martes, 14 de diciembre de 2010

Globalización y posmodernidad: Encrucijada para las Políticas Sociales del nuevo milenio.


http://www.ubiobio.cl/cps/ponencia/doc/p12.1.htm
Introducción
En este trabajo trataremos de sincronizar los ejercicios de mirar lejos y mirar cerca, es decir, que intentaremos crear un escenario que sea capaz de representar la complejidad de los conceptos de globalización y posmodernidad a partir del abordaje de distintas disciplinas. Estas "incursiones" responden a exploraciones que parten de pautas, métodos, postulados de base, axiomas, exigencias epistémicas propias, que tienen como objetivo promover la deliberación. Entendemos que los principales conceptos aquí utilizados se inscriben en un contexto, el mundo de hoy, de significados dispares. Éstos todavía están expuestos a las mutaciones temporales y espaciales que hacen difícil el tratamiento del texto, porque el "rizoma" de significados que produce está más allá de nuestro control. Las relaciones conceptuales que vamos a establecer son, en gran medida, contradictorias y paradójicas; pero haremos un esfuerzo para dar un sentido a esta maraña de definiciones. Si no fuera así, ¿dónde podríamos inscribir el crucial tema de las políticas sociales?
Compartimos la posición de que el lenguaje nos permitirá insertarnos en la naturaleza multifacética de los conceptos, ya que el mismo crea ficciones y fricciones. Por una parte, se erige como un instrumento de las relaciones de poder, una forma de dominio que conlleva la potencia de estipular y acatar términos; pero por otra, contiene la virtualidad de transgredirlos, replantearlos, extenderlos y trastocarlos. En este sentido, el artículo pretende rescatar las construcciones de conceptos claves, tomando en cuenta las condiciones y significaciones de origen, para contrarrestar la "colonización mental" que se opera con la difusión de los mismos.
1.Globalización y posmodernidad (empezamos mirando lejos)
Los dos primeros términos que vamos a relacionar, aún siendo tarea ambiciosa y pirueta complicada, son posmodernidad y globalización. Nos parece importante partir de estos dos conceptos, que tratan de aprehender de una manera general la realidad presente que nos circunda, porque se han convertido en ideologías apropiadas a las nuevas formas de conservadurismo.
Al hablar de globalización es imprescindible acudir a diferentes visiones. Una está referida a su realidad, a su faceta como fenómeno concreto y entendible, que se manifiesta de distintas maneras o dimensiones: a) económica, como liberalización del tráfico de mercancías, bienes y servicios; b) técnico-productiva, que se traduce en la implantación de nuevas tecnologías e internacionalización de la producción; c) político-estratégica, que consolida la victoria del modelo democrático liberal; d) ideológica-cultural, de la mano de la universalización de determinados modelos de valor; etc. Cuando hablamos de entendible no queremos decir que la globalización sea un proceso de definición acabada: el avance vertiginoso de los acontecimientos no nos permite saber hacia dónde van todas estas transformaciones, aunque algunas se hayan instalado en nuestra cotidianidad. Hirsch, por ejemplo, cuestiona su carácter de factum proponiendo ésta como una tendencia, que puede ser reversible. El mismo relativismo globalizador lo asume Bendesky cuando critica la tesis del "mundo sin fronteras" o "fin de las geografías". Para otros la globalización o mundialización constituye un nuevo orden mundial, sin posibilidad regresiva.
Pero la visión de la globalización que más nos interesa resaltar, dado nuestro interés por los "juegos del lenguaje", es la relacionada con el término neoliberal, cercana al mundo de la manipulación con fines ideológicos. Así, este concepto aparece en el tejido de prácticas discursivas con otras significaciones. El neoliberalismo se revela como un programa político que, contando con la ayuda de una teoría económica, pretende legitimar su visión de la realidad. Ésta va ganando terreno, mientras inconscientemente va invistiendo sus estrategias con la apariencia de un orden natural. El neoliberalismo globalizador o la globalización neoliberal simula ser ley universal que responde naturalmente al devenir de los acontecimientos, o como dice Bourdieu tiene el poder de hacer advenir las realidades que pretende describir, según el principio de la profecía autocumplida. Paradójicamente, el neoliberalismo, en el que prima la lógica económica, se instala en la estrategia política de globalización como la nueva utopía.
