martes, 4 de enero de 2011

EL MARXISMO Y LAS DESVENTURAS DE LA BONDAD EXTREMA por Mauricio Rojas


Cuadernos de Pensamiento Político nº 24, Octubre / Diciembre 2009
"Lo más perturbador del éxito del totalitarismo es el altruismo genuino de sus partidarios"
Hannah Arend
Muchas veces me han preguntado por qué dejé de ser marxista e igual cantidad de veces he dado respuestas bastante convencionales y evasivas, entendiendo que no todo se puede reducir a una cuantas frases y que la complejidad del asunto difícilmente se presta para ser tratada en el marco de una entrevista periodística o de una simple conversación. Ahora bien, la respuesta que he evitado dar es muy corta, pero requiere de una larga explicación: "me asusté de mí mismo".
EL MAL ABSOLUTO COMO CARICATURA DEL MARXISMO
Para las personas amantes de la libertad, así como para todos aquellos que algo saben de las desventuras del totalitarismo, no deja de ser chocante ver cómo se endiosa a una figura como la de Ernesto Guevara, tal como se pudo constatar a propósito de la conmemoración del cuarenta aniversario de su muerte. Ello muestra que hay una gran fuerza de atracción en su imagen de mártir moderno y encarnación del hombre más admirable que se pueda imaginar, aquel dispuesto a entregar generosamente la propia vida por una causa idealista.
Frente a esta idealización, que quiere elevar a Guevara a las alturas de un Mesías moderno, vemos un esfuerzo por parte de sectores liberales por crear una especie de anti-imagen del guerrillero argentino-cubano, donde se le reduce a aquella "efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar" de la que el mismo Guevara hablase en su famoso Mensaje a la Tricontinental de 1967. Se trata de crear la imagen de una especie de anticristo, del mal absoluto encarnado en un hombre, para contraponerla a la de este nuevo Cristo popular.
El problema que yo veo en este intento es que termina combatiendo una caricatura con otra caricatura, quedándose en una lucha de imágenes que puede convencer a los ya convencidos, pero cuyo efecto sobre quienes se sienten atraídos por una figura como la de Guevara es mínimo. Y lo mismo pasa con el marxismo en general.
La visión de Che Guevara como encarnación del mal absoluto coincide con la apreciación de muchos críticos del marxismo, que sugieren que la fuerza de atracción de esta doctrina reside en su capacidad de concitar una serie de sentimientos o rasgos negativos: envidia, destructividad, resentimiento, deseo de dominar a otros o de venganza, sadismo, etc. Por ello, serían personalidades caracterizadas por esos rasgos las que se sentirían atraídas por el marxismo, formando su núcleo activo. El marxismo sería así una ideología que concita los instintos más bajos o, simplemente, la maldad humana, para darle rienda suelta bajo la forma de un movimiento donde estas personalidades atávicas se refuerzan mutuamente.
No niego que haya una buena parte de todo esto en la fuerza de atracción tanto del marxismo como de otros movimientos políticos extremos, y que una parte de los elementos que se congregan en torno a esa ideología adolezcan de rasgos atávicos de personalidad. Aun así pienso que se trata de una forma de aproximarse a este tipo de fenómenos que es fundamentalmente errada, ya que si bien capta una parte de los mismos deja de ver lo que para mí es la verdadera fuerza motora que les da a las ideologías mesiánicas su tremenda capacidad de atraer a aquellos sin los cuáles estos movimientos no llegarían muy lejos, a saber, a los altruistas e idealistas o, para decirlo cortamente, a los buenos, a aquellos que se van a entregar a la causa de la revolución con la devoción de un santo, poniendo de una manera ejemplar todas sus fuerzas e inteligencia al servicio de "la causa", una causa que para ellos representa la bondad absoluta personificada. En fin, se trata de seres que están muy lejos de ser basuras humanas y que se hacen marxistas para hacer el bien pero que terminan -si tienen la oportunidad- haciendo un mal espantoso. Esta es para mí la paradoja que hay que explicar y hacerlo es más difícil que trabajar con la hipótesis simplona de la maldad tanto de las ideas marxistas como de quienes las propagan.
