jueves, 14 de abril de 2011

El republicanismo, de Lerroux a Azaña POR O C T A V IO R U IZ M A N J ÓN


Cualquier reflexión sobre el movimiento republicano español en el primer tercio del siglo xx, que es el periodo abordado en este trabajo, tiene
que partir de unas consideraciones generales sobre un fenómeno que no
puede ser abarcado solamente con el utillaje habitual en el estudio de
los partidos políticos. Nos encontramos, ciertamente, con un fenómeno
político pero las peculiares circunstancias de su evolución y su desarrollo, nos obligan, de entrada, a subrayar que el movimiento republicano
español surgido del fracaso del Sexenio democrático y de los años iniciales de la restauración fue, de acuerdo con el paradigma francés \ un
verdadero modelo político, contrapartida de la monarquía constitucional
existente, a la que pretendía sustituir. El republicanismo español de
aquellos años no ponía sus esperanzas en la simple profundización de
los principios liberales, sino que aspiraba a la sustitución del completo
sistema político.
Un elemento esencial para la caracterización del republicanismo era
la completa identificación que establecía entre consolidación de la democracia y el establecimiento de una organización republicana del Estado. Se trataba de una identificación que, como ha señalado Castro
A l f í n^ hundía sus raíces en la experiencia revolucionaria francesa, que
proporcionaba a los republicanos españoles de finales del siglo xix la
casi totalidad de las referencias teóricas y culturales que necesitaban. El
republicanismo consistía, por una parte, en un sistema de referencias
' Serge BERSTEIN y Odile RUDELL (dirs.), Le modele républicain, PUF, París, 1992, pág. 7.
2 Demetrio CASTRO, «Orígenes y primeras etapas del republicanismo en España», en El republicanismo en España (1830-1977). Alianza, Madrid, 1994, pág. 36.
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históricas que le llevaba a considerarse heredero de la revolución y, por
otra, un sistema de referencias filosóficas en el que la opción republicana aparecía como expresión del triunfo de la razón o la victoria de la
ciencia sobre las tinieblas, que estarían representadas por el fanatismo
religioso ^
La identificación entre república y democracia tenía, como corolario
natural, la institución del sufragio universal, que parecía el paso imprescindible para el establecimiento del régimen republicano. En la teoría republicana, afirmará Raymond H u a r d\ república y sufragio universal son
dos nociones íntimamente ligadas. La república, en tanto que poder democrático, debe tener por origen el sufragio universal.
Por lo demás, tanto la experiencia francesa como la española han
atravesado situaciones en las que la república, pese a sus bondades te-
óricas, ha parecido incapaz de superar problemas surgidos en el ejercicio del poder ejecutivo, hasta el punto de experimentar un cierto descrédito y llegar a aparecer como un régimen imposible *. Es, desde
luego, lo que ocurrió en España en los años posteriores al Sexenio democrático y aún en los finales del siglo xix.
Todas estas consideraciones, aunque expuestas en términos muy
elementales, no resultan superfluas cuando se trata de integrar al republicanismo en el contexto de las izquierdas españolas en el siglo xx,
porque entendemos que nos encontramos, además de con una familia
política claramente caracterizada, con una verdadera oferta de una cultura política diferente, la expresión de una sociedad alternativa que facilitaba los ámbitos desde los que criticar el mundo de la restauración
canovista. Desde esta perspectiva —y superando decididamente la estrecha óptica de los estudios de partidos políticos— el republicanismo
se ha ganado el interés de la historiografía más reciente que ha visto al
movimiento como una izquierda extrasistema con una indudable capacidad de sugerir un programa de reforma social y, lo que es más importante, de movilizar a sectores de las clases trabajadoras que no encontraban en el sistema de la restauración oíros canales para defender sus
aspiraciones.
' Cfr. Serge BERSTEIN, Démocraties. régimes autoritaires st totalitarismes au XXe siécle. Pour
une histoire pplitiqus compares du monde développée. Hachet te, París. 1992. págs. 2 3 - 2 4.
^ " L ' o r g a n i s a t i on du suffrage universal sous la Stíconde Républ ique», en Serge BERSTEIN y
Üdi le RuDELLE (dirs.), Le modele républicain. p á g. 7 1 .
' Frangois FURET, La Révolution. De Turgot á Julos Ferry. 1770-1870. Hachet te, París. 1988,
p á g. 383.
