viernes, 20 de diciembre de 2013

No creo que debamos esperar un Mandela por Carlos Braverman


Con la muerte de Mandela, no tardaron en aparecer preguntas y líneas escritas hasta el hartazgo sobre la ausencia de un símil de Madiba palestino y un de Klerk israelí. En su momento Itzjak Rabin Z”L (De Memoria Bendita), fue nuestra esperanza con formato del general  de Gaulle. En este capítulo de la historia, poniendo fin al colonialismo israelí en territorios palestinos, en lugar de abandonar la dominación sobre Argelia.
Las historias son singulares, es una necedad intentar buscar una repetición de las mismas y sus protagonistas, lo que es tangible siempre es la injusticia y las necesidades de los oprimidos y carenciados.  Situación que es posible porque existen minorías que tienen una alta concentración de beneficios que se nutren de la extensión de esas carencias y la existencia del sufrimiento de estos sectores.
No puedo decir que existirá un Madela palestino y no sé si lel pueblo palestino lo necesita, lo mismo puedo decir del hipotético de Klerk israelí. Tampoco puedo hablar de un Apartheid israelí, lo que puedo decir es que Israel retiene territorios destinados a un Estado Palestino y lo hace cada vez con más violencia y ausencia de derechos civiles, situación en la que no falta el eufemismo de una llamada Administración Civil de los mismos. Esta “Administración Civil” es militar y procede como tal, es decir con brutalidad, esto permite que la vida en la  denominada zona C según los difuntos acuerdos de Oslo mantenidos con respiración asistida, pero con muerte clínica clara, sea cada vez más infernal.
Sin duda los judíos, en comparación con los palestinos, incluso los judíos más discriminados y oprimidos tienen más derechos que los palestinos. 
 En el Apartheid Sudafricano las leyes y los segmentos segregados tenían un común denominador, acá la mayor desigualdad se da en la zona C de Cisjordania y los derechos  o ausencia de ellos por parte de la población árabe no son iguales en territorio israelí propiamente dicho, la Franja de Gaza, Cisjordania o Jerusalén Este.

Estos segmentos sufren diferentes grados de violación de los derechos humanos y civiles. También ocurre lo mismo con los ciudadanos drusos,  los beduinos, los árabes cristianos o aquellos que son musulmanes. Estas caracterizaciones diferentes de la desigualdad benefician a los poderes fácticos que la necesitan.
Por lo que hablar de un Apartheid en Israel-Palestina es entrar en un terreno de similitudes y diferencias que no ocultan por cierto la injusticia de la opresión. Los proyectos de un nacionalismo religioso mesiánico y los beneficios de la colonización expansionista no llevan a concluir en la existencia de un clon de la historia de Sudáfrica. Como contrapartida a ésta del triste Apartheid tenemos fenómenos Yihadistas- fundamentalistas que también hacen que la caracterización sea distinta.
Las historias no se repiten y las soluciones de las injusticias tampoco, la OLP no fue nunca el ANC de Sudáfrica y la población israelí nunca fue un reflejo de los Afrikaners.
Ellos allá no fueron parte de una historia que contó en ella con el Holocausto y tampoco con una Naqba, nosotros  a su vez acá no vivimos una empresa colonial del tipo que se vivió allá. Lo cierto del caso, son las injusticias sociales y étnicas que tienen su origen en la estructura económica y los juegos de poder geopolítico y geoestratégico, tanto en Israel como en todo el Oriente Medio.
En lo que respecta a mi país, puedo decir que son muy pocos los que gozan del privilegio de estar entre las 18 familias que controlan el mismo, con el beneficio de un 77 % del PBI como renta y el 60% de los valores en la Bolsa. Estas familias cuentan con las 500 empresas líderes de un  mercado oligopólico, que obedece la lógica actual de la expulsión constante de mano de obra y de la pauperización crónica de la población.
No me cabe duda, necesitamos concertar una salida y terminar con la ocupación, somos los más fuertes de la ecuación y debemos tener la primera palabra. También los sectores progresistas y lúcidos de Israel debemos remontar nuestros fracasos en esta empresa y la ANP junto a la OLP deben ponerse a la altura de lo que el pueblo palestino necesita.
No sé si necesitamos un Mandela y un De Klerk, necesitamos voluntad de cambio y lucidez, Las 18 familias israelíes, la burocracia corrupta de la ANP, los Yihadismos y los dueños de los resortes geopolíticos no lo harán, pueda que sea prejuicioso, pero estoy convencido que el cambio no estará en sus manos. Es hora de hablar con más seriedad, de buscar una salida viable y de ser claros en las denuncias y caracterizaciones del cuadro que vivimos. Hay una sociedad clasista injusta y una opresión nacional que recae hoy sobre los palestinos, pero no puedo aún hablar de un Apartheid, aunque no descarto que una sociedad de este tipo pueda generar algo similar. La violación de los derechos civiles hacia los palestinos llegó muy lejos, los intentos de generar leyes casi racistas en Israel son muy patéticos. La lengua soez de elementos oscuros del gobierno hacia la minoría no tiene parangón, y ni que hablar de intentos y a veces actos anti-democráticos claros y fehacientes. No sé si necesitamos a Mandela, necesitamos criterio para ser un país mejor y terminar con esta ocupación que lleva 45 años, mientras tanto mis respetos a Madiba que fue un ejemplo con sus aciertos y errores.

