viernes, 17 de diciembre de 2010

La exigencia revolucionaria de Castoriadis por Juan Manuel Vera


El libro La exigencia revolucionaria reúne una colección de ensayos que fueron publicados, junto a otros textos no incluidos en esta edición, en el año 1979, en la recopilación Le contenu du socialisme (Éditions 10/18). Dichos ensayos, convenientemente contextualizados, son muy interesantes para conocer al Castoriadis de los años setenta, época esencial en la transición de un pensamiento que le habría de llevar desde La institución imaginaria de la sociedad hasta la multiformidad de Les carrefours du laberynthe, cuyos seis volúmenes publicados constituyen un enorme monumento intelectual del pensamiento crítico. Una de las principales virtudes de la obra ahora editada es cubrir un hueco en la bibliográfica española sobre la obra de Castoriadis. Un hueco entre muchos, pues aún tenemos pendientes obras tan importantes como El mundo fragmentado, Hecho y por hacer o Sobre La Política de Platón; por no mencionar la circunstancia del carácter incompleto de la edición publicada por Gedisa de Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto.
Hay que destacar el creciente interés por la obra de Castoriadis. Una de las más notorias manifestaciones de ello hasta el momento ha sido el coloquio organizado en el pasado año 2000 en la Universidad de Columbia (Nueva York), con diez mesas redondas, más de cincuenta ponentes, y la presencia entre ellos, ante un público muy numeroso, de intelectuales tan prestigiosos como Agnes Héller, Edgar Morin, Ernesto Laclau, Paul Ricoeur, Francisco Varela, Giulio Massetone o Edward Said. La publicación en 1999 en Francia de Sur “Le Politique” de Platon y la anunciada edición futura de diversos volúmenes sobre otros seminarios, asegura que el pensamiento de Castoriadis va a seguir proporcionando impulsos intelectuales insustituibles en los próximos años.
Antes de los ensayos incluidos en el libro que reseñamos, Castoriadis ya había publicado La institución imaginaria de la sociedad (1975), donde efectúa un análisis crítico profundo y corrosivo del papel conservador en que se había anclado la interpretación del pensamiento de Marx y el marxismo como escuela intelectual. Para seguir siendo revolucionarios había que romper con el marxismo establecido, es decir con la ilusión de un determinismo histórico. Y también había que desechar la fe en un actor esclarecido de la historia (el proletariado) y en un dramaturgo privilegiado (la vanguardia revolucionaria). Pero a su labor crítica (deconstructiva si se quiere), Castoriadis había añadido una aportación fundamental a través del concepto de imaginario social. Después de esa obra era esencial la reflexión sobre qué significaba ser revolucionario cuando los mitos del determinismo histórico habían sido destruidos, destrucción en la cual la obra de Castoriadis es un hito fundamental.
Para Corneille es esencial que se comprenda que la aparición del movimiento obrero es el acontecimiento que precede y explica histórica y lógicamente al marxismo. El encantamiento por esa gran creación histórica, el movimiento obrero del siglo XIX, inspira lo mejor del pensamiento de Marx, en el que, sin embargo, también está presente la dimensión racionalista, cientifista y determinista que, en opinión de Castoriadis, le invalida finalmente como referencia actual para una reconstrucción del pensamiento revolucionario. Cualquier idea mítica sobre el papel de la expropiación del capital es una perspectiva anticapitalista mutilada, que sólo tiene sentido desde una concepción de la producción como el espacio humano por excelencia, lo cual sólo es una racionalización del sentido capitalista-burgués del mundo y de la existencia humana. En este sentido, es contundente al considerar que el marxismo, en esas interpretaciones, ha sido una vía de re-introducción en el movimiento obrero de las significaciones imaginarias centrales del capitalismo.
De los textos incorporados al libro reseñado, cabe destacar por su fuerza emocional La fuente húngara (1976): un texto muy interesante por iluminar la importancia de la revolución húngara antitotalitaria de 1956 y su principal lección, la tendencia a la pulverización de los estados burocráticos comunistas en cuanto se enfrentaban a un levantamiento popular. Podríamos afirmar que este artículo anticipó claramente la asombrosa experiencia que los acontecimientos de 1989, a pesar de sus limitaciones, confirmarían. Los todopoderosos estados totalitarios tenderían a desmoronarse como terrones de azúcar ante la corriente de una población que los detestaba y temía, en cuento ésta perdiera el miedo y diera rienda suelta a su odio a las dictaduras totalitarias. La revolución húngara de 1956 es una de esas grandiosas experiencias humanas que ilustran el papel de las revoluciones como momentos humanos excepcionales que ponen de manifiesto tanto lo inaceptable de toda opresión como el deseo de una sociedad mejor.
El texto Transformación cultural y creación cultural (1977) anticipa el pesimismo con que Castoriadis contemplará la evolución de la sociedad occidental hacia el conformismo y la insignificancia. “¿Puede haber creación de obras en una sociedad que no cree en nada?”. Esa pregunta es esencial para entender el abismo humano al que desde el punto de vista cultural y creativo conduce potencialmente el capitalismo actual, incapaz de promover estructuras sociales de sentido. Lo único que puede permitirnos una cierta esperanza es la vitalidad aún subsistente que, aunque sea de forma espasmódica y asistemática, siguen ofreciendo nuestras sociedades occidentales.