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EL REPUBLICANISMO EN EL CAMBIO DE SIGLO
Por lo demás, el movimiento republicano se encontraba, desde f inales de siglo, en una situación de agotamiento teórico que era un reflejo del agotamiento del programa liberal que venía experimentando la
sociedad finisecular europea. En un conocido texto de Ortega, que
tiene mucho de retórico por su mismo carácter programático, se hacía
un balance de la situación en un momento en el que las convulsiones
del fin de siglo podían ya mirarse con una cierta perspectiva: «La idea
liberal va muriendo. No hay ya idea republicana. ¿Qué queda? Cuando
los filósofos suprimen en la abstracción todas las cosas que son algo,
queda, únicamente, la nada. Así, en las ciudades de los hombres,
cuando no hay ninguna idea política, queda sólo la emoción conservadora. Una leal amargura ha de arrancarnos la confesión de que en la
España política sólo hay conservadores, que es como decir que no hay
nadie» ^
Con todo, la imagen del republicanismo de comienzos de siglo ha registrado una notable evolución en la historiografía de los últimos años,
desde la insistencia en la fragmentación y la inoperancia de los partidos
republicanos que aparece en los textos de Romero Maura ^, o en la temprana síntesis ofrecida por Carlos D a r d é^ hasta la reciente caracterización de Suárez Cortina, que presenta el republicanismo como un movimiento social rico en matices.
Es cierto, por lo demás, que los mismos contemporáneos acostumbraban a ver el republicanismo como un movimiento unitario y, en ese
sentido, no se dejaron influir por la imagen de fragmentación que se derivaba de la pluralidad de liderazgo. Había una percepción unitaria en
las bases que tenía como consecuencia una persistente demanda de
unidad que fue atendida por los líderes con una cierta periodicidad desde
la década de los noventa.
Se produjo, por otra parte, un indudable relevo generacional de los lí-
deres republicanos en torno a cambio de siglo, que fue eco del que también se produjo en otros sectores del espectro político, empezando por la
cabeza del Estado. La generación republicana de 1900, de la que habló
^ «La reforma l iberal», en Faro. Madr id. 23-2-1908.
' La Rosa de Fuego. Gr l jalbo, Barcelona. 1974.
" «Los partidos republicanos en la primera etapa de la Restauración, 1875-1890», J. M. JOVER
Z AMORA, El siglo XIX en España: doce estudios. Planeta, Barcelona, 1974.
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Alvaro de Albornoz^,no traía ninguna innovación teórica, ni renovación
programática, sino que representaba, básicamente, ía sustitución de los
protagonistas del primer experimento republicano por personajes procedentes del mundo de la enseñanza o del periodismo (Lerroux, Blasco Ibá-
ñez. Albornoz o Melquíades Álvarez) que tenían, en todo caso, una mayor
conciencia de la necesidad de conseguir una movilización política de los
posibles simpatizantes de la causa republicana.
Ese fue el ejemplo que proporcionó Lerroux en Barcelona con el
aliento de un movimiento populista que le permitió controlar la vida local
barcelonesa entre 1901 y 1914, con el único paréntesis de la Solidaridad Catalana. El lerrouxismo adoptaría la forma de un partido —el Radical— a partir de 1908 pero su implantación anterior en Barcelona
había demostrado que existía una posibilidad real de movilizar a las
clases populares, precisamente en un momento en el que la propaganda nacionalista demandaba también la unanimidad social. De ahí el
éxito de la interpretación de que el fenómeno lerrouxista había sido inducido desde Madrid para contrarrestar la expansión del nacionalismo
catalán.
Por lo demás, la persistente demanda de los republicanos en pro de
la unidad de acción experimentaría su última gran oportunidad a partir de
1903. El 25 de marzo de aquel año se reunió una asamblea que reclamaba la representación de más de cuatro mil republicanos, y de la que
nacería la Unión Republicana, encabezada por Salmerón, el único superviviente de los presidentes de la República de 1873.
Las elecciones generales dei mes siguiente parecieron premiar el esfuerzo porque los republicanos obtuvieron una honrosa representación
de treinta y seis diputados y, quizás más importante aún, el movimiento
republicano parecía presentarse ante la opinión pública con una renovada imagen en la medida que los republicanos abandonaban definitivamente la opción insurreccional y escogían la vía parlamentaria como instrumento de cambio político y modernización social.
