La UE tiene que recuperar su compromiso con el conflicto palestino-israelí. Una política europea más firme e independiente fortalecerá la mano de Washington y abrirá nuevas posibilidades de paz.
Los primeros meses de 2013 han alargado la sombra sobre las perspectivas de una solución del conflicto palestino-israelí basada en los dos Estados. Las elecciones en Israel tuvieron como resultado un nuevo gobierno incluso más inclinado hacia el anexionismo respecto a Cisjordania, mientras que la visita de Barack Obama a la región respondió a las mínimas expectativas que suscitaba. Hasta los actores principales del mundo árabe están ocupados con otras cosas. Es difícil identificar quién quiere ayudar a evitar la desaparición final de la solución de los dos Estados si no lo hacen los europeos.
En un estudio reciente del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés) se han analizado los puntos de vista de los 27 países de la Unión Europea en relación a la solución de los dos Estados. La mayoría reconoce la importancia estratégica y económica de la paz en Oriente Próximo y muchos hasta sienten un fuerte vínculo político e incluso sentimental con este objetivo. Pero pocos se preocupan de actuar de manera decidida. La mayoría prefiere usar la (cuidadosamente preparada) posición de la UE respecto al proceso de paz como una coartada colectiva y útil para desviar las críticas a sus protagonistas mientras que, en paralelo, desarrollan relaciones bilaterales en línea con sus intereses nacionales.
Mientras tanto, y careciendo de unas instrucciones claras que digan lo contrario, la Comisión Europea sigue estrechando las relaciones con Israel, a pesar de que se haya suspendido el “acuerdo especial” declarado en 2009. Si bien las élites políticas son partidarias de mantener las cosas con Israel como hasta ahora, la opinión pública de la UE muestra cada vez menos apoyo a las políticas israelíes y se ha vuelto más comprensiva hacia los apuros que sufren los palestinos. Las sucesivas votaciones en las Naciones Unidas, entre 2011 y 2012, muestran que hoy los gobiernos europeos avanzan en la misma dirección. Israel corre el peligro de “perder” a Europa.
Los recientes informes de los responsables de las misiones en Jerusalén y Ramala han sacado a la luz hasta qué punto se ha debilitado la presencia palestina en Jerusalén Este y en una gran parte de Cisjordania. Esta es la política del Estado de Israel y difícilmente podrá verse influida desde el exterior. ¿Los europeos deberían consentirla sin objetar? No.
Todo afianzamiento futuro de la ocupación, sumado al desvanecimiento de la esperanza de la solución de los dos Estados, hará que ya no se puedan ignorar los paralelismos con el apartheid en Suráfrica. Lo siguiente serán las sanciones y el aislamiento internacional, y parece más probable que se produzca una posible catástrofe sangrienta que una secuela de la “nación del arcoíris” surafricana. Por ello, los europeos deben hacer lo que esté en sus manos y centrarse en Israel, ya que el poder de las partes es asimétrico. Ellos no van a crear la paz solos, pero se puede intentar mantener la opción de los dos Estados e incluso preparar el terreno para la nueva iniciativa estadounidense, que no debería descartarse durante el segundo mandato de Obama.
¿Qué puede hacer la UE?
Los esfuerzos europeos para contener a Israel y que no afiance su ocupación han tenido poco impacto. Sus planes para apoyar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con más de 1.000 millones de dólares anuales de ayuda, tampoco han sido los más efectivos. La “construcción del Estado” ha resultado ser un callejón sin salida que ha contribuido a crear una cultura de dependencia en Cisjordania, encubriendo a su vez el vaciamiento de la economía real. Ha llegado el momento de tratar a ambas partes de manera más firme.
Los esfuerzos europeos para contener a Israel y que no afiance su ocupación han tenido poco impacto. Sus planes para apoyar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP), con más de 1.000 millones de dólares anuales de ayuda, tampoco han sido los más efectivos. La “construcción del Estado” ha resultado ser un callejón sin salida que ha contribuido a crear una cultura de dependencia en Cisjordania, encubriendo a su vez el vaciamiento de la economía real. Ha llegado el momento de tratar a ambas partes de manera más firme.
En cuanto al trabajo con Israel, no es fácil encontrar canales de influencia. Los gobiernos europeos simplemente no ambicionan políticas ni señales que puedan parecer sanciones o castigos. Incluso encontrar incentivos positivos es una tarea difícil. Los israelíes ya tienen lo más importante de Europa, que es el acceso comercial al mercado más grande del mundo, tienen la posibilidad de viajar sin visados y una posición única y privilegiada en los programas de investigación e innovación de la UE. Sin embargo, sí se pueden dar pasos, aunque limitados, para asegurar que no se otorguen beneficios que podrían influir en las conductas al margen de la posición oficial y, sobre todo, mostrar a los israelíes de qué manera están “perdiendo Europa”.
El nuevo gobierno puede parecer implacable, pero las recientes elecciones han revelado que existen sectores dentro de la sociedad israelí con más sensibilidad hacia el coste que la ocupación y la expansión de los asentamientos suponen para las relaciones de Israel con Europa y el resto del mundo. La campaña que ya está en marcha para asegurar que los europeos no extiendan los beneficios (como el acceso preferente al mercado europeo) a los asentamientos porque se deben limitar solo al Estado de Israel, es necesaria para garantizar que las acciones europeas tengan un mínimo de coherencia con sus políticas y, por supuesto, con la legalidad internacional. Esto es importante porque representará una señal clara de la inconformidad de Europa. Incluso se podría ser más ambicioso si estos esfuerzos se extienden para cubrir también el asesoramiento de las empresas y los inversores, la supresión de las ventajas fiscales al apoyo financiero de los asentamientos, la imposición del régimen de visados para los colonos, además de evitar el contacto con la primera universidad en los asentamientos.