Aunque la globalización se presenta como un término en boga, debemos recordar que el capitalismo siempre fue global; por ejemplo, estuvo relacionado en su origen con el colonialismo y en el siglo XIX con el imperialismo. Hirsch argumenta que la crisis del fordismo, en los setenta, llevó al capitalismo a buscar nuevas estrategias para su expansión. Éstas se traducen en la implantación de tecnologías y procesos de trabajo que prometen al capital una revolución tecnológica para la apertura de nuevos mercados y fuentes de ganancias; pero también en un desplazamiento del reparto social del ingreso a favor del capital, la desintegración del Estado social y la destrucción de los compromisos sociales que se basan en él.
La globalización, proclamada como un proceso idílico, seduce a la población mundial con la esperanza de beneficiarla respetando sus peculariedades y brindando nuevas posibilidades de información. Pretensión sin visos de realidad, ya que el acceso es limitado y las oportunidades no son equitativas. Por otra parte, el proceso de la globalización corre paralelo a distintos intentos y realizaciones de modelos de integración regional que también muestran grandes paradojas e incoherencias. Una ligada a la dialéctica entre proteccionismo y liberalización; otra al doble rasero por el que se mide la apertura de fronteras a los capitales, servicios y mercancías y su cierre a la libre circulación de personas. Además, estas integraciones, preponderantemente económicas, se presentan permeadas por discursos de fraternidad entre los pueblos, de inclusión, que no tiene su correlato empírico. El ámbito social queda excluido y regiones enteras marginadas.
Incursionando en otros conceptos que forman parte de la trama, la época plantea una posmodernidad donde impera lo fragmentario, lo efímero, lo discontinuo, el cambio caótico, el pluralismo, la coexistencia de un gran número de mundos posibles o más simplemente, espacios inconmensurables que se yuxtaponen o superponen entre sí. Ésta, si bien rescata la posibilidad de hacer oír otras voces largamente silenciadas, brindando nuevas oportunidades a minorías y marginados; también permite instalar como hegemónica la fuerza de las políticas conservadoras. Harvey plantea la dificultad en la posmodernidad de aspirar a una representación unificada del mundo, a una concepción que tome en cuenta su carácter de totalidad repleta de conexiones y diferenciaciones. Entonces, ¿cómo actuar de forma coherente en relación a éste?; si la representación y la acción son represivas e ilusorias, ¿ni siquiera deberíamos intentar comprometernos con un proyecto global? Afirmaciones como ésta, unida a la falta de creatividad y al predeterminismo de muchos discursos (imposiciones políticas, económicas, sociales y culturales), nos aboca inextricablemente a los dictámenes mesiánicos de la estrategia de la globalización y de la lógica neoliberal.
La ficción posmoderna, alejada de las grandes cuestiones epistemológicas, opera desechando las retóricas de verdad y progreso, desembocando en el relativismo absoluto. La no distinción entre el bien y el mal, ¿a qué nos lleva? Estilísticamente, en el mundo de las pasiones del hombre, puede resultar decorativo (Del cielo o del infierno, qué importa de dónde vengas, oh belleza..., dice Baudelaire en uno de los poemas de Las flores del mal), pero en el campo de relaciones políticas y sociales se hacen indispensables límites para establecer posiciones éticas. Los peligros de las preferencias estéticas sobre las éticas llevan las cosas demasiado lejos: establecen una política de adaptación desvergonzada al mercado que se introduce con firmeza por el camino de una cultura empresarial. La retórica del posmodernismo es peligrosa en la medida en que se niega a enfrentar las realidades de la economía política y las circunstancias del poder global.
