miércoles, 24 de abril de 2013

Alternativas


POR MARÍA GONZÁLEZ REYES

Conforme las multinacionales han ido extendiendo su actividad por el planeta, se han creado distintas resistencias a este poder corporativo que trata de marcar los pasos de la economía mundial: las empresas recuperadas, la banca ética, las cooperativas de consumo o el comercio justo son ejemplos de alternativas que muestran que hay otra manera de producir que no se base en la lógica de la acumulación. Son propuestas de base que critican y cuestionan el poder de las multinacionales, que plantean otra manera de organización entre los trabajadores y trabajadoras, y que ponen sobre la mesa la incompatibilidad entre un sistema socioeconómico basado en la extracción y generación de residuos creciente y un planeta con límites.

Las multinacionales devoran el planeta

En las últimas décadas, las empresas transnacionales han venido creciendo no sólo en tamaño, sino también en influencia económica, social y política. Por eso, hoy ya se han convertido en los principales exponentes del proceso de globalización neoliberal, con efectos devastadores sobre la sostenibilidad ambiental, los derechos de los trabajadores y trabajadoras, la distribución de la riqueza y la soberanía alimentaria de los pueblos. Prueba de este hecho es que la producción mundial se está duplicando cada 25 o 30 años.

Este crecimiento no es una consecuencia posible del sistema capitalista, es una condición indispensable para que funcione. Si la economía deja de crecer se colapsa, es una cuestión de las reglas de juego que marcan, entre otros actores, las multinacionales: las empresas tienen que maximizar sus beneficios un año tras otro, y maximizar los beneficios implica que lo único que importa son las cuentas a final de año. Esta expansión de la economía planetaria se hace a costa de un requerimiento de materiales que no para de crecer y de un incremento alarmante de las injusticias y desigualdades sociales.

Las alternativas frente a las multinacionales como forma de resistencia

Frente a esta lógica capitalista surgen alternativas y resistencias al poder corporativo que tratan de transmitir y rebatir con la práctica el hecho de que este sistema está acabando con la vida en el planeta. Buscan construir nuevos espacios y prácticas que no se rijan por el máximo beneficio sino por la cooperación y los cuidados.

En este contexto, para generar alternativas se hace necesario establecer criterios que aporten coherencia práctica a la crítica política. Estos criterios han de enmarcarse en los principios de la biomímesis (imitar a la naturaleza): cerrar los ciclos de la materia, consumir y producir residuos en función de las capacidades naturales, centrar la producción y el consumo en lo local, basar la obtención de energía en el sol, potenciar una alta diversidad e interconexión biológica y humana, acoplar nuestra “velocidad” a la de los ecosistemas y aplicar el principio de precaución son las bases, a partir de las cuales, comenzar a actuar desde lo colectivo para construir un modo de relación con el entorno y con el resto de seres humanos en el que la economía no ocupe la centralidad.

Estas alternativas son de diverso tipo y, en muchos casos, tienen un desarrollo desigual: mientras que algunas están disputando el poder de las multinacionales, otras se encuentran en una etapa más incipiente, constituyendo valiosos ensayos o laboratorios de experiencias. En uno u otro caso comparten el requisito de no ser actos individuales sino procesos colectivos que persiguen una acción política.

Como muestra, un botón: algunos ejemplos de alternativas

En regiones como América Latina, muchas de estas propuestas alternativas han puesto a prueba la hegemonía de las trasnacionales y están caminando hacia la concreción de otro modelo socioeconómico, desde el caso de las empresas recuperadas en Argentina a la nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia. Sin embargo, en el Estado español y en otros países centrales este tipo de prácticas tienen un carácter más incipiente: se están construyendo y expandiendo proyectos que, a pequeña escala, ensayan prácticas social y ambientalmente responsables, basadas en la economía social y ecológica. Estas alternativas están cada vez más presentes y ponen en entredicho el sistema de producción, distribución, financiación y consumo, a la vez que van acompañadas de una crítica profunda: el comercio actual no es justo ni equitativo, la banca convencional no es ética y la industria de la alimentación no es sostenible.

