martes, 29 de octubre de 2013

El nuevo reformismo laborista: un espacio para la izquierda


Ed Miliband ha pasado un verano de perros, asediado por los debates sobre la financiación sindical al Partido Laborista, sus bajos índices de popularidad y una serie de ataques repugnantes de los Blairites en el gobierno en la sombra, que no pueden perdonarle haber derrotado a su hermano para convertirse en el líder del partido hace tres hace años.
Todo se ve muy diferente ahora. En las últimas semanas, Miliband ha reaparecido triunfante en la escena política - ¡horror de los horrores! - criticando las políticas del gobierno de coalición, y ha descubierto que no le ha hecho el menor daño. La necesidad de oponerse a los impopulares conservadores y sus miserables aliados demócratas-liberales debería ser obvia para los laboristas. Sin embargo, hasta ahora han hecho muy poco para romper el acogedor consenso parlamentario de los principales partidos.
Siria
Pero el verano ha cambiado el panorama. Primero fue la votación sobre Siria: el rechazo de Miliband a respaldar una apresurada votación en agosto sobre si Gran Bretaña debería participar en un ataque aéreo contra Siria marcó un punto de inflexión. Los laboristas descubrieron que el rechazo era inmensamente popular entre la opinión pública, fuertemente anti guerra desde hace más de una década. También obligó a Obama a trasladar la decisión de EE.UU. al Congreso, y su probable rechazo le obligó a posponer la intervención directa.
Luego hubo la promesa muy ambigua de Miliband de congelar los precios de la energía durante 20 meses en caso de ser elegido en 2015. Las compañías de energía y quienes las apoyan en las filas conservadoras y los medios de comunicación reaccionaron con una furia predecible ante la menor reducción en sus beneficios. Pero planteó la cuestión de un cierto control sobre las grandes empresas, y de alguna manera, aunque fuese pequeña, comenzó a desafiar la idea de que no hay alternativa al consenso neoliberal.
La tercera y quizás más sorprendente posición política de Miliband ha sido su decisión de hacer frente al The Daily Mail tras su repugnante artículo sobre su difunto padre, el académico marxista Ralph Miliband. La intransigencia de The Daily Mail y el choque contra una puerta de su reportero en un funeral en memoria de su tío, se han traducido en una clara mayoría en una encuesta de la semana pasada que pide que el periódico se disculpe.
Fractura
Todo ello sumado no sólo ha producido la creciente sensación entre los trabajadores de que necesitan unas políticas claras que se diferencian de las de los conservadores. También demuestra que hay signos de fisuras en el consenso político del establishment que ha sido hegemónico durante tanto tiempo. Durante más de una década, las encuestas han mostrado que la gran mayoría de los trabajadores tienen posiciones más a la izquierda que las de los partidos mayoritarios en toda una serie de cuestiones. Especialmente en lo que se refiere al apoyo a la nacionalización y ell rechazo de las privatizaciones, la oposición a la guerra, una sanidad pública (NHS) financiada en su totalidad por el estado, y el deseo de reducir la desigualdad. Ha habido, por lo tanto, un desfase importante entre las actitudes populares y su representación política. Incluso la fisura más pequeña de este consenso tiene el efecto de hacer que diferencias relativamente menores
aparezcan como mayores de lo que en realidad son.
El debate que han suscitado abre posibilidades para la izquierda. Por primera vez en años, los medios de comunicación y amplios sectores de la sociedad están interesados en debates ideológicos que han tendido a ser del dominio exclusivo de pequeños grupos. Cuando Miliband es acusado de tratar de proponer medidas socialistas, o incluso de ser un marxista inconfeso, la cuestión tiene un alcance masivo, aunque sea de forma distorsionada. La intransigencia de las compañías de energía, y la amenaza de los Tories de privatizar el servicio de correos, plantea la discusión sobre la nacionalización y la propiedad pública.
Hay muchas razones para ser escépticos sobre Miliband: la historia reciente del laborismo, su incapacidad para llevar a cabo reformas importantes en los últimos años, su defensa de las políticas de austeridad y las intervenciones militares que no difiere en lo esencial de los conservadores, su posición muy débil en materia de inmigración. Tampoco defiende Miliband una ruptura real con el pasado de Blair. Hace muchos años que repudió el tipo de socialismo que defendia su padre, Ralph Miliband, y no hay ninguna razón para suponer que ha cambiadode opinión.
Sin embargo, también es un error actuar como si nada hubiera cambiado, cuando es evidente que hay al menos una percepción distinta de las diferencias más generales entre los dos principales partidos y es probable que siga siendo así hasta las elecciones de 2015. Esto significa que algunas personas que abandonaron el Laborismo como consecuencia de la guerra de Irak puede pensar ahora en volver a apoyarlo, y que incluso las muy limitadas
reformas que ofrece Miliband puedan ejercer algún atractivo en ausencia de cualquier otra
alternativa electoral de izquierda.
El desafío del reformismo
La reacción equivocada es limitarse a decir, como hace parte de la izquierda, que todo esto es reformismo sin intentar pensar que tipo de relación tiene que mantener con él. Lo que se convierte en una profecía autocumplida, en la que el reformismo es siempre dominante y los pequeños grupos de revolucionarios son siempre incapaces de plantear una alternativa que no sea en los términos más abstractos.
En su lugar, debemos comprender que Miliband ha avanzado en la dirección que lo ha hecho,en primer lugar, porque según las encuestas temas como las empresas de energía o la guerra son profundamente impopulares. Ha cosechado un beneficio personal y político al enfrentarse a Cameron sobre ellos. También ha tomado nota de las diversas protestas sobre otras cuestiones, desde el “impuesto dormitorio” hasta la manifestación en defensa del NHS en Manchester, y el creciente nivel de descontento entre los simpatizantes tradicionales del
Laborismo sobre estos y otros temas.
Los conflictos obreros también está empezando a crecer después de la batalla de las
pensiones hace casi dos años. Los trabajadores de Hovis, en Wigan, han ganado su batalla
contra los contratos temporales, los profesores están haciendo con éxito huelgas y
manifestaciones por sus salarios, los bomberos están también en huelga y existe la posibilidad
de un gran conflicto salarial en el NHS.
Es imposible predecir cómo las cuestiones políticas influyen en las luchas obreras, y con
frecuencia la relación es compleja, pero es probable que muchos trabajadores se vean
alentados por una diferenciación clara entre los conservadores y los laboristas. En cualquier
caso, el éxito de las huelgas combativas también ejercerá presión sobre el Laborismo al
recordar que los miembros del sindicato tienen muchas reivindicaciones que quieren conseguir.
Todo ello subraya la importancia del frente único, en general, - del trabajo conjunto de todas las
izquierdas en campañas específicas que puedan avanzar los intereses de la clase obrera - y de
la Asamblea del Pueblo, en particular.
La Asamblea está teniendo gran éxito en la creación de un gran movimiento unido contra la austeridad y sin duda ayudará a cambiar el panorama político en la izquierda y los sindicatos. Tiene que ser construida como un movimiento independiente y democrático que puede movilizar antes de las elecciones y después.
Las recientes declaraciones de Miliband han hecho al Laborismo un poco más atractivo para algunos sectores de la izquierda, abriendo mayores oportunidades a la izquierda para movilizar y hablar de política. Entender esta contradicción, y actuar sobre ella, será una prueba de fuego para los socialistas en los meses venideros.
Lindsey German es una veterana feminista marxista británica, autora entre otros libros de Material girls: Women,men and work; Sex, class and socialism y A People´s history of London.
www.sinpermiso.info

Uri Avnery: político, periodista y pacifista israelí cumple 90 años













Uri Avnery, político, periodista, pacifista y pionero de una visión distinta de Israel con su libro "Israel sin Sionistas". Uri celebró con un multitudinario homenaje sus 90 años.

Uri Avnery es  periodista, escritor y activista por la paz israelí. Formó parte del parlamento israelí (Knéset) durante tres periodos legislativos con un total de diez años como diputado.
Nacido en una familia de clase media en Westfalia (Alemania), ante la llegada de los nazis al poder en Alemania en 1933, emigraron a Palestina. De 1938 a 1942 fue miembro de la organización sionista Irgún.
En la Guerra árabe-israelí de 1948 fue herido gravemente. De 1950 a 1990 fue jefe editor de la revista de noticias Haolam Haseh. En1993 fue miembro fundador de Gush Shalom (Bloque Israelí por la Paz).
Como fuerte representante del laicismo, que separa el Estado de la religión, se opone a la influencia del judaísmo ortodoxo en la política israelí y propone un "Israel sin sionismo", por considerar que éste cumplió su misión histórica y hoy complica la agenda pública de Israel.
El 13 de septiembre de 2003 se ofreció como escudo humano en la zona palestina de la sede de la presidencia en Ramallah. Junto con otros 30 activistas por la paz, entre ellos los miembros del Parlamento (Knéset) Issam Mahoul y Ahamad Tibi, así como el anciano activista del Meretz Latif Dori y el historiador Teddy Katz, para (según su versión) “evitar las intenciones del Primer Ministro Ariel Sharón de asesinar, con soldados bajo su mando, a Yasir Arafat”.
Sus críticos le reprocharon que con esta acción y muchas declaraciones en entrevistas y a la prensa, apoyaba la política de Arafat: “El movimiento pacifista del lado palestino es dirigido por Yasir Arafat. Él es el movimiento pacifista” declaró Avnery en una entrevista para la revista Konkret en el edición del 6 de junio de 2002  Probablemente Avnery quiso decir que Arafat poseía una enorme popularidad entre los palestinos, de modo que Israel no podía evitar a Arafat en las discusiones por la paz.
En la misma entrevista Avnery respondió a la pregunta sobre la muerte de los llamados colaboradores en las zonas palestinas:
“Naturalmente hubo asesinatos de los colaboradores, estos son traidores. [....] Quien entrega a sus compañeros a la ocupación enemiga, es un traidor, según las reglas de las organizaciones militares, aún en la clandestinidad, y será liquidado. [...] Yo fui terrorista cuando era joven. […] También liquidamos a colaboradores que entregaron a nuestros camaradas al régimen colonial inglés. ”
En tiempos de guerra tiene lugar un entendimiento entre todos los participantes. Por ello es importante luchar por la paz:
“En los últimos 71 años de mi vida no he vivido un solo día de paz. Espero y creo que pueda vivir la paz. “(Uri Avnery el 10 de junio en Salzburgo, Austria).
Extracto de Wikipedia con agregados propios. C.B.


