viernes, 1 de junio de 2012

Entre Vietnam y Somalia por Tino Brugos




La reciente cumbre de la OTAN, celebrada en Chicago a mitad de mayo, ha tratado en profundidad la situación de Afganistán elaborando planes para organizar la retirada del despliegue internacional existente en aquél país desde que se inició la intervención avalada por la ONU e impulsada por los Estados Unidos. El resultado de aquella decisión se puede cuantificar con la cifra de ciento treinta mil soldados  pertenecientes a cincuenta países. Los Estados Unidos mantienen un total cercano a los noventa mil y cantidades menores otros socios como Reino Unido, Francia, Alemania o Turquía. La aportación española supone la presencia en suelo afgano de casi mil seiscientos soldados.
El coste del conflicto en número de bajas, el rumbo de los acontecimientos políticos siempre complejos en un país de tradición tribal, la cantidad de dinero invertido por la comunidad internacional, los efectos de la crisis económica en las economías occidentales así como la práctica imposibilidad de lograr una derrota militar de la insurgencia integrista, son factores que explican la decisión, anunciada hace más de un año, de proceder a una retirada escalonada de la misión internacional. El plan tiene previsto iniciarse este mismo año con la retirada de un 10% del contingente para pasar a un 40% el año próximo y culminar con el resto de tropas a lo largo del 2014.
A partir de ese momento el nuevo ejército afgano será el encargado de velar por la seguridad del país y mantendrá el apoyo de los países de la actual coalición. Se trata de un plan que podría tener cierta semejanza al adoptado por los EEUU en Vietnam en 1973 que supuso la retirada de sus tropas para iniciar una fase nueva conocida como la “vietnamización del conflicto” , aunque en este caso se pueden observar también algunas diferencias. El dato  principal es que los USA se retiran y dejan a un gobierno que tendrá que afrontar la continuación de la guerra en unas difíciles condiciones. Para evitar que el resultado sea el mismo que en 1975 y asistamos a una repetición de la caída de Saigón se ha decidido impulsar un plan de paz y negociar con quien hasta ahora viene siendo el enemigo.
Sin embargo, la historia de Afganistán ofrece numerosos datos de fracasos de los procesos de negociación y pacificación emprendidos en coyunturas anteriores, que solo han servido como tránsito hacia una nueva fase del conflicto que viene desarrollándose en ese país desde 1973, fecha en la que se produjo la caída de la monarquía y proclamación de la república.
Con esta situación se hace difícil hablar de victoria entre los países aliados. No habrá una derrota militar de los Talibanes y, para garantizar que la situación mejore tras la retirada, se hace imprescindible negociar y abrir paso a un proceso de reconciliación que podría culminar con su vuelta al poder. La lógica política impide una visión triunfalista. Al mismo tiempo, es complicado manejar los hilos de la retirada sin poder reconocer que, para que el plan sea un éxito, hay que neutralizar políticamente a quienes hasta ahora se viene combatiendo con mayor esfuerzo. Eso supone  negociar con el enemigo y ofrecerle réditos políticos algo que la opinión pública puede no llegar a comprender.
Francia anuncia que se retira
Quizás por ello el nuevo presidente de Francia, F. Hollande, anunció en campaña electoral la intención de proceder a la retirada francesa de manera unilateral a finales de este mismo año. Su triunfo ha suscitado numerosas dudas acerca de cómo se organizará la retirada. Existe el temor de que si un país toma iniciativas particulares, al final otros sigan el mismo camino y que el plan de repliegue entre en una crisis que puede convertir en un fracaso definitivo el conjunto de la intervención.