La posmodernidad, al enunciar un tipo de sociedad donde existe un claro desgaste de la utopía, desechando los meta-relatos del siglo XX (como el marxismo, el socialismo, etc.), ayuda al neoliberalismo a encontrar un camino limpio y llano donde sembrar sus planteamientos. Éstos, inscritos en el vértigo de la globalización, producen, a partir de analogías de relaciones, un nuevo meta-relato. Pero el neoliberalismo, en su afán de abarcar todo tipo de sociedades, es todavía más metarrelato que el marxismo, ya que éste centraba su análisis exclusivamente en la sociedad capitalista.
2. La metamorfosis del Estado (mirando cerca)
Otra gran paradoja instalada en los discursos de la globalización es la que conjuga la interdependencia de un mundo cada vez más interrelacionado, donde los actores estatales ceden el paso a estructuras supranacionales, con la propia fortaleza del Estado. Lo cierto es que la globalización, desde el punto de vista económico, produjo el afianzamiento de instancias supranacionales que tuvieron como consecuencia una restricción del poder en los Estados, ya que éstas superan la autoridad nacional tomando decisiones que afectan la ciudadanía de cada país. Pero si bien se produce la restricción de los márgenes de maniobra económicos y políticos de los entes nacionales, es conveniente recordar que la propia fortaleza del Estado, desde el término de la Segunda Guerra Mundial, permitió que la globalización se fortaleciese.
Para teorizar sobre el Estado en el mundo de hoy, sin visos de exhaustividad, debemos plantear algunas cuestiones acerca de los nuevos roles que desempeña. Éste puede ser entendido como una relación política entre seres humanos que expresa situaciones de hegemonía, asume los intereses de las clases dominantes y refleja las capacidades que ellas poseen para imponerse al resto de la sociedad. Su legitimación formal suele estar vacía de contenido en el ámbito real ya que, a pesar de simular la voluntad general y vincular a sujetos en su carácter de miembros de una totalidad pública (bajo determinadas formas jurídicas, gubernativas y coercitivas que garantizan la vida en común), les deja marginados a la hora de participar en su configuración y toma de decisiones. Así el ciudadano se visualiza como un simple receptor (cree que las cosas están dadas, separadas de él) y ve al Estado como mero aparato, es decir, como la expresión del control y organización ubicado por encima de la "sociedad civil".
El Estado, constituido como entidad burocrática-reguladora y organización económica- productiva, garantiza las condiciones generales de la reproducción del capital en su conjunto. Pero, así mismo, es una dimensión en la que los conflictos, las luchas y las demandas sociales se escenifican, se condensan, se institucionalizan y se resuelven.
Recordemos que el fordismo como el posfordismo, entendido como la etapa que sucedió a aquel, son épocas y configuraciones históricas perfectamente diferenciadas dentro del desarrollo del capitalismo. El Estado fordista entró en crisis cuando parecía reconciliarse el incremento de capital con el reparto entre las masas. Una de las metas de la estrategia de la globalización consiste en romper el consenso de las clases sociales, considerado un impedimento para la acumulación capital. Pero, ¿podemos decir que en América Latina se configuró el Estado fordista?, ¿podemos hablar en términos generales de que los regímenes populistas que gobernaron en distintas décadas generaron un modelo de desarrollo nacional combinado con exigencias de carácter social? Quizás, más allá de hablar de la crisis de Estado de bienestar, hoy deberíamos centrar el debate en la imposición de un nuevo régimen fundamentado en la exclusión social.
Desde su formación y pese a su heterogeneidad, el Estado latinoamericano compartió problemas y características en los distintos periodos que atravesó (Estado liberal, populista, desarrollista, de seguridad nacional y neoliberal). En los últimos veinte años, según Petras y Morley, se encuentra sumergido en la reproducción de regímenes neoliberales que pueden clasificarse en tres grandes oleadas: la década de los ochenta, coincidiendo con la transición negociada de las dictaduras militares a los gobiernos civiles; la que empieza al final de la misma década y se extiende durante la primera mitad de los noventa; y una tercera que llegaría hasta la actualidad. Al analizarlas observan dos paradojas: la negación de los electores a repudiar tales regímenes en las elecciones y la actitud que adopta la oposición política una vez en el poder, ya que claudica de su postura crítica y profundiza la agenda neoliberal puesta en marcha por su predecesor. La utilización de un discurso populista frente al neoliberalismo, nada tiene que ver con las medidas que implementan después (reducción de salarios, incremento de precios en artículos esenciales y servicios sociales básicos). Esto constituye un impacto desorientador y sorpresivo para el electorado, enfrentándolos a paradojas en las prácticas y formaciones discursivas.
