domingo, 30 de enero de 2011

30 años de la renuncia de Adolfo Suárez


Extracté al respecto esta nota del “Diario de León” con fecha 29/01/2006 y firma de Carlos Fernández. Agrego el discurso en la TVE donde éste anuncia su renuncia con su vídeo correspondiente. Lo cierto es que todo proceso histórico tiene figuras claves y Adolfo Suárez fue una de ellas.
Carlos Braverman

Los militares forzaron la dimisión de Adolfo Suárez- Diario de León-

Cuando se cumplen 25 años de la renuncia del histórico jefe de Gobierno, permanecen aún numerosas dudas en torno a los motivos que ocasionaron su precipitada salida
29/01/2006 Carlos Fernández

Sobre las causas de la dimisión del presidente del Gobierno Adolfo Suarez, a finales de enero de 1981, han circulado numerosas versiones: acoso en el interior de su partido por el sector «crítico»; acoso por la opinión pública, que contemplaba un Gobierno víctima de intrigas y personalismos; acoso por los poderes económicos ante una gestión deficiente que llevaba al país hacia una inflación y un paro desmesurados; acoso de la Iglesia por impulsar una legislación anticatólica, puesta de manifiesto, entre otras, por la ley del divorcio de Fernández Ordoñez; acoso del Ejército ante el deterioro del orden público, la escalada terrorista y las ansias soberanistas de vascos y catalanes. Frente a los que dicen que en la dimisión hubo un poco de todo, hay que preguntarse si un sector de un partido que luego demuestra en el Congreso de Palma ser minoritario, puede llegar a derribar a un presidente; si el electorado estaba en rea-lidad tan descontento con un político al que había votado mayoritariamente hacia menos de dos años; si la Iglesia, aun reconociendo su peso moral en la sociedad española, tenía una influencia política mas propia de tiempos ya pasados como el nacional-catolicismo.; y si la Banca tiene fuerza suficiente como entero de esta reunión y de la próxima presentación del documento al monarca, comunicando-selo a Adolfo Suárez. Éste, que tenía en mente el SAM del mes de noviembre, así como informes sobre diversas maniobras involucionistas, no quiso permanecer por mas tiempo en la presidencia del Gobierno y, en un gesto que le honraría -porque el poder a casi nadie disgusta-, solicitó una audiencia al Rey y le presentó, con todo respeto, su dimisión irrevocable, añadiendo que se podían convocar elecciones anticipadas, sugerencia que el Rey no considero conveniente. Aunque a muchos les cueste creerlo, así fue. La frase sibilina En las primeras horas de la tarde del jueves 29 de enero de 1981, Adolfo Suárez grabó en el Palacio de la Moncloa su mensaje de despedida al pueblo español, que se transmitió posteriormente por RTVE. En el discurso llama la atención una frase sibilina que se resistió a suprimir: «He llegado al convencimiento de que hoy, y en las actuales circunstancias, mi marcha es mas beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia. Yo no quiero que el sistema democrático sea, una vez mas, un paréntesis en la historia de España». La mayor parte de los españoles no entendieron el significado, al menos completo, de la frase. Mientras tanto, un gesto de satisfacción surgió en los rostros de los dieciocho generales asistentes a la reunión del día 23 en las afueras de Madrid, al mismo tiempo que decían: «Por fin».para derribar a un presidente del Gobierno revalidado en dos elecciones generales. Aunque este último supuesto resultase afirmativo, habrá que convenir que la fuerza económica necesitaría apo-yarse en la física para efectuar un acto de tal naturaleza. Se llega de esta manera a la conclusión de que fue la fuerza física representada en el Ejercito, y no otra, la que obligo a Suárez a presentar la dimisión de su cargo, por mucho que él lo niegue. Llamada de atención La primera llamada de atención había surgido a mediados de noviembre de 1980 cuando siete tenientes generales, con mando de región militar (Merry Gordon, Milans del Bosch, Elicegui Prieto, Polanco Mejorada, Campano López, Fernández Posse y González del Yerro) elevaron un escrito al presidente del Gobierno en el que le llamaban la atención por el deterioro de la situación política y social del país y le sugerían que tomase las medidas adecuadas, por muy duras que pareciesen ser, para corregirla. El documento, conocido como SAM, «supuesto anticonstitucional maximo», fue, obviamente, negado por sus supuestos firmantes. Después llegó la conversación entre el Rey y Adolfo Suárez, mantenida en la estación invernal de Baqueira Beret a primeros de enero. Algunos periodistas señalaron que en la citada entrevista el monarca informo a Suárez de la posibilidad de un golpe duro de militares previsto para la próxima primavera y le sugirió que debía dimitir ya que su permanencia al frente del Gobierno era una provocación para los militares involucionistas. Es improbable que esto fuera cierto, máxime conociendo la característica principal de don Juan Carlos: el respeto a la voluntad popular expresada en las urnas, y que el presidente representaba a un partido que había obtenido la mayoría en las ultimas generales. De lo que si parece que hablaron el Rey y Suárez fue de la situación política del país. Intervención del Ejercito También a primeros de enero, con motivo de una visita a Canarias, para entrevistarse con el presidente de Venezuela, Herrera Campins, Suárez recibió al capitán general, González del Yerro, quien le advirtió que «si los políticos no resuelven la actual situación, el Ejercito tendría que intervenir». Y el 23, o 22, de enero tuvo lugar en Madrid, una reunión en la que participaron dieciocho generales y almirantes de los tres ejércitos y en diversas situaciones (actividad, escala B y reserva).