jueves, 24 de octubre de 2013

De como cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo. Y la manera de rectificarlo


Por Nancy Fraser 


 
Como feminista, siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de desigualdad y explotación.
En un cruel giro del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se haya terminado enredando en una "amistad peligrosa" con los esfuerzos neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría explicar porqué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los "cuidados" y a la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde detrás de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El Estado regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra Mundial, ha dado paso a una nueva forma de capitalismo "desorganizado", globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una critica del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo veo, la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en favor del segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos víctimas pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario, nosotras mismas hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas contribuciones fue nuestra critica del "salario familiar": del ideal de familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central en el capitalismo con un estado regulador. La critica feminista de ese ideal sirve ahora para legitimar el "capitalismo flexible". Después de todo, esta forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios mas bajos de los servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras, sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia formada por dos asalariados.
No parece importar que la realidad subyacente, en el nuevo ideal,  sea la rebaja de los niveles salariales, la reducción de la seguridad en el empleo, el descenso del nivel de vida, el fuerte aumento del numero de horas de trabajo asalariado por familia, la exacerbación del doble turno, ahora, a menudo, triple o cuádruple, y el incremento de la pobreza, cada vez más concentrada en los hogares de familias encabezadas por mujeres. El neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.
El feminismo, además, ha hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del capitalismo con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión política que, intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que no era capaz de fijarse en otro tipo de injusticias "no económicas", como la violencia domestica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva. Rechazando el "economicismo" y politizando lo "personal", las feministas ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en las construcciones culturales sobre las diferencias de genero. El resultado debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un enfoque sesgado hacia la "identidad de género", a costa de marginar los problemas del "pan y la mantequilla". Peor aun, el giro del feminismo hacia las política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad social. En efecto, enfatizamos la critica del sexismo cultural precisamente en el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la critica de la economía política.
Finalmente, el feminismo contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la critica al paternalismo del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en la era del capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con la guerra neoliberal contra el "estado-niñera" y su más reciente y cínico apoyo a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los "micro-créditos", el programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global. Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba, alternativo al de arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales, los micro-créditos se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una coincidencia inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los Estados han abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la pobreza, esfuerzos que no se pueden sustituir con prestamos a pequeña escala. También en este caso una idea feminista ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el poder del Estado para empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la mercantilización y los recortes de la estructura estatal.
En todos estos casos la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del individualismo (neo)liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la solidaridad puede que aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa "amistad peligrosa" con el neoliberalismo y reclamar nuestras tres "contribuciones" para nuestros propios fines.
En primer termino, debemos romper el vinculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas, incluyendo, pero no solo, los "cuidados". En segundo lugar, debemos bloquear la conexión entre nuestra critica aleconomicismo y las políticas de la identidad, integrando la lucha por transformar el status quo dominante que prioriza los valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la justicia económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra crítica de la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando la democracia participativa, como una forma de fortalecer a los poderes públicos, necesarios para limitar al capital, en nombre de la justicia.
Nancy Fraser es una académica feminista estadounidense, profesora de ciencia política en el New School University de Nueva York. 