La vía parlamentaria, sin embargo, apenas reportó beneficios al republicanismo porque la dirección de Salmerón no sirvió para amortiguar las tensiones entre las diversas fracciones del republicanismo que
comenzaron a ponerse de manifiesto con el pacto de la solidaridad ca-
^ El Partido Republicano. Las doctrinas republicanas en España y sus hombres. La revolución
del 68 y la República del 73. Los republicanos después de la Restauración. La crisis del republicanismo. Biblioteca Nueva, Madrid, S.A.
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talana. De ahí surgiría un lerrouxismo mucho más belicoso y, sobre
todo, el convencimiento de la inoperancia de Salmerón como líder en
un momento en el que cundían los intentos de renovación del escenario político. «Estamos —escribía Ortega a Unamuno a mediados de
marzo de 1908^°— en momentos precisos para resucitar el liberalismo
y, ya que los del oficio no lo hacen, vamos a tener que echarnos nosotros, ideólogos, a la calle. No hay más remedio: es un deber. Hay
que formar el partido de la cultura. Dígame qué piensa. ¿Y si empezá-
ramos por Barcelona? ¿Sería útil como trait-d'union con el Parlamento
Melquíades Álvarez? Ya sabe que pensamos lo mismo acerca de esta
pobre criatura: sin embargo insisto ¿sería útil?». La sugerencia de Ortega no cuajaría en aquellos momentos pero no resulta extraño que,
cuatro años más tarde, el mismo Melquíades pusiese los cimientos de
lo que era sin duda una forma nueva de proponer el republicanismo: el
partido reformista.
De momento, las tensiones en el seno del republicanismo desembocarían en la creación del Partido Republicano Radical de Lerroux (1908)
y en el fortalecimiento de un republicanismo que casi podríamos llamar
gubernamental y que ponía todas sus energías en la afirmación de la
democracia, convencidos de que la república terminaría por imponerse si
se demostraba la incompatibilidad del monarca con las instituciones democráticas ^^ Ese tipo de republicanismo operó, a partir de 1909, a través de la Conjunción Republicano-socialista que, a través de una significativa representación parlamentaria, trató de afirmar los principios de un
régimen laico y sensible a las reformas sociales.
LA ATRACCIÓN DE LOS INTELECTUALES
Con todo, un aspecto muy significativo del movimiento republicano durante este período es el atractivo que, hasta los comienzos de la Primera
Guerra Mundial, ejerció sobre los intelectuales que buscaban la regeneración del sistema político.
El papel pionero correspondió, como en tantos otros aspectos, a Joaquín Costa que sugirió la vía republicana como recurso sustitutorio a su
'° Car ta de 17-3-1908, recogida en Epistolario completo Ortega-Unamuno. El Arquero, Mad r i d. 1989, p á g. 7 7.
" Ma n u el S U Á R EZ C O H T I N A, «La q u i e b ra del r e p u b l i c a n i smo h i s t ó r i c o, 1 8 9 8 - 1 9 3 1 », en N,
TowNSON (ed.), El republicanismo en España (1830-1977). Al ianza, 1994, p á g. 149.
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propuesta de movilización de los intelectuales. «Si los intelectuales independientes perseveran en su pasividad —escribiría en 1901 ^^— será
fuerza ecliar mano de la última reserva, la de los republicanos, con todos
los peligros inherentes al planteamiento del problema constitucional en
circunstancias tan críticas [...] como las presentes».
La sugerencia encerraba todo un programa de acción porque, durante la campaña electoral de 1903, el Costa republicano confesaba paladinamente cuales eran sus intenciones dentro del movimiento. «Nosotros
no venimos aquí en busca de la república por la república precisamente
—afirmaría en el mitin del Frontón Central de Madrid—, venimos principalmente en busca de hombres» '^. La experiencia republicana, en todo
caso, sólo constituyó un eslabón más en la cadena de desilusiones que
traza la línea de su personalismo político, abocado, en última instancia,
al enfrentamiento con la otra individualidad que venía marcada por su
peculiar situación constitucional: el rey. «Francia —afirmará unos años
después, con una ironía vecina del sarcasmo—, al día siguiente de
Sedán, tuvo el buen sentido de enviar a paseo a Napoleón e instaurar en
lugar suyo el régimen republicano; al paso que nosotros, ...al día siguiente de nuestros sedanes, dejamos que nos enviase a paseo a nosotros un Napoleón de doce años» ^^.
