jueves, 29 de diciembre de 2011

Haredim, la fe enfrentada al prójimo por Carlos Braverman


En los últimos días los Haredim (“Temerosos de Dios”) o sea ultra-ortodoxos, en la ciudad de Beit Shemesh fueron noticia global. Miembros de este colectivo actuaron con violencia manifiesta y acciones de fuerza contra mujeres en la vía pública.
Los Haredim en esta localidad agredieron a mujeres y a su vez al equipo de noticias que cubría el hecho del Canal 10 de Israel. Según sus creencias la mujer ocupa un lugar muy inferior en relación al hombre y exigían con el furor que los llevó a ejercer la violencia, que las mujeres caminaran por veredas distintas a ellos. Una niña fue agredida por estos para que se cubriera los brazos, ya que de otra manera la consideraban impúdica.
No se puede esperar otra cosa de quienes son educados en valores que promueven la segregación y el odio a todo lo que no encuadra en su cosmovisión, un mundo guiado exclusivamente por las leyes religiosas según su peculiar interpretación de ellas. Incluso están convencidos que si esas leyes son transgredidas, en esa transgresión se fundamentan todos los males de la humanidad. Por lo cual la disciplina estricta a las mismas según su pensamiento es inquebrantable y quien se desvía en el cumplimiento debe ser considerado con todo rigor, un rigor que parece reconocer cada vez menos límites.
Siendo el 7% de la población del país, pero con un crecimiento vegetativo de casi 6%, cuando la media de los judíos no ortodoxos ni ultra-ortodoxos es de 1,9%, podrían llegar a ser en 2059 alrededor del 40% de la población.
El problema radica en varios ítems, en el 2040 el 78% de la población escolar será Haredí, eso significa que la educación que prevalecerá será la que reciben hoy día, o sea, una educación basada en los valores religiosos según su particular óptica, carentes en su currícula de ciencias, técnica e idiomas que desde ya los torna incapaces de ingresar al mercado laboral y que generan en ellos una aversión ciega e irreductible a lo que no concuerda con sus valores.
Esta población tiene un 52% de miembros que no trabajan por propia voluntad y representan el 56,8% de quienes viven por debajo de la línea de pobreza en Israel, basan sus vidas en el estudio de las escrituras sagradas, aparte reciben altas y desmedidas subvenciones estatales para sus escuelas y centros de enseñanza religiosa como para su vida cotidiana por vía del Seguro Nacional.
El último año recibieron para que sus representantes parlamentarios no se opusieran en la votación del presupuesto anual mil millones de shekels extra para sus escuelas (en euros debe dividirse por cinco y en dólar por cuatro). Los centros de enseñanza religiosa para adultos otros 940 millones extra de Shekels y los centros educativos religiosos para adultos en convenio con el ejército Yeshivot Esder en hebreo, recibieron sólo del Ministerio de Defensa, 15 millones extra de nuestra moneda. Aparte la población de la que hablamos recibió 500 millones extra por vía del Seguro Nacional para su vida cotidiana.
Es obvio que el apoyo del estado a tan regresivo sistema educativo no puede menos que desencadenar los hechos que vivimos ahora en Beit Shemesh e hipotecar el futuro del país, así se genera una población sub- calificada y con una escala de valores muy lejos de valores cívicos aceptables para el SXXI.
No olvidemos que estamos en un país donde hubo un magnicidio y fue un judío fanático el que asesinó a Itzjak Rabin.
Cuando existen guías espirituales como el Rabino Dov Lior, resulta que aparte de la incultura es posible sumar el odio y el desprecio al propio prójimo judío que no comparte sus premisas y mucho más al Otro no judío.
Lior es un adalid de los valores étnicos excluyentes y de las ideas expansionistas. Fue arrestado, interrogado y puesto en libertad hace no mucho tiempo, luego de negarse a comparecer en una investigación por su respaldo al polémico libro, "Torat Ha Melej" (La torah del Rey), en el que se justifica matar a los no- judíos en tiempos de guerra.
El libro es del Rabino Itzjak Shapira y éste último explica que efectivamente asevera tal criterio, pero detalla en su libro la complejidad de las cosas para llegar al hecho en cuestión, lo que hace de él sarcásticamente un exégeta de la ética.
Netanyahu arremetió entonces contra Lior, pero no tuvo problema en sentarse con él al retorno de su histórico choque de criterios con Obama, en la misma Yeshivah Mercaz Ha Rav liderada espiritualmente por el mismo piadoso hombre de fe.
En esa ocasión Bibi definió al conjunto de santos hombres presentes junto a Lior como “el comando de élite de nuestro pueblo”, una curiosa definición para un ámbito espiritual y de exégesis de la fe.
En los incidentes de Beit Shemesh tenemos el síntoma de una sociedad que debe replantearse sus cuestiones más fundamentales, entre ellas reforzar el concepto de lo ciudadano: integrar a las minorías a la ciudadanía plena, detener las actuales leyes y proyectos de ellas excluyentes, segregacionistas, anti-democráticas, que cercenan libertades y en algunos casos son claramente racistas, como también lograr la ciudadanización de estos colectivos ultra-ortodoxos. Estos últimos deben entender que la sociedad y la verdad no es propiedad privada de ellos y deben debatir los valores y creencias en armonía con el conjunto societario, no deben estar en el parlamento sólo para presionar prebendas a su favor.
En el caso de Beit Shemesh a los Haredim se los debe considerar delincuentes y reos en el sentido más absoluto del término.
Ni ellos pueden seguir cubriéndose con sus convicciones religiosas para entender las cosas como les apetece cuestionando la ley y el orden, como tampoco los gobiernos derechistas pueden seguir utilizando el odio innato de los Haredim para facilitar con comodidad sus propios populismos abyectos.
El conjunto de los ciudadanos que no somos Haredim alimentamos a esta población que nos odia pues no somos como se debe ser, pero cubrimos lo que ellos no aportan al PIB pues en su amplia mayoría no trabajan y si lo hacen, son sus devaluadas e inferiores mujeres.
Los ciudadanos no ultra-ortodoxos solventamos sus cargas sociales asistenciales que vuelven a ellos para alimentar el círculo vicioso de incultura, auto segregación y odio a los Otros.
Ese esfuerzo que realizamos todos los que no somos ultra ortodoxos, cubre el desequilibrio de 4 mil millones de dólares al año en el sistema de seguridad social generado por una población que hace de su interpretación particular de la Voluntad Divina la mejor forma de agredir al prójimo que los solventa.
Si queremos un país mejor es hora de pensar en elevar nuestro sistema societario, convirtiendo la virtud cívica republicana del derecho en el valor supremo y reemplazando la cuestiones étnicas por las ciudadanas, para sostener también la justicia distributiva y equitativa en la sociedad. Como dijo Montesquieu: Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa.
Es hora de legislar sobre estos temas para hacer una sociedad con más calidad de vida y digna de ser vivida salvaguardando el futuro del país.
*Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judéo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Tel Aviv). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).
*Solamente se puede reproducir en forma parcial o total citando autor y fuente.
Derechos reservados: Instituto Campos Israel ISBN963-03- 0316- 2 מסת"ב

lunes, 26 de diciembre de 2011

¿Otro mundo o muchos mundos? Por Luis Mattin


Después de la catástrofe con los implosión de la URSS en 1989, la izquierda afín al ex movimiento comunista internacional quedó anonadada y paralizada por lo menos por una década. Cierto es que a todos nos conmovió hasta los tuétanos sobre todo por lo imprevisto y porque a pesar de sus graves defectos, de algún modo creíamos que aquel socialismo real era un enfermo curable. La izquierda opositora, aquella que se inspira en el movimiento engendrado por Trotsky y una seguidilla de variantes, cantó victoria a lo Pirrio. Desaparecía el más grande escollo para la marcha hacia un "socialismo científico" sin las "perversiones" stalinistas. Polonia era el ejemplo para el trotskismo, China para el maoísmo. Los comunistas argentinos, huérfanos de la guía exterior, no fueron capaces de mirar hacia adentro, y viraron sorpresivamente hacia Cuba, olvidando que Fidel había sido tachado de "demócrata pequeño burgués" y el Che de gran aventurero. La Habana remplazó a Moscú y ahora las cartillas de catecismo de Marta Hanecker reemplazaron a los manuales de la Academia de Ciencias. Por ellas nos enteramos que "el stalinismo no es el leninismo".

Las causas de la implosión de la URSS fueron adjudicadas a la omnipotencia del imperialismo y a la traición de los dirigentes soviéticos. En el mejor de los casos a las erróneas políticas económicas. Los economistas marxistas parecían desconocer que la Unión Soviética fue , hasta la década del setenta, después de Japón, la economía mayor crecimiento, a pesar que habían soportado la guerra que destruyó 1700 ciudades y 70 000 aldeas, más unos veinte millones de muertos soviéticos. Además se largaron a la carrera espacial con notable éxito y despilfarro de fuerzas productivas. Esa vilipendiada industria soviética era capaz de producir un fusil AKA sin rival en su época, poner un robot en la luna, hacer aterrizar los astronautas en un espacio acotado dentro de su territorio y al mismo tiempo sus hojas de afeitar no servían ni para tusar caballos. Asimismo emularon al capitalismo en la depredación del Medio Ambiente, no tanto por necesidades económicas como por soberbia científica.

Lo que quiero señalar es que ni la omnipotencia imperial, ni traiciones internas ni falta de capacidad productiva fueron las causas principales del derrumbe.

Por otro lado, liberado de la contención stalinista, tampoco el movimiento obrero mundial se volcó la revolución como pensaban los trotskistas. Para colmo de males los chinos, olvidando la sutileza atribuida a los orientales, ni siquiera disimularon con glasnot ni perestroica, directamente se asumieron como una competitiva potencia capitalista gobernada por el partido comunista. Con la sentencia "no importa el color del gato sino que cace ratones" modernizaron, industrializaron, se insertaron en el mercado mundial a costa de las penurias de sus campesinos. Vietnam, después de haber vencido tres imperios en una de las guerras de liberación más notables de la historia, no pudo construir un estado económicamente independiente y próspero como soñaba Ho Chi Mihn. Por el contrario, a los veinte años de la caída de Saigón, sus políticas económicas no se diferenciaron sustancialmente de las de nuestro ministro Cavallo. ¿Europa del este? Cumplió con ácido humor húngaro, su larga marcha hacia el capitalismo.

En ese contexto mundial fueron pasando los años del señoreo del menemismo. La izquierda diciendo lo mismo de siempre. El Che, muerto y no peligroso, fue santificado en el bronce, una manera de rematarlo por las dudas, y el experto norteamericano James Petras pasó a ser el custodio de la moral revolucionaria de los latinoamericanos. El llamado "progresismo" empezó a tomar cada vez mayor distancia del "eurocentrismo" para aproximase al…"americanocentrismo". Los Estados Unidos pasaron a ser modelo pese a todo. Desde luego, criticando su carácter imperialista, pero el sentimiento fue algo así como decir: "Lo malo es que son imperialistas, porque fuera de eso, es la sociedad democrática y de las oportunidades para todo el mundo". Algunos lo comparaban con la Atenas del siglo IV, iluminadores de cultura frente a la "decadencia" de la vieja Europa y la supuesta pobreza material, espiritual e intelectual de nuestros países, sin ver su rápida transformación en el Estado teocrático terrorista. El bíblico peligro amarillo se transformó en peligro islámico. La sociología y las "ciencias políticas" estadounidenses, con algunas pinceladas de Habemas y retoques hegelianos, fue la fuente de inspiración de la manga de "asesores" del FREPASO en donde la "gestión" reemplazó a la política, con el agravante de ser una de las peores gestiones de que se tenga memoria. Con una papa en la boca hablaban de "la era del conocimiento" ocultando el tamaño de sus orejas con la vestimenta de moda. La imagen tomó el lugar de las ideas, las que pasaron a ser monopolio de cuatro o cinco profesores de filosofía, devenidos por arte de un periodismo asombrosamente ignorante en "filósofos".

El turquito Menem había convencido a todos, amigos y opositores, de sus ojos celestes y la marcha hacia el primer mundo.


Sin embargo, desde el lado profundo de los pueblos se buscaban no sólo explicaciones a lo que había pasado sino nuevos caminos. Cuando Irak ocupó Kuwait y los estadounidenses usaron el pretexto para atacar a Sadam, un grupo de sobrevivientes de la izquierda de los setenta que habíamos roto con formas orgánicas desarrollamos nuevas experiencias, sostuvimos que correspondía oponerse a la guerra, por la guerra en sí misma, exigiendo la paz, no sólo el no a la agresión norteamericana sino también el retiro de Sadam de Kuwait. Desde luego éramos un grupo muy pequeño y apenas si alguien nos escuchó, pero allí donde nos conocieron, nos trataron poco menos que de traidores a los "intereses del proletariado mundial", intereses representados en ese momento por Sadam, quien dicho sea de paso, liquidaba kurdos y comunistas al mejor estilo de Chan Kai Sek, aunque en lugar de usar las calderas de las locomotoras, empleaba las armas químicas brindadas por los EE.UU. Gran parte de la izquierda se guiaba por ese concepto campeón del maniqueísmo "el enemigo de mi enemigo es mi amigo"


Agotada esa experiencia que se completó en una revista que supo llamarse XX-XXI y que no pasó de unos pocos números, empecé a trabajar con los jóvenes que constituyeron el grupo llamado "El Mate" y que publicaban la revista "De mano en mano". Desde esa práctica fuimos elaborando hipótesis y revisando las teorías . Por otro lado con Miguel Benasayag, viejo militante del PRT que reside en París trabajábamos en la misma dirección. En el ínterin nacía el neozapatismo que obró como un excelente incentivo. Poco después el grupo El Mate organizó las "Cátedras Che Guevara" las que, en los casos que mantuvieron la autonomía de los partidos, fueron laboratorios de pensamiento critico y creador. Esta nueva generación evitaba fundir al Che en el bronce, lo revivía en una nueva práctica social en la que surgía la modalidad de lucha popular que empezó llamándose fogoneros, para generalizarse como el nombre de piqueteros.