¿Qué cambios ha sufrido el Estado Latinoamericano en los últimos veinte años? La crisis producida por el pago de la deuda externa en los ochenta condujo a una serie de Políticas de Ajuste Estructural que acabaron con el Estado benefactor y contribuyeron al deterioro de la seguridad y asistencia social. Más allá de servir a estrategias económicas, éstas formaron parte de una estrategia política dirigida. El fracaso en las reformas de primera generación (liberalización financiera y comercial de los mercados nacionales e inserción en la economía globalizada), analizado por Sonia Fleury, consistió en que no creó las condiciones de desarrollo sostenible ni redujo la pobreza y la desigualdad. El crecimiento económico de los noventa, que fue insuficiente para recuperar lo perdido en los ochenta, no coincidió con una mejoría social. Además, en esa misma década queda patente que las Políticas de Ajuste Estructural no son un fenómeno pasajero, que el sacrificio social no es una condición temporal en el camino hacia la prosperidad a gran escala en el largo plazo; que lo que las clases medias inferiores y las clases trabajadoras están experimentando hoy en día es una espiral continua de declinación de los niveles de vida. En América Latina la gobernabilidad democrática no puede separarse de la búsqueda de soluciones para la inclusión social y la reducción de la desigualdad. Además, tiene que imbricarse en una dimensión de intercomunicación y re-conocimiento entre gobierno y sociedad civil. Para ello, el acento en la reforma institucional debe pasar antes por un cambio real en las relaciones de poder.
La revolución neoliberal, como afirman Bourdieu y Wacquant, escudándose en la modernización, piensa rehacer el mundo haciendo tabla rasa de conquistas sociales y económicas, producto de cien años de luchas sociales. Algunas de estas pérdidas se reflejan en la retirada económica del Estado, el refuerzo de sus componentes policiales-penales, la desregulación de los flujos financieros, la flexibilización del mercado del empleo y la reducción de las protecciones sociales. Pero convendría discernir en qué aspectos está condicionado el Estado por la política y economía mundial y en cuáles no. El Estado se escuda en el discurso de la "mundialización" para esquivar su responsabilidad tanto en el aumento de desigualdades como en el desmantelamiento de las políticas sociales, aunque hoy todavía sigue siendo el principal actor de políticas de desarrollo. Si todo quedase en manos de los condicionamientos externos del mundo "globalizado" no tendría sentido el debate sobre el desarrollo y las políticas para alcanzarlo, porque tanto la economía como la soberanía nacional se habrían perdido, siendo los agentes transnacionales, y no el Estado, los que estarían a cargo de la toma de decisiones.
El desengaño sobre lo público autoriza el abandono de toda responsabilidad que no sea en la esfera de lo privado, llevando aparejada a la vez, una conformidad pasiva y silenciosa con la realidad circundante. El laissez faire, instalado en una lógica que ubica al individuo en el centro del mundo, convierte en invisible el vínculo que lo une a la colectividad a la que pertenece. El mercado (lugar de ejercicio de intereses), aprovechando la desacreditación del Estado, gana terreno mientras se desmantelan las instituciones, los agentes del antiguo orden, los trabajadores sociales, las solidaridades ... Ilusiones de creer que el mercado puede jugar el papel del Estado. Por otra parte, al mismo tiempo que se reduce su dimensión social, se observa un crecimiento del Estado penal que se constata en el aumento casi generalizado de gasto para seguridad frente a la reducción o mantenimiento del gasto en educación, salud, investigación. La cárcel en su sentido real, pero también metafórico (círculos de pobreza, precarización del empleo, inseguridad social...) conduce al aislamiento y la exclusión. A la par se da una transferencia de la fuerza y la coerción, hasta hoy en manos del Estado, hacia sectores privados. Ya ni siquiera vale la idea de Max Weber según la cual el rasgo específico del Estado es el monopolio de la violencia física legítima.
