La propuesta es un Israel para todos los israelíes, un Israel para todos sus ciudadanos. Para los electores que llevan en sus corazones los valores de la izquierda: paz, justicia, igualdad, democracia, derechos humanos para todos, feminismo, protección del medio ambiente, separación entre estado y religión. Hablo de una izquierda renovada que defina un nuevo modelo del Estado de Israel, con una sociedad civil participativa. Soy un israelí postsionista, no antisionista.
domingo, 18 de septiembre de 2011
Bensaid y los trotskismos por Pepe Gutiérrez-Álvarez
Archivo.
La reciente edición del intenso y rico breviario Trotskismos, de Daniel Bensaïd (El Viejo Topo, Barcelona, 2007), con dos epílogos “nacionales” (de Miguel Romero y del autor de estas líneas), nos invita de una historia en las que los problemas serios han formado parte de la vida cotidiana, comenzando por la propia definición (de hecho, una amputación estaliniana), siguiendo con sus propias crisis y divisiones, y concluyendo con su lugar en un mundo en el que el estalinismo no es ni sombra de lo que llegó a ser.
Nos parecía una definición restrictiva, primero porque fueron muchos los personajes, de antes y de después de Trotsky que nos parecían igualmente subyugantes, segundo porque la historia había sufrido numerosos “trastornos” (sobre todo con la Segunda Guerra Mundial que no fue atravesada por la “revolución”), y estábamos descubriendo nuevos continentes geográficos (el “Tercer Mundo”), y de “problemáticas” tan inconmensurables como el feminismo o la ecología que cobraban otra dimensión, y tercero porque el propio legado de Trotsky no siempre nos resultaba satisfactorio. Su palabra no nos convencía por igual en 1917 que pongamos, en 1921, sus escritos sobre España no nos convencía igual que los dedicado al desastre anunciado de Alemania. Por otro lado, se trataba de una opción contra las corrientes mayoritarias en el movimiento obrero, y esto nos situaba en un terreno en el que las propuestas para la acción aparecían a veces desconectada. También nos causaba una profunda desazón lo que algunos grupos llamaban trotskismo “verdadero”, algo así como un asiento “programático” desde el cual dictaminar lo que era correcto o era revisionismo o traición. No serían pocas las ocasiones en la que las inclinaciones sectarias acabaron por destruir una sección con historia, el caso boliviano habla por sí mismo.
Pero a pesar de todas estas reticencias y dificultades, lo cierto es que un sector significativo de nuestra generación (la que resulta definida por el “espíritu” de los mayos del 68), acabó asumiendo el legado que personificaba Trotsky, y lo hizo por una suma de consideraciones que resulta muy importante tener en cuenta. Aunque se trataba de una generación que se reiniciaba en el activismo político después de la derrota devastadora de la guerra y todo lo que vino después (el “reconocimiento” de Franco por las democracias sin la oposición de la socialdemocracia), ya teníamos una memoria, más lejana, la de los años treinta que se sintetiza en el POUM, y en los años sesenta con el Frente de Liberación Popular, el “Felipe”. Aquellos fueron años de tanteos y controversias de todo tipo, y en ellas irrumpieron la trilogía de Deutscher sobre Trotsky, los análisis de Mandel sobre el capitalismo tardío o neocapitalismo, sin olvidar las experiencias guerrilleras en América Latina o la emergencia de nuevas vanguardias en los países capitalistas avanzados, amén del creciente rechazo a lo que se llamaba “socialismo real”.
Entre 1966 y 1968 se dieron unos primeros brotes sin continuidad, pero desde el 68, se crean las condiciones parta un salto cualitativo. Se comienza a escribir una segunda página en la historia del trotskismo entre nosotros con la LCR, que a su vez, dará lugar a una suma de fracciones y subfracciones que aunque minoritarias, contribuyen a fijar una foto del ismo en la que la división (y el mareo) llegan a ofrecer una nota que, con todo, no conseguirá empañar en lo fundamental un combate por el desbordamiento de las premisas reformistas y pactistas cuyas consecuencias se traducirán en la derrota “dulce” que comporta la Transición y cuyas desastrosas consecuencias resultan cada vez más patentes...Ahora, desde la visión que permite una perspectiva histórica, está claro que pagamos muy caro el tajo histórico que se fue superando a través de una experiencia que, con todas sus limitaciones, creemos importante y fructífera, digna de ser contada.