Hicimos relecturas del marxismo clásico, revisamos sobre todo el pensamiento latinoamericano, abrevamos también en corrientes más discutidas, tanto la escuela e Francfort, como filósofos franceses difíciles de digerir, tomamos algunas cosas y descartamos las más, seguimos los trabajos de Negri, con quien tenemos una relación polémica. Compartimos o discutimos con otros grupos que empezaban a proliferar, "La mesa de los sueños"; "Retruco", La corriente "Mariategui", la Cátedra libre de Derechos Humanos, la revista "Acontecimiento", etc. Pero el incentivo principal estaba dado por lo que ocurría en lo que hoy algunos llaman "la izquierda social", ese movimiento que se abría paso a fuerza de cortes de ruta y la creación de experiencias autónomas en todo el país.


Una de las primeras hipótesis fue el cuestinamiento a la teoría del poder. Para las nuevas generaciones, ha sido quizás más fácil, pero para quien esto escribe, que había participado en la construcción y desarrollo de una de las organizaciones que más seriamente tuvo en el país un planteo y una práctica de toma del poder, en el cual pusimos el cuerpo y el alma, tal cuestionamiento no podía ser menos que desgarrante. Y lo fue, debo admitirlo, treinta años de militancia en un mismo sentido no se sacuden alegremente. Sostengo, por experiencia propia, que se necesita más coraje para esto que para asaltar cuarteles y comisarías.

Empezamos a comprender el poder como algo más que la estructura coercitiva del aparato del estado, entenderlo como una relación social, un entretejido en el cual todos tenemos parte.

En segundo lugar cuestionar la teoría de la toma del poder como modo de cambiar la sociedad. Si el poder es esencialmente una relación social, algo más inasible que el aparato coercitivo del estado, en realidad el poder no es "tomable", a lo sumo lo que se toma el aparato del estado. Revisando la vieja expresión, se puede "tomar" el gobierno, no el poder.

En tercer lugar la critica al partido. El partido leninista (y todo partido lleva su marca) fue el más formidable aparato para la toma del poder, es decir para la captura del aparato del estado. Por lo tanto si no nos proponemos tomar ese aparato, no necesitamos el partido. No sólo no es necesario, sino que aquellas virtudes como máquina político-militar para el asalto al poder, se transforman en una estructura castradora de la creatividad colectiva que busca la emancipación por otras vías.

En cuarto lugar cuestionamos el papel del sujeto como algo predeterminado por la historia, por su supuesta ubicación material en la sociedad. El sujeto no nace, se hace, podríamos decir. ¿Que eso no es novedad? ¿Que siempre hubo corrientes criticas de un marxismo mecanicista, determinista? Es verdad, sólo que intentamos recuperarlas en su totalidad incorporando prácticas que habían sido desestimadas y descalificadas por "no proletarias".

En quinto lugar una reconsideracion de la subjetividad, rescatando conceptos como la pasión y el deseo, que exceden en mucho la estrecha fórmula "factor subjetivo" como expresión de la simple conciencia. El mito moderno de la "conciencia", condición necesaria, pero absolutamente insuficiente, pone en tela de juicio toda consideración pedagógica, todo sistema educativo y además, es lo que explicaría la pasividad de la izquierda tradicional en la década del sesenta y el setenta. ¿Puede pensarse que a esa izquierda le faltaba conciencia?

En sexto lugar los cambios en las estructuras de las clases sociales, la desindutrializacion que dispersa al obrero fabril y proletariza a la gran masa de la sociedad. El fin de la "cultura chimenea". El concepto de lucha de clases no desaparece, por el contrario sigue siendo un fuerte asidero teórico como base material cualquier teoría de emancipación , pero cambian radicalmente sus características.

En sexto lugar el papel de las vanguardias. Relativizada la idea de la toma del poder, se diluye la necesidad de una vanguardia permanente, se puede empezar a hablar de muchas y ninguna vanguardia y cada una en situación.

En séptimo lugar el concepto de situación, muy desarrollado por Miguel Benasayag, que intenta salir de la trampa de la subordinación de la parte al todo. Esto significa que cada lucha tiene su nudo en la rebelión contra la injusticia en concreto, dentro de la situación y en independencia de una supuesta "estrategia" o "destino final". Puede coincidir con determinada "estrategia", pero su núcleo, está en la propia situación. Significa también invertir la visión "progresista", que ubicaba al comunismo al final del camino. El comunismo recobra su carácter libertario como punto de partida y no de llegada.

En octavo lugar la cuestión del pensamiento y en ella una crítica a la teoría del conocimiento de la modernidad adoptada por el marxismo oficial. Diferenciación entre conocer y pensar, relatividad el papel del cerebro en favor de todo el cuerpo y fijar los límites de la razón "cerebral".

Por último, y sin agotar el asunto, el verdadero contenido de subversión, radicalidad, libertad, que implica un universo muchísimo más amplio que luchar sólo contra la plusvalía. Esto significa replantearse la categoría "revolucionario" como una especie de identidad adquirida sólo por un enunciado: "yo soy revolucionario", para ubicarla en el acto de rebeldía y de real subversión. Dicho de otra manera, ubicarla en el acto y no en la declamación. Consecuentemente, la rebeldía excede en mucho a la clase obrera, se extiende a otros protagonistas sociales, los cuales, en los hechos, han demostrado que la más de las veces han estado por delante de la clase obrera industrial, sujeta a la disciplina fabril y el sindicalismo o a la espera de que el partido señale cuál es el momento de alzarse.


Estas y muchas otras cosas fuimos discutiendo, experimentando, confrontando con las experiencias de los protagonistas, con nuestra propia práctica social, intercambiando con otros grupos del país y de diversos países, escribiendo en revistas de poca circulación, algunos libros, en fin puede hablarse de una década fructífera dentro de la "década perdida" del menemismo, perdida para los intelectuales clásicos que quedaron sin Dios con las caídas.


En 1999 publiqué parte de estas conclusiones en un libro "La política como subversión" No se trata de un trabajo completo ni mucho menos. Apenas las primeras conclusiones e interrogantes de lo que he resumido más arriba, con mucho de mi coleto anterior, es decir con cierto ajuste de cuentas con un pasado más lejano.

Dos años después me topé con los borradores de lo que luego seria el libro de John Holloway "Cómo cambiar al mundo sin tomar el poder" Leía con asombro cómo este intelectual británico radicado en México, había llegado a conclusiones similares a las nuestras y, por lo menos en mi caso, por vías distintas y sin contacto entre nosotros. Confieso mi ignorancia, no sabía que existiera John Holloway. En efecto, si bien hay matices y algunas diferencias importantes, sobre tofo en la propuesta política, podría decirse que el libro de Holloway brinda sólida conceptualidad teórica a mis sonambulismos experimentales. En octubre de 2001 nos encontramos en la presentación del libro "Contrapoder", organizada por el Colectivo Situaciones y ambos constatamos la coincidencia. Quizás convenga mencionar que "Contrapoder" es una polémica del Colectivo Situaciones y otros amigos, entre ellos el propio Holloway, con Antonio Negri en la cual yo participo. Recordar también que todavía no había llegado el libro "Imperio", de Negri y Hard, que levantó tanta polvareda.


Los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001 - en los que participé como uno más entre mis vecinos - venían a confirmar parte de las hipótesis conque trabajamos los últimos diez años. Sólo como tendencia, como indicación que empezábamos a apuntar bien. Pero, lejos de quedarnos con la clásica "comprobación práctica" vimos que los acontecimientos abrían nuevos y más complejos interrogantes. Estamos en buen camino, pero muy retrasados con respecto a la riqueza rupturista de los hechos.


Mientras tanto la izquierda clásica, la que desde 1946, por lo menos, viene perdiendo el tren en nuestro país, la que había quedado anonadada por la caída del muro de Berlín, la que se sintió "traicionada" por los camaradas soviéticos, la que en innumerables viajes y estadías a veces por años haciendo cursos en Moscú, no había tenido la menor sensibilidad para ver lo que estaba pasando, creyó, cree, que ha llegado su hora. Bienvenido que sea así, que esa valiosa fuerza militante se ponga de una vez por todas a trabajar en serio por la emancipación. Pero, desgraciadamente, sus "intelectuales orgánicos" en vez de revisar a fondo, constatando con esta nueva realidad, las teorías acumuladas en miles de tomos marxistas, parecen regresar a lo más oscuro de la era del dogmatismo, llámese este stalinista, maoista o trotskista. El rasgo más saliente es la condena a todo intento de pensamiento y otorgar el título de "intelectuales" (como pensadores) a divulgadores del dogma a veces poniéndolos al lado de los reales pensadores.

No se trata, desde luego, de establecer comparaciones de magnitud, sino de diferenciar entre aquellos que intentan pensar de los divulgadores (o peor aún "traductores") de un saber cristalizado, que ahora vienen a descubrir y enseñarnos a nosotros, los guevaristas, que nacimos luchando contra el stalinismo,… que el "stalinismo no es el leninismo". Pero , más allá de irritarnos por la pedantería de esta divulgadora, lo grave es que semejante aserto implica tomar al leninismo como algo puro, sagrado, no pasible de crítica. De la misma forma actuaba Kausky en "defensa del marxismo" contra el leninismo. El pensamiento que surge de experiencias como las del zapatismo o los MTD de Solano, por sólo nombrar algunos, es mucho más rico que toda la obra de Kausky, arquetipo del divulgador. Por supuesto, esta izquierda no rescata a Kausky, sólo porque aquel fue calificado por su discípulo, Lenin, como "renegado", pero parece no advertir los cientos de Kauskys que se reproducen con un verbo revolucionario.

Como estos divulgadores autollamados "intelectuales orgánicos", aún jactándose de ser muy "dialécticos", siempre han visto las cosas desde afuera, en todo sentido, desde el centro hacia la periferia, desde el todo hacia la parte, desde la estrategia hacia la táctica, desde lo universal a lo particular, desde Washington hacia el mundo, desde Buenos Aires al interior…desde el local del partido hacia la calle, desde Moscú, ahora desde La Habana, desde Pekin y hasta desde Colombia, Venezuela o Brasil, en fin, desde el cerebro hacia el cuerpo, cuando critican nuestras búsquedas, nos atribuyen "padres" que forzosamente deben venir de afuera. Ese afuera tiene que ser "el norte". Seríamos entonces, "los seguidores de intelectuales "de moda" como Holloway o Negri".

Lo divertido es que tuvieron que llegar dos libros "de afuera", "del norte" ("Cambiar al mundo sin tomar el poder" e "Imperio" ) para que estos divulgadores se enteraran que existíamos. Sospecho que no conocen ni uno de la más de la docena de libros de Miguel Benasayag, ni lo que produce el colectivo Situaciones, Jorge Cerletti, el periodista Raúl Zibechi y otros, ni que se está desarrollando un movimiento alternativo, autónomo surgido de las entrañas del país profundo y sobre todo de las nuevas generaciones. Si de "moda" quiere hablarse, precisamente fue esa lista de divulgadores que sacaban número para pegarles los que pusieron de moda a John y a Antonio.


No, señores, no somos ni hijos ni discípulos de Holloway, Negri y Hard, si bien es cierto que nos alienta su esfuerzo y sobre todo su coraje intelectual. Pero afortunadamente la tierra es una esfera y, como los caballeros de la tabla redonda, no existe cabecera de la mesa donde se siente el rey. Y nos parece natural que vengan del norte, si de geografía hablamos, porque ya en la escuela primaria habíamos aprendido que los continentes están "corridos" hacia un polo que hemos llamado norte. En ese hemisferio se encuentra Europa (donde está preso Negri) Estados Unidos (donde radica Hard) y Japón, digamos los centros del poder capitalista. Pero en el mismo hemisferio está México (país de adopción de Holloway) Venezuela, Colombia, Las Guayanas, Surinam, Panamá, Costa Rica, República Dominicana, Haití, Puerto Rico, Grenada, Jamaica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice, Canadá, las islas del Caribe… ¡Ah! y Cuba (¿No sabía Ud. que Cuba está en el hemisferio norte, pegada a EE.UU?) Está también China, La India, Turquía, Palestina, Jordania, Israel, Argelia, Tunicia, Libia, Egipto, Sudan, Arabia Saudita, Yemen, Nigeria, Etiopía, Siria , Irán, Irak, El Chad, Mauritania, las Guineas, Marruecos, Afganistán, Pakistán, Tailandia, Vietnam, Corea, Camboya, Laos, Birmania, Nepal, Mongolia, Filipinas, Siberia, Somalia, Malasia, en fin, no he nombrado a todos, por supuesto, pero suficiente como para invitar a los lectores a echar un vistazo a un mapamundi para recordar que el hemisferio norte contiene tres veces más territorio que el sur y es inmensamente más poblado. Y más aún, en el hemisferio norte hay mucho mayor pobreza y "subdesarrollo" que en el sur.