Cosía se alejaría, después de estas decepciones, del escenario polí-
tico nacional pero sus campañas no cayeron en un absoluto vacío. Al
iniciar las suyas, Ortega recordaba que, en los tiempos anteriores a su
irrupción en el ámbito público, «sólo una voz sonora se ha oído que sonaba por la parte de Aragón, la del señor Costa, dando al aire muerto
bramidos, como un búfalo viejo desde el fangal de un barranco» ^^ Y,
muchos años más tarde, Fernando de los Ríos haría un reconocimientos
en el mismo sentido, a la vez que subrayaba la estirpe institucionista del
pensamiento costiano: «Tuvo un discípulo don Francisco Giner, uno
entre muchos, que en el año 98 y al comienzo del siglo xx conmovió el
alma española: don Joaquín Costa. Su acento era enteramente el acento de un profeta. Aguardábamos en toda España, con una emoción ex-
'^ J. C O S T A, Oligarquía y caciquismo como la forma actual del gobierno en España: urgencia
y modelo de cambiarla. Fortaneí. Madr id, 1 9 0 1, p á g. 50. El texto d e s a p a r e c e rá en la edición def initiva de 1902.
" J. COS T A, Obras completas, Tomo 8: " P o l í t i ca q u i r ú r g i c a », Bibl ioteca Económica Costa,
Ma d r i d, 1914, p á g. 4 4.
'" Discurso del 13-2-1906 en Z a r a g o z a. En J. COS T A, Obras completas. Jomo 8: «Política
q u i r ú r g i c a », Biblioteca Económica Co s t a, Ma d r i d, 1914. p á g. 4 4.
'^ J. ORT EGA Y GA S S E T, «La reforma l iberal», en Faro. Madr id (23-2-1908).
38 El republicanismo, de Lerroux a Azaña
traordinaria, las cartas que él dirigía a la nación. ...no había un solo partido que, queriendo atraerse las simpatías de la nación, no recurriese al
programa de Costa» ^^
La muerte de Costa, el 6 de febrero de 1911, no haría sino acentuar
ese reconocimiento ya que, con él, desaparecía una figura clave del
mundo intelectual del momento, empeñada en señalar los caminos de
la regeneración de España. «Apenas si he escrito una página alguna
vez —escribiría Ortega unos días más tarde ^^— en que no apareciera el
nombre de Costa como fondo resonante y ennoblecedor que yo buscara
para la silueta de mis pensamientos, en realidad como epónimo y genealogía de estos mismos pensamientos».
LA PRIMAVERA REPUBLICANA DE 1910
Pero sería la experiencia de la semana trágica barcelonesa la que marcaría un reverdecimiento de las expectativas republicanas, del que participaron intelectuales madrileños como Ortega, Maeztu, Ramón Pérez de
Ayala e incluso Baroja. En el fenómeno jugó un notable papel Lerroux,
que, tras recuperar la condición de parlamentario en competencia con los
solidarios catalanes, parecía dispuesto a desembarcar en Madrid y, a finales de 1909, anunció que el programa de su Partido Radical estaba pendiente de que se reuniese un congreso de orientación de todos los intelectuales republicanos.
Ortega asistiría, al año siguiente, a la conmemoración de la primera
república y, pocos días más tarde, el 14 de febrero, participó, junto con
Julio N/lilego, Pérez de Ayala, Rafael Salillas, Pablo Iglesias, y Hermenegildo Giner de los Ríos, en un mitin de la Conjunción Republicano-socialista en el teatro Barbieri, que sería satirizado por Pérez de Ayala en Troteras y danzaderas. Y, a finales del mismo mes, tomaría parte en un
banquete republicano '^.
La razón de esta aproximación al republicanismo derivaba, una vez más,
del convencimiento de que la Corona obstaculizaba las posibilidades de un
'^ 28-12-1926, Conferencia sobre «El renacimiento intelectual español en 1900», en Escritos
sobre democacia y socialismo, Taurus, Madrid, 1974. pág. 324.
' ' «La herecía viva de Costa», en Ei Imparcial. 20-2-1911. Cfr. también R. de MAEZTU, «Debemos a Costa», en Heraldo de Madrid, 16-2-1911.