En el prólogo que abre este libro, Daniel Bensaïd nos advierte que está abordando un tema no muy poco conocido en Francia.
Se está refiriendo a un país clave para la historia que cuenta. Aunque en Francia, la cuestión trotskista es la misma que en cualquier parte, se da una continuidad incluso durante la Segunda Guerra Mundial hasta el presente, cuando hasta el PCF crítica su historial estaliniano. Hasta cabe hablar de un prólogo relacionado con la presencia de Trotsky durante la Primera Guerra Mundial y de sus relaciones con la izquierda internacionalista de la CGT (Alfred Rosmer, Pierre Monatte, etc), conexión que prosigue desde los primeros pasos del PCF, cuando se trataba de oponer la extracción sindicalista a la socialdemócrata. Es verdad, se dan crisis y divisiones, pero el hilo organizativo se mantiene. Es más, en los últimos años, cuando en algunos diarios españoles se evoca el trotskismo, el motivo proviene sobre todo de Francia donde la tradición ha logrado una influencia muy significativa en la izquierda sindical, entre la juventud escolarizada, en los nuevos movimientos, y por supuesto en los medios culturales. Luego vienen Italia y Portugal (donde se distingue una presencia parlamentaria bastante molesta para la izquierda transformada, véase sino el “caso Turigliatto con la que fue “Refundazione”), peso que se amplifica en países de América Latina como Brasil (con una amplia participación en el debate sobre la alternativa al curso “gestionador” del actual del PT), Argentina o Venezuela, con un “ministro” en el último gobierno, y presencia en todo el continente, incluyendo Estados Unidos y Canadá.
Aparte de las grandes batallas de la historia social francesa (en junio del 36, la resistencia, la solidaridad activaron la revolución argelina, con Vietnam, contra el ascenso neofascista, etc), el trotskismo galo ha tenido una incidencia nada desdeñable entre los intelectuales Son numerosas las personalidades del mundo cultural que han tenido en un momento dado una conexión más o menos amplia con Trotsky y el trotskismo (cito al vuelo: André Malraux, André Gide, André Breton, Benjamin Péret, Pierre Naville, Gerard Rosenthal, Maurice Nadeau, Daniel Guerin, Pierre Broué, Michel Lequenne, Michael Lowy, y un largo etcétera). Y lo que parecía imposible, además de militante, ahora también incluye una expresión en las elecciones que hace años rebasa en su conjunto el 10%. Por lo demás, la militancia que se la encuentra en primera línea de los diversos Foros Sociales desde su primera plataforma en Porto Alegre (en su día una alcaldía de signo “cuartista”). En todos ellos se reconoce el peso que tienen la participación y las propuestas de la LCR (y de la IV Internacional). Esto sucede cuando el movimiento comunista “oficial” sufre la mayor crisis de su historia, y sus espíritus críticos no pueden por menos que tener muy presente una corriente que desde hace mucho tiempo, dejó de estar sola contra las burocracias y el estalinismo.
La obra de Bensaïd deja constancia de todo lo que, fundamentalmente, contiene esta tradición que se ha tendido a caracterizar como la defensora del período bolchevique leninista, o sea la épica de 1917, la guerra, los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, etc. Siendo esto cierto, aunque no sin matices, también lo que es que el trotskismo de los tiempos de Trotsky se mantuvo gracias a una nueva época de aportaciones complementarias que comprendía los análisis de los diversos momentos del estalinismo, del significado del fascismo, de la nueva fase histórica que se abría con la derrota de la revolución española y con la Segunda Guerra Mundial, así como diversas rectificaciones en relación al discurso de Octubre, por ejemplo la defensa del pluralismo socialista...Lo mismo ocurrirá sobre todo en los años sesenta, con todas las aportaciones teóricas sobre el período abierto, y es lo que estamos viviendo en el actual ya que, abusos y errores aparte, Trotsky siempre fue plenamente consciente de que toda teoría que no avanza, retrocede.