Dichas maniobras podrían entenderse como acciones que los europeos tienen que emprender sin remedio. Así, se puede alertar a la opinión pública israelí sobre su creciente aislamiento. La UE puede desarrollar una política más independiente en la región que incluya un fuerte impulso hacia la reconciliación con Palestina, el cese de esfuerzos para disuadir a los palestinos de involucrar a la Corte Penal Internacional y una posición más matizada respecto a Irán. Los europeos deben, principalmente, asegurar que no se emprenderá ningún paso nuevo en la ampliación de la relación bilateral entre la UE e Israel sin tener en cuenta a cambio de qué se otorgará y si hay garantías para aliviar el control y la restricción de la ocupación.
En cuanto al trabajo con los palestinos, hasta ahora la ayuda europea ha servido para prolongar la ocupación, atenuar el impacto del conflicto en los palestinos y pagar el coste de los israelíes. Los europeos deberían reducir progresivamente su ayuda presupuestaria a la ANP y trabajar con los palestinos en el desarrollo de una economía real. Esto no funcionará sin cambiar los términos establecidos de la ocupación: que haya más tierra disponible para el desarrollo palestino, reformular el Protocolo de París que regula las relaciones económicas entre Israel y los territorios palestinos ocupados en perjuicio de estos, asegurar una distribución y acceso más justo a los recursos del agua y, lo más urgente, aliviar el cierre de la franja de Gaza.
Los europeos tienen que colaborar con la ANP. Así, los Estados miembros podrían “patrocinar” diferentes segmentos que permitan formular los asuntos necesarios para reanimar la economía palestina. Esto debería traducirse luego en gestos recíprocos del gobierno israelí que los europeos pueden requerir la próxima vez que se proponga un paso nuevo para acercar Israel a Europa.
Los mayores donantes de ayuda de la UE (los “tres grandes”, Francia, Alemania y Reino Unido, junto con los países nórdicos, incluida Noruega, y los principales países del Benelux) representarían una agrupación natural a la hora de desarrollar una nueva estrategia para los palestinos y, por extensión y de acuerdo con el Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE), definirían qué cambios hay que pedir en el asunto de la ocupación y cómo animar a Israel a que los emprenda.
También la UE debe trabajar más y mejor con los árabes para conseguir que estos países y Turquía se impliquen (o vuelvan a implicarse). Según se vaya reduciendo la ayuda europea, tendrán que asumir la parte financiera para apoyar a la ANP a presionar hacia una reconciliación en Palestina y recordar a los israelíes que les espera un lugar reconocido en la región si desisten de la ocupación.
Renovar el compromiso
Es el momento de que Europa logre unir la retórica con la acción. Como vienen afirmando en sus declaraciones diplomáticas, la expansión “sin remordimiento” de los asentamientos, el aislamiento de Gaza y el debilitamiento sistemático de la presencia palestina en Jerusalén Este y Cisjordania han erosionado las bases para la solución de los dos Estados, hasta el punto casi del colapso. Ahora lo más urgente es encontrar los medios que permitan persuadir a los israelíes para que desistan de seguir avanzando con la ocupación y comiencen a retirarse.
Es el momento de que Europa logre unir la retórica con la acción. Como vienen afirmando en sus declaraciones diplomáticas, la expansión “sin remordimiento” de los asentamientos, el aislamiento de Gaza y el debilitamiento sistemático de la presencia palestina en Jerusalén Este y Cisjordania han erosionado las bases para la solución de los dos Estados, hasta el punto casi del colapso. Ahora lo más urgente es encontrar los medios que permitan persuadir a los israelíes para que desistan de seguir avanzando con la ocupación y comiencen a retirarse.
Antes de que sea demasiado tarde, Europa tiene que volver a calibrar su compromiso en el conflicto palestino-israelí. Tiene que lograr que Israel se dé cuenta de lo cerca que está el peligro del aislamiento internacional. Y tiene que reducir paulatinamente su apoyo financiero al statu quo, trabajando con las dos partes para conseguir cambios en las condiciones de la ocupación, lo que permitiría a los palestinos desarrollar una economía real. Una política más firme y más independiente desde Europa fortalecerá la mano de Washington con Israel y mejorará las posibilidades de una iniciativa de paz estadounidense, antes de que se acabe el mandato de Obama y de que la ocupación entre en su quincuagésimo año.
Si se planteara un paralelismo entre las políticas en Cisjordania y Gaza con las del apartheid de Suráfrica, veríamos que las consecuencias de ambos fenómenos son difíciles de resistir y evitar. Para no llegar a una situación límite, Israel necesita cambiar de estrategia y los europeos hacer un llamamiento al coraje, al realismo y al cambio de acción por parte de Israel. Si lo entienden, será un avance para el largo sufrimiento palestino y servirá a sus propios intereses en el mundo árabe. Tal como discurren los dilemas en política exterior, este no parece ser un objetivo tan complicado.
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