3. Ciudadanos ¿incluidos o excluidos?
Las transformaciones producidas por el entramado de prácticas globalizadas / postmodernas en el Estado actual adquieren importancia creciente y nos permiten entender los profundos cambios en la vida individual - colectiva de las personas. Las consecuencias de las mismas afectan directamente los horizontes posibles de la democracia y su ejercicio. ¿Democracia?, ¿ciudadanía democrática?, ¿ democracia, igualdad y ciudadanía? Los juegos del lenguaje reaparecen, pero es importante ubicamos en una dimensión que permita a amplios sectores sociales incluirse en proyectos colectivos y constituirse como sujetos libres e iguales. Posibilidad que implica entender la ciudadanía como el desarrollo de la pluralidad de los sujetos.
El análisis de ciudadanía no puede abstraerse del escenario en el que está montada, democracias construidas sobre pilares de arena y, en las que cualquier movimiento, permite percibir sus enormes fallas: campañas electorales falsarias, crisis de representatividad, abismos entre la sociedad y los partidos políticos con intereses sectarios, cada vez más sometidos a los imperativos nacionales capitalistas e instalados en la lógica de la economía "globalizada". El poder político de los grupos económicos, organizados fuera del proceso electoral, hace que las decisiones tomadas por los consorcios multinacionales y el gobierno releguen a la sociedad a meros sujetos de consumo. O porque no decirlo, lo conviertan en un consumidor y/o espectador de la práctica política, donde el sujeto es hablado a partir de los objetos materiales y/o culturales que consume. La democracia se convierte en un espectáculo que excluye a determinados interlocutores porque, como expresa Robert Castel, "para ser ciudadanos hay que tener un mínimo de independencia y autonomía, no estar sometido a relaciones de clientelismo, de patronazgo¨. La función del Estado aquí ocupa un papel preponderante de cohesión social, ya que debe asegurar que el conjunto de sujetos, de grupos, estén unidos entre sí por relaciones de interdependencia.
El neoliberalismo impone lentamente, como parte de sus estrategias discursivas, la consigna: el que pueda pagar tendrá derechos y el que no tendrá que acostumbrarse y resignarse a la exclusión social. Inmersos en esta dimensión los ciudadanos se debaten entre mundos posibles, sin saber a ciencia cierta cual es la realidad. Aparecen los opuestos dicotómicos inclusión / exclusión, revelando también ilusiones del lenguaje, porque no traducen la heterogeneidad o multiplicidad de configuraciones que producen en cada uno de sus anclajes. Exclusión implica, no sólo la carencia de atributos fundamentales para la inserción en el mercado, la falta de acceso a ciertos bienes/servicios y la condición de vulnerabilidad que presentan ciertos grupos, sino también la negación de ciudadanía, en otras palabras ¨...carece del derecho a tener derecho ¨. Exclusión y desigualdad forman parte indisoluble de las constelaciones discursivas. Las mismas son parte de un "proceso histórico" a través del cual una cultura, por vía de un discurso de verdad, crea la interdicción y la rechaza¨. Paulatinamente se despoja a los individuos de su condición humana y se les impide su ejercicio ciudadano.