sábado, 19 de octubre de 2013

El capitalismo en 10 lecciones

COMENTARIOS AL LIBRO DE MICHEL HUSSON


Por IVAN GORDILLO

"Un libro imprescindible" anuncia el título del excelente prólogo de Manuel Garí y Nacho Álvarez. Ciertamente, el libro del economista Michel Husson, El capitalismo en 10 lecciones /1, es del todo necesario para quienes deseen iniciarse rigurosamente en la crítica marxista del capital. Husson consigue sintetizar en 10 capítulos los elementos fundamentales para entender y criticar el capitalismo, en un volumen de fácil lectura, pensado para el público general y acompañado de las agudas ilustraciones de Charb, sin las cuales el libro no sería igual de incisivo. La propuesta del economista marxista, de origen francés, es también una buena herramienta para activistas que quieran introducir-se en la crítica de la economía política.
¿Qué es el capital?
El orden de los capítulos no es aleatorio, sigue un hilo conductor que va desplegando los elementos y categorías fundamentales para entender el capitalismo en su fase actual. La lección que abre este breve curso ilustrado de economía heterodoxa aborda de qué hablamos cuando hablamos de capitalismo como sistema económico-social. En la primera página se establece una definición de capital, como relación social basada en la propiedad de los medios de producción. Esta apropiación privada diferencia entre quienes tienen y quienes, al no tener nada, deben vender su trabajo para vivir. El capital se define como una relación social basada en la explotación; no es, entonces, sólo una cantidad de dinero ni una inversión mobiliaria, productiva o financiera. Dónde hay capital hay trabajo, y se reproduce mediante un proceso de permanente autovalorización, regido por un régimen de competencia que obliga a cada capitalista a aumentar su capital reduciendo el valor unitario de cada mercancía, y que es sacudido por sus propias contradicciones durante las crisis.
Pero esto no ha sido –ni será– siempre así, se trata de un sistema de producción histórico que, como todos los anteriores, tiene su momento de emergencia, maduración pero también de extinción. La división del trabajo y el mercado son consustanciales al capitalismo, pero también caracterizaron sociedades anteriores, en las que a diferencia del capitalismo el valor de uso regía la producción y el comercio. Si entendemos la historia como un proceso dialéctico observamos como lo viejo da paso a lo nuevo dejando siempre un sedimento donde las nuevas formas desarrolladas de relaciones sociales de la producción, el intercambio y el consumo conviven con otras más arcaicas. Husson combina varios factores para explicar el surgimiento del capitalismo: el mercantilismo de las ciudades estado entre el siglo XIV y XVI; el saqueo de las regiones descubiertas y colonizadas más allá de Europa; la posterior revolución industrial; el acceso a recursos naturales como el carbón y los progresos tecnológicos; la subsunción del trabajo al capital –especialmente a través de la mecanización de la industria–, los aumentos de productividad que esto produjo; la destrucción progresiva de los commons, es decir, las tierras y los recursos de uso colectivo propios de las sociedades campesinas, y los cambios institucionales que facilitaron la conversión de la aristocracia en burguesía agrícola e industrial. Lejos de tratarse de un proceso "natural" más bien asistimos a un proceso histórico caracterizado por la violencia estatal y el enfrentamiento entre grupos sociales. Este escenario complejo no permite explicaciones mecanicistas, monolíticas, de burda lógica monocausal. El surgimiento y expansión del capitalismo adopta diversas formas dependiendo de las peculiaridades autóctonas de cada región, influido por las nuevas características de las fases de su desarrollo por todo el planeta.
¿De dónde viene el beneficio?
¿De dónde viene el beneficio?, es el título del segundo capítulo. Como pilar fundamental de la acumulación del capital, Husson lo aborda partiendo de la noción de excedente: aquello que la sociedad produce por encima de su nivel de mera reproducción de las condiciones de existencia de los productores. En una sociedad de clases como la capitalista este excedente es apropiado por un grupo reducido dentro de ella. El apartado sobre las teorías del beneficio es sin duda uno de los mejores fragmentos del libro. Partiendo de la teoría del valor-trabajo iniciada por los clásicos Smith y Ricardo y perfeccionada por Marx, Husson consigue resumir en pocas páginas las críticas más importantes a los pilares de la teoría económica ortodoxa como el individualismo metodológico, los modelos de equilibrio, la optimización paretiana, la remuneración de los factores capital y trabajo, y la ya demostrada falaz, por los mismos keynesianos de Cambridge, teoría del capital. El autor va más allá del burdo tópico según el cual los economistas son agentes a sueldo del capital o que la mera utilización de las matemáticas en sus modelos es reaccionaria. Lo más grave de la economía dominante, denuncia, es la pretensión de que se basa en una visión científica de la sociedad y, por tanto, no intoxicada de ideología aunque sea obvio que estas afirmaciones ya están, en sí mismas, saturadas de ideología.
¿Por qué los ricos son más ricos?
La tercera lección aborda rigurosamente la evolución y profundización de las desigualdades. Para explicar por qué los ricos son mas ricos hace falta observar la estrecha relación que guardan dos características básicas del capitalismo: el aumento de la productividad y el incremento de las desigualdades. Hasta los años 70 los aumentos de productividad se veían reflejados en aumentos salariales. Después de la crisis de los 70 y la ofensiva neoliberal, los aumentos de productividad se empezaron a revertir mayoritariamente en los beneficios empresariales estancando así los salarios. De este modo las rentas del capital ganaron terreno en detrimento de las rentas salariales en el conjunto de la renta nacional. A pesar de que diversos estudios indican que el número de pobres se ha reducido en los últimos años, no es menos cierto que han aumentado exponencialmente las desigualdades sociales. Así, la pobreza relativa sigue en aumento, pues la pobreza misma no es en sí un valor estanco que se pueda considerar abstractamente, sino que está en función del conjunto de la sociedad, de su modelo de consumo y su cultura. Por ello, a pesar de la aparente paradoja, la inmensa acumulación de riqueza es la responsable de la profundización de las desigualdades. El capitalismo es enormemente excluyente y las necesidades sociales se satisfacen solo si son rentables.
¿Qué necesitamos (realmente)?
Precisamente sobre las necesidades, ¿Qué necesitamos (realmente)?, versa el cuarto capítulo. Husson muestra como los cambios en la estructura de la demanda acentúan la crisis sistémica. Se observan tres tendencias. Primero, el desplazamiento de la demanda social de los bienes manufacturados a los servicios, estos últimos caracterizados por unas tasas de productividad menores. Segundo, la reducción de la presión fiscal, al mismo tiempo que aumenta el consumo del sector público, contrarrestado parcialmente durante las últimas décadas por la ola de privatizaciones. Y tercero, la evolución de la productividad, creciente pero a un ritmo menor. La combinación de estas (contra)tendencias da lugar, según Husson, a una demanda social cada vez menos conforme con las exigencias de rentabilidad, en contradicción con las exigencias de acumulación, porque equivale a un desplazamiento hacia sectores de menor potencial productivo y de menor potencial en términos de beneficio. Dado que lo importante para el capital es la rentabilidad se intentará adecuar las necesidades a este objetivo sin considerar su satisfacción social óptima.
Una de las salidas a esta situación de estancamiento de la rentabilidad en los sectores productivos y de las rentas salariales, comentada anteriormente, es la inversión en sectores de bienes de lujo. Estos sectores son favorecidos por la desigualdad en el reparto del beneficio hacia arriba. Este proceso no es suficiente para explicar el desencadenamiento de la crisis, que veremos más adelante, pero nos muestra la transición hacia un capitalismo que acumula poco y profundiza las desigualdades y en el que su reproducción pasaría necesariamente por una involución social generalizada.
¿Qué no es mercancía?
La quinta lección: ¿Qué no es mercancía?, presenta otro de los procesos importantes en la dinámica del capital: la mercantilización de la vida. Destaca como el trabajo se ha convertido en una mercancía y como la extensión del capitalismo al conjunto del planeta ha permitido al capital hacerse con reservas inagotables de mano de obra barata mediante la disolución de las formas de vida precapitalista. Esta dinámica aumenta los ejércitos de reserva en los países desarrollados y presiona a la baja los salarios. También aborda los más recientes debates sobre la mercantilización de la naturaleza, el conocimiento, los productos inmateriales y los commons. En uno de los pasajes más interesantes, Husson recupera la crítica a la teoría ortodoxa que pretende reducir todo comportamiento humano a un cálculo individual de utilidad traducible en dinero, algo a todas luces irracional sobre todo si tratamos con bienes públicos o colectivos. Como resistencia a esta dinámica, destaca Husson, que todo progreso socialha pasado por procesos de desmercantilización, forzosamente impuestos al capitalismo pues van en contra de su lógica profunda.
¿Es posible un capitalismo verde?
El capítulo sexto aborda otro de los debates más en boga recientemente: ¿Es posible un capitalismo verde? Para justificar su imposibilidad, Husson analiza el efecto que tendría en la rentabilidad una hipotética reducción de la intensidad energética en la producción. Por un lado se observa que si se pretende mantener la tasa de beneficio, al mismo tiempo que se aumenta el coste por la introducción de tecnologías más limpias, indudablemente se hará a costa de las rentas salariales. Por otro lado, la rentabilidad se verá deteriorada pues productos más eficientes energéticamente tendrán un coste superior para los consumidores, y aquí es donde surgen los problemas en la realización de estas mercancías en un contexto de estancamiento salarial. Husson también critica detalladamente como las soluciones de mercado para la cuestión ecológica están condenadas al fracaso, destacando así la contradicción entre eficacia medioambiental y eficacia económica entendida, estrechamente, como la optimización del beneficio. Capitalismo verde es un oxímoron, y sus defensores olvidan que este sistema se basa en la ganancia, la competencia y la ley del valor.
¿A que conduce la globalización?
Otro de los fenómenos importantes en la historia reciente del capitalismo es abordado en la séptima lección:¿A que conduce la globalización? En ella se describe lo que se ha llamado popularmente como la fábrica global, así como la internacionalización de la división del trabajo, el papel de las multinacionales y los movimientos de la inversión extranjera directa. Una de las consecuencias de este fenómeno ha sido la erosión de los modelos sociales, sobretodo en Europa, mucho más difíciles de defender ahora que no hay fronteras para el capital ni éste siente la presión de la existencia del antiguo bloque soviético.
El papel de Europa
El papel de Europa y su unión económica y monetaria, abordado en el capítulo octavo, es fundamental en la historia de la globalización. Después de una breve revisión histórica desde la CECA al actual sistema euroliberal, Husson analiza las consecuencias del proceso de integración europeo. Lo que debería haber sido una senda de convergencia hacia arriba de los sistemas sociales de bienestar se ha acabado convirtiendo en la negación de esa Europa social regida por políticas económicas keynesianas. La construcción europea, particularmente la unión monetaria, tenía de entrada enormes complicaciones pues organizar un espacio económico donde coexisten países con niveles salariales y de productividad muy divergentes no es fácil sin grandes dosis de voluntad y coordinación política.
La lógica de la competencia, en plena contrarrevolución neoliberal, fue la bandera izada por los gobiernos, muchos de ellos socialdemócratas, para la mayor ola de privatizaciones de empresas y servicios públicos que jamás se haya visto. Los criterios de Maastritch fueron el corpiño definitivo para encauzar la política económica de los estados miembro: la moneda común y el pacto de estabilidad institucionalizaron la austeridad como única política económica posible. Los favorecidos, una vez más, han sido los grandes grupos empresariales que han visto flexibilizarse los mercados de trabajo y reducirse los salarios. La crisis, señala el autor, no ha hecho más que poner de manifiesto las incoherencias y asimetrías del sistema euro. Pero el objetivo del proceso de integración nunca fue tender a una mayor coordinación y convergencia, sino conseguir la liberalización económica, lógica que se acentúa tras la aplicación de las recetas de austeridad en el actual momento de crisis.
¿Qué es una crisis?
Las dos últimas lecciones abordan el fenómeno de la crisis y la recesión actual. Husson explica como la crisis es intrínseca a la dinámica capitalista y establece cuatro dimensiones para entender como las grandes crisis y sus posteriores consecuencias dieron lugar a las diferentes fases del capitalismo: régimen de acumulación (la economía), paradigma tecnológico (la técnica), regulación social (lo social) y división internacional de trabajo (lo internacional). Una de las conclusiones más contundentes es que los llamados"treinta gloriosos" fueron, en realidad, un paréntesis, una anomalía, en la historia del capitalismo. La crisis de los 70 presentó un aumento de las tasas de desempleo junto con una progresiva caída del crecimiento de la productividad. El auge del neoliberalismo puso fin al crecimiento del Estado de bienestar y estigmatizó la inflación, gran enemiga del capital financiero, que iniciaba un proceso de crecimiento y hegemonía que dura hasta nuestros días. La agenda neoliberal sirvió a los intereses del capital en un momento en que las políticas clásicas de relanzamiento de la economía no funcionaron. Esta nueva fase se caracterizó por un descenso del peso de los salarios y un alza de la tasa de beneficios, simultáneamente al estancamiento de la tasa de acumulación (inversión) y al aumento de la parte destinada a los dividendos de los accionistas. La crisis actual, en lugar de presentar un retorno al tipo de capitalismo regulado, está suponiendo una profundización de las políticas neoliberales junto con una regulación caótica incapaz de hacer frente a las contradicciones que caracterizan el capitalismo en su fase de globalización o internacionalización.
Directos al precipicio
Por último, quienes piensen que el capitalismo verá su fin tras una gran crisis que haga insoportables sus contradicciones no pueden andar más equivocados. Husson es categórico: el capitalismo no es una fruta madura y no se hundirá a pesar de su pérdida de eficacia. La idea misma de una "crisis final" es intrínsecamente absurda, porque el capitalismo no es solamente un modelo económico, sino un conjunto de relaciones sociales; y éstas sólo pueden ser cuestionadas por la iniciativa de fuerzas sociales decididas a superarlas.
La mejor contribución que se puede hacer a la crítica del capitalismo y a la construcción de una teoría que sea una enmienda a la totalidad del sistema es la adecuada explicación de cómo funciona realmente. No hay nada más frustrante y estéril que construir una teoría o emprender una acción política a partir de premisas erróneas. Es necesario conocer qué se esconde detrás de los velos ideológicos con los que se pretende naturalizar relaciones de explotación y dominación que no son más que históricas y sociales, por tanto combatibles y transformables. Para ello hay que tener conciencia de cómo funciona la sociedad, y las 10 lecciones de Husson son un buen comienzo: riguroso, pedagógico y estimulante.