LAS DESVENTURAS DE LA BONDAD EXTREMA
El hecho de tratar de entender al marxismo desde esta perspectiva tiene una explicación tanto personal como intelectual. La personal es que he conocido demasiada gente buena, respetable, culta e inteligente que ha puesto su vida al servicio de las ideas marxistas como para ignorarlas o creer que son raras excepciones. La intelectual es que leyendo las obras claves del marxismo, particularmente de Marx, no veo en ellas un llamado a lo más bajo del ser humano sino, por el contrario, a lo más sublime.
Esta última constatación me llevó a una larga investigación, emprendida hace yamás de veinticinco años, sobre las fuentes del marxismo, entendiendo que su tremenda fuerza era inexplicable si su visión del mundo y sus propuestas no se hiciesen eco de vetas profundas de nuestra civilización cristiano-occidental. Esa investigación terminó siendo mi tesis doctoral, que bajo el título en latín de Renovatio Mundi defendí en 1986 en la llamada Casa del Rey de la hermosa ciudad universitaria de Lund, situada al sur de Suecia.
Mis conclusiones fueron que el marxismo es una especie de secularización modernizada del pensamiento mesiánico que atraviesa, creando grandes tensiones y conflictos, muchas veces sangrientos, toda la historia del cristianismo. Se trata de la idea del retorno inminente del Mesías y la pronta instauración de un paraíso en la tierra, un reino milenario de armonía y felicidad que definitivamente superaría la condición precaria de la vida tal como la hemos conocido hasta ahora, recreando al mismo ser humano, que sería así convertido en un hombre nuevo -el famoso homo bonus de las huestes medievales de Dolcino- destinado a poblar un mundo depurado del mal y plenamente renovado (de allí el título de mi tesis, Renovatio Mundi). Este reino celestial en la tierra duraría, según la profecía bíblica, mil años y de allí viene el nombre de milenarismo, con el que comúnmente se denomina a estas corrientes mesiánicas.
Propio del mesianismo milenarista es la creencia no sólo en la cercanía de un paraíso terrenal, sino en la intervención de un grupo iluminado que juega un papel protagónico en la conflagración final que, según el arquetipo del Apocalipsis bíblico, precedería a la recreación del mundo y del hombre. Se trata de esa revolución, para decirlo en términos profanos, que conducida por una vanguardia iluminada abre paso al fin de la historia con el cual se instaura una sociedad sin clases ni envidias donde todos pueden realizar lo que son y nadie sufre carencias materiales. Se trata, en suma, del comunismo de la utopía marxista que viene así a restaurar, después de un largo peregrinar por el "valle de lágrimas" de las sociedades de clase, aquella prístina armonía del paraíso original o "comunismo primitivo", según la terminología del marxismo.
En el marxismo esta matriz cristiano-milenarista se seculariza y pasa a revestirse de un lenguaje seudocientífico propio de la modernidad. Se constituye así aquello que, usando la expresión de Ludwig Feuerbach, se puede llamar "una religión atea", una fe que busca realizar "el reino de Dios, sin Dios y sobre la tierra", tal como lo dice Karl Löwith. Al mismo tiempo, esta religión atea transforma la idea de la Providencia en la predeterminación de las "leyes de la historia", finalmente descubiertas por Marx y plasmadas en el así llamado materialismo histórico o socialismo científico. Así, la victoria del comunismo no es vista como un acto antojadizo de voluntad -si bien requiere de ella en la forma de esa violencia revolucionaria a la que Marx y Engels le dieron un papel tan protagónico- sino una conclusión necesaria e inexorable de la historia de la humanidad.
Este fue el marxismo que me "robó el alma" cuando yo era muy joven. Me dio -al menos así lo creía entonces- una comprensión total de la historia y un rol sublime en una gesta épica de proporciones grandiosas. ¿Cómo negarse entonces a ser un actor de ese capítulo extraordinario de la historia de la humanidad? ¿Cómo perderse esa fiesta de liberación de nuestra especie de todos aquellos males que siempre la habían aquejado? ¿Cómo no ser santo, misionero, mártir o inquisidor de una causa tan bella por la cual, sin duda, valía la pena dar la vida propia y también la de muchos otros? O, para usar las palabras de Fidel Castro, que Che Guevara hace suyas en su ya citado Mensaje a la Tricontinental, "qué importan los peligros o sacrificios de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad".