Norte versus Sur; Este versus Oeste; Occidente versus Oriente, Rosas o Sarmiento, tratados como si fuera River o Boca; las grandes antinomias conque nos entretuvo el siglo veinte, antinomias manipuladas por un sistema social, económico cultural y político que ha dado llamarse capitalismo y que habíamos asumido, pese a todo, como una forma superior de civilización o por lo menos como un paso ineludible hacia una civilización superior. El que esté libre de ese pecado que arroje la primera piedra. Rosas o Sarmiento, distintas vías, pero capitalismo al fin. Pregúntele a los pueblos originarios de la pampa que opinan del "Restaurador de la leyes" o del "Gran Maestro". En América Latina los únicos que tienen derecho a hablar al respecto son aquellos indígenas que resistieron primero militarmente y después culturalmente, también los los hippies, algunos locos y otros marginados. Dados los hechos, podríamos aceptar que el capitalismo fue un paso ineludible por una razón de necesidad, por aquella incapacidad de la cultura agraria medioeval europea de satisfacer las demandas del crecimiento de la población; pero otra cosa es seguir pensando que es una forma "superior" de civilización.

Hoy, iniciando el tercer milenio de la era cristiana no hay mayor barbarie que la civilización capitalista. Todavía con variantes, desde la brutalidad del Estado teocrático norteamericano, restos del estado de bienestar en Europa o el pragmatismo de los chinos. Pero el rasgo del capitalismo actual es que impone su hegemonía, su uniformidad, en todo el globo terrestre. No existe isla desierta donde refugiarse para hacer aunque más no sea una vida de bohemios. Cada metro cuadrado del globo terrestre es un sitio de lucha anticapitalista que se lleva a cabo como si estuviéramos dentro de una gigantesca cárcel en donde no hay nortes ni sures, sino pabellones, celdas, patios, corredores, celadores, guardias y en donde, a pesar de todo, en la resistencia vivimos espacios de libertad. Seguir hablando en metáforas sacadas de la geografía, "norteños", "sureños", "orientales", "occidentales" es oponer a la uniformidad capitalista otra uniformidad, una serialización que la pretenciosa razón supone más justa. No existe "otro mundo posible" porque el mundo como concepto no existe, "El mundo", como totalidad, es una abstracción, es la cárcel de lo único, una de las mayores trampas de la razón capitalista. Pensar "otro mundo", otra serialización alternativa a este, es pensar en otra cárcel porque sería seguir pensando en términos de único. Existen muchos mundos en este lugar del universo llamado La Tierra. El mundo capitalista sólo puede ser superado por muchos mundos.

Del mismo modo. a esa bien lograda expresión "pensamiento único" para definir el carácter actual del capitalismo, no se le puede oponer otro "pensamiento único" alternativo, un supuesto pensamiento único "de izquierda", sino un pensamiento diverso como diversos son los pueblos, diversas son las lenguas y diversa es la vida misma.
Fuente: www.herramienta.com.ar

jueves, 22 de diciembre de 2011

Sin duda soy un patriota de izquierda por Carlos Braverman


En su nota aparecida en El País de Madrid, ”Sudáfrica, Israel y los derechos humanos”, el doctor Alon Liel embajador israelí en Suráfrica entre 1992 y 1994 y director general en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel dice:”Cuando asumí el puesto de embajador israelí en Suráfrica, en 1992… seguían en vigor numerosas leyes del apartheid, aunque ya no se aplicaban de forma estricta. Recuerdo, en especial, las leyes concebidas para incapacitar a la sociedad civil, destruir las organizaciones de la comunidad y sofocar los derechos humanos. Entre ellas estaban las que impedían la llegada de fondos a las organizaciones de derechos humanos”Continúa más adelante:”Hoy, esos recuerdos han vuelto a agolparse. Las leyes que están a punto de aprobarse en la Knesset son increíblemente parecidas a las de la Suráfrica del apartheid. El Comité Ministerial Legislativo ha aprobado unas enmiendas que pretende restringir los fondos de otros Estados destinados a grupos locales de derechos humanos. La puesta en práctica de esta ley congelaría la democracia en Israel y lo que queda de nuestra sociedad.” Entiendo que nuestros soldados no murieron por la expansión de las fronteras de Israel, sus batallas fueron para defender el estado dentro de fronteras reconocidas y seguras. Fue una muerte para asegurar le existencia del país, no la anexión de territorios o la expropiación de tierras, esa fue siempre la intima vocación del pueblo, ese fue siempre el sentido del esfuerzo diario del ciudadano en la vida cívica y en su aspecto militar tratándose de un ejército formado por la ciudadanía. No me canso de repetir que soy un patriota de izquierda, un socialista convencido que desde su patria contribuye a los valores internacionalistas de justicia equitativa, dignidad y libertad con derechos civiles y humanos asegurados para las mayorías populares en todo el mundo. El patriotismo es el sentimiento que tiene un ser humano por la tierra natal o adoptiva a la que se siente ligado por valores, cultura, historia y afectos. Es pertenecer a un colectivo, a una nación y a la exageración mitomaníaca en pro de defender la patria se la denomina chovinismo patriotero.Yo soy patriota de izquierda, el chovinismo patriotero es cosa de derechas populistas y mesiánicos trasnochados, quiero a mi patria y defiendo los valores universales de una humanidad libre desde ella, comenzando por combatir aquello nocivo para la dignidad de los seres humanos en mi propia casa.El patriotismo difiere del nacionalismo en cuanto no se vincula a esquemas políticos, económicos y administrativos de un territorio. Es un valor primordial para los habitantes de un territorio, al cual se apela cuando existen crisis internas de ingobernabilidad o de ocupación territorial por parte de otra nación, cuando se debe preservar la soberanía, la unidad territorial y cuidar los valores que aseguren el bienestar común de la sociedad.Yo no quisiera que suceda eso con mi patria, no quisiera que nada de esto ocurra pues ya lo vivimos y no lo deseo para ningún pueblo. Por eso me opongo a la discriminación interna en Israel, a la ocupación de los territorios que hoy son la Autonomía Palestina, a que se utilice la violencia física y jurídica contra otros colectivos en mi sociedad, estos son los motivos por los que soy un patriota de izquierda y respeto a los demás patriotas progresistas de todas las latitudes, a los más próximos a mí país con más razón. La sociedad judía de Israel se está deteriorando porque los gobiernos israelíes no le permiten abandonar el papel de víctima bajo la amenaza constante del miedo, para enfrentar la lucha contra el resto del mundo o defenderse de él. El resultado final es convertirse en una fortaleza impermeable, insensible y con una cosmovisión distorsionada de los contextos históricos que se deben abordar. Al mismo tiempo por ejemplo, la Ley Nakba significa que en lugar de fomentar un discurso potencialmente empático entre la mayoría y la minoría, la Nakba se convierte en otro elemento para el odio.La Ley Nakba, prohíbe la financiación pública para los grupos que la conmemoran y en árabe significa "catástrofe". Es el nombre que los árabes utilizan para designar los acontecimientos de 1948, la creación de Israel.Es un síntoma que expresa que después de 63 años, Israel es incapaz de reconocer que lo justificado de su creación estuvo acompañado por los errores y el dolor infligido a otros. Esto hace que el país sea inseguro de sí mismo y de la continuación de su existencia. Sesenta y tres años después de su creación, el Estado de Israel y su confianza en la sociedad judía fallan, se sienten amenazados por el mundo entero y por sus minorías internas.Soy un patriota de izquierda porque me opongo a este estatus de cosas, porque pienso que un estado que por la fuerza invade el ámbito sagrado de la conciencia de cada ciudadano y que impone penas a las personas cuyas opiniones y creencias no se ajustan a las opiniones de las autoridades y las prescritas según el carácter del mismo, deja de ser una democracia y se encamina a convertirse en autoritario. Nuestra Declaración de la Independencia dice: "El Estado de Israel se basará en la Libertad, Justicia y Paz, según lo previsto por los profetas de Israel, asegurará la completa igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes, independientemente de su religión, raza o género, garantizará la libertad de religión, conciencia, idioma, educación y cultura, salvaguardará los Lugares Santos de todas las religiones y será fiel a los principios de la Carta de las Naciones Unidas”. Soy un patriota de izquierda porque sé que nuestro estado no nació para oprimir a nadie y nuestros soldados no murieron en virtud de esa causa, sino para defender una realidad por las que muchas generaciones lucharon para superar, ser nosotros un pueblo libre y tener un hogar nacional internacionalmente seguro. Hoy ser patriota de izquierda en Israel es combatir el desviacionismo mesiánico y retomar los ideales de nuestra Declaración de la Independencia.Por la fraternidad, el socialismo y entendimiento entre los pueblosNotas:• El Día de la Nakba, "día de la catástrofe”, es el día anual de conmemoración para el pueblo palestino del aniversario de la creación de Israel• Ley Nakba 2009; Parlamentario Alex Miller (Yisrael Beitenu)De acuerdo con este proyecto de ley, las personas que públicamente conmemoren el Día de la Nakba como día de duelo serán sancionados. El gobierno aprobó el proyecto de ley, pero a raíz de las protestas públicas, su texto ha sido modificado. Así, a las organizaciones e instituciones que conmemoren el Día de la Nakba, se les puede negar fondos públicos. Entiendo que incluso esta "mínima" versión de la original presentación, aún afecta a la libertad de expresión, comprometiendo la expresión libre de un punto de vista político determinado.*Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judéo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Tel Aviv). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas).Derechos reservados: Instituto Campos Israel ISBN963-03- 0316- 2 מסת"ב

martes, 20 de diciembre de 2011

Jánuca: mis recuerdos y los derechos humanos por Carlos Braverman

Hoy después del anochecer, 20 de diciembre de 2011, es la primera noche de Janucá, que en hebreo significa “consagración”, es una celebración que se realiza durante ocho días generalmente en el mes de diciembre –mes de Kislev en el calendario hebreo- para conmemorar el logro de los Macabeos en la conservación de la identidad judía. Coincide generalmente próximo en el calendario con Eid al- Adha (musulmán) y Navidad (cristiano). El símbolo esencial de esta celebración es la luz y se representa a través del encendido de velas: una la primera noche, otra la segunda y así hasta que al final de la última jornada arden todas las luminarias en un candelabro especial de ocho brazos. Simboliza el derecho de todos a ser diferentes, a expresar una identidad, una cultura, a vincularnos con otras culturas por libre elección y a decir no a la opresión. Conmemoramos la reapertura del Gran Templo mediante la victoria militar sobre los Asirios que imponían entonces su cultura y costumbres a otros pueblos mediante actos opresivos. Pero una victoria militar implica heridos, muertos, dolor y angustia. Mientras que el encendido de la Menoráh representando la re-dedicación del Gran Templo es un acto humano positivo. De esta forma no rendimos tributo a la victoria militar sino a la vida. En Janucá celebramos los derechos de las minorías a ser diferentes, a expresar sus sentimientos y a practicar sus costumbres y tradiciones. Un sistema democrático se distingue por ser representativo de la voluntad de la comunidad que se expresa a través de él. En las tiranías y los modelos despóticos, los grupos que no gozan del consentimiento de las masas, imponen sus propias apetencias e intereses. El pueblo si no establece resistencia sufre entonces el yugo que se le impone. Pero aún en sistemas ostensiblemente democráticos, se intenta imponer con frecuencia una dictadura de las mayorías. Estas pueden ser más opresivas aún, porque gozan del aval de las elecciones libres. En el judaísmo, en cambio, sostenemos la inviolabilidad de ciertos derechos humanos básicos, que ningún grupo puede abrogar. Janucá es una auténtica manifestación de esta posición. Cada individuo y cada grupo tienen el derecho inviolable del libre pensamiento, de la libre expresión y a vivir de acuerdo con sus propias tradiciones y creencias. En estos días recuerdo que hace treinta y cinco años comenzó mi trabajo en el campo de los derechos civiles. Inicié mi tarea bajo la dictadura del general Videla y del sanguinario proceso militar instaurado en 1976, sufrí los apremios que todos sufrimos en estos casos, es decir la marca de la represión en mi propia existencia, pocos días después lo que pudo ser el comienzo de mi calvario mortal quedó atrás, pero entendí que el camino debía continuar y continué fuera de aquella oscura Buenos Aires. Cuando dejé Argentina y comisionado en temas de derechos humanos para instituciones internacionales competentes en su defensa, la historia me llevó por caminos y paisajes horrendos, cada campo de detención "no legal" que visité en todas las latitudes donde trabajé tenían aquel eco sórdido que evoca el grito del torturado y el hedor a dignidad masacrada. Cada entrevista realizada, queda en mi memoria como el grito primal del dolor digno que afirma: sí, esta es la historia que vivimos, las heridas que ve en mi cuerpo son las heridas de todos, queremos contarla y que se sepa. Decían también: no queremos venganza sino justicia. Un día tuve la osadía de preguntar a una víctima si odiaba a sus victimarios, la respuesta fue clara: ¿si se es humano, se puede no odiar?, pero sepa me dijo, que nunca yo podría convertir ese odio en acto criminal. Pensé entonces en la historia de todos los pueblos, de todas las épocas, en todos los mártires por una vida digna, en las victimas renombradas y las desconocidas, las que tienen su nombre en la historia y las anónimas, desde entonces repito siempre: presente y adelante. Continúo la tarea en mi país, en Israel, para contribuir a un mundo mejor con sociedades diferentes y más humanas. Pero Jánuca tiene otra coincidencia y es que siempre en el calendario común promedia diciembre, mes en que se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos. Con la universalización de los derechos humanos estos se vuelven generales en todo el mundo, comienza entonces la formulación de los derechos de primera generación, es decir los derechos civiles y políticos, los cuales fueron también denominados derechos públicos subjetivos y derechos individuales. Con esto, el hombre ha adquirido la calidad de sujeto del derecho internacional, ya que todo hombre puede llevar denuncias o quejas ante las organizaciones supra-estatales, para que sus derechos sean respetados y defendidos. Universalizar los derechos humanos es admitir que todos los hombres siempre y en todas partes deben gozar de derechos porque el hombre es persona. Internacionalizar los derechos humanos es hacer exigible en virtud del derecho internacional público que todo estado reconozca derechos a todos los hombres, también porque el hombre es persona. Los derechos humanos significan una estimativa axiológica en virtud del valor de justicia, que se impone al estado y al derecho positivo. Nada mejor para concluir que aquella frase de Spencer: “Si es un deber respetar los derechos de los demás, es también un deber mantener los propios”. ¡Feliz Jánuca!¡Jag Jánuca Sameaj!חג חנוכה סמח *Carlos Braverman (Israel): Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judeo-árabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Tel Aviv). Presidente del Instituto Campos Abiertos (Investigaciones en Ciencias Políticas). Derechos reservados Instituto Campos Abiertos Israel ISBN 965 387 008 9