Ivan Gordillo miembro del Seminari D’economía Crítica Taifa
1/ Michel Husson, El capitalismo en 10 lecciones, Los libros de Viento Sur-La Oveja Roja, Madrid, 2013.

sábado, 12 de octubre de 2013

La verdadera bomba Por Uri Avnery



Original en hebreo de Gush Shalom: http://zope.gush-shalom.org/home/he/channels/avnery/1380282122/
En español revisado y compaginado por Carlos Braverman

Hace años descubrí uno de los mayores secretos de Irán: Mahmoud Ahmadinejad era un agente del Mossad.
Súbitamente, todos los curiosos detalles de su comportamiento cobraban sentido. Sus fantasías públicas sobre la desaparición de Israel. Su negación del Holocausto, que hasta entonces había sido algo exclusivo de lunáticos. Sus fanfarronadas sobre la capacidad nuclear de Irán.
¿Cui bono? ¿A quién le interesaban todas esas tonterías?
Sólo hay una respuesta sensata: a Israel.
La postura de Ahmadinejad trasladaba una imagen del Estado iraní a la vez ridícula y siniestra. Justificaba la negativa israelí a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear o a ratificar la Convención sobre Armas Químicas. Desviaba la atención del rechazo israelí a discutir la ocupación de los territorios palestinos o a mantener negociaciones de paz significativas.
Cualquier duda que hubiera podido albergar acerca de esta primicia internacional se ha esfumado ahora.
Nuestros líderes políticos y militares deploran casi públicamente la desaparición de Ahmadinejad.
Obviamente, el Guía Supremo, Ali Jamenei, decidió que yo tenía razón y silenciosamente ha sacado del escenario a ese bufón.
Peor aún, ha reafirmado su mortal enemistad contra la Entidad Sionista sacando a la palestra a una persona como Hassan Rouhani.
Rouhani es todo lo contrario de su predecesor. Si le hubieran pedido al Mossad que describiera al peor líder iraní que Israel pudiera imaginar habrían propuesto alguien como Hassan Rouhani.
¡Un iraní que reconoce y condena el Holocausto! ¡Un iraní que brinda dulzura y luz! ¡Un iraní que desea paz y amistad a todas las naciones y que da a entender que incluso Israel podría incluirse en esa oferta si saliéramos de los territorios palestinos ocupados!
¿Cabe imaginarse algo peor?
No estoy bromeando. ¡Esto es mortalmente serio!
Incluso antes de que Rouhani pudiera abrir la boca después de haber sido elegido ya fue rotundamente condenado por Benjamín Netanyahu.
¡Un lobo con piel de oveja! ¡Un auténtico antisemita! Un falsario decidido a engañar a todo el mundo! Un político taimado cuyo diabólico objetivo es abrir una brecha entre Israel y los ingenuos estadounidenses!
Ésta es la auténtica bomba iraní, mucho más amenazadora que la nuclear que será construida tras la cortina de humo de la suave parla de Rouhani!
Es posible disuadir una bomba nuclear con otra bomba nuclear. Pero, ¿cómo disuadir a un Rouhani?
Yuval Steinitz, nuestro antiguo y fallido ministro de Hacienda que en la actualidad es responsable de nuestro "pensamiento estratégico" (¡sí, en serio!) exclamó desesperado que el mundo desea ser engañado por Irán. Benjamín Netanyahu lo denominó "trampa de miel". Los comentaristas que se alimentan directamente de la mano de los "círculos oficiales" (es decir, de la Oficina del Primer Ministro) proclaman que Rouhani constituye una amenaza existencial.
Todo eso antes de que Rouhani hubiera pronunciado una sola palabra.
Cuando Rouhani por fin pronunció su gran discurso ante la Asamblea General de la ONU se confirmaron los terribles presagios.
Allí donde Ahmadinejad había provocado una estampida de los delegados de la sala, Rouhani hizo que acudieran en masa a escucharlo. Diplomáticos de todo el mundo sentían curiosidad por el hombre. Habrían podido leer el discurso unos pocos minutos más tarde, pero querían ver y escuchar por sí mismos. Incluso EEUU envió a sus funcionarios para que estuvieran presentes. Nadie abandonó la sala.
Bueno, nadie excepto los israelíes.
Los diplomáticos israelíes recibieron de Netanyahu la orden de abandonar aparatosamente la sala cuando el mandatario iraní comenzara a hablar.
Fue un gesto estúpido. Tan racional y eficaz como la rabieta de un niño pequeño cuando le quitan su juguete favorito.
Estúpido, porque hace aparecer a Israel como un aguafiestas en un momento en el que al mundo entero es presa de un arrebato de optimismo ante los últimos acontecimientos en Damasco y Teherán.
Estúpido, porque constituye una proclamación de que Israel está actualmente completamente aislado.
Por cierto, ¿notó alguien que durante la media hora que duró su discurso Rouhani no paró de secarse la frente? Obviamente, el hombre estaba pasándolo mal. ¿Algún agente del Mossad se infiltró hasta el cuarto de mantenimiento de las Naciones Unidas y apagó el aire acondicionado? ¿O fue sólo a causa de las pesadas vestimentas?
Nunca he sido sacerdote, y no sólo porque soy ateo (igual que muchos sacerdotes, sospecho), sino también por esa obligación de llevar pesados ropajes que imponen todas las confesiones. Lo mismo me ocurre con la carrera diplomática.
Al fin y al cabo, los sacerdotes y los diplomáticos también son seres humanos (muchos de ellos, al menos).
Solo un miembro del gabinete israelí se atrevió a criticar abiertamente el desplante israelí. Yair Lapid. ¿Qué viento le dio? Bueno, el caso es que las encuestas muestran que la fulgurante estrella ascendente ya no sube más. Como ministro de Hacienda se ha visto obligado a tomar medidas muy impopulares. Dado que no habla de cosas como la ocupación y la paz está considerado como una persona superficial. Casi lo han arrumbado. Su contundente crítica a Netanyahu puede traerlo de vuelta al centro.
Sin embargo, ha puesto el dedo en una cuestión clave: que Netanyahu y su equipo se están comportando exactamente como solían comportarse los diplomáticos árabes hace una generación. Es decir, que están atrapados en el pasado. No viven en el presente.
Para vivir en el presente se necesita hacer algo que los políticos detestan: repensar las cosas.
Las cosas están cambiando. Lentamente, muy lentamente, pero de forma perceptible.
Es demasiado pronto para decir algo con fundamento sobre el declive del imperio estadounidense, pero no se necesita un sismógrafo para percibir que hay movimientos en esa dirección.
La cuestión siria es un buen ejemplo. A Vladimir Putin le gusta ser fotografiado en poses de judoka. En el judo uno explota el impulso del oponente para derribarlo. Eso es exactamente lo que hizo Putin.
El presidente Obama se había acorralado a sí mismo en un rincón. Había proferido belicosas amenazas y no podía dar marcha atrás, aunque el público estadounidense no está de humor para guerras. Putin lo liberó del dilema. A cambio de un precio.
No sé si Putin es un jugador tan ágil que se abalanzó sobre un comentario marginal de John Kerry sobre la posibilidad de que Bashar Assad renunciara a sus armas químicas. Más bien sospecho que todo estaba arreglado de antemano. De cualquier manera, Obama salió del atolladero y Putin volvió a entrar en el juego.
Tengo sentimientos muy encontrados sobre Putin. A sus ciudadanos chechenos les ha hecho prácticamente lo mismo que Assad está haciendo a sus ciudadanos suníes. El tratamiento que dispensa a sus disidentes, como la banda Pussy Riot, es abominable.
Sin embargo, en la escena internacional Putin es ahora el pacificador. Ha resuelto la crisis de las armas químicas y es muy posible que tome la iniciativa para alcanzar un acuerdo que ponga fin a la terrible guerra civil.
El siguiente paso podría ser jugar un papel similar en la crisis iraní. Si Jamenei ha llegado a la conclusión de que tal vez su programa nuclear no compensa la miseria económica que provocan las sanciones, es perfectamente posible que se lo venda a EEUU. En ese caso Putin puede jugar un papel vital actuando como intermediario entre dos mercaderes correosos que tienen mucho género que comerciar.
(A menos, por supuesto, que Obama se comporte como el estadounidense que compró una alfombra en un bazar persa. El vendedor le pidió 1.000 dólares y el estadounidense los desembolsó sin regatear. Cuando le dijeron que la alfombra no valía más de cien dólares, respondió: "Ya lo sé, pero quería castigarlo. Ahora no va a poder dormir, maldiciéndose por no haber pedido 5.000 dólares".)
¿Cómo encajamos nosotros [los israelíes] dentro de este escenario cambiante?
En primer lugar, debemos comenzar a pensar, por mucho que prefiramos evitar hacerlo. Nuevas circunstancias exigen nuevas ideas.
En su discurso de EEUU Obama estableció una clara conexión entre la bomba iraní y la ocupación israelí. Ese vínculo no puede ser deshecho. Seamos conscientes de ello.
EEUU es hoy un poco menos importante de lo que era ayer. Rusia es un poco más importante de lo que era. Y como demostró su inútil ataque en el Capitolio durante la crisis siria, también el AIPAC es menos poderoso.
Pensemos otra vez en Irán. Es demasiado pronto para determinar hasta qué punto Teherán se está moviendo, o si lo está haciendo en absoluto. Pero tenemos que intentarlo. Abandonar las salas no es una política. Entrar en ellas sí.
Si pudiéramos recuperar algo de nuestra antigua relación con Teherán, o simplemente quitarle un poco de hierro a la actual, sería tremendamente beneficioso para Israel. Combinar eso con una verdadera iniciativa de paz con los palestinos sería aún mejor.
La ruta que seguimos actualmente nos va a conducir al desastre. Los actuales cambios en la escena internacional y regional pueden hacer que el cambio de rumbo sea posible.
Ayudemos al presidente Obama a cambiar la política estadounidense en lugar de utilizar al AIPAC para aterrorizar al Congreso y forzarlo a apoyar ciegamente una política obsoleta con respecto a Irán y Palestina. Extendamos cautelosas antenas en dirección a Rusia. Modifiquemos nuestra posición pública como lo están haciendo con tanto éxito los líderes de Irán.

