El rechazo de
Ucrania a firmar un acuerdo de aproximación a la Unión Europea, además de sus
consecuencias inmediatas, es otro paso hacia una nueva geopolítica mundial
JOAQUÍN R.
HERNÁNDEZ 29 DE
NOVIEMBRE DE 2013- La Voz del Sandinismo
La cumbre
europea de Vilnius, Lituania, concluyó sin que se produjera la difícil sorpresa
que los dirigentes de la Unión Europea soñaban. El presidente Viktor F.
Yanukovich no se retractó de su anunciada decisión de no firmar un acuerdo que
acercaría a su país definitivamente a la organización regional regenteada por
los grandes países de Europa occidental.
Muchos creyeron
que se trataba de una jugada para obtener ventajas de la Unión. Pero el
presidente ucraniano conocía las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la
carta que se había jugado.
En general, de
este lado del Atlántico se sabe poco del destino de los países que constituían
el bloque euroriental socialista. Mucho menos se conoce del rumbo de las
naciones que integraban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Los primeros,
siempre que pudieron, se integraron por razones económicas e ideológicas con
Occidente y varios de ellos forman parte de la Unión Europea.
Las antiguas
repúblicas soviéticas han seguido cursos muy diferentes. Son hoy una
frontera entre el bloque unionista y Rusia.
Mientras la
relevancia regional –y mundial- de Rusia fue escasa, empeñada en resolver su
desorden interno y el desplome de su economía, los apetitos hacia ese espacio
postsoviético no fueron considerables.
Pero a partir
del renacimiento de Rusia como potencia crecientemente decisiva, los ojos de la
Unión Europea se dirigieron a esos olvidados países. Mucho más cuando
escucharon a Vladimir Putin manifestar la intención rusa de capitanear una
nueva unión que los involucraría y que ocuparía una importante extensión entre
las antiguas fronteras soviéticas con la Unión Europea, hacia el oeste, y
China, hacia el este.
El proyecto no
deja de estar teñido por una antigua nostalgia. En el 2005, ya Putin había
calificado la desaparición de la Unión Soviética como “la gran catástrofe
geopolítica del siglo 20”.
Pero la
evocación tiene más de sicológica que de ideológica. Lo que se propone con la
futura Unión Euroasiática, que se espera tener constituida en el 2015, no es la
imposible reconstrucción de la antigua Unión Soviética, sino la creación de un
fuerte bloque, encabezado por Rusia, que sea capaz de rivalizar con China, los
Estados Unidos y la Unión Europea.
El primer paso
en esa dirección es una unión aduanera, creada en 2010, a la que se han
incorporado Kazajstán y Bielorrusia, y que abarca hoy 165 millones de
habitantes, las tres cuartas partes de la superficie del antiguo territorio
soviético (con excepción de los tres estados del Baltico) y una economía
conjunta de 2,3 billones -millones de millones- de dólares anuales. Kirguistán
y Armenia han dado pasos para su integración a esta unión.
Faltaba Ucrania
Ucrania era la
pieza clave, tanto para el avance de la Unión Europea hacia el este, como de la
futura Unión Euroasiática -y por ahora su unión aduanera- hacia el oeste.
La joya de la
corona del espacio post soviético, Ucrania, es el segundo país de mayor
extensión de Europa. La pueblan 65 millones de habitantes, y es un gigantesco
productor de cereales: la llaman el granero de Europa.
Por su
territorio pasan estratégicos gasoductos que conducen el gas ruso hacia el
resto de Europa: Rusia suministra a la Unión Europea, y en particular a
Alemania, alrededor del 30 por ciento del gas que consume, el cual se
convierte, como es obvio, en una herramienta muy fuerte en sus relaciones con
Europa occidental.
Ucrania, en el
momento de su último cortejo por la Unión Europea, atravesaba -atraviesa- una
seria crisis económica, en un escenario político interno dividido entre quienes
promueven el acercamiento a la Unión y quienes esgrimen como bandera la
intensificación de las relaciones con Rusia, de antiquísima data.
Pero el vínculo
con la Unión Europea tiene un precio inmediato. La equiparación de la economía
ucraniana con los requisitos exigidos por la Unión requiere de un
financiamiento inasequible, más de 11 mil millones de dólares, del que los
socorridos fondos occidentales no ofrecen más de 600 millones. El Fondo
Monetario Internacional hizo depender su ayuda de la adopción de las tantas
veces vistas políticas de ajuste y austeridad, que hoy en Ucrania representan
un imposible político.
Además, y
haciéndose eco de los reclamos de sus adeptos en el interior del país, la Unión
Europea exigió el traslado al extranjero por razones de salud de la opositora
visceral de Yakunovich, Yulia Timoshenko. Esta condición injerencista, como era
de esperarse, fue rechazada por el propio Parlamento ucraniano.
Al optar por el
acercamiento a Rusia, el gobierno ucraniano no solamente accedió a la ayuda
inmediata rusa, que le permitirá enfrentar gruesos vencimientos de la deuda el
año próximo, sino contribuir a la creación de una nueva e importante zona de
influencia mundial.
Si faltaran
elementos para destacar la importancia de la conmoción geoestratégica que
traerá el surgimiento de la nueva entidad euroasiática, dejemos que sea Hillary
Clinton, durante su mandato como secretaria de Estado norteamericana, quien la
defina: “Sabemos cuál es su objetivo -el de la proyectada Unión Euroasiática- y
estamos tratando de imaginar vías efectivas para retrasarla o incluso para
prevenirla”.
Es, en el
fondo, el verdadero significado de la histórica decisión del presidente
ucraniano.
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