Comunismo y estalinismo por Daniel Bensaïd. Una respuesta al libro negro del comunismo

Escrito: En 1997 en respuesta al Libro Negro del Comunismo de Stéphane Courtois. Version al castellano: Alberto Nadal. Fuente del presente texto: Transcripccion proporcionada por Reven. Esta edición: Marxists Internet Archive, mayo de 2010. Formidable empresa de oscurecimiento de referencias Ya en 1995, François Furet había propuesto como lápida funeraria de un comunismo difunto su grueso volumen El Pasado de una Ilusión, ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. En 1997, un equipo de historiadores coordinado por Stéphane Courtois publica una obra aún más monumental, El Libro negro del comunismo. Crímenes, terror, represión. Ochocientas páginas para inventariar los crímenes del comunismo por todo el mundo y contar los cadáveres que jalonan su historia.Se trata esta vez de sacar al comunismo de su tumba para juzgarle.Por temor, quizá, de que siga recorriendo el mundo... El nazismo tuvo su Nuremberg. ¿Qué se espera para erigir un Nuremberg del comunismo?, pregunta nuestro historiador, que se nombra juez y entrega su veredicto: el comunismo, indisociable del estalinismo, se ha mostrado al menos tan criminal como el nazismo. Formidable empresa de oscurecimiento de puntos de referencia, de desorientación de las conciencias, al término de la cual el siglo no es ya más que un amontonamiento de cadáveres, la revolución de Octubre un horrible desliz y el ideal comunista una funesta monstruosidad. Para que la historia no se reduzca solo a la represión, para que la razón no ceda al furor, y no se confundan víctimas y verdugos, conviene en primer lugar volver sobre Octubre, para estudiarlo, sacar de él lecciones para el futuro. Un Octubre demasiado grande para un historiador entronizado como inquisidor. “Pues un fenómeno semejante en la historia humana no se olvida jamás, al haber revelado en la naturaleza humana una disposición y una capacidad hacia lo mejor que político alguno hubiera podido argüir a partir del curso de las cosas acontecidas hasta entonces, lo cual únicamente puede augurar una conciliación de naturaleza y libertad en el género humano conforme a principios intrínsecos al derecho, si bien solo como un acontecimiento impreciso y azaroso por lo que atañe al tiempo. Pero, aun cuando tampoco ahora se alcanzase con este acontecimiento la meta proyectada, aunque la revolución o la reforma de la constitución de un pueblo acabara fracasando, o si todo volviera después a su antiguo cauce después de haber durado algún tiempo (tal como profetizan actualmente los políticos), a pesar de todo ello, ese pronóstico filosófico no perdería nada de su fuerza. Pues ese acontecimiento es demasiado grandioso, se halla tan estrechamente implicado con el interés de la humanidad y su influencia sobre el mundo se ha diseminado tanto por todas partes, como para no ser rememorado por los pueblos en cualquier ocasión donde se den circunstancais propicias y no ser evocado para repetir nuevas tentativas de esa índole”. Emmanuel Kant, El conflicto de las facultades, 1798. “Tal es el problema a dilucidar, esta marcha de los acontecimientos es efectivamente continua o bien se trata de dos series de acontecimientos intrínsecamente ligados, pero que remiten a pesar de todo a vidas diferentes, a dos mundos políticos y morales distintos?. Si no logramos dilucidar este problema, hoy aún podemos por descuido volvernos peligrosos. Pues el pasado no meditado reanima los peores prejuicios y prohíbe a la conciencia histórica penetrar en el campo político”. Mikhaël Guefter, "Staline est mort hier " en L'Homme et la société, 1987. En 1798, en pleno período de reacción, Emmanuel Kant escribía a propósito de la Revolución francesa que un acontecimiento así, más allá de los fracasos y retrocesos, no se olvida. Pues, en ese desgarro del tiempo, se dejó entrever, aunque fuera de forma fugitiva, una promesa de humanidad liberada. Kant tenía razón. Nuestro problema es saber hoy si la gran promesa ligada al nombre propio de Octubre, ese estremecimiento del mundo, ese resplandor surgido de las tinieblas de la primera carnicería mundial, podrá ser él también “rememorado por los pueblos”. Es lo que está en juego no por un “deber de memoria” (noción hoy degradada), sino para un trabajo y una batalla por la memoria. El 80 aniversario de la revolución de octubre de 1917 corría el riesgo de pasar desapercibido. La publicación del Libro negro del Comunismo habrá tenido al menos el mérito de poner encima de la mesa “el asunto Octubre”, una de esas grandes querellas sobre las que no habrá jamás reconciliación. Claramente enunciado por Stéphane Courtois, director del conjunto, el objetivo de la operación es establecer una estricta continuidad, una perfecta coherencia entre comunismo y estalinismo, entre Lenín y Stalin, entre la radiación del inicio revolucionario y el crepúsculo helado del Gulag: “Estalinista y comunista, es lo mismo”, escribe en el Journal du Dimanche (9 de noviembre). Es crucial responder sin rodeos a la pregunta planteada por el gran historiador soviético Mikhaël Guefter: “Tal es el problema a dilucidar: esta marcha de los acontecimientos es efectivamente continua o bien se trata de dos series de acontecimientos intrínsecamente ligados, pero que remiten a pesar de todo a vidas diferentes, a dos mundos políticos y morales distintos?”. (“Stalin murió ayer”, en L´Homme et la société, 2-3, 1988). Pregunta decisiva, en efecto, que domina tanto la inteligibilidad del siglo que acaba como nuestros compromisos en el siglo atormentado que se anuncia: si el estalinismo no fuera, como algunos lo sostienen o lo conceden, más que una simple “desviación” o “una prolongación trágica” del proyecto comunista, habría que sacar de ello las conclusiones más radicales en cuanto al propio proyecto. Un proceso de fin de siglo Es por otro lado lo que intentan los promotores del Libro Negro. Sería en efecto extraño el tono de guerra fría, bastante anacrónico, de Stéphane Courtois y de ciertos artículos de prensa. Cuando el capitalismo, púdicamente rebautizado “democracia de mercado”, se proclama de buena gana como sin alternativa tras la desintegración de la Unión Soviética, vencedor absoluto del fin de siglo, esta obstinación revela en realidad un gran miedo reprimido: el temor de ver las llagas y los vicios del sistema tanto más patentes, en la medida en que ha perdido, con su doble burocrático, su mejor coartada. Es importante pues proceder a la diabolización preventiva de todo lo que podría dejar entrever un posible futuro diferente. Es en efecto en el momento en que su imitación estalinista desaparece en la debacle, cuando se acaba su confiscación burocrática, cuando el espectro del comunismo puede de nuevo volver a recorrer el mundo. ¿Cuántos antiguos celosos estalinistas, por no haber sabido distinguir estalinismo y comunismo, han dejado de ser comunistas dejando de ser estalinistas, para unirse a la causa liberal con el fervor de los conversos?. Estalinismo y comunismo no son solo distintos, sino irreductiblemente antagónicos. Y el recordatorio de esta diferencia no es el menor deber que tengamos hacia las numerosas víctimas comunistas del estalinismo. El estalinismo no es una variante del comunismo, sino el nombre propio de la contrarrevolución burocrática. Que militantes sinceros, en la urgencia de la lucha contra el nazismo, o debatiéndose en las consecuencias de la crisis mundial de entre guerras, no hayan tomado inmediatamente conciencia, que hayan continuado ofreciendo generosamente sus existencias desgarradas, no cambia nada del asunto. Se trata claramente, por responder a la pregunta de Mikhaël Guefter, de “dos mundos políticos y morales” distintos e irreconciliables. Esta respuesta está en las antípodas de las conclusiones de Stéphane Courtois en el Libro Negro. Se defiende a veces de haber reclamado un Nuremberg del comunismo, probablemente molesto por unirse en este tema a una fórmula querida de M. Le Pen. Sin embargo, la puesta en escena del Libro Negro tiende no solo a borrar las diferencias entre nazismo y comunismo, sino a banalizar sugiriendo que la comparación estrictamente “objetiva” y contable va en ventaja del primero: 25 millones de muertos contra 100 millones, 20 años de terror contra 60. La primera banda de presentación del libro anunciaba escandalosamente 100 millones de muertos. El descuento de los autores llega a 85 millones. A M. Courtois no le va de 15 millones. Maneja los cadáveres de forma turbia. Esta contabilidad macabra de comerciante al por mayor, mezclando países, épocas causas y campos tiene algo de cínico y de profundamente irrespetuoso de las propias víctimas. En el caso de la Unión Soviética, llega a un total de 20 millones de víctimas sin que se sepa lo que la cifra incluye exactamente. En su contribución al Libro Negro, Nicolas Werth rectifica más bien a la baja las estimaciones aproximativas corrientes. Afirma que los historiadores, sobre la base de archivos precisos, evalúan hoy en 690.000 las víctimas de las grandes purgas de 1936-1938. Es ya enorme, más allá del horror. Llega además a un número de detenidos del Gulag de alrededor de dos millones como media anual, una proporción de los cuales más importante de lo que se creía pudo ser liberada, reemplazada por nuevos recién llegados. Para alcanzar el total de 20 millones de muertos, habría por tanto que añadir a las cifras de las purgas y del Gulag, los de las dos grandes hambrunas (cinco millones en 1921-1922 y seis millones en 1932- 1933), y los de la guerra civil, que los autores del Libro Negro no pueden demostrar, y por motivos sobrados, que se trate de “crímenes del comunismo”, dicho de otra forma de un exterminio fríamente decidido. Con tales procedimientos ideológicos, no sería muy difícil escribir un Libro rojo de los crímenes del capital, sumando las víctimas de los pillajes y de los populicidios coloniales, de las guerras mundiales, del martirologio del trabajo, de las epidemias, de las hambrunas endémicas, no solo de ayer, sino de hoy. Solo en el siglo veinte, se podrían contar sin esfuerzo varios centenares de millones de víctimas. En la segunda parte demasiado a menudo olvidada de su trilogía, Hannah Arendt veía en el imperialismo moderno la matriz del totalitarismo y en los campos de concentración coloniales en África el preludio a muchos otros campos (Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, tomo II, El imperialismo). Si se trata no ya de examinar regímenes, períodos, conflictos precisos, sino de incriminar una idea, ¿cuántos muertos se imputará, a través de los siglos, al cristianismo y a los evangelios, al liberalismo y al “laisser-faire”?. Incluso aceptando las cuentas fantásticas de M. Courtois, el capitalismo habría costado bastante más de veinte millones de muertos a Rusia en el curso de este siglo en dos guerras mundiales que el estalinismo. Los crímenes del estalinismo son suficientemente espantosos, masivos, horribles, para que haya necesidad de añadir más. A menos que se quieran deliberadamente borrar las pistas de la historia, como hemos visto que se hacía con ocasión del bicentenario de la Revolución francesa, cuando ciertos historiadores hacían a la Revolución responsable no solo del Terror o de la Vendée, sino también de los muertos del terror blanco, de los muertos en la guerra contra la intervención coaligada, ¡o incluso de las víctimas de las guerras napoleónicas! Que sea legítimo y útil comparar nazismo y estalinismo no es nuevo –¿no hablaba Trotsky de Hitler y Stalin como de “estrellas gemelas”?. Pero comparación no es justificación, las diferencias son tan importantes como las similitudes. El régimen nazi cumplió su programa y mantuvo sus siniestras promesas. El régimen estalinista se edificó en contra del proyecto de emancipación comunista. Tuvo para instaurarse que machacar a sus militantes. ¿Cuántas disidencias, oposiciones, ilustran, entre dos guerras, este viraje trágico? ¿Suicidados Maiakovski, Joffé, Tucholsky, Benjamin y tantos otros? ¿Se puede encontrar, entre los nazis, esas crisis de conciencia ante las ruinas de un ideal traicionado y desfigurado? La Alemania de Hitler no tenía necesidad como la Rusia de Stalin de transformarse en “país de la gran mentira”: los nazis estaban orgullosos de su obra, los burócratas no podían mirarse de frente en el espejo del comunismo original. A base de diluir la historia concreta en el tiempo y en el espacio, de despolitizarla deliberadamente, por una opción de método (Nicolas Werth reivindica francamente “la puesta en segundo plano de la historia política” para mejor seguir el hilo lineal de una historia descontextualizada de la represión), no queda más que un teatro de sombras. No se trata ya entonces de instruir el proceso de un régimen, de una época, de verdugos identificados, sino de una idea: la idea que mata. En el género, algunos periodistas se han entregado con delectación. Jacques Amalric registra con satisfacción “la realidad engendrada por una utopía mortífera” (Libération, 6 de noviembre). Philippe Cusin inventa una herencia conceptual: “Está inscrito en los genes del comunismo: es natural matar” (Le Figaro, 5 de noviembre). ¿Para cuando la eutanasia conceptual contra el gen del crimen?. Instruir el proceso no con hechos, crímenes precisos, sino con una idea, es ineluctablemente instituir una culpabilidad