*Carlos Braverman es Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles en Israel, militante por la coexistencia judeo-árabe en Israel y la paz con el pueblo palestino. Es miembro del Partido Socialista de Israel (Meretz), e integrante de Paz Ahora (Shalom Ajshav). Es Presidente del Instituto Campos Abiertos de Israel (Investigación y desarrollo en Ciencia Política). Su trabajo está centrado en la investigación, la academia, la docencia y la actividad política; así como en el periodismo y el trabajo por los derechos civiles.
Derechos reservados: Instituto Campos Israel ISBN963-03- 0316- 2 מסת"ב

martes, 3 de diciembre de 2013

Ucrania en el gran juego geopolítico


El rechazo de Ucrania a firmar un acuerdo de aproximación a la Unión Europea, además de sus consecuencias inmediatas, es otro paso hacia una nueva geopolítica mundial
JOAQUÍN R. HERNÁNDEZ 29 DE NOVIEMBRE DE 2013- La Voz del Sandinismo
La cumbre europea de Vilnius, Lituania, concluyó sin que se produjera la difícil sorpresa que los dirigentes de la Unión Europea soñaban. El presidente Viktor F. Yanukovich no se retractó de su anunciada decisión de no firmar un acuerdo que acercaría a su país definitivamente a la organización regional regenteada por los grandes países de Europa occidental.
Muchos creyeron que se trataba de una jugada para obtener ventajas de la Unión. Pero el presidente ucraniano conocía las consecuencias inmediatas y a largo plazo de la carta que se había jugado.
En general, de este lado del Atlántico se sabe poco del destino de los países que constituían el bloque euroriental socialista. Mucho menos se conoce del rumbo de las naciones que integraban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Los primeros, siempre que pudieron, se integraron por razones económicas e ideológicas con Occidente y varios de ellos forman parte de la Unión Europea.
Las antiguas repúblicas soviéticas han seguido cursos muy diferentes.  Son hoy una frontera entre el bloque unionista y Rusia. 
Mientras la relevancia regional –y mundial- de Rusia fue escasa, empeñada en resolver su desorden interno y el desplome de su economía, los apetitos hacia ese espacio postsoviético no fueron considerables.
Pero a partir del renacimiento de Rusia como potencia crecientemente decisiva, los ojos de la Unión Europea se dirigieron a esos olvidados países. Mucho más cuando escucharon a Vladimir Putin manifestar la intención rusa de capitanear una nueva unión que los involucraría y que ocuparía una importante extensión entre las antiguas fronteras soviéticas con la Unión Europea, hacia el oeste, y China, hacia el este.
El proyecto no deja de estar teñido por una antigua nostalgia. En el 2005, ya Putin había calificado la desaparición de la Unión Soviética como “la gran catástrofe geopolítica del siglo 20”.
Pero la evocación tiene más de sicológica que de ideológica. Lo que se propone con la futura Unión Euroasiática, que se espera tener constituida en el 2015, no es la imposible reconstrucción de la antigua Unión Soviética, sino la creación de un fuerte bloque, encabezado por Rusia, que sea capaz de rivalizar con China, los Estados Unidos y la Unión Europea.
