miércoles, 18 de julio de 2012

AMIA, corrupción y política por Horacio Lutzky


De Revista Perfil
El próximo miércoles se cumplen 18 años del atentado a la AMIA. En Brindando sobre los escombros, Horacio Lutzky condensa años de investigación sobre ese ataque y el que en 1992 destruyó la embajada de Israel. Crímenes no esclarecidos y que han dado lugar a una inédita situación en la que supuestos representantes de las víctimas ayudaron al ocultamiento de pruebas que hubiesen podido llevar a la verdad.
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Nadie espera que los criminales contribuyan al esclarecimiento de los delitos en los que participan. Por el contrario, su actividad tendiente a ocultar o desviar rastros que los incriminan es habitual, natural y previsible. Lo que resulta en cambio escandaloso es que representantes de las víctimas intervengan activamente en el encubrimiento de la verdad.

Una situación así debería suscitar asombro y perplejidad. Y generar numerosos interrogantes. Con mucha más razón si –como ocurrió tras el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA)– en ese engañoso emprendimiento se articulan dirigentes de la comunidad judía, miembros del Gobierno y de sus servicios de inteligencia, policías corruptos y agentes de países extranjeros.
¿Cómo es posible? ¿Por qué motivo el liderazgo judeoargentino sistemáticamente se ha alineado con los principales acusados de encubrimiento? ¿Qué es lo que los ciudadanos comunes no deberíamos conocer?
Estas son algunas de las inquietantes preguntas que dieron origen a este libro, cuyo eje argumental permite evocar uno de los personajes literarios que más aplicaciones políticas han tenido en todo tiempo y lugar: el Fausto.
La historia de Fausto fue publicada por primera vez en 1587 por el librero alemán Johann Spies. El protagonista, teólogo y practicante de magia negra, invoca al diablo para tratar de ponerlo a su servicio. Para ello, realiza un pacto con Mefistófeles, demonio súbdito del diablo, que accede a darle a Fausto conocimiento sobre todo aquello que se le ocurra durante 24 años. Pasado ese lapso, su alma pertenecería al diablo. En ese período, Fausto alterna entre el goce y el arrepentimiento, sin poder nunca salir del pacto, merced a las amenazas y presiones del diablo. Tras los 24 años, Fausto muere de forma violenta y es llevado al infierno.
En la Argentina llevamos más de veinte años desde el comienzo de los tratos que vincularon a dirigentes judíos con políticos corruptos y redes de traficantes de armas que suministraron arsenales a los sospechosos de haber cometido los atentados contra los blancos judíos, representados por esos mismos dirigentes. Pero, a diferencia de Fausto, el pacto no persigue ganar conocimiento; consiste en alejarlo, en que no sepamos.
(…) El pacto “faustiano” pudo haberse explicado por los negocios del Banco Mayo, presidido –como ya se señaló– por el titular de la DAIA, Rubén Beraja, con el gobierno de Menem. Pero, ¿por qué entonces persisten el silencio y la complicidad, cuando el banco no existe más y cambiaron los dirigentes, tanto a nivel nacional como comunitario? ¿Por qué las instituciones judías insisten en proteger a los acusados de encubrimiento respecto de los atentados? ¿Por qué los Estados Unidos presionaron para que no se indagara sobre las irregularidades de la investigación? ¿Y por qué Israel apoyó el silenciamiento de la mecánica de lo ocurrido? El Banco Mayo no alcanza para explicar todo ello, como tampoco los negocios particulares del embajador de Israel, Yitzhak Avirán.
(…) Es necesario ir hacia atrás y revisar la historia de acuerdos clandestinos entre israelíes, argentinos e iraníes, que llegan hasta los mismos días de los atentados en la Argentina, la trama argentina-israelí de venta de armas, el factor nuclear, el involucramiento de la dirigencia judía argentina y de un embajador de Israel en los negocios del menemismo, el encandilamiento con las promesas de Carlos Menem de lograr la paz en Oriente Medio mientras generaba las condiciones para las masacres terroristas en la ciudad de Buenos Aires.
Y también el surgimiento de una casta ultrarreligiosa que tomó control en AMIA e impulsa el retorno a la vida de gueto y la neutralización de todo intento actual de juzgamiento a los acusados de encubrimiento. Finalmente, hay que advertir los peligros que vuelven a recrearse con los nuevos juegos de guerra, que son trasladados al territorio latinoamericano por la “revolución bolivariana” encabezada por Hugo Chávez.