Hay que recordar que todos los países son conscientes de que la misión seguirá tras la retirada y que ello supondrá un continuo desembolso económico, razón añadida para que, al menos en la fase de retirada, los aliados funcionen de forma sincronizada quedando para después  la parte económica, siempre sujeta a promesas sin cumplimiento concreto. En medio de estos movimientos, el gobierno español del PP ha demostrado que se tiene bien aprendida la lección de sumisión a los Estados Unidos. Las declaraciones de Pedro Morenés, ministro de Asuntos Exteriores, a los medios de comunicación han repetido punto por punto las consignas norteamericanas: habrá salida conjunta de las tropas internacionales, condena de posibles decisiones unilaterales que dañarían el conjunto de la misión y disposición a mantener la ayuda financiera después del 2014.
Negociaciones con la insurgencia y actores
La única posibilidad de que los plazos fijados para la retirada se cumplan pasa por garantizar que el nuevo ejército afgano controle de manera eficaz el país y que la insurgencia no sea capaz de desatar campañas que puedan poner en peligro el calendario fijado. Este último punto preocupa especialmente a los estrategas militares ya que en los últimos años los islamistas han venido incrementando de forma sistemática sus operativos militares. La única solución pasa por buscar un acuerdo, siquiera tácito, que permita cumplir los objetivos. En este sentido desde que Obama hizo público el anuncio de la retirada se han incrementado las maniobras para abrir un proceso de negociación de cara al futuro de Afganistán tras la salida de las tropas internacionales. Dos son los principales actores de estos movimientos tácticos que buscan abrir un proceso de negociación, por un lado los Estados Unidos y por otro el presidente Karzai. Sin embargo los objetivos de ambos actores son muy distintos por lo que no se puede descartar que durante el período de repliegue puedan producirse algunas fricciones.
Del presidente Karzai se pueden decir muchas cosas y no necesariamente buenas. Una de ellas es su capacidad para sobrevivir políticamente después de diez años de conflicto en un medio realmente complicado. Su llegada al poder responde al hecho de que, cuando se puso en marcha el operativo para derribar al gobierno talibán, no había muchas personas con un perfil que ofreciera legitimidad a la intervención internacional ante el pueblo afgano: Karzai es pastún, luchó contra los soviéticos, mantenía buenas relaciones con los sectores monárquicos moderados y contaba con el visto bueno de Pakistán. Durante estos años ha dado pruebas de ambición política y pocos escrúpulos. Eso le ha permitido sobrevivir a intentos de atentados, amañar las elecciones en el año 2009, romper su relación con la Alianza del Norte formada mayoritariamente por tajikos y criticar las actividades de las tropas de ocupación en suelo afgano cuando cometían alguna falta grave: bombardeos de aldeas y muertes de civiles inocentes, asunto de la quema de ejemplares del Corán, asesinatos cometidos por marines USA entre la población civil, etc. Esta actitud le ha permitido ganar una cierta imagen de defensor de la soberanía nacional afgana entre un sector de la población evitando dejar la totalidad del espacio político que condena la intervención a los grupos insurgentes. Por todo esto su relación con los países occidentales se ha deteriorado debido, además, a que mantiene unas formas de gobiernos basadas en los tradicionales pactos entre tribus y clanes en lugar de poner en marcha nuevas formas  que se basen en una cultura política de carácter pactista y democrático.
Ante la nueva coyuntura Karzai viene apostando por abrir una serie de negociaciones con grupos insurgentes que le permitan ampliar su base social. Para ello se han creado organismos oficiales como el Programa para la Paz y la Reconciliación y el Alto Consejo para la Paz en donde se han colocado diversos líderes tribales encargados de mantener abiertos canales de contacto con la oposición y explorar vías que ofrezcan la posibilidad de cooptar a líderes insurgentes mediante procesos de amnistía y reconversión de grupos armados en fuerzas de policía local. El problema que se plantea es que Karzai carece de prestigio ante los sectores opositores más radicales que prefieren negociar directamente con los Estados Unidos.
Quizás por ello, en los últimos años los insurgentes han cometido importantes atentados que han afectado a importantes dirigentes de estos organismos oficiales: el ex presidente B. Rabani, el general M. Daoud, el pariente de Karzai en Kandahar A. Wali Karzai, el gobernador de Uruzgan (zona natal de Karzai) Mohammed Khan, el Alcalde de Kandahar… todavía la pasada semana los medios se hacían eco del asesinato de Maulvi Arsala Rahmani, uno de los veteranos del Alto Consejo de Paz. Así pues, por esta vía todo parece indicar que el presidente afgano se encuentra en un callejón sin salida.