El primer paso en esa dirección es una unión aduanera, creada en 2010, a la que se han incorporado Kazajstán y Bielorrusia, y que abarca hoy 165 millones de habitantes, las tres cuartas partes de la superficie del antiguo territorio soviético (con excepción de los tres estados del Baltico) y una economía conjunta de 2,3 billones -millones de millones- de dólares anuales. Kirguistán y Armenia han dado pasos para su integración a esta unión.
Faltaba Ucrania
Ucrania era la pieza clave, tanto para el avance de la Unión Europea hacia el este, como de la futura Unión Euroasiática -y por ahora su unión aduanera- hacia el oeste.
La joya de la corona del espacio post soviético, Ucrania, es el segundo país de mayor extensión de Europa. La pueblan 65 millones de habitantes, y es un gigantesco productor de cereales: la llaman el granero de Europa.
Por su territorio pasan estratégicos gasoductos que conducen el gas ruso hacia el resto de Europa: Rusia suministra a la Unión Europea, y en particular a Alemania, alrededor del 30 por ciento del gas que consume, el cual se convierte, como es obvio, en una herramienta muy fuerte en sus relaciones con Europa occidental.
Ucrania, en el momento de su último cortejo por la Unión Europea, atravesaba -atraviesa- una seria crisis económica, en un escenario político interno dividido entre quienes promueven el acercamiento a la Unión y quienes esgrimen como bandera la intensificación de las relaciones con Rusia, de antiquísima data.
Pero el vínculo con la Unión Europea tiene un precio inmediato. La equiparación de la economía ucraniana con los requisitos exigidos por la Unión requiere de un financiamiento inasequible, más de 11 mil millones de dólares, del que los socorridos fondos occidentales no ofrecen más de 600 millones. El Fondo Monetario Internacional hizo depender su ayuda de la adopción de las tantas veces vistas políticas de ajuste y austeridad, que hoy en Ucrania representan un imposible político.
Además, y haciéndose eco de los reclamos de sus adeptos en el interior del país, la Unión Europea exigió el traslado al extranjero por razones de salud de la opositora visceral de Yakunovich, Yulia Timoshenko. Esta condición injerencista, como era de esperarse, fue rechazada por el propio Parlamento ucraniano.
Al optar por el acercamiento a Rusia, el gobierno ucraniano no solamente accedió a la ayuda inmediata rusa, que le permitirá enfrentar gruesos vencimientos de la deuda el año próximo, sino contribuir a la creación de una nueva e importante zona de influencia mundial.
Si faltaran elementos para destacar la importancia de la conmoción geoestratégica que traerá el surgimiento de la nueva entidad euroasiática, dejemos que sea Hillary Clinton, durante su mandato como secretaria de Estado norteamericana, quien la defina: “Sabemos cuál es su objetivo -el de la proyectada Unión Euroasiática- y estamos tratando de imaginar vías efectivas para retrasarla o incluso para prevenirla”.

Es, en el fondo, el verdadero significado de la histórica decisión del presidente ucraniano.

lunes, 2 de diciembre de 2013

En otros 90 años Por Uri Avnery


Compaginado y revisado en español por Carlos Braverman.