Pero por qué el ciudadano de hoy no puede tomar conciencia del lugar en el que se encuentra. En el marco de la vulnerabilidad actual, Robert Castel considera peligroso centrar el análisis de la cuestión social en el problema de la exclusión y, para comprender la dinámica de las transformaciones en curso, propone tener en cuenta la condición salarial en general. Explica que desde una concepción de fines del siglo XIX (Europa), que reducía el carácter individualizado de la relación de trabajo, se pasa al retorno a una tendencia a tratar nuevamente al trabajo como una mercancía. Se impone la idea de que la liberalización del mercado y la maximización de los beneficios deben pasar por la lucha contra los logros sociales. La precarización del empleo remplaza a la estabilidad como régimen dominante de la organización del trabajo y aparece como un círculo vicioso que instala al ciudadano en un espacio de incertidumbre por el mañana. El término flexibilización laboral aparece como un eufemismo, disimulando en muchos casos la precariedad.
En una época en la que se resignifica la noción de ciudadano, asumiendo éste un nuevo rol como consumidor de bienes y servicios, podríamos plantearnos si estamos frente a un individuo objeto o sujeto de las políticas sociales. ¿Qué deberían tener éstas para garantizar la construcción de ciudadanos incluidos?
4. Las Políticas Sociales en la actualidad ¿Responsabilidad de quién?
El mundo del nuevo milenio se caracteriza por la profundización de dos brechas instaladas en su seno: la que separa a los países desarrollados de los subdesarrollados y la que a la vez se instala en el interior de cada uno de los éstos entre personas acomodadas y excluidas. El deterioro en las políticas sociales, tras los procesos de ajuste, ha sido uno de los causantes de este hecho.
El nuevo discurso globalizador neoliberal ve en los sistema de protección social existentes y en la estructura del Estado los causantes de los problemas. Poco a poco, la ineficacia, a menudo fomentada desde los propios intereses de quienes abogan por reducir el Estado, lleva a gran parte de las poblaciones a apostar por los ámbitos privados. La lógica social da paso así a una lógica comercial que se sustenta en el mercado. La salud y la educación no quedan a salvo de esta quema y aparecen como nuevas candidatas a la privatización, aunque la voluntad para consumar este hecho esté soterrada en el discurso político. El fantasma de la improductividad planea sobre sus cabezas al considerarlas sólo desde el punto de vista del costo y no como servicio social universal. Al unísono, se retoman, en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) las negociaciones del Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (AGCS), que tiene como objetivo abrir a las multinacionales los sectores de la educación, la salud y el medio ambiente.
El aggiornamiento de las políticas sociales en los noventa, a partir de los denominados welfare mix (estado pluralista), paradigmas emergentes, etc. nos trasladó desde una concepción estatal monopólica de provisión de servicios sociales a una tríada: mercado, estado, sociedad civil, con funciones específicas. El nuevo enfoque destaca la constitución de actores y la generación de movimientos sociales para plantear una agenda social con nuevas prioridades basadas, no sólo en la minimización de los costos –eficiencia/eficacia-, sino también centradas sobre las preocupaciones humanas, la participación y un sentido de justicia. Si bien esto señala la búsqueda de soluciones más complejas con formas alternativas de pensar las políticas sociales, también constituye una transferencia de responsabilidades que son incumbencia del Estado, principal representante del bienestar común de la sociedad. Aquí también operan los condicionamientos de los organismos financiadores internacionales para los cuales las políticas sociales deben ser: descentralizadas, focalizadas y privatizadas. La focalización conlleva la idea de asistencia a individuos o grupos sociales que son vulnerables o carentes de determinadas condiciones para participar de un mercado, pero no reconoce ¨(...) que en el sistema social prevale la acción de fuerzas que provoca la exclusión (...)¨. Ello evidencia que con asistir a los afectados no basta, sino que es necesario vincular estas acciones con otro tipo de políticas.
No podemos creer que las políticas sociales conlleven, por sí solas, la solución la pobreza y logren la equidad. Como reza un informe de la Cepal, el desarrollo social no puede ser responsabilidad exclusiva de las éstas. Pero hecha esta objeción, no debemos ocultar el papel insustituible que siguen desempeñando las políticas sociales, ya que cumplen tres funciones fundamentales: la inversión en capital humano, de compensación social y de integración social. De todo lo dicho podemos concluir que, si bien se hacen necesarias nuevas formas de participación social, éstas deben integrarse como suma junto a la responsabilidad que el Estado ya tiene y no encauzarse a restarle parte de su responsabilidad en la búsqueda de una mayor equidad en la región, clave para el desarrollo.