colectiva y un delito de intención. El tribunal de la historia según Courtois no es solo retroactivo. Se convierte en peligrosamente preventivo, cuando lamenta que el “trabajo de duelo de la idea de revolución esté aún lejos de haber sido acabado” y se indigna de que ¡“grupos abiertamente revolucionarios estén activos y se expresen con absoluta legalidad”!. El arrepentimiento está ciertamente de moda. Que Furet o Le Roy Ladurie, Mme Kriegel o el propio M.Courtois no hayan llegado nunca al fin de su trabajo de duelo, que arrastren como un grillete su mala conciencia de estalinistas arrepentidos, que su expiación se cueza en el resentimiento, es su problema. Pero, quienes han seguido siendo comunistas sin jamás haber celebrado al padrecito de los pueblos ni salmodiado el libro rojo del gran timonel, ¿de qué quiere Vd., M. Courtois, que se arrepientan?. Sin duda se han equivocado a veces. Pero, visto como va el mundo, ciertamente no se han equivocado ni de causa ni de adversario. Para comprender las tragedias del siglo que acaba y sacar de ello lecciones útiles para el futuro, hay que ir más allá de la escena ideológica, abandonar las sombras que se agitan en ella, para hundirse en las profundidades de la historia y seguir la lógica de los conflictos políticos en los que se toma una opción entre varias posibles. ¿Revolución o golpe de estado? Una vuelta crítica sobre la Revolución rusa, con ocasión del 80 aniversario de Octubre, plantea cantidad de cuestiones, de orden tanto histórico como programático. Lo que está en juego es enorme. Se trata ni más ni menos de nuestra capacidad en un futuro abierto al actuar revolucionario, pues todos los pasados no tienen el mismo futuro. Sin embargo, antes incluso de entrar en la masa de los nuevos documentos accesibles debido a la apertura de los archivos soviéticos (que permitirán sin ninguna duda nuevas aclaraciones y una renovación de las controversias),la discusión viene a tropezarse con el pret-a-porter ideológico dominante, cuyo dominio está bien ilustrado por el reciente homenaje necrológico consensual a François Furet. En estos tiempos de contrarreforma y de reacción, nada de extraño en que los nombres de Lenín y de Trotsky se conviertan en tan impronunciables como lo fueron los de Robespierre o de Saint-Just bajo la Restauración. Para comenzar a despejar el terreno, conviene pues retomar tres ideas bastante ampliamente extendidas hoy: 1. Aunque presentado como revolución, Octubre sería más bien el nombre emblemático de un complot o de un golpe de estado minoritario que impuso enseguida, por arriba, su concepción autoritaria de la organización social en beneficio de una nueva élite. 2. Todo el desarrollo de la revolución rusa y sus desventuras totalitarias estarían inscritas en germen, por una especie de pecado original, en la idea (o la “pasión” según Furet) revolucionaria: la historia se reduciría entonces a la genealogía y al cumplimiento de esta idea perversa, despreciando grandes convulsiones reales, acontecimientos colosales, y el resultado incierto de toda lucha. 3. En fin, la Revolución rusa habría sido condenada a la monstruosidad por haber nacido de un parto “prematuro” de la historia, de una tentativa de forzar su curso y su ritmo, cuando las “condiciones objetivas” de una superación del capitalismo no estaban reunidas: en lugar de tener la sabiduría de “autolimitar” su proyecto, los dirigentes bolcheviques habrían sido los agentes activos de este contratiempo. Un verdadero impulso revolucionario La Revolución rusa no es el resultado de una conspiración sino la explosión, en el contexto de la guerra, de las contradicciones acumuladas por el conservadurismo autocrático del régimen zarista. Rusia, a comienzos del siglo, es una sociedad bloqueada, un caso ejemplar de “desarrollo desigual y combinado”, un país a la vez dominante y dependiente, aliando rasgos feudales de un campo en el que la servidumbre está oficialmente abolida hace menos de medio siglo, y los rasgos de un capitalismo industrial urbano de los más concentrados. Gran potencia, está subordinada tecnológicamente y financieramente (¡el préstamo ruso de divertida memoria!). El cuaderno de quejas presentado por el pope Gapone en la revolución de 1905 es un verdadero registro de la miseria que reina en el país de los zares. Las tentativas de reformas son rápidamente bloqueadas por el conservadurismo de la oligarquía, la terquedad del déspota, y la inconsistencia de una burguesía atropellada por el naciente movimiento obrero. Las tareas de la revolución democrática corresponden así a una especie de tercer estado en el que, a diferencia de la Revolución francesa, el proletariado moderno, aunque minoritario, constituye ya el ala más dinámica. Es en todo esto en lo que la “santa Rusia” puede representar “el eslabón débil” de la cadena imperialista. La prueba de la guerra da fuego a este polvorín. El desarrollo del proceso revolucionario, entre febrero y octubre de 1917, ilustra bien de que no se trata de una conspiración minoritaria de agitadores profesionales, sino de la asimilación acelerada de una experiencia política a escala de masas, de una metamorfosis de las conciencias, de un desplazamiento constante de las correlaciones de fuerzas. En su magistral Historia de la Revolución rusa, Trotsky analiza minuciosamente esta radicalización, de elección sindical en elección sindical, de elección municipal en elección municipal, entre los obreros, los soldados y los campesinos. Mientras que los bolcheviques no representaban más que el 13 % de los delegados al congreso de los soviets en junio, las cosas cambian rápidamente tras las jornadas de Julio y la tentativa de golpe de Kornilov: representan entre el 45% y el 60% en octubre, en el segundo congreso. Lejos de un golpe de mano logrado por sorpresa, la insurrección representa pues la culminación y el desenlace provisional de una prueba de fuerzas que ha madurado a lo largo de todo el año, durante la cual el estado de espíritu de las masas plebeyas se ha encontrado siempre a la izquierda de los partidos y de sus estados mayores, no solo de los de los socialistas revolucionarios, sino incluso los del partido bolchevique o de una parte de la dirección (incluso sobre la decisión de la insurrección). Los historiadores convienen generalmente que la insurrección de Octubre fue el desenlace, a penas más violento que la toma de la Bastilla, de un año de descomposición del antiguo régimen. Es por lo que, comparativamente a las violencias que hemos conocido luego, fue poco costosa en vidas humanas. Esta “facilidad” relativa de la toma insurreccional del poder por los bolcheviques ilustra la impotencia de la burguesía rusa entre febrero y octubre, su incapacidad para poner en pie un estado y edificar sobre las ruinas del zarismo un proyecto de nación moderna. La alternativa no estaba ya entre la revolución y la democracia sin frases, sino entre dos soluciones autoritarias, la revolución y la dictadura militar de Kornilov o de alguno similar. Si se entiende por revolución un impulso de transformación venido de abajo, de las aspiraciones profundas del pueblo, y no el cumplimiento de algún plan grandioso imaginado por una élite esclarecida, ninguna duda de que la Revolución rusa fue una de ellas, en el pleno sentido del término, a partir de las necesidades fundamentales de la paz y de la tierra. Basta con recordar las medidas legislativas tomadas en los primeros meses y el primer año por el nuevo régimen para comprender que significan un cambio absolutamente radical de las relaciones de propiedad y de poder, a veces más rápido de lo previsto y querido, a veces más allá incluso de lo deseable, bajo la presión de las circunstancias. Numerosos libros testimonian de esta ruptura en el orden del mundo (ver Los diez días que conmovieron el mundo, de John Reed) y de su repercusión internacional inmediata (cf. La Révolution d ´Octubre et le mouvement ouvrier européen, collectif, EDI, 1967). Marc Ferro subraya (principalmente en La Revolution de 1917, Albin Michel 1997; y Naissance et effondrement du régime communiste en Russie, Livre de Poche 1997), que no hubo en aquel momento mucha gente que lamentase la caída del régimen del zar y que llorase por el último déspota. Insiste al contrario sobre el derrocamiento del mundo tan característica de una auténtica revolución, hasta en los detalles de la vida cotidiana: en Odessa, los estudiantes dictan a los profesores un nuevo programa de Historia; en Petrogrado, trabajadores obligan a sus patronos a aprender “el nuevo derecho obrero”; en el ejército, soldados invitan al capellán castrense a su reunión “para dar un nuevo sentido a su vida”; en algunas escuelas, los niños reivindican el derecho al aprendizaje del boxeo para hacerse oír y respetar por los mayores. La prueba de la guerra civil Este impulso revolucionario inicial opera aún, a pesar de las desastrosas condiciones, durante la guerra civil a partir del verano de 1918. En su contribución, Nicolas Werth enumera de forma documentada todas las fuerzas con las que tuvo que enfrentarse el nuevo régimen: no solo los ejércitos blancos de Koltchak y Denikin, no solo la intervención extranjera franco-británica, sino también los levantamientos campesinos masivos contra las requisiciones y los disturbios obreros contra el racionamiento. Leyéndole casi no se ve de dónde pudo el poder revolucionario sacar la fuerza para vencer a tan potentes adversarios. Parece que fuera por el único efecto del terror minoritario y el enrolameinto en las tchekas de un lumpen proletariado dispuesto a todo. La explicación es demasiado limitada para dar cuenta de la organización, en algunos meses, del Ejército rojo y de sus victorias. Es más realista dar a la guerra civil su pleno alcance y admitir que se oponen en ella sin tregua fuerzas sociales antagónicas. Según los autores del Libro negro, la guerra civil habría sido querida por los bolcheviques y el terror puesto en pie a partir del verano de 1918 sería la matriz original de todos los crímenes cometidos después en nombre del comunismo. La historia real, hecha de conflictos, de luchas, incertidumbres, victorias y derrotas, es irreducible a esta sombría leyenda del autodesarrollo del concepto, en la que la idea engendraría al mundo. La guerra civil no fue querida sino prevista. Es más que un matiz. Todas las revoluciones desde la Revolución francesa habían inculcado esta dolorosa lección: los movimientos de emancipación se enfrentan a la reacción conservadora; la contrarrevolución sigue a la revolución como su sombra, en 1792, cuando las tropas de Brunswick marchan sobre París, en 1848 en las masacres de junio (sobre la ferocidad burguesa de entonces, releer a Michelet, Flaubert o Renan), en la Semana sangrienta de 1871. La regla luego no ha sido nunca desmentida, desde el pronunciamiento franquista de 1936 al golpe de estado de Sukarno (que hizo 500.000 muertos en 1965 en Indonesia) o el de Pinochet en Chile en 1973. No más que los revolucionarios franceses de 1792, los revolucionarios rusos no declararon la guerra civil. ¡No llamaron a las tropas francesas y británicas para que les derrocaran!. Desde el verano de 1918, recuerda Nicolas Werth, los ejércitos blancos estaban sólidamente establecidos en tres frentes y los bolcheviques “no controlaban ya más que un territorio reducido a la Moscovia histórica”. Las disposiciones del terror fueron tomadas en agosto-septiembre de 1918, cuando la agresión extranjera y la guerra civil comenzaron. Igualmente, en la Revolución francesa, Danton proclama el terror para canalizar el terror popular espontáneo que estalla con las masacres de septiembre ante la amenaza que hacía pesar sobre Paris el avance de las tropas coaligadas de Brunswick. Admite pues que la responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra civil no estuvo del lado de la revolución. Si los horrores de la guerra civil son desde entonces compartidos entre “rojos” y “blancos”, la matriz de todas los terrores del futuro residiría sin embargo en una guerra oculta, una guerra en la guerra, contra el campesinado. A fin de inscribir las víctimas de la hambruna de 1921-22 en el cuadro de los crímenes del comunismo, Nicolas Werth tiende a veces a presentarla como el resultado de una decisión de exterminio deliberada del campesinado. Los documentos sobre la represión de los pueblos, de las pequeñas ciudades son abrumadores. Pero, ¿es posible sin embargo, disociar los dos problemas, el de la guerra civil y el de la cuestión agraria?. Para enfrentarse a la agresión, el Ejército rojo tuvo que movilizar en algunos meses cuatro millones de combatientes que hubo que equipar y alimentar. En dos años, Petrogrado y Moscú perdieron más de la mitad de su población. La industria devastada no producía ya nada. En estas condiciones, para alimentar las ciudades y el ejército, ¿qué otra solución que las requisiciones?. Sin duda se puede imaginar otras formas, tener en cuenta, mirando desde la distancia del tiempo transcurrido, la lógica propia de una policía política, los peligros de arbitrariedad burocrática ejercida por tiranuelos improvisados. Pero es una discusión concreta, en términos de decisiones políticas, de alternativas imaginables ante pruebas reales y no de juicios abstractos. A la salida de la guerra civil, no es ya la base la que empuja a la cúspide, sino la voluntad de la cúspide la que se esfuerza