Pero es justamente allí donde se enturbian definitivamente las aguas cristalinas de la utopía y la sombra de Maquiavelo aparece, donde la bondad extrema del fin se puede convertir en la maldad extrema de los medios, donde la supuesta salvación de la humanidad puede hacerse al precio de sacrificar la vida de incontables seres humanos, donde se puede "amar" al género humano y despreciar a los hombres. Es justamente en ese intersticio siniestro donde puede surgir aquella "máquina de matar" en que Guevara nos insta a convertirnos para realizar el sueño del hombre nuevo. Es en ese mismo intersticio de amoralidad absoluta -también llamada "moral revolucionaria"- donde se ubica la alabanza a la violencia de la revolución comunista hecha por Marx o el llamado de Lenin a "no escatimar métodos dictatoriales" e incluso no trepidar en usar "medios bárbaros" para imponer el "progreso". Los "campos de la muerte" de Pol Pot o el intento demencial de la revolución cultural de Mao y sus guardias rojos de borrar la herencia cultural de la humanidad para crear, desde cero, un nuevo tipo de ser humano, son hijos del mismo mesianismo donde un fin que cree ser el más sublime justifica los medios más atroces.
LA ALTERNATIVA LIBERAL Y SUS TENTACIONES
Esto fue lo que entendí un día, pero lo entendí no como un problema de otros o de una categoría especial de seres singularmente malos, sino como un problema mío y de los seres humanos en general. Vi todo ese potencial de hacer el mal que todos, de una u otra manera, llevamos dentro, y vi cómo se desarrollaba, cómo me transformaba en un ser absolutamente inmoral y despiadado respecto del aquí y el ahora con el pretexto de un más allá y un mañana gloriosos. Y vi en mí al criminal político perfecto del que nos habló Albert Camus en L'Homme revolté, aquel que mata sin el menor remordimiento y sin límites ya que cree hacerlo en nombre de la razón y del bien. Y vi que yo no era esencialmente distinto de los grandes verdugos del idealismo desbocado, de los Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot, pero también, a su manera, de los Hitler y los totalitarios de todos los tiempos. Y me asusté de mí mismo y me fui a refugiar en el pedestre liberalismo que nos invita a la libertad pero no a la liberación, que defiende los derechos del individuo contra la coacción de los colectivos, que no nos ofrece el paraíso en la tierra sino una tierra un poco mejor, que no nos libera de nuestra responsabilidad moral sino que nos la impone, cada día y en cada elección que hacemos.
El liberalismo, para ser fiel a sí mismo, debe ser integral. Abarcar tanto el aquí y el ahora como el mañana, y jamás reducirse a una esfera de la vida social como la económica. Debe por ello ser la doctrina de los medios más que la de los fines o, para decirlo de otra manera, donde los medios son el fin, aquella doctrina que sabe que "al andar se hace camino" y que la vida no es más que un eterno hacer camino. Esto no hace al liberalismo, sin embargo, completamente inmune de la tentación de justificar los medios con los fines. Esta es una lección triste de la historia del liberalismo, que no podemos ignorar cuando miramos el lado oscuro del ser humano en el espejismo de bondad que irradia Che Guevara. Y digo esto porque hace tiempo dejé de creer en el maniqueísmo y aprendí a desconfiar de toda visión de la vida que reduce su paleta de colores al blanco y al negro.
Ser liberal no es pertenecer a "los buenos" o a los absolutamente inmunes a las tentaciones liberticidas, sino simplemente entender la dualidad del ser humano y la brutalidad que potencialmente se alberga incluso en los espíritus más admirables. El ser humano, como Kant dijese una vez, está hecho de un leño torcido del cual nada que sea absolutamente recto puede tallarse. El liberalismo no es una manera de enderezar aquella naturaleza humana precaria y torcida, sino de contener sus instintos más dañinos, especialmente cuando se esconden tras el manto de la bondad absoluta o se ven propulsados por los destellos encandiladores de la utopía. El destino de un Che Guevara no nos es por ello, por paradojal que parezca, del todo ajeno.