Transcripción del discurso de dimisión de Adolfo Suárez el 29 de Enero de 1981:
“Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se asume un especial sentido de la responsabilidad. Yo creo haberla sabido asumir dignamente durante los casi cinco años que he sido presidente del Gobierno. Hoy, sin embargo, la responsabilidad que siento me parece infinitamente mayor.
Hoy tengo la responsabilidad de explicarles, desde la confianza y la legitimidad con la que me invistieron como presidente constitucional, las razones por las que presento, irrevocablemente, mi dimisión como presidente del Gobierno y mi decisión de dejar la presidencia de la Unión de Centro Democrático.
No es una decisión fácil. Pero hay encrucijadas tanto en nuestra propia vida personal como en la historia de los pueblos en las que uno debe preguntarse, serena y objetivamente, si presta un mejor servicio a la colectividad permaneciendo en su puesto o renunciando a él.
He llegado al convencimiento de que hoy, y, en las actuales circunstancias, mi marcha es más beneficiosa para España que mi permanencia en la Presidencia.
Me voy, pues, sin que nadie me lo haya pedido, desoyendo la petición y las presiones con las que se me ha instado a permanecer en mi puesto, con el convencimiento de que este comportamiento, por poco comprensible que pueda parecer a primera vista, es el que creo que mi patria me exige en este momento.
No me voy por cansancio. No me voy porque haya sufrido un revés superior a mi capacidad de encaje. No me voy por temor al futuro. Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos.
Nada más lejos de la realidad que la imagen que se ha querido dar de mí con la de una persona aferrada al cargo. Todo político ha de tener vocación de poder, voluntad de continuidad y de permanencia en el marco de unos principios.
Pero un político que además pretenda servir al Estado debe saber en qué momento el precio que el pueblo ha de pagar por su permanencia y su continuidad es superior al precio que siempre implica el cambio de la persona que encarna las mayores responsabilidades ejecutivas de la vida política de la nación.
Yo creo saberlo, tengo el convencimiento, de que esta es la situación en la que nos hallamos y, por eso, mi decisión es tan firme como meditada.
He sufrido un importante desgaste durante mis casi cinco años de presidente. Ninguna otra persona, a lo largo de los últimos 150 años, ha permanecido tanto tiempo gobernando democráticamente en España.
Mi desgaste personal ha permitido articular un sistema de libertades, un nuevo modelo de convivencia social y un nuevo modelo de Estado. Creo, por tanto, que ha merecido la pena. Pero, como frecuentemente ocurre en la historia, la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España.
Trato de que mi decisión sea un acto de estricta lealtad.
De lealtad hacia España, cuya vida libre ha de ser el fundamento irrenunciable para superar una historia repleta de traumas y de frustaciones; de lealtad hacia la idea de un centro político que se estructure en forma de partido interclasista, reformista y progresista, y que tiene comprometido su esfuerzo en una tarea de erradicación de tantas injusticias como todavía perviven en nuestro país; de lealtad a la Corona, a cuya causa he dedicado todos mis esfuerzos, por entender que sólo en torno a ella es posible la reconciliación de los españoles y una patria de todos, y de lealtad, si me lo permiten, hacia mi propia obra.
Pero este profundo sentimiento de lealtad exige hoy también que se produzcan hechos que, como el que asumo, actúen de revulsivo moral que ayude a restablecer la credibilidad en las personas y en las instituciones.