'" Pierre CONARD, «Ortega y Gasset. écris politiques (1910-1913)», en Melanges de ia Casa
de Velázquez. Madrid, 3 (1967). págs. 417-75.
39 OCTAVIO RUIZ MANJON
cambio político efectivo en España. «La monarquía —escribiría Ortega ^^—
imposibilita hoy en España la formación de un partido liberal nuevo y enérgico [...] La república para mí es una idea pedagógica: ¡hoy! después del
98. La nueva España que de aquella conmoción nació no tiene tejido entre
su estructura psicológica ningún hilo que directa o asociativamente pase
por palacio».
Eran los días en que Ortega publicaba su artículo «Lerroux o la eficacia», comentario a una intervención del caudillo radical. «La historia del
señor Lerroux —se leía en él ^°— es un manual de la perfecta eficacia»,
afirmaba, sin dejarse afectar por los recelos que dicha figura suscitaba.
«Bien —se me dirá—: ¡pero el señor Lerroux...! No sería preferible...
¡Preferible! ¡Preferibles serían tantas cosas!... Mas no es lícito preferir
los ángeles a los hombres, por la sencilla razón de que los ángeles no
votan en los comicios, y si votaran, lo harían probablemente en favor de
algún candidato presentado por esa piadosa defensa social. No me es
dado ejercitar mi preferencia sino entre un humilde liberalismo y un liberalismo agresivo».
Del republicanismo se apreciaba su capacidad de movilización 2\ en
la esperanza de que se convirtiera en el partido fiscalizador del sistema
o, mejor aún. en el tercer partido que sirviera para la renovación del
turno de partidos. Ninguna de las expectativas se concretaría y los intelectuales madrileños terminarían por tomar distancias con Lerroux. «Recuerdo que discutimos Ortega y yo —recordaría Baroja ^^— sobre las
condiciones políticas de Lerroux. Él creía que podría hacer mucho. Yo
creía que no haría nada, porque no tenía curiosidad por el país, ni un
poco de energía para hacer algo. Yo le conocía mejor que Ortega porque
le había visto más próximamente. Todo parece apuntar a que Ortega
terminó por darle la razón ya que, cuando pronunció su conferencia
"Vieja y nueva política" distanció a su grupo de cualquier veleidad de republicanismo: la mayor parte de los que hasta hora componen la Liga de
Educación Política no hemos sido nunca republicanos, o lo hemos sido,
como muchos compatriotas nuestros, pasajeramente, en una hora de
mal humor».
" Car ta de 14-7^1910 a Ma e z t u, q ue no l legar ía a enviarse. En A r c h i vo de la Fundación Ortega y Gasset (FOG), Madr id.
="0 En El Radical. Ma d r i d, 2 2 - 7 - 1 9 1 0.
'•" R. de M A E Z T U, «La táct ica l iberal. V », en Heraldo de Madrid. 9-6-1910.
^2 P. B AROJ A, Memorias. I, 1944, p á g. 2 0 0.
40 El republicanismo, de Lerroux a Azaña
LA ILUSIÓN REFORMISTA
Los acontecimientos políticos —el asesinato de Canalejas y el encargo de formar nuevo gobierno, que determinaría el apartamiento político de
Maura— provocaron, sin embargo, que el centro de atención política se
desplazase de nuevo hacia el monarca que, inspirado por Romanones,
recibió a mediados de enero de 1913, a significados representantes del
antidinastismo como eran Gumersindo de Azcárate, IVlanuel B. Cossío y,
con menor significación política, Santiago Ramón y Cajal. «En algunos
ambientes —he escrito en otra ocasión ^^— se llegó a pensar que el rey
intentaría facilitar un entendimiento con las izquierdas para la creación,
dentro del campo gubernamental, de un sector social-demócrata que sirviese como alternativa de gobierno. Algunos periódicos mantenían que
se iniciaban nuevos tiempos y se extendió la opinión, en algunos círculos
intelectuales, de que había un "ambiente Carlos 111". Y, sin embargo, resulta difícil encontrar pruebas concretas de los avances obtenidos en este
período de apelación a la Corona. "Romanones —ha señalado Fernández
Almagro a este respecto— había ganado a la institución real mayor nimbo
de popularidad que otro gobernante cualquiera —Canalejas, inclusive—,
sin gobernar más en izquierda que ellos. Porque lo cierto del caso era
que la Gaceta no soltaba prendas que afianzasen positivamente la presunta monarquía liberal"».