Una buena muestra de este in crescendo de la Internacional (¿hay alguien que dude de la neecsidad del internacionalismo organizado?), como parte de los sectores más vivos e inquietos de los que se ha venido a altermundialismo. Algo tiene que ver con la recuperación parcial del movimiento obrero y juvenil, valor que se manifiesta aunque sea por el repelús y el odio indisimulado que suscita entre los mandarines neoliberales, como sería el caso del endiosado Jean-François Revel, quien en sus peores pesadillas veía la mano del trotskismo hasta en editoriales de Le Monde (1).
Con todo, a pesar de lo dicho sobre el trotskismo francés, no le falta razón a nuestro “Bensa” para pensar los problemas que comporta un trabajo de estas características. Sobre todo cuando la edición gala estaba concebido para una difusión mucho más amplia que la propia de los círculos de “enterados”. Más allá, se puede afirmar que el trotskismo no forma parte de los temas conocidos, sobre todo con lo que le ha caído encima, ayer con la denigración estaliniana, y en los últimos tiempos con la denigración neoliberal. A mi parecer, no deja de resultar indicativo que su principal referencia sea Tierra y libertad, película que resultó un hito militante en la segunda mitad de los años noventa, aunque dada la vertiginosa aceleración del período histórico quizá esté ya un tanto olvidada. Esto por más que en nuestro caso su amplio significado corresponda al terreno de lo que se ha venido a llamar la recuperación de la “memoria histórica”, un terreno en recobra pleno sentido la revolución española. De ahí que suscitara tantos resquemores entre los guardianes de la historia oficial impuesta con la Transición. Aquí cabría señalar la enorme aportación del ciclo antithatcheriano de Ken Loach, impulsado por un discurso alternativo por el que poca gente apostaba en los tiempos de Riff -Raff.
Aquí pues. estamos en una onda bastante más atrasada, de ahí que su lectura pueda representar mayor dificultad, y de ahí también todo el trabajo complementario, dentro del cual se incluyen estas notas
Dicho atraso tiene motivaciones muy amplias, pero en el caso específico de la tradición hay que remitirse a dos grandes cortes, el de la postguerra, y el que sigue la desaparición de la LCR. El primero fue precedido por la Izquierda Comunista de Nin y Andrade. Su proyección histórica es la de haber sido uno de los pilares del POUM. Comienza cuando todavía no está descartada la posibilidad de una “reforma” del Komintern y del PCE, entonces más bien diezmado y enfermo, imbuido en un izquierdismo sectario duramente criticado por la Izquierda Comunista (“) Este “primer trotskismo” concluye una primera fase, todo ello a continuación del abismo que se abre con la victoria del nazismo en Alemania (1933) y Austria (1934) Es medianoche en el siglo, los años el “gran terror” estalinista que proyecta su oscura sombra sobre la República española, especialmente en el curso que sigue los acontecmentos de mayo de 1937 en Bacelona. Como es sabido, este “gran terror” alcanzará al POUM, y con Nin y Trotsky asesinados por el mismo cuadro de sicarios, entre los que –tremenda ironía de la historia- se contaban comunistas que anteriormente habían sido unos jóvenes idealistas y que acabaron convertidos en criminales sin sin escrúpulos, tema por cierto de otra película popular, Asaltar los cielos (España, 1996), obra de Javier Rioyo y José Luis López Linares dos lcr que habían dejado de serlo.