Cada uno de estos proyectos nace a partir de objetivos distintos, pero comparten su riqueza a la hora de señalar posibles soluciones a los problemas del modelo económico capitalista basado en las directrices que marcan las multinacionales.

Así, las cooperativas autogestionadas de consumo de productos ecológicos son una iniciativa ciudadana que fomenta el trato directo entre quienes ejercen el consumo crítico y quienes se dedican a la producción sostenible, además de generar una cultura de cooperación local y regenerar el tejido comercial que las grandes superficies han deteriorado. En el mismo sentido, el comercio justo propone unas relaciones comerciales más equitativas, poniendo el énfasis en conseguir unas condiciones dignas de trabajo en distintas partes del planeta.

También las cooperativas de trueque y las redes de intercambio crean estructuras ciudadanas que intercambian bienes y servicios, cuestionando la cultura de la competitividad y el economicismo del comercio convencional. Son proyectos basados en la cooperación y la ayuda mutua, alterando la esencia monetarista del sistema de intercambios.

En un sistema en el que gran parte de los recursos naturales empleados se transforman en desechos, destacan diferentes iniciativas que apuestan por la recuperación de residuos que, una vez tratados, vuelven al mercado. Los proyectos de reutilización como las tiendas gratis o libres van en la misma línea: son espacios de gestión colectiva que recogen productos textiles para ofrecerlos de forma gratuita, partiendo de una crítica a la industria de la moda y a la deslocalización de las actividades productivas hacia las zonas periféricas, donde los costes laborales son menores y hay una mayor permisividad ambiental.

De la reutilización y del reciclaje nacen igualmente propuestas de “bricolaje social”, que reeducan a las personas en la reparación y el arreglo de muebles, electrodomésticos y demás productos que son víctimas de la obsolescencia programada. Y este modelo de aprendizaje se ha extendido a muchos otros bienes, como pequeñas viviendas, productos de elaboración natural y alimentos artesanales.

En definitiva, propuestas como éstas u otras similares que se basen en los mismos principios, suponen una apuesta por la innovación y la creatividad y tienen sus raíces en procesos colectivos y participativos, por lo que comparten no sólo una mirada crítica al consumismo y al papel de las multinacionales, sino también una esencia propositiva para que pueda hacerse efectiva una transformación del modelo de sociedad en que vivimos.

La necesidad de crear alternativas

La propuesta neoliberal parte de su propia esencia contradictoria: ante el colapso social, ambiental y financiero propone seguir alimentando el mismo modelo de vida, de producción, de acumulación, de distribución, de movilidad y de consumo que ha creado el problema.

Por todo ello urge la búsqueda de alternativas que se sustenten en crear un estilo de vida que apueste por recuperar el valor de lo colectivo, de la sencillez, la diversidad, lo duradero y lo lento, que dé prioridad a los procesos de reproducción frente a la hegemonía de la producción, que privilegie el equilibrio frente al crecimiento y el uso frente a la posesión. Un modelo comunitario y de cercanía, donde la construcción de la cultura y la identidad no se basen en la adquisición de bienes de consumo.

En este sentido, es necesaria una transformación de la conciencia colectiva que conlleve acciones políticas que promuevan un cambio del sistema y que potencie aquellas alternativas que rompan con el paradigma del crecimiento económico y del máximo beneficio en el mínimo plazo. Para llegar a ser realmente alternativas al sistema socioeconómico, el desafío de estas propuestas es romper las barreras de lo micro y lo local para llegar a poder tener una perspectiva macro y global.

Para comenzar este camino se hace necesario un cambio de mirada, una revisión de nuestros valores para poner en práctica cuestiones como colocar la vida en el centro de la reflexión y de la experiencia, vincularse al territorio próximo, alentar la diversidad, tejer comunidad y poder comunitario, hacer acopio de saberes que acercan a la sostenibilidad, desenmascarar y denunciar el actual modelo de desarrollo y, claro está, experimentar alternativas. Disputarles el poder a las multinacionales creando alternativas que rompan con su hegemonía permitirá crear otros mundos más justos, sustentables y en paz con el planeta.

Publicado en el "Diccionario Crítico de Empresas Trasnacionales"
www.omal.info/diccionario


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