Sin embargo Karzai viene preparándose para el futuro sin presencia internacional. De momento mantiene un doble juego. Por un lado se felicita porque así el país volverá a ser soberano, pero al mismo tiempo pide apoyo económico para evitar que la situación se desestabilice nuevamente. Para evitar esta situación, en los últimos meses viene sugiriendo la posibilidad de adelantar las elecciones previstas en el 2014 al año 2013 con la idea de que un gobierno sólido y legítimo se haga con el control del país tras la retirada. Esta sugerencia augura problemas porque la vigente constitución prevé la celebración de elecciones anticipadas solo en caso de dimisión presidencial y además no contempla nada más que una reelección por lo que es de suponer que se producirán importantes maniobras para soslayar estos impedimentos legales si, como es de suponer, Karzai aspira a mantenerse como presidente.
El otro actor de la negociación son los Estados Unidos. Para los americanos, vista la imposibilidad de lograr una derrota militar de la insurgencia, de lo que se trata es de garantizar un repliegue antes de que las dificultades sean mayores y esa salida se pueda percibir como una derrota. Sin embargo la apuesta es arriesgada. Anunciar una retirada con fecha supone un incentivo para desarrollar campañas de ataques y hostigamiento por parte de los rebeldes. Para evitar este escenario la estrategia actual norteamericana pasa, en palabras de Hillary Clinton por aplicar la estrategia de fight, talk, build (combatir, conversar, construir) adquiriendo la segunda consigna una importancia especial en este período. Se trata de incorporar al proceso posterior al repliegue a los sectores insurgentes menos radicalizados, avanzando un proceso de reconciliación que permitiría sostener la tesis de misión cumplida dejando fuera a los sectores integristas más radicales. El problema que se plantea es que dentro de la fragmentada oposición son precisamente estos últimos quienes, en apariencia, tienen mayor peso político.
Existen tres grandes grupos insurgentes con los que hay que contar: el Partido Islámico (Hezb Islami) de Gulbudin Hekmatyar, la llamada red Haqani y los Talibán. Las maniobras de Karzai han permitido reintegrar, parcialmente, al grupo de Hekmatyar aunque a la luz de su ya larga trayectoria marcada por continuas oscilaciones, este acuerdo puede colapsar en cualquier momento. Más complicado está resultando entablar contactos con los otros dos agrupamientos. Estados Unidos ha reconocido sin problemas su deseo de explorar contactos con los Talibanes. Éstos vienen rechazando cualquier contacto mientras se mantengan en suelo afgano las tropas internacionales. Sin embargo han abierto una oficina en Qatar que, según los analistas, está llamada a ser el centro desde el que pueda operar la diplomacia talibán ante una posible ronda de contactos. Tratándose de un movimiento tan opaco no es posible conocer las verdaderas intenciones de la dirección Talibán ya que los pronunciamientos oficiales, de momento, vienen rechazando de forma categórica los contactos lo que ha llevado a algunos analistas a pensar en divisiones dentro del grupo que, hoy por hoy, no se pueden confirmar o desmentir. La simple posibilidad de negociar con la oposición Talibán ha generado un estado de ansiedad entre los representantes de minorías como tajikos, hazaras y uzbekos así como entre las organizaciones sociales, principalmente de mujeres, que se ven como moneda de cambio a la hora de llegar a posibles acuerdos. Estados Unidos afirma que no permitirá un retorno de los talibanes al poder, pero unas negociaciones significarían cesiones en puntos importantes para la sociedad civil así como un proceso de pastunización del poder, algo que se presenta como inaceptable para las minorías nacionales.