La idea de autogestión implica que la aspiración libertaria no puede ser otra que la gestión por los afectados de los asuntos que les afecta. Lo demás es humo y justificación de las jerarquías y diferencias sociales. En la Conversación con militantes del Partido Socialista Unificado (1974) Castoriadis insiste en que la perspectiva vertical y las creencias burocráticas son esencialmente contrarias a las ideas de igualdad y autonomía. En todos esos textos está presente que, en el pensamiento de su autor, la autogestión se está convirtiendo en autoorganización, es decir, en autoinstitución explícita de la sociedad, en debate sobre la democracia.
En Autogestión y jerarquía (1978), ensayo incluido en el libro, Castoriadis plantea la incompatibilidad existente entre la autogestión y la existencia de jerarquías y de escalas de remuneraciones. Desde una opinión radical-pragmática destacaría la importancia del debate pero, también, la insuficiencia del planteamiento meramente sustantivista que ese texto incorpora para una reflexión sobre la democratización y autodesenvolvimiento de las organizaciones microsociales. Dicho texto expresa algunas de las limitaciones y antinomias propias de una perspectiva donde la autogestión tuviera el protagonismo político exclusivo. La autogestión es una atalaya intelectual insuficiente para el desarrollo de la idea radical de una sociedad autónoma, aunque siga siendo un componente importante de todo proyecto de emancipación humana.
El texto más importante de la obra ahora publicada es, indudablemente, el titulado “Socialismo y sociedad autónoma” (1979) donde se muestra una reflexión trascendental que lleva a poner la democracia en el centro de todo análisis. “La transformación de la sociedad, la instauración de una sociedad autónoma, implica un proceso de mutación antropológica que con toda evidencia, no podía y no puede completarse ni únicamente ni centralmente en el proceso de producción” (p.47). La importancia de este ensayo lastra, quizás injustamente, de alguna manera el conjunto de la obra editada, pues los textos anteriores en el tiempo no incluyen, a pesar de su interés, la riqueza de reflexiones de este ensayo. En él se plantea la sustitución del término sociedad socialista por el de sociedad autónoma. Es una expresión simbólica de una transición intelectual hacia una ruptura completa con la mitología determinista y la evolución de su pensamiento hacia una radicalización democrática y libertaria que, sin embargo, permanece plenamente en el ámbito de las ideas socialistas originarias del movimiento obrero y democrático-radical de los dos últimos siglos.
“Una sociedad justa no es una sociedad que adopta, definitivamente, leyes justas. Una sociedad justa es una sociedad donde la cuestión de la justicia se mantiene abierta constantemente...” (p.50). Del mismo modo, la dictadura es su opuesto, es la abolición de todo límite a la arbitrariedad del poder, abriendo la posibilidad de concebir (falsamente) un cierre definitivo de las preguntas sobre la sociedad. También, una sociedad libre es una sociedad en la cual el poder es ejercido de modo efectivo por la colectividad, por una colectividad donde todos participan efectivamente en su ejercicio (p.27). Horizonte inexcusable de toda verdadera lucha política es ampliar, en esa dirección, los ámbitos de participación ciudadana y ejercicio ciudadano del poder.
Otras ideas importantes. La distancia entre la institución y el individuo es la fuente de la democracia y de la libertad. Esa distancia es necesaria para concebir la necesidad de cambiar, de modificar la ley y sus expresiones. Es esencial la idea de que “podemos cambiar y juzgar la regla únicamente si no somos la regla, si el distanciamiento subsiste, si se mantiene una cierta exterioridad, si la ley queda situada enfrente de nosotros. Tal es la condición que nos permite ponerla en duda, poder pensar de otro modo” (p.51). Así, indica a continuación, abolir la heteronomia no significa abolir la diferencia entre la sociedad instituyente y la instituida sino el avasallamiento de la primera por la segunda (p.51). Del mismo modo, la igualdad ante el poder, subrayada también en el diálogo La exigencia revolucionaria, que da título al libro, no es la supresión del poder.
Para Castoriadis los derechos individuales no deben ser nunca entendidos como derechos formales, como ha hecho la izquierda de raíces leninistas, ya que lo que realmente han sido es parciales, limitados e inacabados. El horizonte de unos individuos autónomos o libertarios sólo es comprensible en el ámbito de una sociedad autónoma o, en otras palabras, una democracia libertaria. Un proyecto que concierne, según Castoriadis, a la casi totalidad de la población y que expresa la actualidad de la lucha por la libertad y la igualdad como auténticos horizontes humanos frente a la incapacidad congénita del capitalismo para permitir la construcción de una sociedad de la que, a pesar de sus inevitables defectos, pudiéramos estar orgullosos.

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