por arrastrar a la base. De ahí la mecánica de la sustitución: el partido sustituye al pueblo, la burocracia al partido, el hombre providencial al conjunto. En el curso de ese proceso, emerge una nueva burocracia, fruto de la herencia del antiguo régimen y de la promoción social acelerada de nuevos dirigentes. Tras el reclutamiento masivo de la “promoción Lenín” en 1924, los pocos miles de militantes de Octubre no influyen ya demasiado en los efectivos del partido en relación a los centenares de miles de nuevos bolcheviques, entre los cuales están los carreristas volando en socorro de la victoria y los elementos reciclados de la vieja administración. La pesada herencia de la guerra civil La guerra civil constituye una terrible experiencia fundadora. Crea una costumbre hastiada a las formas más extremas e inhumanas de una violencia que se añade a los ensañamientos de la guerra mundial. Forja una herencia de brutalidad burocrática, de la que Lenín tomará conciencia con ocasión de la crisis con los comunistas georgianos, y de la que Trotsky da cuentas en su Stalin. El “Testamento de Lenín” y el “Diario de sus secretarias” (ver Moshe Lewin, El último combate de Lenín, Minuit, 1979) dan fe, en su agonía, de esta conciencia patética del problema. Mientras que la revolución es un asunto de pueblos y multitudes, Lenín agonizante se ve reducido a sopesar los vicios y las virtudes de un puñado de dirigentes de los que casi todo parece depender en adelante. En definitiva, la guerra civil ha significado un “gran salto hacia atrás”, una “arcaización” del país en relación al nivel de desarrollo alcanzado antes de 1914. Ha dejado al país exhausto. De los cuatro millones de habitantes que tenían Petrogrado y Moscú a comienzos de la revolución, no quedaban más que 1,7 millones a fines de la guerra civil. En Petrogrado, 380.000 obreros abandonaron la producción quedando 80.000. Las ciudades devastadas se convirtieron en parásitas de la agricultura, obligando a retenciones autoritarias de aprovisionamientos. Y el Ejército rojo alcanzó un efectivo de 4 millones. “Cuando el nuevo régimen pudo al fin conducir el país hacia su objetivo declarado, escribe Moshe Lewin, el punto de partida se reveló bastante más atrasado de lo que habría sido en 1917, por no decir en 1914”. A través de la guerra civil se forja “un socialismo atrasado” y estatalista, un nuevo estado edificado sobre ruinas: “En verdad, el estado se formaba sobre la base de un desarrollo social regresivo”. (Moshe Lewin, Russia, URSS, Russia, Londres 1995). Ahí reside la raíz esencial de la burocratización de la que ciertos dirigentes soviéticos, entre ellos Lenín, toman bastante pronto conciencia a la vez que se desesperan de no lograr contenerla. Aquí, el peso terrible de las circunstancias y la ausencia de cultura democrática acumulan sus efectos. No queda así ninguna duda de que la confusión mantenida, desde la toma del poder, entre el estado, el partido, y la clase obrera, en nombre de la extinción rápida del estado con que se contaba y de la desaparición de las contradicciones en el seno del pueblo favorece considerablemente la estatización de la sociedad y no la socialización de las funciones estatales. El aprendizaje de la democracia es un asunto largo, difícil. No va al mismo ritmo que los decretos de reforma económica, tanto menos en la medida que el país no tiene prácticamente tradiciones parlamentarias y pluralistas. Reclama tiempo, energía, también medios. La efervescencia en los comités y los soviets del año 1917 ilustra los primeros pasos de un aprendizaje así, en el curso del cual se dibuja una sociedad civil. Ante la prueba de la guerra civil, la solución más sencilla consiste en subordinar los órganos de poder popular, consejos y soviets, a un tutor ilustrado: el partido. Prácticamente, consiste también en reemplazar el principio de la elección y del control de los responsables por su nominación a iniciativa del partido, desde 1918 en ciertos casos. Esta lógica lleva finalmente a la supresión del pluralismo político y de las libertades de opinión necesarias a la vida democrática, así como a la subordinación sistemática del derecho a la fuerza. El engranaje es tanto más temible en la medida en que la burocratización no procede solo de una manipulación desde arriba. Responde también a veces a una demanda de abajo, a una necesidad de orden y de tranquilidad nacida de los cansancios de la guerra y de la guerra civil, de las privaciones y del desgaste, que las controversias democráticas, la agitación política, la demanda constante de responsabilidad molestan. Marc Ferro ha subrayado muy pertinentemente en sus libros esta terrible dialéctica. Recuerda así que existían claramente “dos focos democrático-autoritarios en la base, centralista-autoritario en la cumbre”, al comienzo de la revolución, mientras “que ya no queda más que uno en 1939”. Pero, para él, la cuestión está prácticamente zanjada al cabo de algunos meses, desde 1918 o 1919, con el decaimiento y el control de los comités de barrio y de fábrica (ver Marc Ferro, Les Soviets en Russie, collection Archives). Siguiendo un planteamiento análogo, el filósofo Philippe Lacoue-Labarthe es aún más explícito declarando al bolchevismo “contrarrevolucionario a partir de 1920-1921” (es decir antes de Kronstadt). (Cf. Revue Lignes n.31, mayo 1997). El asunto es de la mayor importancia. No se trata de oponer punto por punto, de forma maniquea, una leyenda dorada del “leninismo bajo Lenin” al leninismo bajo Stalin, los luminosos años veinte a los sombríos años treinta, como si nada hubiera aún comenzado a pudrirse en el país de los soviets. Por supuesto la burocratización está inmediatamente en marcha, por supuesto la actividad policial de la tcheka tiene su lógica propia, por supuesto el penal político de las islas Solovski es abierto tras el fin de la guerra civil y antes de la muerte de Lenin, por supuesto la pluralidad de partidos es suprimida, la libertad de expresión limitada, los derechos democráticos incluso en el partido son restringidos desde el X Congreso de 1921. Pero el proceso de lo que llamamos la contrarrevolución burocrática no es un acontecimiento simple, fechable, simétrico de la insurrección de Octubre. No se hace en un día. Pasa por decisiones, enfrentamientos, acontecimientos. Los propios actores no han dejado de debatir sobre su periodización, no por gusto de precisión histórica, sino para intentar deducir de ello tareas políticas. Testigos como Rosmer, Eastman, Souvarine, Istrati, Benjamin, Zamiatine y Boulgakov (en su carta a Stalin), la poesía de Maiakowski, los tormentos de Mandelstam o de Tsetaieva, los carnets de Babel, etc, pueden contribuir a esclarecer las múltiples facetas del fenómeno, su desarrollo, su progresión. Así, cuando la desastrosa represión de Kronstadt hace tomar conciencia en la primavera de 1921 de una reorientación necesaria de la política económica, cuando la guerra civil es victoriosamente terminada, las libertades democráticas son de nuevo restringidas en lugar de ser ampliadas: el X congreso del Partido prohíbe entonces las tendencias y las fracciones. Con la visión histórica, es necesario volver sobre estas cuestiones de la democracia representativa, del pluralismo político, de la censura, de la disolución de la Asamblea constituyente, para formular teóricamente los problemas a los que se han enfrentado los pioneros del socialismo y para meditar sus lecciones. No hay ninguna duda de que la herencia del zarismo, los cuatro años de carnicería mundial durante los cuales fueron movilizados más de quince millones de soldados rusos, las violencias y las atrocidades de la guerra civil, influyeron infinitamente más sobre el futuro del régimen revolucionario que las faltas doctrinales de sus dirigentes, por graves que fueran. Es sin embargo necesario volver, con la distancia histórica, sobre las cuestiones democráticas en la revolución, no para rehacer la historia, sino para formular teóricamente los problemas a los que se han enfrentado los pioneros del socialismo y para asimilar sus lecciones. En un artículo sobre “la Revolución y la ley” publicado por Pravda el 1 de diciembre de 1917 (¡), Anatole Lunatcharski, futuro ministro de educación, comenzaba con esta constatación: “Una sociedad no está unificada como un todo”. Se necesitó mucho tiempo y muchas tragedias para sacar todas las consecuencias de esta pequeña frase. Porque una sociedad no está unificada como un todo, incluso tras el derrocamiento del antiguo orden, no se puede pretender socializar el estado por decretos sin correr el riesgo de estatizar la sociedad. Porque la sociedad no está unificada como un todo, los sindicatos deben permanecer independientes en relación al estado y a los partidos, los partidos independientes en relación al estado. Las contradicciones entre los intereses existentes en la sociedad deben poder ser expresados por una prensa independiente y por una pluralidad de formas de representación. Es también por ello que la autonomía de la forma y de la norma jurídica debe garantizar que el derecho no se reduce a arbitrariedad perennizada de la fuerza. La defensa del pluralismo político no es por tanto una cuestión de circunstancias, sino una condición esencial de la democracia socialista. Es la conclusión que Trotsky saca de la experiencia en La Revolución Traicionada: “En realidad las clases son heterogéneas, desgarradas por antagonismos internos, y no llegan a fines comunes más que por la lucha de las tendencias, de los agrupamientos y de los partidos”. Esto quiere decir que la voluntad colectiva no puede expresarse más que a través de un proceso electoral libre, cualesquiera que sean sus formas institucionales, combinando democracia participativa directa y democracia representativa. Sin constituir una garantía absoluta contra la burocratización y los peligros profesionales del poder, pueden sin embargo desprenderse algunas respuestas y orientaciones de la experiencia. - La distinción de las clases, de los partidos y del estado, debe traducirse en el reconocimiento del pluralismo político y sindical, como única forma de permitir la confrontación de programas y de opciones alternativas sobre todas las grandes cuestiones de sociedad, y no el simple intercambio de puntos de vista provenientes de las instancias locales del poder. - Una forma de democracia que combine consejos de producción y consejos territoriales, con una expresión directa y un derecho de control, no solo de los partidos, sino de los sindicatos, asociaciones, movimientos de mujeres. - La responsabilidad y la revocabilidad de los electos por quienes les han elegido, y no un mandato imperativo que bloquearía toda función deliberativa de las asambleas elegidas. - La limitación de la acumulación y de la renovación de los mandatos electivos y la limitación del salario del electo a nivel del obrero/a cualificado/a o del empleado/a de los servicios públicos, a fin de restringir la personalización y la profesionalización del poder. - La descentralización del poder y la redistribución e las competencias a nivel local, regional, o nacional más cercano a los ciudadanos, con el derecho de veto suspensivo de las instancias inferiores sobre las decisiones que les afecten directamente y posible recurso a referendums de iniciativa popular. Una democracia de los productores libremente asociados es perfectamente compatible con el ejercicio del sufragio universal. Consejos comunales o asambleas populares territoriales pueden estar formados de representantes de las unidades de trabajo y de habitación y someter toda decisión importante al voto de las poblaciones concernidas. Experiencias recientes, la de Polonia en 1980-1981, la de Nicaragua en 1984, han puesto al orden del día la posibilidad de un sistema de dos cámaras, una elegida directamente mediante el sufragio universal, la otra representando directamente a los obreros, los campesinos, más ampliamente las diferentes formas asociativas del poder popular. Esta respuesta (que puede incluir en los estados plurinacionales una cámara de las nacionalidades) satisface teóricamente a la vez la exigencia de elecciones generales y la preocupación por la democracia popular más directa posible. permite no confundir por decreto la realidad de la sociedad y la esfera del estado, llamada a ir debilitándose a medida que se desarrolla, se extiende y se generaliza la autogestión. Estas grandes orientaciones resumen las lecciones de una historia dolorosa. No constituyen ni un arma absoluta contra los peligros profesionales del poder, ni una receta para cada situación concreta. Se puede discutir retrospectivamente sobre las consecuencias de la disolución de la Asamblea Constituyente por los bolcheviques, la representatividad respectiva de esta Asamblea y el Congreso de los Soviets a fines de 1917, sobre saber si no hubiera sido preferible mantener duraderamente una doble forma de representación (especie de dualidad prolongada de poder). Puede preguntarse si no habría habido que organizar desde el final de la guerra civil elecciones libres, a riesgo de ver, en un contexto de destrucción y de presión internacional ver a los Blancos militarmente vencidos ganar. Esta situación particular depende de relaciones de fuerza específicas, nacionales e internacionales. Toda la experiencia histórica en cambio confirma la advertencia lanzada por Rosa Luxemburg en 