOE el 22 de mayo pasado y el ascenso de Bildu en Euskadi constituyen tres acontecimientos que modifican el panorama político en España. Conviene analizar cada uno de ellos y ver si la izquierda esté en condiciones para dar una respuesta adecuada al nuevo período que se va a abrir a partir del probable triunfo del Partido Popular en las próximas elecciones generales.
La emergencia del Movimiento del 15-M y su éxito simbólico como fuerza social capaz de hacer frente al “sentido común” dominante –el de la resignación frente al “estado de excepción” económica y social- y de modificar la agenda mediática y política en plena campaña electoral constituyen sin duda un acontecimiento en el sentido fuerte del término. Se trata todavía de un nuevo sujeto en proceso de construcción pero en poco más de un mes ha logrado ya generar un ciclo de movilización sostenida frente a una “clase política” y unos poderes económicos no elegidos que han vaciado de contenido unas democracias cada vez más formales. Su transformación en movimiento con vocación de permanencia puede convertirle en un factor determinante del proceso de recomposición del conjunto de movimientos sociales y de las izquierdas.
Pero lo más relevante es que esa protesta ha sido protagonizada por una nueva generación que ha entrado en la acción colectiva por primera vez y que muy rápidamente se ha dotado de un grado de autoorganización y creatividad admirables, demostrando así que no sólo está criticando la política oficial sino que está ya poniendo en práctica otra política y otra forma de hacerla. Mayor mérito cabe atribuir a ese estallido si tenemos en cuenta que tras el pacto sobre la reforma de las pensiones suscrito por los grandes sindicatos, parecía haberse cerrado la esperanza en el nuevo ciclo de luchas que apenas empezaba después de la Huelga General del 29 de septiembre del pasado año.
La legitimación social alcanzada por este movimiento, corroborada por las encuestas de opinión, nos da derecho a ser optimistas y a prever que, desde las redes sociales iniciales hasta el grado de consenso alcanzado en poco tiempo en torno a un conjunto de reivindicaciones básicas (no sólo las del “consenso de mínimos” inicial) y formas de acción (con la desobediencia civil no violenta como otra seña de identidad compartida), pueda llegar a tener un papel clave en los próximos tiempos. A todo esto se suma su impacto internacional, confirmando así que aquello que denuncia es compartido por millones de personas en todo el mundo. Porque, en realidad, tanto el lema inicial de las manifestaciones del 15-M (“No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”) como los que han presidido el salto adelante dado el 19-J (“Contra la crisis y el capital”, “No al Pacto del Euro”) apuntan a la puesta en cuestión de la misma “estrategia de choque” neoliberal que se está aplicando en un número creciente de países.
Respecto a la debacle electoral del PSOE, es cierto que el principal beneficiario ha sido el PP mediante un avance notable en su acceso a nuevas parcelas de poder institucional, preparándose así a su probable victoria en las generales y a la consolidación del bloque hegemónico al que aspira a representar, con o sin Convergència i Unió. Pero, como ha observado José Luis Zárraga (1), es importante subrayar que el enorme retroceso sufrido por el PSOE, con la pérdida de 1 millón y medio de votantes, se ha debido fundamentalmente a la decepción generada en la gran mayoría de ellos y ellas por el giro ya abiertamente neoliberal que dio Rodriguez Zapatero a partir de la Cumbre de la UE del 9 de mayo de 2010. Un giro que no sólo continúa ahora sino que se va a agudizar con las nuevas contrarreformas que acompañan al “Pacto por el Euro”.
El PSOE, despojado de una creciente parcela de poder institucional, entra así en la crisis de identidad, de proyecto y de liderazgo mayor de toda su historia y sin esperanzas fundadas de que la opción Rubalcaba sea capaz de frenar a corto plazo la huida de militantes y votantes, ya que no parece que el miedo frente a la victoria del PP sea ya rentable a estas alturas. Mucho menos entre la nueva generación que ha irrumpido en la vida política porque, como ha reconocido Antonio García Santesmases, “de lo que están hartos es del mal menor y consideran que ha llegado la hora de decir basta” (2). El riesgo de un descalabro semejante al que padeció la UCD no parece probable pero sí lo es el de una “travesía del desierto” a la búsqueda de una “refundación” que parece imposible en un partido cuya vida interna ha sido vaciada por el liderazgo de un Zapatero cuyo fiasco final no ha podido ser más estrepitoso.
