Por Sergio Ferrari
Cuando el joven desempleado tunecino Mohamed Bouazizi se inmoló públicamente el 17 de diciembre de 2010, no imaginaba que su rabia individual explotaría rápidamente en indignación casi universal. Reconvertido en verdulero, y harto por el acoso oficial que le impedía trabajar libremente con su carretón, la denuncia de Bouazizi detonó en pocos días movilizaciones masivas en su país. Muy rápidamente, su indignación y la de su tierra desbordaban las fronteras regionales y continentales.
La protesta tunecina, que sacó finalmente del poder a Ben Ali, se extendió a Egipto y a otros países de la región, promoviendo cambios significativos en tiempos históricamente cortos. De esta manera, la así llamada « primavera árabe » comenzaba a socavar las bases de monarquías duras o democracias desgastadas mediante cambios internos relevantes.
Apenas separada por el Mar Mediterráneo, la revuelta del África nor-sahariana no tardó en acercar orillas para transformarse en indignación europea.
El 15 de mayo del 2011 detonó en Madrid un proceso de movilizaciones ciudadanas masivas que se extendieron por toda España y se reprodujeron en centenares de ciudades en más de cuarenta países del mundo. Como resultado de una marcha multitudinaria auto convocada a través de Internet por la coalición Democracia Real Ya, los manifestantes ibéricos decidieron ocupar la capitalina Plaza del Sol, convirtiéndola durante semanas en su propio campamento urbano.
La ocupación, método de lucha recurrente empleado por muchos movimientos sociales en el mundo entero para defender sus reivindicaciones más sentidas, como la reforma agraria de « los sin tierra » o la vivienda popular de « los sin techo” brasileros », se desplazaba así al mismo corazón de la Unión Europea. Se estaba inaugurando una masiva modalidad de protesta ciudadana. Centenares de plazas y parques adquirieron el formato de los conocidos plásticos negros y las carpas improvisadas de los acampados del Sur.
La exclusión social, cada vez más intensa y dramática; el desempleo creciente, especialmente entre los jóvenes; las políticas férreas de recortes al Estado social, y el desgaste crónico de las democracias tradicionales, aparecían como causas comunes de la movilización masificada en el Viejo Mundo.
Dentro de un marco global caracterizado por la profundización de una crisis preocupante durante los últimos cinco años, en 2010 y 2011 la explosión de la “burbuja inmobiliaria” provocó el empeoramiento dramático de la situación de decenas de miles de familias endeudadas en varios países del continente.
En España, por ejemplo, miles de familias muy pronto perdieron sus viviendas en un proceso que replicaba como calcomanía una realidad traumática que ya estaba causando estragos en los Estados Unidos. Esta crisis hipotecaria se daba paralelamente a un brutal aumento del desempleo, que en 2012 alcanzó en España, niveles nunca antes conocidos cercanos al 25 % de la población productivamente activa y casi el doble entre la juventud. Crisis similares, diagnósticos semejantes, reivindicaciones comunes... A mediados de septiembre del mismo 2011, un grupo de manifestantes también auto convocado ocupó el Zuccotti Park en Wall Street, el centro financiero estadounidense, todo un símbolo del sistema hegemónico a nivel mundial.
El movimiento de los “Ocupa Wall Street” se extendió de inmediato a la Plaza de la Libertad en la ciudad de Washington, a escasos metros de la Casa Blanca, y a más de mil ciudades y pueblos por todo los Estados Unidos, sin duda una de las movilizaciones ciudadanas más importantes de la historia contemporánea de ese país.
El movimiento “Ocupa” estadounidenses se entiende como un “espacio abierto y horizontal” contra el capitalismo neoliberal, al que define en uno de sus primeros comunicados como “un pulpo gigante, que como un vampiro, se adhiere con sus tentáculos al rostro de la humanidad, chupando despiadadamente con sus ventosas cualquier cosa que huela a dinero ». Su consigna central—“somos el 99%, ellos son sólo el 1%”—enfatiza su abierta confrontación con el poder financiero y la corrupción política y ubica en el mismísimo centro del debate nacional el tema de la desigualdad económica y la creciente polarización social. La democracia directa, basada en decisiones tomadas colectivamente; la distribución orgánica de roles, con diferentes comités y grupos de trabajo claramente estructurados al interior del movimiento (prensa, logística, formación, entre otras); un liderazgo horizontal y repartido, y sin nombres propios, y la acción directa, aunque no violenta, constituyen los pilares conceptuales de los “Ocupa”.
En pocas semanas el movimiento logró romper el bloqueo mediático y político que intentaba sofocarlo y aislarlo; acaparó los reflectores, aun los de las fuerzas policiales, y logró ubicarse en el centro de la agenda política nacional. El mismo Partido Demócrata debió reposicionarse frente a “Ocupa Wall Street” y sus reivindicaciones más sentidas. El movimiento “Ocupa” experimentó rápidamente su propia globalización “planetaria”, protagonizando jornadas como las del 15 de octubre del 2011, con movilizaciones en 951 ciudades de 82 países en prácticamente todos los continentes.
De Chiapas al iglú resistente en Davos
Fines de enero de 2012 en pleno invierno glacial europeo. A sólo unos centenares de metros del centro de convenciones de la ciudad suiza de Davos, y protegido militarmente como una fortaleza, se realizaba el Foro Económico Mundial. Un centenar de activistas del movimiento “Ocupa” instaló en el corazón de Davos un iglú de resistencia construido con nieve alpina y adornado apenas por unos cuantos afiches y unas banderas rojinegras.
Ese iglú fue la expresión simbólica de este nuevo proceso de resistencia ciudadana ante uno de los eventos del poder económico internacional. Se trata de una resistencia que parece no conocer fronteras y que apuesta según sus principios a globalizar la solidaridad y la denuncia del modelo neoliberal, que hoy confronta una de sus crisis más profundas.