¿Son más inteligentes que nosotros?

jueves, 10 de octubre de 2013

Conceptos básicos de El Capital POR Miguel Manzanera Salavert


En la construcción de la ciencia económica contemporánea la investigación de Marx ha jugado un papel fundamental. Y aunque hace un par de décadas se consideró obsoleta y anticuada, hoy en día ha vuelto a revalorizarse ante la profunda crisis del capitalismo neoliberal que están padeciendo los países más ricos del planeta. Lo que Marx explicó hace siglo y medio puede ser importante para salir de la crisis, y seguramente mucha gente estará interesada en conocer un poco mejor sus ideas. En este texto voy a intentar explicar sucintamente el planteamiento fundamental de la economía marxista a partir de El capital, reconociendo que no se trata más que de un esquema general, que no pretende ser exhaustivo.
La distinción entre sustancia y magnitud
En primer lugar, Marx empieza El capital explicando la doble forma del valor económico, valor de uso y valor de cambio. Se trata de una cuestión de método: toda ciencia comienza su estudio estableciendo las magnitudes que son objeto de su investigación, a través de una distinción entre los aspectos cuantitativos y cualitativos en su campo de estudio. En la ciencia económica el valor de uso, expresa los aspectos cualitativos de las cosas en cuanto que sirven para satisfacer necesidades humanas; el valor de cambio, representa el valor cuantitativo de las mercancías producidas por el trabajo humano en cuanto que son objeto de intercambio en el mercado. El precio de las mercancías es su valor de cambio, la magnitud del valor, y sirve como medida en la ciencia económica.
Muchos filósofos de la naturaleza, en sus reflexiones sobre la actividad científica, han afirmado que las cualidades de las cosas no tienen en realidad en sí mismas, sino que solo existen para el ser humano que las percibe: las cualidades naturales son la forma que tiene el ser humano de percibir el universo en el que vive; pero el mundo natural es esencialmente un conjunto de relaciones cuantitativas. En las disciplinas científicas, pues, las cualidades se dejan de lado para hacer ciencia, fundada en la medida y la cantidad. Pero cuando se trata de una ciencia social, el método requiere hacerse más complejo, porque las cualidades forman parte de nuestra naturaleza humana y de lo que queremos llegar a ser como personas. No resulta tan fácil eliminar los aspectos cualitativos en el conocimiento científico de la sociedad, ni es recomendable si es que queremos conservar la humanidad.
Marx está convencido del valor de la ciencia para el desarrollo cultural de la especie humana en su historia, y por tanto plantea esa distinción básica de la investigación científica. De ese modo, El capital comienza exponiendo los fundamentos de la ciencia económica al distinguir en su campo de estudio dos formas del valor económico: la utilidad de las cosas, como su aspecto cualitativo, y el precio, como su aspecto cuantitativo. Marx lo denomina la ‘sustancia del valor’ o ‘valor de uso’, y la ‘magnitud del valor’ o ‘valor de cambio’ (El capital, Vol. I, capítulo 1, punto 1). El precio del mercado es la magnitud del valor económico, es decir, la medida del valor, gracias a la cual se puede establecer una ciencia de carácter cuantitativo. Pero lo que interesa al ser humano concreto que tiene que vivir en el mundo, es la utilidad de los productos que compra para satisfacer sus necesidades; el planteamiento crítico de la economía marxista consiste en indagar hasta qué punto la medida del valor expresada por el precio en el libre mercado capitalista, es adecuada para las necesidades humanas –entre las que se deben incluir además la emancipación de todos los seres humanos-.
El problema de la medida del valor
La intuición de Marx es que la medida del valor económico a partir de los precios mercantiles es básicamente inadecuada para construir una economía humana satisfactoria. Esa idea es fácil de adquirir sobre la base de la observación de la vida social moderna: las crisis capitalistas, la miseria de los trabajadores y los pueblos, la injusta distribución de la riqueza social, la represión política para sostener el orden establecido, la falsificación de la conciencia de los ciudadanos, su esquilmar la riqueza terrestre y los problemas ecológicos, etc. La investigación marxiana trata de averiguar cómo se forman los precios en el mercado, para descubrir por qué no constituyen una medida adecuada del valor económico, con la convicción de que esa investigación pueda proporcionar también alguna idea acerca de cómo podría sustituirse por una medición alternativa. A lo largo de su trabajo, Marx irá desgranando diversos aspectos de esa inadecuación desde distintos ángulos de aproximación.
El intercambio de las mercancías es necesario para toda sociedad desarrollada, cuya estructura económica se organiza mediante la división del trabajo. El incremento de la productividad que produce la especialización de los trabajadores, tiene como contrapartida la necesidad de intercambiar los productos de su trabajo, que se transforman así en mercancías. Se trata de redistribuir la producción económica, para satisfacer las necesidades de todos de modo equitativo. ¿Cómo se realiza ese intercambio?, ¿cómo se debería realizar? Al intercambiar las mercancías que han producido, los productores intentan hacerlo de forma equitativa, y Marx supone que ese intercambio justo se hace sobre la base de la cantidad de trabajo incorporada en su producción, el gasto de energía física que el trabajador ha empleado para producir la mercancía. La medida del valor debefundarse por tanto en el trabajo empleado en la producción –lo que se denomina como‘teoría del valor-trabajo’-.
Se debe discutir el papel epistemológico de esa propuesta teórica. Tal como se ha formulado aquí tiene la forma de un ideal normativo, en cuanto que no es una práctica social observable en el presente. Marx la formula como una descripción de lo que los seres humanos debieron hacer en el pasado, o de cómo les gustaría comportarse para ser justos –lo que no deja de ser una aplicación de la teoría del contrato como ideal político normativo-. Pero una ciencia social descriptiva puede prescindir perfectamente de tal hipótesis. Como es sabido, la economía neoclásica, en la que se funda el desarrollo moderno de la producción capitalista, asume que el origen del valor es la propia utilidad de la mercancía, que se traduce en demanda del producto dentro del mercado, sin que el valor del trabajo pueda tener significado para determinar esa operación. De ese modo, la economía se traduce en una mera técnica de organización de la producción basada en la eficacia, sin tomar en cuenta la posibilidad de hacer una asignación justa de los valores. Una ciencia social de este tipo se limita a extrapolar las tendencias presentes, suponiendo que el futuro será igual que el pasado.
De ahí que se proclamara hace algunos años la ideología del final de las ideologías, esto es, la afirmación de que la única racionalidad posible es la eficacia en la producción económica. La refutación de esa tesis, tan de moda en las últimas décadas, es la crisis de superproducción del capitalismo neoliberal, que, como también es sabido, repite un fenómeno ya bien conocido desde hace siglos. Para entender ese fenómeno se hace necesario repasar la teoría de El Capital, que predice esos fenómenos cíclicos de la economía de mercado. Para lo cual es imprescindible reconocer que la racionalidad humana no consiste en la eficacia económica entendida pragmáticamente al modo liberal burgués. Por el contrario, la propuesta del valor-trabajo es una hipótesis, que Marx supone implícita en los comportamientos intencionales de los sujetos humanos, en tanto que personalidades morales de carácter racional que buscan la justicia en sus relaciones sociales. La base para tal supuesto es que la cooperación en el trabajo es beneficiosa para todos, y que es la forma específica de la naturaleza humana.
Sobre la base de esos presupuestos se obtiene el concepto de valor económico fundado en el trabajo. Los intercambios de mercancías toman como pauta para la valoración de los bienes, la cantidad de energía que los trabajadores gastan en la producción de cada mercancía: ‘la forma general del valor… presenta a los productos del trabajo como simple gelatina de trabajo humano indiferenciado…, es la expresión social del mundo de las mercancías’ (El capital, Tomo 1, Sección Primera, Mercancía y dinero, capítulo I, 82, cito por la 9ª edición de la traducción de Pedro Scaron publicada en Siglo XXI). Un tipo de productos se intercambian por una cantidad equivalente de otro tipo, cuando el trabajo empleado en su producción es el mismo.
La primera distorsión: el fetichismo de la mercancía
En esta parte de su investigación, Marx analiza las deficiencias de la forma general del valor para las necesidades del intercambio, y concluye que se hace necesario unequivalente general que puede intercambiarse por cualquier mercancía; ese equivalente es el dinero: la moneda se transforma en la unidad de cuenta económica o medida del valor. Y en esa transformación aparece el primer inconveniente: cuando el dinero, como equivalente general de todas las mercancías, sustituye al intercambio de bienes entre los productores, la cantidad de trabajo aplicada en la producción desaparece como medida del valor, ocultado por la apariencia de un valor autónomo de las mercancías expresado por su precio. La utilidad se muestra como una realidad creada ex nihilo, de la nada, por así decirlo. Ese fenómeno es designado por Marx como ‘fetichismo de la mercancía’, en el Capítulo Primero, punto 4.
