domingo, 19 de septiembre de 2010

El mito de Trotski por ANTONIO ELORZA



Autor de dos libros de referencia sobre Lenin y sobre Stalin, Robert Service cierra el triángulo de biografías sobre revolucionarios rusos con la que ahora nos llega sobre Trotski. Desde el principio es consciente de que el terreno es más resbaladizo. La condición de mártir del estalinismo y la supervivencia de buen número de epígonos tuvo por resultado que desde el clásico estudio de Isaac Deutscher hayan predominado los relatos de mayor o menor valor, pero siempre con un sesgo hagiográfico. La vulgata trotskista ha forjado además un molde ideológico muy útil para sentirse revolucionario, de una revolución siempre en el orden del día, con el proletariado como protagonista, que sólo resulta frustrada por el reformismo del traidor a la historia que es el partido comunista, con Stalin y después de Stalin. El capitalismo o la reacción, ya se sabe lo que son: no entran en el problema. Resultado: una construcción maniquea con Trotski (la Revolución) como polo del Bien, en tanto que Stalin y sus sucesores encarnan el Mal.


La reconstrucción de la vida y las ideas de Trotski por Service está dirigida a quebrar ese mito. "Este libro es la primera biografía extensa sobre Trotski escrita por un no ruso y no trotskista", advierte. Una exhaustiva búsqueda documental en los archivos con material de primera mano en diversos lugares del mundo, de Moscú a Harvard, la permite profundizar en las actitudes y en las intenciones reales del revolucionario con mucha mayor precisión que lo que ofrece la obra publicada. El resultado es un tríptico en el cual los aspectos biográficos de tipo personal, las actuaciones políticas y los planteamientos ideológicos convergen en un cuadro esclarecedor de la compleja personalidad del político.

Service destaca en Trotski su excepcional calidad como orador, organizador y líder. En lo primero fue superior a Lenin y como organizador de procesos revolucionarios en curso, inigualable, como probó su dirección del soviet de San Petersburgo en 1905 y la preparación del acto insurreccional de octubre de 1917, por no hablar de su decisiva tarea en la organización y dirección del Ejército Rojo. Otra cosa fue su calidad como líder y organizador político, lastrada por un excesivo personalismo, exacerbado en los últimos años, y por su olvido de las reglas que presiden el funcionamiento de un partido político, tema en el cual fue siempre a remolque de sus adversarios. Deficiencia que por otra parte sorprende, ya que fue el primero en darse cuenta muy pronto, en 1904 y en su folleto Nuestras tareas políticas, de los mecanismos dictatoriales que encerraba el modelo organizativo propuesto por Lenin y de la inevitable sustitución que del mismo se derivaba hacia el vértice sofocando el supuesto poder del proletariado. Nunca aplicó tales previsiones a su etapa de gestor del poder soviético.

Trotski creía demasiado en sí mismo y por otro lado tendía a construcciones esquemáticas -inevitabilidad de la revolución permanente y del gobierno obrero-, que funcionan en 1905 o en 1917, a favor de corriente, pero que luego se distanciaron de la realidad tanto como sus valoraciones peyorativas de Stalin o de momentos críticos de la historia europea. Rara vez admitía los desmentidos que los hechos infligían a sus posiciones, expuestas siempre como verdades indiscutibles. Tal rigidez le resultó muy costosa en las relaciones con sus propios fieles. Uno de ellos desengañado, el futuro teórico de la managerial revolution, se lo planteó: no hay una "verdad de clase" y los hombres más peligrosos son aquellos que se creen en la posesión de la verdad. Trotski ignoró la observación.

Trotski fue un antidemócrata convencido, si bien creyó en una "democracia socialista" donde coexistieran las distintas corrientes revolucionarias. Aunque aplastó Kronstadt. No fue la cara amable de la revolución, por contraste con Stalin. Estudioso de la Revolución Francesa, el equivalente de la guillotina era su instrumento preferido en 1917 para aplicar a la burguesía. En Terrorismo y comunismo (1920) escribe: "La vía del socialismo pasa por la tensión más alta de estatización", "la militarización del trabajo", "el gobierno más despiadado que pueda existir, un gobierno que abarca imperiosamente la vida de todos los ciudadanos". Totalitarismo puro.

La grandeza de Trotski residió en su capacidad para desarrollar una línea política original, sobrevolando los enfrentamientos entre bolcheviques y mencheviques y percibiendo la inviabilidad de la fase democrática -a diferencia de Lenin pre-17- en la Rusia zarista. Su aislamiento resultó además compatible con una práctica revolucionaria desarrollada, llegado el caso, con una excepcional capacidad de gestión. Pero ese aislamiento le fue fatal cuando se planteó la lucha por el poder a la muerte de Lenin. Era el hombre a abatir y lo eliminaron. Una vida espléndida y trágica, que salvando los escollos de la traducción el libro de Robert Service nos devuelve en un gran relato.

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