Quizás los modos y maneras que a menudo se utilizan para juzgar a las personas no sean los más adecuados para una convivencia serena. No me he quejado en ningún momento de la crítica. Siempre la he aceptado serenamente. Pero creo que tengo fuerza moral para pedir que, en el futuro, no se recurra a la inútil descalificación global, a la visceralidad o al ataque personal porque creo que se perjudica el normal y estable funcionamiento de las instituciones democráticas. La crítica pública y profunda de los actos de Gobierno es una necesidad, por no decir una obligación, en un sistema democrático de Gobierno basado en la opinión pública. Pero el ataque irracionalmente sistemático, la permanente descalificación de las personas y de cualquier solución con que se trata de enfocar los problemas del país, no son un arma legítima porque, precisamente pueden desorientar a la opinión pública en que se apoya el propio sistema democrático de convivencia.
Querría transmitirles mi sentimiento de que sigue habiendo muchas razones para conservar la fe, para mantenerse firmes y confiar en nosotros los españoles. Lo digo con el ansia de quien quiere conservar la fuerza necesaria para fortalecer en todos sus corazones la idea de la unidad de España, la voluntad de fortalecer las instituciones democráticas y la necesidad de prestar un mayor respeto a las personas y la legitimidad de los poderes públicos.
Yo por mi parte, les prometo que como diputado y como militante de mi partido seguiré entregado en cuerpo y alma a la defensa y divulgación del compromiso ético y del rearme moral que necesita la sociedad española.
Todos podemos servir a este objetivo desde nuestro trabajo y desde la confianza de que, si todos queremos, nadie podrá apartarnos de las metas que, como nación libre y desarrollada nos hemos trazado.
Se puede prescindir de una persona en concreto. Pero no podemos prescindir del esfuerzo que todos juntos hemos de hacer para construir una España de todos y para todos.
Por eso no me puedo permitir ninguna queja ni ningún gesto de amargura. Tenemos que mantenernos en la esperanza, convencidos de que las circunstancias seguirán siendo difíciles durante algún tiempo, pero con la seguridad de que si no desfallecemos vamos a seguir adelante.
Algo muy importante tiene que cambiar en nuestras actitudes y comportamientos. Y yo quiero contribuir, con mi renuncia, a que este cambio sea realmente posible e inmediato.
Debemos hacer todo lo necesario para que se recobre la confianza, para que se disipen los descontentos y los desencantos. Y para ello es preciso convocar al país a un gran esfuerzo. Es necesario que el pueblo español se agrupe en torno a las ideas básicas, a las instituciones y las personas promovidas democráticamente a la dirección de los asuntos públicos.
Los principales problemas de España tienen hoy el tratamiento adecuado para darles solución. En UCD hay hombres capaces de continuar la labor de Gobierno con eficacia, profesionalidad y sentido del Estado y para afrontar este cambio con toda normalidad. Les pido que les apoyen y que renueven en ellos su confianza para que cuenten con el necesario margen de tiempo para poder culminar la labor emprendida.
Deseo para España, y para todos y cada uno de ustedes y de sus familias, un futuro de paz y bienestar. Esta ha sido la única justificación de mi gestión política y va a seguir siendo la razón fundamental de mi vida. Les doy las gracias por su sacrificio, por su colaboración y por las reiteradas pruebas de confianza que me han otorgado.
Quise corresponder a ellas con entrega absoluta a mi trabajo y con dedicación, abnegación y generosidad. Les prometo que donde quiera que esté me mantendré identificado con sus aspiraciones. Que estaré siempre a su lado y que trataré, en la medida de mis fuerzas, de mantenerme en la misma línea y con el mismo espíritu de trabajo.
Muchas gracias a todos y por todo.

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