Hay que hablar de una historia marcada por una tragedia entre comunistas de proporciones “bíblicas”, lo que distorsionara la historia hasta alcanzar el mayor de los absurdos, muy especialmente de la española. En este marco las relaciones de Trotsky y de la IV Internacional con Nin, Maurín y el POUM contienen no pocos contrasentidos. Las desavencias políticas se expresan no por medio del debate, sino de las más rudas descalificaciones. El mismo Trotsky que considera que el POUM es el “partido más honrado” de la izquierda española, lo estigmatiza como “centrista” (o sea como “martoviano”, el de Yuri Martov, el más izquierdista de los mencheviques). Esto ocurre en medio de una guerra provocada por una contrarrevolución militar-fascista que avanza, y sin a la izquierda del POUM exista nada que no sea su propia izquierda interior (“Pep” Rebull). Esto empero no impide que el POUM fuese y siga siendo catalogado como “trotskista”. Y es que a pesar de lo dicho por y contra Trotsky, el POUM era igualmente heredero de la tradición de Octubre, de la línea de frente único desarrollada en el tercer y cuarto congresos de la l, y de la lucha contra la burocracia (3)
Y añadir que la española fue una clase trabajadora más culta y organizada que la rusa, sin embargo no tiene un partido revolucionario, por ende, hay que crearlo en un momento en el que la palabra “trotskismo” se asocia con la “Quinta columna”, y hasta los soldados que siguen a la capitana Mitra Etchebéhère, no saben qué pensar. Las condiciones concretas pues, no pueden ser más adversas. Hay una guerra del fascismo contra la libertad y el socialismo, hay una corriente mayoritaria que quiere hacer la revolución por abajo pero no por arriba, hay una única potencia aliada, la URSS, y un partido comunista que por abajo lucha por una primera etapa, la republicana, y que por arriba se erige en los “sabuesos” para combatir y reprimir la revolución. La única carta que tiene el Trotsky “resucitado” en México es un “grupúsculo” bolchevique-leninista compuesto por jóvenes entusiastas, en su mayoría voluntarios extranjeros. Tendrán su “momento” al calor de los acontecimientos de mayo de 1937, con una convergencia puntual con “Los Amigos de Durruti”, el sector “enragé” del anarcosindicalismo, para acabar devorados por el curso que lleva al desastre sin paliativos. Uno de sus animadores, G. Munis adoptará en su ecuación política este momento como un referente primordial para la crítica al estalinismo, e iniciar una evolución rupturista que le llevará fuera de la internacional para crear su propia fracción. Su último acto será una tentativa de reconstrucción en la segunda mitad de los años setenta que no logrará ni tan siquiera una audiencia “grupuscular” (4).
Lo dicho: durante aproximadamente un cuarto de siglo, el trotskismo desaparece por nuestros lares, para resurgir con muchas dificultades en los años sesenta mediante un prólogo posadista cuya historia se ha perdido (5).
Al calor de mayo del 68 sobre todo, resurge un airado lector de Isaac Deutscher, Ernest Mandel, Pierre Broué y tantos otros. Es parte de lo que se llamó “nueva izquierda”. Aunque tiene sus propios criterios sobre porqué se perdió la guerra (la respuesta sería porqué antes se perdió la revolución), está igual o más interesado en los nuevos factores que están provocando el rápido deterioro del franquismo y en los debates del momento. Su base militante la extraerá de los estudiantes y los jóvenes obreros críticos con el PCE-PSUC, y con las variantes maoístas que capitalizan las disidencias de izquierdas. Su escalón previo será el Frente de Liberación Popular (ESBA en Euzkadi, FOC en Cataluña), el grupo más avanzado e implantado de la “nueva izquierda”, una página de la historia de la izquierda revolucionaria sobre la que solo muy recientemente se ha comenzado a escribir (6).
El capítulo que sigue se inserta en la tentativa de “las Ligas” que nos cuenta Bensaïd como algo muy propio con sus alcance y sus limites. La nuestra se llamará también LCR, y su periplo comienza afinales de los sesenta para concluir abruptamente a principios de los noventa, en opinión de muchos y muchas, cuando más falta hacía o sea cuando el espacio de una izquierda con un mapa sobre todo lo que estaba ocurriendo, se ampliaba. El desconcierto fue tan mayúsculo que ni tan siquiera permitió uno de aquellos debates los que estábamos tan habituados, pero como el Guadiana, la corriente volvió a reaparecer al calor de las esperanzas suscitadas por el altermundialismo. Quizás sea ya momento de ofrecer unas primeras aproximaciones históricas, para analizar nuestras propias tribus, el alcance de unas aportaciones especialmente activas en los setenta y de resistencia en los ochenta, y el sentido que de recuperar el “hilo rojo” de la continuidad histórica que hablaba Trotsky.