En este apartado dejamos muchos interrogantes abiertos, conscientes de que son muchos los factores que influyen sobre el diseño de las políticas sociales: ¿En qué medida se ven condicionados los gobiernos de cada país por las nuevas corrientes internacionales a la hora de implementar éstas?, ¿cómo influyen los requerimientos de las políticas de integración regional (por ejemplo, restricciones en políticas tributarias y arancelarias)?, ¿cuáles son sus principales carencias en su puesta en práctica actual?
A modo de conclusión: Las posibilidades que brinda la globalización y la posmodernidad a la sociedad civil
Hasta aquí hemos centrado nuestra exposición en hacer hincapié en el uso del lenguaje como instrumento de las relaciones de poder. Rescatemos ahora otra dimensión, la que contiene la virtualidad de transgredir, replantear, extender y trastocar los términos; porque más allá de este análisis, la globalización también nos brinda la posibilidad de realizar actuaciones de carácter social y político que rescaten el componente ético y transciendan los límites de las fronteras regionales y estatales. Es cierto que hoy pueden identificarse fuentes de opresión, pero también múltiples focos de resistencia a la dominación. Respuestas que están presentes en el mundo posmoderno y que proceden de movimientos sociales, experimentos de desarrollo político y luchas locales y autónomas que "vuelven absolutamente ilegítimas todas las encarnaciones de los discursos dominantes".
Para hacer converger los intereses de la sociedad en su conjunto y dar sentido al término ciudadanía se torna necesario el fortalecimiento del sujeto popular y las organizaciones sociales. El desmantelamiento del Estado, entendido como la reducción de sus obligaciones frente al ciudadano, lleva a estos grupos a actuar al margen de él en la búsqueda de respuestas a sus demandas legítimas. Pero para que no queden convertidos en hechos aislados, es imprescindible que entre estos movimientos haya cierta aglutinación, coordinación o conjunción que desemboque en una redefinición del Estado que garantice el desarrollo social. Nueva construcción en la que el poder debe desconcentrarse y otorgarse mayor participación a la sociedad, lo que revestiría de sentido a los órganos gubernamentales representativos, hoy desvirtuados. Como así también daría cabida a un sujeto reformista y autónomo que haría valer su fragmentación como una forma de vehicular los distintos intereses de los grupos sociales.
Si como reza la posmodernidad, la esquizofrenia que produce la fragmentación crea inestabilidades que nos impiden proyectar estrategias de producción de un futuro radicalmente diferente; es necesario cancelar esta posibilidad y continuar con la búsqueda de alternativas que mejoren el mundo y la sociedad en la que convivimos. A lo largo de la historia, el reformismo y las revoluciones que trajeron consigo nuevas formas de lograr objetivos que mejoraron las condiciones de vida de los ciudadanos, necesitaron de apoyos y presiones sociales. Hoy, cuando parece ahogada toda experiencia revolucionaria, un reformismo capaz de hacer cambios radicales, puede convertirse en la nueva bandera que ondear frente a los nuevos mitos de la globalización neoliberal. Por otro lado, no es posible la transformación social sin una reconstrucción participativa, reflexiva y crítica de la práctica educativa y social. Si cara al siglo XXI no hay voluntad política de lograr un grado de desarrollo social equitativo, los ciudadanos tienen que forzar la reforma de las estructuras políticas.
La respuesta de distintas organizaciones no gubernamentales a las asambleas del Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial en Praga y Buenos Aires en septiembre de 2000, que sucede a la que ya se dio en Seattle, es una prueba más de que la globalización, tal como hoy se está construyendo, está al margen de la sociedad civil. Hoy, más que nunca, esa trata de dar la vuelta a la tortilla, de utilizar las armas de los poderes económicos y hacernos valedores de nuestra propia fuerza como miembros de una gran colectividad mundial.
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