Es aquí donde Marx muestra la conciencia epistemológica del método científico, como crítica de la apariencia sensible para encontrar la constitución material del mundo natural:‘la impresión luminosa de una cosa en el nervio óptico no se presenta como excitación subjetiva de ese nervio, sino como forma objetiva de una cosa situada fuera del ojo’ (op.cit.88). Las cualidades de las cosas, por ejemplo los colores que vemos, existen en nuestras impresiones, percibidas sensorialmente; pero para nosotros es como si el color existiera realmente en las cosas –y hasta cierto punto, desde la subjetividad, es así-. La percepción del color es una relación entre el sistema nervioso humano y la luz que impresiona la retina; y ésta es una onda corpuscular definible por sus características matemáticas según la física más avanzada.
El proceso de construcción de una ciencia social –nos dice Marx aquí- es análogo: por detrás de las cualidades de las cosas están las relaciones matemáticas expresadas por los precios en una economía mercantil. Sin embargo, por tratarse de relaciones sociales, la naturaleza de lo estudiado debe tratarse con más cuidado: los aspectos cualitativos, como es su sentido de la justicia, no pueden ser suprimidos sin eliminar al mismo tiempo la racionalidad humana. Ésta, además, no se limita a la eficacia productiva –como piensan los economistas liberales-, sino que debe tomar en cuenta la finalidad para la que se hacen las cosas –la satisfacción humana de carácter cualitativo-, finalidad que es el motor de la acción productiva humana.
Eso no significa que el sentido de la justicia no pueda ser cuantificado, como de hecho hace Marx con su teoría del valor-trabajo; significa sólo que debe ser tomado en cuenta. Por otra parte, la finalidad humana del trabajo debe constituirse como un elemento fundamental del análisis económico. Esa existencia puramente subjetiva de los colores es comparable a la utilidad de los objetos –la sustancia del valor-, que el ser humano usa o produce como medios de satisfacción de sus necesidades. La relatividad de las necesidades humanas deriva de su carácter eminentemente subjetivo, si bien existen medios para darles un aspecto objetivo cuantificable, como hace la economía del bienestar en términos de utilidades.
En cambio, la forma del valor –como valor de cambio de la utilidad convertida en mercancía- representa el aspecto cuantitativo del valor. Sin embargo, el análisis de Marx descubre que en la sociedad mercantil se invierte la categorización científica: es el mecanismo de medición cuantitativa lo que toma rasgos de realidad fantasmagórica, de una falsa apariencia de realidad sustancial. Lo que llama ‘fetichismo de la mercancía’ es que en la perspectiva capitalista del mercado, los hombres son tratados como cosas y las cosas como hombres. En el modo de producción mercantil se establecen ‘relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre las cosas’ (op.cit. 89).
Algo anda mal en la economía humana para que eso suceda, y es precisamente el mecanismo utilizado para cuantificar el valor de las mercancías: la formación de precios en el mercado. Y la clave de todo el asunto es que para ese mecanismo mercantil, el trabajo se convierte en una mercancía más y desaparece de la conciencia como creador del valor económico. A partir de ahí la fuente del valor económico se presenta como el dinero convertido en capital. Esa falsa conciencia impide organizar la producción de forma científica, como la creencia religiosa en el creacionismo impide concebir la teoría de la evolución de las especies y la superstición del horóscopo impide concebir el universo físico descubierto por la astronomía contemporánea.
La segunda distorsión capitalista del valor económico: el interés del capital
Debe quedar claro lo que ese ‘desaparecer’ del trabajo significa: es un desaparecer en la conciencia. A pesar de que el trabajo sigue siendo la fuente del valor económico, la importancia de la moneda como instrumento para fijar el valor resulta tan decisiva, que la persona que lo emplea queda anulada por él; el individuo capitalista es un mero portador de valor de cambio. La función del dinero es esencial para la economía de una sociedad, fundada en la división del trabajo y el intercambio generalizado de mercancías a gran escala; el movimiento de la moneda en el mercado crea una circulación de dinero, que refleja la circulación de mercancías en la redistribución del producto social, como en un espejo formado por los libros contables. Baste pensar en el papel multiplicador del dinero que tienen los bancos, para comprender el enorme poder que acumula el que maneja el instrumento de intercambio. El capital financiero domina la vida social capitalista.
En toda sociedad hay funciones privilegiadas, en dependencia de su importancia para el orden social. En el Estado Antiguo surgido a partir de las culturas campesinas del neolítico, esa función capital consistía en la acumulación del excedente, para solventar necesidades futuras e imprevistos ocasionales. Creo que así se debe interpretar la leyenda de José, el hijo de Jacob, cuando en Egipto adivina el sueño del faraón de las vacas gordas y las vacas flacas, tal como nos lo cuenta la Biblia. La importancia de la custodia de los excedentes, conservados para cubrir futuras eventualidades, explica la realeza en aquellos antiguos estados. En este sentido, la escuela funcionalista americana de Talcott Parsons ha hecho interesantes observaciones.
Ese papel central concede al dinero una potencia que le permite dominar la vida social y subordinar a los trabajadores a su imperio. Entonces el dinero se transforma en capital, dinero que crea riqueza por el préstamo crediticio con interés, o a través de la inversión productiva en la actividad económica (El capital, Sección Segunda, La transformación del dinero en Capital). Es el capital el que crea riqueza, y no el trabajo. Marx lo expresa con una fórmula: D’ = D + ΔD. Determinado como fuente de la riqueza por el mecanismo del mercado, el capital es capaz incluso de comprar fuerza de trabajo; transforma a la propia fuerza de trabajo que crea el valor, en una mercancía que puede comprarse y venderse en el mercado de trabajo a cambio de un salario. El valor no es creado ya por el trabajador, sino por el empresario que compra la fuerza de trabajo y la emplea para su propio beneficio. Y el valor pertenece a quien lo crea, como señalaba John Locke al fundar el liberalismo.
Ese crecimiento del capital, representado por el interés y el beneficio, viene a ser la expresión de la reproducción ampliada de la producción capitalista, su crecimiento compulsivo constante. En el momento en que deja de crecer sobrevienen crisis con sus consecuencias desastrosas: paro obrero, hambrunas y miseria generalizada, guerras civiles e internacionales, sistemas políticos totalitarios, etc. Es además un crecimiento deforme y desequilibrado, que da origen a la sobreproducción de mercancías, al sobredimensionamiento de la capacidad productiva, a la inversión en sectores monstruosos como el armamento de destrucción masiva, etc. El desarrollo del capital es un mecanismo de alienación, pues conduce a que el ser humano pierda el control sobre los procesos temporales, en los que están envueltas tanto la vida personal de los individuos, como la historia colectiva de la sociedad. Las crisis de sobreproducción capitalista, que conducen a conflictos y guerras espantosas, son un claro ejemplo de esa falta de control sobre los procesos históricos. La incapacidad para resolver los problemas ambientales, creando una relación armoniosa y equilibrada con los ecosistemas naturales, son otro ejemplo claro de los inconvenientes del modo de producción capitalista, que puede acabar con la especie humana e incluso con la vida en el planeta Tierra.
Si desde el punto de vista moral, resulta insatisfactorio tratar a los seres humanos como meros portadores de fuerza de trabajo que se compra y se vende en el mercado, desde el punto de vista económico resulta ineficiente a largo plazo. La racionalidad exigible para un sistema económico compatible con el medio ambiente terrestre no se basa en la eficacia capitalista –que consiste en incrementar constantemente el producto nacional bruto-, sino en la eficiencia –cuyo objetivo es alcanzar las satisfacción de las necesidades al menor costo posible, ahorrando lo medios-.
Con esta observación, desarrollamos el marxismo en sentido ecologista, como clave más acuciante de los problemas actuales de la humanidad. Pero volvamos al planteamiento de Marx: la eficacia capitalista solo funciona a corto plazo; ni siquiera es eficaz a largo plazo, porque genera crisis de sobreproducción que conllevan una ingente destrucción de fuerzas productivas en las crisis y guerras que suceden sin final. La injusticia del sistema, que trata a los trabajadores como objetos de compra-venta, genera un desequilibrio en la evolución social que acaba redundando en la destrucción periódica de la riqueza creada. Como en la torre de Babel, los hombres construyen una escalera al cielo que acaban abandonando, no por una maldición divina, sino por la confusión y la ignorancia. Veamos por qué.
La tercera distorsión: la creciente explotación del trabajo y la tierra
En el capítulo IV de la Sección Tercera del Primer Tomo de El Capital, Marx explica que la explotación de los trabajadores nace de haber considerado la fuerza de trabajo como una mercancía. A continuación, en el capítulo V, determina en qué consiste esa explotación, a través de la noción de trabajo excedente que da origen a la plusvalía o plusvalor. Si el plusvalor surge, es únicamente en virtud de un excedente ‘cuantitativo’ de trabajo, en virtud de haberse prolongado la duración del mismo proceso laboral (op.cit. 239). En el modo de producción capitalista ese plusvalor da origen al beneficio del capital, cuando los valores de uso producidos por el trabajador son vendidos en el mercado.