Se trata de una interacción entre lo nacional y lo internacional sin la cual es imposible comprender la realidad de nuestro país desde los años 90 y hasta la actualidad, incluidos los más grandes atentados terroristas de su historia. La comunidad judía alcanzó un enorme grado de exposición pública con el menemismo y con Rubén Beraja al frente de la DAIA. Tras la decadencia de ambos, ningún líder comunitario volvió a tener el mismo nivel de notoriedad.
Durante los años 90, la figura de Beraja concentraba no sólo la atención política y mediática sino que contaba también con trato privilegiado entre las autoridades nacionales, además de un considerable poder económico. Sin embargo, su caída no conllevó la desaparición de un estilo de política comunitaria que era desconocido con anterioridad al atentado a la AMIA. Las declaraciones de la dirigencia judía y sus intervenciones políticas comenzaron a tener eco en diversas agrupaciones políticas-partidarias, e incluso en organismos internacionales. Las internas judías pasaron a formar parte de la agenda periodística y de la política nacional y, de igual modo, temas nacionales e internacionales que no participaban de la discusión interna entraron sin pedir permiso, mientras nuevos actores se asomaron al escenario.
A partir de ese protagonismo, alguno de ellos, como el rabino Sergio Bergman, tras haber sido en 1994 uno de los fundadores de la combativa agrupación de reclamo de justicia Memoria Activa, se involucró en marchas políticas como la protagonizada por el fugaz “ingeniero” Juan Carlos Blumberg, y se alistó como legislador de Mauricio Macri.
Otros se volcaron al compromiso con el kirchnerismo tras su polémico paso por la conducción de AMIA, como el ex cuñado de Bergman y también rabino, Sergio Szpolski, quien construyó a partir de dicha alianza un emporio mediático que se ofrece para dar pelea a los grandes grupos hegemónicos. O como el poderoso empresario Eduardo Elsztain, firme defensor del modelo económico impulsado por los Kirchner, a la vez devoto observante religioso, seguidor de Jabad Lubavitch y miembro del Congreso Judío Mundial. El visible protagonismo de estos y otros referentes es fruto de las profundas modificaciones producidas en esta colectividad en los últimos veinte años, que están anticipando el fin de un modelo: las instituciones judías que desde hace más de un siglo se proclaman representantes de toda la comunidad son cuestionadas y enfrentan una crisis ideológica sin precedentes, consecuencia de oscuras historias que es indispensable revelar y debatir.
En esta segunda década del siglo XXI, la condición judía en la Argentina se ve cruzada por las consecuencias de episodios de política nacional e internacional que la vienen conmoviendo con violencia a partir de los años 90.
Desde los atentados a la embajada de Israel y a la AMIA, hasta los escraches y las manifestaciones ante entidades o personalidades judías por los sucesos de Oriente Medio, la comunidad se ve expuesta a un importante nivel de protagonismo, mientras las contradicciones internas se multiplican.
Como efecto secundario, las masacres de 1992 y 1994 dieron lugar a numerosas muestras de solidaridad y de compromiso, pero también desnudaron miserias y pujas de poder. Y, entre tantas otras derivaciones, fueron configurando el actual modelo de conducción política y de relación con las autoridades nacionales y el resto de la sociedad, poco representativo para decenas de miles de judíos argentinos que no participan en las instituciones centrales. No obstante, la voz oficial de la comunidad pertenece a estas entidades.
La AMIA y la DAIA tienen asignado un rol principal en el reclamo de verdad y justicia por el atentado que destruyó la sede central de la comunidad. Reclamo de esclarecimiento que, a diferencia de atentados terroristas perpetrados en otros países, permanece insatisfecho, en particular respecto de los autores materiales. El argumento de la sorpresa no es admisible cuando dos años antes había ocurrido otro ataque terrorista. No se trató de mera impericia, sino de una decisión política de no saber. Ya es hora de preguntarnos por qué en la Argentina se ocultó todo por tantos años.
Esta lacerante pregunta está en el centro de la soterrada polémica que emerge al indagar sobre las causas de la impunidad de los atentados de los 90 en la Argentina, que se llevaron la vida de más de un centenar de personas y dejaron un gran número de heridos y mutilados, tanto física como psicológicamente.
