Las reflexiones provenientes de la física cuántica y de la cosmología moderna, especialmente las de Brian Swimme, director del Centro de la Historia del Universo, en California, que reúne centenares de científicos de varias àreas del saber, y autor de los conocidos libros The Universe Story (1992) en colaboración con el conocido ecólogo norteamericano Thomas Berry, y de Hidden Heart of the Cosmos (1996), e incluso los estudios de Amit Goswami, matemático y físico cuántico, sobre El universo autoconsciente (1998) sugieren que la conciencia y la espiritualidad son manifestaciones pertenecientes a nuestro universo. Están relacionadas con fenómenos cuánticos que irrumpen de aquella Energía Universal de Fondo que está detrás del universo en evolución y que sustenta a todos y cada uno de los seres que existen.
Así como los elementos de nuestro cuerpo surgieron del proceso cosmogónico, de la misma forma lo hizo nuestra dimensión espiritual. Espíritu y cuerpo (material) son, en cierta forma, tan antiguos como el universo. Estaban presentes, en forma potencial, en el primer momento de la llamarada primordial, denominada también big bang.
En términos cosmológicos, el espíritu puede ser entendido como la capacidad de las energías primordiales y de la propia materia originaria, formada a partir del campo de Higgs, para interactuar entre sí creando, organizando sistemas abiertos (autopoiesis) que se comunican y que constituyen un tejido cada vez más complejo de inter-retro-conexiones, responsables de sustentar el universo en expansión, en complejidad progresiva y en autocreación.
En el primerísimo momento del estallido silencioso (todavía no había espacio ni tiempo para que resonase la gran explosión) surgió el Campo de Higgs, del que tanto se ha hablado últimamente en la búsqueda de la “partícula Dios” (nombre poco afortunado porque la naturaleza de Dios es todo menos una partícula material). Ese Campo de Higgs está marcado por oscilaciones rapidísimas de energías que son el origen de todas las energías y de las partículas fundamentales (top quarks, protones etc.). Estos establecieron relaciones e interconexiones que, al interactuar e intercambiar informaciones de manera cada vez más compleja, dieron origen a la red de energías que componen todo lo que existe. Podemos entender ese juego de relaciones como la alborada del espíritu.
Así, el universo está lleno de espíritu porque es interactivo, pan-relacional y creativo. Desde esta perspectiva no hay entes inertes, no hay materia muerta contraponiéndose a los seres vivos. Todas las cosas, todas las entidades (desde las partículas subatómicas a las galaxias) participan en cierto modo del espíritu, de la conciencia y de la vida.
La diferencia entre el espíritu de la montaña y el del ser humano no es de principio sino de grado. El principio de interacción, de relacionalidad y de creatividad esá presente en ambos, pero bajo diferentes grados de realización. En el espíritu humano en forma autoconsciente y en gran complejidad de conexiones. En la montaña, también envuelto en relaciones pero menos complejas y más estables. Repetimos: el espíritu solamente está presente en estos grados de complejidad porque estaba presente en el cosmos desde su comienzo aunque en grados menos complejos.
El espíritu visto como la capacidad de las energías y de la materia para interconectarse e intercambiar informaciones entre ellas puede ser entendido también como vida. El principio de vida, por lo tanto, estaba presente desde los inicios del proceso cosmogónico. Esa vida se fue haciendo más y más compleja a medida que el propio universo avanzaba, se expandía y se autocreaba, hasta adquirir la forma de una bacteria, de una célula, de un organismo y de un ser consciente.
Si vida es relación y complejización en alto grado de realización, entonces su opuesto no es la materia, sino la muerte y la ausencia de conexiones. La materia no es «material» sino que, por la teoría de la relatividad de Einstein, es un campo profundamente condensado de energía, de interacción y de información.
La espiritualidad es el empoderamiento máximo de la vida bajo las más variadas formas. En la espiritualidad conscientemente vivida por el ser humano está implicado un compromiso de proteger y promover la vida y permitir que continúe coevolucionando; no solamente la vida humana, sino toda la vida en su inconmensurable diversidad y formas de manifestación.
Para que vivamos el cosmos como un ser vivo, para que vivenciemos la Tierra como Gaia (la Gran Madre, la Pachamama de los andinos) es preciso sentir estas realidades y la propia naturaleza de la cual somos parte como fuentes vivas de energía y entrar en comunión con todos los seres considerándolos como parientes, hermanos y hermanas, primos y primas y compañeros en la gran aventura del universo. Efectivamente, todos tenemos el mismo código genético de base.
Desarrollar tales percepciones significa demostrar que somos verdaderamente seres espirituales y vivir profundamente una espiritualidad ecológica, algo extremadamente necesario para la salvaguarda de la biosfera.
El futuro de la Tierra, un planeta viejo, pequeño y limitado, el futuro de la humanidad que no cesa de crecer, el futuro de los ecosistemas agotados debido al gran estrés causado por los procesos industriales, el futuro de las personas confusas, perdidas, espiritualmente entorpecidas, que anhelan vidas más sencillas, auténticas y significativas: este futuro depende de nuestra capacidad de desarrollar una espiritualidad verdaderamente ecológica.
No basta con que seamos racionales y religiosos. Es más importante que seamos espirituales, en comunión con el Espíritu Universal y Cósmico, sensibles a los otros, dispuestos a cooperar con nuestra creatividad y a respetar a los otros seres de la naturaleza, es decir, tenemos que ser auténticamente espirituales.
Sólo entonces vamos a mostrarnos como responsables y benevolentes con todas las formas de vida, amantes de la Madre Tierra y adoradores de la Fuente de todos los seres y de todas las bendiciones que existen y están por venir: Dios.
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