El plusvalor se representa monetariamente mediante el interés del capital prestado o el beneficio del capital invertido. Pero hay una diferencia entre el grado de explotación de los trabajadores y la tasa de ganancia de los empresarios que los emplean. Detengámonos en esos conceptos explicados en el capítulo VII de esa Sección Tercera del Primer Tomo; nos van a mostrar una tercera distorsión que el mecanismo del precio mercantil introduce en la valoración de la producción económica. Nos dice Marx: ‘La tasa de plusvalor es la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital’ (op.cit. 262). Esta tasa de plusvalor es el cociente entre el plusvalor, el excedente de trabajo que el obrero se ve obligado a hacer para su empleador, y el trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, representado por las mercancías que necesita comprar ese mismo obrero para subsistir. Marx construye una ecuación para visualizar esa relación: p/v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, y v = capital variable o capital invertido en la remuneración de los trabajadores).
En este punto de El capital, Marx distingue la tasa de plusvalor y ‘la valorización del valor del Capital adelantado…, como excedente del valor del producto sobre la suma de valor de sus elementos productivos’; indicando que es un error muy frecuente entre los economistas confundir la tasa de plusvalor antes definida con esa valorización del capital. Ésta consiste en los beneficios del capitalista, que se queda con el plusvalor producido por los trabajadores, y se corresponde con el hecho de que el dinero adelantado para poner en marcha la producción genera un rédito que son los intereses del capital.
Si saltamos ahora hasta el Tercer Tomo, Sección Primera (La transformación del plusvalor en ganancia y la tasa de plusvalor en tasa de ganancia), Capítulo II, Marx y Engels definen la valorización del capital como tasa de ganancia, que viene dada por la fórmula p/c+v (siendo p = plusvalor o trabajo excedente, c = capital constante o capital invertido en los factores productivos, y v = capital variable o capital invertido en las remuneraciones de los trabajadores). El plusvalor se hace ganancia capitalista transformándose en dinero al vender los productos en el mercado. La tasa de plusvalor (p/v) se debe hacer tasa de ganancia (p/c+v) en el mismo proceso de venta. Pero mientras la tasa de plusvalor es una relación entre las horas trabajadas para satisfacer las necesidades del obrero y las horas que el obrero tiene que hacer para su patrón, la tasa de ganancia es una relación entre el capital total invertido, C = c+v, y las ganancias del capitalista, el plusvalor convertido en forma monetaria por la venta mercantil de plusvalor.
Si el capitalismo fuera un modo de producción estable, que pudiera sostenerse mediante su reproducción simple, quizás ese problema no sería demasiado grave. Mas no es así. El capitalismo necesita la reproducción ampliada, incrementando siempre las inversiones y las ganancias totales conseguidas mediante el plusvalor arrancado al trabajador. Como consecuencia del desarrollo del modo de producción, el capital constante aumenta permanentemente. Y por tanto, al incrementarse el capital constante, en la fórmula C = c+v, disminuye la proporción del capital variable; con lo cual la tasa de plusvalor (p/v) necesita multiplicarse creciendo exponencialmente, mientras que la tasa de ganancia (p/v+c) lo hace de forma mucho más modesta o incluso puede disminuir.
Ese fenómeno se denomina Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, en la Sección Tercera del Tomo III de El capital: ‘una tasa creciente de plusvalor tiene tendencia a expresarse en una tasa declinante de ganancia’ (op.cit. 309). Marx y Engels exponen en el Capítulo XIV de la misma Sección Tercera cómo el capitalista se esfuerza en contrarrestar esa realidad: elevación del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos del capital constante (materias primas, energía, tecnología, infraestructuras, etc.), sobrepoblación relativa (el llamado ‘ejército de reserva’, los parados que actúan como fuerza de trabajo barata a disposición del capitalista), el comercio exterior y el aumento del capital accionariado. Los rendimientos decrecientes del capital deben reponerse aumentando la explotación del trabajo e incrementando exponencialmente la productividad del trabajo, desvalorizando la riqueza terrestre y globalizando la producción económica. Como el capitalista solo invertirá si se garantizan los beneficios, y buscando además que estos crezcan lo máximo posible, la explotación de los trabajadores y de la tierra tiene que incrementarse permanentemente en el sistema.
A continuación en el Capítulo XV de ese mismo Tomo III, los autores exponen las contradicciones del desarrollo capitalista, que han de determinar antes o después su decadencia definitiva y su sustitución por un nuevo modo de producción. La acumulación acelera el descenso de la tasa de ganancia, en tanto con ella está dada la concentración de los trabajos a gran escala y, por consiguiente, una más alta composición del capital (el aumento del capital constante en la fórmula C = c+v). Por otra parte, la baja de la tasa de ganancia acelera, a su vez, la concentración de capital y su centralización mediante la expropiación de los capitalistas menores…
Como señala el Manifiesto Comunista, toda la sociedad tiende a dividirse en las dos clases fundamentales del modo de producción capitalista, eliminando los estratos intermedios. Y como señaló Aristóteles una sociedad estable es aquella que tiene una clase media fuerte y numerosa. La dinámica capitalista conduce inexorablemente a la confrontación de clases y la revolución social. El capitalismo solo dispone de un medio para evitar esa dinámica destructora de sí mismo: ser moderado mediante la intervención del Estado en una economía del bienestar, consiguiendo redistribuir la riqueza mediante los impuestos, la planificación y la producción de bienes públicos. Es necesario superar el liberalismo hacia el capitalismo de Estado, como etapa necesaria para la superación del modo de producción mismo.
La cuarta distorsión: el papel de la innovación tecnológica.
El crecimiento decreciente del rendimiento capitalista, la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, impulsa a los capitalistas a buscar por todos los medios un aumento de sus ganancias. Uno de los medios más eficaces que tiene a su disposición consiste en buscar el apoyo de los científicos que le prestan sus conocimientos para mejorar los rendimientos industriales. El desarrollo tecnocientífico del capitalismo ha sido impresionante en los últimos siglos, pero lo más sorprendente es que detrás de ese desarrollo se encuentre el ansia de beneficios de los empresarios, alcanzado mediante la explotación de los trabajadores. El burgués moderno ha sido descrito por Goethe en el personaje de Fausto, que busca alcanzar la perfección mediante la acción productiva ayudado por el diablo Mefistófeles. El mal es inseparable de la producción, al menos en el orden social capitalista, lo que Schumpeter llamaba la destrucción creativa.
Gracias a la innovación tecnológica se obtiene un incremento multiplicado del plusvalor, necesario para remontar la tendencia a la disminución de las ganancias. El mecanismo que hace posible ese prodigio es denominado plusvalor relativo en El capital, Tomo I, Sección IV. El empresario introduce una nueva técnica, cuando sirve para incrementar la productividad del trabajo, de modo que un obrero puede producir una cantidad multiplicada de mercancías en el mismo tiempo. Como las condiciones laborales de éste son las mismas por término medio que el resto de los trabajadores, esa productividad incrementada multiplica a su vez la cantidad de plusvalor arrancado al trabajo por el capital. Ese aumento en la cantidad de plusvalor se transforma en ganancias extraordinarias, al convertir el valor de los bienes así producidos en dinero por la venta en el mercado. El capitalista puede competir en condiciones ventajosas hundiendo a las empresas rivales, que todavía no se han hecho con la innovación tecnológica, quedándose para sí con toda la plusvalía producida. Marx explica cómo en la India las mercancías inglesas hundieron la industria textil por la competencia. Para ello el gobierno inglés tuvo que abolir las leyes que prohibían la importación y limitaban el comercio, ocupando el territorio.
En ese paso de su exposición Marx expone la distinción entre el plusvalor absoluto y el plusvalor relativo del siguiente modo: Denomino ‘plusvalor absoluto’ al producido mediante la ‘prolongación’ de la jornada de trabajo; por el contrario, el que surge de la ‘reducción’ del tiempo de trabajo necesario, y del consiguiente cambio en la ‘proporción de la magnitud’, que media entre ambas partes componentes de la jornada laboral, lo denomino ‘plusvalor relativo’ (Volumen 1, Sección Cuarta, Capítulo X, Concepto de plusvalor relativo,op.cit.,383). Lenin expone la diferencia entre plusvalía absoluta y relativa, casi con las misma palabras en su trabajo sobre El plusvalor, que resulta un resumen de la cuestión. Precisamente por su carácter resumido, puede llevar a confusión: hay quien entiende de modo simplificado la diferencia entre plusvalor absoluto y plusvalor relativo, como la diferencia entre alargar la jornada en términos cuantitativos añadiendo más horas de trabajo, plusvalor absoluto, y acortar el tiempo de trabajo necesario para reponer el gasto de fuerza de trabajo expresada en el salario, plusvalía relativa. Pero la cosa tiene más miga.
Para entender bien este párrafo hay que tomar la definición de plusvalor absoluto que Marx realiza en los capítulos anteriores, en la que éste se explica como una realidad constitutiva del modo de producción capitalista, sin la cual no podría funcionar, ni siquiera haber aparecido sobre la tierra. En cambio, el plusvalor relativo es definido como ‘cambio en la proporción de la magnitud’, estos es, como la multiplicación del plusvalor absoluto conseguida mediante la fabulosa productividad que permite la introducción de innovaciones técnicas. Eso significa que la plusvalía relativa es el factor de cambio en el modo de producción capitalista, haciendo posible las inversiones productivas, la recuperación de la tasa de ganancia y la reproducción ampliada del capital.
