martes, 3 de mayo de 2011

Al Qaida nunca existió por Isabel Iriarte


La organización ha evolucionado desde un grupúsculo de militantes escogidos hasta unas directrices ideológicas bajo las que cualquier radical puede atentar
Fuente: ABC
¿Quién, antes del 11-S, había oído hablar de Osama Bin Laden? Apenas un puñado de académicos, periodistas y expertos antiterroristas. El reportero británico Robert Fisk, intrigado por su personalidad, le entrevistó en varias ocasiones, en Sudán y, posteriormente, durante su exilio en Afganistán. Y sin embargo, a finales de los 90, , tras los atentados contra las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania en 1998.
Dos años después, el ataque contra el portaaviones norteamericano USS. Cole en Yemen –en el que un suicida lanzó una lancha con explosivos contra el navío, y que acabó con la vida de diecisiete soldados- probó al mundo que aquel hombre iba en serio. En la boda de su hija, Osama Bin Laden leyó un clarificador poema: “Un portaaviones: incluso los valientes temen su potencia / inspira horror en el puerto y en alta mar / navega en las olas / flanqueado por la arrogancia, la soberbia y el falso poder / se mueve lentamente hacia su muerte / un pequeño bote le espera, mecido por las olas”. La organización de Bin Laden se veía a sí misma como un David contra el Goliat occidental.

Bases en Afganistán

“Lo más parecido a Al Qaida, tal y como se entiende popularmente, existió en Afganistán por un corto período de tiempo, entre 1996 y 2001, y cuyas bases estaban en Afganistán”, escribe el periodista especializado Jason Burke, autor de una de las mejores monografías sobre este grupo. El multimillonario saudí Osama Bin Laden, radicalizado tras su participación en la “yihad” afgana contra los rusos, decidió utilizar a los veteranos de aquella guerra en una empresa de más envergadura: tras la derrota soviética, ahora era el turno de hacer caer al coloso estadounidense.
Pero, como explica Burke, jamás hubo una organización terrorista con ese nombre: “al-qaida”, “la base”, era utilizado por los yihadistas que operaban en Afganistán para describir una táctica, una manera de operar. “Al Qaida”, la marca, fue de hecho creada por el FBI, tras interrogar a un militante sudanés de bajo rango que había desertado del entorno de Bin Laden tras robar algunos fondos del grupo. La falta de recursos, de traductores y expertos en terrorismo islamista –en aquella época, apenas era una prioridad para las autoridades estadounidenses- hizo el resto.
Tras el 11-S, la campaña militar en Afganistán lanzada por la Administración Bush logró destruir los centros de entrenamiento yihadista, y la respuesta policial en todo el mundo desbarató gran parte del entramado logístico y económico del grupo. Pero poco importaba: Al Qaida, la organización, podía haber sido derrotada, pero había nacido Al Qaida, la Idea.

Tres Al Qaidas

A partir de ese momento, hubo al menos tres Al Qaidas. Estaba el núcleo duro, la organización de militantes motivados que actuaba bajo las órdenes directas de Bin Laden y su lugarteniente, el egipcio Ayman Al-Zawahiri. Existían también terroristas independientes que planeaban sus propias operaciones y acudían a Bin Laden en busca de fondos y apoyo logístico. Los ataques contra las embajadas de Kenia y Tanzania, el USS Cole y el 11-S fueron obra del primer grupúsculo. Otros atentados, como los de Bali en 2002, pertenecen al segundo tipo.
Y en 2004, en un contexto de gran radicalización en el mundo musulmán debido a la guerra de Irak, Bin Laden lanzó su famoso discurso en el que hacía un llamamiento a “atacar a judíos y cruzados en todo el mundo”. Desde entonces, cualquiera podía cometer un atentado contra intereses occidentales y atribuirle un nuevo tanto a la yihad global. Para complicar las cosas, apareció una “cuarta Al Qaida”: aquellos grupos que, sin tener ningún tipo de vínculo con el grupo, decían actuar en su nombre para obtener notoriedad, o que eran así etiquetados por gobiernos interesados, como en el caso de la insurgencia musulmana en el sur de Tailandia.
“Al Qaida se ha convertido sobre todo en una idea, una organización visionaria, y de entrenamiento, y otros grupos sin experiencia previa se convierten sus extremidades”, explica a ABC el profesor Rohan Gunaratna, del Centro Internacional de Investigación en Terrorismo y Violencia Política de Singapur, y uno de los primeros estudiosos de este grupo. “Pero además ha aumentado su capacidad para influir en individuos de todo el mundo, y estos yihadistas, como en el caso de los atentados en Madrid o Casablanca, actúan ligados a Al Qaida ante todo de forma ideológica, no operativamente”, asegura.
De unos postulados eminentemente políticos –liberación de Palestina, salida de las tropas estadounidenses de Arabia Saudí- la organización fue potenciando progresivamente su componente religioso, a pesar de la insistencia de los doctores del islam en que se trata de un movimiento herético. De un llamamiento inicial a la unidad de la “umma” (la comunidad de creyentes musulmanes) pasó a considerar herejes a los chiíes. Comenzó a reivindicar Al Andalus como “territorio a recuperar para el Islam”. Intensificó los ataques contra cristianos en lugares como Irak, Pakistán o Egipto.
Pero algunos expertos, como Jean-Pierre Filiu, insisten en que la propia violencia de la organización supondrá su fin, un fin que está cercano, puesto que la mayor parte del mundo islámico ha constatado con horror que Al Qaida mata, ante todo y sobre todo, a otros musulmanes. Su popularidad está bajo mínimos. La muerte de Osama Bin Laden, marca el principio de una nueva época para la organización. Queda por ver si Al Qaida, la idea, podrá sobrevivir sin el hombre que la creó.

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