Una cultura política marcada por la violencia que lleva a la intervención exterior
La cultura política afgana está marcada por la sucesión de crisis políticas y la aplicación de soluciones violentas. No existe una tradición de pactos y consensos; de ahí que los anteriores presidentes hayan muerto todos de forma violenta desde 1973. El general Daoud, Amín, Najibuillah, Rabani, han sido víctimas de atentados o purgas políticas que buscaban acabar con el adversario para ocupar el poder en su totalidad en lugar de compartirlo. Nada hace pensar que esta tradición vaya a cambiar tras la retirada de la misión internacional. Karzai viene comprando a líderes tribales y grupos opositores con la concesión de puestos de responsabilidad política, conversión de las milicias en unidades de policía local, invirtiendo en proyectos de desarrollo en zonas tribales, etc. Convencido de que pronto quedará sin apoyos internacionales intenta ampliar al máximo su apoyo social por medio de pactos y acuerdos que tienen su base en las tradiciones pastunes en lugar de la política parlamentaria.
Los estados vecinos comienzan también a maniobrar ante lo que se anuncia como la próxima crisis afgana. El fracaso de la experiencia republicana entre 1973-1977 condujo a un proceso revolucionario urbano que desató la reacción islámica en el campo y precipitó la intervención soviética. La retirada soviética condujo a la toma del poder por parte de los mujaidines pero al no existir un acuerdo para repartirse el poder se convirtió en una sangrienta y destructiva guerra civil que precipitó la intervención de Pakistán imponiendo la solución talibán. El desalojo del poder de los talibanes suscitó una operación internacional que no ha concluido con su derrota. Por el contrario, su presión fuerza una retirada antes de que la situación se complique mucho más.  
Con estos antecedentes se comprende que el nerviosismo esté aflorando ya entre los países vecinos ante lo que se intuye que puede ser la siguiente crisis afgana. Pakistán no tiene ninguna simpatía hacia Karzai y de momento se mantiene a la expectativa con la idea de que un hipotético cambio tras la retirada permitirá que sus aliados se acerquen al poder. Su relación con los USA se ha enfriado tanto en estos años que es previsible que no cooperará en una búsqueda de soluciones negociadas. Su primer triunfo será el anuncio de la retirada y luego se verá lo que ocurre. Irán mantuvo durante los primeros años del despliegue una actitud comprensiva hacia la misión internacional. El empeoramiento de las relaciones con los USA desde que Ahmadineyah llegó al poder, así como la posibilidad de un retorno de los Talibán, suscita preocupación en Teherán ya que el régimen islámico mantiene muy malas relaciones con el fundamentalismo sunnita de inspiración Deobandi (enfrentamientos sectarios en Pakistán con millares de víctimas). Además sus relaciones son más estrechas con la Alianza del Norte de predominio tajiko, con quienes existe afinidad cultural, así como con los hazaras de confesión chiita. La India por su parte viene desplegando una intensa actividad diplomática en Afganistán desde el inicio de la misión con la idea de interceptar la intervención de su tradicional enemigo pakistaní. De ahí su apoyo a Karzai durante todos estos años que ha llevado a un fuerte incremento de los intercambios económicos. Esta rivalidad suscita a su vez la presencia de China que tiene en Pakistán a un aliado seguro frente a la India y, al mismo tiempo, no está dispuesta a que un vacío de poder en Afganistán pueda ser aprovechado por sectores yihadistas capaces de desestabilizar la región musulmana de Sinkiang donde en los últimos años existe un fuerte activismo integrista.
En definitiva, la retirada internacional de Afganistán conduce a una nueva partida en la que cada vecino intentará intervenir para mantener sus intereses. Este escenario permite albergar serios temores sobre la estabilidad regional. La posible inestabilidad política unida a una mayor fragmentación del poder llevó a la revista de geopolítica francesa Outre Terre a hablar de una ecuación compleja que llena de incertidumbre el futuro: Afganistán = Vietnam + Somalia. Si se llegara a concretar este riesgo sería, a posteriori, la plasmación del mayor fracaso norteamericano desde la derrota de Vietnam en 1975.




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