Veinte años pasaron del ataque a la embajada de Israel y dieciocho de la voladura de la AMIA, y lo único indiscutible y comprobado ha sido la existencia de una deliberada y muy efectiva voluntad de tapar lo ocurrido. ¿Por qué? La destrucción de pruebas, el sembrado de pistas falsas y la prohibición de investigar a ciertos personajes involucrados en la trama criminal fueron una constante durante el régimen menemista, que gobernó con el absoluto control de la Justicia, el Congreso y los servicios de inteligencia. ¿Pero se habría podido orquestar el encubrimiento sin sumar además la complicidad de la dirigencia comunitaria judía en episodios tan sensibles internacionalmente como lo fueron los más grandes atentados antisemitas en el mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y sin el visto bueno norteamericano e israelí? Decididamente, no. (…)
El concepto de “víctimas” encierra en este caso realidades muy diferentes. Bajo la misma investidura se encuentran madres y padres desolados, amas de casa castigadas por la pérdida atroz y sorpresiva, chicos que han crecido sin sus padres o abuelos, y todos los que fueron dañados con el injusto duelo eterno por sus seres queridos, sin haber buscado ocupar ningún rol público. Pero también aparecen como víctimas los dirigentes, representantes de las entidades agredidas. ¿Lo son? ¿Lo fueron alguna vez? En la Argentina, representar a los más débiles ha demostrado ser, en muchas ocasiones, un excelente negocio.
Sindicalistas millonarios a costa de la entrega de los trabajadores, punteros de organizaciones políticas que acaparan en provecho propio la ayuda social, parlamentarios que cotizan su voto han sido notas comunes de nuestra realidad nacional. Realidad a la que la comunidad judía no ha sido ajena. Una palabra densa sobrevuela la investigación de las matanzas: traición. No es lo mismo ser engañado –o incluso dejarse engañar– por los encubridores que participar activamente con ellos. Los familiares de las víctimas de los atentados asumieron distintos caminos en la búsqueda de verdad y justicia, muchas veces discordantes ante el accionar oficial, por lo cual no hubo una actuación conjunta.
Pero quienes conocían los secretos del poder, y negociaron con él, fueron las máximas autoridades de la comunidad judía, en el caso de la mutual judía, y del Estado de Israel, en el caso de la embajada.
Los motivos fueron varios (...). Pero pasaron los años, cambiaron los gobiernos así como el contexto nacional e internacional, y ciertos garantes del silencio ya no están.
Los procesos judiciales siguen abiertos y muestran entonces algunos avances en lo tocante al encubrimiento, que escandalosamente podrían terminar con algunas de las “víctimas” condenadas. Sin embargo, (…)
no todo está perdido para los colaboracionistas, que siguen manteniendo una fuerte red enquistada dentro de las instituciones judías. En este sentido, que el comisario Jorge “Fino” Palacios mantuviera estrechas relaciones con la abogada de Beraja y de la DAIA, Marta Nercellas, mientras un subordinado suyo espiaba al familiar de una víctima de la AMIA, Sergio Burstein, no es más que una confirmación de la afinidad de un sector dirigencial de autodenominadas “víctimas” con los presuntos victimarios.
Hay momentos en la historia en los que un crimen y su consiguiente proceso judicial, junto con las derivaciones mediáticas, políticas y culturales, se constituyen en un gigantesco teatro donde pueden analizarse los intereses creados, el heroísmo, la traición, los prejuicios, la indiferencia,
la nobleza, el dolor. En esas pocas oportunidades, las reacciones de los políticos, de la prensa y del ciudadano común constituyen un interesante barómetro acerca de la vigencia de la justicia y de las libertades, así
como de la corrupción y de los males del sistema (...)
Para efectuar una lectura política de la comunidad judía argentina a partir de los años 90 y hasta la actualidad, los atentados y todo lo que se reordenó en torno a ellos –llamémoslo “causa AMIA” para simplificar– constituyen el eje central, a partir del cual al día de hoy continúan teniendo lugar agrupamientos y conspiraciones.
Notablemente, mientras ya se conoce, hasta con día y hora, buena parte de los actos que borraron las pruebas que apuntaban a la posible intervención de agentes de ascendencia siria en las tareas de preparación de uno de los atentados y en la trama de contrabando de armas del menemismo, sólo sigue siendo políticamente correcto acusar a uno de los socios, la República Islámica de Irán.

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