Casi 18 años antes de ese iglú “ocupa”, el 1 de enero de 1994 el movimiento zapatista había aparecido “de la nada” para ocupar San Cristóbal de las Casas y otras cinco cabeceras del sureño y olvidado Chiapas. Los zapatistas denunciaban el Tratado de Libre Comercio (TLC) que ese día se acordaba entre Estados Unidos, Canadá y México. Con esta demostración, los Zapatistas, entre otras cosas, estaban cuestionando radicalmente un tipo de mecanismo jurídico internacional que las potencias del Norte habían comenzando a imponerles a muchas naciones del Sur en nombre de su estrategia de capitalismo globalizado. Alzaban una voz profética para globalizar la esperanza.
“No morirá la flor de la palabra. Podrá morir el rostro oculto de quien la nombra hoy, pero la palabra que vino desde el fondo de la historia y de la tierra ya no podrá ser arrancada por la soberbia del poder... Techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Estas fueron nuestras banderas en la madrugada de 1994. Estas fueron nuestras demandas en la larga noche de los 500 años. Estas son, hoy, nuestras exigencias”, enfatizaba el Manifiesto Zapatista.
Casi dos décadas más tarde, rasgos conceptuales y metodológicos vitales del zapatismo, como su reivindicación de la participación de « los de abajo », la democracia directa y la crisis al poder institucionalizado se están reactualizando, tácita o abiertamente, en la práctica de los indignados y ocupas del siglo XXI. Y también sus colores.
Indignación y otro mundo posible
Entre aquellos históricos acontecimientos y sus ecos recientes, durante la primera década del siglo actual nace y se fortalece el pensamiento altermundialista a la luz de los Foros Sociales Mundiales que arrancaron en Porto Alegre en 2001. Estos encuentros sin fronteras lanzaron el desafío de un cambio de paradigma, de sistema. Mediante la movilización activa, auto convocada, horizontal, sin protagonismos personales, se han dedicado a fortalecer las redes mundiales de una comunidad solidaria para la construcción de “Otro Mundo Posible”. Este Otro Mundo Posible, para los altermundialistas, es y será el resultado de una concepción renovada de la participación política; la apuesta a una nueva forma de democracia inclusiva para todos y con todos; el llamado a la participación ciudadana activa; la crítica frontal contra el capitalismo y sus devastadoras consecuencias sociales y ambientales; el protagonismo colectivo, especialmente el de los más relegados; la pérdida del miedo y la intensificación de la participación popular; la visión amplia de construir innovando, sin esquemas rígidos ni exclusiones ideologizantes; la reivindicación de la memoria histórica frente al olvido del poder...
Se trata de conceptos y prácticas que coinciden con muchas de las consignas-reivindicaciones del zapatismo y del altermundialismo así como de las movilizaciones ciudadanas de 2010-2011 en los países árabes como las protagonizadas por los indignados o el movimiento “ocupa”.
“Nuestra ira contra la injusticia sigue intacta. No, esta amenaza no ha desaparecido por completo. Convoquemos una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no propongan como horizonte para nuestra juventud otras cosas que no sean el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva de todos contra todos”, enfatiza Stéphanne Hessel en su “¡Indignaos!”, publicación que se convirtió rápidamente en referencia conceptual del movimiento.
Esta proclama convoca a la movilización de la sociedad solidaria para construir un nuevo rumbo que va contra el poder de banqueros y los grandes empresarios así como la corrupción de los políticos de una democracia excluyente.
« Nosotros los desempleados, los mal remunerados, los subcontratados, los precarios, los jóvenes… queremos un cambio y un futuro digno. Estamos hartos de reformas antisociales, de que nos dejen en el paro [desempleados], de que los bancos que han provocado la crisis nos suban las hipotecas o se queden con nuestras viviendas, de que nos impongan leyes que limitan nuestra libertad en beneficio de los poderosos. Acusamos a los poderes políticos y económicos de nuestra precaria situación y exigimos un cambio de rumbo », protestan los indignados en una de sus declaraciones de prensa al inicio del movimiento.
La humanidad es hoy testigo de casi dos décadas (1994-2012) de luchas ciudadanas renovadas, nuevos actores y formas innovadoras de entender y de hacer política. Las diversas experiencias empíricas enriquecen conceptualmente la búsqueda planetaria de opciones sistémicas en lo económico, lo social y lo ecológico.
Queda pendiente concretar dichas alternativas: llenar de contenido el “Otro Mundo Posible”; amasar aquí y ahora “un mundo donde quepan muchos mundos”; transformar la indignación de estado (de ánimo) en acción transformadora. El año 2013 será, sin duda, otro momento importante de este caminar colectivo. Y la próxima edición del Foro Social Mundial que se realizará entre el 26 y el 30 de marzo en Túnez apuesta, particularmente, a integrar mucho más férreamente indignación y altermundialismo.
Desafío que puede significar un paso adelante en la capacidad de convocación-movilización de la sociedad civil planetaria y su búsqueda de alternativas. Retomando, al mismo tiempo, tres fuentes de aportes significativos: el capital acumulado en los países árabes en estos últimos dos años. El reforzamiento de la movilización social-sindical en Europa, como lo expresara le huelga continental del pasado 14 de noviembre del 2012. Y la experiencia enriquecida de los múltiples procesos progresistas – con sus nuevas formas democráticas de participación ciudadana en América Latina.
Sergio Ferrari en colaboración con la Agenda Latinoamericana; E-CHANGER (ONG de cooperación solidaria activa); la FEDEVACO (Federación de Vaud de Cooperación) y la FGC (Federación Ginebrina de Cooperación).
PUBLICADO POR ARGENPRESS
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