Comenté hace poco que según el último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI), el gasto militar mundial ascendió a un mínimo de 1,5 billones de dólares en 2009, alrededor de 4.200 millones de dólares diarios. Agregaba que el gasto militar de Estados Unidos representa el 43% del gasto total, grava a sus habitantes con casi 1800 dólares anuales per cápita, pero existe un aumento del gasto en la casi totalidad de las regiones relativo al 6% en todo el mundo. Los 34 conflictos armados siguen generando unos 650.000 a 700.000 muertos anuales y las víctimas potenciales no necesariamente fatales derivadas de las consecuencias de las guerras y sus secuelas de miserias no descienden de los 2700 millones anuales. Afganistán requiere por lo menos un presupuesto de otros 33000 millones de dólares adicionales este año.
Pobreza y miserias de todo tipo caminan junto a la impunidad en términos globales.Este 18 de julio se cumple un nuevo aniversario del atentado contra la AMIA y la impunidad miserable sigue envolviendo en un sentimiento de impotencia a los familiares de los 85 muertos y más de 300 heridos por el mayor ataque terrorista que vivió Argentina.
Un número ínfimo frente a un mundo generoso en estadísticas del terror, la muerte y la agonía.
Estos hechos no se pueden mensurar, 30 ó 30000 es el mismo tipo de crimen, son de lesa humanidad.
El atentado se produjo a las 9.53 del 18 de julio de 1994 y junto con los atentados y destrucción de las Embajada de Israel en Buenos Aires, la norteamericanas en Tanzania y Kenya, los atentados del 11-S y el 11-M, en el metro en Londres, los ataques mortales a turistas en Luxor (Egipto), Marruecos y Kenya por grupos fundamentalistas es un nefasto eslabón de oprobio y sinrazón no justificable, no argumentable en beneficio de ninguna causa.
Tampoco son sostenibles los hechos en Somalia, Darfur, Ruanda, Irak, Afganistán, los “istam”, Osetia, Georgia, Líbano y los que ocurren en la Autonomía Palestina e Israel, lugar donde también sobraron víctimas del terrorismo y terrorismo es tal, cualquiera sea la bandera de su causa.
Hoy la multiplicación de víctimas, su industrialización, es un asesinato cada vez más difícil de matizarlo con el barniz del idealismo principista, es parte de un engranaje económico que tiene como vimos un presupuesto global y se llama negocio de la guerra y del terror.
El terrorismo y la industria de la guerra vulneran los derechos humanos, cosa que es una verdad obvia, desprecia la vida, la dignidad y cosifica al hombre frente al manipuleo del poder hasta su desaparición física vía penurias insufribles.
Es un tema de la sociedad global, el caso AMIA y todos los que enumeré comprometen a toda la humanidad, su esclarecimiento y futuras prevenciones son parte de la lucha por los derechos civiles y humanos universales, que es inseparable de las batallas de la sociedad civil por la paz.
Esto significa que cuando un colectivo humano es vulnerado por el terrorismo o la guerra institucionalizada o no, toda la humanidad es atacada y cercenada en sus libertades más mínimas. Es la esencia humana la agredida y no una expresión de pensamiento, etnia o confesión y todos los colectivos deben entenderlo así para combatir la agresión, esclarecer los hechos y castigar a los culpables en una acción solidaria sin ocultarse, ni esconderse tras razonamientos ideologizados y mezquinos que justifiquen su omisión de acciones en beneficio de las víctimas o la simple solidarización con las mismas frente a los hechos que las vulneran.
Piense el lector que el presupuesto global en armamentismo es casi veinte veces el importe que se debe invertir en los países en desarrollo anualmente para superar las consecuencias del atraso, que se calcula en 80000 millones de dólares año por un periodo de diez.
Daría alimento a dos veces la cantidad de carentes hoy día y la suma de gasto armamentístico diario reuniría la suma contra el subdesarrollo en 20 días de transacciones militares y muchas oportunidades más podría tener el mundo.
Una sociedad civil sólida y autónoma, capaz de actuar libremente, debidamente capacitada y versada en los derechos humanos, es un elemento fundamental para garantizar la protección sostenible de los mismos a nivel nacional y global; colabora a evitar fracturas que la vulneren frente al terrorismo como al poder belicista.
No creo que el atentado a la AMIA se pueda superar como otras tantas heridas, pero es necesario ejercer su memoria con la finalidad histórica- social de no repetir, no dejar que se repita por el bien de la sociedad.
¡Por la memoria de las víctimas de este atentado, por la justicia, por los derechos humanos universales y contra todo belicismo, convencional o terrorista!
(*) Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judéo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Haifa). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).
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