Pues el efecto de una innovación en la sociedad es mucho más profundo que un mero aumento de productividad; ese aumento modifica el orden social capitalista y la correlación de fuerzas políticas entre las clases sociales, hasta el punto de que pueda hablarse de la creación de una formación social diferente, provocada por los cambios estructurales que trae la innovación tecnológica. Véanse, por ejemplo, las importantes transformaciones de toda índole que ha traído la última revolución tecnológica de la informática: automatización de las fábricas sustituyendo los trabajos físicos que son realizados ahora por máquinas, sustitución de empleados cualificados y funcionarios en la administración de empresas privadas y públicas, revolución en las telecomunicaciones y en el acceso a la información, etc.
Sin embargo, lo que más interesa desde el punto de vista marxista son sus efectos sobre las luchas sociales –puesto que la lucha de clases es el motor de la historia-. Los efectos para la clase obrera son devastadores. Marx se dedica a analizarlos en el Capítulo XIII, Sección IV del Tomo I, a partir de la introducción de la máquina de vapor como fuerza motriz en la industria. En primer lugar, millones de trabajadores fueron lanzados al paro, sustituidos por las máquinas; de ese modo aumenta el número de obreros en busca de trabajo, es decir aumenta la oferta de fuerza de trabajo, que se desvaloriza así por las leyes del mercado. En segundo lugar, aparecieron trabajos que requerían menor fuerza física y menor habilidad, de modo que los profesionales fueron sustituidos por peones, y en algunos casos por mujeres y niños en trabajos que no requerían fuerza física. En tercer lugar, el abaratamiento de las mercancías abarató también la fuerza de trabajo que se sirve de ellas. En todos esos aspectos el precio de la fuerza de trabajo disminuye en beneficio de la valorización del capital. Como señala Marx: la maquinaria desvaloriza la fuerza de trabajo(capítulo XIII del Tomo I, op.cit. 481). Se trata de un resultado de la lucha de clases: la burguesía utiliza la ciencia para derrotar a los trabajadores en un ciclo que lleva de la innovación tecnológica al paro, y de éste al descenso de los salarios y la intensificación de la explotación: Se podría escribir una historia entera de los inventos que surgieron, desde 1830, como medios bélicos del capital contra los amotinamientos obreros (op.cit. 452).
Pero ni la ciencia, ni la técnica, llevan en su esencia el estigma de la explotación y la alienación de los trabajadores. Marx recuerda que la introducción del molino en el modo de producción antiguo, fue saludada por los poetas romanos como un avance que liberaría a las mujeres del pesado trabajo de moler el grano. Solo en el medio social del capitalismo los avances tecnológicos se convierten en elementos para la esclavización de los trabajadores –por los motivos expuestos-. Ello se hace posible porque el orden social burgués está dominado por los poseedores de capital, que pueden hacer las leyes a su medida. En cada coyuntura del proceso de desarrollo del capital, las leyes se ajustan a las necesidades de ese desarrollo. Se trata de una acción conjuntada de medios políticos y técnicos, que hacen posible obtener el sometimiento de los trabajadores.
Así, las consecuencias que la revolución informática ha traído para el siglo XXI son devastadoras desde el punto de vista del desarrollo histórico: la desaparición de la clase obrera  industrial en los países desarrollados con la consiguiente derechización de las sociedades opulentas e imperialistas y la degradación moral que eso supone; paralelamente la descomposición del campo socialista y su transformación en un área pauperizada y sometida al imperialismo; además el neoliberalismo depredador e irracional que conduce a la humanidad al borde de un abismo de caos ecológico con peligro para la biosfera. Por citar algunos ejemplos que me vienen a la mente.
Otra observación importante de Marx acerca del uso de la tecnología por el capitalismo, es que una innovación tecnológica solo será introducida en el sistema cuando produzca un beneficio para el capitalista a través de la plusvalía relativa. No serán introducidas innovaciones que puedan interesar a la población o a los trabajadores, a menos que ayuden al capitalista a mantener su dominio de la sociedad. Por ejemplo, el desarrollo de una maquinaria bélica espeluznante por sus efectos sobre la población, no tiene más sentido que sostener el poder establecido sobre la base del terror y la crueldad. Como puede observarse, las distorsiones graves, que se producen en las aplicaciones tecnológicas de la ciencia por el capitalismo, cuya condición es la plusvalía relativa, conducen a la humanidad al abismo de la desaparición como especie inviable, y ponen en peligro la propia vida en la Tierra.
Los avances técnicos configuran la dinámica del capitalismo, según expone Ernest Mandel en su estudio sobre Las ondas largas del desarrollo capitalista. Las innovaciones aparecen por la necesidad del capitalismo de transformar la estructura productiva con el objetivo de combatir el rendimiento decreciente de sus inversiones de capital. Quizás la explicación de Mandel no se ajuste perfectamente a los hechos, pero la intuición subyacente es correcta y sus aportaciones importantes. En su libro El capitalismo tardío, Mandel estudia los efectos de la informatización sobre la industria capitalista. La onda larga de la revolución informática ha terminado, en el sentido de que el capital ya no es capaz de extraer ganancias extraordinarias a partir de esa tecnología, dado que está extendida por todo el sistema y no sirve para aumentar la competitividad empresarial. Esa realidad ha llevado a buscar rendimientos capitalistas de forma espuria, y a una crisis de superproducción en el área de la construcción de edificios, provocada por el ansia desesperada de beneficios.
Pero hoy ya es evidente que se está preparando un nuevo ciclo productivo, y una nueva formación social asociada a éste, a partir de la revolución agrícola basada en las tecnologías de manipulación genética. Las consecuencias de esa nueva secuencia de desarrollo capitalista son previsibles, en los nuevos desastres que están aguardando a la humanidad en este siglo que acaba de comenzar. Más que nunca se hace necesario comenzar la fase de transición al socialismo basada en el capitalismo de Estado, siguiendo la estela trazada por los comunistas chinos y la República Popular.
Conclusiones
Los rasgos estructurales del modo de producción capitalista, lo configuran como un modo de producción que no puede dejar de crecer y desarrollarse, pero ese crecimiento lo hace de un modo deforme y monstruoso, atravesando crisis pavorosas y provocando guerras constantes. El desarrollo del capitalismo, que Marx llama ‘la reproducción ampliada del capital’, es una necesidad del sistema de explotación y una consecuencia de la injusticia que constituye su mismo fundamento. Esa injusticia se constituye como desvalorización del trabajo humano vivo para valorizar el capital, trabajo humano muerto, y se traduce en la alienación histórica, el hecho de que la sociedad se constituya como una dinámica sin control posible por la razón humana. La opresión de los individuos se corresponde con la alienación social e histórica.
Es claro que la ciencia económica liberal es incapaz de aportar soluciones a la crisis que ella misma ha creado. Ésta muestra además que el capitalismo neoliberal ha acabado ya su función histórica de restablecer la hegemonía mundial de la OTAN. Podemos observar que la emergencia de la República Popular China ha trastocado el panorama internacional, no solo como potencia hegemónica en la producción de mercancías, sino también frenando el expansionismo militarista del imperialismo. Queda muy poco para que sustituya también la expansión industrial y tecnológica del neoliberalismo, por un desarrollo más apropiado a las necesidades humanas.
Los problemas que la economía neoliberal ha traído a la humanidad, ya estaban previstos en el análisis de Marx y Engels. Y demuestran que su crítica era acertada. Aquí hemos interpretado esa crítica desde un punto de vista epistemológico, como las insuficiencias provocadas por la medición capitalista del valor económico. Lo que la experiencia histórica nos aporta respecto de las tesis de El capital, es una nueva distorsión introducida por el precio mercantil en la medida del valor: su ignorancia respecto de las utilidades producidas por la naturaleza de forma gratuita y limitada, que son destruidas por la falsa eficacia capitalista, con la consecuente crisis ambiental y caos ambiental. La experiencia reciente no modifica la intuición fundamental de Marx y Engels, sino que la hacen más acuciante y radical.
Es evidente que se está preparando una nueva formación social capitalista, que intentará explotar las biotecnologías en beneficio del dominio de las grandes empresas de la agroindustria. Resulta tan peligroso manipular las fuentes de la vida, que esa nueva innovación tecnológica habrá de ser cuidadosamente planificada. Sin embargo, la mayor parte de los estudiosos de este tema señalan que el actual uso de los OGM (organismos genéticamente modificados) está resultando desastroso para la vida y los ecosistemas. Dado que las empresas utilizan la innovación tecnológica para su propio beneficio, y no para mejorar la calidad de vida de las poblaciones, es de esperar que esto siga siendo así, a menos que la población se oponga a tales desarrollos.
La necesidad de cambiar ese modo de producción es evidente. También es claro el fracaso de haber intentado hacerlo de modo compulsivo, a través de una dictadura férrea y quemando etapas previas. Según muestran los hechos históricos recientes, el camino para superar el capitalismo pasa por la construcción de un capitalismo de Estado con una economía mixta, estatal y privada, como fase de transición hacia el socialismo.