Sus inicios fueron fulgurantes, apareciendo como una ruptura frente al paternalismo de los partidos tradicionales, como un desafío abierto. Decir Liga era decir un proyecto para crear el “instrumento de la revolución” desde la periferia juvenil al centro proletario. La Liga despliega un impresionante élan militantista y divulgativo coincidente con una fase de incorporación masiva de una juventud al antifranquismo, y que refleja todos sus sueños liberadores, como el feminismo, la libertad sexual, el psicoanálisis, el rechazo del consumismo, etc. Todo ello como parte del reforzamiento de las expectativas socialistas alimentadas por los mayos, las crisis latinoamericanas, la revolución de los claveles, el cine político y militante, la irrupción del libro de bolsillo, etc. En este impulso, el desbordamiento de las apuestas reformistas llegó a parecer perfectamente posible. Hubo momentos en que las huelgas y las movilizaciones, animadas por la suma de las corrientes más combativas así como por sectores de las bases del PCE-PSUC, sobrepasaron los propósitos pactistas y causaron un importante desbordamiento de los planes de reformas, fueron mucho más allá de lo deseado por las burocracias sindicales y los aparatos de los partidos.
En los ochenta, los plazos de la historia cambiaron, la revolución quedaba muy lejos, ahora se trataba de otra travesía del desierto de la que parecen que tendrá una salida a caballo de la revolución en Centroamérica, o la vuelta a la turca en el Referéndum sobre la OTAN...Derrotas tras derrotas que acabaron por quebrantar seriamente a una generación que ya comenzaba a peinar calvas o canas, mientras que las nuevas hornadas de militantes que aparecen son bastante minoritarias e inmersas en un contexto de declive, y no están, salvo contadas excepciones, por hacer de la militancia su manera de vida, y las comparten con otras exigencias más personales animando tal o cual sector en ebullición. El agotamiento generacional era evidente, el relevo fue francamente exiguo. Por entonces, la restauración conservadora parecía invencible...
Después la historia se complica, y en donde antes se daban amplios debates, el análisis del momento final será –como en mi caso- fruto de criterios compartido por nos pocos.
La solución parecía pasar por una “convergencia revolucionaria” con el MC -último reducto parcialmente reconvertido del ya extinto maoísmo-, y acuerdos más o menos similares habían funcionado, por ejemplo en Portugal...Sin embargo, aquí pronto quedó claro que, si bien la LCR estaba hecha a la pluralidad, para trabajar lealmente como minoría, la dirección del MC era la “dueña” de “los suyos”, un criterio ante el que se estrellaban los argumentos. El desastre fue rápido y letal, de una sola crisis se llevó toda la izquierda radical que había animado en su mejor momento contra la OTAN. A partir de ahí, la quiebra fue inexorable, y para colmo, se habían aceptado las condiciones uniformistas del “caucus” del MC, y se había dejado de lado la propuesta de una minoría de mantener la sección de la Internacional. La disolución afectó muy gravemente a muchos colectivos insumisos, algunos hasta desaparecieron. El ciclo se cerraba nuevamente. Una mayoría se metió en su vida privada, pensando que el mundo que querían cambiar los había vencido. Una minoría aprovechó la formación militante para sumarse a los que ya se habían instalados en las instituciones, especialmente en la burocracia sindical. Otra minoría siguió caminando, pero ya en un tiempo de desaliento obviamente acentuado por la coyuntura histórica.
En los noventa, el mundo parecía cambiar de base pero en sentido muy diferente al que promete la letra de La Internacional. Se imponía pues un suma de replanteamientos. Los pilares ya no parecían tan firmes, todo dependía. Ya sabíamos que la historia podía acabar mal, que la clase obrera podía ser corrompida, y que las grandes teorías revolucionarias tenían serias limitaciones, pero aún y así la militancia más incombustible persistió, y se fraguaron las condiciones para que la tradición pudiera seguir aportando unas adquisiciones que se creían primordiales para comprender lo ocurrido, sobre todo para saber que el fin del estalinismo no tenía porque ser el final de la revolución y de los ideales emancipatorios, es más, los desafueros del triunfal-capitalismo nos convencían de aquello de ahora más necesario que nunca.
Ahora teníamos que empezar de nuevo después de la caída del maldito muro (después vendrían otros muros no menos odiosos pero perfectamente consentidos), pero un cierto escepticismo era poco menos que inevitable, no ya en la crítica al desorden establecido –no había que tomar notas de los datos sobre el hambre y la miseria que suministra la ONU, por ejemplo-, sino en el capítulo de qué alternativa, la pasión militante reportaba mucha vida, llenaba, pero también causaba desgastes, tensiones personales, y no pocas veces el ensimismamientos sectarios.