EPÍLOGO SOBRE LA SOBERBIA
Al escribir estas líneas no he podido sino recordar a mi abuelo y nuestras conversaciones de hace ya mucho tiempo. Él siempre me hablaba de la soberbia. Me contemplaba con cariño pero también con temor cuando yo le contaba, lleno de entusiasmo, de mis ideas revolucionarias, de cómo pronto cambiaríamos el mundo y liberaríamos al ser humano de todo aquello que lo atribulaba, humillaba y empequeñecía. Él, que era profundamente religioso, no podía dejar de reconocer la veta mesiánica en su nieto. Conversábamos largamente bajo el parrón de nuestra casa en ese Santiago de Chile de comienzos de los años sesenta que pronto vería llenarse sus calles de jóvenes como yo, deseosos de revolución. Mi abuelo insistía en la soberbia y yo lo miraba como una reliquia del pasado.
Reflexionando hoy sobre lo que él me quería decir no puedo sino rememorar una frase del Nuevo Testamento que no por ser antigua ha dejado de ser actual: "Mi reino no es de este mundo". Esa respuesta, que según la Biblia Jesús le dio a Pilato, contiene una gran advertencia, un llamado a la modestia acerca de lo que humanamente podemos alcanzar.
Con mi abuelo hace ya mucho que no puedo conversar. Un ataque al corazón puso fin a su vida en 1968 y no alcanzó a ver cómo su Chile tan querido se hundía en una lucha fratricida que terminaría desquiciando a su pueblo y destruyendo su antigua democracia. Yo sí lo vi y, además, puse mi granito de arena en esa obra triste de destrucción. Pero ni cambiamos el mundo ni liberamos a nadie. Terminamos como víctimas y como tal nos acogieron por todas partes. Podríamos sin embargo también haber terminado como verdugos, como lo han hecho todos aquellos que han llegado al poder inspirados por la idea de la transformación total del mundo y la creación de un hombre nuevo.
A esta certidumbre triste llegué hace ya mucho tiempo, cuando a comienzos de los años 80 luchaba contra mí mismo y contra aquellas ideas que en nombre de la bondad extrema nos invitan a lo que no es otra cosa que un genocidio, es decir, a la destrucción del ser humano tal y como es para poblar al mundo con una nueva especie, salida de nuestros sueños utópicos. Es por esas ideas que se ha llegado a esos extremos de maldad a que solamente aquellos absolutamente convencidos de ser los portadores del bien absoluto pueden llegar. Es la soberbia en acción, lahybris del bien que nos lleva a su contrario. De ello me hablaba mi abuelo al final de su largo peregrinar que lo llevó de su Albaida natal, en el interior de Valencia, a ese país de "loca geografía" llamado Chile. No lo entendí cuando debía, pero más vale tarde que nunca.
PALABRAS CLAVE:
Liberalismo•Formas actuales de Pensamiento anti-liberal•Pensamiento Político
RESUMEN
Mauricio Rojas expone una de las principales paradojas del marxismo: cómo la bondad extrema de los supuestos fines -la salvación de la humanidad, la búsqueda del hombre nuevo y la construcción del paraíso en la tierra-, se convirtió en la maldad más cruenta y extrema capaz de exigir cualquier sacrificio de vidas humanas para imponer el "progreso". El texto es un recorrido personal que comienza en el doloroso desengaño sufrido ante la utopía marxista y desemboca años después en la asunción personal de los principios de la democracia liberal, donde en vez de la liberación colectiva del género humano prevalecen ya los derechos del individuo, la libertad y la responsabilidad moral de la persona. Rojas, sin embargo, nos advierte de que el liberalismo ni es un salvoconducto para el bien ni excluye en sí mismo de las tentaciones liberticidas.
ABSTRACT
Mauricio Rojas describes one of the main paradoxes of Marxism: how the extreme kindness of the supposed ends -the salvation of humankind, the search for the New Man, and the construction of Paradise on Earth- turned into the most sanguinary and extreme evil capable of demanding any sacrifice o human lives whatsoever in order to impose "progress". The text is a personal journey that begins with the painful disappointment suffered before the Marxist utopia, and finishes some years later with the personal assumption of liberal democracy where, instead of the collective liberation of humankind, we are already able to see the prevalence of individual rights, freedom and moral responsibility of people. Nevertheless, Rojas warns us that liberalism is neither a safe-conduct for good, nor does it exclude from liberticidal temptations.

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