Con motivo de mi 90 cumpleaños un panel de eminentes historiadores se reunió en el pabellón Tsavta de Tel Aviv para debatir sobre la siguiente cuestión: "¿Seguirá existiendo Israel dentro de 90 años?" Sigue a continuación una versión ligeramente abreviada de mi intervención. Un video completo del debate con traducción al inglés saldrá a la luz tan pronto como sea posible.
¿Seguirá Israel existiendo dentro de 90 años? La propia pregunta es típicamente israelí. Nadie se tomaría en serio una pregunta similar en Inglaterra o en Alemania, ni siquiera en otros Estados surgidos de la inmigración como Australia o EEUU.
Sin embargo, aquí la gente habla sin cesar de los "peligros existenciales". Un Estado palestino es un peligro existencial. La bomba iraní es un peligro existencial. ¿Por qué? Los iraníes tendrán su bomba, nosotros tenemos la nuestra y habrá un "equilibrio del terror". ¿Entonces?
Hay algo en nuestro carácter nacional que fomenta la duda, la incertidumbre. ¿Será el Holocausto? ¿Será quizás un sentimiento inconsciente de culpa? ¿Será consecuencia de la guerra eterna, o incluso causa de ella?
Permítanme decirlo claramente desde el principio: sí, creo que Israel seguirá existiendo dentro de 90 años. La pregunta es: ¿qué tipo de Israel? ¿Será un país del que sus tatara-tatara-tatara-nietos/as estarán orgullosos? ¿Será un Estado en el que querrán vivir?
El día en que se fundó el Estado de Israel yo tenía 24 años. Mis compañeros y yo, soldados de nuestro nuevo ejército, no creíamos que el acontecimiento fuera muy importante. Nos estábamos preparando para la batalla que iba a tener lugar esa noche y los discursos de los políticos de Tel-Aviv realmente no nos interesaban. Sabíamos que si ganábamos la guerra habría un Estado y que si no la ganábamos no habría ni un Estado ni nosotros.
No soy una persona nostálgica. No siento nostalgia por el Israel anterior a (la guerra de) 1967, como la que han expresado algunos de mis colegas. También entonces se hicieron muchas cosas mal. Se expropiaron enormes cantidades de bienes árabes. Pero no miremos atrás. Miremos a Israel tal como es ahora y preguntémonos: ¿hacia dónde vamos?
Si Israel continúa su marcha en la dirección actual nos espera una catástrofe.
La primera etapa será el apartheid. El apartheid ya existe en los territorios ocupados y se extenderá a Israel propiamente dicho. El descenso a los abismos no será dramático o súbito. Será gradual, casi imperceptible.
Poco a poco aumentará la presión sobre Israel. La demografía hará su trabajo. En algún momento antes de que transcurran esos 90 años Israel se verá obligado a conceder derechos civiles a los palestinos. Entonces habrá una mayoría árabe e Israel será un Estado de mayoría árabe.
A algunas personas eso puede agradarles, pero significará el fin del sueño sionista. El sionismo se convertirá en un episodio histórico. Este Estado será otro país más en el que los judíos –los que se queden– vivirán como una minoría.
Hay quienes dicen: "Simplemente no hay solución". Si eso es así, mejor que comencemos a conseguir pasaportes extranjeros desde ahora mismo.
Algunos sueñan con la denominada "solución de un solo Estado". Bueno, durante los últimos cincuenta años se han desintegrado muchos Estados en los que habían vivido juntas naciones diversas. Una lista parcial: Unión Soviética, Chipre, Yugoslavia, Serbia, Checoslovaquia, Sudán. No ha habido ni un solo caso de dos naciones que se hayan unido libremente para formar un Estado. Ni uno solo.
No temo ninguna amenaza militar. Por ese lado no existe ningún peligro real. Al día de hoy ningún país que posea armamento nuclear puede ser destruido por la fuerza. Somos perfectamente capaces de defendernos.
Más bien temo los riesgos internos: la implosión de nuestros estándares intelectuales, la proliferación de un stablishment ortodoxo parasitario y, sobre todo, la emigración. En todo el mundo la gente es cada vez más móvil. Las familias se dispersan. El sionismo es una calle de dos vías. Si uno puede ser un buen judío viviendo en Los Ángeles o en Tel Aviv, ¿por qué quedarse aquí?