Estaba claro que la magnitud de la derrota no se podía entender sin los errores y los horrores del estalinismo. Ahora parecía que todo el arsenal de crítica suministrado por el trotskismo era insuficiente, y se detectaban errores graves en cierto bolchevismo. En aquel Trotsky que tardó demasiado en bajarse del tren blindado del Ejército Rojo, en concepciones por arriba compartidas por Lenin, el ascenso del “aparato” que en 1924 ya era “el partido” y ni que decir tiene, en nuestra propia historia, lo del POUM era un buen ejemplo. Trotsky estaba demasiado lejos para apreciar lo que ocurría, en sus diatribas la falta de análisis concretos se suplía con exigencias que no eran aplicables, con un programa “correcto” no se opera el milagro de construir un partido revolucionario, un instrumento sujeto por lo demás, a no pocos inconvenientes cuando el curso de la historia pasa lejos.
Se nos decía que todo eso era la historia de un fracaso, pero lo cierto era que sin la revolución, sin el “fantasma del comunismo”, no habrían tenido lugar las independencias de las colonias, las revoluciones en el Tercer Mundo, las conquistas de las libertades y de los derechos sociales, etcétera. Lo cierto era que sin el miedo a la clase obrera y a la revolución, el Capital estaba arruinando el la naturaleza, al mundo mayoritario, está cercenando los derechos sociales, vaciando de contenido las libertades, desactivando las conciencias... Después de retroceso de los ochenta-noventa, de la victoria del neoliberalismo sobre el principio esperanza, todo comenzaba de nuevo a cobrar un sentido. Entonces nos volvimos a encontrar, con la tradición y con las nuevas aportaciones, las lecciones de las derrotas y las propuestas para dejar de correr, y cambiar nuevamente el curso de los acontecimientos.
Por este tiempo, los restos del naufragio se refugiaron en grupos como el Espacio Alternativo, Izquierda Alternativa, el Col·lectiu per una Esquerra Alternativa en Cataluña o la Plataforma de Izquierdas en Madrid, y luego aparecieron grupos juveniles como Batzac, como parte de un conglomerado trotskiano afín ahora delimitado no tanto por la historia, sino por qué hacer frente a la globalización neoliberal, para llegar a un proceso de reunificación que ha dado lugar a Revolta Global, al tiempo que está insuflado nuevos alientos en el resto del Estado. Entre los primeros, algo estaba claro: tenían que vincular su apuesta de recomposición con el proyecto “transformador” de IU como el “tercer partido” o sea, como una opción alternativa a la obsoleta “casa común” de la socialdemocracia light. Cabría anotar que IU, con todas sus contradicciones, permitía unos grados de democracia interna que al viejo PCE (y también al MCE) le habrían parecido excesivas, y ello a pesar de la línea quebradiza que representaba Julio Anguita, todo un debate que de entrar, alargaría en demasía este atropellado prólogo.
Se puede hablar de una larga travesía contra corriente. De un largo tiempo en el que el trotskista era al decir de Deutscher como el apestado el medioevo, una experiencia de la que otros “malditos” como los anarquistas tienen amplios conocimientos (7). En esta travesía, con las circunstancias tan adversas, a veces se buscan refugios. La cuesta arriba y los círculos minoritarios comportan normalmente crisis y divisiones. Cuesta menos crear partidos con nombres altisonantes que hacerse un lugar en las luchas diarias. Se crea un ambiente en el que debates perfectamente legítimos se pueden convertir en dilemas entre lo correcto y la traición, las diferencias más sencillas, en dilemas que pueden llevar a verdaderos espejismos históricos enconados por líderes que prefieren ser cabeza de ratón antes que cola de gato, y buscan su razón de ser en la demostración de los desafueros del “revisionismo” ajeno, y situar este “principio auténtico” por encima de cualquier otra consideración, incluso la más obvia como la inserción social (8). Esta es una parte de la historia especialmente alambicada sobre la que Bensaïd sabe utilizar el bisturí, y ante todo situarla en los años de la resistencia perpleja, en los cuarenta y cincuenta, tiempo primordial para la dispersión de las tribus y para el desarrollo de sus características específicas. Pero si bien las crisis son bastante comunes en todas las escuelas políticas en los tiempos de vacas flacas, en el caso trotskista adquieren unos ribetes especiales. Sobre todo porque suelen marchar de la mano de elaboraciones especialmente depuradas, nos encontramos con una explicación de unas dinámicas disgregadoras que rizan el rizo, cuando no se extravían en limbos tan dudosos como el que encarnó Gerry Healy, sin duda el más perturbador de todos los nombres de los trotskismo (9).
