lunes, 13 de enero de 2014

Dieudonné hace resurgir en Francia un antisemitismo postcolonial por Jean-Loup Amselle






Aun si, como algunos estiman, los objetivos de estrategia política personal no están ausentes en la campaña desarrollada por Manuel Valls frente a Dieudonné, el eco encontrado por éste –que es más un político que un cómico— precisa de un análisis que no se conforme con recuperar las reflexiones tradicionales sobre el antisemitismo francés de los años 30 del siglo pasado.

En efecto, la proximidad de Dieudonné con Jean-Marie Le Pen, con el viejo antisemitismo francés, ha oscurecido la nueva configuración en la que se desarrolla el muy particular humor del inquilino del Théâtre de la Main d'or.

Dos pesos, dos medidas

Es imposible ignorar el contexto del nuevo antisemitismo, ese tan bien representado por los “chistes” de mal gusto sobre la deportación de los judíos durante la II Guerra Mundial como por las quenelles, ese saludo “tan nuestro” efectuado por Dieudonné y sus seguidores, en primera fila de los cuales se halla en lugar destacado el futbolista Nicolas Anelka.

La última provocación del provocador del esférico balompédico francés llama, en efecto, nuestra atención sobre el hecho de que Anelka es musulmán y de que, por eso mismo, su gesto no puede considerarse con independencia, no tanto de las relaciones más o menos hostiles inveteradamente existentes entre las pretendidas “comunidades” judía y musulmana, cuanto del conflicto eminentemente contemporáneo que enfrenta al Estado de Israel con Palestina.

Si Dieudonné encuentra tamaño éxito de público en sus representaciones, no es sólo porque recupere la vieja cantilena de los años 30 sobre los “judíos plutócratas”; es también, y sobre todo, porque habla en nombre del famoso “dos pesos, dos medidas”, concepto maestro de las ideas poscoloniales.

La popularidad de Dieudonné trae su origen en el hecho de que si, para él, uno puede meterse impunemente, o casi, con los negros, los árabes, los musulmanes, en una palabra: los subalternos, resulta casi imposible, en cambio, a causa del peso del lobby judío en la economía y en los medios de comunicación, tocarles un pelo a los judíos o rozar siquiera a Israel sin ser inmediatamente tachado de antisemita.

Antisionismo y antisemitismo

Es verdad, por otra parte, que la confusión hábilmente alimentada entre antisionismo y antisemitismo, de la que en su tiempo sufrieron Edgar Morin y algunos otros, no deja de dar cuenta de la seducción que ejercen las ideas de Dieudonné sobre un público discriminado, el de los barrios llamados sensibles, en el seno de los cuales circula toda una literatura antisemita de nuevo tipo basada precisamente en el antagonismo de décadas entre Israel y Palestina.

A este respecto, acaso no sea inútil repasar la sinuosa trayectoria político-ideológica de Dieudonné. Movilizado al principio contra el imperialismo y contra el Frente Nacional de Le Pen, se acercó luego a Le Pen y adoptó una postura claramente antisemita y negacionista.

Esa actitud responde en él a un rechazo del universalismo republicano, representado señaladamente por SOS-Racismo, y culpable a sus ojos de ocultar las diferencias raciales. De suerte que ha terminado por apreciar, en el pensamiento de Jean-Marie Le Pen, el reconocimiento de la existencia de la raza, de las diferentes razas, reconocimiento sobre el que funda ahora su temática del mestizaje entendido como coexistencia de razas distintas en el seno de la comunidad nacional. En eso se distingue de Kemi Seba, el dirigente de la extinta Tribu Ka, hostil a la coexistencia de razas y defensor encarnizado de la supremacía de la raza negra o “camita”, aun cuando, con el tiempo, los dos ideólogos han ido acercando posturas, convergiendo en una misma concepción del martirio de la raza negra oprimida por el “complot judeo-masónico”.

Un sometimiento esclavista y colonial

Según ellos, los negros han sido siempre oprimidos y explotados por los blancos, pero sobre todo –y aquí se recupera uno de los grandes temas de la Nación del Islam norteamericana— por los judíos, quienes habrían sido los instrumentos capitales de la trata negrera atlántica…

Se puede observar aquí un primer punto de patinazo antisemita, que volvemos a encontrar luego en las nociones de lobby, de comunidad o de pueblo judío, porque, aun si anduviera en lo cierto –que no es ni por asomo el caso— y los judíos hubieran jugado un papel preponderante en la trata esclavista, quedaría todavía por probar que participaron en esa empresa en tanto que judíos, y no simplemente en tanto que negreros.

Sea ello como fuere, ese sometimiento esclavista y colonial se seguiría practicando hoy con la nueva trata que sufre África (la del pillaje de las materias primas) y, claro está, con la colonización sionista de Pastelina y la fundación del Estado de Israel, que representa la nueva figura del apartheid en Oriente Próximo.

Lo que paradójicamente une a ideólogos como Dieudonné y Kemi Seba con ensayistas como Alain Soral o con dirigentes políticos como Florian Philippot del Frente Nacional es un mismo odio al mundialismo y la defensa de una especie de desarrollo separado tendente a erigir fronteras entre los pueblos negro, árabe y blanco.

Para Dieudonné y sus acólitos, como para los ideólogos del Frente Nacional, se trata también de proteger a esos pueblos supuestamente autóctonos o arraigados, en particular a los palestinos, de la acción malhechora del lobby sionista, del que se supone que no cuenta en sus filas sino con judíos, los cuales quedan de entrada asimilados, además, a una comunidad o a un pueblo.

Como declara Kemi Seba, los árabes y los negros tienen claramente un enemigo común, los colonos judíos, y ese enemigo común es el fundamento de su solidaridad antiimperialista. En efecto, en esa tematización, el colono judío o el lobby sionista ocupan por excelencia –a despecho de que los judíos reivindiquen la primacía en la ocupación del territorio israelí— la posición del grupo desterritorializado, nómada, recuperando así la vieja imagen del judío errante o del pueblo sin hogar ni lugar.

Por una especie de transmutación del antiimperialismo de los años 70 en lucha de razas, el palestino, el africano, pero también el francés de pura cepa, en tanto que representantes de los pueblos autóctonos, han llegado a representar la antítesis absoluta del colono judío desarraigado y sionista, desesperadamente en busca de una tierra en la que ejercer sus fechorías y chupar la sangre de sus víctimas.

August Bebel (1840-1913), uno de los fundadores de la SPD alemana, declaró al romper el siglo XX que el antisemitismo era el socialismo de los imbéciles. Habría que preguntarse si no es aplicable también esa fórmula al poscolonialismo de Dieudonné y sus secuaces.

Jean-Loup Amselle es un antropólogo africanista de la estirpe de los grandes sabios marxistas franceses Claude Meillassoux y Maxime Rodinson. Inteligente defensor de la ciencia social y la historiografía clásica frente al asalto relativista posmoderno, poscolonial y subalternista (véase en SinPermiso la reseña de su libro de 2008 El Occidente descolgado, un formidable alegato científico y metodológico contra esas corrientes académicas en boga en las últimas décadas), su último libro (2011) es un lúcido ensayo sobre las consecuencias ideológico-políticas de la “Etnización de Francia”.

Traducción para www.sinpermiso.info: Miguel de Puñoenrostro

Le Monde, 31 diciembre 2013

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