El vínculo entre Israel y los judíos del mundo se debilitará. Eso es natural. Somos una nación nueva, arraigada en este país. Ese es el objetivo real. Nuestras relaciones con la diáspora serán como las que existen, por ejemplo, entre Australia e Inglaterra.
Quiero plantear una cuestión básica: ¿sobrevivirá el nacionalismo en sí?
¿Será suplantado por nuevas ideologías y formas colectivas de organización?
Creo que el nacionalismo seguirá existiendo. En el siglo pasado ningún poder ha conseguido superarlo. La Unión Soviética internacionalista colapsó sin dejar tras de sí nada salvo un nacionalismo racista rampante. El comunismo solo tuvo éxito cuando se subió al carro del nacionalismo, como en Vietnam y China. La religión solo tuvo éxito cuando se vistió con los ropajes del nacionalismo, como en Irán.
¿Dónde radica el poder del nacionalismo? Parece que el ser humano necesita un sentido de pertenencia, formar parte de una determinada cultura, una tradición, tener unos recuerdos históricos (reales o inventados), una patria, un idioma.
Plantearé la pregunta de otra forma: ¿sobrevivirá el Estado-nación?
De facto, el Estado-nación es un anacronismo. Se formó durante los últimos tres siglos debido a que la necesidad económica de un mercado doméstico grande, la necesidad militar de un ejército adecuado y así sucesivamente demandaba la existencia de un Estado del tamaño de, digamos, Francia. Sin embargo, ahora casi todas esas funciones han sido asumidas por bloques regionales como la Unión Europea.
Ésa es la razón de un fenómeno curioso: mientras que los Estados-nación se integran en unidades mayores, ellos mismos se están dividiendo en unidades más pequeñas. Escoceses, corsos, flamencos, catalanes, vascos, chechenos, francocanadienses y muchos más persiguen su propia independencia.
¿Por qué? Un escocés cree que una Escocia independiente puede adherirse a la UE y cosechar todos los beneficios sin tener que sufrir el esnobismo inglés. El nacionalismo pequeño desbanca al nacionalismo más grande.
Así pues, ¿dónde estaremos dentro de 90 años, a principios del siglo XXII?
El año en que nací, 1923, un noble austríaco llamado conde Nikolaus Coudenhove-Kalergi reclamó un movimiento paneuropeo para crear los Estados Unidos de Europa. En aquel momento, recién finalizada la Primera Guerra Mundial y pocos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, aquello sonaba a utopía de orate. Ahora la Unión Europea es una realidad.
En estos momentos los Estados Unidos del Mundo parecen una utopía descabellada. Pero no habrá manera de eludir alguna forma de gobierno mundial. La economía global lo necesita para poder funcionar. Las comunicaciones globales lo hacen posible. El espionaje global ya está aquí. Sólo una autoridad mundial eficaz será capaz de salvar nuestro sufrido planeta, poner fin a las guerras y a las guerras civiles, a las epidemias globales y al hambre.
¿Puede ser democrática la gobernanza mundial? Así lo espero. Las comunicaciones mundiales lo hacen factible. Los descendientes de ustedes votarán a un parlamento mundial.
¿El Estado-nación seguirá existiendo en ese nuevo mundo? Sí, lo hará. Igual que muchos Estados-nación siguen existiendo en la Europa de hoy: cada uno con su bandera, su himno, su equipo de fútbol y ​​ su administración local.
Esta es, pues, mi visión optimista: Israel, el Estado-nación del pueblo israelí, en estrecha alianza con el Estado-nación del pueblo palestino, será miembro de una unión regional que incluirá a los Estados árabes y, espero, a Turquía e Irán, como miembro orgulloso de los Estados Unidos del Mundo.
Un Estado democrático, liberal y laico en el que vuestros descendientes proclamarán con orgullo: "¡Soy israelí"