Este evidente dislate crea unas dinámicas que atraviesan las coyunturas políticas, y que se justifican por su propia inercia como sección de tal internacional o fracción de internacional. A la mayoría las encuentras en lugares tan ajenos a la tradición como las papeletas electorales. Grupos o subgrupos que permanecen apartados de “lo que se mueve”, sacan la cabeza en periodo electorales, o sus Webs correspondientes para destilar las excelencias doctrinarias, ajenos a todo lo que pueda crearles problema con la realidad que, en principio, deberían tratar de transformar. A veces se les puede sentir evocar sus mitos, Trotsky por supuesto, el primero. No hay duda de que el personaje abarca tanta historia, tanta que Deutscher se quedó corto con su tres volúmenes. Sin embargo, Trotsky no se sentó en los “principios fundamentales”, ni nada parecido. De hecho, es tal en la medida en que se movió, trato de conquistar una y otra vez las almenas de la realidad. Y es que si el trotskismo tiene un sentido no es como la gran solución, es ni más ni menos una aportación. Desde la construcción de puede mirar a las demás corrientes desde una superioridad teórica o programática que no puede existir preconcebida. Aportará a las alternativas desde la acción y el debate.
Las generaciones a las que va destinada este libro se encuentran con un bagaje de formación y lecturas más atrasada que las anteriores que sacaron músculo en este terreno. Es más que probable que muchos de los acontecimientos, personajes y debates que cita Bensaïd, le resulten poco o nada conocidos. Pero cabe esperar que libros como este le ayuden a restablecer con el máximo detalle un mapa que conecte el pasado con el presente, para una lucha que -hay que repetir todas la veces que sean necesarias- Ahora es más necesaria que nunca.
Notas
---1) En uno de sus dictámenes el “gran” Jean-François Revel (Le Point nº 1501, 22/6/01), con ocasión del “escándalo” provocado alrededor del pasado trotskista de Lionel Jospin, decía sobre Trotsky: a) que el hecho de que fuera expulsado del partido, de la URSS y finalmente asesinado, se explica porque el "exterminio de unos jefes por otros es inherente a los regímenes totalitarios", b) que a él corresponde la "orden del 4 de junio de 1918, que establece los campos de concentración en la URSS", y por supuesto, "las ejecuciones y las deportaciones masivas de los marineros de Kronstadt"; y c) amén de una frase de la sentencia que entiende la restauración de la "democracia en el partido" como un "derecho del núcleo auténticamente proletario del partido", y de otra en que habla de "dar libertad al arte, a la literatura y a la filosofía destruyendo sin piedad todo lo que se dirija contra las tareas revolucionarias del proletariado". La fórmula empleada por Revel es muy sencilla: ofrecer citas sin indicación alguna de tiempo y de lugar. Nada se dice de una guerra mundial, de una guerra civil en que 21 naciones apoyaban a los zaristas, etc.
---2) El trotskismo libró una de sus mayores batallas contra el izquierdismo del “tercer período”, cuyas consecuencias más desastrosas tuvieron lugar en Alemania al principio de los años treinta. Pero esto no impide que la crítica de Elorza & Bizcarrondo (Queridos camaradas. La Internacional Comunista y España: 1919-1939, Barcelona, Planeta, 1999), esté literalmente construida sobre una suerte de simetría extremista derivada de la tentativa de aplicación mimética de la revolución de Octubre, en tanto que Stalin-Togliatti sirvieron “casi perfectamente” a la República, que era lo único de que se trataba.
---3) Está visto que no hay manera de disociar al POUM de la definición de “trotskista”, incierta si nos atenemos a la áspera controversia Trotsky-Nin. Con todo, no deja de ser curioso que Víctor Alba, uno de los poumistas más furiosamente antitrotskistas, defina al POUM en Operació Nikolai en virtud de dos criterios básicos: 1) la revolución democrática será asumida por la revolución socialista; y 2) el estalinismo había traicionado a la revolución y había que ofrecer una alternativa socialista y democrática... Si esto no es trotskismo, se le parece mucho.
