jueves, 17 de marzo de 2011

La lucha de Marshall Meyer durante la dictadura. El Rabino que le vio la cara al diablo


Por Alejandro Dubesarsky
El rabino Marshall Meyer, nacido en Estados Unidos y llegado a la Argentina a fines de los años 50, fue un hombre “revolucionario”, pero no sólo en el rol pastoral- religioso, en el cual revitalizó a la comunidad argentina, haciendo que sus oficios fueran más comprensibles y permitiendo la participación activa de las mujeres.
Su misión en sus 25 años de trabajo en Argentina, fue más allá de eso y tuvo su punto más alto a partir de 1976 cuando el llamado Proceso de Reorganización Nacional derrocó a Isabel Perón, sistematizó el terrorismo de Estado, legalizó la tortura y persiguió a todo aquel que no concordaba con sus ideas, a aquellos que_ en sus palabras_, eran “subversivos”, los hacían desaparecer, pasando a ser “entes”, como afirmó alguna vez el ex general y dictador, Jorge Rafael Videla.
Cuando la palabra represión se tornó habitual en el lenguaje de los argentinos, Marshall se enfrentó a los genocidas, reclamando y persistiendo por la aparición con vida de los judíos, tomó para sí la frase talmúdica “quien salva una vida, es como si salvara un mundo entero” y puso manos a la obra.
Esta es la actitud que relata en el libro de reciente aparición “Marshall Meyer, el rabino que le vio la cara al diablo", escrito por el periodista Diego Rosemberg y publicado por la editorial Capital Intelectual.
El Rabino Meyer no hizo otra cosa que lo que le correspondía (algo que muy pocos, incluyendo gran parte de la dirigencia judía de la época hizo), pedir justicia. “Su lugar estaba al lado de las Madres de Plaza de mayo y junto a los detenidos”, aseguró hace unos años su mujer, Naomi Meyer. Lo que es una verdad indiscutible.
Tal como plantea Rosemberg, le “vio la cara al diablo”. El “diablo”, aunque fríos a la hora de decidir y juzgar (sin juicio ni posibilidades de defensa) quienes debían morir, eran esos hombres que vestidos con uniformes negaban que en la Argentina se violaran los derechos humanos, Videla, Massera, Agosti, Viola, Galtieri que fueron parte de la cúpula directiva lo sabían bien, y los comisarios Etchecolatz y Camps, cómplices de estas “personas”, de estos “seres humanos”, también. Meyer acostumbraba visitar cárceles y era común verlo en los centros de detención—los centros transitorios, a menudo operados por la Policía Federal.
Rosemberg, relata una anécdota que muestra en un ciento por ciento la figura del Rabino Meyer:” Corría julio de 1977. En su oficina de la Jefatura de la Policía Bonaerense, en La Plata, el comisario Miguel Etchecolatz, mano derecha del general Ramón Camps, le apuntó con su mirada torva a Meyer”.
–Y usted, cura, ¿quién es?– lo prepoteó el director de Investigaciones de la temible fuerza policial”…. “El rabino no se amilanó. Se levantó de su silla, a paso firme dio la vuelta al escritorio que lo separaba de Etchecolatz, se detuvo a escasos treinta centímetros y mirándolo a la cara lo increpó:
–Este cura es un pastor que busca a una oveja de su rebaño y sé que vos sos el ladrón que te la llevaste. Soy el pastor de Jacobo Timerman y vos tenés a mi oveja. No me voy hasta que no me la devuelvas –dijo Meyer, que tuteaba a todo el mundo, aún a quienes despreciaba profundamente”.
Años después, durante la guerra de Malvinas, me contaba una de mis grandes profesoras, Ester Jarmatz, (Z”l), que el rabino desde su púlpito de la comunidad Bet- El, arengaba con su inconfundible tono americano:” No manden nada, no va a llegar”, repetía ante los pedidos de donaciones a los soldados que fueron enviados sin preparación y sufrieron el frío durante la confrontación.
Marshall T.Meyer, fue decisivo, como se ve, en la salvación de Jacobo Timerman, quizá
uno de los casos que más repercusión pública tuvo, pero tuvo la misma actitud con cada judío anónimo, “metió la narices” siempre que le fue posible y si bien no hay datos concretos de cuánta gente salvó el religioso, se sabe que fueron cientos y que su labor no fue fácil, ya que los judíos eran los “privilegiados” en la dictadura. En el informe Nunca Más de la CONADEP (de la que Meyer formó parte, siendo el único extranjero en participar de la misma) se señala que los detenidos eran indagados sobre “el plan Andinia”, “los planes del Mossad” o se les hacía referencia sobre el ‘problema judío’.
Según los datos del mencionado informe:”las estimaciones sobre los detenidos-desaparecidos judíos en relación al total de víctimas del genocidio se ubican en una proporción cercana al 5 (cinco) por ciento del total de víctimas, y aún podría ser dos o tres puntos porcentuales mayor y hasta duplicarla”. “Queda claro que hubo una sobre-representación judía entre las víctimas y no fue un hecho casual o tangencial, sino que tuvo estrecha vinculación con la ideología y objetivos del proceso genocida”, concluye el informe.
Distintos investigadores coinciden en la importancia del rol de Marshall Meyer en la toma de testimonios para la redacción final del Nunca Más, ideada y decidida por el presidente Alfonsín y encabezada por Ernesto Sábato.
Como queda demostrado la lucha por los derechos humanos fue en gran parte su modo de vivir y actuar, Meyer fue uno de los fundadores del Movimiento Judío por los Derechos Humanos. Hace pocos años cuando quedó inaugurada la plaza que lleva su nombre, el rabino Daniel Goldman, uno de sus alumnos y también defensor de los derechos humanos, definió su legado….” su testimonio fue mostrar al hombre que no pierde la humanidad activa. Enseñó que así como la memoria debe ser activa, la humanidad también. Cuando se activa la humanidad no existe nada que pueda detenerla”….
Marshall Theodore Meyer, fue, como se lo tituló:” un rabino entre las balas”, fue verdaderamente, “el rabino que le vio la cara al diablo” y fue también, como lo llamó Mariela Volcovich, autora del libro-homenaje que viera la luz en 2009:” El hombre, un rabino”

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