martes, 3 de diciembre de 2013

Ucrania en el gran juego geopolítico


El rechazo de Ucrania a firmar un acuerdo de aproximación a la Unión Europea, además de sus consecuencias inmediatas, es otro paso hacia una nueva geopolítica mundial
JOAQUÍN R. HERNÁNDEZ 29 DE NOVIEMBRE DE 2013- La Voz del Sandinismo
La cumbre europea de Vilnius, Lituania, concluyó sin que se produjera la difícil sorpresa que los dirigentes de la Unión Europea soñaban. El presidente Viktor F. Yanukovich no se retractó de su anunciada decisión de no firmar un acuerdo que acercaría a su país definitivamente a la organización regional regenteada por los grandes países de Europa occidental.
Muchos creyeron que se trataba de una jugada para obtener ventajas de la Unión. Pero el presidente ucraniano conocía las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la carta que se había jugado.
En general, de este lado del Atlántico se sabe poco del destino de los países que constituían el bloque euroriental socialista. Mucho menos se conoce del rumbo de las naciones que integraban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Los primeros, siempre que pudieron, se integraron por razones económicas e ideológicas con Occidente y varios de ellos forman parte de la Unión Europea.
Las antiguas repúblicas soviéticas han seguido cursos muy diferentes.  Son hoy una frontera entre el bloque unionista y Rusia. 
Mientras la relevancia regional –y mundial- de Rusia fue escasa, empeñada en resolver su desorden interno y el desplome de su economía, los apetitos hacia ese espacio postsoviético no fueron considerables.
Pero a partir del renacimiento de Rusia como potencia crecientemente decisiva, los ojos de la Unión Europea se dirigieron a esos olvidados países. Mucho más cuando escucharon a Vladimir Putin manifestar la intención rusa de capitanear una nueva unión que los involucraría y que ocuparía una importante extensión entre las antiguas fronteras soviéticas con la Unión Europea, hacia el oeste, y China, hacia el este.
El proyecto no deja de estar teñido por una antigua nostalgia. En el 2005, ya Putin había calificado la desaparición de la Unión Soviética como “la gran catástrofe geopolítica del siglo 20”.
Pero la evocación tiene más de sicológica que de ideológica. Lo que se propone con la futura Unión Euroasiática, que se espera tener constituida en el 2015, no es la imposible reconstrucción de la antigua Unión Soviética, sino la creación de un fuerte bloque, encabezado por Rusia, que sea capaz de rivalizar con China, los Estados Unidos y la Unión Europea.
El primer paso en esa dirección es una unión aduanera, creada en 2010, a la que se han incorporado Kazajstán y Bielorrusia, y que abarca hoy 165 millones de habitantes, las tres cuartas partes de la superficie del antiguo territorio soviético (con excepción de los tres estados del Baltico) y una economía conjunta de 2,3 billones -millones de millones- de dólares anuales. Kirguistán y Armenia han dado pasos para su integración a esta unión.
Faltaba Ucrania
Ucrania era la pieza clave, tanto para el avance de la Unión Europea hacia el este, como de la futura Unión Euroasiática -y por ahora su unión aduanera- hacia el oeste.
La joya de la corona del espacio post soviético, Ucrania, es el segundo país de mayor extensión de Europa. La pueblan 65 millones de habitantes, y es un gigantesco productor de cereales: la llaman el granero de Europa.
Por su territorio pasan estratégicos gasoductos que conducen el gas ruso hacia el resto de Europa: Rusia suministra a la Unión Europea, y en particular a Alemania, alrededor del 30 por ciento del gas que consume, el cual se convierte, como es obvio, en una herramienta muy fuerte en sus relaciones con Europa occidental.
Ucrania, en el momento de su último cortejo por la Unión Europea, atravesaba -atraviesa- una seria crisis económica, en un escenario político interno dividido entre quienes promueven el acercamiento a la Unión y quienes esgrimen como bandera la intensificación de las relaciones con Rusia, de antiquísima data.
Pero el vínculo con la Unión Europea tiene un precio inmediato. La equiparación de la economía ucraniana con los requisitos exigidos por la Unión requiere de un financiamiento inasequible, más de 11 mil millones de dólares, del que los socorridos fondos occidentales no ofrecen más de 600 millones. El Fondo Monetario Internacional hizo depender su ayuda de la adopción de las tantas veces vistas políticas de ajuste y austeridad, que hoy en Ucrania representan un imposible político.
Además, y haciéndose eco de los reclamos de sus adeptos en el interior del país, la Unión Europea exigió el traslado al extranjero por razones de salud de la opositora visceral de Yakunovich, Yulia Timoshenko. Esta condición injerencista, como era de esperarse, fue rechazada por el propio Parlamento ucraniano.
Al optar por el acercamiento a Rusia, el gobierno ucraniano no solamente accedió a la ayuda inmediata rusa, que le permitirá enfrentar gruesos vencimientos de la deuda el año próximo, sino contribuir a la creación de una nueva e importante zona de influencia mundial.
Si faltaran elementos para destacar la importancia de la conmoción geoestratégica que traerá el surgimiento de la nueva entidad euroasiática, dejemos que sea Hillary Clinton, durante su mandato como secretaria de Estado norteamericana, quien la defina: “Sabemos cuál es su objetivo -el de la proyectada Unión Euroasiática- y estamos tratando de imaginar vías efectivas para retrasarla o incluso para prevenirla”.

Es, en el fondo, el verdadero significado de la histórica decisión del presidente ucraniano.

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