1918: “Sin elecciones generales, sin una libertad de la prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la vida se apaga en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia sigue siendo el único elemento activo” (La Revolución Rusa). La democracia más amplia es inseparablemente una cuestión de libertad y una condición de eficacia económica: solo ella puede permitir una superioridad de la planificación autogestionaria sobre los automatismos del mercado. ¿Voluntad de potencia o contrarrevolución burocrática? La suerte de la primera revolución socialista, el triunfo del estalinismo, los crímenes de la burocracia totalitaria constituyen uno de los hechos más importantes del siglo. Para algunos, el principio del mal residiría en un mal fondo de la naturaleza humana, en una irreprimible voluntad de poder que puede manifestarse bajo diferentes máscaras, incluso la de la pretensión de hacer la felicidad de los pueblos a su pesar, de imponerles los esquemas preconcebidos de una ciudad perfecta. El objetivo polémico del Libro Negro consiste en establecer una estricta continuidad entre Lenin y Stalin, arruinando “la vieja leyenda de la revolución de Octubre traicionada por Stalin”: “Los horrores del estalinismo son consustanciales al leninismo” (Jacques Amalric); “El impulso criminal precoz corresponde a Lenín” (Eric Conan, L´Express, 6 de noviembre). A falta de haber llevado la crítica de su propio pasado hasta un examen riguroso de la periodización de la revolución rusa, de las orientaciones que se enfrentaron a lo largo de los años veinte y treinta, algunos responsables del PCF se contentan por su parte con una autocrítica vaga y se dejan llevar a hablar de los crímenes del estalinismo como de la “prolongación trágica” del acontecimiento revolucionario (Claude Cabanes, L ´Humanité, 7 de noviembre). Si un destino implacable, portador de tales desastres, estuviera en marcha desde el primer día, ¿porqué pretenderse aún comunista? Los años veinte: ¿“pausa” o bifurcación? A pesar de la reacción burocrática, que comienza muy pronto a “helar la revolución”, a pesar de las penurias y del atraso cultural, el impulso revolucionario inicial se hace aún sentir a lo largo de los años veinte, en las tentativas pioneras en el frente de la transformación del modo de vida: reformas escolares y pedagógicas, legislación familiar, utopías urbanas, invención gráfica y cinematográfica. Es aún ese impulso el que permite explicar las contradicciones y las ambigüedades de la “gran transformación” operada en el dolor entre las dos guerras, donde se mezclan aún el terror burocrático y la energía de la esperanza revolucionaria. No fue la menor de las dificultades para tomar conciencia del sentido y del alcance histórico del fenómeno. Es importante por tanto captar en la organización social, en las fuerzas que se constituyen y se oponen en ella, las raíces y los resortes profundos de lo que a veces se ha llamado “el fenómeno estalinista”. El estalinismo, en circunstancias históricas concretas, remite a una tendencia más general a la burocratización, que actúa en todas las sociedades modernas. Es alimentada fundamentalmente por el auge de la división social del trabajo (entre trabajo manual e intelectual principalmente), y por “los peligros profesionales del poder” que le son inherentes. En la Unión Soviética, esta dinámica fue tanto más fuerte y rápida en la medida en que la burocratización se produjo sobre un fondo de destrucción, de penuria, de arcaísmo cultural, en ausencia de tradiciones democráticas. Desde el origen, la base social de la revolución era a la vez amplia y estrecha. Amplia en la medida en que reposaba en la alianza entre los obreros y los campesinos que constituían la aplastante mayoría social. Estrecha en la medida en que su componente obrera, minoritaria, fue rápidamente laminada por los desastres de la guerra y las pérdidas de la guerra civil. La brutalidad burocrática es proporcional a la fragilidad de su base social. Es constitutiva de su función parasitaria. No deja de haber una ruptura, una discontinuidad irreductible, tanto en la política interna como en la política internacional, entre el comienzo de los años veinte y los terribles años treinta. Las tendencias autoritarias comenzaron ciertamente a hacerse visibles bastante antes. Obsesionados por el “enemigo principal” (en este caso bien real) de la agresión imperialista y de la restauración capitalista, los dirigentes bolcheviques comenzaron por ignorar o subestimar “el enemigo secundario”, la burocracia que les minaba desde el interior y acabó por devorarles. Este inédito escenario era difícil de imaginar. Se necesitó tiempo para comprenderlo, interpretarlo, para sacar las consecuencias. Si Lenin percibió sin duda la señal de alarma que significó la crisis de Kronstadt, hasta el punto de impulsar una profunda reorientación económica, no será sino bastante más tarde, en La Revolución Traicionada, cuando Trotsky llegará a fundar como principio el pluralismo político sobre la heterogeneidad del proletariado mismo, incluso tras la toma del poder. La mayor parte de los testimonios y de los documentos sobre la Unión soviética o sobre el Partido bolchevique mismo (ver el Moscú bajo Lenin de Rosmer, el Leninismo bajo Lenín de Marcel Liebman, la historia del partido bolchevique de Pierre Broué, el Stalin de Souvarine y el de Trotsky, los trabajos de E.H.Carr, de Tony cliff, de Moshe Lewin, de David Rousset) no permiten ignorar, en la estrecha combinación de ruptura y de continuidad, el gran giro de los años treinta. La ruptura gana de lejos, atestiguada por millones y millones de muertos de hambre, de deportados, de víctimas de los procesos y de las purgas. Fue preciso el desencadenamiento de tal violencia para llegar al “congreso de los vencedores” de 1934 y a la consolidación del poder burocrático. El gran giro Entre el terror de la guerra civil y el gran terror de los años treinta, Nicolas Werth privilegia la continuidad. Debe para ello relativizar la significación de los años veinte, de las opciones que se presentan en ellos, los conflictos de orientación en el seno del partido, reducirlos a una simple “pausa” o “tregua” entre dos auges terroristas. Aporta sin embargo él mismo los elementos que testimonian un cambio (cuantitativo) de la escala represiva y un cambio (cualitativo) de su contenido. En 1929, el plan de “colectivización de masas” fija el objetivo de trece millones de explotaciones a colectivizar por la fuerza. La operación provoca las grandes hambrunas y las deportaciones de masas de 1932-1933: “La primavera de 1933 marcó sin duda el apogeo de un primer gran ciclo de terror que había comenzado a finales de 1929 con el lanzamiento de la deskoulakizción” (N. Werth, Libro negro, p. 199). Tras el asesinato de Kirov, comienza en 1934 el segundo gran ciclo, marcado por los grandes procesos y sobre todo por la “gran purga” (iejovschina) de 1936-1938, cuyo número de víctimas está evaluado en 690.000. La colectivización forzosa y la industrialización acelerada conllevan un desplazamiento masivo de poblaciones, una “ruralización” de las ciudades, y una masificación vertiginosa del Gulag. A lo largo del proceso, la legislación represiva se desarrolla y se refuerza. En junio de 1929, al mismo tiempo que la colectivización de masas, es puesta en pie una reforma capital del sistema de detención: los detenidos condenados a penas de más de tres años serán en adelante transferidos a los campos de trabajo. Ante la importancia incontrolable de las migraciones interiores, una decisión de diciembre de 1932 introduce los pasaportes interiores. Algunas horas después del asesinato de Kirov (dirigente del partido en Petrogrado), Stalin redacta un decreto conocido como “ley del 1 de diciembre de 1934” legalizando los procedimientos expeditivos y proporcionando el instrumento privilegiado del gran terror. Más allá del aplastamiento de los movimientos populares urbanos y rurales, este terror burocrático liquida lo que subsiste de la herencia de Octubre. Se sabe que los procesos y las purgas produjeron enormes claros en las filas del partido y del ejército. La mayor parte de los cuadros dirigentes del período revolucionario son deportados o ejecutados. De los 200 miembros del Comité Central del Partido Comunista ukraniano, no hubo más que tres supervivientes. En el ejército, el número de los arrestos alcanzó más de 30.000 cuadros de 178.000. Paralelamente, el aparato administrativo requerido para esta empresa represiva y para la gestión de una economía estatalizada se dispara. Según Moshe Lewin, el personal administrativo pasó entonces de 1.450.000 miembros en 1928 a 7.500.000 en 1939, el conjunto de los trabajadores de cuello blanco de 3.900.000 a 13.800.000. La burocracia no es una palabra vana. Se convierte en una fuerza social: el aparato burocrático de estado devora lo que quedaba de militante en el partido. Esta contrarrevolución hace también sentir sus efectos en todos los terrenos, tanto en el de la política económica (colectivización forzosa y desarrollo a gran escala del Gulag), de la política internacional (en China, en Alemania, en España), de la política cultural (ver el libro de Varlam Chalamov, Les années vingt que subraya el contraste entre esos años aún efervescentes y los terribles años treinta), de la vida cotidiana, con lo que Trotsky llamó el “thermidor en el hogar”, de la ideología (con la cristalización de una ortodoxia de Estado, codificación del “diamat” y redacción de una Historia oficial del partido). Hay que llamar a las cosas por su nombre, y a una contrarrevolución una contrarrevolución, de otra forma masiva, de otra forma visible, de otra forma desgarradora que las medidas autoritarias, por inquietantes que fueran, tomadas en el fuego de la guerra civil. Nicolas Werth, por su parte, está desgarrado entre el reconocimiento de lo que hay de radicalmente nuevo en esos años treinta y su voluntad de establecer una continuidad entre la promesa revolucionaria de octubre y la reacción estalinista triunfante. Habla así de “episodio decisivo” en la puesta en pie del sistema represivo o de “último episodio del enfrentamiento comenzado en 1918-1922”. Episodio o giro decisivo, hay que elegir. Optar por la continuidad lleva a saltar por encima de los años veinte, sus controversias y sus envites, como si se tratara de un simple paréntesis. El relato lineal de la represión sala entonces de su contexto. Relega a un segundo plano difuso los conflictos alrededor de opciones cruciales, tanto en materia de política internacional (orientación durante la revolución china, actitud ante el ascenso del nazismo, oposiciones sobre la guerra de España), como en materia de política interna (oposición tanto trotskysta como bujariniana a la colectivización forzosa, ¡alternativas económicas y sociales propuestas en nombre de una otra idea del comunismo!) Contrarrevolución y restauración La idea de contrarrevolución turba a algunos con el pretexto de que no lleva al restablecimiento de la situación anterior. El tiempo histórico no es reversible como el de la física mecánica. La película no va hacia atrás. Tras Thermidor, Jospeh de Maistre, el ideólogo conservador durante la revolución y buen conocedor en materia de reacción, señalaba ya finamente que una contrarrevolución no es una revolución en sentido contrario, sino lo contrario de una revolución. Los dos procesos no son simétricos. Una contrarrevolución puede así producir algo nuevo e inédito. Fue el caso en la Alemania bismarckiana tras el fracaso de las revoluciones de 1848. Igualmente, Thermidor no es todavía la Restauración. El imperio constituye una larga zona gris en la que se mezclan las aspiraciones revolucionarias y la consolidación de un orden nuevo. Es en una zona gris análoga donde se han perdido numerosos militantes comunistas sinceros, impresionados por los éxitos de la "patria del socialismo" sin conocer o medir su coste. A condición de querer saber, se sabía mucho, aunque no se supiera todo, en los años treinta sobre el terror estalinista. Estaban los testimonios de Victor Serge, de Ante Ciliga, el contraproceso presidido por John Dewey, los testimonios contra la represión de los anarquistas y del POUM en España. Pero en aquellos tiempos de lucha antifascista y de "heroismo burocratizado" (según la fórmula de Isaac Deutscher), fue a menudo difícil combatir a la vez al enemigo principal y el enemigo no tan secundario, que derrota desde el interior. Numerosos actores (Jan Valtin, Elizabeth Poretsky, Jules Fourier, Charles Tillon, los supervivientes de la Orquesta roja, y tantos otros) son testimonio de esas "existencias desgarradas". En efecto, la Unión Soviética bajo Stalin no era la del estancamiento brejneviano. Se transformaba a toda marcha, bajo el látigo de una burocracia emprendedora. El secreto de esta energía no deja de tener relación con el de la energía napoleónica que fascinó a Chateaubriand: "Si los boletines, discursos, alocuciones y proclamas de Bonaparte se distinguen por la energía, esta energía no le pertenecía como algo suyo propio; era de su tiempo, venía de la inspiración revolucionaria que se debilitaba en Bonaparte, porque él marchaba en sentido inverso a ella". (Memorias de ultratumba, II, p. 643). No es por otra parte la única analogía llamativa entre los dos personajes: "La Revolución que había sido la nodriza de Napoleón no tardó