Ortega se contó entre los que concedieron una opción a la monarquía ^'^ y una persona bien intencionada, como era Fernando de los
Ríos, manifestaba su entusiasmo sin restricciones. «¡Qué alegría! porque de ahí saldrá o no una nueva política pero lo que no hay duda alguna es que tiene un valor de signo un valor representativo y que los
problemas de cultura —y no hay otra clase de problemas, porque eso
es redundancia— van cogiendo los ánimos. España sube, esto es indudable, no llevará un ritmo tan vivaz como apetece nuestro deseo pero
marcha deprisa» ^^.
Hacía unos meses, por otra parte, que había iniciado su trayectoria el
Partido Reformista que significaba un completo replanteamiento de lo
'^ «El remado de Alfonso XIII», en Historia de España. 11. Alfonso XIII y la segunda fíepú
blica (1902-1939). Planeta. Barcelona, 1991. pág. 66.
'-'' «Competencia», en El /mparcial. 8/9-2-1913. (En OC. t. 10, 1983, pág. 226).
'"* 20-1-1913. Carta de Fernando de los Ríos a Francisco Giner de los Ríos, en Arctiivo de la
Academia de la Historia, Fondo Giner de los Rios, Carpeta 18, Legajo 466.
41 OCTAVIO RUI2 MANJÓN
que, hasta entonces, había sido el republicanismo gubernamental^'^. Los
elementos innovadores derivaban de una profunda renovación doctrinal
que le acercaba al radicalismo francés en su idea de acometer desde el
estado las reformas necesarias y, por otra parte, traía ecos del new liberalism en su preocupación por la reforma social. «Nació el partido reformisma —escribiría Ortega ^^— a su vida actual como un afán de nuevos
usos políticos. Rompía de un lado el conjuro republicano, que ha hecho
ineficaces a tantos hombres puros de nuestra España; de otro lado, reunía en torno suyo gentes nuevas que habían hecho hasta entonces —
con no poco trabajo algunas— de su no incorporación a los dos partidos
gobernantes su formal actitud política. Para los que no somos aún viejos,
significaba esencialmente el primer partido a cuyo nacimiento asistíamos,
el primer partido "nuevo", el primer partido "otro"; es decir otro que el liberal y el conservador».
Sin embargo, a diferencia de esos países europeos en los que se buscaba un modelo, no había una clase social que sustentara los nuevos
planteamientos y, en consecuencia, no lograría una movilización ciudadana masiva que le habilitase como un partido capaz de llevar a la práctica
una posible transformación del sistema político.
Fernando de los Ríos, que podría representar el modelo de intelectual
abierto a un compromiso político de renovación, mostró frente al reform.ismo algunas reticencias que nos pueden parecer sintomáticas. Pese a
tratarse de una afirmación muy repetida ^^, De los Ríos nunca fue reformista, aunque sí estuvo presente en acontecimientos seminales del
nuevo partido, como lo fue el banquete del Hotel Palace, de octubre de
1913.
Vuelto a Granada, sus relaciones con los reformistas granadinos fueron patentes pero siempre puso por delante su no afiliación que, por lo
que sabemos respondía a motivos que no eran puramente tácticos. De
mediados de noviembre, de ese mismo 1913, era una carta en la que
preguntaba a Ortega si la Liga de Educación Política se había incorporado colectivamente al reformismo, frente al que presentaba sus recelos:
«Desde que nos separamos, el reformismo no ha hecho más que perder
pues ha concertado alianzas con los viejos partidos y ha ahondado los
^"^ Ma n u el S U Á R EZ C O R T I N A, «La q u i e b ra d el r e p u b l i c a n i s mo h i s t ó r i c o, 1 8 9 8 - 1 9 3 1 », en N.
TowNSON (ed.), El republicanismo en España (1830-1977). Al ianza, 1994, p á g. 1 5 1.
" José O R T E GA Y G A S S E T, «Un discurso de resignación», en España, n." 16 (14-5-1915).
^'^ Manuel T U Ñ ÓN DE L ARA, Medio siglo..., Tecnos, 1970, pág. 210. T amb i én en A. M. C A L E R O,
Historia del movimiento obrero en Granada (¡909-1923), Tecnos, Madr id, 1973, págs. 184-5.