Frente a este fin de ciclo social-liberal, ni Izquierda Unida ni el proyecto Equo-Espacio Plural parecen poder cubrir el vacío que deja el social-liberalismo ni tampoco llegar a recoger las ansias a favor de otra política y otra izquierda que surgen desde el Movimiento 15-M. La primera, porque si bien propone un programa antineoliberal y socialdemócrata que podría contentar a algunos sectores hasta ahora votantes del PSOE, no es capaz de superar su relación enfermiza con este partido, como hemos podido comprobar en su comportamiento en muchos municipios y algunas Comunidades Autónomas (ya sea cogobernando con el PSOE, como en Asturias, o facilitando que lo haga el PP, como en Extremadura ahora), y tampoco aparece como fuerza creíble como “alternancia” de gobierno para parte de esos mismos sectores. A estas limitaciones se suma un “modelo” de partido cuya burocratización interna reproduce la figura del “político profesional” tan criticada desde las recientes movilizaciones. La segunda, porque se mueve en un espacio de indefinición ambiguamente calculado en el que parece primar una orientación afín a unos partidos verdes europeos que tienden a relegar el color “rojo”, en el mejor de los casos, a un segundo plano. A esto se suma la diversidad de alianzas que las fuerzas de Espacio Plural practican, con el caso valenciano como ejemplo, en donde forman coalición con Compromís (compuesta, entre otros, por Bloc, próximo a CiU).
HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA ALTERNATIVA POLÍTICA
Pese a todo esto, es posible que Equo, con su mayor atención a la crisis ecológica, sin la carga “comunista” de IU y con la ayuda de una parte de los medios “progresistas”, pueda ser atractiva para un sector de exvotantes socialistas e incluso abstencionistas y llegue a alcanzar un porcentaje significativo de votos. En cualquier caso, dado el sistema electoral vigente, la división de ambas formaciones no les favorece y no parece que los esfuerzos del ala representada por Gaspar Llamazares por hacerlas converger lleguen a buenos resultados salvo en el caso de Catalunya.
El éxito electoral de la coalición Bildu es sin duda otro fenómeno que ha sacudido el mapa político vasco y, más allá de él, a una mayoría de la sociedad española contaminada permanentemente por la propaganda mediática y ahora desconcertada ante el apoyo social que aquélla ha logrado. Varias incógnitas se abren a partir de ahora sobre su futuro, el de Sortu y el de ETA, pero es evidente que, más allá de los equilibrios que tendrá que hacer Bildu en su labor gestionaria institucional, el triunfo electoral de una izquierda abertzale libre de la hipoteca de ETA supone un desafío tanto a la hegemonía tradicional del PNV como al ilegítimo gobierno PSE-PP y anuncia una desestabilización del marco político y social vasco cuyas consecuencias afectarán también al resto del Estado.
Porque, en efecto, no cabe duda de que, pese a la estrategia de confrontación que sigue practicando la derecha extrema frente a un “entorno de ETA” cada vez más extenso, su credibilidad es cada vez menor, sobre todo si la organización armada decide el cese definitivo de la violencia armada. De ser así, se crearía un mejor escenario para reabrir el debate sobre el respeto al libre derecho a decidir del pueblo vasco. El ascenso de Bildu también parece estar sirviendo de estímulo para el crecimiento de izquierdas nacionalistas radicales en otras partes del Estado, como ya estamos viendo en Catalunya con las Candidaturas de Unitat Popular. Pero éstas no deberían menospreciar la necesidad de contar con una izquierda defensora del reconocimiento de la plurinacionalidad a escala estatal ni tampoco su necesidad de confluir con un Movimiento 15-M que hasta ahora, sin embargo, muestra escasa receptividad a esta problemática.