---4) Sobre el “munismo” ver, Guillamón (Agustín), Documentación histórica del trotsquismo español (1936-1948), Madrid, Ediciones de la Torre, 1996; para un mayor análisis me remito a mi reseña sobre el libro aparecida en www.fundanin.org.
---5) La fracción posadista representó al trotskismo antes del mayo del 68 y de la emergencia de grupos como Acción Comunista, después su trayectoria se hizo cada vez más errática hasta desaparecer. Sus fuentes de propaganda provenían de América Latina, y se apoyaba sobre todo en los textos y discursos de J. Posadas, cuyo ideario político se fue haciendo cada vez más desaforado. Fue una primera escuela para algunos cuadros de la LCR, entre otros Diosdado Toledano, Jordi Dauder, Antonio Gil y Lucía González.
---6) Gracias dos trabajos, la crónica periodística de Eduardo García Rico, Queríamos la revolución. Crónicas del Felipe (Flor del Viento, Madrid, 1998, con prólogo de Leguina), todo un modelo de historia “periodística”, muy inferior al trabajo de campo de Julio Antonio García Alcalá Historia del Felipe (FLP, FOC y ESBA). De Julio Cerón a la Liga comunista Revolucionaria en una edición del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (Madrid, 2001). La mayor parte de la “vieja guardia” de la Liga (Mari Causa, Miguel Romero, Jaime Pastor, Manolo Gari, Joan Font, etc) provenían del FLP.
---7) No deja de ser curioso que a pesar de sus múltiples coincidencias entre trotskismo y anarquismo en las barricadas desde julio del 36 hasta mayo del 68, siguiendo con las “movidas” contra la globalización y sin olvidar mayo del 37, no haya permitido una relación “amistosa”, en buena medida porque los segundo siguen considerando a los primeros con trazos no muy diferentes a los de Revel aunque desde sea desde una óptica opuesta...Esto explica que no fue hasta después del asesinato de Nin que algunos (Camillo Berneri sobe todo) empezaron a reaccionar, subrayando por primera vez que no todos los “comunistas” eran los mismos perros aunque con diferente collar como repetían en Solidaridad Obrera.
---8) El lector de algunos manuales del historiador de filiación “lambertista”, Jean-Jacques Marie como El trotskismo (Ed. Península, Barcelona, 1975), o Trotsky, le trotskysme et la IVª Internationale (PUF, París, 1980), podrá creer que la mayoría de la Cuarta ostentaba el “Guinnes” en lo que se refiere a revisiones y traiciones políticas, todas ellas tan evidente que bastan unas pocas líneas para saldar cuestiones cuanto menos bastante complejas...La “cuestión de las cuestiones” para Marie-Lambert radica en la total vigencia de El programa de Transición, escrito en 1938...En una aportación más reciente, El trotskismo y los trotskistas(traducido y editado por el POSI), Marie se muestra mucho más comedido. Centrado en Francia, en la triade LCR, Lutte Ouvriére y lambertismo, en ningún momento informa sobre las enormes diferencias en la implantación entre estos y los dos primeros, y entre oras cosas, convierte los Foros Sociales en montajes financiados por filántropos como Bill Gates al tiempo que se escandaliza por el escaso significado social de luchas como la de gais-lesbianas...
---9) Fecundada desde Gran Bretaña, los “healystas” crearon allá por mitad de los años setenta la Liga Obrera Comunista, y trataron por igual de fundar un diario, Prensa Obrera. Lo voceaban jóvenes militantes en las puertas de los metros, y gritaban proclamaban las pruebas que demostraban la “infiltración” en el trotskismo, acusación centrada en dos antiguos líderes del SWP norteamericano, Josep Hansen y George Novack (filósofo muy traducido en Fontamara)....Broué contaba que en el momento de la apertura de los archivos de Harvard de Trotsky, aparecieron dos investigadores afines al grupo para encontrar las “pruebas” que tanto habían enunciado, “pruebas” que existían pero que inculpaban al mismísimo Trotsky. El asunto radicaba en el hecho de Hansen y Novack con el aprobado de Trotsky tantearon la posibilidad de que el FBI les pudiera servir ocasionalmente ante la presión asesina que se cernía sobre la casa de Coyoacán.
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