42 El republicanismo, de Lerroux a Azaña
motivos de escepticismo que existían con respecto a él. ¡Si viera Ud. que
general es la impresión de que el intento del reformismo es vano en vista
de la actitud del rey no llamándole a consulta! Eso en provincias le perjudicó enormemente» 2^.
Las prevenciones no se mantuvieron inamovibles y, en marzo del siguiente, De los Ríos reconocía a Ortega que se interesaba mucho por el
reformismo^", e incluso participaría en un mitin de ese partido, pero sin incorporarse a él como habían hecho Zulueta o el propio Ortega. Eran, sin
embargo, los momentos finales de la expectación en torno al reformismo,
ya que la aceptación de la monarquía por parte de este partido asestó un
golpe de muerte a la Conjunción Republicano-Socialista, y frustró las esperanzas de cuantos habían visto en el reformismo el instrumento para la
regeneración del sistema. Ortega se separaría del partido en la primavera
de 1915, cuando Álvarez manifestó su disposición a colaborar con los liberales, y el reformismo dejaría de ser, paulatinamente, la esperanza de
sectores renovadores de la sociedad española —Jiménez-Landi ha subrayado la íntima relación que existió entre el reformismo y los hombres de la
Institución Libre de Enseñanza ^^— para caer en la órbita del liberalismo
dinástico. De todos modos, nunca desaparecería del todo esa esperanza y
es notorio que algunos historiadores han visto, en la incorporación del reformismo al gobierno, una oportunidad que sería abortada por la Dictadura de Primo de Rivera.
La historia de las restantes fuerzas republicanas, en los años que van
desde el final de la gran guerra hasta la implantación de la Dictadura en
1923 responde a unas pautas mucho más tradicionales en la práctica política de las izquierdas españolas. Fue habitual en aquellos años la sucesión de esfuerzos de concertación de las fuerzas políticas ajenas al sistema —desde el socialismo a las diferentes gamas del republicanismo—
que operaban con el objetivo de las convocatorias electorales, sin que las
condiciones del ejercicio del voto permitieran albergar la más mínima esperanza de un cambio político en profundidad.
Desde comienzos de los años veinte el republicanismo histórico podía
considerarse agotado y el establecimiento del régimen dictatorial, aparte
de forzar el mutis político de esas facciones republicanas, provocó un pro-
^^ Carta a Ortega, de 19 de noviembre de 1913, en Archivo de la Fundación Ortega (FOG).
^° Carta de 2 de marzo de 1914, en FOG.
^' La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, iVIÍnlsterio de Educación y Cultura, Universidad Complutense, Universidad de Barcelona, y Universidad de Castilla-La Mancha, Madrid,
1996, IV, Periodo de expansión influyente, p. 56.
43 OCTAVIO RUIZ MANJÓN
fundo realineamiento de sus efectivos y una profundización en las demandas que habían quedado aplastadas por el régimen dictatorial.
Como en tantas otras ocasiones, las dificultades para la libertad de expresión contribuyeron a la radicalización de las críticas políticas y, en fecha
tan temprana como mayo de 1924, aparecerá el folleto Apelación a la república, en el que la autoría de Azaña se complementa con la participación
de otros personajes, que coincidían en el afán de dar una respuesta netamente democrática a la situación, incompatible ya con la monarquía ^^.
Azaña era un antiguo reformista que, aunque coetáneo de Ortega, se había
mantenido al margen de las iniciativas inspiradas por éste, a la vez que
desarrollaba una carrera literaria y funcionarial que le había proporcionado
solvencia material e independencia de criterio político.
De la Apelación a la república surgiría, en 1926, la Alianza Republicana en donde se empiezan a perfilar las fuerzas protagonistas de lo que
sería la segunda república. Para entonces, el republicanismo habrá recorrido una larga trayectoria que le había llevado desde un carácter político
casi testimonial, inspirado en el modelo ilustrado de la revolución francesa,
hasta la implantación de un régimen político con un fuerte respaldo social, tal como se demostraría en las sucesivas consultas electorales que se
produjeron a lo largo de los años treinta.
Santos JUL I A, Manuel Azaña. una biografía política. Al ianza, Madr id, 1990, p á g. 32,

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