jueves, 13 de diciembre de 2012

Los nuevos problemas del nuevo Oriente Medio por Joschka Fischer




BERLÍN – Cuando estallaron las hostilidades en Gaza el mes pasado, pareció que se repetía la misma historia de siempre. El mundo volvió a presenciar una sangrienta y absurda oleada de violencia entre Israel y Hamás, en la que las víctimas principales fueron civiles inocentes mutilados y muertos en los dos bandos.
Sin embargo, esta vez las cosas no eran lo que parecían, porque Oriente Medio ha experimentado un cambio importante en los dos últimos años. El epicentro político de esa turbulenta región ha pasado del conflicto entre Israel y los palestinos al golfo Pérsico y la lucha por el dominio regional entre el Irán, en un lado, y, en el otro, Arabía Saudí, Turquía y ahora Egipto. En la lucha entre los poderes chiíes y suníes de la región, el antiguo conflicto de Oriente Medio ha pasado a ser un asunto menor.
Hoy, el enfrentamiento fundamental en esa lucha de poder es la guerra civil de Siria, donde todos los participantes principales de la región están representados directa o indirectamente, porque allí es donde se decidirá en gran medida la batalla por la hegemonía regional. Lo que está claro es lo siguiente: el Presidente de Siria, Bashar El Asad y su base de poder chií/alauí no podrá mantenerse en el poder contra la mayoría suní del país y la región en conjunto. La única cuestión es la de cuándo caerá el régimen.
Cuando así sea, será una importante derrota para el Irán, pues no sólo entrañará la pérdida de su principal aliado árabe, sino que, además, pondrá en peligro la posición de su cliente, Hezbolá, en el Líbano. Al mismo tiempo, una variante de los Hermanos Musulmanes tomará el poder en Siria, como ha ocurrido u ocurrirá en todo Oriente Medio a consecuencia del “despertar árabe”.
Desde el punto de vista de Israel, el ascenso al poder del islam político suní en toda la región a lo largo de los dos últimos años tendrá un resultado ambivalente. Mientras que el debilitamiento y el retroceso del Irán sirve a los intereses estratégicos israelíes, Israel tendrá que vérselas con el poder islamista suní en todos sus países vecinos, lo que propiciará un fortalecimiento de Hamás.
El ascenso de los Hermanos Musulmanes y sus vástagos se ha producido a expensas del nacionalismo árabe secular y las dictaduras militares que lo apoyaban. Así, dicho ascenso ha decidido también de facto la lucha intestina palestina por el poder. Con la reciente guerra en Gaza, el movimiento nacional palestino se alineará, bajo la dirección de Hamás, con esa evolución regional. El Presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y su partido Al Fatah apenas podrán oponerse, tanto más cuanto que hace un año Hamás rompió con el Irán (pese a las entregas constantes de armas).
Esa evolución significa, más que probablemente, el fin de las perspectivas de una solución con dos Estados, porque ni Israel ni Hamás y los Hermanos Musulmanes tienen interés en ella. Este último bando rechaza la transacción territorial, porque para ellos un Estado palestino significa una Palestina que abarcaría también a Israel.
No se trata en modo alguno de una posición táctica ni de una expresión de ingenuidad política. Al contrario, la cuestión territorial se ha transformado en otra religiosa y, por tanto, ha entrañado una redefinición fundamental del conflicto.
Hamás está jugando una partida a largo plazo. Mientras carezca de la fuerza para lograr sus objetivos más ambiciosos, su intransigencia en modo alguno excluye negociaciones con Israel o incluso tratados de paz, siempre y cuando semejantes acuerdos representen un avance con miras a la consecución de sus objetivos, pero semejantes acuerdos producirán sólo treguas de mayor o menor duración, no una solución completa que ponga fin al conflicto.
El reciente éxito de Abbas en la Asamblea General de las Naciones Unidas, al conseguir la condición de Estado observador para Palestina, no modificará los aspectos básicos de esa tendencia. La promoción de Palestina es una alarmante derrota para Israel y una demostración de su aislamiento internacional cada vez mayor, pero no entraña un regreso a una solución con dos Estados.
Paradójicamente, la posición de Hamás cuadra con la derecha política de Israel, porque tampoco confía demasiado en la solución con dos Estados, y ni la izquierda israelí (casi desaparecida) ni Al Fatah son lo suficientemente fuertes para mantener la opción con dos Estados. Para Israel, un futuro con un Estado binacional entraña un gran riesgo a largo plazo, a no ser que se redescubra la opción de una confederación de la Ribera Occidental y Jordania, perdida en el decenio de 1980. Vuelve a ser una posibilidad.
De hecho, después de que caiga el régimen de Asad, Jordania podría resultar ser el próximo punto caliente de la crisis, lo que podría reavivar el debate sobre Jordania como el “auténtico” Estado palestino. En ese caso, la política de asentamientos de Israel en la Ribera Occidental tendría un fundamento diferente y cobraría un nuevo significado político. Si bien no creo que una confederación Ribera Occidental-Jordania pueda ser jamás una opción viable, sí que podría ser el último clavo en el ataúd de una solución con dos Estados.
Junto con la de Siria, dos cuestiones determinarán el futuro de ese nuevo Oriente Medio: el rumbo de Egipto bajo los Hermanos Musulmanes y el resultado del enfrentamiento con el Irán sobre su programa nuclear y su papel regional.
La cuestión egipcia ocupa ya un puesto destacado en el programa; de hecho, invadió la calle después del intento de golpe de Estado no violento del Presidente Mohamed Morsi. La oportunidad de Morsi fue notable: un día después de obtener aclamación internacional por sus logradas gestiones para lograr una tregua en Gaza, escenificó un asalto frontal a la naciente democracia de Egipto.
Ahora la cuestión es la de si los Hermanos Musulmanes prevalecerán, tanto en las calles como mediante la nueva Constitución de Egipto (cuya redacción es obra suya en gran medida). Si es así, ¿retirará Occidente su apoyo a la democracia egipcia en nombre de la “estabilidad”? Sería un grave error.
La cuestión de qué hacer respecto del programa nuclear del Irán volverá a plantearse también con fuerza en enero, después de la segunda toma de posesión del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y de las elecciones generales de Israel, y requerirá una respuesta en pocos meses.
El nuevo Oriente Medio no presenta buenos presagios para el próximo año, pero una cosa no ha cambiado: sigue siendo Oriente Medio, en el que es casi imposible saber lo que podría estar esperando a la vuelta de la esquina.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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