En un artículo reciente (3) Jordi Borja sugería que a la vista de lo ocurrido en las elecciones y en las plazas había que “volver a empezar. Es lo que emerge de las actuales movilizaciones. Construir desde las redes sociales y desde las plazas asamblearias, agregar objetivos y demandas y promover acciones descentralizadas, asumir la diversidad de movimientos y desarrollar gradualmente una alternativa política”. Es difícil no estar de acuerdo con esta conclusión, siempre que se entienda que ello no supone empezar desde cero y que el avance hacia la construcción de una “alternativa política” debería hacerse desde el respeto a la autonomía del Movimiento 15-M y no buscando su instrumentalización.
Porque parece incuestionable la centralidad de este movimiento en el nuevo ciclo que por fin se abre y, a la vez, sería destructivo para él convertirlo en campo de confrontación o instrumentalización por parte de diferentes corrientes políticas. Más bien, habría que apostar por que siga descubriendo nuevas grietas en el sistema para así ir abriendo brechas que contribuyan a la construcción progresiva de un bloque social, político y cultural contrahegemónico frente al bloque actualmente hegemónico y en ascenso de la derecha. Los partidos de la “izquierda de la izquierda”, el nuevo sindicalismo alternativo que sea capaz de emerger a la superficie incluso dentro de los sindicatos mayoritarios, así como los distintos movimientos sociales alternativos deberían insertarse en ese proceso de construcción del bloque antagonista con humildad y deseos de aprender de toda la creatividad que en sus debates, formas de organización y repertorios de acción está mostrando el Movimiento 15-M para poner en práctica efectiva otra política y otra forma de hacerla. Porque, como muy bien han escrito José Manuel Naredo y Tomás R. Villasante, “todos hemos sido desbordados” por esta explosión de la protesta (4). Por eso mismo las “Mesas de convergencia” que se empezaron a crear hace unos meses deberían evitar buscar protagonismo dentro de este movimiento instrumentalizar este movimiento y limitarse a respetarlo y a mezclarse con las sensibilidades y culturas que conviven en su seno. Lo mismo debería hacer una izquierda radical y anticapitalista que, siendo mayoritariamente joven, puede confluir más fácilmente con esa nueva generación con hambre de ideas-fuerza y de propuestas, aprendiendo también de ella y aplicándose a sí misma el eslogan “Vamos despacio porque vamos muy lejos”.
Será probablemente dentro y junto a ese movimiento como podrá avanzarse en la construcción de otra izquierda que proponga como horizonte la necesidad de romper con las reglas de juego imperantes desde la “Inmaculada Transición” y presionar a favor de un nuevo proceso constituyente que contribuya a ofrecer un marco más favorable para una salida alternativa a la crisis sistémica actual. Porque no olvidemos que incluso algunas de las demandas que el Movimiento 15-M ha puesto sobre el tapete chocan con unos pactos que no sólo impusieron el silencio sobre el pasado sino también las bases de un futuro que todavía, más de treinta años después, pretende seguir imponiéndose a una mayoría de la sociedad española que ni siquiera votó la Constitución todavía vigente.
Pero esa apuesta no debe engañarnos sobre las dificultades de plasmar ese proyecto a corto plazo. Porque es verdad que, por fin, parece que esta vez empieza en serio la “lucha de clases desde abajo” pero, por ahora, siguen ganando quienes la practican “desde arriba” y sin complejos hace ya largo tiempo. La llegada al gobierno del PP -y con él de toda una coalición social de intereses dispuesta a apuntalar más si cabe el régimen de la Transición y a acabar con lo que quede del Estado del bienestar- nos ha de recordar que la relación de fuerzas continúa siendo desfavorable para los y las de abajo. Debemos pensar, por tanto, menos en las próximas elecciones y más en cómo ir generando un amplio y masivo movimiento de desobediencia civil que sea capaz de ir deslegitimando en los hechos las injustas políticas que desde el gobierno central, las Comunidades Autónomas y muchos ayuntamientos se querrán aplicar. Será de los frutos que puedan ir creciendo de esa oposición social como podrá nacer también savia nueva para esa izquierda tan necesaria.
Jaime Pastor es profesor titular de Ciencia Política de la UNED,
Este artículo ha sido publicado en el número 189 del mes de julio de 2011 de la ediciónespañola de Le Monde Diplomatique

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