en presentársele como una enemiga, por lo que nunca no dejó de combatirla" (ibid, p.647). Nunca ningún país del mundo habrá conocido una metamorfosis tan brutal como la Unión Soviética de los años treinta, bajo el puño de una burocracia faraónica: entre 1926 y 1939, las ciudades van a aumentar en 30 millones de habitantes y su parte en la población global pasar del 18% al 33% de la población; solo durante el primer plan quinquenal, su tasa de crecimiento es del 44%, es decir prácticamente tanto como entre 1897 y 1926; la fuerza de trabajo asalariado aumenta más del doble (pasa de 10 a 22 millones); lo que significa la ""ruralización" masiva de las ciudades, un esfuerzo enorme de alfabetización y de educación, la imposición a marchas forzadas de una disciplina del trabajo. Esta gran transformación se acompaña de un renacimiento del nacionalismo, de un auge del carrerismo, de la aparición de un nuevo conformismo burocrático. En este gran barullo, ironiza Moshe Lewin, la sociedad estaba en un cierto sentido "sin clases" pues todas las clases se encontraban informes, en fusión (Moshe Lewin, La formación de la Unión Soviética, Gallimard 1985). A la pregunta esencial de Mikhaël Guefter, una "marcha continua" entre Octubre y el Gulag, o "dos mundos políticos y morales distintos", el análisis de la contrarrevolución estalinista aporta una respuesta clara. La periodización de la revolución y de la contrarrevolución rusas no es una pura curiosidad histórica. Ordena posiciones, orientaciones y tareas políticas: antes, se puede hablar de error que corregir, orientaciones alternativas en un mismo proyecto; después, son fuerzas y proyectos que se oponen, opciones organizativas. No se trata de una querella de familia que permita exhibir a posteriori a las víctimas de ayer como prueba de un "pluralismo comunista" que reúne víctimas y verdugos. La periodización rigurosa permite así, por retomar la fórmula de Guefter, a la "conciencia histórica penetrar en el campo político". ¿Una revolución "prematura"? Desde la caída de la Unión Soviética, ha recobrado vigor una tesis: aquella según la cual la revolución habría sido de entrada una aventura condenada debido a su carácter prematuro. Es la que defiende Henri Weber en una tribuna de Le Monde (14 noviembre de 1997). Esta tesis encuentra su origen muy temprano, en el discurso de los mencheviques rusos mismos y en los análisis de Kautsky, desde 1921: mucha sangre, lágrimas y ruinas, escribe entonces habrían sido ahorrados "si los bolcheviques hubieran poseído el sentido menchevique de la autolimitación a lo que es accesible, sentido en el que se revela la maestría de alguien" (Von der Demokratie zur Staatsktaverei, 1921, citado por Radek en Les Voies de la Révolution russe, EDI, p.41). La fórmula es reveladora. Kautsky polemiza contra la idea de un partido de vanguardia, pero imagina de buena gana un partido-maestro, educador y pedagogo, capaz de regular a su guisa la marcha y el ritmo de la historia. Como si las luchas y las revoluciones no tuvieran también su propia lógica. Por querer autolimitarlas cuando se presentan, se pasa al lado del orden establecido. No se trata ya entonces de "autolimitar" los objetivos del partido, sino de limitar sin más las aspiraciones de las masas. En este sentido, los socialdemócratas, los Ebert y los Noske, asesinando a Rosa Luxemburg y aplastando los soviets de Baviera se ilustraron como los virtuosos de la "autolimitación". La toma del poder en octubre de 1917 resulta de la incapacidad, desde febrero, de los burgueses liberales y de los reformistas de aportar una respuesta a la crisis de la sociedad y del estado. A la cuestión "¿Había opción en 1917"?, la respuesta de Mikhaël Guefer parece mucho más fecunda y convincente que la tesis de "prematura": "La cuestión es cardinal. Habiendo reflexionado mucho sobre este problema, me puedo permitir una respuesta categórica: no había opción. Lo que se hizo entonces era la única solución que se oponía a una transformación infinitamente más sangrienta, a una debacle privada de sentido. La opción se ha planteado después. Una opción que no trataba sobre el régimen social, sobre la vía histórica que tomar, sino que debía ser efectuada en el interior de esa vía. Ni variantes (el problema era más amplio), ni escaleras que subir para alcanzar la cumbre, sino una ramificación, ramificaciones". (Mikhaël Guefter, artículo citado). Estas ramificaciones, estas bifurcaciones, no han dejado en efecto de presentarse y de suscitar respuestas diferentes y opuestas: en 1923, ante el octubre alemán, sobre la NEP y la política económica, sobre la colectivización forzada, sobre la industrialización acelerada y las formas de planificación, sobre la democracia en el país y en el partido, sobre el ascenso del fascismo, sobre la guerra de España, sobre el pacto germano-soviético. Sobre cada una de estas pruebas, propuestas, programas, se enfrentaron diferentes orientaciones, mostrando otras opciones y otros posibles desarrollos. En verdad, la tesis del carácter prematuro conduce ineluctablemente a la idea de una historia bien ordenada, reglada, como un reloj, en donde todo llega a su hora, justo a tiempo. Recae en las platitudes de un estricto determinismo histórico, tan a menudo reprochado a los marxistas, donde el estado de la infraestructura determina estrechamente la superestructura correspondiente. Elimina simplemente el hecho de que la historia no tiene la fuerza de un destino, está horadada de acontecimientos que abren un abanico de posibilidades, no todas ciertamente, sino un horizonte determinado de posibilidad. Si leemos hoy a los autores del Libro Negro, se tiene la impresión de que los bolcheviques, una vez triunfado el golpe de mano de Octubre, se habrían aferrado a cualquier precio al poder por el poder. Es olvidar que nunca pensaron en la Revolución rusa como una aventura solitaria, sino como el primer elemento de una revolución europea y mundial. Si Lenin, se dice, bailó encima de la nieve el 73º día de la toma del poder, es porque no esperaba, inicialmente, aguantar más tiempo que la Comuna. El futuro de la revolución dependía a sus ojos de la extensión de la revolución a escala europea y en Alemania principalmente. Las convulsiones que sacudieron, entre 1918 y 1923, Alemania, Italia, Austria, Hungría, indican una verdadera crisis europea. Los fracasos de la revolución alemana o de la guerra civil española, los desarrollos de la revolución china, la victoria del fascismo en Italia y en Alemania no estaban escritos por adelantado. Los revolucionarios rusos no son a pesar de todo responsables de las dimisiones y de las cobardías de los socialdemócratas franceses y alemanes. A partir de 1923, se hizo claro que no podían ya contar a corto plazo con una extensión de la revolución en Europa. Una reorientación radical se imponía. Fue lo que estuvo en juego en el enfrentamiento entre las tesis del "socialismo en un solo país" y las de la "revolución permanente", que desgarró el partido a mediados de los años veinte. Sin contestar la legitimidad inicial de la revolución rusa, algunos estiman pues que se basaba en un pronóstico erróneo y en una apuesta imposible. No se trataba sin embargo de una predicción, sino de una orientación que intentaba eliminar las causas de la guerra derrocando el sistema que la había engendrado. La onda de choque a la salida de la guerra quedó bien confirmada, de 1918 a 1923. Tras el fracaso del Octubre alemán, en cambio, la situación se había duraderamente estabilizado. ¿Qué hacer entonces?. Intentar ganar tiempo sin la ilusión de poder "construir el socialismo en un solo país", que además está arruinado?. Es todo lo que está en juego de las discusiones de las luchas de los años veinte. Es toda la dimensión política de la cuestión, lo importante del asunto. En el plano económico y social, la NEP aportó un elemento de respuesta, pero habría sido necesario para aplicarla un personal cultivado de otra forma que el formado en los métodos expeditivos del comunismo de guerra. En el plano político, hubiera sido necesario una orientación democrática, que buscara una legitimación mayoritaria por la expresión electoral de un pluralismo soviético. En el plano internacional, hubiera sido necesario una política internacionalista que no subordinara, a través de la Komintern, los diferentes partidos comunistas y su política a los intereses del estado soviético. Estas opciones fueron, al menos parcialmente planteadas. No tomaron la forma de discusiones apacibles, sino de enfrentamientos sin piedad. Los vencidos de estas luchas no estaban equivocados. Pues, si bien se realiza con entusiasmo la contabilidad macabra de las revoluciones, se evalúa más difícilmente el coste de las revoluciones abortadas o aplastadas: la no-revolución alemana de 1918-1923 y la revolución española vencida de 1937 no pueden dejar de tener relación con la victoria del nazismo y los desastres de la segunda guerra mundial. Para establecer las responsabilidades reales, periodizar la historia alrededor de las grandes alternativas políticas, es este hilo el que hay que retomar y reexaminar. Hablar simplemente de revolución prematura remite al contrario a enunciar un juicio de tribunal histórico, en lugar de comprender la lógica interna del conflicto y de las políticas que en él se enfrentan. Pues las derrotas no son más pruebas de error que las victorias pruebas de verdad: “Si el éxito fuera reputado inocencia; si, corrompiendo hasta la posteridad, la cargara con sus cadenas; si, esclava futura, engendrada de un pasado esclavo, esta posteridad sobornada se convirtiera en la cómplice de cualquiera que hubiera triunfado, ¿dónde estaría el derecho, dónde estaría el precio de los sacrificios?. El bien y el mal no siendo ya más que relativos, toda moralidad se borraría de las acciones humanas” (Chateaubriand, Memorias de Ultratumba.) Si no hay juicio último en historia, importa que sea trazado paso a paso, ante cada gran opción, cada gran bifurcación, la pista de otra historia posible. Es lo que preserva la inteligibilidad del pasado y permite sacar de él lecciones para el futuro. Lo que, en diez días, conmovió el mundo, no podría ser borrado. La promesa de humanidad, de universalidad, de emancipación que se apareció en el fuego efímero del acontecimiento está "demasiado mezclada a los intereses de la humanidad" para que pueda olvidarse. Depositarios y responsables de una herencia amenazada por el conformismo, tenemos la tarea de suscitar las circunstancias en las que podrá ser "rememorado". Notas para los nombres mencionados (por orden de mención en el texto). Maïakovski : Poeta, cantor de la revolución. Emprende una crítica de la burocracia. Desesperado, se suicida en 1930. Adolf Joffé : Jugó durante la revolución un papel de primer plano al lado de Lenín. Representó al poder bolchevique en Berlín, y luego en Tokyo. Amigo de Trotsky, fue detenido y deportado, se suicidó en 1927, dejando una carta de adiós a Trotsky. Kurt Tucholsky : Escritor alemán, que critica violentamente el nacionalismo y el militarismo. Sus libros son quemados por los nazis, que le privan de su nacionalidad. Refugiado en Suecia, se suicida en 1935. Walter Benjamin : Escritor y filósofo de primera línea. Huyendo de la barbarie nazi, quiere abandonar Francia para refugiarse en los Estados Unidos, bloqueado en la frontera española, se suicida el 26 de septiembre de 1940. Sukarno : General que toma el poder en Indonesia mediante un golpe de estado, en 1965, y emprende una eliminación sangrienta de los comunistas (varios centenares de miles de muertos). Será él mismo apartado del poder por el general Suharto, su ministro de la guerra en 1967. Rosmer : Colaborador de la Vie ouvrière y responsable del PC. Ligado a Trotsky a partir de 1915, fue excluído del PC en 1924. Colaborará en Révolution proletarienne, luego en La Verité. Eastman : Eminente intelectual americano. Se liga a Trotsky, en 1922 en Moscú. Souvarine : Uno de los animadores del Comité de la III Internacional, delegado del PC en la IC. En 1924 toma posición en favor de Trotsky y es excluído del PC. Autor de una gran obra crítica sobre Stalin. Panait Istrati : Escritor rumano. Tras un viaje a la URSS en 1929, escribe una viva crítica del régimen (Vers l ´autre flamme). Zamiatine : novelista ruso, emigrado en 1931 con la autorización de Stalin. Boulgakov : escritor ruso, cuya obra no será publicada en su mayor parte más que tras la muerte de Stalin. Mandelstam : poeta ruso, detenido en 1933, deportado, exiliado, luego de nuevo deportado, muere en 1937 en un campo de tránsito. Anna Tsétaïeva: Escritora y poeta, se suicida en 1941 tras su vuelta a la URSS. Babel : Novelista, autor de Caballería roja; fue ejecutado en 1941. Será rehabilitado en 1954. Joseph de Maistre : Político y escritor. Emigra en 1793. Monárquico, escribe Consideraciones sobre Francia (1796) y Sobre el Papa (1819). Victor Serge : Militante revolucionario, miembro dela Oposición de Izquierdas. Escritor, autor de numerosos cuentos y novelas. Ante Ciliga : Miembro del CC del PC yugoeslavo y del Komintern. Va a la URSS en 1928 y se convierte en opositor de izquierdas. Detenido, deportado a Siberia, fue expulsado en 1936. Autor del libro En el país de la mentira desconcertante. John Dewey : Eminente pedagogo y filósofo americano. Participó en 1936 en el Comité americano para la defensa de Trotsky.